DE SORPRESA EN SORPRESA
El joven que los había guiado a la aguada y que fugó aprovechando la desesperación con que se pusieron a beber, había apresurado su marcha en busca del Chacho que estaba muy cerca de allí, para prevenirle lo que pasaba. Pero el Chacho no necesitaba de este aviso, por sus rastreadores conocía la situación del ejército nacional y sus necesidades.
Sandes creía ir persiguiendo al Chacho para obligarlo a combatir o dispersarse, y era el Chacho quien marchaba a su retaguardia, a una distancia prudente, pero bastante para poder aprovecharse del menor descuido. Así lo había seguido hasta la inútil aguada, haciéndolo bombear de cerca hasta ver qué resolución tomaban.
Cuando los bomberos vieron que se trataba de campar y pasar allí la noche, regresaron con el parte al Chacho, quien empezó a preparar una sorpresa, dando a sus tropas como punto de reunión inmediata un paraje situado a cuatro leguas a retaguardia de aquel en que se hallaban. Ellos huirían hacia adelante para que el enemigo siguiera aquella dirección; pero dando un rodeo, regresarían al punto indicado para ponérsela a la espalda y seguirlo mientras él creería que hacía una persecución. Y volver a sorprenderlo en el momento menos pensado, para tenerlos siempre en continua alarma.
El Chacho eligió su gente mejor montada y armada que al fin para un golpe de mano rápido no era necesario todo un ejército, y el resto quedó en el paraje donde debían reunirse. El Chacho marchó cautelosamente, aproximándose a las fuerzas de Sandes todo lo que pudo. Estas no podían sentirlo, pues todos dormían profundamente, incluso los guardias mismos, como lo hemos dicho ya. El Chacho se aproximó personalmente seguido de cuatro hombres, hasta el primer cuerpo de guardia, que era compuesto de un sargento y cuatro soldados y les sacó las armas del lado, sin dejar sentir el menor rumor, armas que repartió inmediatamente entre los soldados que lo acompañaban.
Por un empeño especial y para no embarazar sus movimientos, la Victoria se había quedado con el ejército que debía esperar en el punto de reunión acordado, de modo que podía obrar en completa libertad.
Tomadas las armas de aquel cuerpo de guardia, siguió entre los suyos y les comunicó en voz baja sus últimas y más prolijas instrucciones. Así, mientras unos ataban a los desarmados y se lo echaban en ancas, el Chacho se metió con toda su gente al centro de aquel ejército dormido. Por más que lo sorprendiera, el Chacho comprendía que no podía vencer a aquel ejército que pasado el primer momento de confusión reaccionaría, y entonces sólo imperaría la ventaja de las armas. Así es que todo su plan se reducía a arrebatar el mayor número de armas que pudiera, tomar algunos prisioneros y, sobre todo, dar al enemigo una falsa dirección. Consecuente con esta idea, lo hizo sorprender bien con sus soldados, y se entró como una tormenta por entre las dormidas filas del ejército de Sandes.
La sorpresa fue completa; en el primer momento los soldados sorprendidos no pudieron darse cuenta de lo que les pasaba, ni poder calcular el número de enemigos que les había caído encima, poderosamente aumentados por el terror. Y los del Chacho no sólo pudieron arrebatar armas y cartucheras, sino que tomaron un buen número de prisioneros.
Sandes despertó dado al infierno, sin darse cuenta, de cómo habían podido los montoneros burlar los centinelas y sorprender al ejército de aquella manera. Bravo y sereno sobre toda ponderación, saltó en el caballo que había hecho atar cerca de sí, y empezó a tomar las más rápidas y enérgicas medidas. Pero su situación era formidable, pues no se atrevía a mandar hacer fuego, pues con la obscuridad de la noche era muy expuesto a hacerlo sobre sus mismas tropas.
El combate al arma blanca, cada vez más recio y enconado, se prolongó una media hora próximamente, con las mayores ventajas para las fuerzas del Chacho, que habían hecho un buen acopio de armas. Cuando éste sintió que las fuerzas de Sandes reaccionaban obedeciendo la voz de aquel tremendo jefe, inició su rápida retirada con dos toques de corneta que para Sandes fueron los de a degüello y derecha, así es que sólo trató de proteger su derecha, amenazada por el enemigo. Y acudió allí con los cuerpos que se habían repuesto de la sorpresa y formado tranquilamente.
Pero entonces, recién entonces, pudo convencerse que el enemigo se retiraba, huyendo el combate. Perseguirlo, en la obscuridad que reinaba, era un disparate, y temiendo que los montoneros se retiraran para organizarse y volver a la carga, formó algunos cuadros y se preparó para recibirlo lo más reciamente que le fuera posible.
Convencido el Chacho que nadie lo perseguía y dándose cuenta de la razón en que el enemigo fundaba su inacción, hizo alto como una legua a vanguardia, y esperó que amaneciese para que el enemigo lo viera y tomase la falsa dirección que quería darle. Entretanto podía arreglar convenientemente los prisioneros que había hecho y repartirse las armas y municiones tomadas en tan buena cantidad.
En cuanto amaneció, Sandes, que pudo entonces darse cuenta de lo que había pasado y vio al enemigo reunido a tan corta distancia, se preparó a emprender una persecución que no debía terminar hasta alcanzarlo o dispersarlo por completo. El campo donde había tenido lugar la sorpresa estaba sembrado de cadáveres, entre los que figuraban muy pocos de los montoneros, perteneciendo la mayor parte a la infantería de Sandes, que había sufrido lo más recio del ataque.
Al ver que se le perseguía, el Chacho se puso en marcha rápida, haciéndose seguir unas seis leguas, al fin de las cuales su marcha empezó a ser más lenta, como si llevara cansados los caballos. De esa manera sería pronto alcanzado y la dispersión sería perfectamente comprensible y el enemigo nunca podría sospechar su plan.
Engañado éste por completo, desprendió algunas fuerzas de caballería liviana, las que pronto alcanzaron al enemigo, trabándose algunas escaramuzas. Sandes apuró entonces la marcha cuanto le fue posible, halagado con la idea de deshacer por completo la montonera. Pero cuando ya creía alcanzarla, aquella empezó a huir en desorden y a dispersarse, siempre marchando hacia vanguardia. Sandes apuró entonces la persecución tenazmente y con un empeño entusiasta, pero al poco tiempo no tenía ya enemigo sobre quien continuarla. Las fuerzas de Peñaloza, divididas en pequeños grupos, se habían disuelto por completo, abandonando al Chacho, que con un pequeño grupo huyó hacia la derecha. Para Sandes, la mentonera quedaba concluida, pero era preciso perseguir al Chacho hasta la misma capital para que no pudiera rehacerse y tomarlo prisionero u obligarlo a pasar a Chile.
Como la tropa estaba fatigadísima por el combate y la persecución, Sandes campó para darle un buen descanso y seguir la marcha en seguida hasta La Rioja, donde se había dirigido el Chacho según la dirección que tomó. No había objeto en apurarse, puesto que la montonera quedaba deshecha y concluido la guerra de una manera definitiva. Así lo pensó comunicar al gobierno en cuanto llegase a la ciudad y cambiase sus autoridades, declarándose gobernador provisorio, hasta que el presidente le mandara instrucciones.
Como ya no tenía objeto en apurar demasiado las marchas y podía aprovechar para hacerlas toda la noche, Sandes dejó descansar al ejército todo el resto del día, poniéndose en marcha al caer la noche, con todo descanso. A vanguardia había puesto un escuadrón de caballería ligera, para que le avisara cualquier novedad que se sintiera, descuidando su retaguardia por completo, puesto que por allí no esperaba nada. Quién podía pisársela, desde que el único ejército con quien combatían había sido deshecho. Entretanto el Chacho por un lado y los diferentes grupos de los suyos por otro, así que se hubieron perdido de vista, dieron una gran vuelta para buscar la incorporación de la otra parte del ejército que mandado por Victoria los esperaba. Habían marchado mucho, así es que la incorporación no pudo efectuarse hasta la caída de la tarde. Inmenso fue el entusiasmo de los que esperaban al conocer en todos sus detalles el resultado de la sorpresa. Las armas tomadas se repartieron entre los que no tenían, y lleváronse los prisioneros a la población más próxima, donde fueron confiados a los vecinos, con mil recomendaciones.
—Que no se les trate como a enemigos —dijo el Chacho— sino como a hermanos; es preciso que se convenzan que nosotros no somos bandidos armados y comprendemos y observamos las leyes de la guerra.
—Ellos nos despedazan, nos azotan y nos fusilan —respondían los riojanos—; es preciso desquitarse ya que podemos hacerlo, y habremos tenido toda la razón.
—Por eso mismo debemos ser más generosos, y mostrarles que son ellos los salvajes y no nosotros. Aquí los prisioneros quedan en la más completa libertad, pueden irse si quieren, o quedarse aquí, que yo pido a todos los ayuden y protejan, de manera que nunca tengan que quejarse de la hospitalidad fraternal de los riojanos, que pagan así todo el daño cruel que reciben.
Los prisioneros, que esperaban que con ellos harían lo que el coronel Sandes había hecho con los montoneros, no cabían en su pellejo de asombro, creyendo muchos de ellos que trataban de engañarlos, para degollarlos en seguida con todo el refinamiento de la crueldad. Pero el asombro llegó al colmo cuando se convencieron que aquello era verdad y que no tenían nada que temer.
Colocados los prisioneros bajo el amparo de la población, el Chacho sólo pensó en ganar tiempo para alcanzar el ejército nacional aquella misma noche y repetir su sorpresa con más éxito, puesto que lo creían disperso y completamente deshecho. Así es que se puso en marcha al momento, pensando que Sandes, después de haber andado todo el día, camparía de noche, con más descuido de la anterior, ofreciéndole una mejor oportunidad de sorprenderlo. Todo su afán fue aprovechar el tiempo para ganar la distancia perdida y caer sobre el ejército antes de amanecer.
Con el éxito de la jornada anterior y la esperanza de otra mejor aquella noche, los soldados iban contentos, comentando con cariñoso asombro la astucia y tino del gran caudillo.
Al cerrar de la noche, el Chacho hizo el primer alto, después de una jornada de cinco leguas, descansó una media hora y siguió marchando lo más rápidamente que le fue posible, mandando adelante dos de sus mejores rastreadores, para que avisasen la menor novedad que notaran en el rastro que seguían.
A la segunda jornada de otras cuatro o cinco leguas hizo un alto un poco más largo, pues ya iba a empezar la marcha con toda la rapidez posible, calculando que el enemigo iba lejos y no queriendo dejar pasar la noche sin alcanzarlo. Apenas se había puesto en movimiento el Chacho, cuando regresó uno de los rastreadores, trayendo noticias importantes. Acababan de llegar al campamento donde habían estado las fuerzas nacionales, campamento que hacía muy poco habían abandonado a juzgar por los fogones aún prendidos. Era indudable entonces que el enemigo había descansado todo el día, poniéndose en marcha al caer la noche, con el intento, fuera de toda duda, de marchar hasta el siguiente día.
"Mejor —pensó el Chacho—, mucho mejor, en la marcha no tomará ningún género de precauciones a retaguardia y podemos caerle sobre la marcha." Y empezó a marchar a trote y galope, habiendo dado orden a los rastreadores que llevasen una delantera de una legua y vinieran a avisarle en cuanto sintiesen al enemigo.
El Chacho pensaba sorprenderlo con una vigorosa carga de caballería, sin darle tiempo a adoptar una formación salvadera, y sablearlo y acuchillarlo todo el tiempo que le fuera posible, tomándole el mayor número de armas, que tanta falta le hacían y dejándolo postrado para seguir su marcha ofensiva.
—¡Creen que La Rioja no puede defenderse de un ejército poderoso! —exclamaba sonriendo picarescamente—. Ya se arrepentirán de haber invadido su territorio.
No habían andado mucho, cuando regresó uno de los rastreadores, avisando que habían alcanzado al ejército.
—El ejército marcha sin la menor precaución —dijo—; todo su cuidado es a vanguardia y todo su afán es alcanzarnos. Sin embargo, la marcha es lenta y hacen alto con frecuencia, sin duda para no fatigar los caballos. La sed debe acosarlos nuevamente, porque las partidas que van adelante buscan agua con desesperación.
El Chacho reunió a todos sus jefes y les recomendó el mayor silencio en la marcha, pues si eran sentidos, malograrían todo el éxito del golpe de mano y se expondrían a ser batidos en toda regla. Y desde aquel momento les señaló ya el punto de reunión, puesto que tendrían que dispersarse en cuanto el enemigo reaccionara.
—Mi objeto —decía— es hacer el mayor mal posible, sin recibir el menor daño, sin perder un hombre, arrebatándoles cuanta arma y prisioneros se pueda. Así es que en cuanto empiecen a tomar la ofensiva, vueltos de la sorpresa, daré la señal y huiremos como derrotados, por distintas direcciones, para evitar una persecución dura que ellos no querrán hacer si para hacerla tienen que fraccionarse. Como es fácil que después de este golpe se retiren hacia Catamarca vamos a emboscarnos en la frontera, para darles un nuevo golpe cuando menos lo esperen.
Desde aquel momento la marcha empezó a hacerse con tal silencio y precauciones, que parecía imposible fuera aquel un ejército de 2.000 hombres.
El Chacho llevaba un trompa al lado, con un objeto diabólico. Una vez que ellos se acercaran al ejército, aquel trompa debía correrse por un flanco hacia la cabeza y tocar alto y pie a tierra. Este toque, que fuera de toda duda sería obedecido por todo el ejército de Sandes, era para los suyos orden de carga, que debían llevar reciamente para no darles tiempo de pensar siquiera en lo que podía significar aquel alto.
Calculando las distancias matemáticamente, el trompa se corrió describiendo un semicírculo por el flanco derecho, y al llegar a la cabeza de la columna, tocó atención, alto y pie a tierra. Al momento se sintió el pesado ruido de los sables, causado por los jinetes que se dejaban caer del caballo perezosamente, en la seguridad de un nuevo descanso.
—¿Qué es eso? —preguntó Sandes, sorprendido—. ¿Quién ha mandado tocar alto y pie a tierra? ¿Qué novedad se ha sentido a vanguardia?
Corrían los ayudantes en todas direcciones para averiguar lo que había sucedido, y Sandes daba órdenes para que se tocara a caballo, cuando se sintió un estruendo infernal a retaguardia, seguido de voces formidables que gritaban: "¡Nos han sorprendido de nuevo! ¡El Chacho nos carga por retaguardia!"
Ya se podrá imaginar la confusión tremenda de aquel ejército, que se sentía cargado de un modo formidable sin que sus soldados hubieran tenido el tiempo material de sacar el sable, y a pie, porque ni atinaron ni tuvieron tiempo de montar y empezaron a huir hacia la cabeza de la larga columna, acuchillados de una manera tremenda. Y los grupos del Chacho, aprovechando el tiempo, cargan por todas partes, deshaciendo las compañías e impidiendo toda formación. Otros arriaban los caballos que iban quedando, poniéndose en marcha ya, para no exponerse a perderlos.
El coronel Sandes, en el colmo del despecho al verse sorprendido por segunda vez de una manera tan hábil, trataba desesperadamente de rehacer su ejército en la cabeza, organizando a los que venían de retaguardia, despavoridos y sin armas en su mayor parte, y de formar cuadros de infantería alrededor de las piezas, para impedir, cuando menos, que se las arrebataran. En cuanto hubo organizado algunos batallones, esperó que llegara allí el enemigo, marcado por el éxito, para recibirlo con un fuego bien nutrido.
Los suyos que venían huyendo delante de los montoneros, tendrían que sufrir también las consecuencias de este fuego, pero era necesario a toda costa ante aquel fuego inesperado dando la espalda. Felizmente el día no podría tardar, y entonces el coronel Sandes, viendo el terreno, podría operar con el éxito y bravura de siempre. Envueltos en las sombras de la noche, no podían hacer más que defenderse, sin atreverse a tomar la ofensiva, por el gran peligro de destruirse entre sí los cuerpos del ejército, en beneficio de aquel enemigo feroz y triunfante.
Los grupos del Chacho, maestros en el terreno donde operaban, andaban con una rapidez vertiginosa. Y mientras el grueso del ejército cargaba siempre de una manera tenaz y firme, los demás se ocupaban en arriar los caballos ensillados y recoger las armas abandonadas, huyendo con ellas, para asegurarlas y ponerlas fuera de toda persecución y peligro, hacia el punto de reunión dado por el Chacho. Si las armas de aquel ejército de montoneros hubieran sido buenas, la matanza habría sido espantosa. Pero malas lanzas y peores sables, todas las bajas eran sólo de heridas, no queriendo usar las armas de fuego por no hacerse mal entre ellos mismos.
A Sandes le fue forzoso aguantarse hasta la venida del día, resignado a no hacer otra cosa que defender sus cañones.
Pero antes de amanecer, el Chacho, que comprendía muy bien se podían trocar los papeles, emprendió su retirada, siempre en dirección a la capital para hacer creer que su intención era fortificarse en la ciudad.
La montonera era escasa entonces, pues la mayor parte de los escuadrones se habían ya retirado llevando los caballos, armas y prisioneros.
Aunque Sandes tenía muy pocos soldados de caballería disponibles por haber perdido sus caballos los otros, organizó una persecución que llevó él mismo, mientras la infantería y artillería seguía su marcha a pie. El golpe había sido duro y doloroso para un militar de la reputación del coronel Sandes y que operaba no sobre un ejército, puede decirse, sino sobre grupos de hombres mal armados y sin organización militar.
En cuanto la persecución empezó a hacerse con tenacidad y con un buen fuego de guerrillas, el enemigo empezó a dispersarse en pequeños grupos tomando mil direcciones diversas. Sandes no tenía esperanza del menor desquite por el momento puesto que el enemigo desaparecía de su frente y toda persecución se hacía perfectamente inútil, regresando al sitio de la sorpresa, a remediar en lo posible los destrozos causados. Sus heridos eran numerosos, aunque pocos los muertos, por razón de las malas armas.
El Chacho, en cambio, no había dejado en el campo más que quince o veinte cadáveres y unos cincuenta prisioneros, heridos todos de gravedad. Estos fueron pasados a cuchillo en el acto, como justa represalia, calculando que el Chacho habría hecho lo mismo con los que había llevado. Era preciso seguir a La Rioja para rehacerse, reemplazar las caballadas perdidas y regresar a Córdoba a tomar nuevos elementos de armas.
Sandes reunió a sus jefes en consejo, y éstos opinaron que se debía regresar sobre la marcha a Córdoba a tomar los elementos que les faltaban, para emprender de nuevo la campaña de una manera más eficaz. Y esta misma retirada debía verificarse con las mayores precauciones posibles, porque el Chacho no estaba disperso, sus tropas quedaban enteras, mejor armadas y montadas con lo que habían tomado y mucho más audaces, fuera de duda, con los dos triunfos conseguidos. En La Rioja se exponían a que les cortaran la comunicación con las demás provincias y les tomaran todo auxilio de víveres y pertrechos que les remitieran.
Aceptado este modo de pensar, se emprendió una pesada y penosa marcha hacia Córdoba, quedando en La Rioja el Chacho triunfante, ensoberbecido y con más prestigio que nunca, sin contar los elementos de armas, caballos y municiones que había tomado. Recién entonces fue cuando comprendió el coronel Sandes la clase de enemigo con que tenía que luchar, y las dificultades inmensas con que tendría que tropezar a cada momento.