Capítulo 22
La cena fue amena y tranquila. Federico recogió a Marga de casa de los Miralles, para que cenasen todos juntos aquella primera noche que Nati iba a pasar allí. Federico fue el encargado de contarle lo que le había pasado a su hija, para que no se sobresaltara cuando la viera.
Natalia había rechazado ir al hospital, puesto que le harían preguntas y eso significaba que no le quedaría más remedio que hablar de Roberto. Tampoco quiso ir a la policía.
Sergio le había curado las magulladuras y los cortes con tanta dulzura y delicadeza, como si fuese una muñeca de porcelana con riesgo de romperse. En sus ojos, Natalia pudo leer la tristeza que lo envolvía. Se sentía culpable. Él la había echado de su lado y la había dejado desprotegida frente a Roberto. No obstante, ella no quería que Sergio se sintiese así. Todo había sido culpa de ella por haberle mentido, haberle traicionado y robado. A todo eso, él lo comprendió en cuanto supo la verdad. Debió habérselo contado todo. Quizá juntos podían haberle tendido una trampa a Roberto. Ahora supo de su error. Tendría que haber confiado en Sergio, igual que ella le pedía confianza a él. No volvería a cometer ese fallo nuevamente.
Una vez acabada la cena, todos fueron al salón. Federico sirvió unas copas y fue Sergio quien rompió la tranquilidad que había reinado hasta ahora en la casa.
-Bien, ¿qué vamos a hacer?
-Nada – contestó Nati rápidamente.
-¿Y dejar que se salga con la suya, después de lo que te hizo? – Sergio la miraba incrédulo. Para nada iba a dejarle irse sin más.
-Es peligroso.
-Exacto, por eso mismo no podemos quedarnos de brazos cruzados.
-Natalia, cariño, escúchale – Marga tenía un nudo en el pecho de ver el estado en el que estaba su hija. No hacía más que recordar la última vez que Roberto le puso la mano encima y acabo medio muerta. Antes no tenía a nadie pero ahora tenía a Sergio y a Federico. Y se alegraba tanto por ello. Ambos estaban dispuestos a ayudarlas y ella les estaría eternamente agradecida.
-Yo sé perfectamente lo que vamos a hacer – dijo Nati decidida.
-Qué – preguntó él con un tono seco.
-Mañana iré a trabajar como siempre y aquí no ha pasado nada.
-¿Te has vuelto loca? Sí ha pasado algo, algo muy grave.
-Tal vez ya no vuelva – Natalia lo dijo segura de sí misma. Tal vez si usaba ese tono, hasta ella misma se lo creería.
-Pues yo creo que nunca te dejará en paz y es peligroso – intervino Fede.
Sergio pudo apreciar la preocupación en el rostro de Nati. Se dio cuenta de que ella era consciente de todo eso aunque dijera lo contrario. Entonces ya no tuvo dudad de lo que le pasaba.
-Entiendo que tengas miedo Nati, pero estoy aquí para ayudarte – miró a su alrededor – todos nosotros te apoyaremos y te protegeremos.
-¿Y si no es a mí a quién hace daño?
-¿A quién entonces?
-A mi madre o… a ti…
-Te ha amenazado con eso ¿no es así?
Ella ya no podía ocultarlo por más tiempo, así que asintió con la cabeza.
Sergio se levantó y se acercó a ella. Se puso de cuclillas y le tomó las manos entre las suyas. Natalia estaba fría como el hielo. La suavidad de sus manos le indicó, lo frágil que era físicamente frente a un hombre el doble de grande que ella, y dispuesto a hacerle daño. Cómo podía él protegerla. Se sentía tan impotente. Cuánto deseaba enfrentarse a él para romperle cada hueso de su asqueroso cuerpo. Ojalá quiera cumplir su amenaza y atacarlo a él. Sí, qué ganas tenía de que viniese por él. Así podría asegurarse de que no volviera a acercarse a Nati jamás.
-Te quedarás aquí hasta que ese tipo vuelva a estar entre rejas.
-¡No! No permitiré que gobierne mi vida. Mañana iré a trabajar.
-Y qué les dirás a la gente que te vea toda magullada.
-Que me caí por las escaleras.
-No quiero que salgas, ¡no entiendes que no es seguro!
-Si quiere matarme que lo haga, pero no voy a esconderme.
-Podrías acompañarla a la ida y a la vuelta – intervino Fede tratando de llegar a un punto intermedio – además dentro de las oficinas estará a salvo.
-Gracias Fede – le dijo con una triste sonrisa.
Sergio se incorporó. Se pasó la mano por el pelo.
-Está bien. Con la condición de que no saldrás sola a la calle, bajo ningún concepto – dio un profundo suspiro – y me avisarás cuando tengas que salir para que te acompañe.
-De acuerdo – la reacción de Sergio alagó más a Natalia de lo que esperaba. Ella no quería tener a Sergio o a cualquiera tras ella, pero al ver la inquietud que lo gobernaba, no pudo negarse. Le debía cierta tranquilidad.
Durante los treinta días siguientes Natalia estuvo más que vigilada. Sergio había dado órdenes muy precisas a Luis, el jefe de seguridad. También a la recepcionista y a casi todo el personal. Les había mostrado una foto de Roberto, para que le retuviesen si le veían y le avisaran a él de inmediato. Y bajo ningún concepto mandaran llamar a Natalia.
Ella se sentía acosada todo el tiempo, tenía que informar a Elisa de cada movimiento que hacía. No le echaba la culpa a la pobre mujer, puesto que seguía las órdenes de Sergio, pero realmente se estaba volviendo loca. Él la estaba volviendo loca. Tampoco era tan frágil como pensaba. Y si Roberto no había aparecido ya, seguramente ya no lo haría. Sabía que le esperaba la cárcel si se dejaba ver por allí. Tal vez hasta estuviese a cientos de kilómetros de distancia. Sin embargo, no podía enfadarse con Sergio. La sobreprotección a la que la sometía podía volverla loca, pero era encantador. Nunca había tenido un hombre que la protegiese. Y era una delicia tener a Sergio para ella. A su disposición. Lo que debería hacer era aprovecharse, cualquier mujer en su situación exprimiría a Sergio. No, ella no haría eso. Le amaba con todo su corazón. Y él le había demostrado con creces cuánto la amaba a ella también. Así pues, se tendría que aguantar. De todas formas esa noche tenía pensado hablar con él de este tema. A lo mejor le convencía para que aflojase las cuerdas un poco.
En recepción, una hostilidad densa como el aire que se respira en el centro de una gran ciudad, envolvía a dos personas.
-Después del lío que montó hace semanas, Sergio sigue embobado con ella – dijo Irene con desprecio.
-Creo que el jefe quiere enfrentarse a su amante ladrón por ella. Es inconcebible – contesto Pablo, de contabilidad.
-Yo creo que si ese hombre viene deberíamos llamarla a ella, para ver cómo reacciona. Tener a los dos hombres con los que se acuesta bajo el mismo techo.
-Avísame cuando eso suceda – y con una carcajada se marchó imaginando la escena en su mente.
-Cuenta con ello – susurró Irene. Después rió de una manera ligera y maliciosa.
Desde lo ocurrido a Natalia, las demás secretarias se habían puesto de su lado. Les conmovió su historia (aunque no la sabían al completo) y verla toda magullada. Pero Irene estaba segura de que se lo había merecido, por liarse con dos hombres a la vez. Ahora solo Pablo pensaba como ella respecto a Natalia.
Todos estaban al pendiente de lo que hacía y a dónde iba… cuánto la odiaba. Cada día más. Era una manipuladora y había conseguido tener a toda la empresa a sus pies. Aun después de haber robado. Ahora los jefes la trataban mejor que antes. Pero ella la tenía calada. Estaba segura que tarde o temprano, les demostraría a todos qué clase de mujer era la “adorada” Natalia.
Cada día de las últimas semanas Fede había recogido a Marga del trabajo para cenar juntos. Tanto Natalia como Sergio estaban encantados de que se llevaran tan bien. Federico y Marga habían estado solos demasiados años. Además hacían una pareja estupenda.
-Nosotros ya nos retiramos – dijo Sergio tomando a Nati del brazo.
-Buenas noches muchachos – contestó Fede, después miró a Marga – ¿te apetece una copa antes de que te lleve a casa?
-Buenas noches chicos – les dijo Marga, después miró a Fede – sí me apetece mucho esa copa – le contestó con una sonrisa tímida.
Sergio y Natalia subieron al piso de arriba dejando solos a sus padres. Anduvieron por el pasillo hasta la habitación de él, donde había instalado a Natalia pese a todas sus objeciones. Sergio la convenció, dado que en este siglo no hacía falta guardar las apariencias. Pero a ella, que era un poco tradicional, le daba vergüenza.
Una vez dentro de la habitación, Nati se sentó en el borde de la cama. Observó como Sergio abría el armario para sacar una toalla. Se disponía a darse una ducha antes de acostarse.
-Tengo que hablar contigo – empezó Nati antes de que se metiera al cuarto de baño.
-Qué casualidad, yo también había pensado en hablar contigo – fue hasta ella, se sentó a su lado en la cama. Dejó la toalla a un lado y la tomó de la mano – tú primero – le dijo.
-Bien, iré al grano. Estoy cansada de tener a alguien siguiéndome a todas partes. Incluso dentro de la empresa.
-¿Y?
-Pues que ya hace tiempo que no sabemos nada de Roberto, tal vez este a cientos de kilómetros de distancia y… no creo que necesite a nadie más tras de mí.
-Mientras ese hijo de su madre este suelto, tú no estarás sola.
-¡Pero me estoy volviendo loca!
-Pues denúnciale.
-Es que no entiendes…
-Eres tú la que no entiende.
-Y también quiero regresar a mi casa.
-Eso sí que no. Tu lugar está aquí, a mi lado.
-Pero esta no es mi casa y no quiero seguir viviendo de gorra.
-Eso se puede arreglar, de hecho he estado pensando en ello.
-¿Y qué has pensado a parte de seguir volviéndome loca?
-He pensado que deberíamos de casarnos.
Nati se quedó sin habla. Todas las ilusiones y proyectos que hizo cuando no era más que una niña, le pasaron por la mente. Ella había deseado casarse, tener hijos, una familia normal. Roberto destruyó todos esos sueños de infancia hacía tres años, y nunca se había permitido el lujo de volver a desearlo porque creyó que después de aquella experiencia ya nunca más volvería a amar, que ya nunca más podría estar con un hombre en la intimidad. Pero aquí estaba Sergio, ofreciéndole en bandeja todos sus sueños para hacerlos realidad juntos. ¿Se atrevería a alargar la mano y cogerlos? Pero… ¿y si volvía Roberto para estropearlo todo? ¿Y si regresaba para hacerle daño a Sergio? No quería siquiera imaginarlo, ya se había amargado demasiado tiempo pensando en eso.
-Podríamos casarnos en un par de semanas por el juzgado – continuó él – y después, con tiempo organizar una ceremonia por la iglesia –. Como Nati seguía muda, él siguió hablando – así ya no tendrías que sentirte mal por vivir aquí, puesto que serías mi mujer y esta tu casa.
-Yo… yo… - lágrimas de felicidad inundaron sus bellos ojos haciéndolos brillar como cristales atravesados por los rayos del sol – yo… - Nati intentaba hablar pero le era imposible, las palabras se atragantaban en su garganta debido a la emoción tan intensa que estaba sintiendo en ese momento. Así pues, cerró su boca y se lanzó al cuello de Sergio.
-Cariño, ¿esto es un sí?– dijo él.
-¡Sí, sí, sí! – pudo vocalizar al fin.
-Espero no te moleste que mi padre viva con nosotros. Esta casa es muy grande y él está demasiado solo.
-Oh no, claro que no. Tu padre es fantástico y lo quiero mucho.
-Estupendo – Sergio la acomodó en sus brazos, ella se secó las lágrimas en la camisa de él - ¿te parece bien en dos semanas, entonces?
-Todo lo que has pensado me parece bien, sin embargo… - ella se separó y le miró a los ojos – tengo miedo Sergio.
-¿Por si regresa?
Nati no contestó y se limitó a asentir con la cabeza.
-Juntos afrontaremos cualquier problema, ¿de acuerdo?
Nati volvió a asentir con la cabeza y Sergio bajó la suya hasta apoderarse de sus labios. Eran suaves como el melocotón, dulces como el azúcar y tiernos como brotes de soja. Eran un autentico manjar para el hombre más exigente. No era capaz de saciarse de ellos. Así pues, siguió y siguió besándolos.
Antes de que se dieran cuenta, ambos estaban desnudos en la ducha. Y después de iniciar el acto de amor bajo el chorro de agua, se acostaron en la cama y se entrelazaron. Piernas y brazos retorciéndose. La piel de Sergio frotando la de ella y viceversa. Ambos consiguieron prender fuego hasta las sábanas de la cama. Entre gemidos y gruñidos los dos se abandonaron a la pasión hasta culminar en un éxtasis perfecto.
Exhaustos y saciados, se acurrucaron en la cama y cayeron juntos en un profundo sueño de amor.