Capítulo 1
Entró en su casa, con el ceño fruncido y los labios apretados. El aroma de su hogar, a madera abrillantada y a las rosas frescas que la señora de la limpieza siempre colocaba en el vestíbulo, no amainó su enojo. El comentario que había escuchado esa tarde no dejaba de dar vueltas en su cabeza enfadándole cada vez más. Él no podía hacerle esto. No podía permitirlo, ya se estaba haciendo viejo y se sentía cansado. Federico había conducido tan absorto en su problema, que casi se salta dos semáforos en rojo y un stop. No obstante, llegó vivo para cantarle las cuarenta, para leerle la cartilla y para poner los puntos sobres la íes. Y vaya si lo haría, ya estaba harto de que él no se tomara en serio este asunto.
Con largas y decididas zancadas se dirigió al estudio. Abrió la puerta sin tan siquiera llamar y se paró justo frente al escritorio de nogal que había en el centro de la habitación. Cruzó los brazos sobre su pecho y frunciendo el ceño, fulminó con la mirada a su único hijo, que sin levantar la mirada del ordenador le saludó:
-Hola papá.
-Me he enterado en el club, que la semana pasada dejaste a tu novia – lo acusó Federico con una voz profunda y encrespada.
-Papá, Sonia no era mi novia – contestó tranquilamente mientras levantaba la vista del ordenador solo un momento para mirar a su padre. Después volvió la mirada de nuevo a su trabajo. No tenía tiempo para aguantar otra pataleta de su padre.
-¿Cómo que no? Has estado saliendo con ella los últimos dos meses.
-¿Cómo sabes eso, me espías? – preguntó Sergio sorprendido e indignado al descubrir que su padre seguía todos sus movimientos. Sabía que le controlaba, pero no hasta ese punto.
-No, solo amigos que te ven por aquí y por allí. Como saben mi interés porque tengas novia, me lo comentan – disimuló Federico sin mucho éxito.
-Pues te informo papá, que Sonia no era mi novia, solo salíamos a divertirnos y ya está.
-Y por qué me comentaron en el club que has roto con ella.
-Porque ya no saldremos más a divertirnos – y dedicándole una sonrisa a su padre, quiso dar por terminada la conversación. Posó su vista en la pantalla y siguió tecleando.
Federico se quedó frente a él en silencio, pensando. Ya había cumplido los sesenta y cuatro y este año pensaba jubilarse y dejar a Sergio la presidencia de la empresa. Había dedicado toda su vida a levantarla de la nada, y ya estaba cansado de calentarse la cabeza. Había una razón por la que la gente se jubilaba a cierta edad. Ya no estaba para esos trotes. Deseaba una vida tranquila. Era hora de pasar el relevo a su hijo. Sabía que Sergio se encargaría perfectamente de ella. Su mente joven y fresca aportaría nuevos proyectos e ideas. Era justo lo que necesitaba la empresa, una renovación. Y él confiaba plenamente en Sergio. Su querido negocio estaría en buenas manos.
Los últimos años había estado haciendo un trabajo magnifico, que les había permitido expandirse a países que él siquiera había imaginado. Ya se estaba haciendo demasiado viejo. Tan solo deseaba quedarse en casa y jugar con sus nietos, llevarlos al colegio, al parque, hacerles fiestas de cumpleaños… pero había un gran problema que le impedía hacer todo eso. Que todavía no tenía nietos. Y para tener nietos, tendría que casar a su único hijo. Y para que su hijo se casara… ¡tendría que tener novia primero! Con ese grito de desesperación en su mente tuvo una idea. Iba a conseguir que Sergio se hiciese novia costase lo que costara. No estaba dispuesto a morirse sin haber disfrutado primero de unos cuantos pequeñajos.
-Sergio, se me ocurrió algo.
-Oh Dios, ayúdanos – dijo él levantando la vista al techo.
Cuando su padre decía tener una idea, suponía para él un grave compromiso. Como le había ocurrido el año pasado en la inauguración de una galería de arte. Su padre tuvo la fantástica idea de que se enredara con la artista.
Se las ingenió para dejarles encerrados en un pequeño despacho. La artista resultó ser una excéntrica obsesionada con la muerte y tuvo que aguantar dos horas de “mañana mismo nos podría caer un tiesto en la cabeza” o “hay una posibilidad entre doscientas treinta de morir en un accidente de coche”.
A saber con qué disparate saldría su padre esta vez.
-Tú ya sabes que quiero que te cases y me des nietos antes de que me vuelva un abuelo chocho y no pueda jugar con ellos, sabes que quiero disfrutarlos.
-Sí, ya sé, me lo has cantando mil veces. Pero solo me casaré si estoy enamorado y eso todavía no ha sucedido.
Sergio había perdido la cuenta de las chicas con las que había salido. Y de ninguna de ellas se había enamorado. La verdad es que no conocía el amor. No obstante pensaba que cuando le llegara se daría cuenta. Eso era algo que tendría que notarse. Lo había visto en las películas. Sería algo como… estar pensando en ella todo el día. Querer consentirla, hacerla reír… en fin, verla feliz. Pero él todavía no había sentido nada de eso con ninguna de las chicas con las que había salido. Ambos se divertían y lo pasaban bien juntos. Cuando se cansaba el uno del otro, lo dejaban.
-Lo sé, y eso es lo que voy a remediar. Has trabajado mucho y has tenido poco tiempo para salir y conocer chicas. Así que voy a organizar una gran fiesta, les diré a mis amigos que traigan a sus hijas y que sus hijas pueden traer a sus amigas. Y celebraré una fiesta cada mes hasta que caigas rendido en los brazos del amor.
-¿Has perdido el juicio papá? ¿no se verá extraña una fiesta llena de mujeres y sin ningún hombre?
-Invitaré también a parejas casadas para disimular – replicó Federico con aire inocente.
-Creo que es una idea tonta y vas a gastar mucho dinero haciendo fiestas cada mes, pueden pasar años antes de que yo me enamore.
-Si no te ha sucedido todavía es porque no has tenido ocasión de conocer buenas chicas. Te la pasas entre la casa y la empresa.
Su padre no pararía hasta que aceptase, pensó Sergio negando perezosamente con la cabeza. Cuando una idea se le metía en la mente, no había nada que lo disuadiera. Era testarudo como una mula. Y acostumbrado a salirse siempre con la suya.
-Está bien, acepto ir a tu estúpida fiesta, pero solo ésta vez. No pienso perder el tiempo en fiestas de pomposos cada mes.
-De acuerdo – contestó su padre, pero en su interior pensaba “ya lo veremos”.
Federico estaba completamente decidido a encontrarle una esposa a su hijo. Y estaba dispuesto a utilizar cualquier treta con tal de conseguirlo.
Estaba ansioso por escuchar risas infantiles en las enormes habitaciones de su mansión. Una mansión demasiado grande para solamente dos personas. Hacía veinte años que Rebeca, su mujer, había fallecido dejándoles solos a Sergio y a él. Todas las noches, mientras su hijo y el personal del servicio dormían, él se levantaba y vagaba por los oscuros, silenciosos y largos pasillos de su casa. Pensando y meditando.
Federico había soñado con una familia numerosa cuando se casó con Rebeca. Pero las cosas no salieron cómo él las había imaginado. Su mujer tenía problemas para concebir debido a una malformación uterina que le diagnosticaron dos años después de su matrimonio. Visitaron a los mejores médicos del país y fuera de él, pero todos coincidían en que las probabilidades de un embarazo eran casi nulas.
Después de ocho años perdieron las esperanzas de tener un hijo propio. Se habían planteado el tema de la adopción, pero les surgieron varios problemas y decidieron desistir. Una vez resignados a que nunca tendrían niños y que el gran amor que sentían el uno por el otro jamás podrían compartirlo con un trocito de su ser, ocurrió lo que ninguno de los dos esperaba. Un milagro. Nueve meses después, Rebeca dio a luz a un hermoso niño. Federico jamás había sentido tanta felicidad que cuando cogió a su hijo en brazos. Sabía que era un regalo que les había hecho Dios a Rebeca y a él. No podrían tener más. Mientras miraba al niño dormido en sus brazos, prometió darle todo el amor que fuera capaz de sentir y prometió que haría de él un niño feliz y un buen hombre el día de mañana.
Lo había conseguido, Sergio era un joven lleno de valores. Quizá algo mujeriego, pero un buen hombre al fin y al cabo.
Federico dio media vuelta y se fue del despacho que Sergio había instalado en casa. Mientras caminaba a través del salón, sus pensamientos sobre encontrarle novia seguían revoloteando en su mente. No necesitaba una chica cualquiera, necesitaba una de la que se enamorara. Una con la que deseara casarse. Y él iba a encontrar a esa chica.
Entendía la postura de Sergio, conocía bien su naturaleza. Las mujeres del entorno en el que se relacionaba, no le gustaban. Eran demasiado frívolas e interesadas. Y las que no, eran unas cabezas huecas con las que no se podía mantener una conversación decente y solamente preocupadas por su imagen. Así pues, en esta fiesta esperaba encontrar a una mujer distinta, una que fuera especial. Les pediría a sus amigos de confianza que le echaran una mano. Sí, se había propuesto encontrarle una novia a Sergio. Si le gustaban las chicas diferentes, él le encontraría una chica diferente. Tanto si su hijo estaba de acuerdo como si no. Antes de este año, se había propuesto que Sergio estuviese enamorado. Y para el próximo año, boda. Y el próximo ya tendría un hermoso nieto o nieta en sus brazos.
Federico cerró los ojos. Ya podía escuchar la risa de un bebé en su mente. Sus gorjeos y su llanto como no, porque los bebés lloraban. No obstante, sería un placer para él cogerle en brazos y mecerle.
Federico volvió a abrir los ojos al tiempo que soltaba un largo suspiro. Pronto, se prometió a sí mismo, muy pronto.
Después de que su padre cerrara la puerta, Sergio se tocó las sienes con los dedos a la vez que agachaba la cabeza y pensaba en la locura que su padre le había propuesto.
No le gustaba este tipo de fiestas en las que solo asistía gente pija y pomposa. La mayoría eran todos unos falsos.
Cuando tenía tiempo prefería pasarlo en “Buen punto”, era un pub al que le gustaba ir a tomar una copa, charlar con sus amigos y hacerse una partida de billar, dardos, cartas… Amigos era una palabra muy grande, en realidad solo tenía dos. Iván, que era un año mayor que Sergio. Se conocieron en la universidad cuando ambos estudiaban economía. Su familia era dueña de un banco con sucursales repartidas por todo el país. Pronto se hicieron grandes amigos, pues compartían muchas de sus aficiones y sus gustos por la gente. Sergio era muy impulsivo e Iván más negociador, así que cuando uno se metía en líos, el otro lo sacaba, y cuando Iván necesita un puño duro, pues ahí tenía a Sergio.
Su otro amigo, Andrés, era el más joven de los tres, tenía veinticinco años y era dependiente en una tienda de móviles. Lo conoció en “Buen punto”, mientras hacían una partida de dardos en la que Andrés fue el mejor. Sergio le pidió la revancha y cada semana intentó ganarle. Cuatro años después todavía seguía intentándolo. Además, con su sonrisa juguetona era el que más ligaba de los tres. Era algo que Sergio nunca había entendido, siempre había pensado que a las mujeres les gustaban los hombres maduros. Qué equivocado estaba, a la mayoría le gustaban los pícaros maliciosos. Él podría comportarse así, aunque no en la primera cita, necesitaba al menos dos o tres para hacerles pícaros comentarios a las chicas. Al contrario que Andrés, él tenía que trabajárselo más para llevarse una mujer a la cama. No obstante se consideraba un hombre exitoso con las mujeres. Siempre conseguía a la que quería. En ese aspecto no tenía queja. Sin embargo, para una relación a largo plazo… eso era más complicado. Encontrar una chica con la que pasar el resto de su vida, no era cualquier cosa, era toda una hazaña. Su relación más larga había durado cuatro meses.
La mente de Sergio volvió a la idea de su padre. Él no tenía objeciones respecto al matrimonio, pero sí condiciones. Tenía que enamorarse, y eso él lo veía como algo muy lejano. Solo esperaba que su padre no se deprimiera cuando no lograse su objetivo.