Sergio aparcó su Jaguar una calle de donde ella vivía. Bajaron del coche y caminaron juntos los pocos metros que había hasta el postigo. Ella sacó las llaves y abrió. Se volvió hacia él para darle las gracias pero fue imposible articular palabra. Estaba demasiado nerviosa. Hacía años que no tenía ninguna relación con el sexo opuesto. Él tampoco se lo puso fácil.
Sergio tenía la mirada clavada en ella sin apenas parpadear, porque si lo hacía, desperdiciaba esas milésimas de segundo cerrando los ojos, y necesitaba ese tiempo para contemplarla. No se cansaba de mirarla y la veía tan vulnerable desde que recibiera esa llamada. Por primera vez en su vida sintió los deseos de proteger a una chica.
Hacía tanto que Natalia no se sentía así, es más, quizá jamás se había sentido así. No sabía lo que era que un hombre se preocupara por ella. Y le gustaba… oh le gustaba muchísimo. Tal vez si lo invitaba a pasar, tampoco pasaría nada. Sergio se había portado muy bien y lo menos que podía hacer ella era retribuirle. Antes de que su mente pudiera rechazar ese último pensamiento, Natalia ya había abierto la boca.
-¿Te apetece un café… o una cerveza?
Sergio se sintió completamente satisfecho consigo mismo. Al fin y al cabo tampoco había sido tan difícil como predijo su padre. Natalia ya esta conquistada, pensó con arrogancia. Le dedicó una sonrisa ladeada al contestar.
-Es tarde para un café, pero sí me tomaré esa cerveza.
Maldita sea, se dijo Nati. Debería haber mantenido la boca cerrada. Hoy había sido un día demasiado duro. No obstante, si se encerraba sola en casa no haría otra cosa que pensar en el miserable que acababa de salir de prisión. Pasar un rato más con Sergio alargaría ese momento, pensó con optimismo.
Sin darle ninguna contestación, giró y subió las escaleras hasta el tercer piso. Era un edificio antiguo sin ascensor. Aunque hacía un año los vecinos habían reformado la fachada y pintado la escalera, todavía se podía percibir el olor a envejecido y rancio. Ella había sugerido colocar unos ambientadores, pero su propuesta fue rechazada por mayoría absoluta. La mayoría de sus vecinos eran ancianos cascarrabias que se quejaban de que ya habían gastado demasiado con la reforma. Además la consideraban una tiquismiquis.
El contoneo de las caderas de Natalia al subir la escalera delante de él, lo estaba volviendo loco. Prácticamente tenía su trasero a la altura de los ojos. La estrecha falda recta se ajustaba a sus curvas femeninas y perfectas. No sobraba ni faltaba nada, simplemente eran perfectas. Tuvo que alzar la vista al techo, puesto que los pantalones empezaron a apretarle en su parte más sensible.
Llegados al tercer piso. Natalia sacó su llave, la metió en la cerradura y con un giro de muñeca abrió la puerta. Ella entró primero.
-Pasa – le dijo mientras hacía un ademán con la mano – a la izquierda está el salón, entra y ponte cómodo. Voy por tu bebida.
Sergio cruzó el pequeño vestíbulo y entró en el salón. Era rectangular y algo estrecho. Tenía un sofá azulado verdoso a la izquierda. Una mesita de café en el centro. A la derecha un mueble con estanterías llenas de libros y películas en DVD. En el centro estaba la tele. En una esquina tenía un equipo de música. Al otro lado una planta de interior. Un cuadro de un paisaje marítimo decoraba el centro de la pared arriba del sofá. Al fondo dos ventanas cubiertas por un fino visillo estampado en colores suaves, le daban al salón un aspecto acogedor.
En uno de los estantes bajos del armario descubrió un retrato. Era una señora de mediana edad que cogía a una adolescente Natalia por los hombros. Ambas sonreían abiertamente. Supuso que sería su madre.
-Aquí tienes – Nati hizo su entrada y le entregó la cerveza.
-Gracias – contestó cogiendo la botella y dirigiéndose al sofá. Se sentó sin esperar a que ella lo invitase.
Ella se sentó a su lado. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Se dedicaron a alzar el codo y sorber sus respectivas bebidas. Sergio se percató de sus nervios y dejó pasar un rato más antes de hablar, para darle tiempo a que se tranquilizase. Suponía que estaría nerviosa por la mala noticia que había recibido, aunque también podría estarlo por el hecho de estar a su lado. El último pensamiento le gustaba mucho más, pero tenía la corazonada de que el primero era el acertado. Ojalá confiase en él para contárselo. Pero entendía que todavía fuera pronto. De todas formas estar sentado en el salón de su casa ya era una victoria. Poco a poco iría ganando más hasta que confiase en él plenamente.
-¿Estás mejor?
-Sí, gracias.
Sergio volvió a beber un largo trago de su cerveza.
-¿No vas a contármelo? – Sergio insistió en el tema por si había cambiado de idea.
-No quiero hablar de eso – contestó ella sabiendo a qué se refería.
-De acuerdo, no insistiré. Pero más adelante tendrás que contármelo.
-Ya veremos.
Era una parte de su vida que quería enterrar. Además la avergonzaba que alguien lo supiese. Ni tan siquiera los padres de Carol lo sabían todo, se había guardado algunos detalles que solo su madre y su mejor amiga conocían. Si por algún milagro lograba comenzar una nueva vida con alguien, no tenía ganas de hacerlo desenterrando el pasado. Tenía que ponerle una piedra encima, todavía no sabía cómo, pero quizá algún día lo lograra.
Había trascurrido otro largo minuto sin decir nada y el silencio empezaba a hacerse incómodo. Él tenía que romper el hielo de una vez, pensó.
-Bonito piso – dijo él por decir algo.
-Carol me ayudó a decorarlo.
-Ah.
La conversación que estaban llevando era patética, pensó Sergio casi sonriendo. Las palabras no se le estaban dando demasiado bien. Quizá fuese mejor pasar a la acción. Sí, la acción era su fuerte.
Se llevó el vaso a la boca y apuró la cerveza hasta el final. Después lo dejó en la mesita de cristal y clavó su mirada en Natalia al tiempo que se acercó a ella. Instintivamente Natalia se levantó dando un salto.
-No quiero ser grosera, pero deberías marcharte. Es tarde.
Él se levantó e ignorando su comentario se fue acercando a ella lentamente sin decir palabra y sin aparatar sus oscuros ojos de los de ella.
Natalia estaba a la defensiva, era evidente. Sin embargo Sergio no pensaba retroceder. Tenía toda la intención de demostrarle que no iba a rendirse tan fácilmente. Aun sin saber exactamente lo que le había hecho su ex novio en el pasado, él estaba seguro de no decepcionarla. Nunca había decepcionado a una mujer, sin contar a las que aspiraban a casarse con él, porque ésas sí quedaron seriamente desilusionadas.
Solo un beso, ansió Sergio. Se moría por un beso. Por probar esos labios rosados y carnosos que lo habían estado atormentando durante dos largas semanas. Le habían quitado el sueño y la capacidad de concentración. Apenas había trabajado nada en ausencia de Nati.
Ahora estaba tan cerca de ella, tan cerca de su boca, de su piel. Podía sentir el cálido aliento de ella que comenzaba a marearlo. Su cuerpo masculino reaccionó de manera instintiva. Ahora solo le quedaba una alternativa. Tenía que probarla. Caería muerto en ese momento si no lo hacía.
Sergio dio pasos lentos hacia ella. Natalia, a su vez, fue retrocediendo hasta chocar contra la pared. Entonces, Sergio apoyó las manos a ambos lado de su cabeza y se inclinó hasta rozar su boca. Tomó su labio inferior con suavidad, tanteando su sabor.
En ese momento y sin previo aviso, su corazón se desbocó y no pudo pensar en nada más que en la deliciosa fruta que estaba saboreando. Era fresca y dulce. Adictiva. Él siguió besándola lentamente, con sus labios, con su lengua, con sus dientes.
El placer que ella sintió fue indescriptible. Sin ser consciente de lo que hacía, alzó los brazos y rodeándole el cuello le devolvió el beso con desesperación. Hacía tanto que no sentía el aroma masculino mareándola, dejándola sin sentido. Hacía tanto que nadie se apoderaba de su boca y además, nadie lo había hecho jamás lentamente y con tanta dulzura. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto había echado de menos un beso apasionado, unas caricias masculinas. Ella había pensado que nunca las necesitaría pero las ansias que sentía en estos momentos le indicó lo equivocada que había estado todo este tiempo.
En cuanto Sergio notó los brazos a su alrededor acariciándole la nuca y enredándose en su pelo; en cuanto notó la ansiedad en su respuesta ya no pudo seguir siendo suave. Entonces la asedió con ferocidad. Puso sus manos en la cintura de ella y la pegó a su cuerpo. Podía sentir el volumen de sus pechos aplastados contra el suyo. El deseo se apoderó de él como un violento huracán, arroyándolo y haciéndole perder el control por completo. Dios mío, pensó, ¿alguna mujer lo había hecho sentirse así? No, estaba seguro de que no. El deseo animal que Natalia despertaba en su interior era algo nuevo para él.
Llevaba varios minutos pegada a él cuando Natalia notó sus manos recorriéndole el cuerpo. Era como si tuviese decenas de ellas en lugar de dos. Y en ese momento, fue consciente de que la virilidad de Sergio presionando su abdomen. Entonces, descubrió que no tenía escapatoria, nada podía hacer ella para detenerle. Podría dar patadas y puñetazos, arañarle, gritar. Nada le detendría. Estaba perdida.
El pánico atravesó su mente como un potente rayo cuando cae contra la tierra. Su reacción fue instantánea, puso las manos en su pecho y lo empujó para apartarlo de ella aunque sabía que nada podía hacer frente al cuerpo masculino que la agarraba.
Sergio se separó nada más notar cómo las manos de Nati le empujaban. La vio alejarse centímetro a centímetro hasta quedar pegada a la pared nuevamente. Se tapó el rostro con sus manos y sollozó.
-¡No! No por favor. No.
Esas palabras junto con la expresión que Sergio vio en sus ojos antes de cubrírselos con las manos, fueron como una patada en sus partes bajas. Dio varios pasos hacia atrás aumentando la distancia que les separaba. Se detuvo y la observó cómo se escurría por la pared hasta quedar sentada en el suelo con las rodillas pegadas al pecho.
Por un segundo, la furia se apoderó de Sergio. Apretó los puños y los dientes. ¿Cómo era Natalia capaz de pensar que la forzaría a algo? ¿O que le haría cualquier clase de daño físico? Era algo insultante. Pero al instante, cruzó por su mente un alarmante pensamiento. Un pensamiento horrendo que le dio dolor de estómago y le puso la piel de gallina. ¿Acaso era eso lo que le había sucedido a ella en el pasado? ¿Era posible que la hubieran forzado, que la hubieran violado?
-¡Joder! ¡Joder!
Sergio se pasó las manos por el cabello. Miró al techo y después en todas direcciones mientras daba pasos incoherentes hasta que sus ojos volvieron a posarse en Natalia. ¿Qué debía hacer? No tenía la menor idea. Jamás se había sentido tan confundido.
Se acercó lentamente y se colocó de cuclillas frente a ella. Quería consolarla, pero no sabía cómo. No se atrevía a tocarla. Jamás se había visto en una situación semejante. Pero ella lo necesitaba y él debía hacer algo.
Mientras la veía llorar, la furia regresó a él más poderosa que antes. Tenía unas ganas locas de agarrar al hijo de puta que se atrevió a tocarla y darle una paliza hasta que suplicara por su vida. Le rompería los dientes, la nariz, las costillas… lo haría picadillo. No le volverían a dar ganas de tocar a una mujer en toda su asquerosa vida.
Cerró los ojos y trató de calmarse para poder hablar con ella.
-Nati – su voz sonó como un susurro cariñoso.
Ella no contestó, siquiera se destapó la cara para mirarle. Seguía encogida como un animalito asustado y mal herido.
-Nati – repitió – ¿fue eso lo que te pasó?
Esa pregunta la hizo reaccionar. Retiró las manos de sus ojos rojos y humedecidos por las lágrimas caídas y alzando la cabeza le miró. La voz de Sergio había sonado suave y tranquilizadora, sin embargo, en sus ojos ardía una llama de rabia contenida. Fue consciente de que el hombre que tenía en frente no era Roberto sino Sergio. De pronto se dio cuenta de que se estaba comportando como una estúpida porque le había confundido. Seguidamente se sintió avergonzada por haberse desmoronado frente a él. ¿Qué estaría pensando Sergio de ella? Que era una estúpida redomada sin duda. O quizá algo peor.
-Lo siento, discúlpame… yo…
-No tienes qué disculparte – Sergio hizo una pausa y le cogió las manos con las suyas y la ayudó a levantarse – ahora dime si fue eso lo que te pasó.
-¿El qué? – preguntó aun sabiendo a qué se refería.
-¿Alguien te forzó a hacer algo que no querías?
Después del espectáculo que acababa de montar, le iba a ser imposible negarlo o cambiar de tema. Bueno, le diría algo para calmar su curiosidad. Así pronto podrían hablar de otra cosa y Sergio olvidaría el asunto. No hacía falta contarle todos los detalles por supuesto.
-Sí – afirmó casi sin voz.
-¿Cuándo?
-Hace tres años.
-¿Y cogieron a ese hijo de puta? – su voz se endureció desde que ella había confirmado sus sospechas. Trató de que se notara lo menos posible, no quería asustarla más de lo que ya estaba.
-Sí.
Por un lado, Sergio se sintió aliviado al escuchar la respuesta afirmativa. Ese cabronazo estaría pagando lo que le hizo a Natalia. Pero por otro, se sintió frustrado puesto que había deseado cogerle y darle una paliza. Ahora ya no podría hacerlo.
Sergio se alejó de ella y caminó hacia la cocina. Llenó un vaso de agua y regresó rápidamente para ofrecérselo.
-Bebe un poco.
Ella tomó el vaso de agua, dio un pequeño sorbo y se lo devolvió casi intacto.
-Gracias. Ahora necesito estar sola un rato.
-No estás bien, no creo que debas estará sola. ¿Quieres que llame a Carol?
-Ya hablé con ella esta tarde, tenía pocos pacientes. No tardará mucho en llegar.
Sergio se sintió impotente e inútil. No podía ayudarla por mucho que quisiera. Maldita sea. Sabía que había tenido un problema con algún hombre en el pasado, pero jamás se le pasó por la cabeza algo tan grave. Había sido un imbécil arrogante y presuntuoso y se odiaba a sí mismo por haber llevado las cosas de esa manera.
-Bien, nos vemos mañana entonces.
-Vale.
-Te recogeré para comer.
-No es necesario que…
-He dicho que te recogeré para comer – su tono autoritario no daba lugar a réplicas.
-Odio la prepotencia.
-Y yo odio la terquedad.
-Vamos Sergio, no creo que después de esto quieras salir conmigo y no deseo tu lástima.
-No es lástima – Sergio acarició su mejilla todavía húmeda – me ha encantado besarte y solo espero que me conozcas mejor para poder volver a hacerlo. Yo nunca te haría daño ni te presionaría.
-Yo no quise dar a entender que tú…
-Tranquila. Lo que te pasó ha de ser muy difícil de olvidar. Yo entiendo que estés a la defensiva, sin embargo te demostraré que no tienes por qué estarlo conmigo – le dedicó una sonrisa mientras se dirigía a la puerta – hasta mañana.