Capítulo 6
Natalia estaba a punto de entrar en pánico. Sergio la miraba fija e intensamente. Sus ojos de un color negro como una noche sin luna, se volvieron tan profundos y penetrantes que se le clavaban en el pecho como docenas de cuchillos afilados y apenas la dejaban respirar. Y su sonrisa… su sonrisa le hacía temblar las piernas como si fuesen gelatina. ¿Por qué había tenido que sonreír? Ese hombre era peligroso, su cerebro le decía que debería estar a kilómetros de él. Sin embargo su cuerpo no pensaba igual que su mente. Y no tenía ninguna excusa que dar para declinar la invitación. Así que en contra de su voluntad, no tuvo más remedio que aceptar.
Pero no sería simpática con él, decidió ella de forma contundente. Si se mostraba reticente, tal vez Sergio le diera esquinazo. O tal vez no le dieran el trabajo, pensó alarmada después. ¿En qué lio se había metido? Todo era culpa de Carol. ¿Por qué se había dejado convencer para asistir con ella a esa dichosa fiesta?
-De acuerdo – contestó ella al fin – pero no tardemos mucho. No quisiera robarte demasiado tiempo.
Como respuesta, Sergio dejó ver sus relucientes dientes e hizo un gesto con la mano para que saliese delante de él. La iba a conquistar, ya lo tenía decidido.
Sergio la llevó a un restaurante en el Paseo de la Castellana, bastante cerca de donde tenía las oficinas. Se sentaron junto a la ventana. Enseguida una camarera de mediana edad se acercó para tomarles nota. Una vez lo hizo, se marchó.
Sergio no apartaba la mirada de ella. Natalia se la mantuvo. A pesar de que no quería, no pudo apartarla. Por un momento le pareció que los ojos de él se hacían más negros a cada segundo que pasaba. Ahora no sonreía. Estaba serio. Pensativo. Hasta podría decirse que se le veía algo enfadado. ¿Sería porque llegó tarde a la cita? Se preguntó Natalia. Sin embargo hacía unos minutos no parecía nada molesto con ella. ¿Qué le había pasado para que cambiara su semblante? ¿Sería su reticencia a aceptar la invitación? Un hombre rico y atractivo como él no estaría acostumbrado a que las chicas le dijesen que no. Aunque no tendría por qué afectarle, porque ella sabía que un hombre como Sergio podría tener a cualquier mujer que se le antojara.
Sergio se había percatado de que Natalia había estado seria y distante desde el momento en que entró a la oficina y le encontró allí. Claramente había esperado a su padre.
Eso lo hizo pensar nuevamente en el hombre que la había marcado. No quería pensar en ese desgraciado que había estado con ella tres años atrás, porque no sabía hasta cuándo podría disimular la furia que le hacía sentir. No quería ahuyentarla con un ceño permanente. Lo mejor era dirigir los pensamientos a otros temas más complacientes, como por ejemplo la entrevista. Natalia se estaría preguntando por qué no se la hacía.
-Bien, empecemos con la entrevista – comenzó él mostrándole una pequeña sonrisa – tienes el Modulo de Administrativo, ¿no es así?
-Sí.
-¿Puedes decirme los trabajos que has realizado hasta el día de hoy?
-Trabajé de reponedora en un supermercado un par de años y luego estuve en otro, tres años más. Ahora mismo estoy de cajera.
-Nunca has trabajado de secretaria.
-No – sintiéndose avergonzada intentó excusarse por esta ridícula entrevista. A su edad nadie la contrataría como aprendiz – ya le dije a tu padre que no tenía experiencia.
-Bueno, no importa – le dijo despreocupadamente – sin embargo tendrás que aprender con rapidez.
-Por supuesto, haré horas extra si es necesario.
-¿Sabes algún idioma?
Ella movió a los lados la cabeza.
-No, un poco de inglés, pero no lo domino.
-Tampoco te preocupes ya tenemos intérprete – Sergio tampoco le dio importancia a esa negación.
De pronto ella empezó a reír. Se tapó la boca con la mano para evitar soltar una carcajada demasiado sonora.
Era un ataque de risa, no podía parar. Sergio pensaría que estaba loca. En realidad ni ella misma sabía con exactitud por qué se estaba riendo. Quizá solo fueran los nervios que la estaban comiendo viva. O simplemente se reía de ella misma. Era patética para un puesto de secretaria.
A pesar del desconcierto que sintió Sergio, decidió que estaba preciosa. Sus ojos brillaban por la excitación de su risa incontrolada. No tenía ni idea de, el por qué de su ataque, no obstante se descubrió a sí mismo riendo con ella. Pasaron un buen rato así hasta que Natalia logró calmarse y Sergio, todavía con la sonrisa bailando en su rostro, le preguntó:
-¿Por qué nos estamos riendo?
-De lo estúpida que es esta entrevista – dijo con toda honestidad.
La verdad era que él también pensaba que era estúpida, puesto que le iba a dar el trabajo de todos modos. Su padre había decidido darle una oportunidad tanto laboralmente como para candidata a nuera. Solo que ella no lo sabía todavía y por ese motivo tenía que disimular.
-Estúpida, ¿por qué? – preguntó él queriendo conocer los motivos por los que ella pensaba así, ya que no conocía los suyos para pensar lo mismo.
-La entrevista está siendo un desastre. Soy demasiado mayor para ser aprendiz y ni siquiera se hablar inglés con fluidez. Ambos sabemos que no sirvo para este trabajo. No sé que se le pasó por la cabeza a tu padre cuando me lo ofreció.
Ella no, pero él sí, pensó Sergio.
-Supongo que si has dicho esto en cada entrevista de trabajo que te hicieron, entiendo el por qué nunca lo has conseguido.
-Soy realista, hace años deberían habérmelo dado, pero ahora entiendo que no lo hagan.
Sergio la vio bastante angustiada. Ahora ya no reía y su rostro estaba cubierto por una sábana de tristeza. Él se apiadó de ella. No la iba hacer sufrir más. Él solo deseaba confortarla, alegrarla, darle ilusión y esperanza.
Así pues, decidió contarle parte de la verdad.
-Está bien, voy a ser sincero contigo.
Ella se incorporó todo lo que pudo sobre la silla para prestarle la mayor atención.
-¿Y bien?
-Tenías razón cuando dijiste que esta entrevista era una estupidez.
Bueno eso ella ya lo sabía, sin embargo había tenido la esperanza de que sí le dieran el empleo. Una tonta esperanza. Tal vez si la entrevista se la hubiera hecho Federico…
-No te preocupes, estoy acostumbrada a…
-Te iba a dar el trabajo de todas formas – la cortó él.
-¿Qué? – no podía creer lo que acababa de oír. Seguramente había escuchado mal.
-Te lo explicaré de forma que lo entiendas. Le caíste muy bien a mi padre y él quería darte esta oportunidad de trabajo. Yo no soy quien para contradecirlo.
-¿De verdad?
-Sí. No obstante dependerá de ti que lo conserves – también dependía de si se enredaría con él o no, porque si lo hacía no tendría que seguir trabajando de secretaria. Por supuesto eso no se lo iba a decir.
-Sí, claro. Voy a dar todo de mí, de eso puedes estar seguro y se lo puedes decir a tu padre. Haré todo lo posible para que no se arrepienta de haberme contratado.
A Natalia se le había transformado la cara, ahora rebosaba entusiasmo. No sabía el por qué, pero Sergio se sintió feliz. Le gustaba verla alegre y contenta. En estos momentos le pareció una niña con un juguete nuevo. Sí, iba a ser excitante tenerla por la oficina todos los días. No estaba preocupado por si era competente o no, el trabajo que le iban a dar no era demasiado difícil y a Natalia se la veía madura, sensata y responsable.
-Me alegra oír eso. Tu trabajo empezará siendo algo sencillo. Ayudarás a Elisa, la secretaria de mi padre, en sus asuntos personales. En cuanto empieces, ella te pondrá al día y te dirá qué hacer.
-¿Cuándo tengo que empezar?
-¿Cuándo puedes?
-Bueno, supongo que le debo dos semanas al supermercado antes de dejarlo.
-Perfecto, dos semanas a partir de hoy. Estate a las nueve en la oficina. Tendré el contrato preparado así que tráete la documentación.
-De acuerdo. Gracias, no tengo palabras para agradecerte…
-Pues ahórratelas. Además ha sido decisión de mi padre.
Esas dos semanas fueron las más largas de su vida. Sergio apenas podía esperar verla de nuevo. Se sentía impaciente, intranquilo. Tenía miedo de que ella se lo hubiese pensado mejor y no aceptase el trabajo. ¿Había dicho “miedo”? ¿Le había pasado realmente esa palabra por la mente? Se preguntó. Cómo era posible que sintiera miedo de no volver a ver a una chica. Si Natalia no aceptaba, habría cientos de chicas que sí lo harían. ¿Dijo cientos? ¡Miles de mujeres! Las había a montones, a él nunca le habían faltado.
Sergio sacudió su cabeza para despejar los pensamientos que le impedían centrarse en algo más que no fuera esa chica. Eran las ocho y cuarto de la mañana y se disponía a salir de camino a la oficina. Hoy llegaría más temprano que de costumbre. La razón era que casi no había podido dormir pensando en Natalia. Hoy la vería. Por fin. Era una estupidez sentirse así y lo sabía. No había hecho más que decirse a sí mismo que existían más mujeres si ella no lo aceptaba. Pero la verdad era que solo deseaba ver a Natalia. Deseaba volver a hacerla reír. Deseaba cuidarla. Hacerle entender que junto a él nada malo le iba a pasar. Quería que pensara que los hombres, no siempre hacían daño a las mujeres. Él siempre había pensado que era al revés. Conocía unas cuantas víboras que le habrían hecho mucho daño si él se lo hubiese permitido. Sin embargo, a Natalia no le había ido bien en su relación por culpa de un hombre. Así que era él el encargado de que ella volviese a creer en su género.
Con esos pensamientos positivos en mente, Sergio salió de su casa. El cielo, de un azul grisáceo, esperaba iluminarse pronto con la alegre llegada del sol. Ni una sola nube empañaría el brillante día que se esperaba para hoy. El aire era fresco, pero suave al roce con su piel. A pesar de que el tráfico era terrible a esta hora, hoy estaba animado para lidiar con él. Iba a ser un día magnífico y no estaba dispuesto a que nada se lo estropeara. Se sentía lleno de energía, como un quinceañero en su primera cita. Le parecía ridículo pero… ¿qué importaba eso ahora? Iba a ver a Natalia después de dos semanas, era todo lo que tenía en mente y era lo único que le animaba.
Horas más tarde Sergio pensó que la mañana no podía haber ido peor. Al entrar en la oficina había descubierto que su padre había llegado aún más temprano. ¿Cómo era posible si vivían en la misma casa? Todavía no entendía cómo lo había hecho. Por supuesto había aprovechado la ventaja de llegar el primero para hacerse cargo de Natalia. Y encima la mantenía tan ocupada que ya era casi mediodía y todavía no la había visto.
Había pensado en mandarla llamar, pero ¿con qué pretexto? Al menos estaba en el mismo edificio que él, se consoló Sergio. Había aceptado el trabajo y la tenía allí a una planta de distancia.
Charo, su secretaria, le había informado de los pasos que Natalia estaba siguiendo. La había enviado a la oficina de su padre al menos cinco veces a lo largo de la mañana para que le informara. Mientras tanto, él no hizo otra cosa que encerrarse en su despacho y ocupar su mente con el trabajo. Sin embargo le era imposible poder concentrase en algo que no fuera Natalia. Ansiaba tanto verla. Seguro que con una corta miradita a sus ojos azul mar ya podría volver a centrarse. Solo eso, mirarla una sola vez. Cerciorarse por sí mismo de que estaba allí. ¿A caso se estaba volviendo loco? Sus razonamientos no le parecían nada razonables. Lo único que sí sabía era que, si no la veía pronto, le pondrían una camisa de fuerzas y lo encerrarían en una habitación acolchada. Su salud mental iba a verse afectada sin duda.
El teléfono sonó.
-Dime Charo… está bien, que pase.
Iván entró y se dirigió directo al escritorio. Se sentó sin esperar a que su amigo se lo ofreciera. Hacía años que Sergio trabajaba con la entidad bancaria de Iván. Además de tener una relación de amistad, también la tenían de negocios.
-¿Cómo estás? Te traje los papeles de las nuevas cuentas para que las revises y las firmes.
-Déjalos ahí – Sergio le señaló despreocupado una esquina de su mesa donde tenía apilados montones de papeles.
-Sergio, tengo que llevármelos ahora sino las cuentas no podrán estar dadas de alta esta semana.
-De acuerdo, dámelos – Sergio hizo ademán de arrebatárselos, pero Iván los apartó rápidamente de sus manos.
-No tan rápido, quería explicarte las diferencias que tienes entre una y las otras. Por eso vine personalmente. Mira – le señaló con el dedo los puntos A y B de la primera hoja – ¿ves los intereses que te damos aquí? En ésta están divididos en…
Iván se interrumpió al descubrir a su amigo mirando por la ventana.
-Sergio, no me estás prestando la menor atención. ¿Qué coño te pasa?
-Lo siento, estaba distraído.
-Eso es evidente. Bien, dime ¿ya viste a tu bomboncito? – Iván adivinó la razón de su ensimismamiento y eso no le hizo ninguna gracia a Sergio.
-No, no la he visto. Mi padre la mantiene muy ocupada – su tono irritante hizo reír a Iván.
El mal humor que había poseído a su amigo era demasiado evidente, pensó Iván. Durante las dos semanas anteriores, Sergio había estado hablando sin parar de Nati. De lo que hablaron durante la entrevista, de lo que Fede le había contado, incluso de sus propias conclusiones respecto a una antigua relación que tuvo ella. Ya tenía sus sospechas, pero después de verle hoy, estaba claro que esa mujer no solo le gustaba un poco. Le gustaba muchísimo.
-Así que es eso – dijo finalmente Iván.
-¿Es qué?
-Que como no has podido ver a esa chica no tienes la mente en la Tierra.
-¡No digas gilipolleces! Nati no tiene nada que ver.
-Llevas dos semanas hablándome de ella sin parar.
-¿Y eso qué?
-Nada, no he dicho nada – Sergio no estaba por aceptar lo evidente, así que decidió dejarle que se diera cuenta él solito –. Y ahora si me prestas atención, tengo que explicarte los intereses de las nuevas cuentas y tienes que firmarlas.
Esta vez, Sergio dio un rápido tirón a los papeles que Iván tenía en las manos y pillándole por sorpresa, esta vez sí se los arrebató. Después fijó su vista en ellos y se esforzó por concentrarse en lo que su amigo le decía.