Capítulo 17
Tras merodear un rato por la fiesta, encontró a Carol junto a la mesa de los aperitivos. Estaba enfrascada en una plática muy animada con Iván. Entre palabra y palabra, se metía un langostino a la boca.
-Lamento interrumpiros.
- No interrumpes nada – contestó Iván – hablábamos de fútbol.
- La fiesta te ha quedado genial – Carol estaba feliz por su amiga. Por fin le sonreía la suerte.
-Gracias, pero no lo he hecho yo sola, Elisa me ha ayudado mucho. Por cierto – añadió rápidamente antes de que la interrumpiese – necesito hablar contigo.
-Claro – respondió su amiga – discúlpame Iván.
Se alejaron lentamente del bullicio hasta una esquina tranquila.
-¿Qué ocurre?
-Sergio quiere que pase la noche entera con él.
-¡Eso es fantástico!
-Me preocupa un poco. ¿Y si me entra la paranoia?
-No tiene por qué. Recuerda siempre que es Sergio, el dulce y sensible Sergio.
-Sí, pero… ¿y si en mitad de la noche, me despierto y…?
-¿Te has acostado ya con él?
Natalia no contestó, solo asintió con la cabeza.
-¡Vaya! ¿Por qué no me lo habías contado?
-Bueno, fue ayer, tampoco es que te lo haya ocultado mucho tiempo.
-¿Y cómo fue?
-¡Carol!
-Solo tengo curiosidad, en el pasado te ha ido muy mal. Solo quiero saber si Sergio ha cubierto tus carencias.
Natalia soltó una risita tímida.
-Fue estupendo. Maravilloso.
-Bien, pues ya sabes qué te recomiendo esta noche.
-¿Y mi madre?
-No te preocupes por ella. Se lo está pasando realmente bien con Federico. Hace un rato les vi entrar en la casa y me pareció oír que se la iba a enseñar o algo así.
Natalia estaba indecisa y Carol quería quitarle las dudas de la cabeza, no había hombre mejor que Sergio para su amiga. Le conocía desde hacía años y era la primera vez que le veía colgado de una chica.
-Quédate tonta. Date el gusto y dáselo a él también.
-Está bien, pero si ocurre una desgracia, será culpa tuya.
Carol sabía que su amiga tendía a dramatizar. ¿Quién la culparía después del pasado que tuvo que soportar? La entristecía muchísimo pensar en eso. Todavía podía verla tendida en una cama de hospital. Anestesiada después de que le la sometieran a una operación de urgencia. Aquel día lloró y lloró por ella. Nati era lo más parecido a una hermana que tenía y la quería con locura. Deseaba tanto que encontrara un buen chico que cuidara de ella. Estaba segura de que Sergio era ese chico, estaba coladito por ella. Se veía a leguas. Y también sabía que el consejo que le había dado a su amiga era acertado. Ya era hora de que se acostara con un hombre y lo disfrutara.
Los invitados comenzaban a marcharse y tanto Sergio como Natalia les despedían como anfitriones. Tanto el “Tío baboso” como “la recepcionista estúpida” le dedicaron una falsa sonrisa.
Natalia estaba agotada cuando su madre acompañada de Fede se acercó a ella.
-Natalia, estoy bastante cansada. Si tienes que quedarte puedo pedir un taxi.
Natalia le echó una mirada cómplice a Sergio y éste sonrió satisfecho al descubrir que ella había decidido quedarse. No veía la hora en que se largaran todos y se quedase a solas con Nati.
-Sí, tengo que quedarme un rato más.
-¿Puedo usar tu teléfono? – le preguntó Marga a Federico.
-No – dijo de forma tajante.
-¿No? – después de tanta atención no se esperaba que le negara usar el teléfono.
-No… permitiré que cojas un taxi. Yo mismo te llevaré.
-Oh, por favor no te molestes.
-No es molestia. Así me despejaré un poco de la música tan alta y el bullicio de la gente.
Marga recogió su chaquetilla y se marchó con Federico. Poco después Carol también se marchó acompañada de Iván y Andrés.
Bien, Natalia no tenía de qué preocuparse, las personas más importantes de su vida, se marchaban muy bien acompañadas y ella podría relajarse en brazos de Sergio. Haría el amor con él como si fuese la última vez. En realidad puede que fuese la última vez. Así pues, haría que fuera inolvidable.
-Te veo muy seria. ¿En qué piensas? – preguntó Sergio.
-Solo estoy cansada y… bueno, pensaba en que podríamos hacer que esta noche fuera inolvidable.
Sergio rió con satisfacción. Por supuesto que sería una noche memorable. Él se encargaría de ello.
-Tendremos muchas noches inolvidables.
-Eso nunca se sabe.
Ese comentario le quito la sonrisa de la boca.
-Cuando uno empieza una relación, no piensa en cuándo se va a acabar. Disfruta de ella y punto – eso no era del todo cierto, puesto que él había iniciado muchas relaciones sabiendo que no durarían más de un mes. Sin embargo, la que estaba iniciando con Nati era distinta. Iba a ser una relación seria y duradera. Estaba seguro de ello.
Ella se colocó enfrente de él y apoyó las manos en su pecho. Tocó los botones de su camisa distraídamente sin llegar a desabrocharlos.
-Quiero que me prometas algo – la voz de Nati sonaba apagada y triste.
-Qué – la voz de Sergio sonó más seca de lo que pretendía, pero es que ella le estaba preocupando con su actitud.
Si pensaba romper con él dentro de poco… no, ella no podía hacerle eso. No se lo iba a permitir. A estas alturas no estaba seguro de si sería capaz de vivir sin ella.
-Si alguna vez alguien te contase algo de mí o que he hecho algo malo… quiero que confíes en mí. Confía en mí. Confía en mí, por favor – repitió ella a punto de quebrársele la voz.
-Cariño, por supuesto que confío en ti – él le levantó la cara que tenía fija en su pecho, para mirarla a los ojos – si alguien me cuanta algo malo sobre ti, no le creeré. Hoy me he dado cuenta de que algunos empleados te miraban con envidia, pero no tienes que preocuparte por eso.
Al escuchar las palabras de Sergio, ella no pudo retener las lágrimas que corrieron por sus mejillas. Ojalá pudiera creerle. Ojalá no tuviese que poner su a prueba esa confianza. Sergio la quería, estaba segura de que la quería. Y si Roberto lo estropeaba todo, lo enfrentaría. Ya no tendría nada que perder. Y si perdía la vida… no le importaba si Sergio no iba a compartirla con ella.
A Sergio le conmovieron las lágrimas de Nati. Había pasado por algo terrible hacía unos años. Y esas cosas dejaban huella, recuerdos imposibles de olvidar. Él era consciente de ello y de que tendrían que superarlo juntos. Iba a demostrarle que la cuidaría y que ella nunca más tendría que pasar miedo.
-Mi amor, no llores – él le limpió las gotas saladas que manaban del mar de sus ojos, con las yemas de los dedos. Bajó la cabeza y besó sus mejillas, sus párpados, su nariz… fue depositando pequeños y dulces besos por todo su rostro – ¿te cuento un secreto?
Nati comenzó a hipar.
-Le caíste tan bien a mi padre cuando te conoció, que le gustaste para mí, para que seas la definitiva – le aparató el pelo de la cara y se lo puso detrás de las orejas – y yo pienso lo mismo. Bueno, no desde el principio como mi padre, pero sí poco después.
-¿Quieres decir que Federico solo me contrató para que me liara contigo?
-¡No! – contestó rápidamente. ¿Tan mal había sonado? Él solo había querido calmarla, darle confianza y que estuviese segura de que siempre iba a estar a su lado.
-¿Entonces?
-Tú buscabas un trabajo mejor y dado que le gustaste tanto a mi padre, quiso darte una oportunidad – él quería ser sincero con ella sin que se enfadase – y de paso tú y yo… nos podríamos ir conociendo. Eso era todo lo que mi padre quería.
-Así que tu padre ha hecho de casamentero.
-Sí, así es. Lleva años metiéndose en mi vida. No obstante, en esta ocasión se lo agradezco.
-En ese caso, yo también se lo agradezco por el trabajo y por ti –. Nati apoyó su cara en el pecho de él – nunca creí que podría volver a amar a un hombre. No después de lo que me pasó. Y ahora… me parece que vivo en un sueño. Y tengo miedo, Sergio. Miedo de despertar y de que todo esto se haya acabado.
-Te quiero, Nati. Y lo nuestro no se va a acabar.
-¿Me quieres?
-¿Acaso no lo habías notado? Porque todos a nuestro alrededor sí.
-Tenía la esperanza. Siento que he estado toda mi vida esperando ser amada por ti – ella levantó los brazos y los colocó alrededor su cuello – yo también te quiero Sergio.
-Lo sospechaba, no obstante me encanta oírtelo decir.
Sergio tomó posesión de su boca. Bebió su jugo tan dulce como el fruto de las abejas mientras sus manos recorrían su cuerpo. La levantó por la cintura, ella enroscó sus piernas alrededor de él. Sergio puso las manos en el trasero de ella y dándose la vuelta entró en la casa. Cruzó el salón y subió las escaleras hasta su habitación. Una vez allí la tumbó sobre la cama y comenzó a quitarse la ropa. Ella a su vez también lo hizo, dejándose puestas únicamente unas braguitas negras de encaje.
Sergio se arrodilló encima del colchón, puso sus manos en la cintura de ella y fue deslizándola lentamente hasta sus caderas. Una vez allí comenzó a bajarle las braguitas muy despacio disfrutando el roce de su piel. Excitándose con cada centímetro suave de sus piernas.
Después la cubrió con su cuerpo y la besó lenta pero profundamente. Cada beso era un exquisito manjar capaz de deleitar los paladares más exigentes. Mientras seguía degustado su boca, metió la mano entre sus cuerpos y la acarició íntimamente.
Ella se retorció bajo él. Se arqueó. Levantó las caderas y Sergio la penetró en una embestida profunda. Se fue moviendo dentro de ella con suavidad. No quería asustarla, pero al contrario que la primera vez, Nati estaba receptiva, completamente receptiva. No dejaba de moverse, de tocarle por todas partes, de apretarlo contra ella. Su boca dulce y sensual emitía gemidos y jadeos que lo volvían loco.
-¿Quieres ponerte encima?
-No, estoy bien así.
Sergio incrementó el ritmo de sus movimientos al tiempo que la besaba con tal pasión que no creyó que fuera posible. Después bajó su boca por el cuello hasta el valle rosado de sus pechos. Tomó uno con la boca y la atormentó mordisqueando su pezón. Después se pasó al otro. Nati posó sus manos sobre la espalda de él y lo presionó contra ella. Quería fundirse, formar parte de él. Ambos aceleraron sus movimientos tanto que no pudo contener por más tiempo el dulce placer del orgasmo. Y gritando de puro extásis, los dos alcanzaron la culminación. Aquel clímax les trajo mucho más que placer, les trajo alivio, paz y satisfacción.