Capítulo 14
Desde una ventana de la primera planta, un anciano de sesenta años sonreía. Su plan había funcionado a la perfección. Paseó sus ojos por todo el jardín. Sintiéndose satisfecho consigo mismo. Ya podía ver a los niños correteando por la hierba. Compraría un columpio y lo pondría junto al magnolio. Un poco más a la derecha iría bien un tobogán y enfrente un balancín. Sí, era el sitio ideal para construir un parque. Tendría que vallar la piscina para la seguridad de sus nietos. Tal vez haría una más pequeña, a los niños les encantaba el agua. Quizá… también pondría un tobogán en la piscina. Dado que él ya estaría jubilado para ese entonces, se pasaría horas disfrutando con ellos. Podría enseñarles a nadar, a jugar al fútbol, tenis….
Preferiría que primero viniese una niña. Adoraba a las niñas y nunca había tenido una. Claro que si primero llegaba el niño estaría igualmente feliz. Él quería que como mínimo le dieran tres nietos sin importar realmente el sexo. Y si le daban cuatro sería fabuloso. Estaba ansioso por disfrutar de esa familia numerosa que tanto había anhelado desde su juventud.
Tenía que convencer a Sergio de que no tardara mucho en pedirle matrimonio. Mañana por fin conocería a la madre de Natalia, la única familia que tenía. Y estaba dispuesto a acogerla como un miembro más de la familia y pensaba demostrarle lo buen suegro que sería. No se arriesgaría a que esa mujer, que no conocía, le pusiese trabas a su hija.
Sergio llevó a Natalia hasta su habitación. La dejó en el suelo, plantada sobre sus pies y cerró la puerta. Después, con pasos lentos y perezosos se dirigió hacia ella que esperaba un tanto avergonzada cerca de la cama.
-Estás preciosa.
-Tu también estás muy guapo – el tono tímido que ella empleó le encantó a Sergio.
Él la tomó por la cintura y volvió a apoderarse de sus labios, después pasó a lamerle el lóbulo de la oreja y bajó por la curva de su cuello. Le bajó el tirante de la camiseta de sport que llevaba y sus besos prosiguieron hasta llegar a su hombro. La otra mano de Sergio fue por debajo de su camiseta hasta encontrar uno de sus pechos. Lo acarició por encima del sujetador.
Nati había dejado de pensar hacía rato. Las caricias de Sergio se lo habían impedido. Se sentía mareada, obnubilada. Deseosa de que sus manos la tocasen más, de que sus labios la besasen más.
No sabía cómo, pero de pronto se dio cuenta de que ya no llevaba camiseta y él estaba pasando su boca por entre medio de sus pechos. Ella le acarició el pelo y echó la cabeza hacia atrás disfrutando de sus besos.
Sergio también había dejado de pensar. La pasión que Nati le estaba demostrando superado todas sus expectativas. Y su piel… su piel era tan clara y tan suave, que no se podía comparar ni con la seda de la más alta calidad. Y sus jadeos eran música celestial para sus oídos. Necesitaba más, mucho más de ella.
Entonces, Sergio (sin ser apenas consciente de lo que hacía) metió sus manos bajo la minifalda de tenista que llevaba Natalia y por primera vez tocó la zona más íntima que ella guardaba entre sus piernas.
En ese momento, el velo que cubría los ojos de Nati se rasgó. Dio un respingo y se separó de él bruscamente.
-Lo siento yo… – comenzó a decir ella.
-No, no. Perdóname a mí Nati – Sergio suspiró y se pasó la mano por el pelo – yo había planeado ir más despacio contigo. Primero los besos, mas adelante las caricias hasta que estuvieras preparada para algo más íntimo. Sin embargo cuando estoy contigo, creo que pierdo la cabeza. No pienso con claridad y eso es algo que me desconcierta porque… bueno porque nunca me había pasado.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo articular palabra.
-No sé qué me ha pasado. Verte aquí en mi casa… no me lo esperaba… y había estado pensando en ti durante todo el viaje – Sergio trató de excusar su falta de control. No quería que Natalia huyese de él.
-No hace falta que digas nada más – dijo ella a media voz.
-Me vuelves loco Nati. Te deseo como jamás he deseado a nadie en mi vida. Quiero que cuando estemos juntos, sea perfecto para ti.
Ella se abrazó a él y rompió a llorar en su pecho.
-Te quiero Sergio. Te quiero, hazme el amor – dijo entre sollozos.
Mientras las lágrimas de Nati desgarraban su corazón, las palabras que pronunció le dieron la fuerza necesaria para consolarla.
-No hace falta hacerlo ahora, cariño. Puedo esperar.
-Hazme el amor ahora, Sergio. No quiero volver a sentirme sola. No quiero volver a sentir miedo.
-Oh, cariño. Jamás volverás a estar sola, estaré contigo siempre. Y no debes de tener miedo porque yo también te cuidaré.
Y con esa promesa, Nati se separó de él y se quitó el sujetador y la minifalda. Se quedó únicamente con las braguitas de algodón blanco. Sergio pasó su mirada por su cuerpo, deleitándose en cada centímetro de piel que ella le ofrecía. Sus pechos, sus caderas, sus piernas. Dios mío, iba a perder la cabeza otra vez.
Sin poder evitarlo, se acercó a Natalia. Acarició sus pechos, rozó sus sonrosados pezones irguiéndose al instante. Después bajó las manos por sus caderas arrastrando las braguitas con ellas y dejándola completamente expuesta a él. Sergio la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Se quitó su ropa y se acomodó a su lado. La abrazó y bebió la dulce miel que emanaba de su boca. Las manos de él comenzaron a recorrer todo el cuerpo de Natalia hasta acomodarse entre sus piernas.
-¡Espera! – gritó ella.
-Tranquila mi amor, solo voy a darte placer. Relájate y disfrútalo.
Ella respiró hondo tratando de calmarse y le dejó hacer. Sergio la acarició lentamente recreándose en un punto que por lo que vio, la estaba volviendo loca. Sus dedos eran mágicos y ella pensó que moriría de placer allí mismo. Levantó sus caderas y se retorció entorno a su mano. Y él siguió torturándola una y otra vez.
El control de Sergio llegó hasta el borde del precipicio. Necesitaba llenarla con desesperación. Poseerla antes de que perdiera la cordura.
Fue entonces cuando Sergio se montó encima de ella. Natalia sintió la fuerza de su peso oprimiéndola contra el colchón, impidiendo que se pudiese mover. Que pudiese echar a correr si así lo deseaba. Sin quererlo, el pánico se apoderó de ella nuevamente y los recuerdos de Roberto volvieron a su mente.
-¡No, no, espera! – ella trató de empujarlo.
-Todavía estás a tiempo si deseas que lo dejemos para otro día – si Natalia decidía esperar en este momento, él caería literalmente muerto. ¿Se podía morir de pasión insatisfecha? Por supuesto que sí, pensó. ¿Pero qué otra cosa podía decirle?
-No, es solo que… me cuesta respirar.
-Está bien – Sergio respiró aliviado –. Hagámoslo de otra manera.
Sergio se levantó y se puso de espaldas en la cama. Tomó las manos de Natalia y de un tirón la acopló encima de él.
-Tú mandas, Nati. Haz lo que quieras conmigo.
A ella le encantó eso de tener a Sergio debajo ella y hacer lo que quisiese con él. La excitó mucho más de lo que podía imaginar. Sí, le iba a gustar eso de mandar. Por primera vez en su vida se sintió liberada sexualmente. Roberto nunca se había preocupado de ella, solo había pensado en su propio placer. De espaldas o boca abajo, él siempre había tenido que estar encima sin preguntarle qué prefería o si le gustaba lo que le hacía. Ella sacudió levemente su cabeza para arrancar a Roberto de sus pensamientos. A partir de hoy nunca más iba a volver a pensar en él. Y mucho menos en momentos como este.
Natalia se sentó sobre el abdomen de Sergio, se inclinó y rozó con sus labios los de él. Después deslizó su boca por su garganta hasta llegar a su pecho dejando tras de sí una hilera de pequeños y tiernos besos. De pronto levantó su cadera y se dejó penetrar. Oh Dios mío, se sentía tan poderosa teniéndole debajo, a su merced. La pasión hizo presa de ella y se movió de forma rápida, sensual y excitante.
-Para cariño – jadeó él colocando las manos en sus caderas – o te dejaré a medias.
Ella sonrió de una forma diabólica y aminoró el ritmo. Ahora era lento y suave, pero igualmente excitante y Sergio se mordió los labios para aguantar esa dulce agonía a la que ella le estaba sometiendo.
Nati se inclinó nuevamente y le mordió el cuello. Como ella también estaba muy cerca, hizo caso omiso de todas las protestas de él. Incrementando el ritmo se movió arriba y abajo hasta que vio llegar el nirvana. Se quedó tensa encima de Sergio durante unos maravillosos segundos y después se desplomó sobre él.
Él la estuvo mirando a los ojos todo el tiempo. Pudo ver el momento justo en que ella alcanzaba el orgasmo, entonces dejó de resistirse y la acompañó por el cauce vertiginoso del placer.
Minutos después, Sergio apartó el pelo de la cara de Nati y le acarició la mejilla.
-¿Te ha gustado?
-Gracias, jamás había experimentado algo semejante.
Sergio rio con tristeza. Se alegraba del placer que él le había proporcionado. Sin embargo, era triste pensar en el dolor que sintió en el pasado. Toda mujer se merecía gozar con la experiencia sexual. Y que un hombre aprovechara su fuerza para someter a una mujer, no tenía perdón.
-¿Tienes hambre? – preguntó él.
-Un poco.
-¿Te quedas a cenar?
-¡Oh Dios mío tu padre! Qué vergüenza, a estas alturas ya sabrá que me he acostado contigo – Nati se tapó la cara con las manos.
Por lo que él conocía a su padre, estaba seguro de que a estas alturas estaría brindando con champán. Si Natalia supiera…
-Mi padre está enamorado de ti. En el buen sentido, claro – añadió rápidamente.
-Tu padre es un hombre maravilloso, pero aun así… me da corte.
-Está bien, te llevaré a casa. Pero prométeme que otro día te quedarás.
-De acuerdo – se levantó y comenzó a vestirse –. Todavía es temprano, tomaré un taxi. Quiero pasar por casa de Carol y quedar con mi madre para venir mañana a la recepción.
-No me importa llevarte a donde quieras.
-Ya lo sé. Pero no puedes acompañarme a todas partes y todavía queda mucho para que oscurezca – haber hecho el amor con Sergio le había dado una fuerza que había olvidado que tenía. Se sentía tan viva y llena de energía. Capaz de enfrentarse a casi cualquier cosa. Eso le hizo preguntarse ¿cómo no lo había hecho antes? La respuesta era evidente, porque hasta este momento no había conocido al hombre adecuado, a Sergio.
-Está bien, te pediré uno – Sergio sabía que ella tenía razón. Además la semana que estuvo en Suiza fue sola de aquí para allá. Sin embargo hoy, sentía un nudo en el estómago al dejarla machar sola. No sabía por qué, pero tenía una mala sensación.
Trató de quitarse esta tonta idea de la cabeza. Él nunca había creído en presentimientos. No iba a pasar nada malo, al contrario, todo iba a mejorar a partir de ahora.