Epílogo

PARA finalizar, he de confesar que la novela que acaba de leer tiene tras de sí una interesante y bella historia, que tengo la obligación de narrar. El que sea yo el autor de la misma, es fruto de la amistad que me une a don Antonio Miralles, médico especialista en alergología que trata mis problemas de alergia a los pólenes. Él sabe que, además de mis ocupaciones habituales: la docencia y la abogacía, escribo novelas históricas y, en ciertas ocasiones, biografías noveladas a amigos y algún conocido. A don Antonio le escribí la suya y se la obsequié como regalo. Me llevó varias visitas a su consulta, en la que me fue contando y desmenuzando los pormenores de su vida, empezando por sus antepasados y finalizando en el momento actual. Una vez finalizada se la entregué encuadernada en piel con estampaciones en oro y acompañada de otra en soporte digital.

Biografía que enseñó a su amigo y paciente don Gonzalo de Beltrán y Calatrava, marqués de Cruz de Malta, que según me dijo, se mostró entusiasmado con la idea de tener la suya propia.

Tres meses después recibí una llamada telefónica. Era de una señora, doña Elizabeth Evans. Quería hablar conmigo sobre la posibilidad de realizar la biografía novelada de su marido. Acepté encantado y me citó en su domicilio.

Cuando llegué a la dirección indicada, una casa palacio en pleno centro de Sevilla, me encontré con lo que ya supone el lector, después de haber leído la novela.

Entré en el zaguán de la casa palacio y allí se encontraba una joven esperando mi llegada. Era la secretaria del marqués. Me hizo pasar directamente al salón de la Reconquista, una estancia impresionante y sobrecogedora. Don Gonzalo me recibiría en unos minutos.

El marqués entró acompañado de una señora, su esposa, que me presentó con el nombre de Elizabeth Evans. La primera sensación que tuve al ver al marqués fue la de encontrarme ante un hombre de porte noble, educado y distinguido, muy delgado y notablemente envejecido, con marcadas arrugas en la piel. Elizabeth, su esposa, en cambio, era una mujer de edad madura, de rasgos caribeños y, ciertamente, hermosa.

Después de las presentaciones, acordamos la forma en que se realizaría la biografía, que comenzaría de inmediato. Y en unos doce o catorce meses me comprometí a tenerla lista, todo en función del contenido de la misma.

En la primera entrevista, don Gonzalo comenzó hablándome de sus antepasados, me entregó amplia información, así como documentación de todo cuanto me iba contando, incluidas antiguas fotos de familia. Me narró su adolescencia, sus relaciones familiares, detalles íntimos que me dio a conocer pero que, al mismo tiempo, me pidió el compromiso de no publicarlos. También me contó sus años en el Ejército y su posterior retiro de toda actividad. Las partidas de cartas con sus amigos, el cura, el juez y el notario. Sus famosas correrías y juergas, acompañados de señoritas de compañía, etc.

En la segunda entrevista me citó, igualmente, en su palacio, pero nos desplazamos a su cortijo, en Ronda. Me preguntó si montaba a caballo. Le respondí que poco…, por decir algo. Realmente solo he montado una vez. Francisco, el guarda y encargado del cortijo, me ensilló a Trueno, que a pesar de su nombre, era el equino más tranquilo de todos. Después de un rato cabalgando y una buena marcha a pie, llegamos a la gruta. Solamente tengo una palabra, asombrosa.

En una tercera entrevista, que tuvo lugar ocho meses después y como de costumbre en palacio, don Gonzalo, a pesar de atravesar en aquellos momentos un grave problema de salud me contó, cómo Daniela primero estuvo una larga temporada oculta en la gruta, asistida por Francisco, de la que salía solo a pasear por los alrededores. Después cuando todo se calmó, marchó a Cuba y compró una importante propiedad en Baracoa, con palacete colonial, playas salvajes y cocoteros que llegan hasta el agua. Un verdadero lugar paradisíaco. A su regreso a España, Daniela lo hizo bajo el nombre de Elizabeth Evans, ciudadana de Puerto Rico, con pasaporte estadounidense.

Con el fabuloso botín de doscientos millones de euros en diamantes, guardados en bancos suizos y norteamericanos los problemas económicos pasaron a la historia. Contrajeron matrimonio y en la fecha de la última entrevista, Elizabeth se encontraba embarazada de cinco meses.

Como escritor, me interesé por aquella parte que narraba su primer encuentro con Daniela y toda la historia posterior. Esa parte que fue contada por el marqués con demasiada rapidez, como queriendo pasar de largo. Lo que sí me describió con detalles fue la manera en que volvió a la catedral a ocultar el cilindro con el verdadero contrato de compraventa de Cuba, en otro lugar de la Catedral de Sevilla, que no quiso revelar, aprovechando los trabajos de restauración que en aquellos momentos se estaban realizando en el templo catedralicio. El contrato falso quedó en la avioneta en poder de Paradas, pero se destruyó al caer al río. Por ello se silenció lo ocurrido y el director del CNI fue fulminantemente destituido de su cargo por el Gobierno y acusado de malversación de caudales públicos, dando con sus huesos en la cárcel.

Después de comentarle que aquella historia podía servir de base para una novela, por supuesto con datos, fechas y personajes cambiados, a fin de mantener el anonimato, don Gonzalo, convencido por Elizabeth, accedió, quedando para cuando tuviese terminado el manuscrito de la futura novela y encuadernada su biografía.

Seis meses después, me presente en palacio. Bajo el brazo llevaba dos originales de la biografía del octavo marqués de Cruz de Malta y también el manuscrito de la novela que titulé: «El Secreto de la Catedral».

Fui recibido por Elizabeth Evans, de riguroso luto. Me temí lo peor. Momentos después pude comprobar que mis temores eran fundados, me comunicó que don Gonzalo hacía dos meses que había fallecido. Ocurrió en palacio de forma fulminante. No se dio nota de prensa y fue incinerado en la más estricta intimidad. Sus cenizas fueron llevadas por ella a Cuba, a la ciudad de Baracoa, donde descansan. La mayor alegría del marqués fue, según me contó su viuda, haber podido conocer a su hijo antes de morir. Hijo que llevaba su nombre y que era el noveno marqués de Cruz de Malta.

Elizabeth Evans, a pesar del sufrimiento, se consolaba cada vez que tenía en sus brazos al pequeño Gonzalo. No se anuló la entrevista, le agradó mucho la biografía de don Gonzalo y tras revisar el manuscrito de la novela, insistió en que era necesario que viera la luz. De nuevo quedamos para cuando tuviese definitivamente terminado el manuscrito tras la última revisión y correcciones finales.

Meses después volvimos a reunirnos y mientras tomábamos café en palacio, observé cómo tras revisar el manuscrito, se le saltaron unas lágrimas cuando me dijo: Enrique, esta novela ha de ser publicada. Refleja fielmente el carácter y la personalidad de Gonzalo, narra nuestra historia de amor y describe los hechos tal y cómo ocurrieron. Se lo debo a Gonzalo, se lo debo al hombre que tanto amé.

Pasado un tiempo intenté ponerme en contacto con Elizabeth para informarla de la marcha de la novela, enseñarle las primeras pruebas y varios diseños de la portada para que diese su opinión. Fue imposible, parecía habérsela tragado la tierra. La secretaria del marqués continuaba llevando todos los asuntos de palacio pero era reacia a dar explicaciones del paradero de Elizabeth Evans, a la que informaba de todo puntualmente. Seguía rigurosas instrucciones.

Lo único que saqué en claro tras hablar con la secretaria es que, después de mi última entrevista cuando me pidió que la novela fuese publicada, Elizabeth se marchó con su hijo a Cuba.

Por último, siempre me quedará la duda de si realmente don Gonzalo de Beltrán y Calatrava murió o, tal vez, vive su amor con Elizabeth Evans en algún lugar paradisíaco de Baracoa.