Capítulo 17
SALIERON de la Santa Sede a las diez de la mañana. Acaba de comenzar la Santa Misa de Pascua en la plaza de San Pedro. Allí mismo, a las afueras de la plaza que en aquel momento se encontraba repleta de fieles, Gonzalo preguntó:
—Daniela, ¿qué te parece, si antes ir al hotel, tomamos algo en el Trastévere?
—Muy bien.
—Entonces cojamos un taxi.
—Tracttoria Al Fontanone. Piazza Trilussa —le indicó Gonzalo al taxista.
El taxi, un Opel Meriva de color blanco, fue dejando atrás la Santa Sede, tras él, siguiéndolo de cerca, el Peugeot gris. Tomó via Paolo VI, piazza del Sant’Ufficio, Príncipe Amedeo Savoia-Aosta, y comenzó girar a la derecha para coger por via della Lungara.
—De nuevo los tenemos detrás —advirtió Gonzalo.
—Accelerase, per favore —le pidió Daniela al conductor.
—Che cosa? —quiso saber el taxista, mientras tomaba una curva.
No había terminado de pronunciar estas palabras cuando el Peugeot 407 gris se les echó encima. El taxista maniobró para esquivar el golpe, dando un volantazo hacia la izquierda y fue a empotrarse contra un vehículo que se encontraba estacionado en el margen contrario de la calle. El Peugeot, a su vez, chocó frontalmente contra un árbol. Casualmente pasaba por allí un vehículo policial, Alfa Romeo 159, del cuerpo de carabinieri, a bordo del cual iba un brigadiere capo y un carabiniere, que al observar de lejos la colisión, encendió las luces azules de prioridad y se acercó al lugar para auxiliar a los heridos, pensando que se trataba de un mero accidente de tráfico. En ese momento, los dos ocupantes del Peugeot, sin percatarse de la presencia policial, sacaron sendas pistolas y comenzaron a disparar hacia el taxi. El primero en caer fue el taxista que, ya gravemente herido por el golpe, recibió un tiro mortal en la cabeza, que le destrozó el esfenoides. Gonzalo recibió otro que le rozó el brazo izquierdo a la altura del bíceps, produciéndole una alarmante hemorragia. Daniela, salió del vehículo por la puerta opuesta y se resguardó detrás de la rueda delantera, mientras pasaban las balas rompiendo los cristales. Los carabinieri, al percatarse del tiroteo, se aproximaron al taxi mientras echaban mano a sus pistolas Berettas 92. No tuvieron opciones, fueron abatidos de inmediato por el fuego certero de los dos tiradores. El brigadier capo, de cincuenta y tres años de edad, y con una medalla de plata al Mérito Militar, recibió un impacto mortal en el pecho y el joven carabiniere de veinte y cuatro años, recién salido de la academia, que conducía el vehículo policial, recibió otro disparo en la pierna que le rompió la femoral. Daniela se aproximó al brigadier capo que estaba tendido a unos metros de ella para socorrerlo y vio que había fallecido. Entonces tomó el arma del agente e inició un cruce de disparos que terminó con la vida de los ocupantes del Peugeot. El soldato Bruno Casini fue el primero en ser abatido de un infalible disparo que le atravesó el cuello de lado a lado. Después, Daniela abatió al otro pistolero tras un largo intercambio de disparos hasta llegar a agotar los quince cartuchos, de 9 milímetros parabelum, del cargador de la Beretta. Cuando comprobó que ambos yacían sin vida se aproximó al joven carabiniere que estaba tendido semiconsciente, con la femoral destrozada. Ella sabía que si aquel hombre seguía perdiendo sangre, en pocos minutos moriría por un shock hipovolémico. Como pudo intentó detener la hemorragia, le quitó el cinturón y aprovechando la rotura del pantalón del carabiniere, por donde había entrado la bala, rompió un trozo que utilizó como apósito, poniéndoselo a la altura de la ingle y comprimiendo la arteria apretando el cinturón. Segundos después la pérdida de sangre se hizo más lenta. Mientras, la calle se llenaba de curiosos que comenzaron a llegar al terminar los disparos.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Daniela.
—Sí —respondió él mientras se hacía un rudimentario torniquete en el brazo.
—Pero estas herido…
—No es nada, solo un rasguño sin importancia.
—¿Y tú? —le preguntó a ella.
—Bien —respondió escuetamente.
—¿Han muerto los ocupantes del Peugeot? —preguntó Gonzalo.
—Sí. No tuve otra opción. Eran ellos o nosotros.
—¿Cómo se encuentran los carabinieri? —volvió a preguntar.
—Uno ha fallecido casi en el acto —respondió ella.
—¿Y el otro?
Creo que se salvará. Le he parado la hemorragia y lo he estabilizado lo mejor que he podido. Tendrá alguna posibilidad si llegan pronto las asistencias —respondió ella.
—Debemos irnos, la policía y las ambulancias llegarán en unos minutos —sugirió Gonzalo mientras terminaba de ajustarse el torniquete en el brazo.
—Subamos al coche policial —señaló Daniela.
Sin perder un segundo, ambos subieron al Alfa Romeo, que aún tenía encendidas las destellantes luces azules, y bajo las atentas miradas de los curiosos, huyeron rápidamente del lugar.