Capítulo 33

COMENZABA a amanecer, el rocío había impregnado las pistas de aterrizaje de un suave manto húmedo y el aeropuerto de San Pablo se encontraba cerrado al tráfico aéreo. La falta de actividad era total, tal y como el marqués había exigido.

En un hangar, cerca de la torre de control, en el interior de un monovolumen, se encontraban Gonzalo y Agustín Paradas, junto a ellos, Eduardo Contreras, también del CNI, experto en identificación de falsificaciones y Jacques Flamsteed, gemólogo y tasador de diamantes. Esperaban la llamada de Daniela.

—Aún no me explico cómo ha escapado la comandante Alessia Poulonsky del hospital. Espero que no haya sido con su ayuda… —dijo Paradas a Gonzalo.

—Pues yo espero que esta vez no haya engaños por su parte —le replicó él.

—Todo se realizará según lo acordado—anunció Agustín Paradas, mientras pensaba en el operativo policial y militar que tenía montado para atraparla, no tenía ningún interés en pagar un solo euro por el contrato de compraventa de la isla de Cuba, su intención era apresar a Daniela y, al mismo tiempo, hacerse con el contrato. Después eliminar a los dos y quedar delante del gobierno como un gran gestor.

Para ello, el director del CNI, había movilizado a sus hombres y a dos unidades antiterroristas de la Guardia Civil, GAR, con helicópteros apostados en las inmediaciones del aeropuerto y perfectamente camuflados para no levantar sospechas. También estaban en estado de máxima alerta, en la cercana base militar aérea de Morón, dos cazas Eurofighter Typhoon dispuestos para actuar en cualquier momento y a las órdenes de Paradas.

El avión, un pequeño bimotor Beechcraft King Air 200, con capacidad para siete plazas, alquilado horas antes en Lisboa, pilotado por Daniela, se aproximó al aeropuerto y dio varias pasadas sobrevolando la zona a muy baja altura. Después ella tomó el teléfono móvil, marcó el número de Gonzalo y dijo:

—El Intercambio se realizará dentro de cinco minutos, en una pista forestal que está a dos kilómetros del aeropuerto, en dirección norte.

Agustín Paradas, que se mantenía junto a Gonzalo, exclamó:

—¡Imposible!

—Entonces comunicaré a Daniela que se aborta la operación. No hay más que hablar —lo atajó con voz enérgica.

—No, espere… De acuerdo, se hará como dice —balbuceó Agustín Paradas.

El monovolumen, conducido por el sargento Vázquez Montoro de la Guardia Civil, adscrito al CNI, se puso en marcha. Tras varios minutos, el automóvil se detuvo, bajaron los cuatro pasajeros, y el vehículo dio la vuelta y se marchó del lugar.

Instantes después, el bimotor tomó tierra en la pista forestal, levantando una inmensa polvareda, giró ciento ochenta grados y frenó. Gonzalo y los demás caminaron hacia la avioneta. Daniela, sin parar los motores, se bajó, comprobó que ningún pasajero llevara armas, después abrió la puerta y los invitó a entrar. Una vez todos en el interior, el avión avanzó por la pista de tierra hasta alcanzar la velocidad necesaria y despegó.

De nuevo realizó la misma operación. Sobrevoló el aeropuerto y las zonas adyacentes. Entonces Daniela dijo:

—Paradas, estoy viendo dos helicópteros que acaban de despegar. Diga a sus hombres que aterricen.

Paradas, al verse descubierto, tomó su teléfono celular y dio las instrucciones a los hombres bajo su mando. Los helicópteros tomaron tierra y la avioneta prosiguió su vuelo.

Tras unos quince minutos, cuando se encontraban a una altura de 4.500 metros, Daniela puso el piloto automático y girándose sobre su asiento dijo:

—Entregue los diamantes al tasador.

—Paradas, obedeció e hizo entrega de una bolsa de terciopelo negro que contenía las gemas.

El tasador se puso manos a la obra y comenzó a revisar el contenido, pasados unos minutos se quejó:

—Esto me llevará varias horas… Tampoco dispongo de los útiles necesarios y en pleno vuelo es muy difícil.

—Tiene solo veinte minutos para ello —contestó Daniela, mientras Gonzalo se mantenía atento a cuanto ocurría.

—Tasaré de forma aproximada, es la única forma.

—Lo único que me interesa es conocer el valor aproximado de los diamantes.

—Mientras tanto quiero ver el contrato de la venta de Cuba y verificar su autenticidad —urgió Paradas.

—No tenga tanta prisa… Todo a su debido tiempo. Ahora es el momento de conocer lo que me trae. Si todo está correcto, en unos minutos tendrá lo que quiere —replicó ella.

Mientras tanto, Jacques Flamsteed, gemólogo y tasador de diamantes, continuaba con su trabajo, tomando aleatoriamente las gemas ante la imposibilidad de revisar la totalidad de las mismas una por una.

Tras pasar quince minutos, el tasador dijo:

—Todo correcto, el valor puede estar en torno a los doscientos millones de euros. Los diamantes son naturales y están sin tallar, son todos de tamaño medio, ideales para una fácil y rápida transacción sin dejar rastros —dijo el gemólogo entregándole la bolsa con los diamantes a Daniela.

—¡Ahora quiero el contrato! —vociferó Paradas.

Gonzalo metió la mano en la mochila de Daniela, que estaba apoyada junto al asiento del copiloto, la misma en la que, momentos antes, había metido la bolsa con los diamantes. Sacó el cilindro y el documento por el cual el Estado español abonaba esa cantidad en concepto de rescate del contrato de compraventa de la isla de Cuba.

—Tome —dijo entregándole primero el documento para la firma.

—Antes de firmar debemos comprobar la autenticidad.

—Primero debe firmar. No me fio de usted… —replicó Gonzalo.

Paradas, muy nervioso, firmó rápidamente el documento y cogió el cilindro. Después desenroscó la tapa y extrajo los documentos que pasó al agente del CNI, Eduardo Contreras. Este, antes de iniciar el análisis para datar la antigüedad, comenzó a leer el documento. En ese momento el avión dio un giro brusco en una clara maniobra evasiva.

—El sistema anticolisión y alerta TCAS del avión ha detectado que se nos aproximan dos aeronaves a gran velocidad. Posiblemente son aviones cazas —dijo Daniela mientras maniobraba.

—¿Otra de sus jugarretas? —preguntó Gonzalo a Paradas.

—No sé a qué se refiere.

—En diez minutos los tendremos encima —dijo Daniela, mientras descendía bruscamente en picado para intentar desaparecer del radar.

—Así no puedo trabajar —insinuó el agente, experto en falsificaciones del CNI, mientras todos eran zarandeados dentro de la aeronave y los útiles de comprobación que estaba manejando rodaban por el suelo de la aeronave.

—No sé nada de esto —gritó Paradas mientras se agarraba donde podía, pues no llevaba puesto el cinturón de seguridad.

—Diga la verdad —intervino Gonzalo.

—Es cierto que estaban en alerta dos C-16 Eurofighter Typhoon, en la base aérea de Morón, pero no he dado autorización para el despegue de estos aviones —confesó el director del CNI.

—Está claro que alguien ha dado la orden. Estos cazas vienen por nosotros —dijo el marqués.

—En pocos minutos habrán disparado sus misiles y todo habrá terminado —sentenció Daniela.

En el interior de la nave nadie se ocupaba de comprobar la autenticidad de los documentos. Los pasajeros temían por sus vidas y todo lo demás había pasado a un segundo plano. Paradas parecía el más asustado de todos. Ya no hacía preguntas, sólo se ocupaba de no rodar por los suelos ante las maniobras que realizaba la avioneta.

—Sus amigos se la han jugado. Muy buena la estrategia de sus superiores. Si nos derriban no quedarán restos de nada ni de nadie, todo habrá acabado y el contrato destruido —dijo Gonzalo.

—No se atreverán —replicó Paradas.

—Han disparado un misil —alertó Daniela, mientras mantenía un vuelo rasante, por encima de las copas de los árboles.

—Pasamos al plan B —dijo Gonzalo.

—Déjate de bromas… ¿Qué hago? —quiso saber Daniela.

—¿De cuánto tiempo podemos disponer antes de que nos alcance el misil? —preguntó Gonzalo intentando dar tranquilizar la situación.

—Tres o cuatro minutos como mucho… —respondió Daniela.

—¡Vamos a morir! ¡Vamos a morir! —gritó histérico Paradas, preso de pánico y miedo.

—Contreras, calme a su jefe si no, seré yo mismo quien lo arroje del avión sin paracaídas —le sugirió al agente del CNI.

—De acuerdo, de acuerdo… —murmuró Paradas.

—Daniela, dirígete hacia el río Guadalquivir y vuela a ras de agua en dirección a la capital —ordenó Gonzalo.

El misil supersónico IRIS-T de cabeza buscadora infrarroja, de doce kilómetros de alcance, con una velocidad máxima de mach 3 y con una cabeza de guerra de fragmentación compuesta de dos capas de alto poder explosivo que detona por impacto directo o por proximidad al blanco, volaba implacable hacia su objetivo.

Daniela había conseguido situarse en el centro del río. Volaba a ras de agua con dirección al puente del Alamillo. Seguidamente se escuchó un estruendoso ruido y una enorme bola de fuego apareció atrás, en el horizonte. Era el misil, que había sido autodestruido por el piloto del C-16, del 111 Escuadrón del Ala 11 de la base de Morón, siguiendo órdenes del Mando Aéreo de Combate (MACOM), ante la cercanía de población y el riesgo de afectar a civiles.

—Un problema menos —dijo Gonzalo.

—Los cazas se han alejado un poco y han subido a veinte mil pies desde donde nos tienen controlados —informó Daniela.

—Volverán a por nosotros, nos matarán a todos. Quiero bajar del avión —imploró Paradas preso de pánico.

—Daniela, continúa por el río —dijo Gonzalo sin prestar atención a las súplicas de Paradas.

—De acuerdo —asintió ella.

—Sobrevuela los siguientes cuatro puentes, pasando el último, el puente de Triana, cuando estemos cerca te indicaré cuál es, entonces ameriza como puedas en el río, acercándote a la margen derecha.

—Nos mataremos —volvió a gritar Paradas muy nervioso.

—No pasará nada. Estos aviones antes de hundirse suelen flotar el tiempo necesario para poder abandonarlo sin problemas —lo tranquilizó Gonzalo.

—Ahí está el puente de Triana —anunció Gonzalo.

—Allá vamos, agárrense fuerte que amerizamos —dijo Daniela.

El bimotor fue reduciendo velocidad y altitud. Daniela no bajó el tren retráctil de aterrizaje para conseguir una superficie más hidrodinámica y mejorar el deslizamiento, aunque en estos casos el agua se comportaba como un sólido. Continuó desacelerando progresivamente, después cortó el encendido de los motores. La panza del aparato tocó agua bruscamente comenzando a dar botes sobre la superficie y finalmente, como estaba previsto, se deslizó sin obstáculos hasta detenerse cerca de la orilla derecha del río, junto al malecón de Triana.

En el interior cundió el pánico. Paradas y el agente del CNI experto en falsificaciones, Eduardo Contreras, habían sido zarandeados en el interior y buscaban los documentos, que habían caído entre los asientos. Lo encontró y tomó entre sus manos, momento en que el avión se desestabilizó y comenzó a hacer aguas rápidamente. La puerta se abrió y Paradas comenzó a empujar abriéndose paso parar ser el primero en salir.

—¡Esto se hunde! —comenzó de nuevo a gritar, Agustín Paradas, aferrándose al agente del CNI Eduardo Contreras, mientras soltaba los documentos, que cayeron al río, en un intento de salir como fuera del avión, sin importarle la suerte que pudiera correr el contrato, que poco a poco se deshacía destruyéndose en las aguas del Guadalquivir. Ya jamás sabría Paradas que se trataban de los documentos falsos. Los verdaderos los tenía el marqués a buen recaudo.

Gonzalo aprovechó esta ocasión y tomó de la mano a Daniela que llevaba en su mochila los diamantes, saltando junto con el gemólogo hacia el catamarán de unos jóvenes curiosos que se habían aproximado a auxiliar a los ocupantes, al creer que se trataba de un accidente aéreo. La embarcación, después de recogerlos se acercó a la orilla que estaba a escasos cinco metros. De ella saltaron a tierra y caminaron por la calle Betis hacia la calle Castilla. Al llegar a la plaza del Altozano el gemólogo se despidió y marchó en otra dirección. En aquellos momentos los sonidos de las sirenas de las ambulancias y de los coches de policía eran continuos. Las fuerzas de seguridad del Estado estaban en estado de máxima alerta. Gonzalo y Daniela continuaron caminando y entraron por el callejón de la Inquisición, pasaje estrecho que comunica la calle Castilla con el paseo de Nuestra señora de la O, que discurre paralelo a la orilla del río Guadalquivir. A lo lejos se podía ver el avión medio hundido y a su alrededor innumerables pequeñas embarcaciones.

Avanzaron por el paseo de Nuestra señora de la O, en dirección hacia Puerta Triana. Al llegar, Gonzalo la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente. Después dijo:

—Aquí nos tenemos que despedir.

—Quiero seguir a tu lado.

—Debemos seguir nuestro plan. Si todo sale bien, pronto estaremos juntos.

—Te quiero… — dijo ella, con lágrimas en los ojos.

—No me olvides—susurró él mientras la abrazaba.

—Jamás te olvidaré… —respondió Daniela.

El tiempo pareció detenerse. Un profundo silencio se adueñó del momento. Por las mejillas de Gonzalo comenzaron a correr hilos de lágrimas que Daniela secó con sus manos. Después se separaron y cada uno echó a andar en direcciones distintas.

Treinta días después, la hermana sor Andrea Molteni, de la Congregación Religiosa de los Santos Ángeles Custodios, destinada en el Palazzo della Chancillería, sede del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica en la Ciudad del Vaticano, recibió una carta anónima certificada. Dicha carta decía:

—Suor Andrea Molteni, vi chiedo di accettare la sua Congregazione la donazione dell'importo di un milione di euro per alleviare la fame dei bambini in Somalia —Hermana Andrea Molteni, ruego acepte su Congregación este donativo de un millón de euros para paliar el hambre de los niños en Somalia.

 

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