Veintinueve
No me pasó desapercibida la correlación entre el fin de mi amistad con Ryan y el refuerzo del vínculo entre las socias del club.
Cada vez que el club daba un paso adelante (el triunfo de Diane en el partido de la noche anterior), Ryan y yo dábamos un paso atrás (no pasó por su taquilla al día siguiente).
Aunque la situación me disgustaba, existía otro problema al que tenía que enfrentarme.
Nate.
Cuando llegué a casa, me encontré con otro e-mail esperándome. Éste llevaba el siguiente asunto:
«¿AMIGOS?».
Me senté y lo abrí.
Pen:
Últimamente he pensado mucho en nosotros. De hecho, sólo pienso en ti. Sé que no me vas a contestar. Sé que me odias. Sé que nunca sentirás por mí lo que yo siento por ti. Me lo merezco. Pero tengo que hacerte una pregunta, y quiero que la medites bien (si es que estás leyendo este mensaje) antes de que nos veamos dentro de dos semanas. ¿Crees que, al menos, podríamos ser amigos? Te necesito en mi vida. Y te aceptaré en las condiciones que me impongas.
Voy a hacer todo lo posible para que vuelvas a mí.
Besos,
El perdedor
¿Amigos? ¿Quería que fuéramos amigos? ¿Podía ser amiga de Nate después de lo que había ocurrido?
Ryan y Diane eran amigos, pero él no la había engañado. Ryan era…
No podía enfrentarme a la idea de lo maravilloso que era. Ni a la de ser amiga suya, puesto que no le interesaba lo más mínimo, hasta el punto de no dirigirme la palabra.
Tal vez lo mejor fuera decirle a Nate que podíamos ser amigos y, luego, pasar página.
Pero de una cosa estaba convencida: si me consideraba capaz de hacer eso, me estaba engañando.
Después de dar vueltas al asunto durante una semana, decidí salir a cenar con Diane y pedirle consejo.
—¿Cómo puedes ser amiga de Ryan? —le solté de pronto, antes incluso de pedir la comida.
Diane se sorprendió.
—Ha formado parte de mi vida durante mucho tiempo.
—Igual que Nate… de la mía —respondí.
Diane se mostró preocupada.
—Sí, pero Ryan no…
Me hundí hacia atrás en el asiento.
—¿De qué va esto? —Diane se mordió el labio.
Le hablé de los e-mails y de la petición de Nate de que fuéramos amigos.
Negó con la cabeza.
—Penny, ¿quieres ser amiga de Nate?
—No. No quiero volver a verlo. Pero eso no va a poder ser.
Diane suspiró.
—Sinceramente, creo que debes contárselo a tus padres.
—Imposible.
Diane apartó a un lado la carta del restaurante y me cogió de la mano.
—¿Va todo bien? Has estado muy callada toda la semana.
Me encogí de hombros.
—¿Sabes? —prosiguió Diane—. Ser amiga de Ryan no me resultó fácil al principio. Tuve que acostumbrarme a tratarlo de una manera distinta, pero ahora es uno de mis mejores amigos. Como tú —vaciló unos segundos—. Y me gustaría que mis dos mejores amigos pudieran perdonarse mutuamente.
—¿Cómo? —me quedé boquiabierta—. ¿Perdonarnos mutuamente? Diane, si ni siquiera me mira. He intentado disculparme, pero no se da por enterado de mi existencia.
—Ya lo sé. Lo que pasa es que está enfadado.
—¿Enfadado? —empezaba a desesperarme—. Lo que Rosanna le dijo fue una mentira flagrante. Y él lo sabe, ¿o no?
Diane asintió.
—Entonces, ¿qué problema tiene? Hemos sido amigos un montón de tiempo y ahora no me dirige la palabra. ¿Por qué? Pues porque la gente piensa que tuvimos una cita en plan romántico.
Diane se rebulló, incómoda, en su asiento.
—Penny, Ryan creyó que era una cita en plan romántico.
—Mira, Diane, él sabía lo del Club de los Corazones Solitarios. Sabía que yo no podía salir con chicos.
Se encogió de hombros.
—¿Sabes? —continué—. Puede que, al fin y al cabo, Nate y Ryan no sean tan diferentes.
Diane se mostró espantada.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Venga ya, Diane —las mejillas se me habían encendido—. Vale, de acuerdo, Ryan creyó que era una cita en toda regla. Y luego, como yo no acepté ser… —sentí ganas de decir «su pequeña novia», pero no quise ofenderla—. Como no quise salir con él en plan de novios, ni siquiera quiere ser mi amigo. ¿Es que lo único que busca…, no sé…, es acostarse conmigo?
Diane frunció los labios.
—Sabes que Ryan no es así.
—¿Lo sé?
Me sentí frustrada. Sabía que me había pasado de la raya. Sabía que Ryan no era como Nate…, pero es que lo echaba de menos. Echaba de menos hablar con él, pasar el rato entre clase y clase. Y me había dejado tirada. Igual que Nate. ¿Dónde estaba la diferencia?
—Lo único que digo es que mi opinión sobre los chicos no ha cambiado —concluí.
Estaba convencida de actuar como era debido al no liarme con Ryan. Al final, acabaría haciéndome daño. En realidad, ya me lo había hecho.
Al día siguiente, después de clase, Tracy se acercó a mí.
—Tengo que hablar contigo un minuto —su expresión era seria.
Nos dirigimos a los bancos que bordeaban el vestíbulo cercano a la cafetería.
—En el club están ocurriendo cosas, y tengo que ponerte al día.
—¿Ah, sí? —y yo que pensaba que todo iba de maravilla. Aunque últimamente había estado tan distraída que no me sorprendía haberme perdido algo.
—Sí. Kara va a faltar a las dos próximas reuniones.
—¿Y eso?
Tracy miró a su alrededor.
—No os dije nada a ti ni a Diane porque juré no contárselo a nadie.
—¿Qué pasa?
—Va a tener ayuda psicológica.
—¿Ayuda psicológica?
Tracy suspiró.
—Vamos, Pen. Los dos últimos años nos hemos quedado calladas viendo cómo Kara se consumía. No sé qué la empujó a hacerlo, pero en la última reunión nos contó a Morgan y a mí que quería volver a recuperar el control.
—Genial —me alegraba mucho por Kara. Me alegraba y me preocupaba al mismo tiempo.
—Bueno —prosiguió Tracy—, el caso es que el programa al que se ha apuntado dura todo el fin de semana.
—Pues claro, perfecto —me sentí mal por no haberlo sabido, por no haber estado ahí para ayudar a Kara.
Ryan pasó de largo, en dirección a su taquilla. Era la primera vez que lo veía en toda la semana, con la excepción de las clases de Historia Universal.
—Hola, Ryan —dijo Tracy.
Levantó la mirada de su taquilla.
—Ah, hola, Tracy.
Una vez más, evitó mirarme. Agarró sus cosas rápidamente y se marchó.
Tracy pasó la mirada de mí a Ryan, que salía por la puerta.
—¿Se puede saber qué pasa entre vosotros dos?
—Nada.
Y era verdad. No pasaba nada. Nada en absoluto.
Decidí que iba a dedicar la semana previa a Acción de Gracias a concentrarme de nuevo en el club. Ya estaba harta de estresarme por la frialdad de Ryan y por el deseo de Nate de que fuéramos amigos.
—¡Venga, suéltalo! —le dijo Tracy a Morgan mientras tomaba asiento en nuestra reunión del sábado—. Con pelos y señales.
Morgan se sonrojó mientras todo el grupo aguardaba los detalles de su primera cita con Tyson.
—Bueno, Tyson me recogió en el monovolumen de su madre.
—¡No! —exclamó Erin—. Es lo último que me habría imaginado.
—Ya lo sé —Morgan sonrió—. Pensé que llegaría en un coche en plan estrella del rock, pero me encantó. Estuvimos en el Mexicana Grill y la cena fue fantástica (preparan un guacamole increíble). Luego, fuimos al garaje y su banda estuvo ensayando. Tyson me dedicó una canción —Morgan se sonrojó al acordarse.
—¿Una canción original? —preguntó Teresa.
Mientras Morgan proseguía con la historia, paseé la vista por el grupo. Todo el mundo estaba interesado en la cita de Morgan, y se alegraba por ella. No pude evitar una sonrisa.
Era la clase de amistad que yo necesitaba. Una amistad que te apoya. No como en el caso de Nate, que me había traicionado. Ni en el de Ryan, que me había despachado tan deprisa.
—¿Te besó o no? Te he pedido detalles —bromeó Tracy.
Morgan se sonrojó y bajó los ojos.
Un coro de «¡uuuhs!» inundó la estancia mientras Morgan enterraba la cara entre las manos.
—Penny, ayúdame —suplicó.
—Vale, ya está bien. Dejad que la chica tenga un poco de intimidad —indiqué entre risas.
Repasé una lista de películas que podíamos ver y se generó el debate entre una comedia adolescente de los años ochenta y una película de terror.
—Eh, Penny —Teresa Finer se acercó a mí—. ¿Te importa que Maria y yo vayamos al piso de arriba, a estudiar?
—¿A estudiar? Pero, chicas, es sábado por la noche.
Maria Gonzales sacó su libro de texto de Cálculo Avanzado.
—Ya lo sé, pero el lunes hay un examen importante que tenemos que repasar.
Teresa se inclinó para hablarme.
—Suspendí el último examen, y si mi nota sigue bajando, voy a perder la beca de voleibol en la Universidad de Wisconsin.
—¡Sí, claro! —les hice señas para que me siguieran y las dirigí a mi habitación—. Aquí estaréis tranquilas. Si necesitáis cualquier cosa, decídmelo.
—Gracias —respondió Teresa mientras se sentaba en el suelo del dormitorio.
Cuando me dirigí escaleras abajo, vi que tenía en el móvil un mensaje de Nate. Tracy había silenciado sus llamadas, pero no significaba que no pudiera comunicarse de alguna otra manera.
Abrí la tapa del móvil y solté una carcajada.
—¿Qué pasa? —Tracy estaba en la cocina con Diane, cogiendo más comida.
Yo seguía riéndome.
—Es este mensaje de Nate…
Tracy se plantó a mi lado y me arrebató el teléfono.
—¿Qué es esto? No lo entiendo.
—¿Qué dice? —preguntó Diane.
—«El polvo fue una mala opción» —leyó Tracy.
Solté otra carcajada.
—Es… —no podía parar de reírme—. Es de El reportero. La vimos este verano en la televisión, y nos pasábamos el día repitiendo frases de la película. Veréis, hacía un calor espantoso fuera…
Tracy y Diane estaban horrorizadas.
—Penny, ¿te has vuelto loca?
—¿Por qué? ¡Es una peli divertida!
—¿Es que no te das cuenta de lo que está haciendo?
Pues no. ¿Qué estaba haciendo?
Tracy pulsó la tecla «Borrar».
—Esta noche, me lo quedo —se guardó mi móvil en el bolsillo—. Venga, al sótano. A ver si estando con las demás te acuerdas de por qué hemos venido.
Seguí a Tracy escaleras abajo, si bien llevaba una sonrisa en los labios al acordarme de que, con Nate, me había reído hasta tal punto que se me saltaban las lágrimas. Lágrimas de las buenas.
Casi se me había olvidado que también hubo buenos momentos con Nate.
Seguí recibiendo mensajes por el móvil toda la semana. Y, aunque me molestara, tenía que admitir que empezaba a esperarlos con ilusión. Igual que antes esperaba con ilusión llegar a mi taquilla y hablar con Ryan.
Le dije a Tracy que los mensajes se habían acabado, porque de lo contrario me habría seguido exigiendo que le entregara el móvil. Total, unas cuantas frases graciosas no iban a hacerme olvidar la mala pasada que me había jugado.
Necesitaba reírme, nada más.
Regresé corriendo a mi taquilla para recoger mis cosas. Empezaban las vacaciones de Acción de Gracias. Consulté el teléfono y me eché a reír por la última cita que había escrito Nate.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Casi no reconocí la voz.
Ryan. Me sonreía.
—Eh… —llevaba semanas sin hablar con él. Había estado esperando ese momento, pero ahora no sabía qué hacer—. Nada, acabo de recibir un mensaje divertido.
—Bueno, Bloom, me alegro de verte sonreír otra vez.
No supe cómo tomarme el comentario.
—Mmm —era estupendo volver a hablar con él. Ojalá se me hubiera ocurrido qué decir. Decidí ser sincera—. Me supongo que podría decirte lo mismo de ti.
Soltó una carcajada.
—Sí, tienes razón. Han sido unas semanas complicadas, ¿eh?
Me limité a asentir. ¿A qué se refería?
—Bueno —cerró su taquilla—. Que lo pases bien en Acción de Gracias. Nos vemos a la vuelta —me rozó el hombro con los dedos al marcharse. Se me cayó el alma a los pies.
Justo entonces me llegó otro mensaje de Nate, y lo borré sin mirarlo. Las citas graciosas estaban muy bien, pero no era eso lo que yo quería.
Me asustaba que aquel breve encuentro con Ryan hubiera significado tanto para mí.
Cerré los ojos. Di gracias por el club. Y por no salir con chicos.
Porque, sin lugar a dudas, Ryan Bauer no haría más que destrozarme el corazón.