Quince

Chicas, portaos bien —advirtió mi padre el sábado por la noche mientras se enfundaba en el abrigo—. A ver, Penny Lane. Sólo estaremos fuera un par de horas. Nada de chicos.

Me esforcé por no reírme. Si ellos supieran.

Mientras mis padres se acicalaban para salir a cenar, Tracy y yo nos ocupábamos de preparar las provisiones imprescindibles para nuestra primera reunión oficial del Club de los Corazones Solitarios: patatas fritas de bolsa, salsa para mojar, pizza y una selección de comedias románticas.

—No se preocupe, doctor Bloom. Si Paul o Ringo se pasan por aquí, seremos las anfitrionas perfectas —a Tracy le encantaba que mis padres fueran tan poco… normales.

—Gracias, Tracy —respondió mi madre—. Sabemos que lo haréis —me dio un beso en la mejilla y luego se encaminó a la puerta principal.

—¿Por qué fomentas su obsesión? —le pregunté a Tracy.

—Porque te pone de los nervios.

Sonó el timbre (con la melodía de Love Me Do, claro está).

—¡Queda inaugurada la fiesta! —declaró Tracy.

Me había pasado toda la semana esperando la reunión. Nada más que chicas, pasando el rato juntas. Aun así, una parte de mí confiaba en que quizá, sólo quizá, acabara convirtiéndose en algo más importante.

Una vez que Tracy, Diane, Jen, Amy, Morgan y yo nos hubimos instalado en el sótano, cómodamente arrellanadas en los sofás, y empezamos a comer patatas fritas, Tracy se levantó y nos fue entregando una hoja de papel a cada una.

Bajé la mirada y leí: Reglamento oficial del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane.

—¡Eh! —protesté—. El club no es sólo mío…

Tracy me lanzó una patata frita.

—¿Te importa leerlo primero?

REGLAMENTO OFICIAL DEL

CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS,

DE PENNY LANE.

El presente documento expone las normas para las socias del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. Todas las socias deberán aprobar los términos de este reglamento pues, de lo contrario, su afiliación quedará anulada automáticamente.

1. Todas las socias del club se comprometen a dejar de salir con hombres (o «niños», en el caso de la población masculina del instituto McKinley) durante el resto de su vida escolar. Si las mencionadas socias decidieran reanudar las citas una vez que abandonen el instituto, procederán por su cuenta y riesgo. El incumplimiento de esta norma, la más sagrada, tendrá como consecuencia el mayor castigo impuesto por la ley: correr desnudas por los pasillos del McKinley después del almuerzo.

2. Las socias asistirán juntas, como grupo, a todos los eventos destinados a parejas, incluyendo (pero no limitándose a) la fiesta de antiguos alumnos, el baile de fin de curso, celebraciones varias y otros acontecimientos, aun a riesgo de ser tachadas de frikis y de ser objeto de miradas envidiosas por parte de los chicos que, habiendo deseado contar con ellas como pareja explosiva, tienen que conformarse con patéticas aspirantes.

3. Los sábados por la noche se celebrarán las reuniones oficiales del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. La asistencia es obligatoria. Únicamente se producirán excepciones a causa de emergencias familiares o en los días de pelo en mal estado.

4. Las socias deberán apoyar a sus amigas, a pesar de posibles elecciones equivocadas por parte de éstas en cuanto a ropa, peinado y/o música.

La violación de las normas conlleva la inhabilitación como socia, la humillación pública, los rumores crueles y la posible decapitación.

Me encantó. De acuerdo, resultaba un tanto melodramático en algunas expresiones (típico de Tracy); pero, en general, funcionaba.

Jen se quedó mirando la lista y suspiró.

—Desde que me hablasteis del club, he estado pensando en todas las desgracias que me han ocurrido por culpa de los chicos. Por ejemplo, hace poco me he enterado de que, el curso pasado, tres chicos del equipo de baloncesto se apostaron quién me haría perder la virginidad. ¿Habéis oído algo más absurdo? —Jen puso los ojos en blanco.

—Sí. Por desgracia, Jon Cart tuvo ese privilegio conmigo el año pasado —Amy negó con la cabeza—. Ojalá pudiera recuperar esos cuarenta y cinco segundos de mi vida.

—¿CÓMO? —preguntó Tracy con un alarido.

Amy se cubrió la boca.

—Sí, odio tener que decíroslo. Pero el caso es que perderla no es muy divertido, que digamos.

Tracy se mostró desilusionada.

—No es que yo vaya a enterarme, la verdad —se rodeó el cuerpo con los brazos y, en plan de broma, se enfurruñó—. Maldito club.

—Sí, y para no romper la tradición de que los chicos me tratan fatal sin ningún motivo, al segundo de terminar, literalmente, perdió todo interés por mí.

—Qué típico —coincidió Jen.

—Lo que se ve en la televisión y en las películas es una chorrada. No vi fuegos artificiales, ni me pasó por la cabeza ninguna sinfonía arrebatadora —Amy echó un vistazo a Diane—. Aunque seguro que, en el caso de Ryan y tú, hubo velas encendidas y pétalos de rosas.

Diane se sonrojó.

—Mmm, no exactamente.

No estaba yo muy segura de querer enterarme.

—Por favor, dime que al menos había sábanas de seda —insistió Amy.

Diane respondió, pero en voz tan baja que resultaba inaudible.

—Bueno, quizá deberíamos cambiar de tema… —propuse.

Diane paseó la vista por el grupo y sonrió.

—Está bien. Es sólo que… soy virgen.

—¿ERES QUÉ? —chilló Tracy, a la vez que se levantaba de un salto del sofá. Diane se encogió de hombros por toda respuesta.

«Imposible».

Ella y Ryan llevaban juntos tanto tiempo que prácticamente estaban casados. Bueno, a lo mejor era verdad eso de que la gente casada no practica el sexo.

—¿En serio? —preguntó Tracy con otro grito.

Diane asintió.

—En serio.

—Guau.

Tras una incómoda pausa, Diane se levantó y se acercó a Tracy.

—Gracias, Tracy —dijo con un travieso brillo en los ojos—. Muchas gracias por haber pensado todo este tiempo que era una zorra de marca mayor.

Tracy se encogió de hombros.

—Oye, sólo estoy aquí para criticar a mis amigas, a ver qué te crees.

—Penny, ¿y si ponemos música para dejar de oír a Tracy? —me propuso Diane con una sonrisa.

—Sí, como si un simple altavoz fuera capaz de callarme —contraatacó Tracy.

Aprobé completamente la sugerencia de Diane. Sabía muy bien qué canción poner a todo volumen.

¿Cuál, si no?

Come Together: juntémonos.

—No tienes que preocuparte por limpiar, en serio —le insistí a Diane una vez que todo el mundo se hubo marchado. Enjuagué unas cuantas latas de refrescos que había que reciclar.

—Es que te quería hacer una pregunta.

Me senté a la mesa de la cocina, a su lado.

Se rebulló, incómoda, en el asiento.

—¿Te parece raro?

—¿El club?

—No, no. El que Ryan y yo no…

—Mmm, bueno, yo había supuesto…, ya sabes.

Bajó la mirada al suelo.

—Sí, ya lo sé. Es sólo que… ¿Te puedo decir algo?

Asentí.

—Nunca se lo he contado a nadie, pero una vez lo intentamos. La Nochevieja pasada pensábamos… Lo teníamos todo planeado. Mis padres iban a pasar la noche en la ciudad, así que fuimos a mi habitación después de la fiesta de Todd y, efectivamente, había velas. Y, efectivamente, me regaló rosas… —Diane se echó a reír—. Me figuro que éramos de lo más predecible —su sonrisa se fue desvaneciendo, y se quedó callada unos instantes.

Asentí en señal de comprensión. Me empezaron a asaltar recuerdos de mi embarazosa, mi catastrófica velada con Nate.

—Me acuerdo de que estaba segura con respecto a Ryan, de que estaríamos juntos para siempre. Todo resultaba tan romántico, tan perfecto, pero entonces… me asusté. No es que me sintiera un poco inquieta, no. Perdí los nervios por completo. No habíamos llegado muy lejos, aún llevábamos puesta casi toda la ropa; pero me eché a llorar. Ryan se incorporó de inmediato y encendió la luz. Parecía tan preocupado que me sentí todavía peor.

»Aún sigo sin entender qué pasó. Me figuro que me entró pánico. Estuvimos tumbados, juntos, hasta la mañana siguiente. Y Ryan me abrazaba mientras yo seguía llorando. Después de aquella noche, las cosas entre nosotros cambiaron. Creo que a Ryan le preocupaba haber hecho algo mal, de modo que nunca más trató de llegar tan lejos. Ambos estábamos tan avergonzados que no volvimos a hablar del tema. Apenas hicimos nada el último par de meses que estuvimos saliendo. Por eso nos ha resultado fácil seguir siendo amigos, porque eso es lo que hemos acabado siendo, al final… sólo amigos.

Diane se mostró triste unos momentos, y luego levantó la vista para mirarme y esbozó una débil sonrisa.

—Todo el mundo quiere enterarse de qué ha pasado, de por qué la «pareja perfecta» ha roto. Creo que, para nosotros, esa noche fue el principio del fin. No porque fuéramos a practicar el sexo, sino porque ambos nos dimos cuenta de que nos estábamos obligando a algo que ninguno de los dos quería en realidad.

Diane me miró y se encogió de hombros.

—Estoy harta de hacer cosas por otras personas, o porque sea lo que se espera de mí. No pienso volver a repetirlo, nunca más.

—Bien dicho.

Diane me sonrió.

—Hay otra cosa que quiero que sepas.

Me incliné hacia delante, preguntándome qué más podría venir a continuación.

—Después de la temporada de fútbol americano, voy a dejar el grupo de animadoras.

Semejante noticia podría haber supuesto una sorpresa aún mayor que la ruptura con Ryan.

—¿De verdad?

—Sí. Además, voy a presentarme al equipo de baloncesto. Y lo hago sólo por mí —se le iluminó la cara, y se notaba que hablaba muy en serio.

—Ay, Diane —me había quedado sin palabras.

La cabeza me estallaba con toda la información acumulada aquella noche. Aunque no era más que nuestra primera reunión oficial, la mayoría del grupo estaba cambiando y un montón de secretos se estaban dando a conocer.

Seguro que, con el tiempo, más secretos saldrían a la luz.

Puede que incluso algunos de los míos.