Diez
Después de cuatro años de ignorarnos mutuamente, me sorprendió lo poco que Diane y yo tardamos en volver a congeniar. Había dado por sentado que resultaría violento, pero no fue así. Éramos las mismas de antes.
Estaba esperando a Diane junto a mi taquilla al final del día cuando Ryan dobló la esquina; parecía disgustado. Abrió su taquilla de un tirón y empezó a meter libros a empujones en su mochila, con tanta fuerza que pensé que el asa se iba a romper.
Levanté los ojos y vi que Diane se aproximaba hacia mí con una sonrisa.
Pasé la mirada del uno al otro. Sabía que hablaban de vez en cuando desde la ruptura, pero no me apetecía entrometerme en sus asuntos.
Ryan cerró la taquilla de un golpe y, al darse la vuelta, estuvo a punto de chocarse conmigo.
—Lo siento —se disculpó.
—No importa —respondí. Diane estaba a punto de llegar—. Mmm, ¿todo bien?
—¿Eh? —parecía agitado—. He fallado en la práctica de Química.
—Ah, vaya —no sabía qué otra cosa decir. Nunca había tenido problemas a la hora de hablar con Ryan, pero Diane se acercaba y yo tenía la sensación de que, de alguna manera, la estaba traicionando.
—Hola, chicos —nos saludó Diane.
Noté que la gente en los pasillos aminoraba el paso para observar a Ryan y a Diane.
Ellos también lo notaron.
Se produjo un incómodo silencio entre los tres mientras la gente revoloteaba alrededor, diseccionando cada movimiento que Ryan y Diane efectuaban. Dije lo primero que me vino a la cabeza.
—A Ryan no le ha ido bien en la práctica de Química.
Ryan me lanzó una mirada extraña.
—Perdona…, yo… —me sentí avergonzada.
Diane puso los ojos en blanco.
—No hay por qué desesperarse por un notable. Además, ¿no te iban a dar más puntos, o algo parecido, por ese asunto de la asesoría sobre el alumnado?
—¿De qué asesoría habláis? —me interesé.
Ryan se sonrojó.
—No es nada. El director Braddock ha pedido a algunos alumnos que se reúnan con él de vez en cuando para darle una visión más completa de las preocupaciones de nuestros compañeros.
Me desconcertó.
—¿No está para eso el Consejo de Alumnos?
Ryan se encogió de hombros.
—No lo sé. Sólo he ido a verlo una vez, y únicamente quería hablarme de fútbol americano. Me imagino que le apetece rememorar sus años de gloria.
En su día, Braddock fue el atleta estrella del instituto McKinley y, por si a alguien se le fuera a olvidar, en las vitrinas de trofeos había un montón de fotos suyas a modo de recordatorio.
—Sí, y luego dicen… —las palabras de Ryan fueron interrumpidas por un escandaloso chillido que llegaba del pasillo. Estuve a punto de tambalearme cuando vi que procedía de Tracy.
Se acercó corriendo con una expresión del más puro entusiasmo y terminó empujándome contra mi taquilla.
—¡Ay!
Tracy se colocó la mano sobre la boca y trató de ahogar la risa.
—¡Perdona! No te vas a creer lo que ha pasado.
Moví el hombro para asegurarme de que no se había dislocado.
—Paul va a dar una fiesta en su casa, el sábado, ¡y me ha pedido que vaya!
—¿Paul Levine? —pregunté.
—Sí, ¿te lo puedes creer? Es el número tres de la lista.
—Guau, Tracy, ¡es genial! —volví la mirada a Diane, que me hizo un guiño disimulado.
Tracy estaba exultante.
—Y tú irás conmigo, ¿verdad? Lo vamos a pasar en grande. Sus padres se han ido de viaje y, como Paul está en el último curso, en la fiesta habrá un montón de alumnos de segundo; puede que incluso asista Kevin. Tú vas a ir, ¿verdad, Diane?
Diane se quedó estupefacta por el hecho de que Tracy contara con ella.
—Desde luego.
—¿Lo ves, Pen? ¡Tienes que venir! ¿No te parece, Diane?
Diane se echó a reír.
—¡Venga, Penny!
Sólo unas horas antes, Tracy se estaba lanzando a la yugular de Diane. Ahora la utilizaba para convencerme de que asistiera a la fiesta.
—Pues claro, os acompañaré —repuse yo.
Ryan nos miraba a las tres con una mezcla de desconcierto y regocijo.
Yo estaba un poco nerviosa ante la idea de asistir a una fiesta en una casa. Parkview no era más que un pueblo, con sólo diez mil habitantes, y mis padres conocían a casi todo el mundo. Si me descubrían en una fiesta en la que los padres estaban ausentes, seguro que me metería en un buen lío. Mi madre era una mujer menuda, pero poseía la cólera de Dios. No quería provocarla. Enfadada, es de temer.
Se trataba de otro aspecto sobre el que más me valía andarme con cuidado.
—¿Qué te vas a poner para la fiesta? —le pregunté a Tracy al día siguiente, mientras tomábamos asiento en las gradas del campo de fútbol americano para el partido que se disputaba aquella noche.
—Y Diane, ¿qué se va a poner?
Tracy había estado de lo más amable con Diane desde la invitación de Paul. Y yo confiaba en que no estuviera fingiendo.
—Puede que te busquemos una bonita camisa de fuerza que haga juego con tu acti… ¡Ay!
Tracy me hincó los dedos en el brazo derecho.
—¡Shh! —ordenó mientras trataba de señalar con disimulo hacia delante.
—Numm siiet —masculló Tracy.
—¿Qué pasa? —acabé de convencerme: Tracy, por fin, se había vuelto loca.
—Nuumm siiet —Tracy movió la cabeza hacia delante de una manera un tanto violenta.
—¿Te está dando un ataque? —pregunté.
Volvió la mirada hacia mí y puso en alto siete dedos.
«¿Siete? ¿Siete qué?».
Visiblemente frustrada por mi respuesta, se inclinó para hablarme.
—Steve es el número siete de mi lista —señaló la fila de delante, en la que Steve Powell se había sentado con unos amigos.
Puse los ojos en blanco.
Tracy esbozaba una sonrisa de entusiasmo.
—Éste es el curso en el que, por fin, la lista va a funcionar. Mañana tenemos a Paul, y esta noche…
Yo rezaba para que estuviera de broma. En los primeros días de clase, la lista de ocho alumnos del McKinley se redujo a cuatro. Mark Dowd fue borrado por hablar demasiado con Kathy Ehrich en Trigonometría; Eric Boyd se había cortado el pelo excesivamente; W. J. Ross había conseguido un empleo en el restaurante de comida rápida que menos le gustaba a Tracy; y Chris Miller había cometido el mayor de los pecados: salir con Amy Gunderson durante el verano. A semejante ritmo, cuando llegase la fiesta de antiguos alumnos no quedaría ni rastro de la lista.
—Di algo —Tracy no dejaba de darme empujones. Me iba a hacer un buen moratón.
—Mmm, de acuerdo. ¿Sabes qué aspecto tiene el padre de Ryan? —me puse a examinar el gentío. Vi entre la multitud a la madre de Ryan, a su padrastro y a su hermanastra, quienes agitaban pancartas con: ¡Ánimo, Ryan! Reconocí a los padres y las madres que los rodeaban; no divisé a ningún adulto que me recordara a Ryan.
Tracy soltó un gruñido.
—¿Cómo? ¿A quién le importa eso? Dile algo a Steve, consigue su atención.
Inesperadamente, estalló en una carcajada descomunal, llegando incluso a darse palmadas en la rodilla. Mientras se doblaba, movió la rodilla de tal manera que golpeó a Steve en el hombro.
—Ay, lo siento —Tracy se inclinó hacia delante y colocó la mano donde su rodilla había estado segundos atrás.
Steve se giró y esbozó una sonrisa.
—Hola, Tracy; no te preocupes.
—¿Cómo te van las clases, por ahora? —preguntó ella para iniciar una conversación.
Me quedé contemplando cómo Tracy desplegaba sus «encantos» con Steve. Me impresionaba el hecho de que no pareciera costarle ningún esfuerzo, aunque yo era consciente de que ocurría todo lo contrario. De vez en cuando, Tracy rozaba el brazo de Steve al hacer algún comentario y se reía de casi todo lo que él decía. Me entretenía tanto la conversación entre ambos que apenas prestaba atención al partido.
—Chicas, ¿vais a ir a la fiesta de Paul mañana por la noche? —preguntó Steve.
Tracy sonrió.
—Claro que sí. ¿Y tú?
Steve asintió con un gesto.
—¿Va a ir Diane con vosotras? Últimamente os he visto juntas en el comedor.
Tracy lanzó a Steve una mirada furiosa, se levantó de un salto de la grada y se encaminó al pasillo.
Steve se quedó mirándome.
—¿Qué le pasa?
Me encogí de hombros a la vez que me ponía de pie para ir a buscarla.
Si no me fallaban las cuentas, ahora sólo quedaban tres nombres en la lista.