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—Mi padre fue un harki. ¿Sabes lo que eso significa?
Confesé que no lo sabía.
—Un argelino que luchó junto a las tropas francesas contra el Frente de Liberación Nacional. No eran mercenarios. Los habían educado bajo la trilogía republicana: Liberté, Egalité, Fra-ternité. Y se la creyeron. Para el FLN y sus correligionarios, fueron traidores. Hubo sin embargo más «indígenas», como los llamaban desde París, en el ejército francés que entre los combatientes del FLN. Cuando De Gaulle tomó partido por la independencia de Argelia, aun antes de retirarse las tropas francesas ya empezaron los ajustes de cuentas, las ejecuciones sumarias. Francia no movió un dedo para protegerlos. Los que no pudieron ser «repatriados», unos setenta mil, fueron liquidados por los vencedores. Los que pudieron llegar a la metrópolis fueron recibidos con muchas promesas. Desde luego que no se cumplieron, los gobiernos de derecha olvidan pronto las deudas pasadas, los de izquierda solo tienen desprecio por quienes les recuerdan que hubo otra opción. Hasta hace poco muchos seguían concentrados en campos —notarás que hago un esfuerzo por no decir «campos de concentración»...— en el sur de Francia: Larzac, Bourg-Lastic, Rivesaltes, te ahorro todos los nombres.
No hubiese debido decir que me parecía el destino triste pero inevitable de quienes se equivocan al apostar al lado ilusorio de la Historia. Leila me echó una mirada dura. Entendí que reservaba su piedad para los vencidos, y su desprecio para alguien capaz de entender la lógica de los vencedores. Después de una pausa añadió:
—«Juguetes de la Historia», así llamó De Gaulle a los harkis. Se lavó las manos, como Pé-tain cuando proclamó el «estatuto de los judíos» en 1940...
La comparación con la hora más bochornosa de la historia de Francia me hizo callar. Preferí no interrumpir lo que Leila sentía necesidad de contar. Más tarde entendería por qué me había elegido para escucharla.
—Tres años duró la ilusión de un gobierno popular en Argelia. Los «dirigentes históricos» del FLN eran fanáticos pero honestos. Durante la guerra de independencia Ginebra les había servido de base financiera, los argelinos de Francia y los franceses de izquierda depositaron fortunas en la cuenta del FLN. Con ese dinero se financiaron las bases de la nueva sociedad. En 1965, golpe de Estado, Ben Bella preso durante quince años, otros dirigentes asesinados... Pero el canal financiero con Ginebra ya estaba instalado. Ahora fueron cuentas a nombre de los generales las que empezaron a recibir las rentas del petróleo. La corrupción penetró todos los niveles: hasta un cineasta oficialista depositaba en Suiza parte de los presupuestos inflados de sus filmes de propaganda histórica. A partir de 1992, la corrupción batió récords. Hoy los islamistas les sirven a los generales para mantener aterrorizada a la población.
Una pausa. Estábamos sentados ante una mesa de La Perle du Lac. Las tazas de café se enfriaban, intactas. Algunos barcos de excursión pasaban sin molestar a los remeros que cruzaban el lago en sus botes.
—¿Y tu padre? ¿Y los harkis?
—Mi padre se suicidó hace diez años. En un suburbio de París, en un cuarto miserable. Los harkis... qué quieres que hagan, organizan una, varias sociedades de ayuda mutua. Cada tanto se reúnen, brindan por los compañeros muertos, por la Argelia perdida, y en cada elección votan al partido que les promete algo que no va a cumplir. ..
No necesité mucho más para entender en qué dirección iba dirigido el odio de Leila, a quién o a quiénes esperaba que alguien, acaso yo, la ayudase a matar. Se me ocurrió contarle que en la Argentina se juzga y condena a los responsables del terrorismo de Estado.
—¿Te crees que no leo las noticias del exterior? Se los condena para cubrir, como un escudo moral, esa red de negocios no disimulados en que se ha convertido la democracia. ¿Se juzga, acaso, a los héroes de la corrupción, que siguen sonriendo ante las cámaras? ¿A quienes desalojan a las poblaciones indígenas para sembrar soja? Para los cómplices hay impunidad. Nadie ignora cómo funciona la red de extorsión mutua: si alguien fuese llevado ante la justicia, haría públicas pruebas que condenarían a muchos de los que hoy gobiernan. Además, la justicia... ¿Encarnada en quiénes? —Hizo una pausa y me dirigió una sonrisa irónica—. La justicia es algo que siempre les importó a ustedes los judíos, ¿no? Tú y Laredo pueden darse el lujo de creer en ella. Yo creo en la venganza.
Preferí no discutir. La mañana progresaba lentamente hacia un mediodía soleado. Del otro lado del Jura, a nuestras espaldas, y más allá de los Alpes, del otro lado del lago, Europa se desintegraba pausadamente —al menos esa Europa mediterránea, la única en que yo querría vivir— a la espera del salvataje por el banco central alemán, de la prestidigitación financiera de esa otra Europa, la que no me seduce. ¿Quiénes éramos? Dos casi extraños, más bien insignificantes, rozando nuestros presentes en territorio engañosamente neutral, presos ambos, en distinto modo, de todos nuestros ayeres.