V

EL TRABAJO DE LA MADERA

Agítate, susurro de los juncos, soplad dulcemente, hermanos de los cálamos, murmurad, ligeras mimbreras, silbad, ramas temblorosas de los álamos, revivid el sueño interrumpido...

GOETHE, Fausto

Desde el comienzo de los estudios sobre los instrumentos producidos por homínidos prehistóricos, todo el mundo intuía que debían de existir también utensilios de madera, como lo evidencian las representaciones didácticas en las que se ven cazadores blandiendo palos o lanzas. Los autores de esas representaciones, siempre intuitivas, fueron severamente criticados durante años porque, de hecho, existe una gran diferencia entre proponer una hipótesis altamente probable y disponer de pruebas irrefutables del uso de este material para la producción de instrumentos. Sin embargo, con el tiempo fueron ganando crédito al irse encontrando nuevos y más importantes testimonios antiguos del uso de la madera.

Un estudio de Lawrence Keeley sobre el yacimiento de Koobi Fora pone de manifiesto que existieron objetos líticos que trabajaron sobre madera hace más de 1,5 millones de años. El anáfisis microscópico de los desgastes en los instrumentos de Koobi Fora, combinado con la reproducción experimental de las actividades que parecen haber desarrollado esas herramientas, establece como conclusión que las herramientas de Koobi Fora se usaron sobre madera. Lo más verosímil es pensar que se dedicaron a la producción de otros útiles. Además de esta actividad, Keeley demostró también, por supuesto, la existencia de descuartizamientos de animales, la forma básica de obtención de proteínas.

La de Koobi Fora podría ser la prueba más antigua de utilización de objetos de madera, pero existen asimismo pruebas de otras más modernas y aún más

significativas por el tipo de evidencia que aportan. En Clacton-on— Sea (Reino Unido) fue hallado un objeto que Oakley, Andrews y el propio Keeley clasificaron como un objeto de madera de fabricación humana. Keeley fue quien realizó su examen microscópico que demuestra que, además de las líneas propias de la estructura anatómica del vegetal, presenta estrías que corresponden a la configuración del utensilio. Únicamente fue trabajado un

extremo, por lo que se trata de un objeto puntiagudo. Se analizaron su morfología y su morfometría para contrastar las distintas hipótesis posibles, entre ellas, que se pudiera tratar de un palo de cavar-lo que en la literatura inglesa se denomina digging stick—, coherente con el hecho de que la economía de los grupos de cazadores recolectores suele estar asociada primordialmente a la recogida de frutos, raíces y tubérculos. Pero su diámetro, menor de lo normal, no concuerda con eso. Se trata de un instrumento largo y de pequeño diámetro que se adapta mejor a la finalidad de penetrar en el cuerpo de un animal. Como se trata de un objeto aislado y relativamente mal conservado, la conclusión quedó pendiente de un análisis más profundo acerca del uso de proyectiles por parte de los homínidos del Pleistoceno Medio. La teoría arqueológica exige pruebas contundentes de cara a aceptar como irrefutable la existencia de la caza activa en épocas tan remotas.

Las pruebas definitivas no han aparecido hasta la primera mitad de la década de los noventa en Alemania: han servido para corroborar las ideas sobre la caza y, al mismo tiempo, sobre la complejidad de los homínidos que poblaron Europa durante del Pleistoceno Medio (Homo heidelbergensis). Además, y eso nos interesa ahora de forma especial, los instrumentos hallados son de madera y, por si eso fuera poco, permiten demostrar el uso sistemático y amplio de ese material desde el mismo desarrollo inicial de nuestro grupo zoológico, ya que hace 400.000 años la perfección en la realización de instrumentos de madera era ya muy notable.

En Alemania ya se habían descubierto otros objetos puntiagudos en Bilzingsleben y en Lehringen, pero, al igual que en Clacton, se trataba de hallazgos demasiado aislados y poco concluyentes para una disciplina, la Arqueología, muy reacia a aceptar grandes descubrimientos sobre el comportamiento homínido. Nuestro colega Hartmut Thieme trabaja desde hace tiempo como arqueólogo supervisando las obras de extracción de lignito en una mina a cielo abierto. El lignito se encuentra en el interior de paquetes de turbas sedimentadas en un medio saturado de agua, anaeróbico, durante la parte central del Pleistoceno Medio, hace más de 400.000 años. El trabajo resulta duro porque deben reseguirse las excavaciones que máquinas de gran calado van abriendo a lo largo del día para poder salvar el máximo de material arqueológico posible. Hasta hace poco Schóningen (que así se llama este yacimiento) contenía numerosos restos de industria lírica y esqueletos de caballos asociados a ella que parecían mostrar claras evidencias de intervención humana. En el año 1993, sin embargo, dejó de ser un yacimiento común y se convirtió en el yacimiento al que debemos el juego de útiles de

madera más completo jamás descubierto: incluye objetos lanzadores; otros que, por su morfología y dimensiones más cortas, aunque también son puntiagudos, parecen más adaptados a acciones de proximidad; objetos que han sido analizados como mangos para útiles cortantes... El hallazgo más sorprendente, entre tantas maravillas, fue un cráneo de caballo con un orificio producido por un arma puntiaguda en íntima asociación con uno de los útiles lanzadores. Existe, no obstante, algo aún más destacable: la datación del conjunto, que se remonta a más de 400.000 años. En este hecho radica la mayor trascendencia de Schóningen: el dotar a una época muy mal conocida de un registro extraordinario que demuestra la antigüedad de los útiles de caza humanos.

En el capítulo dedicado al fuego comentaremos las tremendas posibilidades de conservación del material en medios áridos como los de Oriente Próximo, que demostraremos con la descripción del conjunto obtenido en la llamada Cueva del Guerrero. También hablaremos del excelente registro sobre la prehistoria reciente que nos han proporcionado las turberas de Europa Central. Pero lo que ahora presentamos es mucho menos común, porque se refiere a un periodo muy arcaico sobre el que carecemos de hallazgos como éste que nos permitan conocer de forma incontestable el comportamiento cazador de especies de homínidos anteriores a la nuestra. Un comportamiento que ha sido objeto de controversia y que ha sufrido críticas numerosas y prevenciones acerca del peligro de hipótesis que sostenían la existencia de sistemas de caza complejos y de útiles de madera muy elaborados.

Los objetos más destacados de Schóningen son ocho lanzas o jabalinas de entre 1,8 y 2,30 m de longitud y de 3 a 5 cm de diámetro, perfectamente afiladas. Los estudios de balística a los que han sido sometidas demuestran su eficacia como instrumentos arrojadizos. Para construirlas se usaron ramas y troncos ya bastante rectos originalmente, aunque aún irregulares. Se les extrajo la corteza y se dio forma a los extremos hasta convertirlos en puntas penetrantes.

Las dimensiones de las jabalinas nos indican también la robustez de los cazadores europeos del Pleistoceno Medio que las usaron; robustez que, por otro lado, se observa asimismo en el registro de la Sima de los Huesos (Ata— puerca), cuyos individuos, especialmente los varones, presentan una estructura ósea extraordinariamente fornida. Es la misma constitución que, posteriormente, heredarán los Neandertales.

Indudablemente las intuiciones de dibujantes y grabadores de principios de siglo, en cuyas ilustraciones aparecían hombres y mujeres prehistóricos armados de lanzas y palos afilados, eran proféticas. El descubrimiento de Schóningen demuestra sin paliativos algo que parecía obvio: la utilización sistemática de la madera por parte de los humanos del Pleistoceno. Aunque entre las intuiciones de principios de siglo y la actual demostración haya existido un periodo de incertidumbre y crisis, una vez superado éste y con las pruebas en nuestras manos, la investigación sobre la Prehistoria ha salido ganando en cuanto a método y resultados.

La controversia no ha resultado vana porque, por un lado, durante muchos años se intentó utilizar la obviedad de un hecho como demostración del mismo. Por otro lado, una crítica metodológica muy sana, que ha actualizado y ayudado a madurar a la Arqueología, mostraba las trampas de una búsqueda que demasiado a menudo daba por buenas hipótesis poco o nada fundamentadas. Desgraciadamente, esa crítica alcanzó su paroxismo negando cualquier posibilidad de que hubiera existido complejidad humana alguna previa a nuestra especie y convirtiendo en un acto de fe la negación de lo que antes se había creído con igual convicción. En los últimos años se han venido planteando hipótesis excesivamente taxativas sobre el poblamiento de Europa y las capacidades de los humanos que lo realizaron. Afirmar con rotundidad un hecho en cualquier ciencia siempre resulta peligroso y nocivo. Y aún más en la arqueología del Cuaternario, en la que los datos disponibles son, por desgracia, escasos. En este sentido, pretender de forma tan tajante que la caza activa y el uso de proyectiles no tuvieron lugar hasta una época muy posterior es una hipótesis fuerte y débil por igual. Fuerte, porque descarta cualquier opción contraria o ambigüedad estadística y tiene un gran poder explicativo: sabríamos, gracias a ella, que en el Pleistoceno Medio no pudo existir la caza activa. Y débil, porque un solo hallazgo en contra la refutaría definitivamente. La fuerza y la pervivencia de las hipótesis depende de que se construyan de manera que resulte difícil refutarlas para que la ciencia pueda basarse con solidez y seguridad. Por el contrario, una hipótesis que pueda ser invalidada por un único hallazgo indica que el tiempo empleado en su formulación y el tiempo durante el cual la ciencia la ha conceptuado como válida ha sido desperdiciado. En una materia donde existan pocos datos, las hipótesis deben estar dotadas de un cierto grado de flexibilidad, el suficiente para que puedan sustentarse sin superar el límite que las convertiría en ineficaces y poco explicativas.

En definitiva, Schóningen nos proporciona los datos directos sobre la utilización de la madera como materia prima para la confección de instrumentos. Anteriormente ya hemos señalado que los análisis de los instrumentos líticos de Koobi Fora realizados por Keeley aportaban pruebas indirectas de ese mismo hecho, constancia obtenida también en muchos otros yacimientos. En la mayor parte de los registros no es posible recuperar los útiles de madera, a causa de las condiciones tafonómicas o de preservación.

La formación de suelos con actividad de plantas es lo más corriente y lo que hace posible que nuestro planeta sobreviva. Pero a la Arqueología le interesa mucho prospectar y trabajar sistemáticamente aquellos sedimentos que, por el contrario, se han formado en lugares donde el suelo no ha podido desarrollarse, bien porque se trate de zonas extremadamente húmedas, como en Schóningen, o bien extremadamente secas, como en los desiertos. En ambos casos es posible la conservación de restos orgánicos hasta nuestros días. En Oriente Próximo se ha conseguido la pervivencia, no sólo de objetos de madera, sino incluso de cestería y de tejidos. Los glaciares de Las zonas árticas constituyen asimismo una fuente impresionante de datos extraordinarios. Extraordinarios en sentido literal, fuera de lo corriente, como el hallazgo del «Hombre del hielo» o de los mamuts congelados de las estepas siberianas. No es nada frecuente encontrar objetos de madera que daten del Pleistoceno; por eso mismo la investigación de Schóningen es imprescindible e ineludible.

En caso contrario, lo más usual, la Arqueología dispone de instrumentos analíticos que permiten obtener los datos que no pueden conseguirse de forma directa. Una de estas técnicas es el denominado «análisis de los desgastes de los útiles»: las herramientas prehistóricas, al igual que las nuestras en la actualidad, se desgastaban a causa del uso prolongado o inadecuado; hoy las afilamos, porque se trata de objetos costosos y que requieren un largo proceso de fabricación. En cambio, en la historia más remota, la cadena operativa necesaria para producirlas era corta y la materia prima de fácil acceso. Por eso, aunque en ocasiones se rehacían los filos golpeándolos de nuevo, lo más corriente era abandonar el instrumento una vez que había concluido la actividad para la que se había concebido, o bien cuando estaba demasiado desgastado. En ese estado llegan hasta nosotros.

Los útiles de piedra, en contacto con la madera, la carne, la piel, el cuero y todos los materiales empleados por los homínidos, sufrían deterioros mecánicos provocados por la fricción, tales como roturas, estrías y pulidos, o cambios químicos causados por la acción prolongada de una alta temperatura y/o de un material muy duro y silicatado. Estos desgastes de origen mecánico o químico son distinguibles y analizables y, en gran medida, interpretables gracias al microscopio electrónico de rastreo. Cada materia trabajada reacciona con la roca de manera distinta, de forma que cada tipo de desgaste es característico de una materia. El límite de fiabilidad de esta técnica se encuentra en la franja en que dos o más materias pueden producir desgastes similares. Actualmente se está trabajando para mejorar la capacidad analítica del estudio de los desgastes, reduciendo la franja de incertidumbre. Esta es la técnica aplicada por Lawrence Keeley en Koobi Fora.

Nuestro equipo la aplica en los diferentes niveles y cavidades del complejo de Atapuerca, en el Abric Romaní de Capellades y en otros yacimientos de la cuenca mediterránea. En los niveles de Atapuerca se han analizado registros del Pleistoceno Inferior y Medio antiguo, tan o más viejos que Schóningen. En todos ellos ha quedado de manifiesto un tipo de desgaste que genera superficies muy lisas y voluminosas, pero de volúmenes discontinuos, correspondientes a una transformación química y a la formación de un depósito de estructura química diferente al de la roca original. Es el desgaste que, experimentalmente, se ha venido relacionando con el trabajo de la madera. Además del análisis mediante el microscopio electrónico, es necesaria una reproducción de las actividades prehistóricas correspondientes con el mismo tipo de instrumentos que queremos estudiar, con el fin de comprobar el desgaste que se produce en ellos y compararlo con el material arqueológico. Finalmente se realiza una experimentación mecánica para conocer la resistencia de la roca que fue usada en la fabricación de los útiles antiguos. A partir de todas esas operaciones podemos establecer los grados de desgaste debidos al trabajo de la madera.

En conclusión, hemos podido constatar que en los niveles de Pleistoceno Inferior de Atapuerca, con presencia de restos de Homo antecessor y más de ochocientos mil años de antigüedad, existe trabajo de la madera. Raspar la madera no puede relacionarse con ninguna actividad ligada a la supervivencia, a la obtención directa de alimentos, como lo sería una actuación sobre vegetales herbáceos. Es decir, la actividad registrada ha de ser forzosamente de tipo técnico, destinada a la producción de instrumentos de madera. Atapuerca no es el único conjunto donde se han hallado pruebas indirectas de la confección de instrumentos de madera: en la mayoría de yacimientos europeos y africanos cuyo material lírico ha podido analizarse se ha constatado que un cierto porcentaje de herramientas estaba destinado a trabajarla.

Sin embargo, la madera trabajada no se ha usado únicamente en el Piéistoceno Inferior y Medio. El Abric Romaní en Capellades, con una antigüedad de entre 40.000 y 7.000 años, demuestra que también en el Pleistoceno

Superior los homínidos emplearon la madera en muchas de sus actividades.

En el Abric Romaní existen objetos de madera afilados: su diámetro es amplio, llega hasta los 10 cm, y su longitud oscila en tomo a un metro, características que los convierten en objetos gruesos y pesados, por lo que la interpretación más verosímil es que se tratara de palos de cavar.

Hay una plancha de madera rectangular, de aproximadamente 40 cm de longitud y 15 de anchura, totalmente plana. Otro objeto presenta una morfología general oval, de unos 10 cm de diámetro, con un pedúnculo en un extremo y cóncava en las dos secciones. Parece claro que estos dos objetos desempeñaban una función doméstica, aún sin determinar con exactitud. La morfología del segundo podría estar ligada a una función de contenedor o de pala. A pesar de que ambos están carbonizados y se hallaron cerca de hogares, no aparecieron directamente encima de ellos. Lo más probable es que se quemaran porque eran objetos relacionados con el fuego, que se usaban en contacto con él en actividades domésticas.

En 1990 localizamos un tronco de 4 m de longitud sin modificar pero que tuvo que ser transportado expresamente al abrigo con una finalidad que desconocemos. Finalmente, al lado de un hogar, se hallaron los restos de tres ramas cortas asociadas y superpuestas por uno de sus extremos. Podría tratarse de una estructura de trípode que sirvió para labores domésticas relacionadas con el fuego, tales como la preparación de alimentos.

El Abric Romaní no presenta las mismas condiciones tafonómicas de Schóningen:1 la madera no mantiene su estado original, sino que aparece carbonizada o impresa en moldes. Los dos objetos domésticos descritos se hallaron carbonizados, un estado en el que las bacterias no pueden atacar a la madera y digerirla, de forma que ésta se conserva. El resto de objetos, los palos de cavar, el tronco y el trípode, no se conservan propiamente, pero conservamos los moldes naturales de travertino que los contuvieron. El travertino es la roca que compone el sedimento del Abric Romaní. Se deposita de forma muy rápida por la precipitación del carbonato del agua provocada por el musgo y otros vegetales. Cuando eso ocurre, todos los objetos y el suelo recubiertos de musgo también acaban revestidos por el travertino. Puesto que el proceso se lleva a cabo con tanta rapidez, el musgo sigue vivo durante un tiempo; a su muerte, los cuerpos se descomponen, pero el molde que los contuvo se conserva intacto.

Seguro que, si siguiéramos la evolución de los útiles de madera, podríamos constatar cómo aumenta su complejidad. También descubriríamos el origen del uso de herramientas por parte de los homínidos, con anterioridad a la utilización de la piedra. Pero, dado que no existen registros importantes y complejos de este material, resulta muy difícil poder trazar una historia de la complejidad y diversidad de los objetos prehistóricos en madera. Ciertamente, sin embargo, el estudio de los útiles y objetos de madera cambiaría nuestra visión de la evolución de la tecnología de ese periodo. Especialmente, nos permitiría registrar actividades y magnitudes de la existencia humana que ahora nos son desconocidas. En el Pleistoceno Inferior y Medio y en buena parte del Superior no hemos podido localizar instrumentos líricos puntiagudos y capaces de penetrar los cuerpos de animales que hayan podido usarse para darles caza. El análisis de los desgastes únicamente ha permitido, en algunos casos que pertenecen al Pleistoceno Superior inicial de Oriente Próximo, identificar proyectiles. En nuestro trabajo en el Abric Romaní, en donde hemos hallado numerosos restos animales que indican una obtención continua y abundante de este tipo de alimento, habíamos considerado siempre la posibilidad de que nos faltaban los útiles de madera para completar todo el espectro técnico. El mismo problema se produce en todos los yacimientos de la misma época, y aún más antiguos, en todo el mundo.

Muy pocas veces se han podido hallar registros de trabajo en madera y casi nadie confiaba en ello, a pesar de que el análisis de los desgastes había permitido obtener indicios positivos de su existencia. Una arqueóloga francesa, Sylvie Beyriés, en su tesis de 1984 sobre análisis de desgastes en yacimientos de Neandertales, había constatado la presencia de numerosos instrumentos usados sobre madera y se preguntaba, sorprendida, cómo era posible que fueran tan abundantes. Concluía que podía deberse a problemas de método. Nosotros, como muchos otros, creíamos todo lo contrario: que ese hallazgo era muy lógico.

Hemos visto cómo, además de ser usados para la caza, buena parte de los objetos de madera encontrados son de uso doméstico. En general, el análisis de los desgastes y el estudio de los niveles arqueológicos únicamente revelan actividades técnicas y de consumo de biomasa animal, pero no hemos podido averiguar qué instrumentos se usaban cotidianamente en las actividades domésticas relacionadas con la alimentación, la preparación de alimentos o su conservación. Sin duda, la visión que tenemos sobre nuestros antepasados variará forzosamente cuando podamos ampliar nuestros conocimientos en esta esfera: la evolución de los homínidos a lo largo del Pleistoceno ganará en complejidad.

Debemos recordar aquí que nuestra especie resultó de la evolución de otras especies que vivían en el bosque. Por eso no parece desencaminado que la madera fuera el primer material usado por nuestros antepasados, igual que vemos entre los chimpancés. La historia de los descubrimientos más recientes así lo confirma. La madera es, con toda probabilidad, la materia prima más ancestral de la humanización, aunque las posibilidades que se desprenden de este hecho sólo hayan sido aceptadas de manera amplia muy recientemente.