Eudald Carbonell y Robert Sala

Planeta humano

© Eudald Carbonell Roura y Robert Sala Ramos, 2000.

Diseño de la cubierta:

Albert i Jordi Romero.

Primera edición: junio de 2000.

© de la traducción: Rosa María Culi Cano, 2000.

© de las ilustraciones del interior y de la cubierta: Francesc Riart, 2000.

© de la fotografía de la solapa: Jordi S. Carrera.

© de esta edición: Ediciones Península s.a.,

© Eudald Carbonell Roura y Robert Sala Ramos, 2000.

Diseño de la cubierta:

Albert i Jordi Romero.

Primera edición: junio de 2000.

© de la traducción: Rosa María Culi Cano, 2000.

© de las ilustraciones del interior y de la cubierta: Francesc Riart, 2000. © de la fotografía de la solapa: Jordi S. Carrera.

© de esta edición: Ediciones Península s.a.,

DEPÓSITO LEGAL: B. 24.064-2000.

ISBN: 84-8307-271-8.

PRÓLOGO

Aun no somos humanos. Esta afirmación tajante puede parecer bien absurda, bien una simple provocación sin fundamento. Al fin y al cabo plenamente seguros (y orgullosos) de nuestras capacidades como género. Justamente todas aquellas que nos han permitido ocupar el planeta entero, gestionarlo (bien o mal) y, como base de todo ello, entender su funcionamiento. Y, además, estamos a las vísperas de salir fuera y habitar el orbe extraterrestre. ¿A quién, con un poco de sensatez, se le puede ocurrir que semejante éxito lo hayan conseguido unos pobres animales que ni siquiera son plenamente humanos?

A pesar de estas consideraciones del sentido común, muchos lectores asentirán a la siguiente proposición. Nuestra actuación para con la ecología del planeta, con los demás seres vivos, con otras comunidades de nuestra especie, nos indica que, al menos recientemente, nuestro comportamiento no puede aspirar al epíteto divinizado de la humanidad. En este sentido, no son pocos los que argumentan que nos estamos deshumanizando a marchas forzadas y que la tecnología es la característica que más está contribuyendo a esta senda de depauperación. «¡Humanicemos, pues, la tecnología!», nos propondrán.

El análisis de la situación de la tecnología actual nos plantea ana serie de interesantes contradicciones. El uso de las modernas fuentes de energía eres una importante contaminación y el famoso efecto invernadero q«e calienta el clima planetario. Todos sabemos que hay comportamientos e ideas tendenciosos en muchos de los datos que se nos presentan, ya sea desde las empresas y estados interesados en el desarrollo de estas formas de energía como desde algunos grupos pretendidamente ecologistas. Es cierto que existen fenómenos de transformación de la temperatura y de la irradiación térmica y lumínica procedente del sol. Sin embargo, no es menos cierto que el uso de combustibles fósiles y el abandono del carbón y de la utilización de la madera como fuente de energía nos están permitiendo recuperar un nivel de bosques que no se veía desde hace muchos siglos. El retroceso de la agricultura en nuestro país ha ayudado en la misma dirección. Y también es cierto que en muchos casos se está consiguiendo reducir los efectos nocivos sobre el entorno.

Existen dos campos más modernos y con más futuro en la tecnología que son los que crean mayor alarma y expectativa. Uno es el mundo de la información y la comunicación virtual, en el cual se eliminan las formas de relación personal natural y directa. Se dice y discute que son formas que aíslan a la gente, pero en realidad nos están brindando la oportunidad de que nuestro universo de relaciones sea mucho más amplio, diverso y complejo. En cualquier caso, no se trata de un proceso que haya aparecido de improviso, sino que es el desarrollo natural de nuestra necesidad de comunicar más y mejor la información, un proceso que ya se inició con la escritura, se desarrolló inicialmente con las técnicas audiovisuales y que la red telemática lleva al mayor grado de eficacia y complejidad en la gestión y transmisión de datos e ideas.

Un último caso que queremos citar aquí es el de la ingeniería genética. Se ha iniciado ya con la elaboración de productos alimenticios modificados genéticamente para aumentar la productividad, la resistencia o mejorar la eficacia. En todos los casos son productos altamente rentables y de los que, sin embargo, se pone en duda su salubridad e inocuidad para la salud. No discutimos que una aplicación técnica naciente no pueda comportar, y de hecho comporta, riesgos por una investigación aún muy limitada. De lo que dudamos es de que muchas críticas sean bienintencionadas. El caso es que existe un fuerte rechazo implícito a la técnica en sí, no únicamente a sus eventuales resultados. Hay que ponerla al servicio de la población, evidentemente, pero también es necesario desarrollarla. El caso más flagrante es el de la experimentación de la ingeniería genética con humanos. Esta semana se ha presentado la secuenciación del cromosoma 21. Todos sabemos adonde nos conduce el conocimiento de este importante y célebre cromosoma y, a buen seguro, esa será su finalidad. En el futuro, la secuenciación completa del genoma humano debe permitimos modificar características de nuestra herencia que redunden en una mejor adaptación de las poblaciones humanas a entornos nuevos o cambiantes. Por ejemplo, la exploración y asentamiento en el exterior del planeta muy probablemente requerirá de una resistencia a atmósferas distintas. La selección natural no lo permitiría o realizaría un trabajo de adaptación lenta y progresiva. Por el contrario, la modificación por ingeniería lo conseguirá de forma rápida. Este cambio en el funcionamiento de la selección para la evolución es esencial y abre claramente la puerta de lo que llamamos selección técnica.

La discusión se propone generalmente y de forma demagógica según la contradicción tecnología sí — tecnología no y hay voces que se inclinan por frenar el crecimiento técnico y el desarrollo sin reparar en que esto es imposible y perjudicial. La tecnología no es un hecho cultural del que podamos prescindir, es una de nuestras adaptaciones principales, la más primitiva de las que nos convierten en humanos. Los sistemas técnicos son a los humanos lo que las garras y la carrera a los leones, una forma de adaptación biológica.

Esta proposición sólo es discernible por el análisis de la evolución humana en el pasado, mediante la situación del nacimiento de la técnica y de las otras adaptaciones, de su influencia en el desarrollo humano y su interacción mutua. Una perspectiva centrada únicamente en el presente, en nuestra relación con la técnica, con el entorno, y en los vínculos entre las poblaciones humanas actuales, es necesariamente corta, miope, tiene poca profundidad.

La única vía es la inmersión en el pasado y, para conocer apropiadamente nuestro comportamiento, debemos optar por el pasado más remoto; sólo la visión de prehistoriadores y paleontólogos tiene la amplitud de datos y de perspectiva necesarios.

Por estas razones, cuando nuestro amigo Xavier Folch nos propuso elaborar un trabajo sobre evolución humana desde la perspectiva del arqueólogo, vimos la posibilidad de indagar en el pasado para exponer cuáles son las adaptaciones que nos hacen humanos. No sólo cómo se integra la tecnología en este contexto evolutivo, sino el resto de las adquisiciones que nos han permitido una mejora en nuestro desarrollo y adaptación al entorno. No pretendemos, pues, una proposición esencialista, en la que una sola característica es elevada a la categoría de determinante. La primera adquisición de nuestro grupo zoológico fue el bipedismo, andar sobre las extremidades inferiores y adaptar el resto del cuerpo a esta nueva posición: la forma de las caderas, su amplitud, la estructura de la columna vertebral, la morfología y situación del cráneo. Esto se inició hace más de cuatro millones de años y hasta hace dos millones y medio de años no se añadió un nuevo grupo de adaptaciones: los primeros instrumentos y el inicio de la transformación del entorno y el crecimiento del cerebro iniciaron la andadura del género Homo. Tener herramientas permitió ampliar la dieta de los homínidos con la carne y los tubérculos de la sabana, que no es posible adquirir sin objetos que corten o que practiquen agujeros en el suelo, sustituyendo las garras y los caninos de otros grupos zoológicos. Por esta razón aseguramos que se trata de adaptaciones biológicas. Después de estas se produjo el descubrimiento del fuego, el desarrollo del lenguaje, el tratamiento de los muertos y la aparición del simbolismo artístico, todo ello hace unos trescientos mil años.

Acabamos de presentar algunas de las adaptaciones que discutimos en Planeta humano. Todas ellas nos adaptan mejor al entorno, la comprensión del mundo mediante el lenguaje y la técnica nos proporciona la mejora de la vida que tenemos modernamente, pero también lo hizo en el pasado, y la generación de mitos ha cohesionado históricamente las sociedades humanas.

El desarrollo del fuego y los instrumentos permitieron a los neandertales crecer demográficamente y ampliar la esperanza de vida de sus poblaciones, como nos lo demuestran algunas de las sepulturas del pleistoceno europeo y del Próximo Oriente. De todas formas, no abundan los individuos de edad avanzada y podría responder a tratos diferenciales, no por deficiencias de la técnica sino por una organización social jerárquica. A menudo se interpreta que la aparición de esta característica entre los mamíferos y, en especial, entre los primates, es un signo de modernidad que ya apunta hacia los humanos. Nosotros, en cambio, planteamos que son comportamientos ajenos a la humanidad y que deberíamos trabajar para limitarlos al máximo como ya se hace con las estructuras sociales modernas y la situación actual de, por ejemplo, las mujeres. Estas nuevas formas sí son típicamente humanas. Debemos conseguir que las nuevas técnicas a nuestro alcance, como la modificación genética para superar enfermedades, no se desarrollen jerárquicamente como en el mundo de los neandertales y, por el contrario, se socialicen rápidamente. Esto es lo que probablemente ocurrió con el fuego hace unos ciento cincuenta mil años, después de que su descubrimiento se produjera mucho antes, como ya hemos señalado, por parte de muy pocas comunidades. La socialización de la técnica es la que permite un crecimiento exponencial de las capacidades humanas.

No es el desarrollo técnico el que provoca los desequilibrios sino la forma en que se aplica, controlado por una jerarquía muy clara y con intereses particulares. Las reacciones en contra de la técnica en la actualidad son muy parecidas a las del ludismo, el maquinismo y el socialismo ideal del siglo pasado, unos movimientos que agrupaban a los obreros en contra de las máquinas. La distancia temporal nos permite ahora valorar el error de concentrar en las máquinas los males de la sociedad capitalista del siglo xix. Actualmente corremos el riesgo de situamos en concepciones igualmente idealistas, al ir contra las novedades de la técnica sin valorar adecuadamente sus ventajas y el hecho de que los inconvenientes surgen de su control, alejado de las necesidades sociales. No es la humanización de la tecnología lo que debemos buscar sino su socialización. No es posible humanizar algo que es exclusivamente humano. Que la tecnología va contra el orden natural es aéreo, todo nuestro comportamiento va contra ella, la selección técnica que hemos señalado, la esperanza de vida creciente, cuando la selección natural nos aria desaparecer como máximo a los cuarenta años de edad. Lo mismo pasa la medicina, la distribución de la riqueza, la todavía escasa solidaridad que tenemos con las poblaciones del tercer mundo, la fecundación in vitro, contra la cual también se levantaron numerosas voces hace veinte años y que hoy en día es plenamente aceptada por las mejoras que comporta. Las posiciones en contra de las aplicaciones técnicas tienen todas un fondo idealista y religioso según d cual la naturaleza es algo divino e inviolable. Igualmente, la de deshumanización que hemos mencionado en un principio se basa en d de que la humanidad sigue un proceso degenerativo.

Nuestra posición es claramente materialista, reforzando el papel de las adaptaciones y su valor evolutivo, no como esencias y valores universales, intemporales. Esta perspectiva de la historia humana en clave evolutiva, con sus adquisiciones del comportamiento, es necesaria para una visión correcta y novedosa. Paradójicamente, nos lleva a plantear, sobre una base y lógica, lo que señalábamos al principio: que aún no somos humanos y que a» lo seremos plenamente hasta que se socialice la técnica.

La actualización de los planteamientos, de los datos empíricas con que contamos en este cambio de milenio, ofrecer una visión de la evolución no basada en el paso del tiempo sino estructurada en torno a las adquisiciones, forman parte de esta voluntad de novedad para generar una reflexión y una discusión social que valore adecuadamente nuestro papel en la evolución biológica y el de nuestras adaptaciones: qué significan en realidad la técnica, lenguaje, el arte, el crecimiento cerebral y el culto a los muertos. Y demostrar que echar una mirada sobre el pasado es necesaria para proponer el futuro.

No queremos terminar sin agradecer a todos los miembros del equipo de investigación del Area de Prehistoria de la Universitat Rovira i Virgili (Tarragona), del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid y de la Universidad Complutense de Madrid, el haber trabajado durante años para extraer y analizar buena parte de los datos que nos han servido para construir estas reflexiones. Y, especialmente, debemos agradecer la confianza que puso en nosotros Xavier Folch al ofrecemos esta oportunidad.

Tarragona, mayo 2000

INTRODUCCIÓN

Quisiera que se me preparase para la verdad y desearía alcanzar todo lo que hay en la Tierra y el Cielo, la ciencia y la naturaleza.

GOETHE, Fausto

Paulatinamente los humanos hemos ido tomando conciencia de nuestro pasado, primero mediante explicaciones metafísicas y religiosas y, más tarde, científicas, es decir, mediante teorías contrastadas de forma empírica. La teoría de la evolución propuesta por Darwin y Wallace en el siglo xix es un ejemplo magnifico de investigación científica. Gracias a ella hemos logrado saber que el planeta Tierra se ha convertido en humano después de una peripecia vital de más de 3.000 millones de años. Primero, la Tierra fue una estructura sin vida (abiótica). Después, se convirtió en una estructura llena de vida (biótica), y el planeta se fue llenando de seres vivos. Finalmente, desde hace unos 2,4 millones de años, a finales del Plioceno, los homínidos la han ido humanizando. Nosotros, homínidos humanos, ocupamos en primer lugar África, después Eurasia y, por último, a finales del Pleistoceno Superior, hace 20.000 años, el resto del planeta. El resultado de ese proceso son los humanos actuales y su consecuencia, un planeta humano.

El camino que los homínidos hemos recorrido hasta llegar adonde nos encontramos ha sido prolongado y lleno de rodeos; a lo largo de ese camino la mayoría de las especies de nuestro género fueron desapareciendo porque no desarrollaron los mecanismos de adaptación adecuados durante su proceso de instalación espacial. A pesar de ello, los humanos, en el marco del proyecto evolutivo, hemos sido capaces de transmitir, de especie en especie, nuestros conocimientos, de manera que nuestro género pudo sobrevivir y progresar gracias a todas aquellas adquisiciones biológicas y culturales de las especies que nos precedieron y que nos han ido conformando tal como somos. Ahora nuestro género únicamente está representado por una especie: Homo sapiens.

Al acabar el siglo xx nos preguntamos, de la misma forma como lo hemos hecho desde los naturalistas griegos, por qué somos humanos, qué es lo que nos ha hecho así. Pues bien, en esta obra pretendemos explicar cuáles han sido las adquisiciones que nos han ido caracterizando como primates inteligentes. Hay adquisiciones biológicas, sin duda, pero lo más importante es que también hay adquisiciones culturales. Por tanto, aunque nosotros explicita— remos de modo más claro y contundente las adquisiciones técnicas y culturales, éstas no hubieran sido posibles sin la estructura fisiológica compleja de los primates: una visión y unas extremidades singulares, el cerebro y el habla.

Sin duda, la propiedad más importante de los homínidos humanos es la inteligencia operativa: del mismo modo que el ADN contiene el mecanismo informativo de la estructura biológica de los seres vivos, la técnica constituye el mecanismo evolutivo básico de la cultura y la inteligencia humanas. Y, en este punto, como adaptación altamente competitiva, forma parte del acerbo biológico.

Sabemos que el bipedismo y unas manos prensiles no son características exclusivamente humanas; otros seres vivos las comparten. Pero la combinación y la sincronización entre las manos y un cerebro de gran tamaño sí son privativas de los primates humanos: los humanos son los únicos primates que han desarrollado progresivamente la inteligencia operativa. De entre todos los homínidos que lo intentaron, ninguno fue capaz de la contumacia de la que ha hecho gala nuestro género.

En este trabajo queremos describir el proceso por el cual las comunidades humanas y, por consiguiente nuestro planeta, se humanizan, es decir, adquieren los rasgos que permiten que, a lo largo de ese desarrollo, los humanos hayamos dejado de estar marcados estrictamente por el medio natural y hayamos construido nuestro particular medio histórico. Por este motivo, las hipótesis que explican los cambios en el interior de esta larga evolución deben pasar progresivamente de basarse en los conceptos ecológicos a hacerlo en los puramente históricos. Entre éstos, por supuesto, hallamos que la relación con la naturaleza es crucial, pero, aun así, de menor importancia que las relaciones entre las comunidades humanas o entre los individuos en el seno de una misma comunidad para dar cuenta de muchos de los cambios que observamos.

El estudio de este complejo proceso no puede restringirse al mero desarrollo de la mente, como se propone desde muchas investigaciones recientes. En nuestro deseo de no ser esencialcitas ni idealistas, vamos más lejos de lo que en muchas ocasiones se define como la esencia del ser humano. Por esta razón nuestro discurso se ocupa de las adquisiciones que afectan a la vida más cotidiana y material, al tiempo que trata de los hechos más etéreos.

La discusión sobre los rasgos característicos de la humanización deriva fácilmente hacia propuestas esencialistas. ¿Qué define a la Humanidad? ¿Qué nos hace humanos? Estas mismas preguntas están diseñadas para obtener respuestas que sirvan para clasificamos y para definir de forma inmanente nuestra naturaleza. Cualquier discrepancia respecto a las características apuntadas provoca que la población o especie motivo de discusión se incluya o no en la categoría de humano. Entre las fronteras así trazadas, existe generalmente una que delimita inequívocamente el mundo humano por oposición al no humano, un Rubicón.

No pretendemos aquí establecer ese Rubicón de la esencia humana, aunque debemos decir que el estudio paleontológico de la evolución humana ha intentado siempre fijar esos límites. La humanidad, tal y como la conocemos y la definimos en la actualidad, es fruto de un largo proceso de evolución durante el cual nuestros ancestros desarrollaron capacidades diferenciadas y progresivamente complejas. Todo ello nos ha permitido mejorar en cada momento nuestra adaptación al entorno y tener un control cada vez más efectivo de él. El proceso sigue en marcha y, en el futuro, deberán describirse nuevas adquisiciones.

El término adquisición nos parece especialmente adecuado para definir un proceso concebido no como una serie de momentos estelares, sino como una serie de estadios de adaptación progresiva. Cada una de las adquisiciones que presentamos aquí serán discutidas para situar su impacto en la humanización del planeta: en nuestra adaptación primitiva y en la moderna adaptación del entorno a las necesidades de las comunidades humanas.

Pero, ¿cuáles son las adquisiciones que nos han hecho humanos? Podemos ir enumerándolas: la pinza de precisión, la fabricación y la utilización de instrumentos, la caza en grupo, la construcción de refugios, la capacidad de transportar la comida y las materias primas a través de grandes distancias, la producción y uso del fuego, el desarrollo del lenguaje articulado, la práctica de enterrar a los muertos, el vestido, el arte, la domesticación sistemática de animales, el descubrimiento y la fabricación de los metales, la escritura, entre otras de menor entidad.

Resulta obvio que las adquisiciones biológicas y culturales han ido sucediéndose a lo largo del tiempo. Así, en primer lugar, hace unos tres millones de años, una serie de cambios en las condiciones ecológicas causaron un conjunto de modificaciones biológicas; posteriormente esas modificaciones biológicas fueron desembocando en cambios fisiológicos importantes. Por lo tanto, ecología y biología son esenciales para comprender el proceso de hominización. La producción de instrumentos empieza a cambiar el paño-

rama de la evolución de los homínidos y, a partir de esa adquisición, se inicia la humanización. La construcción de cabañas, el transporte y la caza facilitan la huida de África de los grupos menos favorecidos por la selección natural y técnica. Se desarrollan útiles más complejos, tales como bifaces, hendedores y picos; el lenguaje permite una mayor comunicación entre grupos; el dominio del fuego facilita la ocupación de zonas frías, la lucha contra los depredadores y el éxito en nuestra distribución por el planeta. Más tarde, aparecen el pensamiento simbólico, el culto a la muerte y la invención del arte. Así culmina el periplo pleistocénico de los homínidos humanos. Una humanidad que no hubiera acumulado todas esas adquisiciones no tendría conciencia de ella misma ni de sus capacidades, en definitiva, no se habría humanizado. Somos homínidos pero humanos gracias a la perseverancia biológica y cultural de todas las especies que nos han precedido y que, mediante la dinámica de ensayo-fracaso, nos han ido transmitiendo de forma biológica y técnica la esperanza de sobrevivir en un mundo complejo y difícil.

En este dilatado camino hacia la inteligencia, el azar nos convirtió en homínidos y el pensamiento lógico nos ha convertido en humanos conscientes. Homínidos humanizados después de un proceso cargado de múltiples contingencias que propiciaron una serie de adquisiciones que se han ido intercomplementando de forma alucinante hasta hacemos conscientes y dueños de nuestro destino. Sin duda, en esta etapa del camino es más importante el funcionamiento lógico que el azar. Sin embargo, tenía razón el ilustre colega J. Monod al afirmar, refiriéndose a la evolución biológica, que ésta no hubiera sido posible sin la mano firme del azar y de la necesidad.

Los descubrimientos paleontológicos y arqueológicos del siglo xx nos están acercando vertiginosamente al conocimiento de nuestro origen. Simultáneamente, en los laboratorios de investigación genética se están secuencian— do las estructuras donde radica la información para saber cómo funcionan la síntesis de proteínas y la morfogénesis de los seres vivos.

La interpretación de nuestro pasado y la posibilidad de descubrir en él una lógica subyacente está al alcance de la ciencia. Estamos a punte de poder recrear la vida y aún no sabemos de dónde venimos. Sólo la socialización de la técnica puede humanizamos totalmente y ayudamos a entender dónde estamos y por qué estamos ahí. Necesitamos despojarnos de falsos humanismos y comprender que nuestro futuro está en la evidencia de aquello que nos ha hecho humanos: una serie de adquisiciones que en el transcurso de este libro podréis ir conociendo.

No quisiéramos terminar sin transmitir un mensaje optimista sobre la evolución humana. A pesar de las contradicciones propias de unos primate* que empiezan a conocer su origen pero que todavía no saben quiénes son, hemos iniciado el camino que nos permitirá entender que formamos parte de una realidad mucho más compleja y que no estamos solos en nuestro planeta. Planeta humano no es una respuesta milagrosa al sentido de nuestra existencia, sino un intento de ordenar aquello que todos conocemos pero que aún no hemos entendido. Sin una percepción y una interpretación inteligentes del pasado resulta muy difícil entender qué conocemos y hacemos en el presente.

Es posible que todo lo que vais a leer os llene de dudas pero, evidentemente, sin esta forma de reflexión no seremos capaces de encontramos a nosotros mismos como especie inteligente. En unas sociedades donde todo es efímero y sólo preocupa el mañana más inmediato, reflexionar sobre fenómenos que han tenido lugar en una escala temporal de miles de años nos proporcionará una nueva perspectiva sobre lo que somos y todo lo que nos rodea. Todo está en el pasado y el pasado es el dueño de lo que somos y lo que sabemos. El futuro sólo podrá ser diferente si, analizando todo aquello que hemos sido capaces de hacer, aprendemos a cambiar las cosas a mejor. Ahora la técnica puede proporcionamos una ayuda inestimable, si la socializamos y la ponemos al servicio del nuevo humanismo: eso nos hará humanos de forma objetiva.

Únicamente alejándonos de las interpretaciones metafísicas y no dando crédito a falacias y creencias sin base empírica alguna podremos desarrollar un humanismo racional y técnico que nos acerque a la esencia de nuestro ser y de nuestra realidad. La comprensión del pasado junto con el desarrollo de la conciencia técnica del presente nos ayudarán a corregir las filosofías obsoletas. Las diferentes adquisiciones humanas, en el transcurso de su evolución, nos pueden facilitar esa reflexión. Esa ha sido nuestra intención al elaborar esta obra.