Agradecimientos
Firmé el contrato para escribir este libro en diciembre de 2011. Escribo estos agradecimientos en diciembre de 2014. En estos tres años han pasado muchas cosas: he cambiado dos veces de casa; he presenciado un linchamiento; he cenado con Roger Federer. Mi hijo Rory —que ni siquiera había sido concebido cuando empecé a trabajar en el libro— se ha convertido en una criatura descarada y encantadora que dice cosas como: «¿De qué hablas, papá?». Y, no sé muy bien cómo, también he escrito Dos horas.
No lo habría conseguido sin la ayuda y el cariño de una gran cantidad de personas. Quiero dar las gracias a mi familia, en particular a Chloë, mi hermosa y paciente mujer. Es innegable que no habría podido escribir este libro sin ti. Rory, la vida ha sido mucho más divertida desde que llegaste. Gracias, niño precioso. Mamá, Peter, Dave, Ben, Claire, Lotte, Jamie, Gabriel, Hattie y el resto del Equipo Caesar: os quiero. Judith, RTJ, Theo y Ponny: gracias por las salchichas, la butaca para leer y el resto de los detalles que habéis tenido conmigo.
De Curtis Brown, quiero expresar mi profunda gratitud hacia Karolina Sutton —decana de agentes, agente de decanos—, que me preguntó en 2008 si tenía un libro en mente. Ha esperado más que la mayoría para conocer la respuesta. Asimismo, gracias a Sloan Harris de ICM, que, cuando nos conocimos, me recomendó que hiciese «una gran apuesta» por mí mismo. Seguí su consejo. A ver cómo resulta.
Jofie Ferrari-Adler, mi editor en Simon & Schuster, cambió mi vida. Gracias a su entusiasta apoyo al libro desde el principio, me ofreció la libertad de dejar mi puesto en el periódico y escribir grandes historias. No puedo expresar mi eterna gratitud por sus ánimos y su rigor al revisar los textos. Mi más sincero agradecimiento también para Joel Rickett, de Viking en Londres, otro de los primeros en confiar en este libro, que ha sido un manantial de optimismo.
Muchos amigos me han aconsejado mientras escribía Dos horas. Tom Williams y Lauren Collins —ambos excelentes escritores— han leído todos los borradores. Me siento sumamente agradecido por su generosidad y su amabilidad. Michael Joyner y Toni Reavis no solo han contribuido a mi comprensión de la fisiología y la historia del deporte de la maratón a lo largo de mi investigación, sino que también han leído el libro para comprobar que se ajusta a los hechos. Gracias por todo a ambos.
Muchos otros me han apoyado y animado durante mi desarrollo como escritor, desde mis comienzos tan poco prometedores como autor de bochornosa poesía adolescente hasta ahora. Entre ellos están: Chris Craig, Kevin Shillington, Anne y Jonty Driver, Peter Shilston, Mike Fox, Ken Millard, Adam Leigh, Ruth Metzstein, Simon Kelner, Jo Ellison, Robin Morgan, David James Smith, Sarah Baxter, Dylan Jones, Jonathan Heaf, Alex Bilmes, Andrew Holgate, Hugo Lindgren, Brendan Koerner, Philip Gourevitch y Daniel Zalewski.
Colum McCann me ha acogido, en todos los sentidos, y le estoy muy agradecido por sus consejos, su whisky y su habitación de invitados. Robin y Penny Dyer me trataron como uno más de la familia durante cinco años, y siempre formarán parte de mi familia. Carne y Karmen Ross me han ofrecido una cama, estupenda compañía y los mejores bagels del mundo en Nueva York. El hotel Roscoe también fue un fantástico alojamiento en Manhattan: mi agradecimiento a Clemency y James por su frecuente generosidad. En Londres he tenido la suerte de disfrutar de las distracciones que me ofrecían mis compañeros de oficina, en particular la vieja guardia: Riz, Nick, Debora y Simon. Todo mi cariño también para los magos de NW10 y más allá.
En la maratón de Berlín, Mark Milde me dejó acercarme a la acción tanto como fue humanamente posible. David Bedford, en la maratón de Londres, también se saltó el protocolo para proporcionarme el acceso que necesitaba. Muchísimas gracias a ambos. Y gracias también a los representantes que me permitieron acosar a sus estrellas: Gerard van de Veen, Valentijn Trouw, Jos Hermens y Federico Rosa.
En cuanto a Kenia, quiero expresar mi agradecimiento a los dueños y el personal del Kerio View Hotel en Iten, que me permitieron pagar el irrisorio «precio de atleta» durante mis muchas visitas. En Eldoret, muchas gracias a Claudio Berardelli, que tuvo la amabilidad de ofrecerme su habitación de invitados cada vez que la necesité. También disfruté muchas veces de sus penne al’arrabiata. Gracias, asimismo, a todos los atletas que me dedicaron tanto tiempo y me ofrecieron tanto té mientras investigaba para Dos horas. En particular, debo expresar mi agradecimiento a Wilson Kipsang y Geoffrey Kamworor, con quienes pasé mucho tiempo pero cuyas historias no ocupan un lugar destacado en el libro. Gracias también, Wilson, por arreglar mi coche y enseñarme a reparar un motor de arranque averiado.
Por último, mi eterna gratitud a Geoffrey Mutai. Esta es en gran medida tu historia, y no la podría haber escrito si no hubieses sido tan abierto y generoso. Me has enseñado muchas cosas, y no solo sobre las carreras. Me siento honrado de que me llames muzungu mkubwa: el blanco grande.
Lea-by-Backford (Inglaterra),
diciembre de 2014