Capítulo 28

El titular apareció en el periódico del día siguiente: HALLADO MONOVOLUMEN DEL ATROPELLO Y FUGA DEL FISH POND. Se lo trajo Sonya a la cama, junto con una taza de té y una rosquilla dulce de la marca Pillsbury todavía caliente del horno. Después de tanto correr, del frío que había cogido y de los persistentes efectos de su accidente de coche, Ginny apenas podía moverse.

El artículo relataba cómo un tal George Baldessarini, electricista jubilado y voluntario de un edificio de apartamentos para la tercera edad, había llegado al aparcamiento a las nueve de la mañana del día anterior dispuesto a llevar a los ancianos a sus visitas médicas y demás. Pero cuando quiso poner el vehículo en marcha, un Dodge sin identificación de modelo recientemente donado por la familia de un entrañable residente que acababa de morir, vio que las llaves no estaban encima de la visera, donde las dejaba siempre. No tardó en encontrarlas en la alfombrilla, entre los dos asientos delanteros, pero la alteración del orden habitual de las cosas le inquietó bastante como para revisar el vehículo. Descubrió que la parte frontal del monovolumen, que habían dejado estacionado de cara al edificio, estaba dañada: tenía sangre seca y trozos de carne metidos en la rejilla.

El señor Baldessarini cazaba, y sabía qué aspecto tenía la piel de un ciervo: ésta no era de ciervo. Tampoco eran los restos de algún pobre perro. Tras leer todos los días en los periódicos sobre la muerte de ese camello de Nueva York, y con la mente más lúcida que nunca, dijera lo que dijera su mujer cuando se olvidaba de apagar la manta eléctrica, sólo necesitó lo que se tarda en tomar una taza de café para sumar dos y dos. Así que llamó a la policía, que había acudido a inspeccionar los daños, y esa misma tarde Rolly había convocado una rueda de prensa para anunciar que el coche del delito había sido identificado. Cierre de comillas.

Ginny cerró el periódico, se introdujo en la boca el resto de la rosquilla dulce y se recostó sobre los almohadones. Así que Geoffrey había sido arrollado por un monovolumen robado (o, más bien, tomado prestado) del aparcamiento del edificio de apartamentos. Eso reducía los sospechosos a aquellos que supieran que el vehículo no estaba cerrado y que tenía las llaves dentro; lo cual probablemente incluía a media ciudad.

El hecho de que hubiesen robado el monovolumen a Ginny le parecía menos importante que su devolución. Eso sugería un nivel todavía mayor de premeditación: un arma imposible de localizar, no robada bajo la ofuscación del efecto de las drogas, sino con premeditación, devuelta exactamente al sitio donde fue encontrada con el fin de que los daños quizá tardasen días en descubrirse. De nuevo, estaba convencida de que ningún camello ni yonqui habría dejado un compartimento lleno de drogas y dinero en el coche de Geoffrey. Alguien ya había intentado herirla a ella para impedir que averiguase lo que le había pasado a Danny. ¿Y si Geoffrey realmente sabía demasiado y alguien se había asegurado de cerrarle el pico para siempre?

Oyó que sonaba el teléfono. Sonya lo cogió y después le dijo a Ginny que se pusiera.

—Es Jimmy —anunció Sonya, sin siquiera tomarse la molestia de ocultar la jocosidad de su voz.

Haciendo caso omiso tanto del dolor del cuello como del cosquilleo que sentía en el estómago, Ginny alargó el brazo para coger el auricular.

—Hola —saludó. Se manoseó el pelo, momentáneamente sorprendida de lo corto que lo llevaba; se sentía como una adolescente.

—Te llamo —dijo él— para pedirte una cita.

—¿Una qué?

—Una cita —respondió Jimmy—. Es lo que hace la gente cuando quiere conocerse.

—Eso es ridículo. Te conozco desde siempre.

—Menos quince años. Entonces, ¿qué me dices?

Ella enroscó un rizo con el dedo. Era absurdo, pero le estaba siguiendo la corriente. Más adelante, cuando volviera a la ciudad, podría lamentarse de haberse dejado tentar por estas travesuras adolescentes; de momento, no estaba en condiciones de resistirse.

—¿Qué tenías pensado?

—Ir a cenar y a ver una película.

—Muy original.

—Pues no cenamos nada y contemplamos la nieve por la tele. ¿Te parece mejor?

Ginny se rió. No, ¿por qué no reconocerlo?: se rió tontamente.

—Prefiero la primera opción.

—Muy bien. Te recogeré a las seis y media.

—Tendrás que traerme a casa a las doce —replicó ella—, es mi hora tope de vuelta.

Siguieron un rato así, farfullando como un par de estúpidos adolescentes, hasta que Sonya asomó la cabeza por la puerta y fingió que se ahorcaba y vomitaba al mismo tiempo. Ginny colgó el teléfono; nada más levantarse para ir a buscar otra rosquilla dulce, éste volvió a sonar. Sonya descolgó y se lo pasó a Ginny.

—Es para ti —comentó—. Y no te emociones. No es tu príncipe azul.

Ginny le dedicó una mueca, pero lo cierto es que estaba más aliviada que molesta: por primera vez desde que Danny falleciera, Sonya ya no actuaba tanto como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros.

La voz sin cuerpo resultó pertenecer a Elsie Bombardier, la madre de Charlie, el aterrorizado niño con el que había tropezado en el bosque. Gracias al chismorreo de la pequeña ciudad había averiguado quién era esa tal Ginny que había ayudado a su hijo, y la había llamado a casa de Sonya para decirle que los dos niños se repondrían. Pero les había ido por un pelo: el doctor Erickson, de urgencias, le había dicho que sin los primeros auxilios de Ginny, Tommy podría haber perdido un montón de sangre, y sufrido una conmoción cerebral y sabe Dios lo que podría haber sucedido. Sea como sea, Elsie quería saber si habría alguien en casa a la mañana siguiente; quería traerle un guiso.

Ginny colgó el teléfono y reflexionó unos minutos. A continuación, asegurándose de que Sonya no podía escucharla, descolgó y marcó un número.

—Molly’s Bakery.

—Hola, Jimmy, soy yo. ¿Puedes salir antes del trabajo?

—Puedo hacer lo que quiera —respondió él—. La empresa es mía.

—Entonces recógeme a las dos —dijo ella—. Y tráete una pala.

Estaban empapados de sudor, jadeaban irregularmente, tenían la ropa pegada a sus cuerpos sucios. Pero nadie hubiera considerado esto romántico: pasar cuatro horas en el bosque del Fish Pond, excavando en la tierra para no encontrar nada.

Habían empezado por los cuatro hoyos que Ginny había visto el día anterior, pero de haber habido algo allí, había desaparecido hacía tiempo. Después, debido a la insistencia de Ginny, se habían puesto a remover trozos de tierra al azar por la zona en general, por si acaso alguien había estado buscando algo y no lo había encontrado.

—¿Sabes qué? —dijo Jimmy, enjugándose la frente con el brazo y manchándola de tierra—. Ver la nieve por la tele sería magnífico.

Ella hundió la pala en la tierra y se apoyó en ella.

—Debes de pensar que me he vuelto loca.

—Decir que te has vuelto loca —replicó él— implicaría que antes estabas cuerda.

—¡Ja, ja, ja! —se rió ella, y empezó a excavar en otro lugar.

—En serio, ¿cuánto rato quieres seguir con esto? Hemos excavado medio bosque, ¿y por qué? Porque crees que quizás el estúpido hoyo donde se cayó ese niño tenga algo que ver con… qué sé yo qué. Tengo tanta hambre que he perdido la noción del tiempo.

—Tengo un presentimiento. ¿Has tenido alguna vez un presentimiento?

—¡Claro! —exclamó él—. En cierta ocasión tuve el presentimiento de que la mezcla de queso provolone y cebollino quedaría realmente bien dentro de un panecillo de centeno. No me equivoqué. Y no fue necesario excavar.

—De acuerdo, sé que es una locura. Pero como te decía, todo me remite a este lugar: Danny, Geoffrey, hasta Paula. Y he pensado: ¿y si Danny creía que su madre dejó algo aquí por aquel entonces? Sonya me ha contado que su hermana y ella solían tener escondites secretos alrededor del lago cuando eran pequeñas. Tal vez se le metió en la cabeza que podía encontrar algo que quizá lo condujese hasta ella.

—¿Excavando al azar en el barro como un chiflado?

—No estamos excavando al azar. Estamos excavando alrededor del lugar donde alguien ya ha estado excavando. Eso significa que estamos siguiendo su rastro.

—Suponiendo que haya un rastro que seguir.

—Vale, de acuerdo, ya lo he pillado. Ésta no es tu idea de una cita.

Él miró a Ginny, que tenía la cara tan sucia de tierra como la suya.

—Si es la tuya —comentó—, entonces esa ciudad en la que vives es incluso más rara de lo que me imaginaba.

—¿No has ido nunca allí?

—Naturalmente —respondió él—. Varias veces. No puedo decir que me atraiga.

—¿Qué dices? Hay miles de cosas que hacer. Broadway y museos y…

—Sí, sí. Llevé a mis padres a ver El fantasma de la ópera por su aniversario, antes de que se fueran a vivir a Arizona, y lo pasamos bien. Pero ese lugar es sencillamente… demasiado.

Ginny volvió a apoyarse en su pala.

—¿A qué te refieres?

—Demasiado ruido, demasiado tráfico, demasiado dinero. Demasiada gente.

—Pero en parte por eso me encanta a mí. Hay muchísimas opciones. Y sí, está abarrotado de gente, pero curiosamente es mucho más fácil estar sola, ¿sabes?

Era evidente que Jimmy no lo sabía.

—Ese sitio te hace estar en guardia las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Como si uno fuera un puro nervio, de la cabeza a los pies. Esa no es manera de vivir.

—¡Madre mía! —exclamó Ginny—. Es evidente que has estado pensando en ello.

Él se encogió de hombros.

—Un poco —confesó. Su voz estaba tranquila, pero arremetía contra la tierra como si ésta lo hubiera agredido—. Quiero decir, por supuesto. Fue por eso que me dejaste, de modo que sí. Pensé en ello. Quizás habría sido más fácil si me hubiera atraído.

Su respuesta la dejó a ella sin nada que decir. Reanudó la excavación, preguntándose si la temperatura del bosque acababa realmente de bajar 10 grados en los últimos dos minutos.

—Verás —comentó ella instantes más tarde—, acostumbrarse a la ciudad requiere cierto tiempo. Dicen que se tardan dos años antes de sentir realmente que… —Hizo una pausa, explorando la tierra con el pico de la pala.

—¿Qué? —la apremió Jimmy—. Antes de…

—Creo que he chocado con algo.

Él dejó lo que estaba haciendo y se acercó a verlo. En efecto, había algo sólido debajo del barro. Ayudó a Ginny a sacar la tierra, con cuidado de no dañar lo que sea que hubiera enterrado. Cuando habían excavado prácticamente un metro, Ginny saltó al agujero y empezó apartar la tierra con las manos.

Era una bolsa de basura, intacta a excepción de la pequeña rotura que Ginny había hecho con el pico de su pala. Con cuidado, extrajo el plástico negro.

Huesos.