Capítulo 25

Por el rabillo del ojo, Ginny vio que él se encogía de hombros.

—A mí no me lo preguntes —contestó él—. Eres tú la chica sofisticada de ciudad.

La carcajada de Ginny fue más bien un resoplido.

—Sí —afirmó—. Esa soy yo.

—Lo único que sé es que cuando estoy contigo no puedo pensar con claridad.

—Conozco la sensación.

—Bien —repuso él.

—¿Bien? —le chilló ella—. ¿Estás mal de la cabeza? No puedo permitirme el lujo de actuar como una niña borracha de hormonas. He venido aquí para ayudar a Sonya. Le he jurado que averiguaría quién mató a Danny, y hasta ahora mi labor ha sido tan fantástica que hay dos muertos más, y alguien por poco logra que me ahogue en el río.

Su discurso bastó para que él dejara de contemplar las montañas y la mirara a ella.

—¿De qué estás hablando? Creía que había sido un accidente.

Ella le explicó lo del coche manipulado, noticia que a Jimmy le sorprendió tanto que apuró su cerveza y abrió otra. Ella continuó diciéndole lo culpable que se sentía por no haber puesto más empeño en sacar a Jack el Saltimbanqui de la cárcel, por no darse cuenta de que no sería capaz de soportar estar encerrado en una celda. Después, tras unos segundos de titubeo, inspiró profundamente y le habló de Topher y Geoffrey, de que la orientación sexual de Danny estaba en el aire, de que estaba convencida de que Geoffrey sabía más sobre la muerte de Danny de lo que había admitido… de cómo sólo unas horas después de que ella hubiese hablado con él, había aparecido muerto.

—¿Qué dices? —inquirió Jimmy—. ¿Crees que ese tal Geoffrey mató a Danny?

—No lo creo; de todas formas, él solo no. Danny le sacaba por lo menos quince centímetros y pesaba al menos veinte kilos más que él. Es evidente que Geoffrey traficaba con drogas, pero mi instinto me dice que no era un asesino.

—Tenía entendido que habías dicho que encontraste una pistola en su coche.

—Lo sé —afirmó ella—. Pero creo que nunca habían disparado con ella; sólo la vi con mi linterna, pero parecía nueva, recién sacada de la caja. Quizá la tuviese únicamente para protegerse en sus trapicheos.

—¡Qué primor!

—Vale, sé que ahora mismo no las tengo todas conmigo, pero mi instinto me dice que Geoffrey no fue quien lo hizo, aunque quizá sabía quién lo hizo. Cuando le pregunté qué hacía Danny en el Fish Pond la noche en que murió, dijo que no lo sabía. Pero estoy segura de que mentía.

Jimmy abrió la bolsa de chicharrones y le ofreció a Ginny. Solían ser uno de sus aperitivos favoritos, pero ahora los rechazó con un gesto.

—¿Crees que este Geoffrey estaba allí con Danny? —preguntó él.

—Tal vez. O tal vez sabía quién estaba con él… y ese alguien podría perfectamente ser la persona que golpeó a Danny hasta matarlo.

—Pero ¿cómo acabó siendo atropellado por un coche en el aparcamiento del Fish Pond? —Jimmy levantó la vista de los chicharrones—. ¿Por qué sonríes?

—No lo sé. Es sólo que… Los policías van de dos en dos por un motivo. Es realmente útil tener a alguien con quien compartir la información, y debatir las hipótesis.

—Y tú has estado intentando descifrarlo todo en tu cabecita.

—No puedo hablar con Sonya de esto. Casi todo lo que descubro destruiría la imagen que tiene de Danny. Al principio pensaba que el mejor enfoque era simplemente decírselo todo, pero ahora no estoy tan segura.

—¿Sabe Sonya que es posible que Danny hubiera estado saliendo con chicos?

—Me ha dicho que tiene miedo de que su alma arda eternamente en el infierno.

Jimmy sacudió la cabeza.

—Chorradas de mente estrecha.

—Y yo que te tenía por un buen católico.

—Por lo menos voy a misa.

—¿Sí? ¿Cuántos avemarias tienes que rezar por repartirles tus barras gigantes de pan de canela a las divorciadas solitarias?

No lo había dicho intencionadamente, pero le salió de sopetón. La pregunta, estúpida en sí, dio la impresión de que flotaba en el aire que había entre ellos. Como un niño que empieza a andar y al caerse se debate entre la risa y el llanto, ninguno de los dos sabía con seguridad en qué desembocaría la situación.

Pero al cabo de unos segundos de silencio ambos rieron simultáneamente; Jimmy sujetándose las costillas, Ginny riéndose entre dientes con tal fuerza que la cerveza le salió por la nariz.

—¡Mierda! —exclamó él en cuanto recuperó el aliento—. Quizá no seas tan mala detective después de todo.

La lluvia cesó esa noche, simbolismo que hasta Ginny era lo bastante prudente como para encontrar ridículo. A la mañana siguiente se levantó justo al amanecer, hizo café para Sonya, y le preguntó si sabía que Danny había estado buscando a su madre biológica.

Su amiga se tomó la pregunta mejor de lo que se había temido. Pero el tema seguía siendo embarazoso e importante; Sonya se sentó frente a la mesa de la cocina, como si la superara para tratarlo de pie.

—Verás, solía preguntar por ella constantemente cuando era pequeño. Siempre quería saber si volvería, y durante muchos años le dije que sí. Incluso cuando mis padres me decían que era cruel alimentar sus esperanzas, seguí diciéndole que ella volvería a casa, porque eso es lo que yo realmente creía. Por fin, cuando se hizo mayor, debió de ser en primero de bachillerato, dejó de preguntar por ella.

Ginny cogió la mano de Sonya entre las suyas.

—No puedes culparte, cariño. La causante ha sido Paula. Sé que era tu hermana, y la madre de Danny, pero nunca se preocupó de nadie más que de sí misma.

Sonya sacudió la cabeza.

—Eso no es verdad. Paula no era tan mala. Sé que me quería. Y cuando quería, podía ser un encanto; tenía esta forma de hacerte sentir la persona más importante del mundo entero. Sé que tenía sus defectos, créeme, pero aun así era… irresistible. Era tan guapa, ¿verdad? Los hombres simplemente se sentían atraídos hacia ella. Supongo que, al final, Danny también sintió esa atracción.

—He echado un vistazo al montón de papeles que tenía escondidos en su furgoneta. Guardaba un bloc de notas con datos sobre la vida de Paula. Por ejemplo, ¿sabías que la noche que ella huyó hizo autostop y el señor McSheen la llevó hasta el Fish Pond? Lo he buscado, pero está en un geriátrico; tuvo un derrame cerebral hace dos meses y está bastante gagá. Danny debió de hablar con él antes de eso.

—¿El Fish Pond? ¿Para qué?

—Llevaba una maleta grande. Quizá se iba con alguien, y era allí donde se tenían que encontrar.

Un recuerdo cruzó el rostro de Sonya, fugaz y agridulce.

—Ese era nuestro sitio, ¿sabes? Paula y yo dejamos de estar tan unidas cuando ella creció y no podía soportar compartir habitación conmigo. Pero cuando éramos pequeñas, digamos cuando ella tenía diez años y yo seis, e iba detrás de ella todo el rato… pasábamos un montón de tiempo allí.

—Lo recuerdo.

—Íbamos de aquí para allí y jugábamos a juegos y escondíamos cosas en lugares secretos. Volviendo la vista atrás, fue la única época en que realmente sentí que tenía una hermana, ¿sabes?

Ginny apretó su mano con más fuerza.

—Siento desenterrar todo esto. Sé que no es fácil.

Sonya cogió su taza de café, la levantó con una mano temblorosa y la dejó de nuevo.

—Lo que has dicho de que ella tuviese que encontrarse con alguien en el Fish Pond —comentó— es muy lógico. Creo que siempre se sintió como la reina de ese sitio. Se paseaba tranquilamente en bañador, y todos los chicos la miraban.

—¿Se te ocurre con quién pudo haber quedado? ¿Con algún chico en concreto con el que hubiese estado saliendo en la época en que se marchó?

—¿Qué importancia tiene eso ahora?

—Quizá ninguna. Pero si ésta es la pista sobre la que estaba Danny, creo que tengo que seguirla.

Sonya reflexionó sobre ello.

—La verdad es que no recuerdo a nadie en concreto. Sé que tenía más dinero del habitual; al menos no les pedía tanto a mis padres. En ese momento no lo pensé, pero al recordarlo, me pregunto si se habría metido en algo ilegal. A veces me pregunto si dejó la ciudad para evitar que la pillaran.

—El entrenador Hank ha mencionado a unos cuantos chicos. —Ginny recordó los nombres—. Phil McCoy, Andy Draco, Steve Pecor. ¿Es posible que Paula huyese con uno de ellos?

—Francamente —respondió Sonya—, los confundo a todos. ¿Has hablado con ellos?

—Todavía no. Me he despistado un poco. —Ginny no le había hablado a Sonya del número que había montado en la tienda de Jimmy; de cómo había irrumpido en ella a gritos para saber sí se había acostado con Paula y de que les había dado un susto de muerte a dos niñas pequeñas que estaban comprando pastelitos de Halloween.

—¿Crees que estará viva en alguna parte? —Ginny no respondió—. Bueno, sé que Paula era una chica guapa con un juicio pésimo. Naturalmente, se me ha pasado por la cabeza que quizá no cumpliera los treinta y ocho.

Ginny empezó a decir algo reconfortante, pero decidió que era inútil.

—No tengo ni idea —fue su respuesta—. Podría haber muerto por sobredosis o Dios sabe qué más. O quizá después de estar un tiempo fuera, se imaginó que nadie quería que volviera.

Sonya se levantó y anduvo hasta la puerta de la habitación, deslizando la punta de un pie a lo largo de la juntura de la alfombra y el linóleo de la cocina.

—A veces, cuando mamá y papá no estaban en casa, me prohibía entrar en su habitación. Decía que tenía que quedarme al otro lado de esta línea. ¿Te acuerdas?

—¡Claro! Siempre me pregunté por qué simplemente no cerraba la puerta.

—Le gustaba tener público. Así que yo pegaba los pies a la línea, me agarraba al marco de la puerta y me inclinaba hacia delante todo lo que podía. —Sonya cabeceó—. Pero nunca me chivé.

—Deja que te pregunte otra cosa. ¿Te comentó Danny en alguna ocasión que alguien le había desinflado las ruedas de su furgoneta?

—¿Qué? ¿Cuándo?

—El domingo antes de morir. El entrenador Hank me ha dicho que se encontró con Danny, y que le habían desinflado las cuatro ruedas mientras trabajaba en el Skillet.

Sonya cabeceó de nuevo.

—No —dijo—. No me dijo nada.

—¿Y en alguna ocasión te comentó que un chico lo había atacado?

—¿Qué? No. ¿Crees que…?

Sonó el móvil de Ginny. A regañadientes, le soltó la mano a su amiga y se fue a su habitación a buscarlo.

—¿Diga?

—Eres Virginia, ¿verdad? ¿Llamo al número correcto?

La voz del hombre le resultaba familiar, pero Ginny no podía identificar quién era. No ayudaba que la voz sonara empañada, por lo que creyó que eran lágrimas, interrumpidas por sollozos. No reconoció el número de teléfono, pero empezaba por 917, un prefijo de móvil de Nueva York.

—Soy la detective Lavoie. ¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito verte ahora mismo. ¿Puedes bajar aquí?

—¿Quién eres?

—Topher Malkovich. Del Café des Artistes, ¿me recuerdas?

—Por supuesto. Perdona. ¿Qué ocurre?

—He estado revisando las cosas de Geoffrey —explicó—. Y hay algo horrible.

Para Ginny, la definición de «horrible» incluía cosas tales como partes del cuerpo humano descuartizadas y una recopilación de canciones del grupo Air Supply. Lo que Topher Malkovich le mostró sobre la mesa de la cafetería no coincidía exactamente con esto. Pero teniendo en cuenta lo que acababa de perder, lo que continuaba perdiendo, pudo entender por qué le entregó el sobre de manila como si estuviese lleno de arañas.

Eran un montón de fotografías. Fotografías de un joven desnudo posando en diversas posturas pseudoartísticas pero eróticas sobre una sábana de dibujos geométricos. Fotos hechas por Geoffrey. De Danny.

—Ésa es nuestra cama —confesó Topher. Eso lo decía prácticamente todo.

Había lágrimas en el rostro de Topher; tenía la nariz roja de sonarse. Encendió un cigarrillo con manos temblorosas que al instante le recordaron a Ginny las de Sonya media hora antes. Algunos días, pensó, este mundo genera tanto dolor que hay más que suficiente para que todo el mundo tenga doble ración.

—¿Estás seguro de que quieres estar aquí? —Ginny señaló la concurrida cafetería, donde había seis personas haciendo cola para un café con leche.

—No puedo ir a casa —contestó él—. Esa era nuestra cama.

—¿Dices que las encontraste entre las cosas de Geoffrey?

Las lágrimas afloraron de nuevo, y él las enjugó con una servilleta.

—Ha llamado su madre. Quiere que lo entierren con los gemelos de su abuelo. Como si él hubiera llevado alguna vez en su vida una camisa con puño doble. Pero supongo que es importante para ella. —Volvió a sonarse la nariz, un trompeteo ensordecedor—. No creo que la mujer esté pensando con claridad. Está totalmente descompuesta. Como si no fuera bastante dramático que su hijo fuera marica. Ahora es un marica muerto.

—Topher, yo…

Él retrocedió como si ella hubiese intentado tocarlo, aunque no había movido un músculo.

—No intentes consolarme, ¿vale? No eres amiga mía.

Ginny procuró mantener la voz calmada, temerosa de ahuyentarlo si decía algo inconveniente.

—Entonces, ¿por qué me has llamado?

—No lo sé —respondió él—. No sabía qué más hacer. Todos mis amigos… son sus amigos, también. Y tú querías información sobre Danny, así que… —Hizo una pausa, el cuerpo le temblaba por los sollozos—. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo ese hijo de puta hacerme esto a mí?

Ginny no sabía con seguridad a quién se refería: si a su novio infiel o al chico con el que éste lo había engañado.

—Espera un segundo —dijo ella—. Quizás estés sacando conclusiones precipitadas. Geoffrey era un artista. ¿No podría ser que fueran simplemente…?

—¿Has visto alguna vez algo artístico con una erección tan descomunal?

Tenía razón; era pornografía. Cubierta, además, de huellas dactilares sospechosamente pegajosas.

Topher sacudió la cabeza, una desagradable expresión se instaló en su rostro.

—¿Sabes? Renuncié a toda mi maldita vida para venirme aquí con él. Tenía un trabajo en un restaurante que me gustaba de verdad y un gran piso en el East Village. Salía todas las noches de la semana. Tenía montones de amigos. Pero lo dejé todo porque lo quería. ¿Y qué coño se supone que debo hacer ahora?

—Lo siento mucho —se lamentó ella, poniendo una mano encima de la suya. Esta vez no se apartó.

—Ya tenía bastante con que traficara como si fuera el jodido Ronald McDonald de la metanfetamina. Le dije que se estaba pasando, que acabaría muerto. Pero no; le encantaba el dinero, pero todavía más el maldito riesgo. Creo que por eso… —Cabeceó de nuevo, golpeando indignado la mesa con el puño.

—Por eso ¿qué?

Ginny vio que se debatía entre contestar o no. Entonces él clavó los ojos en las fotos y éstas parecieron ayudarle a decidirse.

—Lo oí hablando por teléfono el día después de que encontraran el cadáver de Danny. Él no sabía que yo me había quedado en casa. Pero creo que estaba amenazando a alguien.

—¿A quién?

—No lo sé. Sólo escuché parte de la conversación, pero creo que decía que iría a la policía si la otra persona no hacía lo que él quería.

—¿Y qué quería? ¿Dinero?

—No lo sé. No creo. Por eso digo que le encantaban las emociones fuertes. —Dio una calada a su cigarrillo con las manos aún temblorosas—. ¡Qué cabrón!

—Perdona, pero hay algo más que necesito preguntarte. ¿Tienes idea de si Geoff estaba con Danny la noche en que murió?

Topher cerró los ojos con fuerza, permaneció un rato así, y luego los abrió.

—Nunca me lo dijo —respondió—. Y en ese momento, nadie sabía siquiera que le había pasado algo a Danny, ¿sabes? Esa noche llegó a casa bastante tarde, y parecía enfadado. Pero me dio miedo hacer demasiadas preguntas.

—¿Porque sospechabas que había otro chico?

Topher negó con la cabeza.

—Supuse que tenía algo que ver con sus trapicheos, y no quería saber nada del tema. Por aquel entonces pensaba que las cosas no podían empeorar.

Miró fijamente las fotos, con tanta atención que Ginny tuvo la sensación de que Topher no podía apartar la vista. El Danny fotografiado en blanco y negro era musculoso y guapo. Y aunque intentaba fingir un aire de sensualidad mundana, la expresión de sus ojos era curiosamente inocente.