Capítulo 4
Ike permaneció durante un buen rato ante la puerta de su habitación que comunicaba con la de Annie, mirándola fijamente con la palma de una mano apoyada en la hoja de madera. Ella todavía estaba llorando. Ike podía escuchar sus apagados sollozos tan claramente como si estuviera allí mismo, a su lado. Deseaba que estuviera allí. Porque en ese caso, quizá entonces podría comprender lo que tanto parecía torturarla por dentro. Quizá entonces podría disculparse por haberla besado de aquella forma tan brusca en la playa. Quizá podría descubrir lo que había hecho de malo para haberla ahuyentado de esa manera.
Y quizá podría besarla otra vez.
Levantó la mano para llamar, pero luego la dejó caer, sin hacerlo. Giró suavemente el picaporte y empujó la puerta sin hacer ruido. Annie yacía en la cama, de cara a él, con los ojos muy abiertos y sosteniendo un pañuelo de tela. Lo miraba fijamente como si hubiera esperado que entrase y, sin esperar a que lo invitara o echara de allí, Ike se decidió a pasar. La única iluminación de la habitación procedía de una lámpara de pie situada en una esquina. Annie parecía asustada y vulnerable, y todo lo que Ike quería hacer era estrecharla entre sus brazos. Pero en vez de eso, se quedó donde estaba y preguntó:
-¿Estás bien?
Annie no respondió nada; simplemente siguió en la misma posición, mirándolo fijamente. Luego se sonó la nariz y parpadeó.
-¿Annie? -Ike dio unos pasos hacia ella, preocupado-. ¿Estás bien?
Al fin se incorporó y se sentó, apoyando los pies descalzos en el suelo. Se le había deshecho la trenza y la cinta de terciopelo que llevaba al cuello. Llevaba desabrochados los botones superiores del vestido, revelando la blanca tela satinada de su camiseta interior.
-Sí, estoy bien -dijo suavemente, retorciendo el pañuelo entre los dedos, en el regazo-. Estoy perfectamente. Lo siento.
Ike se decidió a acercarse y permaneció de pie ante ella, mirándola. Extendió una mano para acariciarle la cabeza, intentando no fijarse en la sedosa suavidad de su cabello. Sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, bajó la mano hasta su mejilla para hacerle una tierna caricia y deslizar un dedo bajo su barbilla. Cuando Annie levantó la mirada hacia él, Ike vio que tenía los ojos húmedos por las lágrimas y que se le había corrido el rímel.
-No parece que estés muy bien. ¿Quieres hablar?
-No, preferiría que no -respondió girando delicadamente la cabeza para esquivar su caricia, con la mirada baja.
-Annie, yo...
«Yo qué?», se preguntó. No tenia ni idea de lo que debía decir en ese momento. Finalmente decidió contarle lo que había estado pensando desde que se alejó corriendo de él en la playa.
-Lo siento si te ofendí al besarte -dijo suavemente mientras le acariciaba la nuca; por alguna razón, no podía evitar tocarla-. Pero no voy a arrepentirme de ello. Y si se presentara la oportunidad, volvería a hacerlo encantado.
-Tú no... -levantó la cabeza para mirarlo, pero en esa ocasión no rechazó su caricia-. No fue el beso lo que me disgustó.
-¿Entonces?
-Fue la manera... -Annie vaciló, sin dejar de mirarlo, y añadió suspirando-: Fue la manera en que hiciste que me sintiera.
Ike se sentó a su lado en la cama. «Seguro que no es una buena idea», se dijo mientras le pasaba un brazo por los hombros. Seguro que estaba haciendo la cosa más estúpida del inundo. Pero a pesar de todo, se oyó a sí mismo preguntarse:
-¿Cómo hice que te sintieras?
Durante un buen rato Annie no se movió, no habló, ni siquiera parecía que respirase. Y al fin contestó:
-Me hiciste sentir como... como si estuviera viva otra vez. Por primera vez desde que mataron a Mark, volví a sentirme viva. Hasta que.., hasta que me besaste, no me había dado cuenta de lo insensible que me había vuelto, de la parte de mí misma que había muerto con Mark. Y ahora... -se interrumpió pero siguió mirándolo fijamente, como si la asustara la reacción de Ike ante esa revelación.
Y su reacción fue de verdadero terror. El motivo del acobardamiento de Ike no fue lo que ella le había contado, sino lo que no le había dicho. Annie Malone le estaba diciendo que no había estado con nadie después de lo de su marido. Que había vivido sola e insatisfecha después de la muerte de su marido. Que habían pasado cinco años desde que un hombre la había hecho sentirse mujer. Cinco años.
-Y tú hiciste que me sintiera... -Annie dudó de nuevo-. Diferente -concluyó.
-¿Diferente de que? -quiso saber Ike-. ¿De qué manera?
-Preferiría no hablar sobre eso -dijo suavemente.
-De acuerdo -asintó él-. Entonces déjame que yo lo haga en tu lugar.
Annie lo miró y fue a decir algo para impedírselo, así que Ike se apresuró a continuar para que no lo interrumpiera.
-Tú también haces que me sienta extraño, Annie. Temía este fin de semana más de lo que tú supones. Sólo me presté a participar en esa estúpida subasta de solteros porque mi hermana siempre ha sido capaz de convencerme de hacer cosas que normalmente jamás se me habría ocurrido hacer. Temía verme acosado y perseguido por una mujer frívola y superficial, y actualmente te aseguro que no puedo pensar en una tortura mayor -bajó el brazo de sus hombros hasta su cintura, y la atrajo hacia sí-. Pero ahora creo que sí puedo imaginar una tortura mayor: que me hayas tocado tú para cargar contigo durante todo el fin de semana.
Cuando Annie adoptó una expresión ofendida, que sustituyó a su anterior de confusión, Ike añadió sonriendo:
-Pero no porque seas frívola, o tonta, o aburrida, como en un principio pensaba que serías, sino porque... desde que llegamos al Cabo May, todo lo que he hecho ha sido intentar idear una forma de acostarme contigo...
-Ike -empezó a decir ella, pero luego renunció a hacer ninguna objeción. En vez de eso lo miró fijamente, observando su rostro como si intentara encontrar la respuesta a una pregunta muy importante.
-Esta tarde -continuó Ike-, todo lo que quería era hacerte el amor por la noche y largarme tranquilamente al día siguiente.
-¿Y ahora? ¿Qué quieres hacer ahora?
Como no podía permanecer tan cerca de ella sin besarla, Ike se inclinó y la besó en la mejilla de la manera más casta que fue capaz. Luego se dio unos golpecitos en la frente con un dedo.
-Aquí es donde interviene la tortura de la que te hablaba antes. Todavía quiero hacer el amor contigo esta noche. Pero no quiero marcharme tranquilamente mañana.
-Oh, Ike...
-Y está empezando a desgarrarme por dentro este deseo que tengo por ti, sabiendo que tú no me deseas...
Annie dudó por un momento antes de replicar:
-Yo nunca te he dicho que no te deseara.
Ese era todo el estímulo que Ike necesitaba; se inclinó para besarla otra vez en los labios mientras la urgía a que se tumbara en la cama. Cuando lo coniguió, le acarició la cintura y el vientre antes de deslizar una mano entre su vestido y la camiseta interior, cerrándola sobre un seno y arrancándole un gemido de placer. Luego deslizó la lengua dentro de su boca, saboreando su dulzura con cada caricia. Después de acariciarle el pecho, Annie enterró los dedos en su cabello mientras exploraba su boca con un ansia que rivalizaba con la de Ike.
Embriagado por su fragancia, Ike bajó una mano hasta el dobladillo de su vestido, tirando de la fina tela de algodón hasta descubrirle una pierna. Deslizó luego los dedos por debajo de sus medias y la acercó hacia sí. Annie gimió de nuevo mientras seguía acariciándolo y apretándose más y más contra él, sembrando de cálidos y húmedos besos su garganta y su cuello.
Durante un breve y extático momento, Ike pensó que los dos iban a embarcarse en un viaje que ninguno de los dos podría olvidar. Pero luego Annie se apartó, incorporándose, y cruzó los brazos sobre el pecho, sin atreverse a mirarlo. Ike intentó calmar su agitada respiración y se preguntó qué era lo que había hecho mal.
-Annie -empezó a decir.
-Pero el hecho de que te desee no quiere decir que pueda tenerte -lo interrumpió con suavidad-. Desearte es... es... -sacudió la cabeza lentamente, sin terminar la frase.
-Por qué no puedes tenerme? -le preguntó Ike sin mirarla, sentándose en la cama con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos; luego intentó distender el ambiente con una broma-. Durante este fin de semana te pertenezco, ¿recuerdas? Pagaste mucho dinero por mí.
Desgraciadamente para él, Annie no estaba para bromas. Sin mirarlo, repuso suavemente:
-No, yo no te compré. Fue mi hermana quien lo hizo. En todo caso, le perteneces a ella.
-¿Y no te parece un buen motivo para tenerme el hecho de que yo ansíe entregarme a ti? -le sugirió Ike, ahora ya completamente en serio. Como ella no respondió, levantó la cabeza para mirarla y descubrió que seguía en la misma posición.
-¿Annie?
Al fin la joven volvió la cabeza para mirarlo a la débil luz de la habitación y respondió:
-Porque yo no ansío tenerte.
-¿Por qué no?
-Porque no estaría bien.
-Estaría más que bien. Sería...
-Creo que será mejor que te vayas.
-Es por tu marido, ¿no?
Cuando ella se volvió con inusitada brusquedad para mirarlo, Ike comprendió que estaba en lo cierto.
-Mi marido no tiene nada que ver con esto -insistió Annie-. Y, desde luego, no es asunto de tu interés.
-Creo que tu marido tiene muchísimo que ver con esto. Todo -le aseguró Ike-. Y es asunto de mi interés desde el momento en que me hablaste de él.
-Estás equivocado. Mark tiene...
-Mark ya no vive -la interrumpió suavemente Ike-. Hace cinco años que ya no vive. Tú no le estás siendo infiel por reaccionar ante otro hombre. Es perfectamente natural que tú...
-No tienes ni idea de lo que estás hablando -lo interrumpió-. ¿Cómo puedes...? Nunca has estado casado.
-No, desde luego -suspiró impaciente.
-¿Alguna vez has estado enamorado?
-No.
-Entonces no puedes comprenderlo.
Ike se levantó, se colocó delante de ella y la tomó de la barbilla. Cuando intentó hacerle levantar la cabeza para que lo mirara ella se resistió en un principio, pero al final cedió.
-Lo que sí comprendo es que, a pesar de lo que puedas decir o sentir, tú reaccionas ante mí de una forma espontánea, profunda y ardiente.
Ruborizada, Annie le lanzó una furiosa mirada.
-Puedes negarlo todo lo que quieras -continuó Ike-, pero nunca me convencerás de que no quieres que suceda algo entre nosotros esta noche, tanto como yo.
-Estás equivovado. Yo...
-No -repitió Ike-. Puedo sentirlo, Annie. Hace un momento pude sentir lo mucho que deseabas seguir adelante con lo que íbamos a hacer. La única razón por la que te detuviste es porque pensabas estar traicionando a tu marido. 0, al menos, a la memoria de tu marido. Es así, ¿verdad? Sabes que tengo razón.
-Lo que sí sé es que... -Annie aspiró profundamente y cerró los puños-... no hay manera de que tú puedas entenderlo. Nadie podría, a no ser que haya pasado por ello.
-El está muerto, Annie. Y tú estás viva. Eres joven, eres humana y tienes deseos y necesidades a los que no puedes renunciar. Tu marido nunca habría esperado o deseado que tú murieras con él.
Durante un buen rato, ninguno de los dos dijo nada; el silencio de la habitación pareció incrementarse hasta hacerse intolerable. Annie fue la primera en desviar la mirada.
-Creo que será mejor que te vayas -volvió a decir.
Ike asintió reacio, sabiendo que no serviría de nada discutir con ella. Pensó que tenía razón en una cosa: por el momento no comprendía sus razones para rechazarlo de esa forma. Pero imaginaba que probablemente había hecho lo mejor. Por ahora. Suponía que debería sentirse agradecido de que al menos uno de ellos hubiera reunido a duras penas el suficiente sentido común como para retraerse. Porque nunca antes había sido testigo de una reacción tan explosiva en una mujer.
Si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que él estaba tan confuso como ella por el súbito giro de los acontecimientos. Sólo unas horas antes, los dos habían estado enfrentados, compartiendo un recíproco y profundo disgusto. Y ahora allí estaban, a punto de permitirse un acto tradicionalmente reservado solamente para una pareja profundamente enamorada.
Aquello no tenía sentido. Y quizá fuera eso lo que Annie había querido decir cuando le comentó que aquello no estaba bien. 0 quizá había querido decir algo completamente distinto. Llegado a ese punto, Ike estaba tan confuso que no sabía qué pensar.
-Me iré -dijo mientras se volvía para retirarse-, pero no demasiado lejos -al pasar a su lado, le puso una mano firmemente sobre un hombro, asegurándole-: No te librarás de mí tan fácilmente.
Entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí, sin volverse para mirar atrás. No quería ver la expresión de Annie. Mientras se desvestía pensó que, con un poco de suerte, cuando al día siguiente llamara a su puerta ella lo recibiría con los brazos abiertos.
Annie se quedó mirando fijamente la puerta cuando se cerró detrás de Ike. Pensó que nada había sucedido como había pensado; eso no era lo que había imaginado para ese fin de semana. Se suponía que tendría que habérselas arreglado sin muchos problemas; se suponía que tendría que haber tolerado la presencia de ese gran hombre rubio que nada había significado para ella veinticuatro horas antes, y luego se suponía que tendría que haber vuelto a su vida normal en Filadelfia. Había planeado despertarse el lunes por la mañana con la cuenta bancaria de la Homestead House engrosada con creces y sin volver a pensar en Ike Guthrie.
Pasaban de las dos de la madrugada. Técnicamente, había pasado la noche en el Cabo May con el hombre que su hermana se había empeñado en conseguir para ella. Y, técnicamente, había terminado todo lo relacionado con la subasta, de manera que podía volver a casa.
Sin embargo, le remordía la conciencia con respecto a Ike Guthrie. Durante mucho, mucho tiempo iba a pensar demasiado en él. Recordó de nuevo lo que había sentido cuando la besó en la playa. Sus propias reacciones la habían sorprendido por su intensidad, por la magnitud de su deseo, dormido durante tanto tiempo. Y recordó la manera en que había reaccionado ante él más tarde, en esa misma habitación. La forma en que su interior había estallado en llamas cuando Ike le acarició el cuerpo. Recordaba con todo detalle cada minuto de aquella escena, su aroma, su sabor...
Cerró los ojos para contener las lágrimas, e intentó recordar la manera que Mark le había hecho sentir, si había experimentado esas mismas sensaciones cuando hacía el amor con su marido. Pero para su consternación, lo único que podía recordar era una sensación agradable, placentera, cálida, y nada más. En aquel entonces no había sentido la urgencia, la pasión, la necesidad que Ike le había hecho sentir.
Se dijo que eso era porque lo que había compartido con su marido era algo noble, puro amor, algo mucho más profundo que un simple deseo carnal. Ike Guthrie le hablaba a su cuerpo, no a su corazón ni a su mente. Lo que ella sentía por él sólo era una reacción física, una respuesta perfectamente normal dadas las circunstancias. El ser humano era un animal sexual, y daba la casualidad de que había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que Annie satisfizo su necesidad sexual. Para ella, Ike sólo era un simple estímulo sexual; nada más.
«¡Pero qué estímulo!», exclamó para sí. De nuevo, involuntariamente, rememoró su reciente encuentro, reviviendo cada caricia, cada contacto. Suponía que transcurriría mucho tiempo antes de que fuera capaz de desterrarlo de su memoria completamente. Quizá nunca lo haría. «Esa es precisamente la razón por la que tienes que salir de aquí», murmuró para sí misma. Interrumpiendo sus reflexiones, se levantó y empezó a hacer el equipaje.
Después de ponerse un suéter y unos vaqueros, tomó el teléfono para llamar a recepción; sonó tres veces antes de que una voz juvenil le contestara.
-Soy Annie Malone, de la habitación trece -dijo-. Necesito saber a qué hora sale el primer tren para Filadelfia. También necesitaré un taxi que me lleve a la estación.
Sentado ante su escritorio, en su oficina de Filadelfia, Ike contemplaba el crepúsculo por la ventana. El sol rojo del ocaso hacía de lúgubre telón de fondo de las oscuras siluetas de los rascacielos. Como de costumbre, se había quedado trabajando hasta tarde. Como de costumbre, no tenía ganas de volver a casa, porque sabía que una vez que estuviera allí, se calentaría un poco de comida del frigorífico, comería distraídamente y se acostaría con el periódico como única compañía.
Y como de costumbre, estaba pensando en Annie Malone. Ya habían transcurrido más de dos semanas desde que volvió del Cabo May a Filadelfia, solo. Tenía que admitir que cuando llamó a la puerta que comunicaba con su habitación al día siguiente de aquella explosiva noche, no le sorprendió mucho encontrarse con que ya se había marchado. Y cuando el recepcionista le informó que la señorita Malone había bajado al vestíbulo antes del amanecer para tomar un taxi con rumbo a la estación, Ike tuvo la sensación de que había previsto todo aquello.
No era que Annie no lo deseara; ella misma había admitido que sí. Tampoco se trataba de que no pudiera haberlo tenido. El mismo se le había entregado, voluntariamente. Y no era tampoco que Annie no supiera qué hacer con él. No, lo que Ike había previsto o creído adivinar, y que ya sabía que era verdad, era que estaba asustada. Asustada de él y de sí misma. Asustada de lo que los dos habían engendrado.
Ike se aflojó el nudo de la corbata y se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Por qué, de todas las mujeres, había tenido que sucederle con Annie Malone? ¿Por qué había tenido que sorberle el seso precisamente ella? ¿Y qué iba a hacer él con respecto a ese asunto? Debería olvidarlo todo, se dijo de inmediato. Había muchas mujeres mucho más atractivas e interesantes que Annie Malone; y además, interesadas en él. Mujeres que serían más que felices saliendo con él, y que no lo harían sentirse culpable por ser el tipo de hombre que era, o por vivir de la manera en que lo hacía.
Mujeres que no lo apartarían de su lado cuando las cosas se pusieran calientes. Ike se dijo que su problema era que ya había dejado de pensar en esas mujeres. No podía hacerlo, porque tenía el cerebro lleno de recuerdos de Annie Malone.
Se levantó y rodeó el escritorio para acercarse a los altos ventanales. Conforme iba anocheciendo, el espectáculo de las luces de los rascacielos era impresionante, y Filadelfia parecía una ciudad preciosa. Pero también podía ser una ciudad atemorizante, un lugar lleno de peligros, especialmente por la noche. Y Annie estaba allí, en alguna parte. Allí fuera, y sola.
Miró hacia el oeste, donde se encontraba el barrio de Annie, que seguramente empezaba a bullir de actividad a esas horas. A avivarse con ladrones, proxenetas y prostitutas, con narcotraficantes y asesinos. Ese no era un buen lugar para Annie. Y, ciertamente, no era un buen lugar para sus niños. ¿Qué diablos estaba haciendo viviendo allí, en aquella ruinosa casa? Necesitaba una reparación urgente y varias manos de pintura. Por supuesto, no podía trasladar la casa de ese barrio, pero al menos no parecería tan deprimente.
Ike se retiró del ventanal, volvió a su asiento y encendió la lámpara de su escritorio. Esa noche saldría todavía más tarde de lo habitual. Porque en cuanto terminara de elaborar el nuevo proyecto de embellecimiento de la ciudad que ejecutaría con Chase al cabo de una par de semanas, podría tomarse unos días libres. A su socio no le importaría; de hecho, Chase siempre estaba echándole en cara que trabajaba demasiado. Curiosa reacción procediendo de un hombre que, hasta hacía sólo unos años, había hecho exactamente lo mismo.
Luego Ike pensó en la esposa de Chase, Sylvie, y en sus dos niñas rubias que invadían su despacho para visitar a su padre más a menudo de lo que le habría gustado. Pensó que quizá las amonestaciones que le hacía Chase acerca de su adicción al trabajo no fueran tan absurdas, después de todo.
Bajó la mirada a los planos de la ultramoderna mansión que estaba diseñando, pero lo que veía realmente era la desvencijada casa de Annie. Sí, varias reparaciones y unas manos de pintura supondrían una gran diferencia. No creía que ella pudiera molestarse; después de todo, redundaría en beneficio de los niños. Pero sobre todo, pensaba Ike mientras garabateaba con gesto ausente el nombre de Annie en los planos, sabía de alguien que podría hacerle ese trabajo muy barato.