Capítulo 10
Cuatro mil ochocientos setenta y siete dólares y cincuenta y tres centavos. Ese era todo el dinero que había en la cuenta de Homestead House. Annie se frotó los ojos con el pulgar y el índice de una mano mientras hacía girar el lápiz en la otra. Quizá si hubiese comprado unos billetes de lotería... Suspiró y dejó el lápiz sobre un montón de estados de cuenta bancarios, reconociendo para sus adentros que lo que más le preocupaba en ese momento no era la rapidez con que menguaba su cuenta, sino la traición de Ike Guthrie. Todavía no había sido capaz de superar lo sucedido, ni de aceptar que había sido tan completamente engañada. Toda una semana había transcurrido desde que salió del despacho de Ike, y de su vida, sin volverse a mirar atrás. Desde entonces había llamado a multiud de puertas y hecho cientos de llamadas sin que nadie se hubiera dignado a escuchar sus quejas. Había hecho todo lo posible por evitar que Homestead House se convirtiera en otra víctima de los planes de remodelación urbana. Y había fracasado.
Y lo peor de todo era que Annie sabía que aquello por lo que tanto había luchado había estado condenado desde el principio. La supervivencia de Homestead House había estado en entredicho desde que Mark y ella abrieron sus puertas. Muy en el fondo Annie siempre había sabido que llegaría un día en que tendría que cerrar, bien por falta de dinero, bien porque el ambiente del barrio se hubiera tornado demasiado insano. Intentó consolarse diciéndose que lo que estaba sucediendo ahora era algo que debería haber sucedido hacía años, y que debería sentirse agradecida por haber disfrutado de ese tiempo extra. Pero no encontró ningún consuelo en ese pensamiento. Y no quería retirarse sin luchar. No podía permitir que sus niños acabaran diseminados en casas de desconocidos o en instituciones del gobierno. No podía permitir que sus niños fueran a parar a hogares que podrían ser incluso peores que aquellos de los que habían huido. Y tampoco podía permitir que un tipo tan falso y manipulador como Ike Guthrie se saliera con la suya.
Pero Annie no sabía cómo proceder. En toda su vida nunca se había sentido tan desamparada. No tenía a nadie a quién dirigirse; nadie que pudiera ofrecerle su ayuda. En su desesperación, incluso había acudido a su hermana. Pero todo lo que Sophie había hecho había sido repetirle que ya era hora de que entrara en razón y fuera realista; de que se convenciera de lo absurdo que era intentar cambiar el mundo. De nuevo le había soltado su frase acerca de que la vida era dura, y que lo mejor que podía hacer Annie era acostumbrarse a la idea. Y de paso le había preguntado por aquel atractivo arquitecto que le había comprado para ella...
Annie conocía mejor que nadie las injusticias de la vida; después de todo, había visto y tratado a sus víctimas una y otra vez. Y el hecho de ser testigo de esas injusticias sólo la había afirmado más en su voluntad de luchar contra ellas.
Se irguió en su silla, recogió el lápiz y volvió a pensar en una solución. Tenía que haber alguien, además de ella, a quien le importaran los niños lo suficiente como para impedir que perecieran para siempre a manos del sistema. Inmediatamente, el rostro de Ike apareció en su mente. Por supuesto, se dijo irónica, a Ike le importaban muchas cosas; le importaba sobre todo el dinero que su socio y él pudieran hacer con su plan de remodelación del barrio; y también le importaba la pequeña diversión sexual que ella le había ofrecido. Y mientras tanto, se había enamorado de él como una estúpida.
Annie se obligó a contener las lágrimas y sacó tina ficha del cajón de su escritorio, pensando que quizá la corporación Dobbins, que había apoyado a la Homestead House durante años, podría retomar la financiación por el momento. Justo cuando se disponía llamar por teléfono, llamaron a la puerta. Segundos después, para su asombro, Nancy aparecía ante la puerta de su despacho precediendo a un hombre de elevada estatura; era Ike.
-Annie... -le dijo suavemente Nancy como si también ella sintiera la incómoda tensión que parecía invadir el ambiente-... tienes... una visita.
-Gracias, Nancy.
La joven se marchó rápidamente, volviéndose para mirar a Ike mientras se retiraba. En esa ocasión no llevaba la ropa de trabajador con la que se había acostumbrado a verlo, sino que lucía su lujosa ropa de ejecutivo.
-No eres bienvenido aquí -le dijo, esperando que su voz sonara firme-. Para empezar, ésta es todavía mi casa. Y te repito que no eres bienvenido aquí.
No estaba muy segura, pero por un momento creyó ver que Ike se estremecía al oír su declaración. De cualquier modo, se decidió a entrar en su despacho y le comentó:
-He venido por un asunto de negocios.
-Por supuesto. ¿Qué otro asunto podría haberte traído aquí? Ciertamente no un tema personal, o social, o...
-Si no te importa -la interrumpió impaciente-, hay un par de cosas que necesitamos discutir.
Annie le señaló la silla que estaba frente a su escritorio, pero Ike no se dejó engañar pensando que ese gesto podía tener algo de amable o de invitador. Mientras se sentaba, pensó que tenía un aspecto terrible con aquellas ojeras pronunciadas y las mejillas hundidas, como si no hubiera probado bocado en una semana. Parecía cansada, débil y desesperada. Y él conocía bien el motivo. Tan pronto como él tomó asiento, Annie le preguntó:
-¿Qué es lo que quieres?
-Darte esto -le entregó un sobre blanco que había sacado de un bolsillo de su chaqueta.
-Podías habérmelo enviado por correo -comentó ella después de abrirlo y leer por encima la nota que había en su interior-. Así te habrías ahorrado el viaje.
-Quería asegurarme de que lo recibieras.
-Entonces podías habérmelo mandado con acuse de recibo.
-Quería traértelo personalmente.
-¿Por qué?
-Sólo para asegurarme.
-¿Pero por qué? -preguntó Annie de nuevo. Sin volver a examinarla, hizo la misiva a un lado-. ¿Por qué es tan condenadamente importante que reciba esta carta? Sólo viene a confirmarme lo que ya sabía. Ya habías conseguido la declaración de ruina para todo el barrio, así que puedes entrar a saco en él y echar a todo el mundo de sus casas, incluyendo Homestead House. Me estás desahuciando a mí y a mis niños para que puedas construir en este mismo lugar una moderna vivienda de lujo.
-Sólo me reconozo culpable de una sola de las acusaciones que me has lanzado: yo soy el único que ha diseñado los nuevos edificios que tendrá el barrio. Aparte de eso, no tienes derecho a acusarme de nada más. No he sido yo quien te ha desahuciado.
-Podrías haberlo hecho.
-Pero no ha sido así.
-De acuerdo. Bueno, ¿qué otra cosa tan importante quieres que sepa?
Ike suspiró impaciente, diciéndose que, evidentemente, Annie no estaba dispuesta a concederle la más mínima oportunidad.
-Esa carta también dice -explicó- que vas a recibir una cantidad de dinero tres veces superior a la que pagaste por esta casa cuando empezaste. Será más que suficiente para que consigas una nueva casa para los niños y para ti. Pero es que podríais mudaros al nuevo edificio que será construido sobre éste, Annie. No va a ser un edificio de viviendas de lujo, sino una casa unifamiliar. Y podría ser tuya.
-Ya -Annie cruzó los brazos y sonrió irónica-, muy bien. Piensa en ello por un minuto, Ike. ¿Dónde se supone que nos quedaremos los niños y yo mientras se edifica tu nuevo barrio, este mundo feliz? Incluso si por alguna milagrosa circunstancia nos las arreglamos para encontrar un refugio temporal, una vez que se halle establecido el nuevo barrio, ¿realmente piensas que los nuevos vecinos nos recibirán con los brazos abiertos?
-Por qué no?
-¿Un hogar para niños problemáticos en medio de un barrio residencial de lujo? -inquirió Annie, riendo irónica-. ¿Niños que les recordarán cada día de sus vidas que hay un mundo malvado al otro lado de sus muros, y del cual no saben ni quieren saber absolutamente nada? Este va a ser un nuevo barrio lleno de optimismo y de nuevas oportunidades. Nadie que viva aquí querrá que su imagen se vea empañada por cualquier tipo de mácula, por pequeña que sea. Y ocurrirá lo mismo en cualquier barrio en donde nos establezcamos. Cuando encuentre un lugar adecuado para Homestead House, si es que encuentro alguno, mis niños tendrán que desenvolverse en un ambiente hostil. Y cualquier progreso que haya conseguido con ellos en los últimos años habrá caído en saco roto.
Ike deseó poder refutar sus argumentos, pero sabía que probablemente tenía razón.
-Bueno, al menos estás dispuesta a admitir que habrá algunas oprtunidades en este lugar.
-Oh, claro que esoy dispuesta a admitirlo -repuso Annie-. Habrá muchas oportunidades. Pero para otra gente, no para nosotros.
-Annie...
-No tenemos ningún lugar a dónde ir, Ike. La gente de aquí nos tolera actualmente porque llevamos muchos años aquí, y encajamos bien en el escenario. Todo en este barrio está mal concebido y deteriorado, incluidos los residentes de la Casa Homestead. Pero una vez que se edifique el nuevo y flamante barrio, nadie aceptará nuestra presencia aquí. Nadie.
-Tiene que haber alguna solución. La situación no puede ser tan mala como la describes.
Annie se levantó de su escritorio y se plantó frente a Ike.
-Creo recordar que tú mismo dijiste no hace mucho tiempo, cuando te metías con mi estilo de vida, que... déjame pensar... ¿cuáles fueron las palabras exactas que empleaste? Ah, sí, ahora lo recuerdo. Dijiste que la era de Acuario había terminado hacía veinticinco años. Que la gente había descubierto que no podía cambiar el mundo con eslóganes de amor o manifestaciones. Que nadie se preocupa por los demás, ni antes ni ahora. Y que lo aceptara -cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró frunciendo el ceño-. Lo acepto, Ike. Diariamente. Sé que nadie se preocupa por los demás; durante los últimos días, nada se me ha revelado tan claramente como esto. Pero eso no quiere decir que yo vaya a dejar de preocuparme por los demás.
Ike estaba anonadado por sus palabras. Era una verdadera tortura ver a Annie derrotada y traicionada, con la conciencia de que él era el responsable de todo aquello.
-He llamado a toda la gente que conozco -continuó ella-. He intentado engatusarlos, sobornarlos, amenazarlos, suplicarles... pero todos siempre parecen tener una buena razón para no ayudarme. Pero todavía no he terminado. Incluso aunque Homestead House haya tenido una buena trayectoria, probablemente más larga de la que se merecía, no me rendiré mientras me quede algo de aire en los pulmones.
-No puedes luchar contra el ayuntamiento.
-Quizá no -le confesó Annie mientras volvía a sentarse, sujetándose la frente con las manos. Estoy cansada, y en este momento me siento como si me hubieran machacado hasta convertirme en pulpa -cuando levantó la cabeza para mirarlo, le brillaban los ojos por las lágrimas-. Pero no me rendiré. No puedo, Ike. No puedo.
Ike la miró fijamente, compadecido. No tenía sentido que siguiera adelante; no iba a poder ganar. Todo el mundo estaba en contra suya. Todas las otras familias del barrio iban a recibir con gusto una buena suma de dinero con la que comprarse una nueva casa. Todos no tenían absolutamente nada que perder y todo que ganar. Pero Annie lo iba a perder todo.
En el fondo de su corazón Ike siempre había sabido que Annie no se rendiría sin luchar. Y, si era sincero consigo mismo, tenía que reconocer que él tampoco deseaba que se rindiera. Pero por otro lado, sabía que lo que ella se proponía hacer era absurdo y fútil, además de peligroso. Si los esfuerzos de Annie por salvar Homestead House provocaban un retraso en la entrega de los cheques a los vecinos del barrio, éstos podrían acarrearle problemas. Y la gente era capaz de cometer locuras cuando había dinero de por medio.
-Al final conseguiremos esta casa -le dijo Ike-. En el fondo, tú lo sabes tan bien como yo -aunque no estaba seguro, creyó advertir que asentía con la cabeza-. Y cuando eso suceda, ¿a dónde irás? -le preguntó-. ¿A dónde irán los niños?
-Ya me las arreglaré -Annie se encogió de hombros-. Durante estos años me han ofrecido algunos empleos, pero tuve que rechazarlos porque Homestead House era mucho más importante para mí. Si tengo que hacerlo, encontraré trabajo.
-¿Pero y los niños? -inquirió Ike, preguntándose por qué estaba evitando un tema que la preocupaba mucho más que su propio bienestar-. ¿Qué pasará con ellos?
-Si algo le sucede a Homestead House, irán a parar a familias de acogida. Familias a las que el Estado pagará para vigilarlos, pero que no les dará verdadero cariño. Pero bueno, no te preocupes por eso, Ike. Saldrán adelante en situaciones como ésa. Simplemente saldrán adelante. Puede que incluso aprendan unas cuantas formas de ganarse la vida: robo de coches, asalto a mano armada. Incluso un niño tan pequeño como Mickey podrá convertirse en un maestro en esas habilidades. Especialmente una vez que vuelva a estar rodeado de gente que no se preocupe por él.
Incluso sin que se lo recordara el tono sarcástico que Annie había inyectado a sus palabras, Ike sabía tan bien como ella que sus niños tenían por delante un futuro muy sombrío si se veían privados de su influencia. Pero, muy a su pesar, no había nada que él pudiera hacer en ese asunto. Si hubiera estado en sus manos, los habría invitado a todos a quedarse en Homestead House hasta que todo se arreglara; pero no tenía ni el espacio ni los medios económicos suficientes para hacerse cargo de tanta gente.
-Hay algo que podemos hacer.
-¿Podemos? -repitió ella-. ¿Cómo te atreves a sugerir que estamos juntos en esto después de que tú...?
-Annie, te lo juro, si yo hubiera sabido que tu barrio iba a ser...
-¡Deja de mentirme! -le espetó Annie con inusitada violencia; ella misma se sorprendió de su reacción, y bajó la cabeza para no mirarlo.
-No lo sabía -insistió Ike con tono suave-. Te lo juro, Annie. No sabía que tu barrio era el siguiente. Si lo hubiese sabido, jamás habría dado el visto bueno al proyecto. Y ciertamente te habría avisado, y concedido todo el tiempo del mundo para que tú y los críos hubiérais buscado otro lugar.
-Tu firma del proyecto indica otra cosa. Señala con claridad que mi barrio era el siguiente en la lista. Y está fechada dos días antes de que empezaras a venir a la Homestead House.
-Y cerca de tres semanas después de conocerte -señaló Ike-. Ni siquiera me di cuenta de lo que estaba firmando cuando puse mi nombre en esa cosa.
-¿Ah, no? -preguntó desconfiada.
-No. Por Dios, Annie, has convertido mi vida en un lío desde que te conocí. Es sorprendente que todavía pueda escribir mi propio nombre a derechas. Te juro que ni me acordaba de lo que había firmado.
-No empieces otra vez con eso -lo interrumpió.
-¿A qué te refieres?
-A tus zalamerías y adulaciones -Annie sacudió lentamente la cabeza-. Sabía que la idea de que estuvieras interesado en una mujer como yo era ridícula. Eres demasiado guapo y rico, y yo soy demasiado insignificante. Pero a pesar de ello, me dejé engañar por tus dulces palabras. Porque eso es lo único que fue: una dulce palabrería.
-Annie -murmuró Ike mientras sé levantaba de su asiento y se acercaba a ella. Casi como si no pudiera controlarse, la atrajo hacia sus brazos-. No nos hagas esto.. Por favor.
-Sal de mi casa -le ordenó ella con tono tranquilo, firme y no exento de amargura-. Ahora.
-Annie, no...
-Ahora.
Ike cerró los puños, sintiéndose más furioso e impotente de lo que se había sentido en toda su vida. Atravesó en silencio la habitación, pero antes de salir se detuvo en la puerta por un momento. Incapaz de evitarlo, se volvió para mirar a Annie por última vez. Ella todavía permanecía de pie al otro lado de su escritorio, con la cabeza baja y sujetándose la frente con una mano.
-Iban a cerrarte Homestead House de todas formas, ¿sabes?
-Sí, lo sé -Annie asintió, sin mirarlo-. Ellos iban a echarme. A largo plazo, creo que podría haberlo superado -levantó la cabeza para mirarlo directamente-. Pero eres tú quien me está echando ahora, Ike. Tú. Piensa en ello cuando estés en medio de tu lujoso barrio residencial. E intenta olvidar que alguna vez pusiste los pies en Homestead House. Yo también haré todo lo posible por olvidarlo.
-¿Crees que podrás?
-Supongo que tendré todo lo que me quede de vida para averiguarlo, ¿no?
Annie no supo qué la había despertado. Cuando abrió los ojos, su habitación estaba a oscuras y no se oía ningún sonido extraño. Hacía una típica noche de verano. Se sentó en la cama y aguzó el oído de nuevo; todo parecía normal, pero tenía un extraño presentimiento. Varios hechos insólitos habían tenido lugar cerca de la Homestead House durante las dos últimas semanas, desde que interpuso una demanda judicial contra el ayuntamiento de Filadelfia y la empresa Buchanan-Guthrie Diseños, y consiguió una orden provisional de paralización del plan de remodelación del barrio.
Ni por un momento se había engañado a sí misma creyendo que al final triunfaría. Se estaba gastando un montón de dinero en abogados, pero mientras pudiera interponer demandas, conseguiría paralizar las obras de renovación de su casa y del barrio. Desafortunadamente, por esa vía también paralizaba la entrega de cualquier indemnización que debiera entregarse a la gente del barrio, a la espera de vender sus casas. Y eso había puesto furiosos a algunos de los vecinos de Annie.
Como resultado, una serie de sucesos extraños habían tenido lugar recientemente. Annie había recibido amenazas por correo y por teléfono, todas anónimas. Mensajes pintados con spray habían aparecido en los muros de la Homestead House. Mensajes que decían: «sal mientras puedas» y «déjalo ya». Así que Annie se sentó en la cama y aguzó el oído, esperando discernir en qué se diferenciaba esa noche de las otras, intentando entender por qué se sentía tan atemorizada. Y de nuevo no detectó ningún sonido fuera de lo normal.
A pasar de todo decidió levantarse y se puso una bata encima de la camiseta y los pantalones cortos que llevaba. Luego salió del dormitorio lo más sigilosamente que pudo. El pasillo estaba más oscuro que su habitación, y seguía sin oír ningún sonido extraño. Pero de inmediato se dio cuenta de que algo andaba mal. Podía olfatear el peligro.
Miró primero a su izquierda y después a su derecha, medio esperando que alguna odiosa sombra saltara sobre ella procedente de la oscuridad. Pero no ocurrió nada; persistía el mismo silencio. Había cuatro habitaciones en el segundo piso de la Homestead House, la de Annie y las de los más pequeños, mientras que los adolescentes compartían tres dormitorios en el tercer piso. Ya se disponía a subir las escaleras cuando se detuvo al oír un sonido procedente del comedor de abajo.
Una salpicadura. Una leve, rápida salpicadura de un líquido fue seguida de otra, y otra. Y otra más. Alguien había entrado en su casa; alguien que no era de allí. La primera reacción de Annie fue volver a su dormitorio, llamar a la comisaría y esconderse bajo las mantas hasta que llegara la policía. Luego reconoció el acre olor de la gasolina y se dio cuenta de que quienquiera que se encontrara abajo, pretendía quemar toda la casa. Ese ser anónimo que se movía sigilosamente sólo tenía que encender una cerilla para que la Homestead House, con todos sus ocupantes, fuera pasto de las llamas.
«Antes tendrá que pasar por encima de mi cadáver», pensó Annie con fiereza mientras bajaba silenciosamente las escaleras. Inclinándose sobre la barandilla acertó a distinguir dos siluetas en el comedor, que proseguían tranquilamemte su labor de empapar de gasolina las paredes. Un hombre murmuró algo al otro, y éste rió entre dientes. Era un sonido ominoso, amenazador, que puso enferma a Annie.
Sigilosamente volvió a su habitación en busca del bate de béisbol que guardaba debajo de la cama, la única arma que podía utilizar. Miró el teléfono ansiosa, preguntándose cuánto tardaría en llegar la policía, pero al descolgar el auricular descubrió que la línea estaba cortada. Desde luego, no se trataba de un accidente. Agarró el bate con las dos manos y salió de nuevo de la habitación.
Los dos hombres habían pasado del comedor al salón, donde continuaban con su labor de empapar las paredes de gasolina. Annie no estaba muy segura de las posibilidades que tenía de hacer frente a dos hombres sólo con un bate de béisbol como arma, así que se obligó a no pensar en ello. Quizá si los sorprendía, podría ahuyentarlos. Por el momento, eso era todo lo que quería.
Pero hasta que pasó del comedor al salón no descubrió que había un tercer hombre. Y sólo se dio cuenta al recibir una fuerte bofetada en la cara. Cuando se volvió, la bofetada fue seguida de un tremendo puñetazo en un ojo. Tanto el bate de béisbol como Annie cayeron a la vez al suelo. En esa posición, la joven todavía recibió un fuerte puntapié en el pecho, que la dejó medio ahogada.
Por un momento se quedó inmóvil, en silencio. Luego oyó unos gritos masculinos, un zumbido en los oídos y el ruido de una cerilla al encenderse...