6

JUGAR DE OTRA MANERA

Para: Silvita GU

Fecha: martes, 5 de febrero, 11:20

De: Álvaro Arranz

Asunto: Tres años

La oficina está demasiado tranquila sin ti, no me cansaré de repetirlo. Por fin se ha incorporado la persona a la que hemos contratado para sustituirte. Es una chica, aunque, siguiendo la tradición de esta empresa, lo sé porque se llama Merche, no porque lo parezca. Si la vieras… Es un cromo la pobre. Ayer era su primer día y ya tuve que llamarle amablemente la atención sobre su indumentaria. Te habría encantado estar aquí para verlo.

No sé si no contestas porque quieres olvidarme o porque estás tan ocupada haciéndote un sitio allí que no encuentras tiempo. Da igual el motivo que sea. Yo seguiré escribiendo. Sé que un día se te pasará un poco, flaquearás y escribirás. Y al mínimo gesto de duda, iré a por ti.

Pronto hará tres años que empezamos. Soy imbécil.

Álvaro Arranz

Gerente de Tecnología y Sistemas

El último mes ha sido duro y sé que lo ha sido porque me he aplicado un nivel de autoexigencia al que no estaba habituada en mi anterior trabajo. Soy minuciosa y curiosa. Quiero saberlo todo, controlarlo todo, poder manejarme en cualquier situación.

Ya me he puesto un poco al día con las finanzas de Gabriel. Mantuvimos una reunión con la persona que gestiona su capital y estuvo explicándome las inversiones y los fondos en los que Gabriel tiene su dinero. Me he tenido que implicar yo, porque parece que Gabriel se desentiende de todos estos asuntos. Ya he manifestado mis dudas sobre algunos de sus movimientos financieros y estamos empezando a evitar inversiones arriesgadas, pero tengo que estudiar un poco más el tema. Son cantidades de dinero tan absolutamente enormes que me pierdo entre tanto cero. Solo durante el pasado año, Gabriel ingresó la friolera de cien millones de dólares. La casa está pagada, el piso de Venice también, y mi casa de Madrid y los coches… Gabriel no compra a crédito.

He estado yendo con él a cada compromiso profesional que ha tenido, porque quiero aprender a desenvolverme con fluidez, también con el idioma. Y ya he empezado a ejercer mi derecho a emitir consejos. Primera recomendación: Gabriel, córtate un poco el pelo. Ese look de grunge trasnochado está un poco pasado, y además, quiero que no se esconda detrás de las greñas. Los estilistas han hecho un trabajo excelente porque… ni para él ni para mí. Ahora es una mezcla entre los mechones desordenados de antes y el pelo corto y controlado que a mí me gusta. Y está tan guapo que es difícil soportarlo.

Tengo un teléfono de trabajo que no deja de sonar en todo el día. Creo que lo que peor he llevado es hacerme con su agenda y atender a todo el mundo que llama. Mi inglés ha mejorado ostensiblemente este último mes y ya mantengo conversaciones complejas sin tener que parar cada dos frases para preguntar cómo se dice algo. Pero llegar hasta aquí ha sido duro y la primera semana Gabriel tuvo que hacer un poco demasiado de intérprete.

Hemos estado en sesiones de fotos y me ha gustado verme en mi papel. Estoy allí, vigilante, lo miro, doy ideas y, cuando Gabriel empieza a resoplar, me levanto, me acerco al fotógrafo y, con una sonrisa, le pido que sea breve, porque tenemos muchos más compromisos, aunque sea mentira y lo que queramos es ir a casa.

Mi centro de operaciones está en la habitación de los premios. A Gabriel no le gusta, dice que es narcisista, pero a mí sí. Tiene mucha luz, es tranquila y fresca y tengo un ordenador con el que puedo organizarme muy bien, además de una foto tamaño póster de la portada de su anterior disco en la que…, oh là là, cómo está.

A veces estoy aquí tratando de coordinar algunas cosas de su agenda cuando Gabriel aparece, se sienta en un sillón, agarra una guitarra y me canta una canción. Cada día me emboba más y más segura estoy de que acostarme con él sería mi sentencia. Pero dormimos juntos cada día. Su habitación ha quedado totalmente en desuso; para lo único que sirve es como vestidor. Llega la hora de acostarse y Gabriel se lava los dientes en mi baño, se pone el pijama que guarda en una de mis mesitas y se acuesta en su lado de mi cama, donde voy a buscarlo para abrazarle. No sé si es que soy una masoquista o que me estoy entrenando para las Olimpiadas del Calentón, en las que seguro que conseguiré el oro. Hace un par de semanas me bajó la regla y quise echarle y mandarlo de vuelta a su dormitorio para poder estar tranquila con mis retortijones, pero él no quiso. Dijo que soy su mujer y que él tiene la obligación de cuidarme. Esa noche me dio un masaje hasta que me dormí.

Situaciones de tensión como la del día en que llegué ha habido un par, no voy a mentir, aunque a lo mejor no tan directas. Nada de encontrarme mi pezón dentro de su boca, por más que fantasee con ello. Un día en la piscina me cogió en brazos y yo lo envolví con mis piernas… El comienzo de unos veinte minutos de besos, roces y algún gemido para terminar dándonos cuenta de que están muy lejos los días en los que con darnos unos cuantos besitos era suficiente.

Le he preguntado cuánto hace que no se acuesta con nadie. Me ha contado que cuando me marché en agosto se acostó con una chica en una fiesta, pero que luego no dejaba de pensar que me había hecho una cerdada.

—Yo sé que no sirvo para lo que tú esperas, que voy a ser una desilusión continua, pero aun así quiero hacerlo bien e intentarlo. Quiero que seas mi mujer… darte todo lo que puedo darte, incluido yo mismo.

Cuando me dice eso me confundo. No sé muy bien a qué atenerme. Somos como un matrimonio que no puede hacer el amor y que tiene muchas ganas. Yo empiezo a pasarlo fatal; no quiero imaginarme él.

Si no fuera por las largas duchas a solas, creo que habríamos empezado a tener poluciones nocturnas. Sí, estoy hablando de sexo con nosotros mismos. Y no es que sea evidente, es que además él me lo ha contado. Esa fue otra noche dura; Gabriel y yo, a oscuras en la cama, abrazándonos y hablando en susurros sobre cuándo nos masturbamos.

—Te imagino allí conmigo —dijo junto a mi oído—. Me toco bajo el agua caliente, pensando en que me tocas tú, en verte desnuda, en sentirte entera. Y cuando me corro, siempre me viene a la garganta tu nombre.

Y a mí me pasa lo mismo. Y me pregunto por qué puedo masturbarme pensando en él pero acostarme con él no.

Estoy pensando en esto mientras me arreglo para una fiesta. Mi primera fiesta en Los Ángeles. A decir verdad, es algo así como un acto promocional, dejarnos ver y hablar con alguna gente de la industria.

Gabriel entra en mi vestidor ya preparado y, apoyado en una de las estanterías, se me queda mirando. Llevo un conjunto negro de ropa interior de encaje y no sé qué ponerme.

—Joder, nena… —murmura después de darme un repaso.

Se acerca, me coge por la cintura y me besa el cuello. Cierro los ojos. Me quema el vértice entre los muslos cuando sus manos se resbalan por encima de mi vientre.

—No sé qué ponerme —digo para distraerme—. ¿Qué suelen llevar puesto las chicas en este tipo de fiestas? ¿Un vestido de cóctel? ¿Vaqueros? ¿Bragas faja?

—Suelen ir vestidas de putas —susurra en mi oído, y hasta ese susurro me parece sexi.

Cojo un vestido de lentejuelas con una sola manga y se lo enseño. Sonríe.

—¿Tu vestido de novia?

Y como me encanta que se acuerde, tiro el vestido por los aires y me cuelgo de su cuello. Le beso de manera inocente, pero sus labios se abren enseguida. Las lenguas se nos enredan con violencia y, cogiéndome en brazos, me encaja a su cuerpo. Con lo delgado que está, me sorprende que pueda conmigo.

—Para, para… —le pido.

—Oh, Dios…, me vas a matar.

Me deja en el suelo y sale del vestidor. Sé que no está enfadado, pero que necesita respirar hondo un par de veces o tendrá que meterse en la ducha…

Me pongo el vestido, cojo unos zapatos de tacón peeptoe que me compré la semana pasada en Jimmy Choo y salgo del vestidor atusándome el pelo. Gabriel está apoyado en la pared y sonríe. Está muy guapo. Se ha peinado como a mí me gusta, con el pelo apartado de la cara y lleva una camiseta muy bonita de Dior que le regalé, con unos vaqueros negros estrechos y unas Converse del mismo color con tachuelas. Veo la chupa a los pies de la cama.

—Me maquillo en un momento y ya estoy. —Y al pasar le doy un beso en la mejilla.

La fiesta es en una mansión increíble en Beverly Hills, qué típico. En el jardín se escucha la música y hay muchísima gente que, en grupos, charla y se ríe. Gabriel tenía razón, todas las mujeres van vestidas de putillas con vestidos casi invisibles que me recuerdan a los videoclips de los raperos de moda. Algunos vestidos no son más que tapapezones y a Gabriel se le van los ojos. Que me diga lo que quiera, le gustan más las tías que a un tonto un lápiz. O quizá es porque está hambriento.

Entramos en el salón, nos sirven unas copas y vamos a saludar al anfitrión, que es un productor muy conocido en el mundillo. Gabriel y él se abrazan y parecen cómodos charlando el uno con el otro; me sorprende verle tan sociable. Los dos hablan animados sobre el próximo trabajo de estudio de Gabriel y adivino que es por eso por lo que él ha querido venir. Tiene que moverse si no quiere desaparecer.

Hablan de temas nuevos que ha compuesto Gabriel y del montaje que va a llevar en su gira americana, que por lo visto es el no va más. La mujer del productor se une a nosotros y nos presentan. Es una cuarentona increíblemente guapa y en forma (creo que podría matarme atrapando mi cabeza entre sus muslos) que le pide permiso a Gabriel para llevarme a la zona divertida.

Como empiezo a no tener vergüenza de hablar en inglés, charlo con ella y con las otras chicas que me presenta. Todas son acompañantes de otros artistas que han venido y que, cómo no, están hablando de negocios. Pero nosotras también hablamos de negocios… de los nuestros. Al final, me voy con tarjetas de tres conocidas relaciones públicas de la ciudad, una personal shopper y la dueña de una boutique de diseño.

Encuentro a Gabriel hablando con un chico y una chica en una de las barras que han montado en el jardín. Sostiene un vaso chato con hielo y algo que creo que es whisky o bourbon. Me acerco, lo cojo por la cintura y le robo el vaso para dar un trago. Definitivamente es whisky. Qué asco.

Él me besa la frente y me presenta. El chico es Rob y… sin paños calientes, está buenísimo. Gabriel y él se conocen porque van a las mismas fiestas, se relacionan con la misma gente y se mueven en el mismo ambiente, pero por la actitud de Gabriel entiendo que no son amigos. Es amable, pero no familiar. Rob tiene el pelo castaño, como los ojos, y no sé qué tiene, pero es algo muy excitante. Creo que también trabaja en la industria, pero no tiene pinta de ser cantante. Al final averiguo que es coreógrafo de una estrella del pop que en España aún no es demasiado conocida pero que aquí está muy de moda.

La chica que lo acompaña es Sandra y es muy guapa. Nos cuenta que quiere ser cantante; Rob la ha llevado para que haga amistades en el mundillo. Pobre, carne de cañón. Lo más probable es que termine siendo algo muy distinto a lo que ella quiere y seguro que a él no le importa lo más mínimo. Parece ofensivamente joven, pero cuando le pregunto la edad me dice que tiene veinticuatro. Como no me lo creo me enseña su carné de conducir. Tiene el pelo lacio y rubio y dos ojos verdes muy grandes, a conjunto con sus dos melones, que como no se los dio Dios, los ha debido de pagar a precio de oro.

A pesar de que Rob y Sandra han venido juntos, ella no le quita los ojos de encima a Gabriel y él se deja querer, coqueteando con la mirada. Y no los puedo culpar a ninguno de los dos. Él está muy guapo y… si yo no quiero acostarme con Gabriel, tendrá que buscar otras opciones. Aunque no es que no quiera es que… Bah, da igual. No viene al caso.

Después de un rato de charla a nosotras nos duelen los pies por los zapatos de tacón alto y nos removemos inquietas, así que Rob nos propone seguir hablando dentro, en una zona donde podemos sentarnos. Cuando ya he cogido el bolso de mano y voy a seguirles Gabriel deja la copa y les pregunta que por qué no nos dirigimos a nuestra casa.

Vale, hoy alguien va a follar.

Gabriel y yo nos despedimos de la pareja que ha organizado la fiesta apenas dos horas después de haber llegado. Rob y Sandra nos seguirán en su Audi mientras nosotros volvemos con el BMW. No me siento muy cómoda con el asunto.

—Gabriel… —digo dentro del coche, en voz baja.

—¿Qué?

—¿A casa? —Y me giro extrañada para mirarle.

Dibuja una sonrisa.

—¿No quieres jugar de otra manera?

Un nudo me estrangula la garganta. Niego con la cabeza. No quiero verme inmersa en intercambios de pareja ni en cosas raras. He leído mucha novela erótica en mi vida como para no conocer esas fiestas privadas en las que al final una termina siendo follada por dos tíos mientras otra espera el turno. No, no quiero. No quiero salir de una relación frívola para meterme en otra sexual.

Gabriel me acaricia la rodilla para tranquilizarme, pero hasta ese pequeño gesto produce una reacción física y animal que empiezo a no poder soportar.

—No… no me toques, por favor.

Él se gira y asiente y vuelve los ojos a la carretera, con los dedos de su mano derecha serpenteando aún en mi rodilla.

—Hay que solucionar esto o reventaremos.

Cuando llegamos a casa, me relajo al ver que nos instalamos en el salón y nos servimos unas copas. Nada de ir a una habitación oculta tras una falsa pared con una inmensa cama redonda y millones de condones y botes de lubricante. Hablamos distendidamente de la vida en Hollywood, de Toluka Lake, de lo extraño que es encontrarte a la prensa cuando sales del supermercado y todas esas situaciones que se producen cuando intentas que no te pillen sacando la basura en pijama.

Nos bebemos otra copa. Sandra habla de las novatadas de la universidad en la que estudió y de las hermandades. Yo estoy muy interesada en saber si es verdad lo que pintan las películas.

Con la tercera copa, necesito ir al baño y me escapo corriendo descalza por el pasillo. Cuando estoy subiéndome la ropa interior alguien llama a la puerta. Abro pensando que encontraré a Gabriel, pero quien está allí esperándome es Sandra, que me sonríe y me pregunta si puede pasar.

—Yo ya he terminado. Me lavo las manos y me voy.

Ella entra y cierra la puerta. Yo arqueo una ceja.

—Oye, Silvia. —Y mi nombre en su boca suena rarísimo—. Dime una cosa, ¿Gabriel y tú sois uno de esos matrimonios abiertos, verdad?

—Sí y no —le digo secándome las manos con una toalla—. Somos un matrimonio atípico. Más amigos que otra cosa.

—Entonces, os acostáis con otras personas. —Y no parece sorprenderse de nuestra extraña relación.

—Sí, supongo que sí.

—Ah, vale.

Se ríe infantilmente y sale del baño por delante de mí, correteando también descalza. Cuando llegamos al sofá se tira sobre Gabriel a horcajadas y el vestido se le sube.

Miro a Rob sorprendida, pero él me mira a mí también sin ninguna expresión concreta en la cara. No sé qué hacer, me siento incómoda, pero Gabriel me pide que entre y cierre la puerta. Lo hago manteniendo las distancias.

Sandra se acerca para besar a Gabriel pero él aleja la cara y me mira, como pidiéndome permiso.

—Silvia… —susurra con voz grave.

—Creo que me voy a dormir… —Y fuerzo la sonrisa más incómoda que he tenido que esbozar en mi vida.

Sandra se inclina y besa a Gabriel en el cuello, que cierra los ojos. Me doy cuenta de que Rob me mira muy fijamente. Trago saliva.

—¿Puede besarme? —me pregunta Gabriel.

Contengo la respiración y, al imaginarlo, un montón de bilis me sube hasta la garganta.

—No —decido en voz alta.

Ella se deja caer al suelo, entre sus rodillas, tira de los botones de la bragueta del vaquero y se lo desabrocha.

—¿Quieres acercarte? —me pregunta él.

Doy un paso hacia ellos, no sé por qué, pero me paro al ver que Rob se hace a un lado, dejándome claramente un sitio junto a él. Miro a Sandra y la veo arrodillada y muy concentrada en manejar sus manos con pericia dentro del pantalón de Gabriel. De pronto, este gime. Me pone los pelos de punta escucharle.

Todo esto está pasando demasiado rápido.

Cuando quiero darme cuenta ella tiene la erección de Gabriel en su mano derecha y la acaricia rítmicamente de arriba abajo. Es tal y como la imaginaba. Grande, gruesa e imponente. Se recoge el pelo hacia un lado y la mano de Gabriel se lo agarra, acercándola a él. Y ella la engulle con rapidez dentro de su boca que, a juzgar por el sonido, debe de estar muy húmeda. Rob me mira con intensidad y me pregunta si no quiero sentarme con él.

—Ven… —Y acaricia el sofá a su lado.

Doy un paso más con el corazón ensordeciéndome por dentro, pero vuelvo a pararme cuando Sandra se yergue e intenta besar a Gabriel, que se aparta sin dejar de mirarme.

—No. Solo beso a mi mujer —susurra.

Sandra me mira y vuelve a deslizarse entre sus piernas. Traga y lame. Se gira para mirarme y me pregunta si quiero acompañarla; ni siquiera puedo contestar. Gabriel empuja su cabeza hacia él otra vez, mientras se muerde el labio inferior y yo no puedo dejar de mirarles. Rob empieza a desesperarse.

—Oye, nena, si prefieres, podemos solo mirar —me dice.

Cojo aire. No puedo pestañear, ni moverme. No puedo dejar de mirar cómo una chica está comiéndole la polla a Gabriel delante de mí y de otra persona. Esto no me gusta.

Rob finge perder interés en mí y, sacándose del bolsillo un saquito pequeño, distribuye una cantidad de polvo blanco sobre la superficie de cristal de la mesa.

—¿Alguien quiere?

—Yo —dice Sandra sonriente.

—¿Gabriel? —pregunta Rob mientras dibuja unas rayas ayudándose de una tarjeta de crédito.

Le miro acongojada y él me devuelve la mirada; veo su nuez viajar arriba y abajo.

—Gab… —pido con un hilo de voz.

—No, no quiero —dice mientras niega con la cabeza.

Rob me ofrece a mí pero imito a Gabriel sin abrir la boca. ¿Es esto a lo que me voy a tener que acostumbrar? ¿Qué estoy haciendo?

Gabriel se acomoda la ropa interior mientras ella corretea hasta la mesa para inclinarse después y esnifar su raya. Luego se toca frenéticamente la nariz y roza con la yema de los dedos sus dientes.

—Está fuerte —dice.

Es la primera vez que veo a alguien hacerse una raya. Es la primera vez que veo a dos personas practicar sexo delante de mí.

—Oye, Gabriel…, si tu chica no se anima…, no te importa que me una, ¿no?

No lo pienso. Cuando recupero la movilidad, me doy la vuelta y subo las escaleras hacia mi habitación a toda prisa. No estoy enfadada. No es que esté celosa (que lo estoy). Por una parte, estoy muy aliviada. Esto sitúa nuestra relación en un marco más concreto, ¿no? Pero por otra…, esto me está pareciendo sumamente desagradable.

Voy al baño, me desvisto, me desmaquillo y me recojo el pelo con las manos temblorosas. Cada vez que cierro los ojos, los veo allí.

Cuelgo el vestido y dejo los zapatos en su sitio, y al salir hacia la habitación, escucho ruidos que vienen de abajo. Bueno, no son ruidos, son gemidos. Me acerco a la puerta. Son gemidos femeninos. Los imagino a los tres follando y, la verdad, tengo curiosidad por cómo lo habrán hecho al final. Creo que Gabriel también se lo monta con tíos, pero me cuesta imaginarlo.

Voy hacia la cama y empiezo a ponerme el pijama. No sé si quiero dormir con él hoy. No sé si vendrá. Y cuando llevo puesto solo el short, abre la puerta y entra. Está despeinado, aún lleva el cinturón desabrochado y me mira interrogante. De fondo, siguen los gemidos.

—¿Qué…? —consigo decir, tapándome el pecho.

Gabriel se acerca a grandes zancadas, me aparta los brazos en los que me refugio y me besa. Me besa de una manera tan sensual y electrizante que estoy a punto de dejarme caer encima del colchón. Después, me acuerdo de que ha tenido otra boca encima de la polla hace unos segundos y me aparto.

—Solo te quiero a ti —me dice con expresión ceñuda—. Solo a ti.

—Sé que quieres hacerlo, pero no quiero verlo —le contesto.

Coge mi cara entre sus manos.

—No quiero hacerlo si tú no quieres que lo haga.

Respiro y apoyo la frente en su hombro.

—No podemos hacer voto de castidad porque no queramos estropearlo acostándonos nosotros. A decir verdad, ni siquiera creo que tú dejases de hacer estas cosas si estuvieras conmigo.

Él me obliga a levantar la cara y me mira a los ojos, como si quisiera traducirme en una sola palabra y entenderme.

—¿Crees que necesitaría algo que no fueras tú? Eso —señala con la cabeza en dirección a las escaleras— no es más que un mal sustitutivo. Es una paja en la ducha, Silvia.

—Ve. —Sonrío tanto como puedo, que no es mucho—. Pero no les beses. Ni les…

—¿Estamos imponiendo normas? —Me abraza.

—Creo que sí.

—No les besaré. ¿Algo más?

Dios. No puedo evitar tener la sensación de que estoy prestando algo que no es mío. Niego con la cabeza y me besa de nuevo.

—¿Quieres saber una cosa? —dice—. Tus besos me excitan más que sus lametazos en la polla. Solo tendrías que pedirme que me quedara para que yo no siguiera con esto. Lo importante eres tú. Eres la primera y solo tienes que pedirlo para ser la única.

—Pues quédate —le digo con un hilo de voz.

—Si me quedo, es para solucionarlo, Silvia.

Nos imagino besándonos, tocándonos, desnudándonos del todo por fin y arqueándonos para permitir que me penetre. Imagino la intensidad, los gemidos, las yemas de mis dedos recorriendo su espalda.

—¿Y después? —le pregunto—. ¿Qué haremos después?

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Estoy tan perdido como tú. O más.

Lo pienso. Pienso realmente si quiero hacer esto, complicarme la vida con una relación con alguien como él, que es complejo, problemático y melancólico. Es alguien al que conozco desde la posición que tengo ahora, pero que no sé cómo se comportaría como pareja. Puedo arriesgarme y poner en peligro todo esto o puedo ceder y dejar que él eche un polvo sin más. Que se folle a la rubia que hay abajo; que dé cuatro empujones, se corra y después vuelva a mis brazos a quererme con la seguridad de lo que sí conocemos. Y es cobarde, pero creo que por el momento estoy más preparada para asumir que él se acueste con otra que para hacerme cargo de todo lo que se despertaría entre nosotros si llegáramos a la siguiente fase de nuestra relación.

—Ve, Gabriel. No puedes esperar aquí toda la noche a que yo me decida.

—Esperaré toda la vida si es necesario.

Es lo más bonito que me han dicho nunca y me sobrepasa. Niego con la cabeza y le pido que baje y siga con lo suyo. Respira hondo. Parece decepcionado. Creo que preferiría quedarse aquí dentro, terminar en mi interior, corriéndose conmigo. Pero al fin asiente y se va; vuelve hacia abajo, donde siguen los gemidos.

Esta noche Gabriel no viene a dormir conmigo. Le oigo subir las escaleras poco más de una hora después de haberme acostado. Solo. Ya se han marchado. Los sonidos me dicen que duda en la escalera si seguir hacia el que ya es nuestro dormitorio o volver al suyo hoy. Decide ir en dirección contraria a mí, porque soy yo la que le ha empujado a ello. Y yo me pregunto si estoy hecha para esto y si no será que soy imbécil y que termino por amoldarme a las necesidades de los otros sin importarme las mías. O si solamente soy una cobarde que teme enfrentarse al amor más intenso de toda su vida.