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Las relaciones íntimas:

 

 

el reto del amor sensible

 

ESTE capítulo es una historia de amor. Comienza explicando cómo se enamoran las PAS y cómo establecen amistades plenas de cariño. Después, nos lleva al gratificante trabajo de mantener vivo ese amor, al estilo PAS.

 

La intimidad de las PAS: ¡tenemos tantas maneras!

 

Cora tiene sesenta y cuatro años, es ama de casa y autora de libros infantiles. Está casada, con su «único compañero sexual», y me dejó muy claro que estaba «muy contenta con este aspecto de mi vida». Dick, su marido, es «cualquier cosa menos una PAS». Pero cada uno aprecia lo que el otro aporta a la relación, especialmente ahora que se han limado las asperezas. Por ejemplo, durante años, Cora se resistió a los deseos de Dick de que compartiera su placer por las películas de aventuras, el esquí y la asistencia a las Superbowls. Ahora, Dick se va con los amigos.
Mark, pasados ya los cincuenta años, es profesor y poeta, experto en T. S. Eliot. No está casado, y vive en Suecia, donde enseña literatura inglesa. Los amigos son muy importantes en la vida de Mark. Se ha hecho muy hábil encontrando a las pocas almas similares a la suya que hay en el mundo, así como en el cultivo con éstas de unas relaciones profundas. Sospecho que todos ellos se consideran muy afortunados.
En cuanto a lo romántico, Mark recuerda intensos enamoramientos, incluso siendo niño. Como adulto, sus relaciones han sido «raras pero abrumadoras. Hay dos ahí, siempre. Dolorosas. No hubo final, aunque la puerta está cerrada». Y, entonces, recuerdo que el tono de su voz se volvió irónico. «Pero tengo una vida imaginativa muy rica.»
Ann recuerda también haber estado intensamente enamorada cuando era niña. «Siempre había alguien; era como una demanda, una búsqueda.» Se casó a los veinte años, y tuvo tres hijos en siete años. Nunca había dinero suficiente, y las tensiones se iban acumulando, al igual que los abusos de su marido. Después, él le pegó en varias ocasiones, y entonces supo que tenía que dejarlo, que debía crecer y apoyarse en sí misma.
Con los años, habría otros hombres en la vida de Ann, pero ya no se volvería a casar. En la cincuentena, dice que su búsqueda del «otro mágico» ha terminado al fin. De hecho, cuando le pregunté si había organizado su vida de algún modo especial con el fin de acomodarse a su sensibilidad, su primera respuesta fue «Al final, saqué de mi vida a los hombres, para que eso no terminara con mi paciencia nunca más». Sin embargo, Ann encuentra una gran felicidad en sus amistades íntimas femeninas y en los estrechos lazos que mantiene con hijos y hermanas.
Kristen, la alumna a la que conocimos en el capítulo 1, también tuvo intensos enamoramientos a lo largo de su infancia. «Cada año elegía uno. Pero, a medida que me hacía mayor me iba volviendo más seria, y empecé a querer que me dejaran sola, especialmente cuando estaba con ellos. Después, hubo uno por quien me fui a Japón. Fue muy importante para mí, pero se ha acabado, gracias a Dios. Ahora que tengo veinte años, no estoy tanto por los chicos. Quiero averiguar primero quién soy yo.» Kristen, tan preocupada por su cordura, parece decididamente muy sana.
Lily, treinta años, pasó una juventud promiscua, en rebelión frente a su estricta madre china. Pero, dos años antes de venir a verme se dio cuenta de que era una desdichada, cuando su salud se resintió debido a esa vida de excesos. Durante nuestra entrevista, incluso llegó a preguntarse si había elegido esta vida excesivamente estimulante con el fin de distanciarse de una familia que se le antojaba aburrida y carente del vigor americano. De todos modos, cuando recobró la salud, estableció una relación con un hombre que le parecía incluso más sensible que ella misma. Al principio, eran simplemente amigos, aunque le parecía tan aburrido como su familia, pero entre ellos surgió algo amable y considerado. Empezaron a vivir juntos, aunque ella no tenía prisa por casarse.
Lynn, pasados los veinte años, se ha casado recientemente con Craig, con quien comparte un sendero espiritual común y un amor profundo. Pero el problema para ellos es cuánto sexo quieren en su relación. En consonancia con la tradición espiritual de la que él forma parte, tradición a la que ella se unió después de conocerlo, Craig se abstenía de las relaciones sexuales. Cuando nos entrevistamos, él había cambiado de opinión, y era ella la que quería seguir la tradición y abstenerse del sexo.

 

El compromiso al que han llegado juntos los lleva a hacer el amor de forma «poco frecuente» (una o dos veces al mes), pero también de modo «muy especial».
Estos ejemplos ilustran las ricas y diversas formas como las PAS satisfacen su humano deseo de relacionarse íntimamente con los demás. Aunque no dispongo de unos datos estadísticos a gran escala que me permitan confirmar esto, tengo la impresión, por las entrevistas mantenidas, de que las PAS varían más que el resto de las personas en los tipos de acuerdos que alcanzan en esta área, optando por ser solteros en mayor medida que la población general, o por una monogamia estable, o por relaciones íntimas con los amigos o la familia más que por los amoríos. Cierto es que esta tendencia a tan diferentes canciones de amor quizá se deba a las diferencias en historias y necesidades de las PAS; pues, en definitiva, la necesidad es el quid de la cuestión.
Ante tanta diversidad, las PAS no dejamos de tener algunos temas en común en lo referente a nuestras relaciones íntimas, los cuales surgen de
nuestra peculiar habilidad para percibir lo sutil y de nuestra mayor tendencia a la sobreactivación.

 

Las PAS y el enamoramiento

 

En lo relativo a enamorarse, mis investigaciones sugieren que las PAS se enamoran con más intensidad que las demás personas. Eso puede estar bien. Por ejemplo, las investigaciones demuestran que, cuando alguien se enamora, suele incrementarse el sentido de la competencia y ampliarse el concepto que de sí misma tiene la persona97. Cuando nos enamoramos, las personas nos sentimos más grandes y mejores. Por otra parte, también es bueno conocer algunos de los motivos por los que nos enamoramos con más intensidad, y que tienen poco o nada que ver con la otra persona (en relación con aquellos casos en que quizá preferiríamos no estar enamorados). Sin embargo, antes de empezar, ponga por escrito lo que le sucedió a usted en una o en más ocasiones en que se enamoró profundamente para, más tarde, ver si algo de lo que yo describo operó también en su caso personal.
Soy consciente de que algunas PAS no parecen enamorarse jamás. (Normalmente, son personas del estilo de evitación de la sujeción del que ya hablamos con anterioridad.) Pero decir aquello de «yo nunca me enamoraré» es como decir que nunca lloverá en el desierto. Todo el que conozca el desierto sabe que, cuando ocurre, llueve a cántaros. De modo que si cree que nunca se enamorará intensamente, siga leyendo de todas formas... por si Hueve.

 

Cuando el amor es demasiado intenso

 

Antes de volver sobre ese tipo de enamoramiento poderoso o de profunda amistad que puede llevar a una relación maravillosa, quizá le interese conocer un caso más extraño, pero más notorio, de amor arrollador e imposible. Le puede pasar a cualquiera, pero parece sucederle un poco más a menudo a las PAS. Y dado que suele ser una experiencia desdichada para ambas partes, puede venir bien algo de información, por si se tropieza usted con una situación así.
Éste suele ser un amor no correspondido, y este fracaso puede ser la verdadera causa de su intensidad. Si se pudiera desarrollar la relación real, la absurda idealización se desvanecería a medida que la persona conociera mejor al amado o amada, con sus verrugas y todo. Pero la intensidad también puede detener la relación. Un amor sumamente intenso puede verse rechazado por la persona amada debido simplemente a que es un amor exigente y poco realista. El ser amado suele sentirse asfixiado y puede que no se sienta amado de verdad en el sentido en el que se están considerando sus sentimientos. De hecho, puede dar la impresión de que el amante no comprende verdaderamente al amado, sino que tiene cierta visión de perfección imposible. Mientras tanto, el amante puede abandonarlo todo por el sueño de una felicidad perfecta que sólo la otra persona puede satisfacer.
¿Cómo se da este amor? No existe una respuesta definida, pero sí algunas posibilidades manifiestas. Cari Jung sostenía que las personas introvertidas habituales (la mayoría de las PAS) vuelven su energía hacia dentro con el fin de proteger su rica vida interior ante la abrumadora estimulación del mundo exterior. Pero Jung puntualizaba que, cuanto mejor se desenvuelve uno en su introversión, más presión ejerce el inconsciente para compensar ese giro hacia dentro. Es como si la casa se llenara de niños aburridos (aunque probablemente superdotados) que, con el tiempo, acaban encontrando la salida por la puerta trasera. Esta energía reprimida suele aterrizar en una persona (o en un lugar o cosa), que se convierte en importantísima para el pobre introvertido. Te has enamorado intensamente cuando, en realidad, ese amor no tiene tanto que ver con la otra persona como con cuánto se ha demorado tú salida al mundo exterior.
En muchas películas y novelas se ha reflejado este tipo de amor. El ejemplo clásico en el cine podría ser El ángel azul, que trata de un profesor que se enamora de una bailarina de salón. El libro clásico podría ser el de El lobo estepario, de Hermann Hesse, en el que un hombre maduro y muy introvertido conoce a una joven y provocativa bailarina en medio de su público, apasionado y sensual. En ambos casos, los protagonistas se ven irremediablemente abocados a un mundo de amor, sexo, drogas, celos y violencia; es decir, toda aquella estimulación sensorial que su yo intuitivo e introvertido rechazó una vez y con la que no supo qué hacer. Pero las mujeres experimentan también este amor, como en algunas novelas de Jane Austen o de Charlotte Bronté, en las cuales la protagonista, controlada, introvertida y entregada a la lectura seria, se ve arrollada por el amor.
No importa cuán introvertido sea usted, no deja de ser un ser sociable. No puede escapar a la necesidad y al deseo espontáneo de conectar con los demás, por fuerte que sea el impulso conflictivo de protegerse. Afortunadamente, en cuanto haya salido al exterior un poquito y se haya enamorado unas cuantas veces, se dará cuenta de que nadie es tan perfecto. Como suele decirse, no es oro todo lo que reluce. La única manera de protegerse ante un enamoramiento tan intenso es estar más en el mundo, no menos. En el momento en que usted alcance el equilibrio, quizá descubra que hay ciertas personas que de verdad lo ayudan a sentirse tranquilo y seguro. Así que, dado que de todas formas usted se va a ver «metido en remojo» algún día, puede que le vaya bien bucear con todos nosotros ahora.
Eche un vistazo a su propia historia de enamoramientos y amistades; ¿vinieron precedidos de un largo período de aislamiento?

 

Amor humano y amor divino

 

Otra manera de enamorarse con intensidad consiste en proyectar los propios anhelos espirituales sobre otra persona. Una vez más, confundir a su amado o amada humano con un amado o amada divinos es algo que se puede corregir tras un tiempo de convivencia con esa persona Pero, si no podemos hacer esto, la proyección puede ser sorprendentemente persistente.
La fuente de tal amor tiene que ser algo bastante más grande, y yo creo que en verdad lo es. Los junguianos dirían que todos tenemos un compañero interior que nos ayuda a alcanzar los reinos interiores más profundos. Pero quizá no conozcamos demasiado bien a ese compañero interior o, como suele ocurrir, lo proyectemos erróneamente sobre los demás en nuestro deseo desesperado por encontrarlo. Queremos que ese compañero interno sea real y, evidentemente, aunque las cosas interiores pueden ser ciertamente muy reales, ésta es una idea que nos puede resultar difícil de asimilar.
La tradición junguiana sostiene que, para el hombre, este compañero interior es normalmente un alma femenina o anima y, para una mujer, es normalmente un guía espiritual masculino o animus. Así, cuando nos enamoramos, es muy probable que nos estemos enamorando en realidad de esa anima o de ese animus interior que nos va a llevar allí donde anhelamos ir, al paraíso. Vemos al anima o al animus en personas de carne y hueso con las que esperamos compartir un paraíso terrestre y sensual (que normalmente incluye un crucero por el Caribe o un fin de semana de esquí en la nieve; los publicistas están encantados de ayudamos a proyectar estos arquetipos en el mundo exterior). Que no se me malinterprete. Lo de carne y hueso y lo de la sensualidad están muy bien. Lo único que ocurre es que no pueden sustituir a la figura interior ni al objetivo interior, aunque se dará cuenta de cuánta confusión puede generar el amor divino cuando dos mortales se lanzan a amarse al modo humano.
Pero puede que la confusión esté bien, por un tiempo, en determinados momentos de la vida. Como escribió el novelista Charles Williams: «A menos que pongamos nuestra devoción en aquello que resultará ser falso al final, aquello que será cierto al final no podría entrar».

 

Amor apasionado y sujeción insegura

 

Como ya hemos dicho, las relaciones de las PAS con las personas o las cosas se ven enormemente afectadas por la naturaleza de las sujeciones infantiles que mantuvieron con sus primeros cuidadores. Dado que sólo entre el 50 y el 60 % de la población pudo disfrutar de una sujeción segura en su infancia98 (no cabe duda de que se trata de un dato estadístico impactante), aquellas PAS que tienden a ser muy cautas en sus relaciones íntimas (evitadoras), o que las viven con mucha intensidad (ansioso-ambivalentes), se pueden considerar bastante normales. Pero sus respuestas a las relaciones son tan potentes debido a que tienen asignaturas pendientes en este apartado.
Frecuentemente, las personas con estilos de sujeción insegura se esfuerzan mucho por evitar el amor con el fin de no resultar heridas. O quizá simplemente le parezca a usted una pérdida de tiempo y no se ponga a pensar por qué ve este asunto de un modo diferente a como lo ve el resto del mundo. Sin embargo, por mucho que se esfuerce, algún día se va a encontrar de nuevo intentándolo. Aparece alguien, y parece una persona lo bastante segura como para sujetarse a ella, o hay algo en el otro que le recuerda a otra persona segura que pasó brevemente por su vida. O algo dentro de usted está lo suficientemente desesperado como para no desaprovechar la oportunidad. Y, de repente, usted se sujeta, como le ocurrió a Ellen.
Aunque Ellen nunca se sintió lo suficientemente cerca de su marido como le hubiera gustado sentirse, ella pensaba que estaba felizmente casada en la época en la que terminó su primera escultura de grandes dimensiones. Pero después de finalizar aquel proyecto, que le había llevado todo un año, se sintió extrañamente vacía. Rara vez compartía estos sentimientos con alguien, pero un día se descuidó y se puso a hablar de ello con una mujer mayor y corpulenta que llevaba su largo cabello gris recogido en un moño.
Hasta aquel día, Ellen nunca había prestado atención a aquella mujer, que estaba considerada como un poco excéntrica en la localidad donde vivía. Pero resultó que esta mujer tenía cierta preparación como orientadora y sabía cómo escuchar con empatia. Al día siguiente, Ellen se dio cuenta de que no dejaba de pensar en aquella mujer; quería volver a verla. Por su parte, la mujer se sentía halagada por tener a tan famosa artista como amiga, y floreció la relación.
Pero, para Ellen, aquello era algo más que una amistad. Era una extraña y desesperada necesidad. Para su sorpresa, la relación se sexualizó para las dos, y el matrimonio de Ellen se hizo turbulento. Por el bien de su marido y de sus hijos, Ellen se decidió a romper la relación, pero no pudo. Le resultaba totalmente imposible.
Después de un año de escenas tormentosas entre los tres, Ellen comenzó a encontrar defectos intolerables en la otra mujer, principalmente, su temperamento violento. La relación terminó, y el matrimonio de Ellen sobrevivió. Pero ella nunca comprendió lo que le había sucedido hasta años después, durante la psicoterapia.
En el transcurso de la exploración de su primera infancia, Ellen supo a través de su hermana mayor que su madre había sido una mujer muy ocupada, que no tenía tiempo para sus hijos ni se sentía inclinada por los bebés. Ellen había crecido de la mano de una serie de cuidadoras y canguros. Recordaba a una de ellas, la señora North, que más tarde sería su primera profesora de la escuela dominical. La señora North había sido extraordinariamente amable y cariñosa; de hecho, la pequeña Ellen llegó a pensar que la señora North era Dios. Y la señora North era una mujer corpulenta, una mujer sencilla que recogía su cabello gris en un moño.
Ellen creció con un programa inconsciente. En primer lugar, estaba programada para evitar sujetarse a nadie, debido a los constantes cambios de cuidadoras. Pero, en un nivel más profundo, estaba programada para esperar a alguien como la señora North y, posteriormente, para arriesgarlo todo por sentirse segura una vez más, como le había ocurrido durante unas pocas horas al día, en su infancia, con la verdadera señora North.
Todos acabamos programados de alguna manera: para complacer y aferramos a la primera persona amable que nos promete amor y nos protege; para encontrar al progenitor perfecto y adorar a esa persona de un modo absoluto; para evitar con mucho cuidado aferramos a nadie; para aferramos a alguien parecido a aquella persona que no nos quiso la primera vez (por ver si podemos cambiarla esta vez) o que insistió en que nunca creciéramos; o, simplemente, para encontrar otro puerto seguro como aquel del que disfrutamos cuando éramos niños.
Eche la vista atrás en su historia amorosa. ¿Puede encontrarle sentido a esa historia en función de sus sujeciones en la primera infancia? ¿Está proyectando en ella intensas necesidades que quedaron pendientes en su infancia? Algunas de estas necesidades se pueden sustituir con el «pegamento» normal de la intimidad en la fase adulta, pero sólo podemos pedir tanto de un semejante adulto. Cualquiera que quiera a otro adulto desde las necesidades de un niño (por ejemplo, la necesidad de no perder de vista al otro en ningún momento) tiene todavía que resolver algo de su pasado. La psicoterapia se ocupa del punto a partir del cual tomamos conciencia de lo que se perdió, lamentándonos por el resto y aprendiendo a controlar los sentimientos que nos abruman.
Pero, ¿qué hay del amor romántico normal, de ese amor que, durante un tiempo, hace de la vida algo tan maravillosamente anormal?

 

Los dos ingredientes del amor correspondido

 

En el estudio de centenares de relatos de enamoramientos (y amistades) plasmados por escrito por personas de todas las edades, mi marido (un psicólogo social con el que he dirigido una considerable investigación sobre las relaciones íntimas) y yo descubrimos dos puntos de lo más comunes99. El primero, que es obvio, es que a la persona que se enamora le gustan mucho determinadas cosas de la otra persona. Pero también sucede que la flecha de Cupido suele atravesar sus armaduras sólo en el momento en que descubren que son del gusto de la otra persona.
Estos dos factores, que a uno le gusten determinadas cosas del otro y el descubrir que le gustas a la otra persona, me ofrecieron la imagen de un mundo en el que las personas van por ahí admirándose unas a otras, simplemente esperando a que otra persona le confiese su amor. Es importante que las PAS guarden esta imagen en su mente, porque uno de los momentos más excitantes de la vida de cualquier persona es aquel en el que se confiesa o se recibe una declaración de cariño. Pero si queremos estar cerca de alguien, ¡hagámoslo! Debemos soportar todos los riesgos que supone intimar con alguien y mantener una relación íntima, incluido el riesgo de hablar de ello. Cyrano de Bergerac aprendió esa lección, y también el capitán John Smith.

 

Cómo la activación puede hacer que cualquiera se enamore
Un hombre conoce a una mujer atractiva en un frágil puente colgante que se mece con el viento sobre una profunda garganta en las montañas100.

 

O conoce a la misma mujer en un sólido puente de madera a treinta centímetros de altura sobre un riachuelo. ¿En cuál de estos dos lugares es más probable que el hombre se sienta románticamente atraído por la mujer? Según los resultados de un experimento realizado por mi marido y un colega suyo (que ahora es famoso en el campo de la psicología social), será mucho más probable enamorarse sobre un puente colgante. En otra investigación, se descubrió que es más probable que nos sintamos románticamente atraídos por alguien si estamos activados de un modo u otro, aunque sólo sea la activación que puede provocar el correr sobre una cinta móvil o escuchar un monólogo cómico101 en un casete.
Existen diversas teorías acerca de por qué la activación, sea del tipo que sea, puede llevar a la atracción, si hay alguien adecuado a mano. Una razón podría ser la de que siempre intentamos atribuir a algo esa activación y, si podemos hacerlo, nos gustaría atribuírsela especialmente a un sentimiento de atracción. O quizá sea debido a que asociamos en nuestra mente los niveles altos, pero tolerables, de activación con la expansión propia y la emoción; y esto, a su vez, lo asociamos con el sentimos atraídos por alguien. Este descubrimiento tiene implicaciones interesantes para las PAS. Si nosotras, las PAS, nos activamos con más facilidad que los demás, seremos más propensas, por término medio, a enamoramos (y quizá con más intensidad que los demás) cuando estamos con alguna persona atractiva.
Eche la vista hacia atrás en su propio historial amoroso. ¿Pasó por alguna experiencia activadora antes o durante un encuentro con alguien a quien finalmente terminó amando? Después de pasar por algún tipo de calvario, ¿se llegó a sentir fuertemente atraído o atraída por alguna de las personas que estaban con usted en aquella situación? ¿O quizá se sintió atraído o atraída por los médicos, los terapeutas, los miembros de la familia o los amigos que la ayudaron a pasar aquella crisis o dolor? Piense por un instante en los amigos y amigas que hizo en el instituto o en la universidad, momentos en los que se experimenta una gran cantidad de situaciones nuevas e intensamente activadoras; ahora, ya sabe por qué.

 

Otras dos razones de que las PAS sean más proclives al amor

 

Otra fuente de enamoramiento puede estar constituida por las dudas acerca de la propia valía personal. Por ejemplo, en un estudio se demostró que las alumnas universitarias cuya autoestima había sido herida (por algo que se les había dicho durante el experimento) se sentían más atraídas por un potencial compañero varón que aquellas cuya autoestima no había sido afectada.102 De forma parecida, las personas parecen más proclives a enamorarse justo después de una ruptura amorosa.
Tal como he resaltado, las PAS son proclives a tener una baja autoestima debido a que no se conforman al ideal de la cultura. Así, en ocasiones consideran un golpe de fortuna que alguien pueda quererlas. Pero un amor sustentado sobre esta base puede ser problemático porque, con posterioridad, quizá se dé cuenta de que la persona de la que se enamoró no está a su altura o, simplemente, no es su tipo.
Eche la vista atrás a su propia historia amorosa. ¿Ha tenido algún papel una baja autoestima?
La principal solución, evidentemente, es poner en pie su autoestima mediante la reestructuración de su vida en función de su sensibilidad, llevando a cabo un buen trabajo interior sobre cualquier otra cosa que lo lleve a perder la confianza en sí mismo, viviendo en el mundo según sus propias condiciones y demostrándose a sí mismo que se encuentra bien así. Se sorprenderá de cuánta gente lo va a amar profundamente debido a su sensibilidad.
También está la humana tendencia a implicarse en una relación íntima o no ser capaz de abandonarla por puro miedo a estar solo, sobreactivado o por tener que enfrentarse con situaciones nuevas o atemorizadoras. Creo que ésta es la principal razón por la cual las investigaciones indican que un tercio de los alumnos universitarios se enamoran durante el primer año lejos de casa103. Somos animales sociables que nos sentimos más seguros en mutua compañía, pero supongo que no querrá colgarse de cualquiera por el simple hecho de tener miedo a la soledad. Con el tiempo, la otra persona lo percibirá, y podría sentirse herida o tendrá oportunidad aprovecharse de usted; tanto usted como la otra persona merecen algo mejor.
Vuelva atrás a su historia amorosa. ¿Se enamoró en alguna ocasión por miedo a estar solo o sola? Convendría que las PAS se convencieran de que pueden sobrevivir, al menos durante algún tiempo, sin tener una relación íntima y romántica. De otro modo, no seremos libres para esperar a la persona que realmente nos pueda gustar.
Si usted no puede vivir solo todavía, no hay de qué avergonzarse. Lo más probable es que algo dañara la confianza que usted tenía en el mundo, o que alguien impidiera que usted desarrollara esa confianza. Pero, si es posible, pruebe a vivir en soledad. Si le pareciera demasiado difícil, trabájelo con un terapeuta que le dé apoyo y orientación, alguien que no abuse de usted o lo abandone y que no tenga otro interés que el de verlo autosuficiente.
Por otra parte, tampoco tiene por qué estar totalmente solo. Existen otras cosas que pueden confortamos enormemente, como los buenos amigos, otros miembros de la familia, el compañero de dormitorio que resulta que está en casa y está dispuesto a ir al cine, un perro bonachón o un gato mimoso.

 

Profundizar la amistad

 

Las PAS no deberían subestimar nunca las ventajas de una profunda amistad. No tiene por qué ser algo tan intenso, complicado o exclusivo como una relación romántica. Hay conflictos que pueden dejarse para que se resuelvan por sí solos. Los rasgos molestos se pueden ignorar un poco más, quizá durante toda la vida de la relación. Y, en una amistad, usted puede comprobar lo que resulta posible y lo que no con la otra persona, sin que se genere una herida duradera si lo rechazan a usted o si decide rechazar al otro. Y, de vez en cuando, lo que comenzó como amistad puede terminar en relación amorosa.
Para profundizar una amistad (o una relación familiar), haga uso de un poco de lo que sabe ahora acerca de las sanas razones por las que la gente se enamora; dígale a la otra persona el afecto que siente por ella.
Y no dude en compartir con ella una experiencia intensa (pasar por un calvario juntos, trabajar en un proyecto, hacer equipo). Va a ser difícil intimar si todo lo que hacen ustedes es ir a comer juntos de vez en cuando. En el proceso de compartir una experiencia, se compartirán también revelaciones y asuntos íntimos. Si estas revelaciones son mutuas y adecuadas, se constituirán en el camino más fácil hacia la intimidad104.

 

Cómo hallar al «otro» adecuado

 

En realidad, son las no PAS las que nos hallan a nosotras las PAS. Hubo un tiempo en que la mayoría de mis amigos eran personas extravertidas, «menos sensibles» (aunque, ciertamente, encantadoras y empáticas) que parecían sentir un punto de orgullo por haberme descubierto, a mí, la escritora retraída. Fueron buenas amistades, que me ofrecieron perspectivas y oportunidades que no habría podido encontrar yo sola. Sin embargo, por muchos motivos, siempre es bueno para una PAS estar cerca anímicamente de otras PAS.
Una táctica excelente para hallar a otras PAS es pedir a sus amigos extravertidos que le presenten a otras personas que conozcan que sean como usted. Si no, puede encontrar a una PAS pensando como una PAS: nada de bares, gimnasios ni fiestas de cóctel. Aun a riesgo de alimentar estereotipos, es más probable encontrar a una PAS (por poner algún ejemplo) en cursos de educación de adultos, excursiones y actividades sobre cuidado del medio ambiente, grupos de estudio de carácter espiritual interesados en conocer los aspectos más profundos o esotéricos de sus religiones, clases de arte, conferencias sobre psicología junguiana, recitales de poemas, conciertos, representaciones de ópera y ballet, conferencias acerca de estas representaciones y retiros espirituales de todos los tipos; ésta es una buena lista para empezar.
En cuanto encuentre a otra PAS, entablarán conversación con facilidad, diciendo simplemente algo sobre el ruido o la estimulación del lugar en el que se encuentran. Después, pueden decidir salirse fuera, dar un paseo o buscar juntos algún lugar tranquilo.

 

El baile de las PAS

 

Ya he dicho, y repito, que las PAS necesitan de relaciones estrechas y que pueden desenvolverse muy bien en ellas. Sin embargo, hemos de vigilar esa parte de nosotros que desea ser introvertida, para protegemos. Con frecuencia, nos encontramos en un baile parecido a éste:
Primero, queremos la cercanía, de modo que ofrecemos todas las señales que invitan a la cercanía. Entonces, alguien responde. Quiere saber más de nosotros, conocemos mejor, quizás incluso tocarnos. Entonces nos retiramos. La otra persona hace uso de su paciencia por un tiempo y, luego, opta por retirarse también. Nosotros nos sentimos solos y volvemos a poner las señales que invitan a la cercanía. Esa persona o aquella otra lo intentan de nuevo. Nos encanta... por un tiempo. Después, nos sentimos abrumados.
Un paso adelante, un paso atrás, un paso adelante, un paso atrás, hasta que ambos se cansan del baile.
Puede parecer imposible conseguir el equilibrio adecuado entre distancia y cercanía. Si intenta complacer a los demás, perderá la pista de sus propias necesidades. Si sólo intenta complacerse a sí mismo, no conseguirá expresar demasiado amor y no asumirá los compromisos que las relaciones requieren.
Una solución es mantener una relación con alguien como usted; sin embargo, ambos pueden terminar perdiendo contacto si cada uno está bailando en extremos opuestos de la habitación. Por otra parte, la relación con una persona que quiere implicarse más y que quiere más estimulación puede convertir el baile en un calvario. No sé cuál es la mejor respuesta en su caso, pero sí sé que las PAS deben quedarse en el baile y no darse por vencidas ni desear que termine. En el mejor de los casos, es un flujo que equilibra las necesidades de cada uno y reconoce la fluctuación de los sentimientos. Simplemente, usted va adquiriendo gracia con el tiempo, y baila cada vez mejor. Así que vamos a ver más de cerca sus relaciones más íntimas.

 

Relaciones íntimas entre dos PAS

 

La relación íntima con otra PAS debería tener grandes ventajas pues, al menos, se entienden el uno al otro. Debería haber menos conflictos acerca de cuánto resulta demasiado o acerca de pasar parte del tiempo en soledad, y es probable que ustedes disfruten de pasatiempos similares.
Las desventajas pueden consistir en que es más probable que ustedes tengan dificultades para hacer la misma clase de cosas, sea pedir una dirección a un extraño o pasar un día de compras, por lo que al final puede que esas cosas se queden sin hacer. Por otra parte, si ambos tienden a mantener a los demás a distancia, no habrá nadie que los obligue a enfrentarse a su inseguridad. Una relación distante puede parecerles bien a ambos, pero será un tanto árida, cosa que no ocurriría con una persona que pidiera una mayor intimidad, pero esto depende realmente de ustedes. Diga lo que diga la psicología popular, si ustedes son felices así, no existe ley, ni natural ni humana, que obliga a que ustedes tengan que intimar y compartir intensamente con el fin de sentirse satisfechos.
Por último, me da la impresión de que, en general, siempre y cuando las dos personas tengan personalidades similares, la comprensión mutua será potente y los conflictos mínimos. Esto puede resultar aburrido, pero también puede crear un puerto seguro y tranquilo a partir del cual ambos puedan iniciar sus viajes, sea al mundo exterior o sea hacia dentro. Al regreso, ambos podrán compartir las emociones de las experiencias del otro.

 

Cuando la otra persona no es tan sensible

 

Cualquier diferencia en una pareja que pasa mucho tiempo junta tiende a crecer. Si usted se desenvuelve un poco mejor en la lectura de mapas o en los extractos bancarios, será usted quien lo haga siempre por ambos y se convertirá en el experto en eso. El problema estriba en que, si se queda solo ante un mapa o un extracto bancario y quiere saber qué ocurre con su cuenta, el que «no sabe» puede sentirse ciertamente confuso e indefenso. (Aunque, a veces, una se sorprende al descubrir que, a base de ver al otro, termina sabiendo bastante más de lo que ambos pensaban.)
Cada uno tiene que decidir por sí mismo en qué áreas es mejor callarse y arrimarse al experto, y en qué áreas no conviene callarse en absoluto. El respeto por uno mismo es importante aquí, y creo que en las parejas heterosexuales el estereotipo del género suele aferrarse con fuerza. Quizás usted se sienta incómodo haciendo cosas que en su género no se consideran normales. O quizá, como nos ocurre a mi marido y a mí, se sienta incómodo dejando que esos estereotipos sigan vigentes. (A mí me gusta saber cómo se cambia una rueda en el automóvil; a él, cómo cambiar un pañal.)
La especialización puede resultar muy problemática, y puede caerse en la tentación de ignorarla cuando se da en torno al «trabajo» psicológico. Uno de los miembros siente las emociones por ambos; el otro se mantiene frío. O uno siente sólo cosas buenas, y no desarrolla capacidad de respuesta ante el pesar, el miedo y emociones similares, mientras el otro se queda tieso como un palo con toda la ansiedad y la depresión
En lo relativo a su rasgo, el que sea un poco menos sensible se convertirá en un experto en ocuparse de todo aquello que pueda sobreactivar al más sensible. (O, si ambos son sensibles, pueden especializarse en diferentes áreas.) Ambos obtienen así ventajas. Hay más tranquilidad; mientras uno se siente útil, el otro siente que se le está ayudando. De hecho, la persona menos sensible puede llegar a sentirse indispensable, y esto puede resultarle de lo más tranquilizador.
Mientras tanto, el más sensible se ocupa por ambos de todo lo sutil. Puede que parte de ello no parezca tan crucial, como tener ideas nuevas y creativas, conocer el sentido de la vida, profundizar la comunicación o apreciar la belleza. Pero si hay un vínculo sólido entre ambos, puede que se deba a que la persona menos sensible valora y necesita de verdad aquello con lo que contribuye usted, la persona más sensible. Sin eso, ese modelo eficiente de hacer las cosas puede que no sirva para nada y, probablemente, puede que sea mucho menos eficiente también. A veces, la persona más sensible puede darse cuenta de todo esto y sentirse indispensable, llegando incluso a la arrogancia.
En una relación que dura ya muchos años, ambas personas pueden sentirse ciertamente satisfechas con su particular distribución de tareas. Sin embargo, y especialmente en la segunda mitad de la vida, uno o ambos pueden sentirse insatisfechos. El deseo de totalidad, de experimentar la mitad de la vida en la que uno no está especializado, puede ser más perentorio que el deseo de ser eficiente y evitar el fracaso. Además, si la especialización ha terminado siendo extrema, como suele ocurrir en un matrimonio de larga duración, cada uno puede sentirse tan dependiente del otro que termine por perder la sensación de que la relación es algo que se elige libremente. En el caso de la sensibilidad, uno de ustedes puede sentirse incapaz de vivir en el mundo exterior, mientras que el otro puede sentirse incapaz de descubrir la vía interior. En este caso, el «pegamento» ya no es el amor, sino la carencia de alternativas.
La solución es obvia, pero no es fácil. Ambos tienen que estar de acuerdo en que la situación debe cambiar, aun cuando las cosas no se hagan con tanta eficiencia como anteriormente. El más sensible debe probar algo nuevo, encargarse de más cosas, moverse solo en ocasiones. El menos sensible debe experimentar la vida sin las aportaciones «espirituales» del otro, y debe establecer contacto con lo sutil, tal como surja en su conciencia.
Cada uno debe convertirse en el preparador del otro, si deciden que no van a intervenir y asumir el mando de la situación. Si no, el papel más útil será el de servir de apoyo en la retaguardia. O puede que el papel de aquel que se olvida por completo del otro durante algún tiempo, para que el que aún no domina la situación pueda entregarse a su empeño sin ser observado y no sentir vergüenza de sus raquíticos esfuerzos. El que no domina la situación, si es necesario, sabrá a quién recurrir en busca de ayuda experta y amorosa, y esto no deja de ser un magnífico ofrecimiento. Puede que, en esta situación, se halle el mayor de los regalos.

 

Las diferencias en el nivel óptimo de activación

 

Acabamos de reflexionar sobre la situación en la que usted y su pareja o amigo menos sensible le hacen la vida casi demasiado cómoda a usted, el «sensible». Pero va a haber muchas ocasiones en las que la otra persona no se da cuenta de que usted está sobreestimulado; ocasiones en las que ambos han estado haciendo casi las mismas cosas y él o ella continúa sintiéndose bien. Y él o ella dice: «¿Qué es lo que te pasa?».
¿Cómo responder a una bienintencionada petición para que lo «intentes» y «no eches a perder la fiesta»? Éste es un dilema que yo he vivido en el pasado; primero, como hija, en mi familia; y, luego, con mi marido. Si yo decía que no podía acceder a sus peticiones, o bien los demás no iban por causa mía y yo me sentía culpable, o bien se iban sin mí y yo me quedaba con la sensación de haberme perdido algo. ¿Qué hacer? Al no comprender mi rasgo, la solución consistía normalmente en aceptar lo que se había planeado. A veces, funcionaba; a veces, era angustioso; y, a veces, terminaba enferma. No me sorprende que muchas PAS pierdan el contacto con su «auténtico yo»105.
Durante el año que pasé en Europa cuando nuestro hijo era pequeño, hicimos un viaje de varias semanas con nuestros amigos, en el verano. En nuestro primer día fuera, fuimos de París a la costa del Mediterráneo; y, después, hacia el este, por la Riviera italiana. No habíamos previsto que nos encontraríamos con muchos veraneantes europeos yendo de población en población en largas colas de automóviles, sonando los cláxones, en medio de ruidosos ciclomotores. Mientras tanto nosotros cinco intentábamos decidir en qué ciudad y qué hotel podríamos convertir en realidad nuestro sueño de la Riviera, a pesar de no haber hecho reserva alguna y no disponer tampoco de demasiado dinero. Mi hijo, feliz y contento durante horas, en las que me utilizó de trampolín, se sintió al fin fatigado y se puso a llorar y a protestar, para terminar gritando estridentemente. El anochecer era todo menos divertido.
Una vez en la habitación del hotel, anhelaba descansar y meter a mi hijo en la cama. En aquella época, yo no tenía conocimiento alguno de este rasgo especial; tan sólo sabía lo que mi hijo y yo necesitábamos.
Sin embargo, mi marido y nuestros amigos querían ir a los casinos de Montecarlo. Como le ocurre a muchas PAS, yo no disfruto con el juego; no obstante, la idea igualmente me resultaba atractiva. Pero no había manera de que pudiera soportar aquello. Si se pudiera conseguir un canguro... No me quería quedar.
Al final, me quedé. Mi hijo durmió bien, y yo me eché en la cama, sin dormir, sintiéndome triste, sola, y envidiando a los demás, y nerviosa por estar sola en un lugar extraño. Claro está que, cuando volvieron, muy alegres, me entretuvieron con historias divertidas y muchos «deberías haber venido». ¡Ni había salido ni había dormido, y no pude dormir porque el disgusto me impedía hacerlo!
¡Cuánto me gustaría haber sabido entonces lo que sé ahora! Las preocupaciones y el pesar sustituyen con suma facilidad a la sobreactivación, e irse a dormir no significa que vayas a dormir. Pero, con todo, ése es el mejor sitio donde puedes estar. Y, normalmente, siempre se presenta otra ocasión, hasta para ver Montecarlo. Pero, de cualquier modo, puede estar muy bien quedarse en casa, si aceptas que tu casa es en verdad el lugar al que, a veces, perteneces.
En estas situaciones, su amigo, amiga o pareja se puede convertir en una verdadera lata. Quiere que lo acompañe y no puede resistirse a la tentación de presionarlo, dado que esa técnica a veces ha funcionado anteriormente. Y además de echarlo de menos si al final accede a irse sin usted, también puede llegar a sentirse muy culpable por haberlo dejado soto o sola.
Creo que la PAS tiene que hacerse cargo de estas situaciones con el fin de que nadie pueda culparse. Después de todo, usted es quien mejor sabe cómo se está sintiendo y si se lo va a pasar bien o no. Si duda en hacer algo por miedo a la sobreestimulación (y no por su presente estado de fatiga), tendrá que sopesarlo en relación con lo que pueda divertirse. (Y ponga un poquito más de peso en la balanza de salir, si tiene un miedo extra, pendiente desde la infancia, ante lo poco familiar.) Usted tiene que decidir por sí solo y actuar. Si su acción resulta ser un error, usted es el único responsable; al menos, lo intentó. Si sabe que está sobreestimulado y que necesita quedarse en casa, hágalo con elegancia y no se lamente demasiado, e inste a los demás a que se diviertan sin usted.

 

Un tiempo a diario para la soledad

 

Otro problema frecuente en las relaciones íntimas con parejas o amigos menos sensibles consiste en que usted tiene una mayor necesidad de soledad, aunque sólo sea para pensar y digerir lo sucedido durante el día. La otra persona quizá se sienta rechazada o, simplemente, insista en su compañía. Déjele claro por qué necesita ese respiro. Dígale cuándo estará disponible de nuevo y mantenga su promesa. O a lo mejor puedan seguir juntos, pero descansando en silencio.
Si encuentra resistencias a su necesidad de soledad (o a cualquiera de las necesidades especiales asociadas a su rasgo), tendrán que hablar del asunto más detenidamente. Usted tiene derecho a experimentar las cosas de un modo diferente y tiene derecho a tener unas necesidades diferentes. Pero dese cuenta de que esas necesidades y experiencias distintas no son en modo alguno las de su pareja, su amigo o la de la mayoría de las personas que conoce, de modo que intente escuchar y ver qué es lo que el otro está sintiendo. Quizás él o ella esté queriendo negar que puede haber una diferencia tan importante entre ustedes. O puede que sea el temor a que le esté pasando algo a usted, una deficiencia o una enfermedad. Es posible que la otra persona tenga cierta sensación de pérdida debido a las aventuras, reales o imaginarias, que este rasgo parece estar imposibilitándoles a ambos. Puede que se enfade o que piense que usted no está poniendo todo de su parte.
Vendrá bien recordarle al otro, modestamente y con tacto, todo lo bueno que su rasgo le está aportando a él o a ella. Y convendrá que usted preste atención a sus propias motivaciones, no sea que esté utilizando su propia sensibilidad como excusa para salirse siempre con la suya. Usted puede tolerar altos niveles de estimulación, especialmente cuando se encuentra con alguien que le relaja y le hace sentirse seguro. A veces será enormemente apreciado hacer un esfuerzo sincero por acceder a las peticiones de su pareja o su amistad. La cosa le puede ir bien. Y, si no le va bien, habrá tenido ocasión de demostrar sus límites, preferiblemente sin caer en frases como «Te lo dije». Con el tiempo, irá quedando claro que ambos se encuentran más satisfechos, más sanos y menos resentidos si cada uno reconoce y respeta el nivel óptimo de activación del otro. Pueden animarse mutuamente para hacer lo que haya que hacer (salir y divertirse o quedarse y descansar), con el fin de mantener un nivel de activación cómodo.
Evidentemente, pueden salir a la superficie otros temas cuando usted se afirma en sus necesidades. Si la relación se encuentra ya sobre terreno poco firme, el anuncio de su rasgo como factor con el cual debe convivir su amistad o pareja puede producir un verdadero terremoto. Pero si la línea del problema estuvo siempre ahí, no eche la culpa a su rasgo ni a la defensa de éste, por mucho que se convierta en objeto de disputas.

 

El miedo a una comunicación sincera

 

En general, la sensibilidad puede potenciar en gran medida la comunicación íntima. Usted capta muchas más señales sutiles, muchos más matices, paradojas, ambivalencias y procesos inconscientes; y entiende que este tipo de comunicación precisa de paciencia. Usted es leal y concienzudo, y aprecia lo suficiente el valor de la relación como para estar dispuesto a concederle tiempo.
El principal problema es, como siempre, el de la sobreactivación. En tal estado, nos podemos volver extremadamente insensibles a todo lo que nos rodea, incluso a las personas que queremos. Y puede que le echemos la culpa a nuestro rasgo: «Estoy demasiado cansado, demasiado abrumado». Pero, con todo, nuestro deber sigue siendo hacer todo lo que podamos por comunicamos de un modo útil, o dejar que la otra persona sepa, por adelantado si es posible, cuándo nos vamos a ver incapaces de seguir adelante.
Los mayores errores de comunicación de las PAS se dan, probablemente, cuando intentan evitar la sobreactivación provocada por situaciones desagradables. Creo que la mayoría de la gente, pero las PAS en especial, le tienen pavor a la ira, la confrontación, las lágrimas, la ansiedad, las «escenas», afrontar cambios (que siempre suponen la pérdida de algo), que se nos pidan cambios, ser juzgados o avergonzados por nuestros errores, o juzgar o avergonzar a otra persona.
Es probable que usted sepa racionalmente (por la lectura, la experiencia y hasta por la orientación profesional) que, para que una relación se mantenga fresca y viva, hay que pasar por todo lo de que acabamos de mencionar. Pero, por algún motivo, el saber esto no nos resulta de utilidad cuando llega la hora de lanzarse y espetar lo que sentimos.
Además, su intuición va por delante. En ese mundo imaginario semiconsciente, aunque real y activador, usted ya está experimentando de antemano y de diversas maneras la conversación que puede tener lugar, y eso resulta de lo más angustioso.
Existen dos formas de abordar los miedos. La primera, tomando conciencia de lo que está imaginando, e imaginar otras posibilidades (por ejemplo, cómo estarán las cosas una vez se haya aclarado el conflicto, o cómo estarán si usted no aborda el problema). La segunda, hablando con su amistad o su pareja de lo que imagina que le impide ser más abierto o abierta. Estará siendo manipulador si dice algo como esto: «Me gustaría hablar contigo sobre esto y lo otro, pero no voy a poder si tú reaccionas diciendo tal o cual». Aunque esto también puede llevarlos a profundizar en el modo de comunicarse.

 

La importancia de los tiempos muertos durante los conflictos

 

Cualquier pareja en la que uno o los dos sean PAS tiene que elaborar algunas reglas básicas adicionales para cuando la comunicación se hace excesivamente activadora, algo que normalmente sucede durante las discusiones. Doy por hecho que ustedes ya no caen en los insultos, en mezclar el conflicto actual con asuntos pasados y en la utilización deshonesta de las confidencias compartidas cuando ambos se sentían seguros y en buena sintonía. Pero, además, ustedes pueden acordar otras reglas para controlar la sobreactivación. Una de ellas consiste en tomarse tiempos muertos.
En general, no es conveniente irse en mitad de una discusión (o sacar a relucir aquello de «mejor vamos a dejarlo»). Pero si uno de los dos tiene un intenso deseo de irse es porque se está sintiendo desesperado y acorralado, es decir, las palabras no están funcionando. En ocasiones, esto se debe a la culpabilidad que puede producir haber visto algo desagradable en uno mismo. Éste es un buen momento para que el otro dé marcha atrás y muestre algo de simpatía, no para que siga presionando y avergüence aún más a la pareja. A veces, la persona acorralada sigue pensando que tiene razón, pero se siente desbordada. Se están diciendo demasiadas cosas, demasiado duras, no hay respuesta que funcione. Aparece la furia, e irse es la única forma segura de expresarla.
En cualquier caso, siendo una PAS, usted puede encontrarse a veces tan sobreactivado por la simple discusión, que la pelea puede convertirse de inmediato en uno de los peores momentos de su vida. Y dado que la relación estaría condenada a hacerse más agria y distante sin la expresión ocasional de quejas legítimas, conviene que ambas partes den marcha atrás en las peleas, por mucho que pueda costarles en ese momento; eso significa ser civilizados. De modo que hagan un tiempo muerto. Ofrézcanse una válvula de escape, aunque sólo sea de cinco minutos, una hora o una noche, para consultarlo con la almohada. Ninguno de los dos abandona el campo, la discusión tan sólo se pospone.
Esperar para finalizar una discusión puede ser difícil para ambos, por ello tienen que acordar esa pausa. Lleguen al acuerdo con anterioridad, y consideren ese tiempo muerto como una regla básica de gran utilidad, no como una forma de escabullirse. En realidad, llegarán a verlo un útil que no dudarán en acordarlo para otras situaciones futuras. Todo se ve de otra manera después del tiempo muerto.

 

El poder de las metacomunicaciones positivas y de la escucha reflexiva

 

La metacomunicación consiste en hablar de cómo estás hablando o, simplemente, de cómo te sientes en general, no sólo en este momento106.Las metacomunicaciones negativas suenan así: «Espero que seas consciente de que, aunque ahora esté hablando de esto contigo, al final voy a hacer lo que yo quiera». O bien: «¿Te das cuenta de que cada vez que discutimos terminas comportándote de forma irracional?». Afirmaciones como éstas generan una escalada en la discusión que la lleva hasta un nuevo nivel. Evítelas; son armas demasiado potentes.

 

Sin embargo, las metacomunicaciones positivas hacen todo lo contrario, estableciendo un techo protector que pone un límite a cuánto daño se está haciendo. Suenan así: «Sé que en este momento estamos los dos muy enfadados, pero quiero que sepas que deseo que esto se resuelva. Me preocupo por ti, y valoro tus esfuerzos por resolver todo esto conmigo».
Las metacomunicaciones positivas son importantes en cualquier situación tensa entre personas. Disminuyen la activación y la ansiedad al recordar a las dos personas implicadas que se quieren o pueden quererse, y que el problema se resolverá probablemente. Convendría que las parejas en las que uno o ambos son PAS se aseguraran de incluir meta— comunicaciones en su caja de herramientas de relaciones íntimas.
También le sugiero que pruebe la «escucha reflexiva». Es una valiosa herramienta que está dando vueltas por ahí desde la década de 1960, y es probable que usted la conozca bien. He incluido aquí el recordatorio de esta técnica porque ha salvado en dos ocasiones mi matrimonio, y no estoy exagerando. ¿Cómo me iba a olvidar de ella? Es el masaje cardiorrespiratorio del amor y la amistad.
La escucha reflexiva se reduce a escuchar a la otra persona, especial-mente lo que siente, sus sentimientos. Pero, para asegurarse de haber oído bien, usted le cuenta a la otra persona lo que le ha parecido entender, le cuenta los sentimientos de ella; eso es todo. Pero es más difícil de lo que parece. En primer lugar, porque usted va a decir que resulta un poco forzado, o que es algo «como de terapeuta»; esto sólo ocurre cuando se hace exclusivamente. Pero esa reacción también se puede deber a la incomodidad que generan los sentimientos, la cual se debe en parte a lo aprendido en nuestra cultura. Créame, para la persona que está recibiendo esa atención esta técnica no le parece nada artificial. Y del mismo modo que los buenos jugadores de baloncesto se pasan horas sin hacer otra cosa que lanzar a la canasta o regatear, usted también tiene que ejercitarse en la escucha una y otra vez para que pueda utilizar esa «medida» cuando le haga falta. Así pues, intente escuchar de forma exclusiva, pura-mente reflexiva, al menos una vez, preferiblemente con alguien cercano.
¿Que todavía no lo tiene claro? Pues otra razón para que nos atengamos a los sentimientos es que en el mundo exterior rara vez se tienen en cuenta. Queremos que se respeten nuestros sentimientos, al menos en nuestras relaciones íntimas. Y el caso es que los sentimientos son más profundos que las ideas y los hechos, en el sentido de que suelen colorear, controlar y confundir éstos. En el momento en que los sentimientos quedan claros, las ideas y los hechos se aclaran también.
Si escucha reflexivamente durante un conflicto en su relación, usted se verá obligado a escuchar si está siendo injusto, si ha llegado el momento de superar determinadas necesidades y renunciar a determinados hábitos, y podrá tomar conciencia del impacto negativo que está ejerciendo, sin defenderse ni bloquear lo que no le gusta oír, y sin sobreactivarse ni venirse abajo, con lo que preocuparía al otro. Todo esto nos lleva a un tema más profundo.

 

Las relaciones íntimas como sendero hacia la individuación

 

En el capítulo 6, hablé de lo que los psicólogos junguianos llaman pro-ceso de individuación, el proceso a través del cual uno sigue su sendero en la vida, aprendiendo a escuchar las propias voces interiores. Otro aspecto de ese proceso es el de escuchar concretamente esas voces o partes de nosotros mismos que hemos estado rehuyendo, menospreciando, ignorando o negando. Esas partes de «sombra», como la llaman los junguianos, son necesarias para convertimos en personas fuertes e íntegras, aunque nos pasemos la mitad de nuestra vida actuando como si saber algo de ellas fuera a acabar con nosotros.
Por ejemplo, una persona puede estar tan convencida de ser siempre fuerte que puede no admitir nunca debilidad alguna. Tanto la historia como la ficción están llenas de lecciones acerca de este peligroso punto ciego que, con el tiempo, acaba derribando a la persona. Todos hemos visto también lo opuesto, gente convencida de ser siempre débiles, de ser víctimas inocentes, gente que renuncia a su propia fortaleza, pero que se dan así la oportunidad de verse a sí mismos como totalmente buenos y a los demás como malos. Hay personas que niegan la parte que aman, mientras otros niegan la parte que odian. Y así sucesivamente.
La mejor forma de tratar los aspectos de la sombra consiste en conocerlos y llegar a un acuerdo con ellos. Hasta el momento, me he mostrado optimista acerca de las PAS, hablando de nuestra meticulosidad, lealtad, intuición y capacidad de penetración. Pero le haría a usted un flaco favor si no le dijera también que las PAS tienen tantas o más razones para rechazar y negar partes de sí mismas. Algunas PAS niegan su fortaleza, su poder y su capacidad, en ocasiones, para ser duras e insensibles; algunas niegan su irresponsabilidad y sus partes poco amorosas; otras niegan su necesidad de los demás, su necesidad de soledad o su ira, o todo a la vez.

 

La escucha reflexiva
Si se hace como ejercicio, márquense un tiempo límite (diez minutos mínimo, cuarenta y cinco minutos máximo) y, después, inviertan los papeles, dando al otro el mismo tiempo, pero no inviertan los papeles de inmediato. Esperen una hora, o incluso un día entero. Si el tema era un conflicto o un enfado entre ambos, esperen también antes de discutir lo que se dijo. Si quieren, pueden tomar notas sobre lo que quieren decir. Pero lo mejor que pueden hacer en este caso es expresar sus reacciones durante su turno de escucha reflexiva.
LO QUE HAY QUE HACER!
1. Dispóngase físicamente como si estuviera escuchando de verdad. Erguido, sin cruzar brazos ni piernas. Quizás un poco inclinado hacia delante. Mire a la otra persona. No mire el reloj.
2. Intente reflejar, con las palabras o con el tono, los sentimientos que se expresaron. Los contenidos basados en hechos reales son secundarios, y saldrán a la luz a medida que vaya hablando; sea paciente. Si sospecha que hay presentes otros sentimientos, espere hasta que se manifiesten por sí solos en las palabras o sean del todo obvios por el tono de voz.
Podemos comenzar con un ejemplo tonto. Para demostrar la idea de resaltar la reflexión de sentimientos, su pareja quizá podría decir:
«No me gusta el abrigo que llevas». En este ejercicio, dirigido a resaltar el sentimiento, usted diría: «Realmente no te gusta este abrigo». Usted no dice: «Realmente no te gusta este abrigo», que pone el punto sobre esta prenda, como si usted estuviera preguntando qué tiene de malo esta prenda. Y no dice: «Ciertamente yo no te gusto llevando este abrigo», porque se centra en usted (normalmente, un comentario defensivo).
Pero los ejemplos tontos pueden llevar bastante lejos. Su pareja responde a su reflexión de sentimientos diciendo: «Sí, ese abrigo me recuerda el último invierno». Aquí no hay demasiados sentimientos... todavía. De modo que espere.
Su pareja dice: «Detestaba vivir en aquella casa». Usted resalta de nuevo los sentimientos: «No lo pasaste nada bien allí». No dice: «¿Por qué?» No dice: «Estuve intentando que nos fuéramos de allí lo antes posible». Y usted no tarda en escuchar cosas sobre el último invierno que nunca antes había escuchado. «Sí, ahora me doy cuenta de que no estaba tan sola (solo), aunque estuvieras bajo el mismo techo que yo». Son cosas de las que hay que hablar. Ahí es adonde la reflexión de los sentimientos del otro puede llevar, en vez de centrarnos en los hechos o en los propios sentimientos.
LO QUE NO HAY QUE HACER:
1. No haga preguntas.
2. No dé consejos.
3. No saque a relucir sus propias experiencias parecidas.
4. No analice ni interprete.
5. No haga nada que pueda distraer o no reflejar la experiencia de los sentimientos de la otra persona.
6. No se quede callado demasiado tiempo, dejando a la otra persona hacer un monólogo. Su silencio es la mitad «escucha» de la escucha reflexiva. Si se adecúan los tiempos, el silencio le da al otro el espacio suficiente para que profundice, pero no deje de reflejar lo que se dice. Utilice su intuición en la alternancia de la escucha y la reflexión.
7. Y diga lo que diga la otra persona, no se defienda ni dé su punto de vista sobre el tema. Si lo considera necesario, y con posterioridad, usted puede remarcar que su escucha no significa necesariamente que esté de acuerdo. Aunque las suposiciones tras los sentimientos puedan ser erróneas (y aunque podamos cometer un error por causa de lo que sentimos), los sentimientos en sí no son correctos ni incorrectos, y normalmente llevan a reducir el problema, no a acrecentarlo, si se escuchan respetuosamente.

 

Es difícil tomar conciencia de estas partes que rechazamos porque, normalmente, las rechazamos por buenas razones. Y aunque sus ocasionales amistades puedan tener alguna idea de sus aspectos sombríos, probablemente vacilarán ante la idea de comentárselos a usted. Pero en una relación muy íntima, en especial si se convive o si tienen que contar uno con otro en los aspectos básicos de la vida, no van a poder evitar el ver y el hablar de la sombra del otro, a veces acaloradamente. De hecho, se podría decir que la relación íntima no comienza en realidad hasta que ambos toman conciencia de estos aspectos del otro y deciden cómo vivir con ellos o cómo cambiarlos.
Que te muestren tus peores aspectos resulta doloroso y vergonzoso, y ése es el motivo por el que esto sólo puede ocurrir cuando se te obliga a ello, cuando te obliga la persona que más quieres, y cuando sabes que no se te va a abandonar por poseer o hablar de esas partes «horribles» y secretas. Así, la relación íntima es la mejor forma de apoderarse de ellas, de recuperar la energía positiva que se perdió junto con la negativa, y de individuarse en el sendero de la sabiduría y 1a totalidad.

 

La autoexpansión en las relaciones íntimas

 

Parece que los seres humanos tenemos una necesidad perentoria de crecer, de expandirnos, no sólo para disponer de más territorio, posesiones o poder, sino también para aumentar en conocimientos, conciencia e identidad. Una forma de hacerlo consiste en incluir a los demás en nosotros mismos. Uno deja de ser «yo» para pasar a ser algo mayor: «nosotros»107.
Cuando nos enamoramos, la autoexpansión que se genera al incluir al otro en nuestra vida es rápida. Sin embargo, las investigaciones sobre el matrimonio demuestran que, al cabo de pocos años, la relación se vuelve mucho menos satisfactoria108, pero una buena comunicación ralentiza este declive109 y, con el proceso de individuación del que acabamos de hablar, el declive puede llegar a ralentizarse aún más o, incluso a invertirse. Mi marido y yo llevamos a cabo una investigación en la que descubrimos otro modo de incrementar la satisfacción. En diversos estudios sobre parejas de novios y matrimonios, habíamos descubierto que las parejas se sentían más satisfechas en sus relaciones si hacían juntos cosas que calificaban de «emocionantes» (no sólo «agradables» o «placenteras»)110.Esto tiene su lógica; si usted no puede expandirse más incorporando cosas nuevas del otro en sí mismo, siempre podrá crear una asociación entre la relación y la autoexpansión haciendo cosas nuevas juntos.
Especialmente para una PAS, puede parecer que la vida es demasiado estimulante ya, y puede que desee tranquilidad al volver a casa. Pero tenga cuidado en no hacer de su relación algo tan tranquilo que terminen por no hacer nada nuevo juntos. Quizá, para que esto no ocurra, convendrá que las horas que no pasan juntos sean menos estresantes. O puede que usted tenga que buscar algo que le permita la expansión sin sobreactivarlo (un concierto de música tranquila pero inusualmente hermosa, una conversación sobre los últimos sueños nocturnos tenidos, un nuevo libro de poesía que compartir junto al hogar). No tienen ustedes por qué subirse a la montaña rusa juntos.
Si la relación ha sido una fuente de comodidades, merece también que siga siendo una fuente de satisfactoria autoexpansión.

 

Las PAS y la sexualidad

 

Éste es un tema que merecería una investigación más profunda y todo un libro. Nuestra cultura nos ofrece mucha información sobre lo que es ideal y lo que es anormal, pero todo eso proviene del 80 % que no son PAS. ¿Qué es lo ideal y lo normal para nosotros? No lo puedo decir con seguridad, pero lo lógico sería que, si somos más sensibles a la estimulación, también es posible que seamos más sensibles a la estimulación sexual. Esto podría llevar a una vida sexual más satisfactoria. También podría llevamos a precisar de mucha menos variedad. Y los momentos en que estamos sobreactivados por la estimulación general podrían interferir, obviamente, con nuestro funcionamiento sexual y con el placer que sentimos. Usted ya sabe lo suficiente de este rasgo, en la teoría y en la práctica, como para discernir de qué modo puede afectar a su vida sexual. Si esta área de su vida le ha traído confusión y angustia, puede que le venga bien hacer el ejercicio de reestructuración en lo relativo a sus experiencias y a sus sentimientos acerca del sexo.

 

Las PAS y los hijos

 

Parece ser que los niños rebosan salud cuando los cuidadores son sensibles111,y yo he conocido a muchos cuidadores altamente sensibles que se sentían muy felices cuidando de sus hijos o de los hijos de otros. También he conocido a algunos que no han tenido hijos o que limitaron el número de hijos a uno solo debido a su sensibilidad. No es sorprendente que esto dependiera en parte de sus experiencias del pasado con niños (¿fue placentero o fue excesivo?).
Cuando piense en si quiere tener hijos, convendrá que recuerde que sus hijos y su futura familia se adecuarán más a usted que los de los demás. Tendrán sus genes y recibirán su influencia. El que una familia sea ruidosa, alborotadora o viva en constantes disensiones suele deberse a que sus miembros se sienten cómodos así, o al menos no se sienten mal, pero su vida familiar puede ser diferente.
Por otra parte, nadie puede negar que los niños incrementan enormemente la estimulación en la vida. Para una PAS consciente, los niños son una gran responsabilidad, además de una gran alegría. Usted tiene que estar en el mundo con ellos, en el jardín de infancia, en la escuela primaria y en secundaria. Tendrá que conocer a otras familias, a médicos, dentistas, profesores de piano... Los niños le van a traer el mundo entero hasta usted: el sexo, las drogas, conducir el automóvil, darles una educación, un empleo, la pareja. Hay mucho de qué tratar, y no se puede dar por hecho que se va a tener pareja durante todo el proceso. Por descontado, tener hijos le va a suponer renunciar a otras cosas.
También está bien no tener hijos. No podemos tenerlo todo en el mundo. En ocasiones, es mejor conocer nuestros límites. Sobre este tema, de hecho, yo suelo decir que es maravilloso no tener hijos, y que es maravilloso tenerlos. Cada cosa tiene su propio tipo de maravilla.

 

Su sensibilidad enriquece las relaciones

 

Tanto si es usted una PAS introvertida como si es extravertida, usted encontrará la mayor satisfacción social en las relaciones íntimas. Es una de las áreas de la vida en la que casi todo el mundo aprende enormemente al tiempo que obtiene grandes satisfacciones, y una de las áreas en las que usted puede destacar. Puede ayudar a los demás y ayudarse a sí mismo aplicando su sensibilidad a estas relaciones.
• Trabaje con lo que ha aprendido •
Nosotros tres: tú, yo y mi (o nuestro) rasgo de sensibilidad
Lo que viene a continuación debe hacerlo con otra persona con la que usted mantenga una estrecha relación. Si no tiene nadie a mano con quien pueda hacerlo, imagínese haciéndolo con alguien con quien mantuvo una relación en el pasado o con quien espera mantenerla en un futuro. A pesar de todo, aprenderá mucho.
Si la otra persona existe y no se ha leído este libro, haga que lea el primer capítulo y éste, para que tome nota al menos de todo lo que pueda parecer inusualmente relevante en su relación. También puede estar bien leer juntos algunos fragmentos en voz alta. Después, dediquen un tiempo a comentar las siguientes preguntas. (Si los dos son PAS, dediquen tiempo primero a uno y, luego, al otro.)
1. ¿Qué aspectos de usted valora la otra persona, aspectos que sean consecuencia directa de ser una PAS?
2. ¿Qué aspectos suyos, generados por su sensibilidad, desearía la otra persona que usted cambiara? Recuerde que la cuestión no estriba en que los aspectos sean «malos», sino que simplemente dificultan situaciones particulares o entran en conflicto con rasgos o hábitos de la otra persona.
3. ¿Qué conflictos han tenido ustedes que hayan sido causados por el hecho de ser usted una PAS?
4. Comenten algunos casos en los que la otra persona quiso que usted tuviera en cuenta su sensibilidad y le sugirió que la protegiera más.
5. Comenten algunos casos en los que usted haya hecho uso de su sensibilidad como excusa para no hacer algo o como arma en una pelea. Si ustedes se acaloran mientras hablan de esto, utilice lo que aprendió en «escucha reflexiva» para aplacar la discusión.
6. ¿Hubo alguna otra persona altamente sensible en alguna de sus familias? ¿De qué modo pudo afectar esa relación en el funcionamiento de ésta? Por ejemplo, imagine una mujer altamente sensible que esté casada con un hombre cuya madre también fuera altamente sensible. Es posible que el marido tenga ciertas actitudes muy arraigadas con respecto a la sensibilidad. Estando alerta ante estas actitudes pueden mejorar mucho las relaciones entre los tres, él, su esposa y su madre.
7. Comenten las ventajas que les supone a cada uno de ustedes la especialización, siendo uno de ustedes más sensible y el otro menos. Además de la eficacia y de las ventajas personales que supone, ¿le resulta satisfactorio respectivamente sentirse necesarios por sus talentos? ¿Se siente indispensable para el otro? ¿Se siente bien consigo mismo cuando hace algo que el otro no puede hacer?
8. Comenten qué pierde cada uno de ustedes con esta especialización. ¿Qué le gustaría hacer por sí mismo y que la otra persona hace ahora por usted? ¿Le cansa que la otra persona dependa de usted cuando usted se entrega a su especialidad? ¿Respeta menos a su pareja por el hecho de hacer usted esas cosas mejor que ella? ¿Rebaja esto la autoestima de la otra persona?