«I de intriga»
Syd llamó a la puerta el sábado por la mañana temprano, pero Dar ya se había levantado, se había duchado y afeitado y tenía el café y el desayuno listos. Syd se comió el bacon y los huevos con apetito y se sirvió dos tazas de café.
Antes de empezar a trabajar, dieron un largo paseo por los alrededores: la cañada que había al este, con su mina de oro abandonada; la corriente que se adentraba en el cañón; la pequeña cascada que había más arriba, con un puente que consistía en un árbol caído que parecía demasiado resbaladizo y musgoso para poder cruzar; las losas y piedras grandes a lo largo del risco que había hacia el norte; los grupos de abedules y las hectáreas de espesos pinos en la colina, justo por encima de la cabaña, y los interminables prados del valle de abajo. Durante el paseo, Dar sintió el mismo placer que tanto le había sorprendido la noche anterior, esa extraña conciencia de la presencia física de Syd, el calor de su sonrisa, la felicidad que le producía su voz y su risa.
«Deja ya eso, Darwin», se dijo a sí mismo.
—Sé que es una pregunta prohibida entre hombres y mujeres —dijo Syd, deteniéndose de pronto y mirándole a los ojos—, pero ¿en qué estás pensando, Dar? Casi oigo los mecanismos de tu cerebro funcionando desde medio metro de distancia.
Ella estaba, ciertamente, a medio metro de distancia. Cuando Dar se detuvo, casi cedió a la tentación de rodearla con sus brazos, atraerla hacia él y apoyar la cara en la curva de su cuello, justo debajo del lóbulo de la oreja, allí donde su pelo se curvaba hacia el cuello, sólo para aspirar su aroma.
—En Billy Jim Langley —dijo al fin, retrocediendo un paso.
Syd inclinó la cabeza.
Dar señaló hacia el sur.
—Un accidente en el que trabajé hace un año o así, allá, en la reserva forestal. ¿Quieres que te lo cuente? ¿Quieres resolverlo?
—Claro.
Dar se aclaró la garganta.
—Pues bien: me llamaron a la escena de un supuesto homicidio a unos ocho kilómetros, en ese bosque...
—Éste no es el crimen que me prometiste contar anoche, ¿verdad?
Dar dijo que no con la cabeza.
—Bueno, el caso es que el señor Billy James Langley, uno de los asegurados de CalState, la empresa que trabaja con Larry y Trudy, tenía que haber vuelto de pescar, pero pasó un día más y no apareció. El sheriff fue al lugar donde le gustaba pescar a Billy Jim y encontró su furgoneta (una Ford 250 del 78) cabeza abajo en un arroyo. Billy Jim estaba dentro. Ahogado. Al parecer, se había caído de un puentecito en medio de la oscuridad, el día antes, y no había conseguido salir de la furgoneta. El forense confirmó la hora de la muerte.
—¿Y dónde está el presunto homicidio? —preguntó ella.
—Cuando el forense extrajo el cuerpo de Billy Jim, estableció que la causa de la muerte era el ahogamiento. Pero al parecer, a Billy Jim también le habían disparado con una bala del calibre 22...
—¿Dónde? —exclamó Syd.
—Pues en su furgoneta.
—No, quiero decir que en qué parte del cuerpo.
Dar vaciló.
—Bueno... pues... en la entrepierna.
—¿En los testículos?
—En uno de ellos.
—¿El izquierdo o el derecho? —dijo Syd.
—¿Tú crees que eso importa?
—¿No importa acaso?
—Bueno, sí, pero...
—¿El izquierdo o el derecho? —insistió Syd.
—El derecho —dijo Dar—. ¿Puedo continuar con la historia?
Fueron bajando la colina juntos.
—De acuerdo —dijo Syd—. Tenemos a un tal Billy James Langley que vuelve de pescar, y es de noche. De pronto le disparan en el cojón derecho y (cosa nada sorprendente) se sobresalta tanto que se cae con la furgoneta en el arroyo y se ahoga. Déjame que lo adivine: no había ningún rifle ni pistola del 22 en la furgoneta.
—Exacto —asintió Dar.
—¿Y agujeros de entrada o de salida en la furgoneta? —dijo Syd—. Tenía que ser una furgoneta muy endeble para que una bala del calibre 22 la atravesara, y las Ford 250 no son nada endebles.
—No había agujeros de entrada ni de salida —dijo Dar—. Sólo en el cuerpo de Billy Jim.
—¿Las ventanillas estaban subidas?
—Sí. Llovía mucho la noche que Billy Jim se fue de su lugar de pesca favorito.
—Después de oscurecer, ¿no? —dijo Syd.
—Sí. A eso de las once.
—Ya lo tengo.
Dar se detuvo.
—¿Ah, sí?
El se había pasado dos horas dando vueltas por la escena del crimen para averiguar lo que había ocurrido.
—Pues sí —asintió Syd—. Billy Jim no tenía ni rifle ni pistola del 22 en la furgoneta, pero seguro que llevaba una caja de cartuchos, ¿a que sí?
—En la guantera —dijo Dar.
—Y supongo que los faros se le apagaron cuando volvía.
Dar suspiró.
—Sí... yo calculé que más o menos a un par de kilómetros del puente.
Syd asintió.
—Más o menos el tiempo que le costaría al cartucho del 22 calentarse y dispararse. Conozco esas furgonetas de la Ford. La caja de fusibles para los faros está justo debajo del panel, enfrente del volante. Ese tal Billy Jim va conduciendo, los faros se le apagan, no puede seguir conduciendo con lo que llueve pero quiere volver a casa, así que trastea por ahí, sospecha que el fusible se ha fundido... busca algo que haya en la furgoneta del tamaño adecuado para sustituirlo... Un cartucho del 22 encaja a la perfección... Sigue conduciendo, sin pensar que el cartucho se va calentando. Y al final, se dispara...
—Bueno, supongo que no era un gran misterio, después de todo —dijo Dar.
Syd suspiró.
—Estoy muerta de hambre. ¿Podemos comer antes de enfrentarnos al auténtico misterio?
Prepararon unos bocadillos de rosbif, cogieron unas cervezas y salieron a comer al porche. El día se hacía cada vez más cálido y ya se habían quitado las cazadoras vaqueras. Syd llevaba una enorme camiseta por fuera de los pantalones para tapar la funda de la pistola de la cadera. Dar vestía una camiseta negra muy desvaída y unos tejanos igualmente desgastados, y zapatillas deportivas. La cabaña estaba sombreada por altos pinos ponderosa y pequeños abedules, pero el valle que se abría ante ellos resplandecía con el verdor de la hierba veraniega y los sauces, que parecían ondular con el viento y la neblina del calor. Se quedaron sentados en el borde del gran porche, con las piernas colgando.
Syd preguntó:
—Todas esas muertes, ese dolor, ese sufrimiento que presencias y que investigas... ¿no te pesa a la larga?
Si le hubiera hecho aquella pregunta a Dar veinticuatro horas antes, probablemente él habría replicado: «Supongo que es más o menos como ser médico. Al cabo de un tiempo, uno... no es que se endurezca, no es ésa la palabra... pero digamos que lo veo todo con cierta perspectiva. Al fin y al cabo, es tu trabajo, ¿no?» Y habría creído lo que decía. Pero entonces no estaba tan seguro. Quizás algo le hubiera cambiado de verdad a lo largo de la última década. De lo único que estaba seguro en aquel momento era de que, contrariamente a todas sus intenciones y expectativas, le gustaría besar en los labios a la jefa de investigadores Sydney Olson, y echarla sobre la tarima de secoya, y notar la suavidad de sus pechos apretados contra él...
—No lo sé —dijo, sin dejar de morder el bocadillo. Había olvidado cuál era la pregunta.
El expediente se encontraba en una carpeta de cartulina marrón normal y corriente, llevaba un sello que decía «cerrado» y estaba repleto de documentos hasta alcanzar un espesor de casi diez centímetros. Dar colocó dos sillas con ruedas junto al escritorio, cerca de los grandes ordenadores para los programas de diseño asistido. Syd se sentó a su derecha y él le fue colocando los documentos delante.
—Ya ves la fecha del accidente —dijo.
—Hace siete semanas —Syd echó un vistazo al informe del accidente de la Policía de Tráfico de Los Angeles—. Este de Los Ángeles... un poco lejos, ¿no?
—No, realmente no —dijo Dar—. Algunos de estos casos me llevan muy al norte, hasta esos pagos... Sacramento, San Francisco... incluso fuera del estado.
—¿Te llamó la Unidad de Investigación de Tráfico de la Policía de Los Ángeles para que colaboraras en éste? Conozco tanto al sargento Rote de Tráfico como al detective Bob Ventura, cuyo nombre figura en el informe de investigación.
Dar negó.
—Lawrence estaba en Arizona resolviendo un caso, así que Trudy me pidió que me ocupara yo de éste. El cliente era la empresa de alquiler de furgonetas.
Syd examinó el informe inicial sobre la colisión.
—Una GMC Vandura roja. ¿Una furgoneta de mudanzas pequeña?
—Sí. Lee la declaración del agente.
Syd lo leyó en voz alta.
LUGAR DE LA COLISIÓN: Avenida Marlboro, 1200 (fachada norte).
ORIGEN: Alrededor de las 2:45, el 19 de mayo, iba transportando a un prisionero al centro de detención de mujeres del Este de Los Ángeles cuando oí el informe de un accidente mortal en la zona de la avenida Marlboro y el bulevar Fountain. Pedí a la central si podía encontrar una unidad que se reuniera conmigo en la confluencia de calle E. 109 y la 1-5, de modo que pudiera transportar a la prisionera el resto del camino hasta el centro de detención y yo pudiera a mi vez responder al accidente. El agente Jones, n.° 2485, respondió inmediatamente y se hizo cargo del transporte. Yo llegué a la escena del accidente alrededor de las 3:00. Cuando llegué, ya había sido acordonada por las patrullas, y el sargento McKay, n.° 2662 (supervisor de milico), el oficial Berry, n.° 3501, y el oficial Clancey, n.° 4423, se encontraban ya en el lugar. La manzana del número 1200 de Marlboro se encontraba bloqueada a todo el tráfico desde el bulevar Fountain hasta la calle Gramercy.
DESCRIPCIÓN DE LA CALLE: La avenida Marlboro, 1200 (fachada norte) es una calle de una sola dirección, hacia el oeste. El bulevar Fountain es una calle de dos direcciones, norte y sur, y se encuentra hacia el este. La calle Gramercy, al oeste, también es de doble dirección. La avenida Marlboro 1200 (fachada norte) tiene una pendiente ascendente oeste/este de 0,098 grados. La iluminación más cercana de la calle la proporcionan unos faroles exteriores y el alumbrado de cruce. El límite de velocidad es de 40 kilómetros por hora para ese tramo de la vía.
CONDICIONES CLIMATOLÓGICAS: En el momento del accidente el tiempo era nuboso y el cielo estaba cubierto. Llovía, la temperatura era fresca y soplaba un viento ligero. Era de noche y la luna no brillaba entre las nubes.
IDENTIFICACIÓN DEL VEHÍCULO: La GMC Vandura (V-2) exhibía unas grandes calcomanías de «vehículo de alquiler» en los cuatro lados. Al comprobar el número de la matrícula, se averiguó que no existía ningún registro del vehículo.
IDENTIFICACIÓN DEL CONDUCTOR: La señorita Gennie Smiley fue identificada como la conductora del vehículo, por medio de su permiso de conducir, su propia declaración y la declaración del señor Donald M. Borden.
DAÑOS DEL VEHÍCULO: Hubo daños leves en la rejilla delantera de la GMC Vandura. La rejilla resultó doblada hacia el interior aproximadamene unos diez centímetros en la parte más hundida, y se encontraron fibras procedentes del jersey que vestía la víctima incrustadas en dicha rejilla.
HERIDAS: Richard Kodiak sufrió un trauma encefálico masivo y fatal. Peterson (n.° 333) y Royles (n.° 979) de la unidad 272 de Ambulancias Samson aparecieron en el lugar del accidente. Kodiak fue declarado muerto en el mismo lugar por el doctor Cavenaugh, del hospital Easter Mercy, vía radio...
Syd dejó de leer y hojeó las siguientes páginas.
—Muy bien —dijo al fin—. Tenemos un hombre de treinta y un años, Richard Kodiak, muerto por heridas en la cabeza. El y su compañero de piso, Donald Borden, se estaban trasladando desde el Este de Los Ángeles a San Francisco, cuando una amiga, Gennie Smiley, al parecer chocó con el señor Kodiak de frente con la camioneta y luego, no sé cómo, pasó por encima del cuerpo con la rueda derecha delantera —pasó una docena de páginas más—. El señor Borden y la señora Smiley demandaron a la empresa de alquiler de vehículos, alegando que los frenos no estaban en condiciones y los faros eran defectuosos...
—Y de ahí mi intervención —dijo Dar.
—... y también demandaron a los propietarios del edificio de apartamentos por no haber proporcionado una iluminación adecuada. —Volvió veinte o treinta páginas atrás—. Ah... aquí está, en su declaración... La señora Smiley dijo que la escasa iluminación exterior y la mala luz de los faros de la camioneta alquilada le impidieron ver a Kodiak cuando éste apareció justo delante de la furgoneta. Querían seiscientos mil dólares de la empresa alquiler de vehículos.
—Y otros cuatrocientos mil del propietario del edificio de apartamentos —dijo Dar.
—Un millón en total —musitó Syd—. Al menos, sabían lo que valía su amigo.
Dar se frotó la barbilla.
—El señor Borden y el señor Kodiak habían vivido dos años en aquella dirección, y eran conocidos como Dickie y Donnie por todos los vecinos, tenderos, restauradores...
—¿Eran gays?
Dar hizo un gesto afirmativo.
—¿Y entonces quién era Gennie?
—Parece que al señor Borden, o sea Donnie, le va todo. Gennie Smiley era su novia secreta. Dickie los sorprendió juntos... Los últimos días estuvieron peleando mucho, según los vecinos... y entonces Dickie y Donnie intentaron arreglar las cosas trasladándose a San Francisco.
—Sin Gennie, claro... —dijo Syd.
—Sin Gennie, desde luego —accedió Dar—. Pero como gesto de buena voluntad, ella les ayudó a cargar el camión que habían alquilado para la mudanza.
—¿A las dos cuarenta y cinco de la mañana de un día lluvioso? —exclamó Syd.
Dar se encogió de hombros.
—Dickie y Donnie se habían retrasado dos meses en el pago del alquiler. Sospecho que se querían escapar sin pagar —se volvió hacia uno de los monitores de veintiuna pulgadas del sistema CAD y tecleó un código—. Ajá, aquí tenemos unas fotos de la escena del accidente tal como fueron tomadas por el sargento McKay, de la Unidad de Investigación de Tráfico —una versión electrónica de la foto en blanco y negro apareció en la gran pantalla. Y otra. Y otra más.
—Uf —exclamó Syd.
—Uf —accedió Dar.
La foto mostraba el cuerpo del señor Kodiak tirado en medio e la calle, a unos diez metros al oeste de la puerta principal del edificio de apartamentos. El cuerpo yacía boca abajo orientado hacia el este, con la cabeza hacia la camioneta, y había manchas de sangre y de masa encefálica que habían salpicado en ambas direcciones. Otra foto mostraba un cristal roto, un zapato solitario, huellas de zapatos y huellas de un cuerpo arrastrado justo enfrente de la puerta principal del edificio de apartamentos. Otra foto mostraba unas marcas de derrape sin estrías que llegaban casi hasta la esquina con el bulevar Fountain, a cincuenta metros al este del lugar del impacto. En todas las fotos la furgoneta había recorrido un tramo marcha atrás al este del lugar del impacto y se veían marcas de derrape al menos diez metros por delante.
—Gennie puso la marcha atrás cuando oyó un ruido y pensó que a lo mejor le había dado a algo —dijo Dar.
—Uf, uf —exclamó Syd.
—Donnie fue el único testigo de la muerte de Dickie —añadió Dar, señalando el grueso fajo de hojas con declaraciones—. Dijo que los dos habían estado discutiendo. Cuando llegó Gennie, le pidieron que diera la vuelta al edificio y luego volviera...
—¿Por qué? —preguntó Syd.
—Donnie dijo que no querían discutir delante de ella. Así que Gennie dio la vuelta a la manzana, a unos cincuenta kilómetros por hora, de acuerdo con sus propias estimaciones. No vio a Dickie, que había salido a la calzada, hasta que fue demasiado tarde para detenerse. —Dar pasó de nuevo todas las fotos por la pantalla del ordenador y luego congeló la mayor de todas. Se volvió hacia el segundo monitor y tecleó algo. Apareció una vista tridimensional de la misma escena, pero animada por ordenador.
—Haces vídeos en tres dimensiones para reconstruir los accidentes —dijo Syd—. No vi los monitores del sistema CAD en tu loft.
—Pues están —dijo Dar—. Escondidos en un rincón, detrás de unas estanterías. Preparar estas cosas me proporciona una buena parte de mis ingresos.
Syd asintió.
—Así que, jefa de investigadores, ¿ve usted alguna irregularidad en este accidente?
Syd examinó el expediente, la fotografía de la pantalla y luego la imagen en tres dimensiones que mostraba básicamente la misma imagen que la fotografía.
—Aquí hay algo que no cuadra.
—Correcto. Primero investigué la iluminación en unas condiciones similares, con un fotómetro especial.
—A las dos cuarenta y cinco de la madrugada de una noche nubosa y lluviosa.
Dar enarcó las cejas.
—Por supuesto.
Tecleó un poco más.
De pronto aparecieron unos números en la imagen en tres dimensiones que representaba la calle. Dar movió el ratón y varió el punto de vista hasta que se encontraron mirando directamente a la calle, de este a oeste, y con la camioneta cerca de la base de la pantalla, con el cuerpo en el centro y el resto del edificio visible. En ambos lados se veían unos pequeños rectángulos con datos ordenados bajo el título «B-P».
—Bujías-pie o candelas —dijo Syd.
Dar asintió.
—A pesar de las protestas de Donnie y Gennie, aquello estaba bastante bien iluminado para ser un vecindario pobre. Se puede ver en ambas intersecciones, hay amplias zonas luminosas que cubren la mayor parte de la calle con una intensidad de tres candelas. La iluminación de los escalones delanteros del edificio alcanza una y media, e incluso en medio de la calle, más allá de donde golpearon a Dickie, la lectura más baja era de una candela.
—Tuvo que ver a la víctima aunque los faros de la camioneta no funcionaran —dijo Syd.
Dar tocó la pantalla con un puntero y apareció una línea roja, que recorría casi todo el tramo hasta la intersección con el bulevar Fountain, desde donde había venido la camioneta.
—Gennie dio la vuelta a la manzana con una iluminación bastante buena (tres candelas) y se desplazó por esta zona bastante grande de dos candelas de luz hasta justo antes del choque. Los faros de la furgoneta estaban intactos y funcionaban. De hecho, tenía puestas las luces largas.
Dar tecleó unos momentos y la imagen de la pantalla desapareció y se vio reemplazada por una animación. Dos hombres, tridimensionales aunque sin rasgos, salieron de la puerta delantera del edificio. De pronto, el punto de vista se trasladó a un plano cenital. La camioneta aceleró al doblar la esquina desde el bulevar Fountain y continuó acelerando. Una de las figuras salió a la calzada y se enfrentó a la camioneta que se acercaba. Esta pisó los frenos y se deslizó gran parte de la distancia que había entre la intersección y el lugar del impacto, y finalmente dio al hombre de frente y continuó desplazándose durante al menos diez metros más. La víctima, carente de rasgos (Dickie), voló por el aire y aterrizó de espaldas en la calzada, lejos de la camioneta.
Dar siguió tecleando y la vista animada anterior, desde el aire, quedó superpuesta a esta última.
—Ésta es la posición real de la furgoneta y del cuerpo en la escena del accidente —de pronto la camioneta se encontraba al menos diez o doce metros más atrás, en la calle, al este, y el cuerpo se había desplazado también al este... al menos a cinco o seis metros de su actual punto de descanso, con la cabeza ahora vuelta hacia la furgoneta.
—Hay bastante discrepancia —dijo Syd.
—Y las cosas se ponen mejor —dijo Dar. Sacó una declaración mecanografiada de seis páginas del expediente y dejó que Syd le echara un vistazo—. El agente Berry, número 3501, tomó esta declaración del primer testigo que pasó por la calle en coche... un tal James William Riback.
Los ojos de Syd fueron examinando las páginas.
—Riback dice que vio una camioneta que se alejaba de la escena del accidente, que casi se le echa encima, y que vio a Dickie (al señor Kodiak) echado en el suelo de espaldas, en la calle. Riback detuvo su Taurus, salió y le preguntó a Richard Kodiak si estaba vivo. Dice que Kodiak le contestó: «Sí, vaya a llamar a una ambulancia». Riback dejó el coche en la calle y corrió al apartamento de un amigo que vive en la esquina (en la calle Gramercy número 3535), despertó a su amigo, le dijo que llamara al 911, cogió una manta y volvió a toda prisa al lugar del accidente... donde encontró al señor Kodiak en lo que Riback pensaba que era un lugar diferente, ciertamente vuelto en otra dirección, en un estado mucho peor y además inconsciente. La ambulancia llegó siete minutos después, y Kodiak fue declarado muerto. La camioneta se encontraba aparcada donde está en las fotos de la policía —Syd miró a Dar—. La hija de puta dio la vuelta a la manzana y volvió a atropellar a Dickie Kodiak, ¿verdad? Pero, ¿cómo probarlo?
—Los detalles son bastante aburridos —exclamó Dar.
—Los detalles no me aburren, doctor Minor —dijo fríamente la jefa de investigadores—. Son la parte central de mi trabajo también, recuérdalo.
Dar asintió.
—Está bien. Primero te enseñaré todos los datos y ecuaciones y luego la animación forense resultante —dijo—. Prefiero utilizar el sistema métrico decimal en este tipo de trabajo, aunque normalmente lo convierto a unidades anglosajonas para hacer las demostraciones.
Dar pulsó unas teclas y apareció de nuevo la escena de la calle sin la camioneta, sólo con los dos hombres que salían del edificio y con uno de ellos bajando a la calzada. El punto de vista cambió de nuevo como si el testigo estuviera mirando desde un camión que girase hacia el oeste por la avenida Marlboro, desde el bulevar Fountain. La figura que se encontraba lejos en la calle era claramente visible.
—Los estudios de visibilidad nocturna indican que aun en una carretera comarcal oscura y con las luces cortas, un peatón, vestido con ropa oscura, sería visible desde una distancia de unos cincuenta y tres metros, aunque el conductor tuviera mala vista.
Y había exactamene cincuenta y un metros desde la intersección del bulevar Fountain hasta el punto de impacto con el señor Kodiak.
—Le vio en cuanto dobló la esquina —musitó Syd.
—Tuvo que verle —asintió Dar—. Tanto si él estaba todavía en la acera como si había bajado ya a la calzada. Las luces largas le habrían iluminado a más de cien metros de distancia. Joder, aunque ella no hubiese llevado las luces encendidas, le habría visto desde cuarenta metros de distancia, con las luces de la calle y la iluminación que salía del vestíbulo del edificio de apartamentos.
—Pero aceleró.
—Pues sí, lo hizo —asintió Dar—. Los neumáticos delanteros de la camioneta dejaron unas marcas de derrape en una distancia total de cuarenta metros. Es decir, que siguió derrapando durante nueve metros más allá del punto de impacto donde el señor Kodiak se dejó el zapato derecho y las marcas de huellas del zapato izquierdo.
—Ella dice que le atropelló en ese punto.
—Imposible —negó Dar—. Una vez que tenemos las marcas de derrape, todo se convierte en una cuestión de pura y simple balística. Las velocidades y las distancias recorridas (por la camioneta, el hombre y el cuerpo) se pueden hallar fácilmente. ¿Nos saltamos las ecuaciones?
—No. A eso me refería cuando decía que me gustan los detalles.
Dar suspiró.
—Bueno. Tanto la Unidad de Investigación de Accidentes de la Policía de Los Angeles como yo hicimos unas pruebas por separado del deslizamiento en aquella calle, con vehículos equipados con rastreadores...
—Rastreadores de pavimento —apuntó Syd.
—Eso es. Las velocidades de los vehículos de prueba venían determinadas por radar. Las pruebas de deslizamiento arrojan un valor constante para un coeficiente de resistencia al avance de 0,79. De ahí podemos deducir la velocidad inicial del peatón en el punto de contacto... Recuerda, todos los testigos dicen que el señor Kodiak recibió el impacto mientras estaba quieto, de frente a la camioneta. Su velocidad nunca podía ser superior a la de la camioneta. Así que podemos usar esta ecuación:
Los valores son sencillos. La camioneta derrapó hasta detenerse por completo, así que la velocidad se puede considerar ve=0. El valor de la aceleración, a, se calcula mediante la fórmula a =fg. Tal como he explicado ya, hemos determinado el coeficiente de resistencia, f = 0,79. El valor de g, la aceleración de la gravedad = 32,2 pies por segundo al cuadrado en medidas estadounidenses.
—O bien 9,81 metros por segundo al cuadrado —añadió Syd.
Dar la miró con intensidad.
—Tú piensas en equivalentes del sistema métrico decimal —dijo—. ¿Debo saltarme el resto de las ecuaciones y pasar a la animación? Probablemente vas por delante de mí.
Syd meneó negativamente la cabeza.
—Detalles. Quiero ver los detalles.
—De acuerdo —accedió él—. Como la camioneta iba frenando, a tiene que ser un número negativo. La camioneta de Gennie derrapó un total de ciento treinta y dos pies. Por lo tanto, basta con que sustituyamos los valores de la ecuación para encontrar la velocidad inicial...
»La velocidad de la camioneta cuando quedaban veintinueve pies de derrape se puede calcular de la misma forma. El único valor que cambia es el valor de la distancia, d. Así que la ecuación quedaría como sigue:
»Ésta era la velocidad de la camioneta en el momento del impacto. Y esa misma sería la velocidad del señor Kodiak cuando salió disparado por los aires tras el golpe. Esta ecuación funciona con camionetas altas por delante, por cierto, pero no con coches más pequeños.
Syd asintió.
—La rejilla vertical de un camión o camioneta pequeña produce un impacto plano, cerca del centro de masa del peatón —explicó ella—. Un sedán normal y corriente o un coche pequeño golpearía por debajo del centro de masa, y arrojaría a la víctima sobre el capó o incluso por encima del coche.
—Sí —afirmó Dar—. O lo partiría por la mitad. —Volvió a examinar las ecuaciones de la pantalla—. Así que como la señora Gennie iba conduciendo aquella camioneta de alquiler y dio a Dickie de frente con la rejilla, la fórmula matemática es más sencilla. Sólo tenemos que conocer los valores típicos de los coeficientes de resistencia al arrastre del peatón sobre diversas superficies.
Dio a una tecla. En la pantalla apareció:
SUPERFICIE INTERVALO
Hierba 0,45 — 0,70
Asfalto 0,45 — 0,60
Cemento 0,40 — 0,65
—¿Y la avenida Marlboro? —preguntó Syd.
—Asfalto. —Dar tecleó el valor del coeficiente / para el peatón: 0,45.
—El valor de la altura del centro de masa de ese peatón en particular, h, era de... 2,2 pies —dijo Dar—. Y la distancia medida entre el punto de impacto o contacto inicial, confirmado por el zapato que perdió y las marcas del otro zapato, hasta su posición final, tal como determinan la sangre y las huellas de arrastre del cuerpo, fue de setenta y dos pies. Así que sustituiremos esos valores en la ecuación anterior:
»Cosa que concuerda exactamente con el anterior análisis del derrape —concluyó Dar.
»De modo que la velocidad al principio de la caída del señor Kodiak, es decir, al separarse de la camioneta que iba frenando, resulta ser de:
—Así que en realidad ella le atropelló a una velocidad de veintisiete millas por hora, o sea, cuarenta y tres kilómetros por hora, y frenando desde una velocidad máxima de casi noventa kilómetros por hora —dijo Syd.
—Exactamente —convino él.
—Y él salió despedido veinte metros hacia atrás desde el punto del impacto, y aterrizó de espaldas, con la cabeza muy lejos de la camioneta —continuó la jefa de investigadores.
—Como les ocurriría al noventa y nueve coma nueve por ciento de los peatones atropellados de esa forma por una camioneta — accedió Dar—. Y por eso Larry y yo supimos que había algo turbio en cuanto vimos las fotos de la policía. —Fue tecleando hasta que las ecuaciones desaparecieron de la pantalla y apareció la escena animada original. Otra pulsación hizo desaparecer los valores lumínicos, la altura del bordillo, la longitud del derrape y todo lo demás.
Dos figuras masculinas salieron del edificio. La camioneta chirrió al doblar la esquina desde el bulevar Fountain y empezó a acelerar locamente al enfilar la avenida Marlboro. Uno de los hombres empujó al otro, que salió a la calzada dando trompicones, casi se cayó y luego se enderezó justo en el momento en que la camioneta que venía frenando le daba de lleno. El cuerpo salió disparado a gran distancia, aterrizó de espaldas, resbaló un buen trozo y al final se detuvo. La camioneta se apartó y aceleró al dar la vuelta a la esquina en el siguiente cruce, abalanzándose sobre un Ford Taurus, que se detuvo. De él salió un hombre, se arrodilló junto a la víctima y luego salió corriendo hacia el oeste, desapareciendo por la esquina al dirigirse al apartamento de su amigo para llamar al 911.
—Encontramos sangre, cabellos y masa encefálica en la rueda derecha, el tapacubos de la rueda derecha, el eje frontal, los amortiguadores y parte del catalizador de la camioneta —dijo Dar, con voz átona.
En la animación, la camioneta llegó otra vez desde el bulevar Fountain dando la vuelta a la esquina, aminoró la marcha a medida que se aproximaba a la figura tendida en posición supina en la calle, luego se dirigió hacia ella y retrocedió, arrastrando el cuerpo casi la mitad de la distancia que había recorrido éste tras el impacto inicial. Finalmente el cuerpo quedó suelto, con la cabeza apuntando hacia el este, hacia la camioneta, mientras el vehículo alquilado continuaba retrocediendo, o pisando las marcas de derrape que había dejado, y finalmente se detenía.
—Tenía que rematar el trabajo —dijo Syd.
Dar asintió.
—¿Qué dijo el jurado cuando vio esta animación? —preguntó la jefa de investigadores.
Dar sonrió.
—No hubo jurado. Ni juicio. Se lo enseñé al detective Ventura así como a la gente de Investigación de Accidentes, pero nadie se mostró interesado. Por aquel entonces Donald y Gennie habían retirado la demanda contra el propietario del edificio de apartamentos (creo que fue porque les enseñé las lecturas del fotómetro) y habían llegado a un acuerdo con la empresa de alquiler de camionetas por quince mil dólares.
Syd se movió en la silla y se quedó mirando a Dar.
—O sea que tenías pruebas contundentes de que esos dos habían asesinado a Richard Kodiak y la policía no hizo caso.
—Dijeron que era otro caso más de asesinato de un maricón, un «homocidio normal y corriente», según palabras textuales del eximio detective Ventura —dijo Dar.
—Siempre había creído que Ventura era un imbécil —dijo Syd—. Ahora lo tengo claro.
Dar asintió, se mordió el labio inferior y miró la animación que se repetía una y otra vez en la pantalla. La figura humana recibía un golpe, salía disparada, la camioneta se alejaba, volvía, lo embestía de nuevo... le arrastraba hacia el vestíbulo del edificio, le aplastaba el cráneo. La animación empezaba de nuevo: dos figuras masculinas sin rasgos salían del vestíbulo bien iluminado...
—Los clientes de Lawrence... la gente de la empresa de alquiler... se pusieron muy contentos de poder arreglarlo sólo por quince de los grandes —dijo Dar.
—Espera un momento. Espera un momento. —Syd buscó en su enorme bolso de piel y sacó de éste un PowerBook Apple, el mejor modelo de la gama.
Mientras ella colocaba el ordenador en la mesa junto al PC de Dar, él la miró con recelo, como hubiera contemplado un luterano a un católico en el siglo xvn. Los usuarios de Apple y los de PC no suelen llevarse bien.
Syd encendió el ordenador.
—Gennie Smiley —repitió—. Donald Borden. Richard Kodiak. Todos esos nombres me suenan...
En la pantalla de su portátil empezaron a aparecer columnas de datos. Syd tecleó velozmente un comando de búsqueda.
—Ah —exclamó, volvió a teclear de nuevo y esperó a que aparecieran los datos y se detuvieran—. ¡Ajá! —exclamó.
—Me gusta ese «ajá». ¿Qué pasa?
—¿Buscasteis Lawrence y tú los antecedentes de esos tres... amantes? —preguntó Syd.
—Pues claro que sí —dijo Dar—. Todo lo que pudimos sin interferir con el detective Ventura. El caso era suyo. Averiguamos que la víctima, el señor Richard Kodiak, tenía tres direcciones además de la residencia en el Rancho la Bonita que constaba en su carnet de conducir, y todas en California: una en la zona este de Los Ángeles, otra en Encinitas y otra más en Poway. Rastreando su número de la seguridad social, encontramos que había estado empleado en CALSURMED, sin dirección. En listines telefónicos antiguos, Trudy encontró un «California Sure-Med» con sede en Poway, pero la empresa ya no existía, y toda la información referente a ella había desaparecido de los archivos municipales. Entonces preguntamos en la oficina de correos de Poway y averiguamos que la dirección de Poway era la misma que la de CALSURMED: apartado de correos 616840. Sugerimos al equipo de detectives de Investigación de Accidentes y al detective Ventura que comprobaran si en los condados de Los Ángeles y San Diego, en los archivos sobre empresas falsas, aparecían el nombre del sujeto y el de CALSURMED y California Sure-Med. Pero no lo hicieron.
Syd sonreía ante la pantalla de su ordenador.
—¿Te acuerdas de aquellos alfileres con cabeza roja que tenía en el mapa?
—¿Los choques falsos con resultado mortal? —dijo Dar—. ¿Qué pasa?
—California Sure-Med era la aseguradora médica de seis de las víctimas. Un tal doctor Richard Karnak resultó fundamental a la hora de testificar en los pleitos por responsabilidad.
—¿Crees que Richard Karnak era en realidad Dickie Kodiak?
—No tengo que hacer suposiciones —dijo Syd—. ¿Tienes una foto de la víctima? Quiero decir, de cuando estaba vivo.
Dar trasteó un poco en el expediente y sacó una pequeña foto de pasaporte con la etiqueta «Kodiak, Richard R.». Syd pulsó unas teclas y una foto en blanco y negro en alta resolución ocupó una tercera parte de la pantalla de su PowerBook. Era la misma foto.
—¿Y Donald Borden? —preguntó Dar.
—Alias Daryl Borges, alias Don Blake —dijo Syd, haciendo aparecer una foto y una columna de datos del otro hombre— Ocho detenciones previas: cinco por fraude, tres por amenazas y agresión. —Miró a Dar, con los ojos brillantes—. El señor Borges fue miembro de una banda del este de Los Ángeles hasta los veintiocho años, pero ahora trabaja para un abogado... un tal Jorge Murphy Espósito.
—Mierda —exclamó Dar, encantado—. Y Gennie Smiley. El nombre es falso, seguro.
—No señor —negó Syd, mostrando otra columna de datos—. Pero tampoco gs su nombre oficial actual, de todos modos. So casó hace siete años.
—¿Gennie Borges? —aventuró Dar.
—Sí señor —dijo Syd, y amplió aún más la sonrisa—. Pero Smiley era otro apellido anterior de casada... estuvo casada brevemente con un tal Ken Smiley, que murió en un accidente de coche hace siete años. ¿Y a que no sabes cuál era su nombre de soltera?
Dar miró a Syd durante un minuto entero.
—Gennie Espósito —dijo al fin Syd—. Hermanita de nuestro omnipresente letrado.
Dar volvió a mirar su pantalla, donde la camioneta continuaba atropellando al peatón, acelerando hasta perderse de vista en la noche y luego volviendo de nuevo para atropellar otra vez al pobre hombre... una y otra vez.
—Ellos saben que yo lo sé —murmuró Dar entonces—. Pero por algún motivo, se sienten amenazados por mí.
—Porque hay un asesinato —dijo Syd.
Dar negó con la cabeza.
—La Policía de Los Ángeles ya ha archivado este asunto. Ln gente de la empresa de alquiler lo ha arreglado. Donnie y Gennie se han trasladado a San Francisco. Nadie sigue interesado en este tema. Tiene que ser otra cosa.
—Sea lo que sea —continuó Syd—, apunta directamente al abogado Espósito. Pero aquí tenemos algo mucho más interesante todavía. —Volvió a teclear en su ordenador.
Dar entrevio en la pantalla del PowerBook el símbolo del FBI; Syd introdujo una contraseña, y empezaron a aparecer directorios, datos y fotos.
—¿Puedes acceder a las bases de datos del FBI? —exclamó Dar, sorprendido. Ni siquiera los ex agentes especiales tenían semejante privilegio.
—Trabajo oficialmente con la Oficina Nacional contra el Delito en los Seguros —dijo Syd—. Ya sabes, Jeannette, de la reunión con Desastre... es su grupo. Se fusionó con el Instituto de prevención del Delito en los Seguros en 1992, y para mostrar su apoyo, el FBI da a la ONDS pleno acceso a sus bases de datos.
—Debe de resultar muy útil.
—Sí, ahora precisamente sí —dijo Syd, señalando la foto y la huella dactilar del difunto Dickie Kodiak, también conocido como doctor Richard Karnak, y cuyo nombre oficial original era... Richard Trace.
—¿Richard Trace? —exclamó Dar.
—Hijo de Dallas Trace —concluyó Syd, tecleando otra vez para obtener más datos.
Dar parpadeó, atónito.
—¿Dallas Trace? ¿El famoso y veterano abogado? ¿El hombre de la chaqueta de ante y el corbatín vaquero y el pelo largo que tiene ese estúpido programa sobre juicios en la CNN?
—El mismo —asintió ella—. Junto a Johnny Cochran, el más conocido y estimado de los abogados defensores de todo Estados Unidos.
—Vaya mierda —exclamó Dar—. Dallas Trace es un tontaina arrogante. Gana los juicios con las mismas marrullerías que usó Cochran en el juicio de O.J. Simpson. Incluso ha escrito un libro, Cómo convencer a cualquiera de cualquier cosa... pero no me convencería de que lo leyera ni en mil años.
—Sin embargo, su hijo Richard fue quien resultó atropellado y muerto... más bien asesinado, en el accidente Kodiak-Borden-Smiley que investigaste.
—Tenemos que meternos con eso —dijo Dar.
—Ya nos hemos metido —dijo Syd—. El intento de asesinarte y mi investigación sobre las bandas de estafadores de aseguradoras están confluyendo hacia el mismo camino. El lunes seguiremos avanzando por él.
—¿El lunes? —dijo Dar, sorprendido—. Pero sólo estamos a sábado por la tarde...
—Y no he tenido un maldito fin de semana libre desde hace siete meses —cortó Syd, con los ojos brillantes—. Quiero pasar un día más de tranquilidad y una noche más durmiendo en el furgón de ovejas antes de que esto siga adelante.
Dar hizo un gesto de resignación.
—Sí, hace mucho tiempo también que no me tomo un domingo libre.
—¿De acuerdo entonces?
—De acuerdo —accedió Dar. Tendió la mano para estrechar la de ella.
Syd se levantó, le cogió la cara entre las manos y la acercó a la suya y le besó con firmeza, con suavidad pero con seguridad también, en los labios. Y luego se dirigió hacia la puerta.
—Voy a echar una siestecita, pero cuando vuelva esta tarde, espero que haya unos buenos filetes asándose en la parrilla.
Dar la vio alejarse, pensó en seguirla, pensó en darse de bofetadas, y por fin se fue al pueblo a comprar los filetes y un poco más de cerveza.