Séptima Parte. Búsqueda sencilla
Primero, Lucas Mortis; luego Terra Tenebrosa; después Tartarus; más tarde, Terra Oblivionis; luego Herebus; después Barathrum; más tarde Gehenna y por último Stagnum Ignis.
Wylder's Hand
Sheridan Lefanu
—Bueno —dijo el comisario Blundell—. Si las cosas están así, tendremos que encontrar a Cranton. Pero me resulta extraño. Por lo que me han dicho, jamás habría creído que Cranton hiciera ese tipo de trabajos. Nunca ha sido sospechoso de matar a nadie, y nunca me pareció un asesino. Y usted ya sabe, milord, que es muy difícil que uno de estos ladrones tan inteligentes se pase al lado de la violencia. Me refiero a que no es su estilo, ¿me entiende? Es cierto que fue a por Deacon en el muelle, pero aquello fue más bien una refriega, y no creo que quisiera hacerle mucho daño. Supongamos que fue ese otro tipo el que mató a Cranton; entonces debió intercambiar la ropa con él para evitar que lo reconocieran.
—Tal vez, pero ¿qué hay de la vieja cicatriz en la cabeza? Parece que coincide con la descripción del cuerpo del tal Jean Legros. A menos que Cranton también tuviera una cicatriz.
—Hasta septiembre, no tenía ninguna —repuso el comisario, pensativo—. No, supongo que usted tiene razón, eso no es posible. Además, las medidas son algo distintas aunque, claro, es difícil ser exactos cuando se compara un cadáver que lleva cuatro meses enterrado y una persona viva. Y como le faltaban muchos dientes, tampoco hemos podido sacar nada de ahí. No, tenemos que encontrar a Cranton. Si está vivo, está muy bien escondido. Como si hubiera hecho algo realmente malo, digámoslo así.
Esta conversación se estaba produciendo en el cementerio, donde el señor Blundell había estado buscando alguna pista. El comisario arrancó una ortiga y continuó:
—Y luego está Will Thoday. No acabo de creerme que no esté involucrado. Juraría que sabe algo, pero... ¿qué puede saber? Lo que no se puede negar es que, cuando todo aquello sucedió, él estaba enfermo en la cama. Se aferra a eso y sostiene que no sabe nada. ¿Y qué puedes hacer con un hombre que afirma que no sabe nada? Y en cuanto a su mujer, es imposible que atara a un hombre y lo enterrara. No es una mujer fuerte físicamente. También he hablado con las niñas. No me parecía bien hacerlo, pero lo hice de todos modos. Y dicen que papá y mamá estuvieron en casa toda la noche. Hay otra persona que podría saber algo: James Thoday. Mire esto, milord, verá qué extraño. James Thoday se marchó de Fenchurch St Paul el 4 de enero, a primera hora de la mañana, para zarpar con su barco. Lo vieron marchar, de acuerdo, el jefe de estación lo vio. Pero aquel día no llegó a Hull. He estado en Lampson & Blake y me han dicho que recibieron un telegrama suyo diciendo que no podía incorporarse a tiempo, pero que llegaría el domingo por la noche, y así fue. Explicó una historia sobre que se había puesto enfermo repentinamente, y ellos dijeron que era cierto que cuando embarcó tenía mala cara. Les he dicho que se pongan en contacto con él lo antes posible.
—¿Desde dónde se envió el telegrama?
—Desde Londres. Desde una oficina de Correos cerca de Liverpool Street. Aproximadamente a la hora en que el tren que Jim cogió en Dykesey llegó a la ciudad. Al parecer, se encontró mal por el camino.
—Quizá su hermano le contagió la gripe.
—Quizá. Aun así, el día siguiente estaba perfectamente, y eso sí que es raro, ¿no cree? Tuvo mucho tiempo para ir a Londres y volver. No habría tenido que ir hasta Dykesey, claro, pero podría haber hecho la mitad del camino en coche o moto o cualquier cosa.
Wimsey silbó.
—Usted cree que era el cómplice de Will en todo esto. Sí, ya veo. Will es el cómplice de Legros para encontrar las esmeraldas, ¿no es eso? Entonces se pone enfermo y no puede hacer el trabajo, así que lo arregla con su hermano Jim para que lo sustituya. Luego Jim se encuentra con Legros, lo mata, lo entierra y huye con las esmeraldas a Hong Kong. Bueno, eso explicaría una cosa: por qué esas malditas piedras no han salido al mercado europeo. No le costaría demasiado colocarlas en Oriente. Pero, comisario, ¿cómo pudo Will Thoday ponerse en contacto con Legros? Cuando mezclábamos a Cranton en todo esto, todo era más sencillo, porque uno de sus amigos de Londres podría haber elaborado la documentación falsa de Legros. Pero no logro imaginarme a Thoday fabricando documentación falsa para Legros y entrándolo en el país. ¿Cómo podría un tipo como él saber moverse en ese mundo?
El señor Blundell agitó la cabeza.
—Pero están las doscientas libras —dijo.
—Sí, pero eso fue después del viaje de Legros.
—Y cuando mataron a Legros devolvieron el dinero al banco.
—¿De verdad?
—Sí, claro. Estuve charlando con Thoday. No tuvo ninguna objeción en hablar de eso. Dijo que se le había ocurrido comprar un trozo de tierra y volver a trabajar su propio terreno, pero que, después de la enfermedad, desistió al pensar que durante un tiempo no podría trabajar porque estaría demasiado débil. Me dio permiso para revisar su cuenta bancaria. Todo estaba en orden; no había ningún movimiento extraño excepto las doscientas libras que retiró el 31 de diciembre, dinero que devolvió en enero tan pronto como se curó. Además, lo de la tierra también es verdad. Estaba pensando en comprar un trozo de terreno. El pago tenía que ser en billetes de una libra...
El comisario se calló y de repente se agachó junto a una gran lápida que había detrás de ellos. Se oyó un grito y una pequeña refriega. Entonces el señor Blundell se levantó con cara de pocos amigos agarrando con la mano al Loco Peake por el cuello del abrigo.
—Venga, lárgate —dijo el comisario, empujándolo suavemente—. Te meterás en un lío, amigo, si te escondes detrás de las lápidas del cementerio y escuchas las conversaciones privadas. ¿De acuerdo?
—¡Ah! No tiene por qué ahogar a nadie. No tiene por qué ahogar al pobre Loco. Si supiera lo que el Loco sabe...
—¿Qué sabes?
Los ojos del Loco Peake se iluminaron.
—Lo he visto, al número nueve; lo he visto hablando con Will en la iglesia. Pero sastre era demasiado para él. Lo vi con la cuerda, lo colgó y también les colgará a ustedes. El Loco lo sabe. El Loco no se ha pasado todos estos años revoloteando por la iglesia para nada.
—¿Quién estaba hablando con Will en la iglesia?
—¡Él! —contestó el Loco, señalando con la cabeza la tumba de los Thorpe—. El que encontraron allí. El de la barba negra. Hay nueve en el campanario y uno en la tumba. Suman nueve. Usted piensa que el Loco no sabe contar, pero sí que sabe. Mientras suena el carrillón, no lo cogerán. ¡No, señor!
—Oye —dijo Wimsey—. Eres un tipo muy listo, Loco. ¿Cuándo viste al hombre de la barba hablando con Will Thoday? A ver si puedes contar eso.
El Loco Peake le sonrió.
—El Loco puede contar lo que sea —dijo con gran satisfacción empezando a contar con los dedos—. ¡Ah! Fue el lunes por la noche, exacto. Cené cerdo frío con judías, eso me gusta, el cerdo frío con judías. ¡Ah! Parson había dicho una oración sobre el agradecimiento. «Dad las gracias por la Navidad», dijo. Hubo asado de ave, el día de Navidad, y pollo hervido con verduras el domingo, y dad las gracias, eso es lo que dijo Parson. Así que el Loco se escabulló en mitad de la noche para dar las gracias, otra vez. Para dar las gracias como Dios manda, uno tiene que ir a la iglesia, ¿no es cierto? Y la puerta estaba abierta. Entonces el Loco entró sin hacer ruido. Se veía una luz en la sacristía. El Loco tenía miedo. En la sacristía hay cosas colgando. ¡Ah! Así que el Loco se escondió detrás del Abad Thomas, luego entró Will Thoday y el Loco los oyó hablar en la sacristía. «El dinero», dijo Will. El dinero corrompe a las personas. Entonces Will Thoday gritó, sacó una cuerda del arcón y... ¡ah!, el Loco tiene miedo. No quiere oír hablar de colgados. El Loco no quiere ver a nadie colgado. El Loco se va corriendo. Desde fuera, mira por la ventana y ve al hombre de la barba tumbado en el suelo y a Will encima de él con la cuerda. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Al Loco no le gustan las cuerdas. El Loco tiene pesadillas con las cuerdas. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... y este nueve. El Loco lo ha visto colgado ahí, ¡Oh!
—Creo que lo has soñado —le contestó el comisario—. Que yo sepa, no han colgado a nadie.
—Yo lo he visto —insistió el Loco—. Fue horrible. Pero presten atención. Sólo ha sido uno más de los sueños del pobre Loco —dijo, y su cara cambió de expresión—. Déjeme ir, señor. Tengo que ir a echar de comer a los cerdos.
—¡Por todos los santos! —exclamó el comisario Blundell—. Y ¿qué se supone que debemos hacer con esa información?
Wimsey agitó la cabeza.
—Creo que vio algo porque si no, ¿cómo podría saber que en el arcón faltaba una cuerda? Sin embargo, de lo de colgar, nada de nada. Está obsesionado con eso. Tiene el complejo del ahorcado, o como quiera que lo llamen. A ese hombre no lo colgaron. ¿De qué lunes por la noche cree que habla?
—El 6 de enero no puede ser. Lo enterraron el 4, por lo que hemos podido deducir. Y tampoco creo que fuera el 30 de diciembre, porque Legros llegó el 1 de enero, si el hombre que usted vio era Legros. Además, con lo del cerdo hervido, no sé si se refiere al domingo o al lunes.
—Yo sí —dijo Wimsey—, El domingo comió cerdo hervido con verduras y Parson le dijo que debía dar las gracias y así lo hizo. Y el lunes comió el cerdo frío con judías, posiblemente enlatadas, si no me equivoco mucho respecto a la mujer de campo moderna, y sintió la necesidad de volver a dar las gracias. Así que regresó a la iglesia para hacerlo en el lugar correcto. Sería de noche, si dice que la luz de la sacristía estaba encendida.
—Ya. El Loco vive con una tía; es buena mujer aunque no demasiado estricta. Él siempre se escapa por la noche. Esta gente son muy astutos. Entonces, ¿de qué noche hablaba?
—Del día siguiente a que Parson dijera el sermón de agradecimiento —respondió Wimsey—. Gracias por Navidad. Pudo ser el 30 de diciembre. ¿Por qué no? No sabemos si Legros llegó antes del 1 de enero. Ese día llegó Cranton.
—Pero yo pensaba que ya habíamos dejado a Cranton fuera de juego y que, en su lugar, habíamos puesto a Will Thoday —replicó el comisario.
—Entonces, ¿a quién me encontré yo en el puente?
—Debió de ser Legros.
—Es posible, aunque sigo pensando que fue Cranton, o su hermano gemelo. Pero, si me hubiera encontrado con Legros el 1 de enero, entonces Will Thoday no podría haberlo colgado el 30 de diciembre. Y, en cualquier caso, no lo colgaron. Además —añadió Wimsey con aire triunfal—, todavía no sabemos de qué murió.
El comisario hizo una mueca.
—Lo que creo es que debemos encontrar a Cranton sea como sea. Y en cuanto a lo del 30 de diciembre, ¿cómo puede estar seguro de eso?
—Le preguntaré al párroco qué día dijo el sermón de agradecimiento. O a la señora Venables. Es más probable que ella lo recuerde.
—Yo será mejor que vuelva a hacerle una visita a Thoday. Aunque no me creo ni una palabra de lo que ha dicho el Loco. ¿Y qué hay de Jim Thoday? ¿Cómo encaja en todo esto ahora?
—No lo sé. Pero hay algo de lo que estoy seguro: los nudos en la cuerda de Gaude no los hizo ningún marinero. Eso se lo prometo.
—¡Ah! Pues qué bien —dijo el comisario.
Wimsey volvió a la vicaría y encontró al párroco en su estudio, muy ocupado confeccionando al detalle un carrillón para Treble Bob Major.
—Un momento, milord —dijo, ofreciéndole tabaco—. Sólo será un minuto. Estoy escribiendo esto para enseñarle a Wally Pratt cómo hacerlo. El pobre se ha liado, como se suele decir. Pero bueno, ¿qué ha hecho este hombre aquí? La novena entrada debería empezar con el cambio de la reina; a ver... 51732468, 15734286, los primeros terceros y cuartos están bien... 51372468, 15374286, y los primeros cuartos y terceros también... 13547826. ¡Ah! ¡Aquí está el problema! La octava tendría que ir detrás. ¿Qué ha pasado? Menuda cabeza tengo. Ha olvidado incluir el Bob. No puede ir detrás si no la llaman —comentó, haciendo una raya con tinta roja en la parte inferior de la página, y empezó a escribir combinaciones numéricas a toda velocidad—. 51372468, 15374286..., y ahora sí que viene volando, 13572468. Eso está mejor. Ahora vuelve a ser lo mismo en la segunda vuelta. Sólo voy a verificarlo. Segunda a quinta, tercera a segunda, eso es, y así obtenemos 15263748, con Tittums al final de la segunda entrada, y repetimos otra vez. Sólo me falta anotar los finales para que los practique. Segunda a tercera, tercera a quinta, cuarta a segunda, quinta a séptima, sexta a cuarta, séptima a octava y octava a sexta para la entrada sencilla otra vez. Luego el Bob. Sencilla, Bob, Bob, tres sencillas y Bob. No puedo entender por qué sale tanta tinta roja cuando entra en contacto con el papel. ¡Mire! Ya me he manchado el puño de la camisa. Luego la campana viene por el medio, delante, detrás y vuelve a su sitio. Repetir dos veces. Un carrillón precioso —apartó varias hojas llenas de números y se manchó los pantalones con un poco de tinta roja que llevaba en los dedos—. Bueno, ¿qué tal está? ¿Puedo ayudarlo en algo?
—Sí, padre. ¿Podría decirme qué domingo de invierno dijo el sermón de agradecimiento?
—¿El de agradecimiento? Es uno de mis favoritos. Ya sabe que hay mucha gente que se queja de verdad, pero si lo piensa, todos podrían estar mucho peor. Incluso los granjeros. Como les dije durante el último festival de la cosecha... ¡Oh! Me ha preguntado por el sermón del agradecimiento, bueno casi siempre lo digo aproximadamente por las fechas del festival... ¿Ya hace tanto? Déjeme pensar. Mi memoria empieza a no ser demasiado fiable... —Se fue hacia la puerta y se asomó—: ¡Agnes, querida! ¡Agnes! ¿Puedes venir un momento, por favor? Seguro que mi mujer lo recuerda... Querida, siento mucho interrumpirte pero ¿recuerdas cuándo dije el sermón del agradecimiento este invierno? Mencioné algo en el discurso de las ofrendas, ¿lo recuerdas? No es que tengamos ningún problema con las ofrendas en la parroquia. Nuestros granjeros están muy sensibilizados. Un hombre de St Peter vino a hablar conmigo de esto, pero yo le dije que la reforma de 1918 se había hecho para beneficio de los granjeros y que si creía que tenían motivo para quejarse de la Ley 1925, que propusieran una nueva reforma. Pero le dije que la ley es la ley. Le aseguro que con lo de las ofrendas soy inflexible. Inflexible.
—Sí, Theodore —dijo la señora Venables con una sonrisa irónica en la cara—. Pero si no les avanzaras el dinero para pagar la ofrenda tan a menudo, seguramente no serían tan razonables.
—Eso es distinto —repuso el párroco—. Bastante distinto. Es una cuestión de principios y un pequeño préstamo personal no tiene nada que ver con esto. Incluso la mejor mujer del mundo no siempre entiende la importancia de un principio legal, ¿no es cierto, lord Peter? Mi sermón giró alrededor del principio. El texto decía así: «Rendíos al césar». Tanto si la generosidad de la reina Ana es como la del césar o como la de Dios, debo admitir que a veces siento que fue mala suerte que pareciera que la Iglesia se había puesto del lado del césar, y que esa falta de atributos y principios...
—¿Sería apropiado hablar de una operación cesariana, por así decirlo? —sugirió Wimsey.
—¿Una...? ¡Sí, claro! ¡Muy bien! Querida, eso está muy bien, ¿no crees? Se lo tendré que decir al obispo..., no, quizá no. Es bastante puritano. Pero es cierto, si pudiéramos separar las dos cosas: lo temporal y lo espiritual. Sin embargo, la pregunta que yo siempre me hago es: las iglesias, los edificios, nuestra preciosa iglesia, ¿qué sería de ellas en tal caso?
—Querido —intervino la señora Venables—, lord Peter te había preguntado por el sermón de agradecimiento. ¿No dijiste uno el domingo siguiente a Navidad? ¿Sobre el agradecimiento por el mensaje de la Navidad? Seguro que lo recuerdas. El texto lo sacaste de las Epístolas: «Ya no eres un criado, ahora eres un hijo». Hablaste de lo felices que deberíamos sentirnos por ser hijos de Dios y por convertir en una costumbre la frase «Gracias, padre» por todas las cosas buenas de la vida y por ser lo buenos que queramos que sean nuestros hijos. Lo recuerdo muy bien porque Jackie y Fred Holliday empezaron a pelearse en la iglesia por los libros de oración y tuvimos que echarlos.
—Tienes razón, querida. Siempre te acuerdas de todo. Así fue, lord Peter. El domingo siguiente a Navidad. Ahora lo recuerdo perfectamente. La señora Giddings me paró en el porche para quejarse de que había pocas ciruelas en su pastel de Navidad.
—La señora Giddings es una vieja desagradecida —sentenció su mujer.
—Entonces, el día siguiente fue el 30 de diciembre —dijo Wimsey—. Gracias, padre, ha sido de gran ayuda. Por casualidad, no recordará si Will Thoday vino a verle el lunes por la noche, ¿verdad?
El párroco miró impotente a su mujer, que respondió al acto:
—Sí que vino, Theodore. Vino a preguntarte algo del carrillón de Año Nuevo. ¿No recuerdas que me dijiste que parecía muy raro y que tenía mala cara? Claro, el pobre debía estar incubando esa terrible gripe que cogió. Vino tarde, sobre las nueve de la noche, y me dijiste que no entendías por qué no había esperado al día siguiente para preguntarte eso.
—Claro, claro —repuso el párroco—. Sí. Thoday vino a verme el lunes por la noche. Espero que no...; bueno, no debo hacer preguntas indiscretas, ¿no es cierto?
—No cuando desconozco la respuesta —contestó Wimsey, sonriendo y negando con la cabeza—. Por cierto, en cuanto al Loco Peake, ¿de qué grado de locura hablaríamos? ¿Puede alguien fiarse de lo que cuenta?
—Bueno —dijo la señora Venables—, unas veces sí y otras no. En ocasiones él mismo se hace un lío. Si habla de cosas que entiende, es bastante de fiar, aunque a veces tiene alucinaciones y lo explica como si hubieran pasado en verdad. Eso sí, no se crea nada que tenga que ver con cuerdas y ahorcados, ése es su defecto. En cualquier otro tema, cerdos, por ejemplo, o el órgano de la iglesia, en eso no suele mentir.
—Ya. Bueno, ha estado hablando de cuerdas un buen rato.
—Entonces, no se crea ni una palabra —respondió la señora Venables con determinación—. ¡Dios santo! Aquí llega el comisario. Supongo que querrá hablar con usted.
Wimsey y Blundell se encontraron en el jardín y el lord le indicó que se alejaran de la casa.
—He estado con Thoday —dijo el comisario—. Obviamente, lo niega todo. Dice que el Loco debió soñarlo.
—Pero ¿y qué me dice de la cuerda?
—¡No lo sé! Pero el Loco estaba escondido detrás del muro del cementerio cuando encontramos la cuerda en el pozo y no sé si oyó toda la conversación o sólo una parte. De todos modos, Thoday lo niega y, lejos de acusarlo de asesinato, debo creer en su palabra. Ya conoce las leyes. Nada de intimidar a los testigos. Eso es lo que dicen. Además, hiciera lo que hiciera Thoday, él no enterró el cadáver, así que ¿dónde estamos? ¿Cree que un jurado va a condenar a alguien basándose en la palabra del chalado del pueblo? No. Nuestra misión es clara: tenemos que encontrar a Cranton.
Aquella misma tarde, lord Peter recibió una carta.
Querido lord Peter:
Se me acaba de ocurrir que debería saber algo muy raro que me pasó, aunque no sé si puede estar relacionado con el asesinato. Pero en las historias de detectives, éste siempre quiere saberlo todo, así que le envío el papel. Al tío Edward no le haría mucha gracia que me escribiera con usted, porque dice que me anima a emprender una carrera literaria y que me implica en los casos de la policía. ¡Es un viejo cascarrabias! Así que supongo que la señorita Garstairs, nuestra ama de llaves, no me permitiría enviarle la carta, por eso la he puesto dentro de otra dirigida a Penélope Dwight y espero que ella se la haga llegar.
Me encontré el papel en el suelo del campanario el sábado anterior al Domingo de Pascua y quería enseñárselo a la señora Venables, porque me pareció muy extraño, pero con la muerte de papá se me olvidó. Pensé que podía ser alguna cosa del Loco Peake, pero Jack Godfrey me dijo que no era su letra; sin embargo, por lo que dice, parece bastante propio de él, ¿no cree? En cualquier caso, he pensado que le gustaría tenerlo. No se me ocurre cómo el Loco pudo haber conseguido ese papel extranjero, ¿y a usted?
Espero que la investigación vaya por buen camino. ¿Sigue en Fenchurch St Paul? Estoy escribiendo un poema sobre la fundición de Sastre Paul. La señorita Bowler dice que es bastante bueno y espero que lo publiquen en la revista de la escuela. Eso sería darle en la frente al tío Edward. No puede evitar que me publiquen los poemas en la revista. Por favor, si tiene tiempo, escríbame y explíqueme si ha descubierto algo relacionado con la nota.
Sinceramente,
Hilary Thorpe
—Una colega, como diría Sherlock Holmes, que sigue mis pasos —comentó Wimsey mientras desdoblada el fino papel—. ¡Dios mío! «Creí ver hadas en los campos»... Debe ser algún poema inédito de sir Tames Barrie, sin duda. La sensación literaria del año. «Pero sólo vi los funestos elefantes con sus espaldas negras». Esto no rima ni tiene ningún sentido. ¡Hum! Este tono deprimente sugiere que ha salido de la mente del Loco, pero no hace ninguna referencia a ahorcados, así que supongo que no será suyo, estoy seguro de que no podría mantener la cabeza del rey Carlos ajena a esto tanto tiempo. Papel extranjero... ¡un momento! Me resulta familiar. ¡Dios mío, claro! ¡La carta de Suzanne Legros! Juro que si el papel no es el mismo, soy holandés. Espera que lo piense. Supongamos que ésta es la carta que Jean Legros le envió a Cranton, o a Will Thoday; o a quien fuera. Será mejor que Blundell le eche un vistazo. Bunter, prepara el coche. ¿Qué te parece esto?
—¿Esta carta, milord? Diría que la ha escrito una persona de considerable habilidad literaria, que ha leído la obra de Sheridan Lefanu y, si me permite la expresión, que está como una cabra, milord.
—¿Eso crees? ¿No te parece un mensaje cifrado o algo así?
—No se me había ocurrido, milord. El estilo es rebuscado, no se lo niego, pero lo es en lo que llamaría una manera coherente, que sugiere... ¡Ah! Un esfuerzo literario antes que mecánico.
—Cierto, Bunter. No es algo tan sencillo como sacar el mensaje de cada tres palabras. Además, tampoco me parece algo que deba entenderse a partir de sinónimos, porque, con la posible excepción de «dorados», no hay ni una sola palabra que sea calificativa, o que pueda expresar algo más que la luz de la luna. El trozo de la luna es bastante bueno. Sensible pero imaginativo. «Delicada y tenue como una hoz de paja». «Entonces aparecieron los trovadores, con sus trompetas, arpas y tambores dorados. La música sonaba muy fuerte detrás de mí rompiendo el hechizo». La persona que escribió esto debía tener buen oído para las cadencias. ¿Cómo has dicho? ¿Lefanu? No está mal, Bunter. Me recuerda un poco a aquel pasaje tan bonito de Wylder's Hand sobre el sueño del tío Lorne.
—Es el pasaje que tenía en la cabeza, milord.
—Sí. Bueno... en ese caso, la víctima tuvo que «ser enviado de nuevo hacia arriba, como mínimo, mil, cien, diez y un escalón de mármol negro, y entonces será el turno del otro». A él lo volvieron a enviar hacia arriba, ¿verdad, Bunter?
—Desde la tumba, milord. Creo que era así. Igual que el tipo desconocido del que nos estamos ocupando.
—Como has dicho, muy típico de Lefanu. «El infierno está abierto, el Erebo abre sus puertas», como dice la carta. «Las bocas de la muerte esperan al fondo». ¿Eso quiere decir algo, Bunter?
—No sabría decírselo, milord.
—La palabra «Erebo» también aparece en el pasaje de Lefanu aunque allí, si no recuerdo mal, está escrito con hache. Si la persona que escribió la carta se inspiró en Lefanu, sabía con seguridad que Erebo puede escribirse de las dos maneras. Todo esto es muy curioso, querido Bunter. Vamos a Leamholt y colocaremos los dos papeles juntos a ver qué pasa.
Soplaba un fuerte viento y unas inmensas nubes blancas viajaban por el cielo azul. Cuando llegaron a la comisaría de Leamholt, vieron que Blundell estaba a punto de subir en su coche.
—¿Venía a verme, milord?
—Sí. ¿Iba usted a verme a mí?
—Sí.
Wimsey se rió.
—Las cosas empiezan a moverse. ¿Qué tiene usted?
—Tenemos a Cranton.
—¡No!
—Sí, milord. Lo han encontrado en Londres. Me lo han dicho esta mañana. Al parecer, está enfermo o algo así. Pero bueno, lo han encontrado. Me voy a Londres a interrogarlo. ¿Quiere venir?
—¡Claro que sí! ¿Quiere que lo llevemos? Así le ahorraremos al país los billetes de tren. Además, irá más deprisa y más cómodo.
—Muchas gracias, milord.
—Bunter, envíale un telegrama al párroco diciéndole que hemos tenido que ir a Londres. Suba, comisario. Verá lo seguros y rápidos que son los métodos de transporte modernos cuando no hay límite de velocidad. Oh, espere un momento. Mientras Bunter escribe el telegrama, échele un vistazo a esto. Lo he recibido esta mañana.
Le dio la carta de Hilary Thorpe y la nota adjunta.
—¿«Funestos elefantes»? —dijo Blundell—. ¿De qué diablos habla todo esto?
—No lo sé. Espero que su amigo Cranton nos lo pueda explicar.
—Pero si es de locos.
—No creo que el Loco pueda escribir algo así. Es demasiado para él. No, ya sé lo que quiere decir, comisario, no se preocupe en explicármelo. Pero el papel, comisario, ¡el papel!
—¿Qué le pasa al papel? Oh, ya lo entiendo. Cree que salió del mismo lugar que la carta de Suzanne Legros. No me extrañaría que tuviera razón. Entre y lo miraremos. ¡Dios mío! Tiene razón, milord. Incluso podrían haber salido del mismo paquete de hojas. Bueno, tendré que... ¿Y dice que lo encontraron en el campanario? ¿Qué cree que significa?
—Creo que es la nota que Legros le envió a su amigo en Inglaterra; la «garantía» que redactó cuando estuvo tantas horas encerrado en su habitación. Además, pienso que es la pista para saber dónde están escondidas las esmeraldas. Un mensaje cifrado o algo así.
—¿Un mensaje cifrado? Es muy raro. ¿Puede leerlo?
—No, pero le prometo que lo sacaré. O encontraré a alguien que lo haga. Tengo la esperanza de que Cranton pueda descifrarlo por nosotros. Aunque apuesto lo que sea a que no lo hará —dijo Wimsey, pensativo—. Además, aunque lo comprendamos, me temo que no vamos a sacar nada.
—¿Por qué no?
—Porque puede apostar su vida a que la persona que mató a Legros, ya sea Cranton o Thoday o alguien a quien todavía no hemos llegado, se llevó las esmeraldas.
—Supongo que es verdad. De todos modos, milord, si leemos el mensaje cifrado y descubrimos el escondite y no hay nada, eso será una buena señal de que estamos siguiendo el camino correcto.
—Sí —añadió Wimsey, mientras Blundell y Bunter subían al coche y salían de Leamholt a una velocidad que hizo que el comisario se estremeciera—. Pero si las esmeraldas no están y Cranton dice que él no las cogió y no podemos demostrar lo contrario, y si no podemos descubrir quién era en realidad Legros o quién lo mató, entonces, ¿dónde estamos?
—Pues justo donde empezamos —respondió el señor Blundell.
—Sí. Es un país de espejismos. Hacemos todo lo que podemos y volvemos a estar en el mismo sitio.
El comisario lo miró de reojo. La zona de los pantanos, llana y cuadriculada como un tablero de ajedrez, desaparecía a lo lejos.
—Un país de muchos espejismos —añadió Blundell—, igual que la foto del libro. Aunque, para no movernos del sitio, sólo puedo decir que no lo parece, milord, al menos no en lo que le preocupa.