15

La noche había caído sobre Ambria, pero Bane no estaba interesado en dormir. En su lugar estaba sentado de piernas cruzadas en lo que quedaba de su campamento, esperando a que Zannah volviera con suministros para que pudieran reconstruir. Mientras esperaba, meditó en su más reciente fracaso con el Holocrón.

El dilema no ofrecía ninguna solución fácil. Si se presionaba demasiado, su cuerpo le traicionaría, haciendo que cometiera errores durante los ajustes precisos de la matriz del Holocrón. Si iba lento, conservando su fuerza, sería incapaz de terminar antes de que la red cognitiva empezara a degradarse. Los dos factores trabajaban en propósitos distintos, y Bane se había dejado la cabeza encontrando una forma de equilibrar los requisitos tanto de tiempo como de esfuerzo.

Su intento más reciente había empujado a su poder sobre sus límites, llevándole al borde del cansancio completo. Aún así, si no hubiera cometido el error crítico que hizo que la matriz colapsara, dudaba que hubiera sido capaz de completar los ajustes finales a tiempo.

Cuanto más contemplaba el proceso, más frustrado se sentía. Había fracasado a ambos lados del espectro, incapaz de terminar en el tiempo asignado y sin la fuerza necesaria para completar su tarea sin errores.

¿Era posible que hubiera otro elemento esencial en el proceso que estaba pasando por alto? ¿Había un secreto más esperando ser desbloqueado que finalmente le permitiera crear un Holocrón para poder pasar su sabiduría y conocimientos a sus sucesores? ¿O estaba el fracaso en él? ¿Simplemente carecía de poder? ¿Era su comando del lado oscuro de algún modo menor que el de los antiguos Lords Sith como Freedon Nadd?

Era una línea de especulación incómoda, pero era una que Bane se forzó a considerar. Había leído las historias de los grandes Lords Sith; muchas estaban llenas de hazañas casi demasiado increíbles para ser creídas. Aún así, si esos registros fueran ciertos, incluso si alguno de sus predecesores hubiera tenido la habilidad de utilizar el lado oscuro para destruir mundos enteros o de hacer que un sol se convirtiera en nova, Bane todavía sentía que su poder estaba a la altura de las habilidades descritas de muchos de aquellos que habían creado con éxito Holocrones propios.

¿Pero cuánto de tu poder se malgasta en los parásitos que infestan tu cuerpo?

La cuestión saltó espontáneamente en su mente, puesta no con su propia voz sino en la de su aprendiz. Zannah había expresado sus preocupaciones sobre los efectos que los orbaliskos pudieran estar teniendo sobre él; era posible que tuviera razón.

Siempre había creído que los inconvenientes de los orbaliskos —el dolor constante, la apariencia desfigurada— eran compensados por los beneficios de los que proveían. Le sanaban, le hacían físicamente más fuerte, y le protegían contra todo tipo de armas. Ahora empezaba a cuestionarse esa creencia. Mientras que era cierto que podía canalizar su poder a través de las criaturas para un aumento temporal en sus habilidades, a largo plazo podían realmente debilitarle. Estaban constantemente alimentándose de las energías del lado oscuro que fluían a través de sus venas. ¿Era posible que, tras una década de infestación, su habilidad de atraer la Fuerza hubiera sido sutilmente disminuida?

Era una idea que una vez rechazó de pleno. Pero su fracaso continuado con los Holocrones le había forzado a reevaluar su relación simbiótica con los extraños crustáceos. Podía sentirlos incluso ahora, alimentándose, atrayendo la Fuerza que fluía a través de sus venas.

Los orbaliskos de repente se agitaron. Se retorcieron y temblaron contra su carne; sintió su hambre insaciable creciendo como en respuesta a la presencia cercana de una fuente fresca cercana de poder del lado oscuro. Bane miró alrededor, esperando ver a Zannah aproximarse al campamento bajo el brillo de la luna llena. No vio nada; no percibió nada, ni siquiera las pequeñas criaturas e insectos que salían por la noche para cazar para comer, volando sobre su cabeza o reptando por la arena. La consciencia normal que tenía del mundo ambiental a su alrededor parecía extrañamente silenciada o… ¡enmascarada!

Saltó sobre sus pies y desenvainó su sable láser, la hoja brillando a la vida con un siseo chisporroteante. Una explosión de luz roja explotó a su alrededor, iluminando la oscuridad y haciendo arder las ilusiones que ocultaban a sus enemigos invisibles.

Ocho figuras con túnicas rojas rodearon el campamento, sus identidades ocultas por los visores de sus cascos. Cada una llevaba una vara larga de metal que Bane reconoció como una pica de fuerza, el arma tradicional de los Asesinos Sombra Umbarianos.

Especialmente entrenados en el arte de matar a adversarios sensibles a la Fuerza, los Asesinos Sombra preferían confiar en el sigilo y la sorpresa. Expuestos por la explosión de energía de Bane, de repente se encontraron sin su mayor ventaja. E incluso aunque había ocho de ellos, Bane nunca vaciló.

Él saltó hacia delante y cortó a la primera figura con túnica roja antes de que él —o ella— tuviera una oportunidad de reaccionar, un simple tajo de su sable láser bisecando al desafortunado oponente horizontalmente, justo sobre la cintura.

Los otros siete se enjambraron a su alrededor, lanzando sus picas de fuerza hacia delante para entregar la carga eléctrica mortal almacenada en las puntas. Bane nunca se molestó siquiera en bloquear los golpes que llegaban, confiando en que su armadura de orbaliskos le protegiera mientras adoptaba una estrategia de pura ofensiva.

Sus tácticas inesperadas cogieron a dos asesinos más completamente desprevenidos, y caminaron directamente hacia un corte de barrido a dos manos que les destripó a los dos.

Los cinco restantes golpearon a Bane casi simultáneamente, sus picas de fuerza mandando un millón de voltios de corriente a través de su cuerpo. Los orbaliskos absorbieron la mayor parte de la carga, pero se filtró lo suficiente para darle un calambre desde sus dientes hasta sus tobillos.

El Lord Oscuro se tambaleó y cayó de rodillas. Pero en lugar de precipitarse para acabar con él, los asesinos simplemente mantuvieron su posición. La idea de que algo más pequeño que un bantha pudiera aguantar un golpe directo de una pica de fuerza puesta a la carga máxima —más aún cinco picas a la vez— era inconcebible. Su error de cálculo le dio a Bane el segundo que necesitaba para librarse de los efectos y alzarse sobre sus pies, muy para asombro y horror de sus enemigos.

—Zannah tenía razón sobre ti, —gritó una voz desde detrás de Bane.

Él se giró para ver a un pequeño hombre en sus cincuenta, vestido todo de negro, en pie al otro extremo del campamento. En su mano había un sable láser verde, aunque era obvio, por la forma en la que lo agarraba, que nunca había recibido ningún entrenamiento apropiado de cómo manejar la exótica arma.

Al lado del hombre estaba la propia aprendiz de Bane; ella no había desenvainado su sable láser.

Bane gruñó de rabia ante su traición, su rabia en aumento alimentada por los químicos que los orbaliskos estaban bombeando en su sistema.

—Hoy es el día en que mueres, Darth Bane, —dijo el hombre, cargando hacia delante para atacar.

Al mismo tiempo, las cinco figuras en túnica roja se precipitaron desde detrás de él. Bane giró y lanzó su palma abierta hacia ellos, cortando con el poder del lado oscuro. Como los Jedi y los Sith, una de las primeras técnicas que aprendían los Asesinos Sombra era la creación de una barrera de Fuerza. Canalizando su poder, podían formar un escudo protector alrededor de sí mismos para negar los ataques de Fuerza de sus enemigos. Pero si un oponente era lo suficientemente fuerte, un ataque concentrado todavía podía romper la barrera. Darth Bane, Lord Oscuro de los Sith, era definitivamente lo suficientemente fuerte.

Dos de los asesinos se detuvieron a medio camino, golpeados hacia el suelo como si hubieran corrido contra un muro invisible. Dos más, más débiles y menos capaces de defenderse a sí mismos contra el poder de Bane, fueron mandados volando hacia atrás. Sólo el quinto fue lo suficientemente fuerte como para resistir el lanzamiento del Lord Sith y continuar con su carga.

Sin embargo, sin sus hermanos para hostigar y distraer a su enemigo, se encontró a sí mismo siendo el único centro de la ira de Bane. Incapaz de defenderse contra la salvaje secuencia de cortes de sable láser e impulsos, cayó en cuestión de segundos, media docena de heridas fatales carbonizadas sobre su pecho y cara.

Mientras los cuatro asesinos restantes recuperaban su pie, Bane rodó hacia atrás hacia su líder. Sabiamente, el hombre de negro había detenido su propia carga y estaba reuniendo la Fuerza. Mientras Bane caminaba hacia él, el hombre la liberó en un largo rayo único, fino de relámpago índigo. Bane captó el rayo con su sable láser, la hoja absorbiendo la energía. En represalia golpeó de vuelta con rayos propios, una tormenta de una docena de rayos arqueándose hacia su objetivo desde todos los ángulos.

El hombre brincó alto en el aire, dando una voltereta hacia atrás para evitar la conflagración eléctrica mortal. Aterrizó de pie a diez metros de distancia, un pequeño cráter, humeante marcando el punto donde el hombre había estado sólo un instante antes.

—¡Zannah! —Gritó el hombre—. ¡Haz algo!

Pero la aprendiz de Bane no se movió. Ella meramente se quedó a un lado, aguardando su hora y observando la acción.

Los asesinos cayeron sobre Bane de nuevo, pero en lugar de repelerlos con la Fuerza, permitió que su cuerpo se convirtiera en un conducto, convirtiéndose en una manifestación física del poder tumultuoso del lado oscuro. Mientras giraba como un torbellino, su hoja parecía estar en todas partes a la vez: despedazando, tajando, y cortando a sus enemigos hasta hacerlos trizas.

Los cuatro asesinos murieron en el ataque, aunque uno consiguió darle un único golpe con su pica de fuerza antes de que su garganta fuera cortada, la herida tan profunda que casi seccionó su cabeza. Alimentado por la ira y la furia, Bane se libró del shock eléctrico mortal como un rancor librándose de la mordedura de un bicho-venn.

Una vez más volvió su atención al hombre de negro. Bane marchó lentamente hacia él mientras su adversario se quedaba helado en su sitio, paralizado por el conocimiento terrorífico de su propia muerte inminente.

—¡Zannah! —Gritó hacia ella el hombre de nuevo, sosteniendo su sable láser de forma vertical ante él como si fuera un talismán que pudiera mantener a raya al demonio que se aproximaba—. ¡Maestra! ¡Ayúdeme!

Bane golpeó hacia abajo con su propia arma, seccionando el brazo de la espada del hombre a la altura del codo. El hombre gritó y cayó de rodillas. Un instante más tarde su voz se silenció mientras Bane pasaba sobre él a través de una simple estocada fuerte, el sable láser entrando en su pecho justo bajo su corazón y sobresaliendo medio metro por completo por la parte trasera de su escápula.

Bane deslizó su espada de vuelta hacia fuera. Mientras el cuerpo del hombre caía de cara en el suelo, el Lord Oscuro se giró hacia su aprendiz. Zannah meramente se quedó ahí, observándole.

—¡Tú me has traicionado! —rugió y saltó hacia ella.

Zannah había observado la batalla con interés, tomando nota cuidadosamente de las tácticas de Bane y las tendencias y almacenándolas para luego. Su Maestro fácilmente despachó a Hetton y a sus esbirros, como ella había esperado… aunque había habido un breve instante cerca del inicio de la batalla en el que Bane había parecido vulnerable. Aparentemente los orbaliskos no eran capaces de protegerle por completo contra la corriente eléctrica de las picas de fuerza, otro hecho que apuntó para almacenar para más tarde.

Cuando acabó, su Maestro se giró para encararla. Ella esperaba que él le exigiera una explicación, pero en lugar de eso se soltó con un grito y se lanzó hacia ella. Zannah apenas tuvo tiempo de encender sus hojas gemelas para encontrar su ataque completamente inesperado.

Ella cayó en una postura defensiva como tan a menudo había hecho durante sus sesiones de entrenamiento. Pero esto no era un entrenamiento, y su Maestro llegó contra ella con una velocidad y ferocidad a la que nunca se había enfrentado antes. Dejándose llevar por su sed de sangre alimentada por los orbaliskos, era como un animal sálvale, haciendo llover golpes salvajes sobre ella desde todos los ángulos, los golpes llegando tan rápido que parecía como si llevara una docena de espadas a la vez. Zannah fue en una retirada completa, desesperadamente cediendo terreno bajo el asalto abrumador.

—¡Yo no le he traicionado, Maestro! —Gritó ella, tratando de hacer razonar a Bane antes de que la partiera en dos—. ¡Atraje aquí a Hetton para que usted pudiera matarle!

Ella se agachó bajo un corte horizontal de su sable láser, sólo para recibir una pesada bota sobre sus costillas. Ella rodó con la patada, evitando por poco el corte de retorno de su espada. Ella bloqueó un golpe agudo descendiente, reunió sus pies bajo ella, y se lanzó hacia atrás, saltando a una distancia de diez metros.

—¡Escúcheme, Maestro! —gritó ella ahora que había puesto cierta distancia entre ellos—. Si hubiera querido traicionarle, ¿por qué no les ayudé durante el…?, ¡oooffff!

Bane la golpeó con un poderoso empujón de la Fuerza, mandándola hacia atrás. Sólo la barrera que había alzado instintivamente en el último segundo para escudarse salvó sus huesos de ser destrozados por la fuerza conmocionadora del impacto.

Ella se arrastró hasta ponerse en pie y giró su sable láser ante ella, creando lo que ella esperaba que fuera una pared impenetrable de defensa. En lugar de tratar de perforar su guardia, Bane saltó alto en el aire y cayó hacia abajo casi directamente sobre ella. Ella torpemente bloqueó su espada, reconduciéndola hacia un lado mientras giraba lejos para evitar que su cuerpo la aplastara. Pero Bane le dio en la mejilla con su codo mientras se giraba, el golpe mandando hacia atrás su cabeza. Su cuerpo cayó flácido, su arma cayó de sus dedos sin sentido, y ella colapsó en el suelo.

Durante un segundo no vio nada salvo estrellas. Su visión se aclaró para revelar la imagen de Darth Bane alzándose sobre ella, su espada alzada para el golpe de gracia.

—¡Sólo hice esto por usted, Maestro! —le gritó a él, ignorando el dolor punzante en su mandíbula. Él miró abajo hacia ella en el suelo, su cabeza inclinándose hacia un lado mientras su sed de sangre lentamente se desvanecía.

—¿Tú hiciste esto por mí? —preguntó él con sospecha.

Zannah asintió frenéticamente, incluso aunque eso le hacía dar vueltas a su cabeza.

—Hetton me reconoció como una verdadera Sith. Tenía que encontrar una forma de eliminarle a él y a sus esbirros para mantener nuestra existencia en secreto.

—Así que les trajiste aquí para emboscarme, —dijo él, su escepticismo obvio.

—Tenía que ganarme su confianza, —explicó Zannah, hablando rápidamente y alcanzando los pliegues de sus ropas para sacar la tarjeta de datos que Hetton le había dado—. Tuve que engañarlo para que me diera esto, para poder entonces dárselo a usted.

Ella sostuvo la tarjeta de datos hacia su Maestro, maravillándose del hecho de que había sobrevivido al castigo que le había infligido sobre ella durante su confrontación. Bane extendió el brazo para cogerla de su agarre, bajando su sable láser y extinguiendo la hoja.

Él dio un asentimiento breve y dio un paso atrás, permitiéndole sitio para ponerse en pie. Zannah recuperó su propio sable láser de donde estaba en el suelo, entonces se alzó lentamente en pie. Su cabeza todavía estaba nadando por el codazo en su mandíbula, haciéndole difícil quedarse en pie sin balancearse ligeramente.

—Sabía que tenía la fuerza para derrotarles, Maestro, —dijo Zannah—. Es por eso por lo que no acudí en su ayuda durante la batalla.

—¿Y si te hubieras equivocado? —preguntó Bane en una voz silenciosa, amenazante—. ¿Y si ellos de algún modo me hubieran matado?

—Entonces habrías sido débil, indigno de ser el Lord Oscuro de los Sith, —respondió Zannah con audacia—. Y habrías merecido morir.

—Precisamente —dijo Bane con su familiar sonrisa siniestra, y Zannah supo que su Maestro lo aprobaba.