5
—Preparaos para turbulencias de reingreso, —les advirtió Irtanna desde el asiento del piloto de su lanzadera. Con una tripulación de sólo cinco, no tenía necesidad de utilizar el intercomunicador de a bordo. Ella simplemente habló lo suficientemente alto para que todos a bordo la escucharan.
Aunque la lanzadera de clase Enviado llevaba sólo un puñado de pasajeros, era capaz de transportar cómodamente cuatro veces esa cantidad. La nave había sido absorbida en la flota Jedi durante las últimas semanas de la campaña de Ruusan, donada por un benefactor anónimo de Coruscant que había sido encantado por la súplica urgente de recursos de Farfalla para apoyar los esfuerzos de guerra. Bautizado el Despertar de las Estrellas, era un producto de los Astilleros Tallaan, un navío de transporte básico capaz tanto del vuelo suborbital como del viaje interestelar, gracias a sus hipermotores de Clase Doce.
El hecho de que hubiera sido presionada al servicio era prueba de cuán desesperado se había vuelto el Ejército de la Luz… las lanzaderas de clase Enviado eran famosas por ser prácticas y asequibles, haciéndolas una elección favorita de mercantes independientes y viajeros ricos recreacionales. Su característica más distintiva era un sistema de navegación y de piloto automático fáciles de usar, permitiendo a los usuarios trazar y unir rutas de hiperconducción a cientos de mundos por toda la República con simplemente presionar un botón. Desafortunadamente carecían de escudos pesados o armamento significativo, y no eran ni particularmente rápidas ni maniobrables.
Johun habría preferido algo más de estilo militar; dudaba de que la autonavegación sirviera de algo si un Buitre Sith aparecía de repente en el horizonte. Lógicamente, sabía que esto era altamente improbable. Cada Buitre de la flota de Kaan había sido registrado: o habían sido disparados, capturados por el Ejército de la Luz, o se les había visto huyendo del sistema al final de la última batalla. Pero veintenas de vuelos llenos de peligros a través del espacio aéreo controlado por el enemigo en los meses antes de su victoria definitiva habían entrenado su mente para estar en constante alerta cuando se aproximaban a la superficie del planeta. Por cómo Irtanna apretaba la columna de conducción de la lanzadera hasta que sus nudillos se pusieron blancos, sabía que no estaba solo en sus miedos irracionales.
Hubo la más leve sacudida mientras pasaban del frío vacío del espacio hasta las capas superiores de la atmósfera de Ruusan y empezaban su descenso. Irtanna hizo funcionar los controles con manos confiadas, haciendo sutiles ajustes a su ruta mientras Johun estudiaba los escáneres mirando por encima el terreno bajo ellos, buscando señales de vida. Cuatro otros navíos eran visibles en los monitores de la nave. Como el Despertar de las Estrellas, cada uno estaba tripulado por equipos de rescate de cuatro a seis personas mandados por Farfalla para ayudar a limpiar las secuelas de la guerra.
—Tenemos movimiento en tierra, —gritó Johun mientras unos parpadeos sin identificar surgían en su pantalla—. Transmitiendo coordenadas.
—Dame los detalles, —ordenó Irtanna, llevando a la lanzadera alrededor en un amplio arco que les llevó en línea con la gente en tierra.
—Dos caminantes a pie —le informó Johun—. No puedo decir si son amistosos o no desde aquí arriba.
—Vamos abajo, —contestó Irtanna.
Localizar y ayudar a los supervivientes heridos era la primera prioridad del equipo; proveer de informes de reconocimiento al Comando de la Flota iba después, y aceptar a las tropas enemigas que se rindieran voluntariamente era una tercera distante.
El morro de la lanzadera se hundió, y la aceleración presionó a Johun hacia atrás contra su asiento mientras se hundían para tener un vistazo más de cerca de las figuras. Irtanna los cogió en bajo y rápido, una maniobra militar que presionaba al navío civil a sus límites.
—Tengo una visual, —informó Johun mientras un par de diminutas formas, indistinguibles en el suelo se volvían visibles a través del punto de vistas de la cabina de mandos de la lanzadera.
Bordon se alzó de su asiento y se inclinó hacia delante sobre la parte trasera de la silla de Johun para tener una vista mientras la lanzadera se lanzaba hacia las figuras creciendo rápidamente. Mientras se acercaba más los detalles surgieron a la vista: un hombre y una mujer, cada uno llevando una armadura ligera y corriendo rápido.
El rugido de los motores rápidamente descendiendo hizo que los dos en tierra dejaran de correr y se giraran para mirarles. Un instante más tarde se lanzaron de cara al suelo mientras la lanzadera se balanceaba a menos de diez metros desde el suelo e iba de un lado hacia el otro.
Maldiciendo bajo su aliento mientras luchaba con los controles torpes, Irtanna viró alrededor de forma abrupta y les llevó a aterrizar a menos de cincuenta metros de su presa. A través de la ventana Johun vio al par lentamente trepar de vuelta a sus pies mientras la piloto apagaba los motores. La mujer dijo algo al hombre, que asintió de acuerdo. Entonces alzaron sus manos y empezaron a marchar lentamente hacia el navío.
Estaban vestidos como miembros de la Hermandad de Kaan. Pero Johun no sentía la presencia del lado oscuro en ellos.
—Esbirros de los Sith, —dijo él—. Mercenarios, probablemente.
—Podría ser una trampa, —advirtió Bordon—. Los kriffidos mercenarios no tienen honor.
—No lo creo, —respondió Johun. Si hubiera algún peligro aquí, habría sentido algún tipo de perturbación en la Fuerza—. Creo que sólo quieren rendirse.
—Escoria lamebotas, —escupió Bordon—. ¡Enciende los motores y pasa sobre ellos!
—¡No! —Exclamó Johun cuando vio a Irtanna alcanzando el interruptor de encendido—. Necesitamos interrogarles, —le recordó él—. Ver lo que saben.
—¿Entonces qué? —exigió sombríamente Bordon.
—Entonces les llevamos a Farfalla y los encerramos con el resto de los prisioneros.
Bordon golpeó con su mano contra la pared de la cabina de mandos.
—¡Estos engendros de schutta vinieron a mi mundo, mi hogar, para matar a mi gente por provecho!
—Ellos cortarían nuestras gargantas sin pensárselo dos veces si tuvieran la ocasión, —estuvo de acuerdo Irtanna.
—No somos como ellos, —dijo Johun—. Nosotros no matamos prisioneros.
—¡Mi mujer murió luchando con cachorros de munk como estos! —Gritó Bordon—. ¿Ahora quieres mostrarles piedad?
—El odio lleva al lado oscuro, —respondió Johun, recitando la sabiduría de los Jedi. Pero las palabras carecían de poder viniendo de la boca de un Padawan de diecinueve años, e incluso mientras las decía sabía lo vacías que sonaban.
Bordon lanzó arriba sus manos en frustración, entonces se dejó caer hacia atrás enfadado en su asiento.
—¿Es por eso por lo que estás aquí? —Gruñó en disgusto—. ¿Para mantenernos a raya? ¿Para asegurarte de que no nos salimos de vuestros preciosos caminos del lado luminoso? ¿Es por eso por lo que Farfalla te mandó con nosotros?
Él no me mandó, vine por mi cuenta, pensó Johun. Se giró en su asiento para mirar de nuevo a Bordon que miraba atentamente al suelo, rechazando encontrar su mirada. Sus dos hijos, sin embargo, miraron al joven Jedi con veneno en sus ojos. Él entendía su rabia. Los Sith habían llevado la guerra a Ruusan, una guerra que se había llevado todo lo que conocían y lo que les importaba: sus hogares, sus sustentos… y, por supuesto, a su madre.
Lo que Bordon y sus hijos no veían era que esos soldados sin nombre no podían hacerse responsables por todos los horrores y tragedias que habían llevado su mundo al colapso. Fueran cuales fueran sus crímenes, estos dos no merecían ser culpados por las acciones de Kaan y su Hermandad. Era a los Maestros Sith, los seguidores del lado oscuro, a los que se les debía culpar de verdad. Aún así, mientras miraba en las miradas llenas de odio de los chicos, sabía que no había esperanza de hacerles entender. No mientras todo lo que habían sufrido estuviera aún fresco en sus mentes.
Johun había ido a Ruusan a cazar a cualquier miembro de la Hermandad que pudiera haber sobrevivido a la bomba mental. Tenía intención de continuar el trabajo del General Hoth —su Maestro y mentor— y eliminar a los Lords de los Sith, terminando con la amenaza del lado oscuro para siempre. Ahora, sin embargo, reconocía una misión aún mayor: Tenía que salvar a Bordon y a sus hijos de sí mismos.
Estos eran gente honesta, decente. Pero, dirigidos por el odio y la rabia, masacrarían a sus indefensos enemigos a sangre fría si él no les detenía. Johun sabía que, una vez que su odio se desvaneciera, el recuerdo de su venganza sangrienta les embrujaría. La culpa y el odio hacia sí mismos se comerían a Bordon y a sus chicos hasta que finalmente les destruyera. Johun no iba a dejar que eso ocurriera.
Volviendo su atención a Irtanna, vio odio en sus ojos también. Sin embargo, la suya era una emoción fría, calculada, un soldado profesional refiriéndose a un enemigo. Reconoció que ella no mataría prisioneros por sí misma, pero tampoco haría nada por detener las órdenes. Y él sabía lo que tenía que hacer.
—Esto no es por lo que Farfalla te mandó, —le recordó a la piloto en voz baja—. Se supone que tienes que ayudar a los supervivientes.
Irtanna le miró con sospecha pero no dijo nada. Johun era reacio a utilizar la Fuerza para doblar su voluntad ante la suya de nuevo. Subconscientemente ella podía estar más alerta de su interferencia una segunda vez y era más probable que se resistiera. Además, era importante que ella realmente creyera en lo que él le estaba diciendo. Apelar a su obediencia era una solución temporal, y una que podía hacer que ella definitivamente tuviera resentimientos o desconfianza hacia él y el resto de los Jedi.
—Déjame salir y tomaré a los mercenarios en custodia, —dijo Johun, ofreciendo un plan—. Contacta con la flota, y ellos mandarán otra nave para recogernos a los tres.
Las palabras no eran fáciles de decir para él. Había desafiado a Farfalla —un Maestro Jedi— para ir a este mundo. La última cosa que quería ahora era irse tan pronto de Ruusan tras su llegada. Aún así, estaba dispuesto a hacer el sacrificio si podía prevenir que Bordon y sus hijos cedieran a sus emociones impulsivas e imprudentes. Era su deber como un Jedi proteger sus vidas, incluso si significaba abandonar su propia cruzada personal.
—Tú y los otros deberíais tomar la lanzadera y dirigiros al sur del campo de batalla —continuó él—. Id a ayudar a los heridos. Es por lo que estáis aquí.
Irtanna vaciló, entonces dio un corto asentimiento de aceptación. Johun apenas era más que un chico; la larga trenza delgada en su pelo claramente marcaba que todavía no había completado su entrenamiento de Padawan. Pero todavía era un miembro de la Orden Jedi. Eso contaba bastante para muchos entre las tropas de la República. Había estado confiando en que eso le ayudara a ver la sabiduría de sus palabras.
Confiando en que Irtanna mantendría a Bordon y a sus hijos fuera de los problemas, Johun se levantó de su silla y se abrió paso a la parte trasera del Despertar de las Estrellas. Hizo lo que pudo por ignorar los ojos acusadores de los dos jóvenes hombres enfadados mientras esperaba a que la escotilla de salida de la lanzadera se abriera. Cuando finalmente lo hizo, saltó fuera y aterrizó ágilmente en el suelo, entonces se abrió paso rápidamente hacia el par que se erguía pacientemente cerca, sus manos todavía alzadas bien alto sobre sus cabezas. Una vez que estaba bien lejos del navío, los motores rugieron al encenderse y la nave se elevó en el aire y despegó… muy para consternación de los dos mercenarios.
—¿Dónde van? —exigió la mujer, su voz un graznido de pánico agudo—. ¡No! ¡No pueden dejarnos aquí!
Sus brazos cayeron de nuevo a sus laterales, como lo hicieron los de su compañero. Por un segundo Johun se preocupó de que pudieran hacer un movimiento hacia sus armas, pero entonces se dio cuenta de que estaban demasiado consternados por la salida del Despertar de las Estrellas para siquiera pensar en atacarle.
—¡No les dejes irse! —gritó el hombre, girándose de Johun para mirar mientras el navío volaba fuera de la vista, entonces girándose de vuelta para implorar al joven Jedi una vez más—. ¡Hazles dar media vuelta! ¡Diles que vuelvan! —Había una urgencia desesperada en su voz que reflejaba el tono de su compañera.
—No te preocupes, —les aseguró el joven Jedi—. Otra nave está en camino.
—No podemos quedarnos aquí, —insistió la mujer—. No hay tiempo. Él nos encontrará. ¡Él nos encontrará!
—Está bien, —explicó Johun, alzando una mano calmante—. Yo puedo protegeros. Soy un Jedi.
La mujer alzó una ceja y le dio una mirada escéptica. El joven flaco amplió su postura, puso sus manos en sus caderas, y sacó el pecho, esperando que le hiciera parecer noble e impresionante. Trató de proteger la imagen de confiado y seguro de sí mismo que a menudo admiraba en Hoth y en los otros Maestros.
El hombre agarró a Johun por el brazo, tirando de él como un niño tirando del delantal de su madre.
—Tenemos que salir de este planeta, —dijo él, las palabras saliendo en un susurro aterrorizado—. ¡Tenemos que irnos ahora!
Johun se agitó para liberarse del agarre del hombre con sólo una dificultad menor. Había algo inquietante en todo este encuentro. Por la forma en la que esos dos iban vestidos, estaba claro que eran soldados a sueldo experimentados. Sospechaba que eran desertores de la reciente batalla, esbirros de los Sith que habían huido en el instante en que el Ejército de la Luz había roto sus filas. Pero su huida habría sido un acto de conservación oportunista más que por miedo o cobardía. Aún así, estos veteranos de combate, acostumbrados a enfrentar a la muerte y al derramamiento de sangre, estaban actuando como aldeanos traumatizados tras un asalto esclavista.
—Incluso si eres un Jedi, no puedes salvarnos, —murmuró la mujer con un lento agitar de su cabeza—. No puedes protegernos de él.
—¿De quién? —Quería saber Johun—. ¿De quién estáis hablando?
El hombre miró alrededor rápidamente, como si tuviera miedo de que alguien pudiera estar escuchando.
—Un Lord Oscuro de los Sith, —siseó él.
—¿Uno de la Hermandad? —Preguntó Johun, apenas capaz de contener su ansiedad—. ¿Estás diciendo que un Maestro Sith sobrevivió a la bomba mental?
El hombre asintió.
—Mató a Lergan y a Hansh. Les frió con rayos de sus dedos.
¡Lo sabía! Pensó Johun triunfantemente. ¡Lo sabía!
—Tenía un sable láser, también, —añadió la mujer—. Partió a Pad y a Derrin de arriba a abajo. —Ella vaciló un momento, estremeciéndose por el recuerdo—. A Rell le cortó la cabeza limpiamente.
Johun iba a preguntar más detalles, pero el sonido de una nave rápidamente aproximándose le distrajo momentáneamente. Miró arriba para ver a un transporte de tropas Bivouac balanceándose para aterrizar. Segundos después de tocar tierra, tres soldados de la República saltaron fuera, con las armas preparadas. Reconoció al oficial sénior en el trío:
El Comandante Orten Ledes, uno de los no Jedi de mayor rango en la Segunda Legión del Ejército de la Luz.
—¿Estos son los prisioneros? —preguntó el comandante bruscamente, apuntando su rifle bláster a los mercenarios.
Johun asintió. Ledes inclinó su cabeza, y sus subordinados se movieron rápidamente para poner ataduras a los soldados enemigos. Ninguno hizo ningún intento de resistirse. Una vez que sus muñecas estuvieron aseguradas, fueron cacheados y se les quitaron las armas, entonces marcharon hacia el navío. Todo el encuentro fue conducido con la eficiencia y la competencia que eran el sello de todas las tropas que servían bajo el mando del Comandante Ledes.
—¿Captasteis el mensaje de Irtanna? —preguntó Johun mientras observaba a los esbirros Sith alejándose.
—Estábamos en el área —respondió el oficial—. Farfalla me mandó a por ti.
Algo en su tono captó la atención del joven Jedi.
—¿Estoy en problemas?
El oficial se encogió de hombros.
—Es difícil decirlo. Vosotros los Jedi tendéis a mantener una estrecha correa sobre vuestras emociones. Pero apuesto a que el general no estaba demasiado feliz cuando averiguó que desobedeciste una orden directa y te escapaste aquí abajo.
—No se preocupe, —contestó Johun confiado—. Cambiará de humor cuando escuche lo que estos prisioneros tienen que decirle.
* * *
Bane frenó el motor de la moto swoop mientras se aproximaban al pequeño claro que servía como el sitio de aterrizaje del Valcyn. Originalmente presentado como un regalo a Lord Qordis, el navío había sido comandado por Bane cuando dejó la Academia en Korriban para buscar la sabiduría de los Sith antiguos. Qordis nunca se había atrevido a tratar de recuperarlo, y su cobardía simplemente había confirmado la decisión de Bane de abandonar sus estudios y darle la espalda a la Hermandad.
Llevó la swoop a detenerse a veinte metros de la nave. Zannah liberó su agarre de su pecho y saltó abajo, entonces se quedó mirando al navío.
Bane no le estaba prestando atención, los últimos diez minutos había tenido problemas para centrarse en cualquier cosa que no fuera el dolor en su cráneo. Había esperado que hurgar en las profundidades del orbe brillante que había dejado la bomba mental aliviaría de alguna forma sus dolores de cabeza, pero, si acaso, se habían vuelto peores desde su visita a la cueva.
Al menos había sido capaz de confirmar que Kaan estaba realmente muerto. Eso hacía más fácil para él desechar la forma fantasmal que se había materializado justo entonces al otro lado del claro. Pálido bajo el sol del atardecer, era innegablemente la imagen del hombre que había fundado la Hermandad de la Oscuridad.
Bane sabía que sólo era una alucinación, aún así, había algo convincente en la figura mientras cruzaba el claro para detenerse a un metro o así de distancia de la nave. El espíritu se giró y le fijó con una mirada tranquila, entonces extendió una mano para que se acercara.
—Es hermosa, —suspiró Zannah. Darth Bane llevó su cabeza alrededor sorprendido. Pero su aprendiz estaba mirando cautivada al propio Valcyn. Cuando Bane giró su atención de vuelta a donde Kaan había estado, el espectro se había desvanecido una vez más.
—Nunca pensé que me iría de Ruusan en una nave como esta, —dijo Zannah.
—No lo harás, —dijo Bane mientras caminaba fuera de la swoop. No había nada que pudiera hacer sobre las alucinaciones aparte de actuar como si no existieran.
La joven chica se giró para mirarle, confusa.
—¿No vamos a coger tu nave?
—Yo sí, —contestó su Maestro—. Pero tú debes encontrar tu propio camino fuera de este mundo.
Le llevó unos momentos para que la chica registrara sus palabras. Cuando lo hizo, su expresión se convirtió en una de completo shock.
—¿Yo… yo no puedo ir contigo?
El hombre grande agitó su cabeza. Espoleado por el descubrimiento del tomo antiguo por parte de Zannah en el campamento Sith, había llegado a un plan. Se dirigiría a Dxun, la luna descomunal de Onderon, para buscar la tumba perdida de Freedon Nadd. Pero tenía otras ideas para su aprendiz.
—Pero… ¿por qué no? ¿Qué he hecho? —La joven chica se atragantó, claramente al borde de las lágrimas—. ¿Por qué me abandonas?
—Esto es parte de tu entrenamiento, —explicó Bane—. Para entender el lado oscuro debes sufrir a través de la adversidad y la lucha.
—No tienes que abandonarme para hacerme sufrir, —contraatacó ella—. Llévame contigo.
—La fuerza del lado oscuro reside en el poder del individuo —le recordó él—. La Fuerza viene de adentro. Debes aprender a esgrimirla por ti misma. Yo no estaré siempre ahí para enseñarte.
—Pero dijiste que siempre habría dos, —insistió Zannah—. ¡Uno para encarnar el poder, el otro para ansiarlo!
Ella aprendía rápido, y Bane estaba contento de ver que ya había almacenado tantas de sus lecciones en su memoria. Pero recitar las palabras no significaba nada si ella no entendía la verdad tras ellas.
—¿Por qué me sigues? —preguntó él, lanzando una pregunta para llevarla por el camino de la sabiduría.
Zannah pensó en su respuesta varios segundos, cuidadosamente considerando todo lo que él ya le había enseñado.
—Para liberar todo mi potencial, —dijo ella al fin—, para aprender los caminos del lado oscuro.
Bane asintió.
—¿Y cuando yo ya no tenga nada que enseñarte? ¿Qué ocurrirá entonces?
Su ceño se frunció en concentración, pero esta vez la respuesta no saldría.
—No lo sé, —admitió finalmente.
Llegará un momento en que tu entrenamiento termine —le dijo él—. Llegará un día en que hayas aprendido todas las lecciones, cuando todo mi conocimiento del lado oscuro será tuyo. En ese día tú me desafiarás por el título de Maestro, y sólo uno de nosotros sobrevivirá al encuentro.
Los ojos de la chica se abrieron como platos. Entonces se encogieron mientras se concentraba intensamente en lo que estaba diciendo.
—Tienes el potencial para sobrepasarme, —continuó él—. Si alcanzas tu potencial dejaré de serte útil. Necesitarás encontrar nuevas fuentes de conocimiento. Tendrás que buscar un nuevo aprendiz para que puedas transmitir los secretos de la Orden Sith a otro.
—Cuando tu poder eclipse al mío me volveré desechable. Esta es la Regla de Dos: un Maestro y un aprendiz. Cuando estés preparada para reclamar el manto de Lord Oscuro para ti misma, debes hacer lo apropiado eliminándome.
—El enfrentamiento es inevitable, —concluyó él—. Es la única forma en la que los Sith pueden sobrevivir. Es el camino del lado oscuro.
Zannah no dijo nada. Por su expresión Bane vio que todavía estaba luchando por comprender por qué su Maestro la entrenaría sabiendo que ella finalmente le traicionaría. Pero no necesitaba entenderlo. No aún. Ahora mismo sólo necesitaba obedecerle.
—Encuentra tu camino hacia Onderon, —le ordenó Bane—. Te encontraré allí en diez días estándar. —Después de que encuentre la tumba de Nadd en Dxun.
—¿Cómo se supone que llegaré allí? —protestó ella.
—Tú eres la elegida, la heredera consagrada del legado de nuestra orden. Encontrarás una forma.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces demostrarás que no eres digna de ser mi sucesora, y buscaré otro aprendiz.
No había más que decir. Bane le dio la espalda y se dirigió a su nave. Zannah apenas le vio irse, sin hablar. Mientras se alejaba caminando, él podía sentir su rabia aumentando, convirtiéndose en un infierno airado de odio mientras él trepaba hasta la cabina de mandos. El calor de su furia le llevó una sonrisa lúgubre a los labios de Bane mientras encendía los motores.
El Valcyn tomó el aire, dejando a Zannah atrás, una diminuta figura en la superficie del planeta mirando a la nave, en pie inmóvil como si hubiera sido tallada en piedra fría, dura.