6

—Todo esto es sólo un malentendido, —insistió el hombre desde dentro de su celda.

—Estáis cometiendo un error, —estuvo de acuerdo la mujer con él.

Johun tomó aliento de forma profunda, entonces lo dejó salir en un suspiro largo, cansado. Había llegado de vuelta al Viento Favorable con sus dos prisioneros cerca de una hora antes. Su solicitud para una audiencia inmediata con Farfalla había sido denegada, mientras el general en funciones había estado preocupado de algún modo con los esfuerzos de limpieza en Ruusan. De modo que Johun había llevado a sus prisioneros bajo la plataforma inferior de la nave insignia y los había puesto en una celda de contención para que esperaran. Sin nada mejor que hacer, decidió tomar asiento en una silla cercana y esperar con ellos.

El joven Jedi estaba ahora arrepintiéndose con fuerza de esa decisión.

—Nunca fuimos parte del ejército de Kaan, —le gritó la mujer desde detrás de las barras de su celda—. Sólo somos granjeros.

—Los granjeros no llevan armadura de batalla ni armas, —dijo Johun, señalando a la esquina de la habitación donde las ropas y el equipo confiscados de los mercenarios habían sido apilados sobre una pequeña mesa.

—Esas cosas no son nuestras —explicó el hombre—. Nosotros… nosotros simplemente las encontramos. Salimos a caminar esta mañana y… llegamos a ese campamento desierto. Vimos todo ese equipo tirado alrededor y, uh, pensamos que sería divertido vestirnos como soldados.

El guardia de la República que estaba vigilando a los prisioneros con Johun ladró una risa ante la patética mentira. Johun simplemente cerró sus ojos y extendió hacia arriba sus manos para frotarse la sien. Antes en Ruusan, los prisioneros habían estado demasiado ansiosos por confesar sus crímenes. Recientes de su encuentro con el Lord Sith sin nombre, habían estado temporalmente asustados. Ahora que estaban a salvo lejos de la superficie del planeta, sin embargo, la realidad sollozante de una sentencia de cinco a diez años en un mundo prisión de la República estaba haciéndoles recular de su anterior testimonio.

—¿Qué hay de los otros? —Preguntó Johun, esperando atraparles en su propia red de mentiras—. Vuestros amigos que murieron en el ataque. ¿Eran granjeros, también?

—Sí, —respondió el hombre, incluso mientras la mujer decía—: En realidad ni siquiera les conocíamos.

—Bien, —preguntó el joven Jedi con frialdad—: ¿Cuál es?

Los dos mercenarios se dieron el uno al otro una larga mirada, amarga, pero fue la mujer la que finalmente respondió.

—Acabábamos de conocerlos esta mañana. En el campamento Sith. Dijeron que eran granjeros como nosotros, pero podrían haber estado mintiendo.

—¿Mintiendo? ¿De verdad? —preguntó Johun sarcásticamente—. Es difícil imaginar por qué nadie haría eso.

El guardia dio otra risa corta.

—Vosotros dos deberíais hacer un tour con esta actuación —dijo él—. Ya sabéis… si sobrevivís a la prisión.

El hombre en la celda parecía a punto de decir algo amargo en respuesta, pero contuvo su lengua cuando su compañera le dio un agudo codazo en las costillas. En ese momento una de las enviadas de Farfalla sacó su cabeza por la habitación.

—El general puede verte ahora, —dijo a Johun.

Johun saltó de su silla para seguirla.

—Hey, dile que nos deje salir de aquí, —gritó el hombre tras él—. ¡No te olvides de nosotros!

Es imposible hacerlo, pensó Johun. Al guardia le dijo:

—Mantenlos vigilados. Y no creas nada de lo que te digan.

La enviada le llevó por un largo y sinuoso trayecto, a través de los varios niveles del Viento Favorable. Las celdas de contención estaban localizadas en las profundidades de más al fondo del gran casco de la nave; se iba a encontrar con Farfalla en la plataforma de mando en la cima. Por el camino pasaron por cientos de caras que Johun reconocía, compañeros Jedi y soldados que habían luchado a su lado durante la campaña. La mayoría le daban un asentimiento corto o un rápido saludo mientras pasaban, demasiado ocupados con sus propios deberes para entablar cualquier tipo de conversación.

También había muchas caras que Johun no reconocía: refugiados de Ruusan. Muchos eran evacuados llevados aquí en la rápida avalancha por escapar de la bomba mental, preparándose para dirigirse de vuelta a la superficie y tratar de reconstruir sus vidas. Otros eran hombres y mujeres cuyos hogares o familias habían sido completamente destruidos por la guerra; para ellos, no había nada para volver salvo recuerdos dolorosos de lo que habían perdido. Farfalla había organizado para aquellas personas que no deseaban volver a Ruusan transportes de vuelta a los Mundos del Núcleo de la República, donde podrían empezar de nuevo lejos de los horrores que habían atestiguado.

Demasiada gente, pensó Johun mientras silenciosamente seguía a su guía. Demasiado sufrimiento. Y todo será por nada si cualquiera de los Sith consigue escapar.

Cuando alcanzaron la plataforma de mando, la enviada le llevó al cuarto personal de Farfalla. Ella golpeó una vez en la puerta cerrada, y una voz del otro lado dijo:

—Entrad.

Ella puso una mano en la consola y la puerta se deslizó para abrirse, entonces ella hizo un gesto con la cabeza a Johun. Él camino hacia delante dentro de la habitación, y escuchó la puerta zumbar al cerrarse tras él.

La habitación era más grande de lo que había esperado, y decorada con el estilo petulante por el que Valenthyne Farfalla era famoso. Una alfombra de colores brillantes carmesí y dorada estaba desplegada en el suelo, y en las paredes colgaban trabajos que no habrían parecido fuera de lugar en las galerías más finas de Alderaan. Al otro lado de la habitación había una cama enorme con dosel, el marco diseñado de la madera de un árbol wroshyr, un regalo de los líderes tribales wookiee en Kashyyyk. Las cubiertas y la almohada estaban tejidas de sedas brillantes amarillas y rojas, y cada uno de los postes enormes de la cama estaba engalanado con un mural pintado a mano representando un evento principal de la vida de Farfalla: su nacimiento real, su aceptación en la Orden Jedi, su ascenso al rango de Maestro, su famoso triunfo sobre las fuerzas Sith en Kashyyyk. El general estaba sentado en un escritorio descomunal en la esquina, revisando informes en un monitor construido en la superficie.

—Me decepcionas, joven Padawan, —dijo él mientras apagaba la pantalla y giraba su asiento para encarar a Johun.

—Siento haberle desobedecido, Maestro Valenthyne, —respondió él.

Farfalla se alzó y cruzó la habitación, sus pies golpeando con suavidad la lujosa alfombra.

—Esa es la última de mis preocupaciones, —dijo él, poniendo una mano pesada en el hombro del joven. Sus ojos estaban hundidos y oscuros, y su expresión normalmente jovial estaba oculta tras una máscara de preocupación y fatiga.

—Irtanna, —dijo Johun, dejando caer su cabeza en vergüenza ante el recuerdo de cómo había utilizado la Fuerza para engañar a la piloto para permitirle unirse a su tripulación.

—Un Jedi no utiliza sus poderes para manipular las mentes de sus amigos. Incluso si tus motivos son puros, es un abuso de tu posición y una traición a la confianza que los otros depositan en nosotros.

—Sé que lo que hice estuvo mal, —admitió Johun—. Y aceptaré cualquier castigo que considere necesario para expiar lo que hice. Pero hay algo más importante de lo que necesitamos hablar primero.

Farfalla miró a los ojos de Johun, entonces dejó caer su mano. El Padawan pensó que vio un destello de decepción cruzar la cara del Maestro mientras lo hacía.

—Sí, por supuesto, —dijo Farfalla, girándose y caminando de vuelta a su escritorio. Extendió la mano hacia abajo y encendió de nuevo el monitor—. El informe de esos prisioneros que has capturado.

—¿Lo ha visto? —preguntó sorprendido Johun.

—Leo todos los informes, —respondió él—. Es la responsabilidad de un líder saber qué están haciendo sus seguidores. Más importante, debe detenerles de tomar decisiones erróneas o apresuradas.

—Todavía no cree que ningún Sith sobreviviera a la bomba mental, —adivinó Johun.

—Carezco de fe en la credibilidad de tus fuentes, —respondió Valenthyne—. Esos mercenarios son, para hablar en claro, la escoria de la galaxia. ¿Cómo sabes que no te están diciendo simplemente lo que quieres escuchar?

—¿Por qué harían eso?

Farfalla se encogió de hombros.

—Quizás piensan que te alzarás por ellos. Les darás mejor trato como prisioneros. Una sentencia menor por sus crímenes. Esa gente son oportunistas. Buscarán cada ventaja que puedan encontrar. Mentir es su segunda naturaleza para ellos.

—No creo que estuvieran mintiendo, Maestro, —dijo Johun agitando su cabeza—. Si los hubiera visto en la superficie… ¡Estaban aterrorizados! Algo terrible les ocurrió.

—Esto es la guerra. Las cosas terrible están a la orden del día.

—¿Qué hay de los detalles de su informe? —Presionó Johun—. ¿El sable láser de hoja roja? ¿El rayo de Fuerza? ¡Esas son las armas del lado oscuro!

—Si eran soldados del ejército de Kaan, estarían bien versados en las herramientas que los Sith utilizan contra sus enemigos. Sería fácil para ellos añadir esos elementos a cualquier historia que quisieran contar.

Apretando su mandíbula en frustración, Johun escupió una dura acusación.

—¡Usted sólo quiere creer que los Sith se han ido para siempre! Es por eso por lo que rechaza ver lo que está justo enfrente de nosotros.

—Y tú quieres creer que los Sith todavía existen, —contraatacó Farfalla, aunque su voz no se hacía eco de la rabia en el desafío del Padawan—. Tú quieres golpear a aquellos que mataron a tu Maestro. Tu deseo por vengarle te ha cegado a los hechos. Si estuvieras pensando con claridad, verías que hay una parte de la historia que pone todo el informe en duda.

Johun parpadeó sorprendido.

—¿Tiene pruebas de que están mintiendo?

—Está justo ahí, en el informe que archivaste, —le informó Farfalla—. Ellos claman que un Lord Oscuro de los Sith masacró a sus amigos. Pero de algún modo sobrevivieron al encuentro. ¿Cómo es eso posible?

—Ellos… ellos escaparon hacia los árboles, —tartamudeó él, sabiendo lo imbéciles que parecían las palabras incluso mientras las decía.

—Eres un Jedi, —le reprendió Farfalla—. Conoces el poder de la Fuerza. ¿Realmente crees que podrían haber escapado de la ira de un Maestro Sith simplemente corriendo al bosque?

Él los habría cazado y masacrado como cerdos zucca, admitió para sí mismo Johun.

—Quizás quería dejarlos vivir por algún motivo —sugirió él, aún sin querer rendir su punto de vista.

—¿Por qué? —Preguntó Farfalla—. Si un Lord Sith hubiera sobrevivido a la bomba mental, ¿por qué dejaría atrás testigos que pudieran exponerle a sus enemigos?

Johun no tenía respuesta para esto. No tenía ningún sentido. Pero de algún modo sabía —lo sabía— que los mercenarios estaban diciendo la verdad.

—Johun, —dijo el general, percibiendo su conflicto interior—. Debes ser completamente honesto contigo mismo. ¿De verdad crees que podemos confiar en estos mercenarios?

Johun volvió a pensar en los prisioneros en la celda y en la interminable sarta de mentiras que salían de sus bocas. Pensó en su propia advertencia al guardia que les vigilaba: No creas nada de lo que te digan. Y Johun finalmente se dio cuenta de qué imbécil había sido.

—No, Maestro Valenthyne. Tiene razón. No se puede confiar en ellos. —Tras un momento añadió—: Me… me gustaría hablar con Irtanna y Bordon cuando vuelvan. Para disculparme por lo que les hice.

—Me alegro de oír que dices eso, Johun —dijo Farfalla con una amplia sonrisa—. Nosotros los Jedi no somos infalibles. Es importante que permanezcamos siendo lo suficientemente humildes como para admitir cuando cometemos un error.

—Desafortunadamente, disculparse en persona no será posible, —continuó él—. He sido convocado a Coruscant para encontrarme con el Canciller Valorum. Desde que obviamente no se puede confiar en que sigas mis instrucciones en mi ausencia, me acompañarás como mi ayudante.

La proclamación había sido enmarcada como un castigo, pero el corazón de Johun saltó ante las palabras. En efecto, el Maestro Valenthyne le estaba ofreciendo tomarle y hacer de mentor para él.

—Yo… gracias, Maestro, —fue todo lo que pudo decir. Sin estar seguro de qué más hacer, dio una corta reverencia.

—Es lo que Hoth habría querido para ti, —dijo Farfalla con suavidad. Entonces, más alto—: Nos iremos en cuanto acabe de hacer los preparativos para que otros tomen el mando de la flota mientras no estoy.

—¿Por qué quiere el Canciller encontrarse con usted con tanta urgencia? —preguntó Johun, de repente curioso.

—Ahora que la Hermandad de la Oscuridad ha sido derrotada, el Senado Galáctico quiere poner fin oficialmente a esta guerra. Hay legislación importante en la mesa que podría cambiar el rostro de la república por siempre. Valorum quiere discutirlo conmigo antes de que el Senado vote.

—¿Y esta legislación afectará a los Jedi también?

—Lo hará, —respondió sombríamente Farfalla—. De formas que ni siquiera puedes empezar a imaginar.

* * *

Los pies de Zannah le escocían. Sus pantorrillas le dolían. Sus muslos le ardían con cada paso. Aún así, de algún modo ignoró el dolor y se presionó para seguir adelante.

Había estado caminando desde que la nave de Darth Bane desapareciera sobre el horizonte, dejándola sola una vez más. Su misión estaba clara: abrirse paso hasta Onderon. Para hacer eso, tenía que encontrar una nave que le sacara de Ruusan. Eso significaba encontrar a otra gente. Pero Zannah no tenía ni idea de dónde podía haber otra gente, y por lo tanto simplemente había escogido una dirección al azar y empezó a caminar.

Era demasiado pequeña para pilotar la moto swoop que Bane había utilizado para llevarles por el paisaje. Al principio eso no había importado: había utilizado sus talentos recién descubiertos en la Fuerza para impulsarse por el camino, corriendo tan rápido que el mundo pasaba junto a ella como un borrón de viento y color. Pero mientras que la Fuerza podía ser infinita, su habilidad para atraerla no lo era. Sus habilidades todavía se estaban desarrollando, y la fatiga había llegado rápido. Había sentido sus pasos disminuir mientras su fuerza menguaba, y aún así ella trató de invocar el poder del lado oscuro de nuevo tocando sus reservas profundas de rabia y odio, su voluntad exhausta sólo podía llamar al más leve destello de una respuesta.

Ahora había quedado reducida a una pequeña chica cansada caminando lenta y pesadamente por el paisaje destrozado por la guerra de Ruusan. Aún así, había rechazado rendirse a la desesperación, en su lugar estaba centrando todas sus energías en poner un pie delante del otro. Era imposible decir cuánto continuó su marcha forzada, cuántas horas o kilómetros resistió, antes de que fuera recompensada con lo que buscaba: la vista de una lanzadera en la distancia.

La esperanza dio nueva vida a sus extremidades cansadas, y consiguió correr torpemente, cojeando hacia el navío. Podía ver gente arremolinándose alrededor del navío: una mujer joven, un hombre mayor, y dos chicos adolescentes. Mientras se acercaba más, la mujer se percató de ella y gritó al resto de sus compañeros.

—¡Bordon! Dile a los chicos que hemos encontrado a alguien que necesita ayuda.

Minutos más tarde, Zannah se encontró a sí misma dentro del contenedor de carga del navío, sentada en una caja de suministros mientras devoraba barras nutritivas de un kit de raciones y las hacía bajar con una copa muy caliente de chav. Uno de los chicos había puesto una gruesa manta sobre sus hombros, y toda la tripulación estaba ahora revoloteando a su alrededor.

—Nunca he visto a alguien tan pequeño comer tanto, —dijo la mujer riéndose.

Ella no parecía venir originalmente de Ruusan. Tenía piel oscura y pelo corto negro, y llevaba un chaleco abultado bajo su chaqueta. Había también una pistola bláster atada a sus caderas, haciendo que Zannah estuviera ciertamente segura de que era un soldado de algún tipo.

—¿Qué esperabas, Irtanna? —dijo el hombre mayor. En contraste con la mujer, él parecía probablemente un nativo de Ruusan. Tenía hombros anchos, piel coriácea, y una barba corta marrón. A Zannah le recordaba a Root, el primo que la había criado cuando era una niña pequeña antes, en su mundo natal de Somov Rit—. La pobre cosita no es más que piel y huesos. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una comida decente, chica?

Zannah agitó su cabeza.

—No lo sé, —dijo ella con la boca llena de comida.

Ella sólo aceptó su ofrecimiento de comida por educación. Desde que llegara a Ruusan había estado viviendo a base de raíces y bayas, su cuerpo constantemente al límite de la inanición. Había estado haciéndolo tanto tiempo que se había acostumbrado a los calambres de un estómago perpetuamente vacío, adaptándose hasta el punto de que apenas era consciente de su hambre. Pero en el momento en que el primer bocado de comida real tocó su lengua, recordó su apetito, y ahora su cuerpo estaba determinado a arreglar semanas de malnutrición.

—¿Dónde están tus padres? —preguntó la mujer llamada Irtanna.

—Están muertos, —respondió Zannah tras un momento de vacilación, acabando con lo que quedaba del kit de raciones. La comida estaba deliciosa; el simple placer físico de comer era una sensación gloriosa. Pero no podía permitirse distraerse por ello ahora mismo. Tenía que ser cuidadosa con lo que le contaba a esta gente.

El hombre se agachó junto a ella, quedando al nivel de sus ojos. Cuando habló, su voz era suave y compasiva.

—¿Tienes otra familia? ¿Hermanos o hermanas? ¿Alguien?

Ella respondió agitando otra vez la cabeza.

—Una huérfana de la guerra, —murmuró triste Irtanna.

—Me llamo Bordon, —le dijo el hombre—. Esta es Irtanna, y estos son mis hijos Tallo y Wend. ¿Cómo te llamas?

Sin querer revelar su verdadero nombre, vaciló por un segundo.

—Soy… Rain, —ofreció finalmente, dándole su mote de la infancia.

—¿Rain? Es un nombre gracioso. Nunca había escuchado uno así antes, —dijo el chico mayor, Tallo. Parecía tener sobre los dieciséis.

—Hay montones de nombres de los que nunca has escuchado, —reprendió Bordon a su hijo agudamente. Entonces, en una voz más suave, preguntó a Zannah—. ¿Estás herida, Rain? ¿O enferma? Tenemos medicinas si las necesitas.

—Estoy bien. Sólo tenía hambre, eso es todo.

—¿Deberíamos llevárnosla con nosotros? —preguntó Irtanna.

Bordon mantuvo sus ojos sobre Zannah mientras respondía.

—Por qué no le preguntamos. Rain, ¿quieres venir con nosotros?

—Tengo que ir a Onderon, —respondió Zannah sin pensar. Tan pronto como las palabras salieron de su boca se arrepintió de ellas.

—¿Onderon? No hay nada en esa roca salvo monstruos y jinetes de bestias, —metió baza Tallo—. Debes ser bastante estúpida si quieres ir allí.

—Silencio, chico —soltó Bordon—. Nunca has salido de Ruusan, ¿así que cómo lo sabes?

—Oigo hablar a la gente, —respondió Tallo—. En los campamentos y esas cosas.

—No puedes creer cada cuento que escuches alrededor de una hoguera, —le recordó su padre—. Ahora llévate a tu hermano e id a esperar enfrente de la nave.

—Vamos, —gruñó Tallo, agarrando a su hermano menor por el brazo.

—¡No es justo! —protestó Wend mientras se lo llevaban—. ¡Yo no he hecho nada!

—¿Por qué quieres ir a Onderon? —preguntó Irtanna una vez que los chicos se fueron—. Es un mundo muy peligroso. No es el tipo de lugar para una chica pequeña sola.

—No estaré sola. Yo… yo tengo familia allí, —mintió Zannah—. Sólo necesito encontrarlos.

Bordon se frotó su mano por el mentón, tirando ligeramente de su barba.

—Puede ser bastante difícil encontrarles en un lugar como Onderon, —dijo él—. ¿Hay alguien más con quien podamos contactar por ti? ¿Un amigo de la familia de Ruusan, quizás?

—Tengo que ir a Onderon, —insistió Zannah.

—Ya veo —dijo el hombre, entonces se levantó y se giró hacia Irtanna—. Nuestra joven invitada parece bastante determinada a salir de este mundo.

—No podemos llevarte a Onderon, —dijo Irtanna—, pero podemos llevarte con nosotros cuando nos marchemos de Ruusan.

—¿Llevarme dónde? —preguntó Zannah, con sospecha.

—Tenemos toda una flota de naves orbitando el planeta, Rain. Estarás a salvo ahí arriba. Encontraremos a alguien que te limpie y te cuide.

—Puedo cuidar de mí misma, —contestó ella desafiante.

—Sí, puedo verlo, —intercedió Bordon—. Pero apuesto a que te sientes sola al hacerlo todo tú sola. —Cuando Zannah no contestó continuó—. Te diré una cosa, está oscureciendo fuera. ¿Por qué no te llevamos con nosotros a la flota por ahora? Entonces mañana podremos averiguar qué hacemos después.

—Si todavía quieres ir a Onderon, veremos si podemos ayudar. Pero si cambias de opinión, quizás podrías quedarte aquí en Ruusan conmigo y mis chicos un tiempo. Al menos hasta que encontremos a tu familia.

La boca de Zannah se abrió ante su oferta.

Bordon extendió un brazo hacia abajo y la golpeó suavemente en el hombro.

—Está bien, —dijo él—. No tienes que contestar ahora mismo. Sólo es algo en lo que pensar.

Consiguiendo un asentimiento ligero, Zannah dejó de comer su comida, su mente todavía tambaleándose.

—Iré a prepararnos para el despegue —dijo Irtanna mientras se iba, dirigiéndose a la parte delantera del navío.

Bordon sonrió de acuerdo, entonces habló a Zannah una vez más.

—Tengo que ir delante a ayudar a Irtanna. Debes quedarte aquí atrás y acabar de comer, ¿vale?

Zannah asintió de nuevo. Había algo reconfortante en la forma en que Bordon le hablaba. Le hacía sentir a salvo e importante al mismo tiempo. Ella le observó desaparecer a través de la puerta que separaba el contenedor de suministros de la cabina de mandos.

—Simplemente vocea si necesitas algo, —le gritó la voz de Bordon de nuevo.

Un minuto más tarde los motores rugieron al encenderse y la lanzadera se elevó en el aire, pero Zannah apenas se dio cuenta. Su cerebro estaba abrumado con las emociones en conflicto. Parte de ella estaba gritando en silencio que no podía simplemente quedarse ahí sentada, tenía que hacer algo ahora. No podía dejar que la llevaran de vuelta a la flota. Había demasiada gente allí. Demasiados Jedi. Alguien seguro que se daría cuenta de sus dones especiales y empezaría a hacer preguntas. Ellos averiguarían sobre Darth Bane, y todo lo que le había prometido —toda la sabiduría y el poder del lado oscuro— se perdería.

Aún así, otra parte de ella quería volver a la flota. Bane le había advertido de que su aprendizaje sería una lucha larga y difícil. Estaba cansada de luchar. Y Bane la había abandonado. Bordon, por otra parte, le había ofrecido su hogar; le había ofrecido dejarle ser parte de su familia. ¿Qué habría de malo en simplemente aceptar su oferta? Bane había dicho que ella era la heredera elegida del legado de los antiguos Sith, ¿pero era eso realmente lo que quería?

Antes de que pudiera llegar a alguna respuesta escuchó un ruido, y miró arriba para ver a Wend, al más joven de los dos hijos de Bordon, saliendo de la cabina de mandos para hablar con ella. Ella supuso que estaba alrededor de los trece, sólo un par de años mayor que ella.

—Papá dice que no tienes ninguna familia, —dijo él a modo de saludo.

Zannah no sabía qué decir, así que sólo asintió.

—¿Murieron en la guerra? —Preguntó Wend—. ¿Los mataron los Sith?

Ella se encogió de hombros, sin querer elaborarlo en caso de que inadvertidamente diera algún detalle que pudiera exponer su fachada.

—Mi madre era una soldado, —le dijo Wend—. Era muy valiente. Fue a luchar contra los Sith cuando vinieron por primera vez a Ruusan.

—¿Qué le ocurrió? —ella sólo hizo la pregunta porque era de esperar y habría sido raro si no la hiciera. Ella no quería hacer nada que atrajera la atención indeseadamente hacia sí misma.

—Ella murió en la Cuarta Batalla de Ruusan. Muerta por los Sith. Papá dice…

—¡Wend! —Llegó la voz de Bordon desde la cabina de mandos—. Vuelve aquí arriba. Deja que Rain tenga algo de paz y tranquilidad.

El chico le dio una sonrisa tímida, entonces se giró y la dejó sola de nuevo con sus pensamientos. Gracias a sus palabras, sin embargo, ella tomó su decisión.

Bordon le había ofrecido acogerla. Le había ofrecido hacerla parte de su familia. Estaba tentándola con una vida simple pero feliz. Pero sus palabras no ofrecían nada excepto promesas vacías. La paz es una mentira.

¿Qué bien eran la familia o amigos si no tenías la fuerza para protegerles? Bordon había perdido a su mujer, y Tallo y Wend habían perdido a su madre. Cuando los Sith llegaron estaban sin poder para salvar a quien más amaban.

Zannah sabía lo que era sentirse sin poder. Sabía cómo era que le quitaran las cosas que más valoraba sobre todo lo demás. Y había jurado que nunca dejaría que ocurriera de nuevo.

Bordon y su familia eran víctimas, esclavos unidos por las cadenas de su propia debilidad. Zannah rechazaba ser más una víctima. Bane había prometido enseñarle los caminos del lado oscuro. Él le mostraría cómo desatar el poder de su interior y liberarse de los grilletes del mundo.

Con poder obtengo victoria. ¡Con victoria mis cadenas se rompen!

El descubrimiento de lo que era —la aceptación de su destino— espoleó a Zannah a entrar en acción. Ella trató de llamar a la Fuerza para que le diera fuerzas, pero todavía estaba demasiado exhausta de sus esfuerzos previos como para usar sus talentos. Impávida, empezó a hurgar en las cajas de suministros en el contenedor de carga, buscando algo que pudiera utilizar para detener a la lanzadera y su tripulación de llevarle al resto de la flota.

Encontró lo que estaba buscando justo cuando Tallo entró en el contenedor, pillándola con las manos en la masa.

—Papá quería que viera si tú… ¡Hey! ¿Qué te crees que estás haciendo?

Zannah envolvió su mano alrededor de la empuñadura del bláster medio segundo antes de que Tallo se lanzara hacia ella, lanzándola al suelo.

—¡Tú kriffida pequeña ladrona! —maldijo el chico ante ella, tratando de clavarla en el suelo y quitarle el arma de su mano. Él superaba en peso a Zannah por treinta kilos, pero ella luchó con una desesperación salvaje que evitó que él tuviera un agarre firme sobre ella mientras luchaban en el suelo.

Atraído por los sonidos de su lucha, Bordon llegó corriendo a la habitación.

—¡Qué demonios está pasando aquí! —gritó él.

En ese instante exacto el bláster descargó. Era imposible decir de quién era el dedo que había estado en el gatillo; Tallo y Zannah estaban ambos agarrando la pistola con ambas manos en un esfuerzo por luchar por su posesión. Pero por maldita suerte o por un destino oscuro, cuando el rayo se disparó el cañón del arma estaba apuntando directamente a Tallo. El impacto dejó un hueco de herida en el centro de su pecho, matándole al instante.

Las manos del hombre joven cayeron muertas y se apartó del bláster. Su cuerpo se volcó hacia delante, anclando las piernas de Zannah bajo su peso. Al otro lado de la habitación los ojos de Bordon se abrieron como platos de horror. Con un grito de angustia se abalanzó hacia delante para ayudar a su hijo.

Al ver al padre del chico que acababa de matar precipitándose hacia ella, Zannah actuó por instinto y disparó el arma de nuevo. El rayo cogió a Bordon justo por encima de la cintura, cortando su grito y haciéndole caer de rodillas. Él dejó salir un bajo gruñido de dolor mientras se apretaba el agujero humeante en su tripa, entonces extendió una mano sangrienta hacia Zannah. Ella gritó de miedo y disgusto y disparó de nuevo, acabando con la vida de Bordon.

—¡Bordon! —llegó la voz de Irtanna por el intercomunicador de a bordo—. ¡He oído disparos de bláster! ¿Qué está ocurriendo ahí atrás?

Moviéndose rápidamente, Zannah se escurrió desde debajo del cuerpo de Tallo y corrió hacia la cabina de mandos. Llegó para encontrar a Wend todavía amarrado al asiento de pasajeros, tratando de girarse para ver qué estaba ocurriendo. Irtanna estaba levantándose de su silla para ir a ayudar a Bordon. Tenía que haber conectado el piloto automático antes de poder levantarse de su asiento, y el retraso le había dado a Zannah los preciosos segundos que necesitaba para tener la ventaja.

—¡Vuelve a sentarte y no te muevas! —gritó Zannah, apuntando con el bláster a Irtanna. Su voz sonaba fina y vacía en los estrechos confines de la cabina de mandos, la voz de una niña en pánico.

Irtanna vaciló, entonces obedeció.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la mujer, su tono cuidadosamente neutral—. ¿Hay alguien herido?

—Traza una ruta hacia Onderon —ordenó Zannah, rechazando responder a la pregunta. Ella apenas podía escucharse a sí misma hablar por encima del golpeteo diáfano de su corazón acelerado.

—Está bien, —dijo Irtanna lentamente, extendiendo el brazo hacia arriba para introducir las coordenadas en la consola de mandos de la nave—. Haré lo que quieres. Sólo cálmate. —El navegador automático tintineó para aceptar el nuevo destino, y la mujer se giró a medias en su asiento para poder ver a la joven chica que la tenía de rehén directamente a los ojos—. Rain, baja el bláster. —Había una confianza fría en sus palabras, y una determinación sombría en su cara.

—No soy Rain, —replicó la chica a través de sus dientes apretados—. ¡Me llamo Zannah!

—Quien sea que seas, —dijo Irtanna, levantándose lentamente—, vas a darme ese bláster.

—¡No te muevas o disparo! —le advirtió Zannah, su voz alzándose de modo estridente. ¿Cómo puede estar tan calmada? Pensó ella, incluso mientras luchaba por ralentizar su propia respiración. Ella era la que tenía el bláster, pero de algún modo sentía como si estuviera perdiendo el control de la situación.

—No, —respondió con calma la mujer joven, dando un único paso hacia ella—. No me dispararás. No eres una asesina.

El recuerdo de los dos Jedi muertos antes en Ruusan pasó por la mente de Zannah, seguido rápidamente por la imagen de Bordon y su hijo tumbados sin vida en el contenedor de carga.

—Sí, lo soy —susurró ella mientras apretaba el gatillo, entonces colapsó en el suelo, una muerte rápida y limpia. Zannah esperó un segundo para confirmar que se había ido, entonces se giró para apuntar el bláster a Wend. Había observado cómo se desarrollaba el encuentro como paralizado, sin siquiera molestarse en quitar la hebilla de su cinturón de seguridad.

—¡No me mates! —rogó él, retorciéndose bajo las ataduras de la silla.

Ella podía percibir realmente el miedo emanando de él. Sentía el calor familiar del lado oscuro encenderse con vida en su interior, respondiendo al apuro de su víctima, alimentándose de su terror. Fluía a través de ella como una ola de fuego líquido, abrasando su culpa e inseguridad y fortaleciendo su resolución.

La mente de Zannah estaba llena con una certeza grande y repentina: el miedo y el dolor eran una parte inevitable de la existencia. Y era mucho mejor infligirlos en otros que sufrirlos ella misma.

—Por favor no dispares, —sollozó Wend, haciendo una última súplica por su vida—. Sólo soy un niño. Como tú.

—Yo no soy una niña —dijo Zannah mientras apretaba el gatillo—. Soy una Sith.