11

—¿Quién es esta? —exigió el hombre en la puerta, mirando a Zannah con sospecha. Era humano, aunque su cara y cabeza afeitada estaba cubierta por tatuajes verdes y morados que hacían difícil captar sus rasgos. Llevaba una camiseta azul claro y unos pantalones azul oscuros. Era más bajo que Kel, pero mucho más grueso por la cintura y el pecho.

—Está conmigo, Paak, —respondió Kel, empujándole a un lado y pasando a través de la puerta, tirando de Zannah con él.

La habitación sin amueblar del otro lado era pequeña y oscura. La música y las risas altas podían ser apenas escuchadas desde la cantina de la planta sobre ellos, pero aquellos reunidos en el sótano hablaban sólo en susurros bajos, conspiratorios. Dentro de la habitación había otros cuatro reunidos en un círculo cerrado: dos hombres jóvenes, más una mujer sólo ligeramente mayor que Zannah, y una mujer chiss de piel azul y ojos rojos.

Paak les siguió sin estar dispuesto a dejar pasar el asunto.

—¡No puedes traerla aquí! —insistió él.

—Ella trabaja en la embajada, —le aseguró Kel, traspasando la falsa historia que Zannah le había ofrecido en su primer encuentro—. Ella puede ayudarnos.

El hombre más pesado agarró a Kel por el codo y giró al twi’lek para encararle.

—¡Tú no tienes que tomar esa decisión! ¡Hetton es nuestro líder, no tú!

—Hetton me puso al mando de esta misión, —le recordó Kel enfadado.

—¡Sólo porque tú ofreciste comprar esos pases falsos para hacernos pasar los guardias de la embajada! —Le respondió Paak—. ¡Él te puso al mando porque necesitaba tus créditos!

—Hetton no necesita los créditos de nadie, —respondió el twi’lek de piel roja con desprecio—. Me puso al mando porque estaba cansado de tratar con matones zafios como tú.

Los labios de Paak se curvaron con un gruñido amenazador, pero Kel ya se había dado la vuelta, despachando a su subordinado. Zannah esperó a ver si el hombre tatuado iba tras Kel, pero sólo agitó su cabeza y volvió atrás a su posición protegiendo la puerta.

Kel marchó sobre los otros, que ampliaron su círculo para acomodarle. Zannah se quedó ligeramente atrás, notando que los otros la trataban con miradas curiosas. Ella les devolvió la mirada, aunque ya estaba bien al tanto de todo lo que necesitaba saber de ellos.

Como Kelad’den eran revolucionarios: jóvenes, idealistas, y patéticos. Fácilmente persuadidos y manipulados por las charlas feroces y la retórica apasionada, habían sido reclutados por el misterioso «Hetton» para unirse al Frente de Liberación Anti-República, uno de cientos de pequeños movimientos separatistas, insignificantes dispersos por la galaxia.

Para un pequeño grupo radical, sin embargo, el FLAR estaba particularmente bien financiado, y la membresía incluía un porcentaje desorbitado de individuos altamente habilidosos y peligrosos. Guerreros de élite como Kel, o seres con un entrenamiento militar avanzado, eran la norma más que la excepción. Por un motivo u otro, habían jurado lealtad a Hetton y a su organización.

Zannah imaginaba que se creían a sí mismos héroes o incluso mártires eventuales para su causa gloriosa. Aún así, ella no sentía nada salvo desdén por ellos. Pese a sus trasfondos marciales, eran poco más que niños sobrecrecidos reunidos en diminutas y oscuras habitaciones, para susurrar planes secretos y tramar insignificantes acciones terroristas contra un gobierno galáctico que ni siquiera sabía que existían.

Incluso Kel no estaba por encima de su desdén. Aún así, ella tenía que admitir que había algo atractivo en él. Permitirle enamorarse de ella no había sido necesario para completar su misión, aún así ella había estado dispuesta —incluso ansiosa— por tener su atención. La atracción iba más allá de su mera apariencia física. Había una energía salvaje en él. Ardía con una arrogancia salvaje; su fuego la envolvía cuando estaban juntos.

Ella sabía que se sentía atraída por su calor en parte, porque su Maestro era siempre tan frío. Bane había servido como su guardián durante diez años; él la había criado y la había protegido y la había entrenado en los caminos de los Sith. Aún así, ella no pensaba en él como una figura paterna. Mientras que no había sido cruel o abusivo, tampoco había mostrado ningún afecto hacia ella, ni una sola traza de empatía o compasión. La valoraba no como una persona sino como su heredera; ella no era sino un mecanismo para continuar el legado de los Sith tras su muerte.

Enclaustrado en su armadura de orbaliskos, Bane apenas era ya humano. La rabia, el odio, el amor, el deseo… no eran nada para él salvo un medio para alimentar su poder. Aún así, Zannah todavía necesitaba sentir. Ansiaba la pasión cruda de las emociones reales. Las codiciaba.

Ella las había encontrado en Kel. Él le había dado la única cosa que su Maestro no podía. Pero ella nunca consideró traicionar o abandonar a Darth Bane. Había visto su comando absoluto de la Fuerza; había saboreado el poder del lado oscuro en él. Él era el Lord Oscuro de los Sith, y Zannah arrancaría un día el manto de sus hombros y lo agarraría para ella misma. Nada —ni las nociones fantásticas, ni la tentación del llenado emocional ni incluso el amor— evitaría que ella reclamara su destino por derecho.

Comparado con esto, Kel y los otros separatistas reunidos en la habitación eran gente diminuta, insignificante, liderando pequeñas vidas, sin sentido. Su único valor era que Bane veía un uso potencial para ellos, y era su deber asegurarse de que lo que fuera que hubieran planeado encajara en el gran diseño de su Maestro.

Kel le había revelado su esquema de intenciones durante una cena romántica: Planeaban secuestrar a oficiales locales menores y retenerlos a cambio de un rescate. Realmente creían que el interés de los medios generado por sus acciones sería el catalizador que uniría a la gente del Borde Exterior para alzarse como uno y derrocar al Senado.

Eran patéticos en su ingenuidad, imbéciles que Zannah había escogido para convertirse en marionetas para su propia misión. Eran herramientas para ser utilizadas y luego descartadas una vez que habían servido para su propósito… y ese propósito era morir para que ella pudiera completar la directiva de su Maestro.

—Mis compañeros patriotas, —empezó Kel, su voz alzándose a modo de orador profesional haciendo una actuación pública—. Estamos unidos en una causa única: la completa y total destrucción de la República. Aún así ¿qué hemos hecho hasta ahora para lograrlo?

—Hablamos de revolución y aún así tenemos miedo de hacer lo que es necesario para hacer que ocurra. Pero eso pronto cambiará. ¡En tres días, forzaremos a la República a levantarse y que se den cuenta de nosotros!

—¿Tres días? —Protestó Cyndra, la chiss—. ¿De qué estás hablando?

—Hetton quiere que golpeemos durante las Celebraciones del Armisticio —añadió Paak—. Atraerá más la atención si actuamos en el aniversario de las Reformas de Ruusan.

—¿Por qué esperar meses cuando la oportunidad perfecta está justo ante nosotros? —preguntó Kel, utilizando los mismos argumentos que Zannah había utilizado para persuadirle—. A nadie le importará el destino de un solo embajador. ¡Debemos encontrar un objetivo que haga que toda la galaxia se levante y se dé cuenta!

—¿Quién? —exigió uno de los jóvenes.

—El Canciller Valorum.

—El mandato del Canciller Valorum terminó hace dos años, —escupió Paak desde la puerta.

—Todavía sirve al Senado como emisario diplomático. Y fueron sus llamadas Políticas de Unificación las que han atraído a tantos mundos de vuelta a la red de influencia de la República. Él es responsable de todo contra lo que luchamos, el símbolo de todo lo que deseamos destruir. Él es el objetivo perfecto.

—¿Cómo llegamos a él? —preguntó Cyndra.

—Ha programado una reunión secreta con los cabeza de las familias nobles más poderosas de Serenno. Creemos que va a intentar persuadirles de dar pasos para acabar con los movimientos separatistas en este mundo, movimientos como el nuestro.

—¿Cómo averiguaste esto? —preguntó la joven.

Kel señaló con la cabeza en dirección a Zannah, sus colas de la cabeza retorciéndose ligeramente. Ella caminó hacia delante y empezó a hablar.

—Me llamo Rainah. Soy una asistente administrativa en la embajada de la República.

Esa era la mentira que había utilizado la primera vez para atraer la atención de Kel, y era una cobertura conveniente para la información que había comprado de uno de los misteriosos contactos clandestinos de Bane…

—Todo está en su lugar, Lord Eddels, —graznó el muun, dando un panel de datos a su Maestro—. Todo lo que necesitará está aquí.

Zannah nunca había visto a un muun antes, y encontraba algo inherentemente desagradable en la apariencia de este. Era lo suficientemente alto como para mirar a Bane a los ojos, pero su cabeza, cuerpo, y extremidades eran largas y delgadas, como si hubieran sido horriblemente estiradas hasta alcanzar su actual longitud. Su piel era pálida, blanca, pastosa, con una sombra desconcertante de una tonalidad rosácea enfermiza. Sus rasgos eran planos, sus ojos y mejillas parecían hundidos, los extremos de su boca se curvaban hacia abajo en un ceño fruncido perpetuo, y no parecía tener nariz. Su cabeza no tenía pelo, y llevaba una túnica apagada, marrón. Parecía extremadamente incómodo bajo los soles gemelos de Tatooine, pero era demasiado profesional como para dar voz a su queja.

Antes, Bane había explicado que este encuentro en los baldíos arenosos del Mar de las Dunas era la culminación de un plan puesto en movimiento cerca de un año antes, poco después de que aterrizaran por primera vez en Ambria. Un plan para el cual ella inadvertidamente había sido el catalizador. Garabateados en la parte trasera de un manuscrito, que ella había descubierto y presentado a su Maestro en el campamento Sith en Ruusan, había habido una larga lista de números crípticos: cuentas anónimas del Clan Bancario InterGaláctico.

Lord Qordis, le dijo Bane, había sido un coleccionista de tesoros raros y caros. Con los años había acumulado una increíble fortuna de la riqueza combinada de la Hermandad de la Oscuridad de Kaan y la había apartado en secreto, recurriendo a ella cuando fuera que comprara otro objeto para alimentar su avaricia. Sin la Hermandad, Bane era el único que quedaba que supiera, y que podía reclamar, esas cuentas. Pero las riquezas materiales no atraían a su Maestro más allá del uso que les podía dar.

—La información es una comodidad. Puede ser intercambiada, vendida, y comprada. Y al final, los créditos son sólo tan valiosos como los secretos que pueden comprar.

Durante el año pasado, Bane había empezado a gastar los créditos. Los oficiales clave administrativos fueron sobornados para ganar acceso a los archivos clasificados. Espías del gobierno y figuras criminales bien conectadas fueron contratados para ser sus agentes. Utilizando su riqueza recién encontrada, cuidadosamente construyó una red de informadores para ser sus ojos y oídos en cientos de mundos diferentes.

Sin embargo, Bane nunca había tenido ningún contacto directo con ninguna de esta gente. Como el último de los Sith, era vital que permaneciera oculto en el anonimato. Todo lo que había logrado había sido a través del uso de un bróker, el muun que ahora se alzaba ante ellos.

—¿Seguiste mis instrucciones exactamente? —preguntó Bane al muun.

—Precisamente, Lord Eddels. Todos los pagos se harán a través de cuentas terciarias, completamente irrastreables hasta la fuente, —le aseguró el muun—. A cambio recibirá envíos regulares y un flujo constante de información legal e ilegal. Cualquier instrucción que desee pasar a sus agentes será entregada a través de servicios de mensajería seguros. Completamente anónimo.

—¿Y nadie más sabe que estoy involucrado?

—Usted es muy consciente de mi reputación —le recordó el muun—. Me enorgullezco de la discreción, es por eso por lo que gente como usted acude a mí, Lord Eddels.

—Entonces nuestros asuntos aquí han concluido.

Mirando brevemente abajo a Zannah, el muun se giró y se abrió paso lentamente por la arena hacia su nave esperándole. La joven observó, ansiosamente anticipando la forma de su muerte. La idea de que su Maestro permitiera al muun abandonar esta reunión con vida nunca entró en su mente. Sólo él conocía la identidad del individuo responsable de crear la red de espías e informadores de la galaxia. Sólo él había visto la cara de Bane.

El muun alcanzó su nave sin ningún incidente y trepó a bordo. Ella continuó observando mientras los motores se encendían y el navío empezaba a subir al cielo. Cuando desapareció más allá del horizonte sin daños, ella se giró hacia su Maestro incrédula,

—¿Le ha dejado vivir?

—Todavía nos es valioso —respondió Bane.

—¡Pero le ha visto! ¡Sabe quién es!

—Él sabe sólo tanto como necesitaba saber: un hombre rico que utiliza el nombre de Lord Eddels le contrató para construir una red de información anónima. No tiene conocimiento de quién soy realmente o de cuál es mi verdadero propósito. Y no tiene conocimiento de dónde o cómo encontrarme a no ser que yo contacte con él con una localización para otro encuentro.

Zannah recordó una historia que su Maestro había compartido con ella una vez sobre un sanador en Ambria llamado Caleb. Bane, casi muerto, había ido al sanador y le había ordenado al hombre ayudarle. Pero Caleb, percibiendo el poder del lado oscuro en su Maestro, se había negado. Finalmente Bane había obtenido la obediencia de Caleb amenazando la vida de su hija. Una vez que el Lord Oscuro fue sanado, no había tomado ninguna acción contra el hombre que se había atrevido a desafiarle. El sanador tenía poder, y su Maestro sabía que el valor de dejarlo con vida sobrepasaba los riesgos —y el insignificante placer— de terminar con su vida.

—No hay propósito en su muerte, —murmuró Zannah, mordiendo su labio pensativa…

—Rainah puede proveernos de las horas y posiciones exactas del programa del Canciller Valorum —explicó Kel al resto del pequeño grupo—. Cuando su lanzadera toque tierra, estaremos ahí esperándole.

—Tendrá guardias, —advirtió Paak.

—Sólo su equipo de seguridad personal, —dijo Zannah—. Cualquier otra cosa atraería atención indeseada.

—Quiere mantener su llegada aquí en secreto, —añadió Kel—. El Senado rehúsa admitir oficialmente que los movimientos separatistas siquiera existen, así que su misión ha sido clasificada como una visita personal.

—Tres días es demasiado pronto, —objetó Cyndra—. Necesitamos más tiempo para prepararnos.

—Todo lo que necesitamos está justo aquí —respondió Kel—. Tenemos las armas, y estamos entrenados para utilizarlas. Sabemos dónde y cuándo llegará el Canciller. ¿Qué más hace falta?

—Una orden de Hetton, —murmuró Paak.

Kel se giró hacia él enfadado.

—¿De verdad necesitamos el permiso de Hetton? ¿Somos niños? ¿Somos incapaces de actuar por nuestra cuenta?

—Él es nuestro líder, —murmuró Paak hoscamente—. Él nos dice qué hacer.

—Al igual que lo hace el Senado de la República, —metió baza Zannah—. ¿No es aquello contra lo que estáis luchando? La obediencia a un maestro, cualquier maestro, es todavía esclavitud.

Ella dijo las palabras con total convicción aun cuando ella no las creía. Al mismo tiempo, ella se extendió con la Fuerza para tocar las mentes de todos en la habitación. Era posible utilizar el lado oscuro para dominar la voluntad de otros, pero eso no serviría a su propósito aquí. Los efectos de la dominación mental empezarían a desvanecerse tras un par de horas. Para cuando el Canciller Valorum llegara, cualquier influencia directa que ella ejerciera sobre Kel y sus amigos se habría ido por completo.

Zannah prefería una aproximación más sutil y artera. En lugar de utilizar la Fuerza para doblegarlos a su voluntad, estaba sutilmente apelando a su psique colectiva, empujando a sus patrones de pensamiento para hacerlos más emocionales, más agresivos. Por sí mismo el proceso era inútil, pero combinado con palabras persuasivas para revolver aún más la sangre, los efectos podían ser más poderosos —y más permanentes— que la fuerza bruta de un simple control mental.

Sin embargo, las palabras no podían salir de ella. Ella era una extraña aquí; ellos no confiaban en ella. Sus instintos naturales serían rechazar sus argumentos; en su estado hiperagresivo artificialmente inducido rápidamente se volverían en su contra. Necesitaban ser convencidos por alguien que ellos conocieran. Alguien como Kel.

—Decís que queréis independencia, —les dijo el atractivo twi’lek—. Decís que lucharéis por vuestra libertad. Aún así, cuando os ofrezco esta oportunidad, queréis escabulliros como una perra kath expulsada de su manada.

—Deberíamos esperar a las Celebraciones del Armisticio, —insistió Cyndra—. Necesitamos ceñirnos al plan original.

—Un plan no es nada hasta que se entra en acción, —respondió Kel—. Hablamos sobre qué haremos en el futuro, pero cuando las Celebraciones del Armisticio lleguen, ¿cuán fácilmente será encontrar otra excusa para esperar una vez más?

—Las reuniones clandestinas no traerán el cambio a la galaxia. Sólo los planes no harán que el Senado tiemble o llevarán a la República de rodillas. Debemos ponernos en acción, ¡y el momento para la acción es ahora!

Zannah reconoció sus palabras siendo pronunciadas con la voz de Kel. Ella le había alimentado con ellas durante semanas de conversaciones íntimas, plantando las semillas de las ideas, entonces observándolas crecer. Ahora él decía las palabras con pasión y fuego, entregándolas como si realmente creyera que eran suyas.

Bane estaría complacido. Esto era el verdadero poder: retorcer a otro hacia tu propósito, y aún así hacer que crea que está al mando. Kel era su marioneta, pero su orgullo y ego le habían cegado a las cuerdas que ella utilizaba para hacerle bailar.

—Nos alzamos en el precipicio de un evento crucial, —continuó él—. En tres días golpearemos un gran golpe contra los tiranos de la República, ¡el primer paso de nuestra larga y gloriosa marcha hacia la independencia y la auténtica libertad!

Un ánimo espontáneo de asentimiento se alzó desde la habitación, y Zannah sabía que Kel se los había ganado. Sólo Paak y Cyndra mostraban alguna señal de reluctancia, pero mientras el resto del grupo empezaba a trabajar en los detalles del plan para capturar al Canciller Valorum, incluso ellos pusieron de lado sus vacilaciones.

El encuentro duró largo durante la noche, y cuando se acabó, ella y Kel volvieron al pequeño apartamento que ella había alquilado como parte de su historia encubierta.

—Estuviste magnífico esta noche, —suspiró ella.

—Esta es la última vez que puedo verte hasta que todo esto se acabe, —le advirtió Kel—. Los otros cuentan conmigo. No puedo tener ninguna distracción.

Como respuesta ella extendió el brazo y agarró su muñeca, entonces tiró de él bien cerca en un abrazo cerrado.

Él se fue a la mañana siguiente. Zannah le besó para decirle adiós y volvió a dormir. Más tarde, rodó fuera de la cama y empezó a recoger sus cosas. Su misión aquí había acabado; sabía que nunca volvería a ver a Kel con vida. Era hora de volver a Ambria.

* * *

El campamento estaba en ruinas. Las tiendas estaban volcadas, sus toldos destrozados y rasgados. Cajas de madera de suministros habían sido aplastadas en serrín y astillas, sus contenidos arrojados y dispersos en el viento. Células de combustible de cien kilogramos estaban desparramadas por el campamento, algunas lanzadas a cincuenta metros de donde habían estado almacenadas.

El suelo estaba amontonado de escombros y dañado por docenas de marcas de combustión negras aún incandescentes que Zannah reconoció como los restos de una terrible tormenta de rayos antinaturales. El aire aún crujía con el poder y la energía del lado oscuro que la hacía temblar de miedo y anticipación.

Era suficientemente fácil adivinar qué había ocurrido. Bane había fracasado una vez más en su intento de crear un Holocrón, entonces en una ira ciega desgarró el mundo a su alrededor con todo el poder de la Fuerza.

Si ella hubiera estado ahí cuando ocurrió, se preguntaba Zannah, ¿podría haberlo detenido? ¿Habría sido capaz siquiera de sobrevivir?

Vio a Bane sentado al otro extremo del campamento de espaldas a ella mientras miraba al horizonte, meditando en su fracaso. Se giró para encararla mientras se aproximaba, levantándose hasta sus dos metros de altura de forma que se alzaba sobre ella. Sus ropas habían sido desgarradas y quemadas, revelando la visión completa de la infestación de los orbaliskos. Cientos de las criaturas enganchadas a él; excepto por su cara y manos, su cuerpo estaba ahora completamente cubierto. Parecía como si estuviera llevando un traje de armadura diseñado a partir de los caparazones duros, oblongos de crustáceos muertos. Aún así, ella sabía que debajo de los caparazones, los parásitos aún estaban vivos, alimentándose de él.

Bane clamaba que los orbaliskos aumentaban su poder, dándole una fuerza y habilidades de curación antinaturales. Aún así, atestiguando el resultado de su fracaso con el Holocrón, Zannah se preguntaba a qué coste llegaban esas habilidades. ¿De qué utilidad era un mayor poder si no podía ser controlado?

Para su alivio la furia parecía haber pasado, y Zannah sabía que era mejor no preguntarle sobre ello. En su lugar ofreció noticias de su misión.

—Está hecho. Cuando la lanzadera del Canciller Valorum aterrice, Kel y sus seguidores estarán esperándole.

—Lo has hecho bien, —respondió Bane.

Como siempre, ella sintió un arrebato de orgullo y logro ante los halagos de su Maestro. Pero su satisfacción estaba atemperada por los recuerdos de Kel, y el saber que lo había perdido para siempre.

—¿Hay alguna posibilidad de que tengan éxito? —preguntó ella.

—No, —dijo Bane tras un momento de consideración.

—¿Entonces qué propósito sirven? —Exigió ella, finalmente cediendo en su frustración—. ¡No entiendo por qué me manda a misiones como esta! ¡Por qué malgastar todo este tiempo y esfuerzo si sabemos que van a fracasar!

—No necesitan tener éxito para sernos valiosos —respondió Bane—. Los separatistas son sólo una distracción. Ellos atraen la atención del Senado, y ciegan los ojos del Consejo Jedi.

—¿Los ciega?

—Los Jedi se han rendido a la voluntad del Senado. Se han dejado hundirse en la ciénaga de la política y la burocracia. La República busca un gobierno único, unificado, para mantener la paz a través de la galaxia, y los Jedi han sido reducidos a poco más que una herramienta para lograr que ocurra.

—Cada vez que los radicales golpean contra la República, el Consejo Jedi es llamado a tomar acción. Los recursos son malgastados en sofocar rebeliones y alzamientos, manteniendo su concentración lejos de nosotros.

—¿Pero por qué fracasan siempre los separatistas? —Preguntó Zannah—. ¡Podríamos ayudarlos a tener éxito sin arriesgarnos a exponernos!

—Si tienen éxito, ganarán apoyo, —explicó Bane—. Su poder e influencia crecerá. Se volverán más difíciles de manipular y controlar. Es posible que puedan incluso volverse lo suficientemente fuertes como para hacer caer a la propia República.

—¿Eso no es algo bueno? —preguntó Zannah.

—La República mantiene a los Jedi a raya. Mantiene el control e impone orden en miles de mundos. Pero si la República cae, una veintena de nuevos gobiernos interestelares y organizaciones galácticas se alzará. Es mucho más fácil manipular y controlar un único enemigo que veinte.

—Es por eso por lo que debemos buscar grupos separatistas radicales, identificar los que tienen el potencial de convertirse en auténticas amenazas, entonces alentarlos a golpear antes de que estén preparados. Debemos explotarlos, enfrentarlos a la República. Debemos dejar que nuestros enemigos se debiliten el uno al otro mientras permanecemos ocultos y nos volvemos fuertes.

—Un día la República caerá y los Jedi serán borrados del mapa, —le aseguró él—. Pero eso no ocurrirá hasta que estemos preparados para tomar ese poder para nosotros mismos.

Zannah asintió, aunque su mente estaba retrocediendo mientras trataba de comprender la verdadera complejidad de las maquinaciones políticas intrincadas y enrevesadas de su Maestro. Ella recordó todas sus misiones pasadas, tratando de ver cómo cada uno jugaba una parte en sus planes.

—Nunca has cuestionado tus misiones antes, —percibió Bane. No sonaba enfadado, sino más bien curioso.

Ella no quería decirle sobre Kel. Incluso aunque ella había cumplido con todo lo que Bane había exigido de ella, sabía que vería sus sentimientos por el twi’lek como una señal de debilidad.

—Incluso si no entiendo el propósito detrás de mis misiones, nunca tuve motivos para dudar de su sabiduría, Maestro —respondió ella, dándose cuenta de que podía convertir su pregunta en su ventaja.

—¿Aún así dudas de mí ahora?

Ella dio una mirada larga, lenta alrededor, dejando que sus ojos se entretuvieran en los restos del campamento que les rodeaba.

—Nunca le he visto perder el control de su poder así antes, —susurró ella, envolviendo su mentira en un manto de verdad—. Temí que los orbaliskos pudieran estar perjudicando su juicio. Temí que finalmente le hubieran vuelto loco.

Bane no contestó de inmediato, y cuando lo hizo su voz fue corta y arisca.

—Yo controlo a los orbaliskos. Ellos no me controlan a mí.

—Por supuesto, Maestro, —se disculpó ella. Pero sabía por su reacción que había plantado con éxito la semilla de la duda. Intentar manipular a su Maestro era un juego peligroso, pero era un riesgo que tenía que correr. Si los orbaliskos le llevaban a otra cólera, podría matarla. Convencer a Bane de buscar alguna forma de librarse de la infestación era un asunto de autoconservación.

—Limpia el campamento, —ordenó Bane—. Entonces dirígete de vuelta a Serenno. Necesitamos más suministros.

Ella asintió con una reverencia y empezó a reunir los escombros mientras Bane terminaba sus meditaciones. Mientras lentamente restauraba cierta similitud de orden a su campamento, Zannah empezó a ver que las dudas que había plantado en la mente de Bane podían tener otro beneficio valioso, a largo plazo.

Era inevitable que ella un día le desafiara por el título de Maestro Sith, pero Bane era increíblemente fuerte, tanto físicamente como en la Fuerza. Enclaustrado en un traje de armadura viviente que aumentaba sus poderes y le protegía de virtualmente todas las armas conocidas, era casi invencible.

Convencer a Bane de quitarse su capa de orbaliskos, se dio cuenta Zannah, podría ser la única esperanza real que tuviera ella de derrotarle y lograr su destino.