20
Traducido por Val_17
Corregido por Aimetz
Vine a este mundo cubierta de la sangre de otra persona y gritando. No tengo miedo de dejarlo de la misma manera.
(Camiseta)
No.
Esto no iba a suceder.
Todavía tenía un montón de mierda por hacer.
Recogí las pocas fuerzas que tenía, dejé que se arremolinaran y construyeran dentro de mí, luego lo envié para tragar el calor como un dragón. Absorbí el fuego, lo respiré, me deleité mientras empapaba cada centímetro de mi cuerpo. Tan rápido como el fuego se había encendido, se extinguió mucho más rápido. Pensé esperando la reacción de Tidwell, observando para ver si su expresión era más de sorpresa o rabia asesina. Pero supuse que mientras yo estuviera aquí, terminaría el trabajo que había empezado. Me extendí de algún lugar profundo, agarré ambos lados de su cabeza, y retorcí. Su cuello chasqueó antes de que se diera cuenta que había extinguido el fuego, y se dejó caer con fuerza, su cara chocando contra la vía del tren y rebotando hasta que se asentó en un montón de carne sin vida y sangre.
Esto haría dos hombres que había matado. Dos hombres que envié al infierno. El padre de Reyes estaría orgulloso.
Faith saltó hacia adelante y envolvió sus pequeños brazos alrededor de mi cuello. Casi me reí, pero la carne y la sangre había vuelto, y el dolor había penetrado hasta el último rincón de mi cuerpo. Y mis pantalones descendían.
Pero mi corazón latía. Mi sangre latía. Sin lugar a dudas, estaba viva. Luego por la tarde, me golpeó. Nunca había estado tan cerca de la muerte, bueno, de mi, antes. Mis ojos ardían por la emoción y la gasolina, y enterré mi cara en el enmarañado y embarrado cabello de Faith. Pero todavía estaba atada y las ataduras cortaban mis muñecas. Si no lo conociera mejor, habría jurado que utilizó algún tipo de cable de acero. Así que ahí me quedé, media desnuda y atada. Podía romper el cuello de un hombre, pero no podía desatarme.
No me atreví a convocar a Angel, si eso todavía fuera posible. Siempre quiso verme desnuda, pero no así. Verme así le molestaría durante mucho tiempo. Y tampoco quería convocar a Reyes. Ni siquiera sabía si podía. Ciertamente no quería a Cookie o Gemma aquí. Nunca lo superarían. No, el único que podía dejar que me viera de esta manera era al tío Bob. Teníamos un acuerdo, y él sería capaz de vivir viéndome así de una manera en que los otros no podrían. Entendía los peligros del trabajo. Vivía con ese conocimiento cada día.
Sentí la sensación de mi teléfono en mi bolsillo delantero, más que un poco sorprendida de que Tidwell no lo hubiera tomado. Con Faith aferrándose a mi cuello, torcí mis manos atadas, tirando de un brazo sobre mi espalda como una contorsionista, hasta que pude recogerlo. Mi hombro dislocado protestó. El dolor me recorrió hasta que casi grité, pero lo bloqué, el teléfono con el pulgar y el dedo índice y tiré. Mirando por encima de mi cadera, apenas podía ver más allá de Peligro y Will. Lo sostuve cuidadosamente en mis manos temblorosas, asustada de dejarlo caer en los rieles del ferrocarril a la carretera de abajo. Entonces, giré mi cabeza hasta que pude ver la pantalla. Estaba rota, pero el teléfono aún parecía funcionar. Faith se sentó de nuevo, manteniendo el equilibrio sobre sus dedos de los pies, como le gustaba hacer, y mantuvo una mano sobre mi cabeza como para hacerme saber que seguía allí.
El mundo se había desacelerado, pero la vista aún era borrosa, mi posición seguía siendo lo suficiente retorcida como para hacer difícil encontrar al tío Bob en mis contactos. En una escala de uno a “por el amor de dios esto es difícil,” le daría un doce. Me desplacé en lo que parecía las T y encontré su nombre al final. Luego, después de tratar de limpiar mis ojos con mi apenas camiseta, presioné su número, dejé caer el teléfono sobre un riel, y me moví cuando pude oírlo.
—Charley —dijo cuando finalmente estuve en posición—, ¿me marcaste sin querer otra vez?
Su voz provocó que una oleada de alivio se precipitara sobre mí. —Tío Bob —dije, mi voz quebrada y débil.
—Charley, ¿dónde estás? —Ahora se encontraba en estado de alerta, pero comencé a llorar.
Apoyé la cabeza contra el riel de metal y dije—: Necesito… —Mi voz se quebró, y me tomó un segundo recuperarme—. Necesito que vengas a buscarme.
—Estoy en camino. ¿Dónde estás, calabacita?
—En el puente —dije, mi aliento capturado en mi pecho—. Pero sólo tú, ¿de acuerdo? Ven solo.
Faith acariciaba mi pelo mientras trataba de permanecer consciente, los vapores del gas poniéndome aún más mareada.
—¿Estás herida? —preguntó, y lo oí encender el motor en el fondo.
—Maté a un hombre —contesté, justo antes de caer en la oscuridad.
Durante los siguientes veinte minutos, me desperté a intervalos. Este tenía que ser el camino menos recorrido de todo Nuevo México. Podía ver entre los rieles, pero el único coche que vi pasar por debajo de mí fue un Pinto rojo descolorido con un gallinero en la parte superior. Las otras veces me desperté con el sonido de los grillos o las alas de las aves rozándose por encima.
—¡Charley, háblame!
Parpadeé, traté de aclarar mi mente. Tío Bob todavía se encontraba en el teléfono, gritándome. —Está bien.
—Llamé a un coche patrulla para encontrarme allí.
La vergüenza me consumió tan rápido como las llamas. Mis pantalones estaban abajo. Eso era todo en lo que podía pensar. Mis pantalones abajo. —Sólo tú —dije otra vez, suplicándole.
—Llegaré primero. Lo que sea que pasó, nos ocuparemos de ello juntos. Pero necesito saber, ¿tengo que llamar a una ambulancia?
—No. Estoy bien.
—Casi estoy ahí. Puedo ver el puente. ¿Puedes ver mis luces?
Me di la vuelta y casi grité de dolor. —Sí —dije.
—¿Qué? Charley, ¿dónde estás?
Tuve que soportar otra tirada para llegar de nuevo al teléfono. —Estoy aquí. Puedo ver las luces delanteras.
—Camioneta negra GMC —dijo, recordando mí encuentro anterior con el mismo auto exacto—. ¿Dónde estás? —Se había deslizado a una parada y estaba corriendo ahora.
—Estoy en el puente.
Su siguiente palabra fue sólo un susurro. —Charley —dijo. Tomó un momento, pero sus pasos se reiniciaron.
Y la vergüenza me envolvió de nuevo. Faith había tomado posesión de su cargo en el refuerzo mientras tío Bob corría hacia mí, con su arma. Primero comprobó el pulso de Tidwell. Al no encontrar ninguno, enfundó el arma y se arrodilló a mi lado.
—Dios mío, cariño, ¿qué te hizo?
—Estaba realmente loco.
Luchó por conseguir deshacer las ataduras. Luces brillaban en la distancia. El coche patrulla se acercaba.
—Por favor, date prisa —dije, la mortificación asentándose.
—Lo tengo. —Sacó el alambre de metal de mis muñecas y me ayudó a ponerme de pie para que pudiera subirme los pantalones. También tenía que ayudarme con eso, con cuidado puso mi ropa interior en su lugar, luego mis pantalones mientras calientes lágrimas de humillación se deslizaban por mi cara. —Tu espalda —dijo, pero negué con la cabeza.
—Mi hombro duele más.
—¿Por qué hueles a gasolina? —Pero vio el soplete casi en el momento en que lo dijo. Un grito ahogado se le escapó al darse cuenta lo que estaba viendo.
—Está dislocado. ¿Lo puedes arreglar?
—¿Qué? No, cariño.
—Por favor —dije mientras la patrulla se detenía al lado de la camioneta del tío Bob—. Vi que se lo hiciste a ese otro policía una vez. Sé que sabes cómo.
—Cariño, no tienes idea de qué tipo de daño te has hecho.
—Por favor.
—Está bien, apóyate en la barandilla.
—¿Detective? —dijo el policía por debajo de nosotros. No lo conocía.
—Aquí arriba, oficial. Necesito que consigas al médico forense aquí, así como a algunos de tus amigos más cercanos.
—Sí, señor —dijo. Enfocó su linterna en mí—. ¿Debería llamar a una ambulancia?
—Vamos a necesitar una, sí, después de que el médico forense salga de aquí.
—¿Qué hay de ella?
—No —susurré—. Estoy bien. Sólo quiero ir a casa.
—Estamos bien. Sólo consigue al forense.
—Sí, señor.
—¿Estás lista? —preguntó.
—Sí.
—Está bien, vamos a tomar esto suave y despacio. Sólo relájate.
Tomó mi brazo, lo giró hacia fuera, luego tiró lentamente hasta que mi hombro apareció nuevamente en su lugar. Un espasmo agudo se disparó a través de mí, y luego alivio. Fue instantáneo, pero con ese dolor fuera, el que se encontraba en mi pierna se magnificó.
—Bien, ahora mis tobillos.
Puso su chaqueta sobre mis hombros, luego me llevó de nuevo al suelo y se arrodilló frente a mí. Le tomó más tiempo conseguir quitar el grueso alambre de mis tobillos, y todavía estaba mareada, así que me aferré a una barandilla mientras él trabajaba.
—Charley, él… —Pasó la mano por su cara, y luego sostuvo mi barbilla—. ¿Te violó?
Me sorprendió un poco que este detective experimentado utilizara ese lenguaje arcaico para un acto tan atroz. —No —dije, mi aliento atrapado—. Lo intentó, pero no llegó muy lejos.
Tío Bob soltó una lenta respiración. —Charley, ¿qué demonios?
Pero había tenido suficiente de ser la dura Charley. La dura Charley se iba de vacaciones. Estaba dispuesta a ser la niña que él había enseñado a andar en bicicleta. La que llevó a pescar todos los veranos. A la que le había enseñado sobre sexo, pero eso no era realmente su culpa. Había allanado su escondite porno cuando tenía diez años. Me lancé hacia adelante y envolví mis brazos alrededor de su cuello. Acunó mi cabeza, probablemente asustado de que estuviera herida, y la sostuvo como si su vida dependiera de ello.
—¿Señor? —dijo el oficial. Había subido al puente y nos estaba esperando—. El forense estará en un par de horas, pero la ambulancia está en camino. ¿Puedo traerle algo?
—No. Gracias, oficial. Si pudieras cerrar esta área, te lo agradecería.
—Sí, señor.
Bajó su mirada hacia mí. —Esto puede doler —dijo, con una expresión llena de pesar.
—Está bien. —Mantuve mis brazos envueltos alrededor de su cuello.
Tan suavemente como pudo, el tío Bob me levantó en sus brazos y me llevó hasta su camioneta. El oficial se apresuró a ayudarnos y nos asistió maniobrando por la empinada pendiente carretera abajo.
—¿Está rota tu pierna? —preguntó después de que me instaló en el asiento del pasajero.
—No lo sé. Duele. Pero quiero ir a casa.
—Bien, después que el médico te compruebe. ¿Quién era ese tipo?
—El chico en el bar de la otra noche. El que le dio un codazo a Cookie. Chocó contra mí —dije mientras mis párpados se cerraban—. Iba a matar a su esposa.
El resto de la noche fue un borrón. Tío Bob quería llamar a Cookie, pero me negué a que la despertara. Ella estaría lívida mañana, pero lo superaría. Siempre lo hacía. El médico seguía insistiendo en que fuera al hospital, pero me negué, incluso cuando el tío Bob amenazó con arrestarme. Tenía que recordarle que yo no era como las otras chicas en el parque. Sanaría en cuestión de días. Él quería radiografías de la pierna, pero tenía la sensación de que si realmente estuviera rota, no podría haber puesto mi peso sobre ella. Así que tomó fotos de mi espalda y otras lesiones para su declaración, y luego me llevó a casa.
El tipo incluso me llevó por dos tramos de escaleras.
Probablemente tendría que dejar de darle momentos difíciles por un tiempo. Tal vez un día o dos. Cuando le pregunté sobre Misery, negó con la cabeza. Mi Misery. ¿Qué haría yo sin ella?
Así, golpeada y despojada, me acurruqué en mi cama con una Faith muy preocupada por debajo y un Reyes muy enojado sentado en el suelo a su lado, con la espalda apoyada contra la pared, las piernas encogidas, brazos tirados sobre sus rodillas, y sus ojos mirando cada movimiento que hacía. Cada aliento que tomaba. Nos había escuchado llegar y estuvo en mi puerta en un instante. Miró a Ubie, pero mi tío, siendo el hombre valiente que era, no le importó. Parecía aliviado de tener a alguien vigilándome, ya que insistí en que fuera a casa y descansara un poco.
Y aunque quería una ducha más de lo que quería mi próxima taza de café, simplemente no pude manejarlo. No tenía la energía. Y tenía miedo de que doliera. Así que mañana mis sábanas olerían a gasolina a pesar de que la mayor parte se había quemado, y toda la habitación tendría un chamuscado y crujiente aroma por eso.
Podía sentir la ira de Reyes, una rabia al rojo vivo que hervía a fuego lento justo bajo su superficie de acero. Probablemente quería romper la columna vertebral de Tidwell. Ciertamente tenía mi permiso, no es que le hiciera algún bien. Por otra parte, envió a Garrett al infierno y luego lo tiró de vuelta. ¿Cuán lejos llegaban sus poderes?
Pero eso no fue lo que soñé cuando me dormí. Soñé con fuego. Soñé con Kim y su reciente afición. Soñé con Tidwell y su firmeza en quemarme viva. Y soñé con el hombre que estaba sentado a mi lado. Su fuego. Las llamas en que había sido forjado. ¿Qué tan calientes tendrían que haber sido para crear a un ser tan espectacular? ¿Cuán brillante esa chispa inicial?
Y luego, se encontraba el fuego que había consumido. Que absorbí. Me bañé en él. Respiré y tragué.
Yo era un dragón. Fuerte. Tenaz. Letal.
Aun así, el hijo de puta trató de violarme.
Tenía que admitir que era un poco difícil de superar, incluso en mis sueños. Pero lo sentí allí, rondando en las sombras. Reyes. Vigilándome incluso en el turbulento terreno de mi mente inconsciente.
Cuando abrí los ojos, su mirada no había vacilado. Y mi pelo posiblemente no se veía bien. Pero había algo más. Pude ver la oscuridad que lo rodeaba. Giraba como una tormenta que se avecinaba, construyéndose y girando. Pero en el centro de eso, donde Reyes se sentó, se prendió un fuego azul que lamió su piel como las tenues serpientes cerúleas.
—No deberías mirarme desde ese lugar —dijo.
Traté de sentarme, pero no podía manejarlo. —¿De qué lugar?
—Del terreno en el que estás ahora. Verás cosas que probablemente no deberías.
—¿Cómo estoy en otro terreno? Estoy justo aquí.
—Estás en un portal. Puedes estar en cualquier terreno que elijas en cualquier momento y estar en ambos al mismo tiempo. Deberías dejarlo ahora.
—Consumí un fuego esta noche.
—Sí, puedes hacer eso —dijo. Apoyó la cabeza contra la pared—. Y yo estoy hecho de fuego.
Podía ver eso ahora. De oscuridad y fuego.
—¿Es así como me matarás? —preguntó. Una chispa de sorpresa se precipitó sobre mí—. ¿Consumiéndome? —continuó—. ¿Extinguirás mi fuego con una respiración? ¿Asfixiándome?
—Nunca te mataría. ¿Por qué dirías eso?
Una triste sonrisa se deslizó por su imposiblemente hermoso rostro. —Te dije hace mucho tiempo que serías mi muerte. Seguramente sabes eso ahora.
¿Conocía la premonición de Rocket?
Reflexioné preguntarle sobre ello, pero otro movimiento atrajo mi atención a una mujer de pie junto a mí. Rubia. Sucia. Pero de pie. No enroscada sobre sí misma o meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Era hermosa. Afroamericana con el cabello largo que había sido blanqueado para que coincidiera con el paisaje de White Sands. Me sonrió mientras otra aparecía a su lado. Luego otra y otra mientras las veintisiete víctimas de Saul Ussery se pusieron al lado de mi cama. Me rodearon, sus encantadores rostros llenos de calidez.
Me sentí mal de que su primera impresión de mí fuera una pila temblorosa de lesiones.
Uno de ellas dio un paso más cerca. La mujer afroamericana que sonrió. Pude ver la pintura roja salpicada en las puntas de sus uñas. Entonces, sentí algo. A ella. Su esencia. Avanzó y cruzó, y en ese instante vi a su hermano rociándole agua con una manguera frente al chico que le gustaba en la primaria. Vi su decimosexto pastel de cumpleaños y el vestido verde menta que llevaba en la fiesta que sus padres hicieron en su honor. Vi nacer a su primer hijo. Un chico llamado Rudy. Y vi su agradecimiento por lo que había hecho. Había atrapado al hombre que robó todo de ella, y estaba agradecida.
Y Renee, su nombre era Renee, me dejó algo en la despedida. Como hizo la siguiente.
Parpadeé el pasado mareo que aun sentía y miré. Otra mujer se acercó a mi lado, extendió un pie, y se dejó caer como si estuviera caminando por el borde de un trampolín. Cayó a través de mí, Blaire era su nombre, y la vi teñir camisetas en el campamento de verano, montando caballos en la granja de su abuelo, y besando a un chico llamado Harold debajo de las gradas en un partido de fútbol.
Luego, vino una mujer llamada Cynthia. Horneaba pasteles de manzana para su madre cuando era pequeña, pero se metió en las drogas después de que su padre las dejó. Lisa tenía una tortuga llamada Leonardo y soñaba con ser un ninja. Emily había nacido con un leve caso de autismo. A pesar de los obstáculos que la vida le había arrojado, llegó a la universidad. Su madre lloró por su primer día allí. Lloró más el día treinta, cuando Emily olvidó su llave en la habitación y un agradable hombre de mantenimiento llamado Saul abrió la puerta para ella.
LaShaun. Vicki. Kristen. Delores.
Respiré sus regalos, y corrieron a través de mí como una ola gigante.
Maureen. Mae. Bethany. Una por una, una y otra vez hasta que sólo quedó Faith a mi lado.
Su regalo era la fuerza. Ellas me habían dado todo lo que tenían, todo el poder y la energía para sanar que podían invocar, lo dejaron atrás para mí. Eso me recorrió, entibiándome y sanándome.
Cuando todas menos Faith habían cruzado, Reyes se levantó y caminó al baño. Faith acarició mi cabello, y luego volvió a meterse bajo mi cama, sin ganas de seguir a las demás por el momento. Oí correr el agua, sentí sus brazos mientras me levantaba, su pecho mientras me cargaba. Quitó mi ropa con cuidado. Tenía algunas quemaduras leves, pero no se podían comparar a mi espalda y la pierna lesionada. Cuando estuve completamente desnuda, me levantó de nuevo y me bajó al agua.
Me abracé mientras el agua se precipitó sobre los cortes de mi espalda. ¿Quién sabía que la hebilla de un cinturón podía hacer tanto daño? Después de un momento, me di cuenta de que mis uñas se clavaban en su carne. No parecía importarle, pero me relajé y solté mi agarre mientras me hundía más en el agua. Tomó la barra de jabón y empezó a enjabonar sus manos. Debería haber estado avergonzada, pero no lo estaba. Su tacto era tan suave mientras me lavaba, sus grandes manos recorriendo mi cuerpo, y sin embargo, no había nada sexual en sus caricias. Esta vez fue cuidando, no demandando. Sanando, no expectante. Me sentó de nuevo y masajeó el champú en mi cuero cabelludo, enjuagándolo, luego me sacó del agua.
Me sentí mil veces mejor. El olor de la gasolina había disminuido y sido sustituido por una mezcla fresca y afrutada de olores. La fuerza de las víctimas de Saul corría por mí mientras Reyes me secaba, me envolvió en una manta y me puso sobre Sophie mientras cambiaba mis sábanas. Apenas recordaba ser llevada de vuelta a mi habitación, ser deslizada entre las frescas sábanas, o dándome algún tipo de medicamento para el dolor.
La única cosa que parecía ser cierta, sin importar las circunstancias, era que cuando estaba lesionada, me daba mucho sueño. Mientras más graves eran las lesiones, más sueño tenía. Así que dormí todo el día siguiente, sólo despertando para darle a tío Bob el esqueleto de lo que se convertiría en mi declaración, menos la cosa de casi ser violada, de la cual no podía hablar todavía, y para charlar con una muy angustiada Cookie, quien juró que nunca, nunca, nunca me perdonaría por no despertarla.
Pero cada vez que me desperté, Reyes estaba allí, sentado contra la pared a mí lado, tomando mi mano, y dándome espacio para sanar. Artemis también mantuvo un ojo vigilante sobre mí. Literalmente. Con su cabeza constantemente posada en algún lugar de mi cuerpo, y esa cosa tenía que pesar trece kilos. Faith se quedó debajo de mi cama, y me pregunté cómo se encontraba. Todas sus amigas habían cruzado, pero cuando traté de hablar con ella sobre eso, sacudió su cabeza, señalando la palabra más, luego se escabulló de nuevo bajo mi cama, así que la dejé sola.
Necesitaba contactar a Nicolette, decirle que tenía razón, que alguien murió en ese puente. Sentí un deseo muy fuerte de abrirla y estudiarla, pero mirar sus entrañas probablemente no me llevaría a ninguna parte. Aun así, ella podría ser un bien valioso. Tendría que guardar su número de mi teléfono. Y sin embargo, tenía que arreglar las cosas con Rocket y Blue. Ese desastre podría tomar algún tiempo.
Por otro lado, mi vista volvió a la normalidad. Reyes dijo que podía ver las cosas desde mí otro terreno, el que estaba atado a un portal. Me pregunté si podía ver dentro de otro terreno. Si podía espiar el cielo. Lo puse en mi lista de cosas por hacer como algo para intentar cuando el aburrimiento total se estableciera. Afortunadamente, o desafortunadamente dependiendo de la perspectiva, eso no sucedía a menudo. De hecho, el aburrimiento podría ser un agradable respiro del golpe diario y la rutina que era la vida como un ángel de la muerte.