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Traducido por Elle
Corregido por CrisCras
Actualmente estoy sin supervisión. También me asusta, pero las posibilidades son infinitas.
(Camiseta)
Por desgracia, tuve un turno médico con una psicóloga. Recordé mis pinturas, las que involucraban varios muertos y desmembramiento. Quise impresionarla para comenzar nuestra relación con el pie correcto. Aunque fuera uno cortado. Camino a su oficina, cambié otra voz. Había un tipo al que podía escuchar todo el día y no entender una palabra que saliera de su boca. Ozzy. ¿Quién puede resistirse a un británico con acento arrastrado?
—Um, de acuerdo, seh, así que ceeerca de cien metros, dooobla a la derecha. —El pobre tipo siempre sonó borracho. Esta aplicación tuvo que ser pirateada y alterada de algún modo. De seguro, la aplicación real haría sonar a Ozyy un poquito más coherente.
—Bien, a sesenta metros, tonces derecha.
La cosa graciosa con los GPS es que no siempre te enviaban en la dirección correcta.
Sabía que si doblaba a la derecha y luego tomaba la Doce, llegaría más rápido, así que giré a la derecha. Ozzy no lo aprobó.
—¿Quéee miuuurrrda?
¿Acababa de soltar la palabra con M?
—Natasscuchando ni miuuurrda.
—¡Já! Esto es genial —le dije al tipo muerto desnudo. Me ignoró. Aunque Ozzy era muy entretenido, tuve problemas interrumpiendolo. Se enojó de veras cuando perdí la derecha en Central, así que comencé a perder giros a propósito sólo para escucharlo recriminarme. Casi llegaba tarde a mi loquera.
Pero finalmente encontré a una Dra. Romero, la loquera con la que mi hermana Gemma me arregló una cita, a pesar de las quejas de Ozzy. Gemma estaba determinada a que lidiara con mi Desorden de Estrés Post-Traumático, pero yo creía que lo estaba llevando bien. Ahora éramos amigos. Tenía mi incontinencia bajo control y ya los chihuahuas rara vez me asustaban. Además, estaba segura de que les temía porque tenía rabia. Había espuma alrededor de su boca y un ojo loco que miraba a lo lejos. El hecho de que me diera pesadillas difícilmente era mi culpa.
Entré en una bonita oficina con la decoración sureña habitual de tantas oficinas profesionales en Albuquerque. Por desgracia, esta era de las más horrendas. El tipo que era popular en los noventa, completada con cactus de plástico y un coyote aullando. De acuerdo, sentía algo por los coyotes aullando, especialmente por los del tipo que llevaban un collar alrededor del cuello, pero no dejaría que la Dra. Romero supiera eso.
—Debes de ser Charley —dijo, y pude oler el New Age emanando de ella. Sería una de esas. Esto no debería tomar mucho tiempo.
—Lo soy —dije, forzando una sonrisa.
—Adelante.
Me guió hacia otra habitación con dos sillas y un sofá pequeño.
—Me siento mucho mejor —le dije antes de sentarme en el sofá. Era lo más lejos que estaría de ella sin ser descortés.
—Espero que estés bien. Tu hermana me informó de lo que te sucedió.
—¿No es eso romper algún código de confidencialidad?
—Técnicamente no, pero, ¿te molesta que me lo haya dicho?
—Para nada. Sólo me lo estaba preguntando.
—Bueno, lamento que tuviéramos que vernos un sábado. Tu hermana es una buena amiga y saldré de la ciudad la próxima semana. Quería que te viera antes de… —Notó el portafolio que cargaba—. ¿Qué es eso?
—Terapia artística. Pensé impresionarla con mi rehabilitación. Hice esta la semana pasada. —Alcé la pintura de aves muertas con una chica de cabello marrón comiéndoselas—. E hice esta anoche. —Le mostré la de los pájaros pasando frente a un brillante sol, a un arcoíris y a un unicornio en el fondo. Si esto no probaba mi cordura, no sabía qué lo haría.
Ella sonrió. —Tu hermana me informó. Conozco todos tus pequeños trucos.
—¿En serio? ¿Le contó sobre ese donde digo: “Escoja una carta. Cualquier carta”. Luego digo: “Ahora póngala en el montón. ¡No me la muestre!”. Y entonces…
—Esto se llama desviar.
—Eso es raro. Recién ayer me dijeron que yo reflejaba[6]. Como los cromos de un parachoques reflejando el sol. —Cuando una sonrisa maliciosa cruzó su rostro, supe que no ganaría esta ronda—. Así que ella le contó sobre todos mis pequeños trucos, ¿eh?
—Sí, lo hizo.
—¿Le mencionó los grandes? Porque tengo unos interesantes.
—¿Por qué no me cuentas sobre ellos? —dijo, su expresión era de absoluta comprensión e infinita paciencia.
Me incliné hacia adelante, mirándola a través de las pestañas, y añadí una diabólica inclinación a mi sonrisa. —Puedo hacer temblar la tierra bajo sus pies.
—¿En serio? —preguntó como si estuviera fascinada.
¿Qué estaba haciendo? ¿Rogando por una cama en un siquiátrico? Estaba tan pagada de sí misma, que necesitaba ubicarla en su sitio. Pero también era la amiga de Gemma. Si la jodía, nunca escucharía el fin de eso.
Se inclinó sobre sus codos. —¿Por qué no me muestras?
No era tanto una respuesta como un reto. Eso era el colmo. Dejé que el poder en mi interior se reuniera cerca de mi corazón; lo dejé revolverse y enroscarse hasta colisionar en mi centro. Dejé que se escapara de mí. Dejé que alcanzara la tierra bajo nosotras y el aire a nuestro alrededor. Lo dejé tomar las riendas y construir energía, y luego lo empujé.
El mundo tembló bajo nuestros pies. Los objetos sobre su escritorio se sacudieron y una lámpara cayó antes de que detuviera la energía que había dejado salir.
Ella palideció, pero luchó contra su miedo. —Como dije, tu hermana me contó sobre ti.
Bueno, maldición. Alcancé mi teléfono. —¿Puede disculparme un minuto?
Se sentó hacia atrás y esperó mientras yo llamaba a Gemma.
—Hol…
—Gemma, ¿qué demonios?
—¿Qué? ¿Qué hice ahora? —Parecía sin aliento.
—¿Qué estabas haciendo? —pregunté con recelo. Había estado demasiado reservada los últimos días. Definitivamente, ella se lo estaba haciendo a alguien.[7]
—Nada. ¿Por qué estás maldiciendo?
—¿Quién está ahí?
—Nadie. ¿Perdiste tu cita?
—Oh, ¿quieres decir esa donde le contaste a una completa extraña todo sobre mí? ¿Esa?
—Sí.
—¡Gemma! ¡Qué demonios!
—No pudiste asustarla, ¿cierto? —preguntó, la satisfacción emanando de su voz.
—No. ¿Qué le dijiste?
—Pregúntale. Estoy ocupada.
—¿Quién está ahí?
—Nadie. Deja de preguntarme eso. No es asunto tuyo.
—Bien. —Colgué y volví a la oficina de la Dra. Romero, preparándome para una hora del infierno en la Tierra.
Aunque la Dra. Romero no fue tan mala como había sospechado originalmente —tenía coraje, parándose en el plato después de la bola curva que le había lanzado—, realmente no veía que nuestra relación fuera a ningún sitio. Después de mi sesión, me dirigí directamente hacia el Hospital Presbiteriano para ver si conseguía alguna información sobre una mujer desaparecida llamada Nic-algo-algo-más. Entré en el hospital y fui directamente al mostrador de información, ya que era información lo que necesitaba.
—Hola —le dije a la señora sentada detrás—. Me preguntaba si podría ayudarme. Tuve a una increíble enfermera llamada Nicole el otro día, y tenía la esperanza de que usted pudiera decirme en qué sala trabajaba.
La mujer me miró fijamente, luego preguntó: —Bueno, ¿en qué sala la admitieron?
Buen punto. —Oh, bueno, esa es la cosa. No recuerdo exactamente. Yo estaba, eh, borracha.
—¿Cuál es su nombre? Así la busco.
—Bueno, no me registré bajo mi nombre real.
Después de un largo suspiro, dijo: —No puedo dar información así como así por un capricho. —Su boca hizo esa cosa de la línea de desaliento de las institutrices. Me estaban regañando, y regañando a lo grande.
—Mire, todo lo que necesito saber es si tienen a una enfermera, o a alguien que lleve uniforme, llamada Nicole. O posiblemente Nicky. O, bueno, cualquier cosa que empiece por N-i-c. —Saqué mi placa de IP, me hacía lucir oficial—. Estoy trabajando en un caso para el Departamento de Policía. Realmente apreciaríamos su ayuda.
—¿Y qué caso sería ese?
Salté ante el sonido de una voz masculina detrás de mí, y giré para ver al capitán ahí. ¿Me estaba siguiendo?
—Capitán Eckert, ¿qué está haciendo aquí?
—Preguntándome lo mismo que tú. Revisé tu estatus esta mañana y no recuerdo que estuvieras en un caso para nosotros de momento.
—Oh, bueno, estoy trabajando en algo con mi tío.
—¿Y qué sería eso?
Santa cachucha, este hombre era molesto. ¿Por qué estaba tan empeñado en averiguar algo de esto? —Es un caso de personas desaparecidas.
—No recuerdo a Bob en ningún caso de personas desaparecidas actualmente.
—Es más como potenciales personas desaparecidas.
—De acuerdo, haré lo que sea para ayudar.
—Oh, no, no podría molestarlo.
Me ignoró, mostró su placa a la recepcionista, y dijo: —Empleadas llamadas Nicole, si no le molesta.
—Bien. —Ella tecleó y me dio el nombre de un par de Nicoles. Una trabajaba en diagnósticos y la otra era la enfermera jefe de la unidad neonatal.
Tanto como odiaba hacerlo —no quería darle al capitán más pistas de lo necesario —pregunté—: ¿Su pantalla viene con fotografías?
—Sí, viene. —Giró la pantalla hacia mí—. Esta es Nicole Foster.
Nicole Foster era una pelirroja alta con bastante kilometraje. —No, no es ella.
—Bien. —Tecleó nuevamente—. Esta es Nicole Schwab.
Esta era más joven, pero era rubia, pecosa y con gafas. —Maldición. Tampoco es esa.
—Sabe, tenemos a una Nicolette. —Giró la pantalla hacia ella y volvió a teclear—. ¿Qué hay de ella?
Cuando la giró hacia mí, asentí. —Esa es.
—Bien, bueno, Nicolette Lemay trabaja en post-operatorio. Tercera planta. —Le mostró una sonrisa al capitán—. Me alegra ser de ayuda.
—Gracias —dije, y miré al capitán por encima del hombro. Nunca me había dado cuenta, pero era un hombre alarmantemente atractivo. De acuerdo, me creí el interés de ella como algo genuino. Muchas mujeres se sentían atraídas hacia el uniforme y poca cosa más.
Me fui hacia los elevadores. El capitán Eckertme siguió. —Puedo ocuparme a partir de aquí —le dije, luego gesticulé hacia la recepcionista—. Ya sabe, si quiere tener su número.
Alzó una ceja, sorprendido. —Estoy bien, gracias.
El capitán era viudo. Su esposa había muerto de cáncer un par de años atrás, y me parecía que esa era una razón por la que mi aprobación para la posición de consultora con el DPA había ido sin problemas. Él estaba de duelo por su esposa. Dudo que hubiera notado si el tío Bob pedía un elefante para el salón de descanso. Por aquel entonces yo me quedaba tan lejos del hombre como me era posible. Su pena era sofocante. Me engullía y sacaba el oxígeno de mis pulmones, haciendo que me fuera imposible mirarlo sin sentir una abrumadora sensación de pérdida. Incluso ahora lo asociaba con ese sentimiento de incomodidad extrema. Lo hacía genuino y honorable, pero mi reacción visceral hacia él era correr en la dirección opuesta.
Aun así, tenía debilidad por él desde que lo había conocido. Una debilidad llena de precavida reverencia. El tipo era agudo, y ahora que estaba sobre mi pista, tenía que ser cautelosa. Nunca le había prestado mucha atención a los lleva y trae de Ubie y míos. Resolvíamos casos y eso era suficiente para él. Pero después de mi último fiasco, que implicaba el hecho de que hubiera resuelto cuatro casos en un día, incluyendo el de un asesino en serie… bueno, podía entender su repentino interés.
Caminamos hacia el elevador y apreté el botón del tercer piso. Nada gritaba raro como estar en un elevador con alguien que aspiraba todo el oxígeno de una habitación.
—Así que, ¿cómo le está tratando el crimen? —pregunté, para desviar la cabeza de la falta de ventilación. Mis células rojas estaban gritando por aire.
Él sólo me miró.
De acuerdo. Me mecí hacia atrás sobre los talones y encontré fascinante el panel de botones. Después de cientos de años de agonía, las puertas se abrieron. Intenté no boquear por aire en voz alta.
Salimos al tercer piso y fui hasta el mostrador de las enfermeras, pretendiendo que el capitán no me seguía. Mostré mi placa de IP. —Hola, me preguntaba si podía hacerles unas preguntas sobre Nicole Lemay.
De las tres enfermeras que estaban sentadas tras el mostrador, sólo una no miró hacia arriba enseguida, claramente demasiado ocupada para responder cualquier pregunta.
—¿Nicole? —me preguntó una. Tenía cabello grueso marrón y gafas con montura dorada.
—Sí, me preguntaba cuándo fue la última vez que la vio.
La enfermera me miró fijamente, su expresión en blanco. Chequeó su reloj. —Supongo que hace cinco minutos.
—No —dije, moviendo el peso de mi cuerpo sobre el otro pie—. Nicole Lemay. Lo siento, ¿Nicolette?
Entonces la otra enfermera habló, una bonita rubia con afinidad por los carbohidratos. —Tiene razón —dijo, mirando al reloj de pared—. No hemos visto a Nicolette por al menos veinte minutos.
La primera enfermera se rió. —Cierto. El tiempo vuela cuando te estás divirtiendo.
—Te dije que no te acercaras a la Sra. Watson. Le gusta su burbuja.
—Tenía que chequear sus signos vitales.
—Oh, ahí está —señaló una de ellas.
—Soy Nicolette.
Di media vuelta y me encontré cara a cara con mi difunta. Solo que ya no estaba difunta. Estaba viva, y bueno, respirando. ¡Era un milagro!
—Um, ¿Nicolette Lemay?
—Toda mi vida. —Estaba ocupada limpiándose los bolsillos, descargándolos de envoltorios de jeringas y rollos de gasa perdidos—. Por desgracia —agregó—. Si no me proponen matrimonio pronto, mi madre pondrá un anuncio.
—Oh, bueno, yo sólo…
—Usted me parece familiar —dijo. Hizo una pausa y me miró, luego se enfocó en mi secuaz.
—Cierto, lo siento. Soy Charley, y este es el capitán Eckert, del Departamento de Policía de Albuquerque.
Se enderezó, alarmándose. —¿Pasó algo?
—No, no, para nada —salté, tranquilizándola—. Es solo que… Esto… —Me quedé completamente cortada. Nunca había tenido a una difunta que se apareciera, me dijera dónde estaba su cuerpo, y luego apareciera completamente viva. Ella era tan corpórea. Sin un cabello fuera de lugar. No me extraña que no pudiéramos encontrar su cuerpo. Lo había movido.
—¿Alguna vez ha estado en el viejo puente del ferrocarril en la 57?
—No tengo ni idea de dónde es eso.
—Oh. ¿Por casualidad tiene una gemela idéntica? —pregunté, dándome cuenta de lo tonta que sonaba probablemente.
—Nnnnno. ¿De qué va esto?
—Nada. No importa. Ha sido mi error. Creo que tengo a la Nicolette equivocada.
—Oh. —Eso pareció calmarla un poquito—. Pero en serio, usted luce familiar. ¿Alguna vez salió con mi hermano?
—Es posible. Tiendo a salir con gente. O, bueno, solía. Así que, ¿dónde?
—¿Perdón?
—¿Dónde pondría su madre un anuncio?
—Oh, bueno, ha hablado de ponerlo en los personales, pero también ha amenazado con alistarme como señorita de compañía. Ya sabe, para tener citas.
Podía entender eso. El capitán Eckert se tensó, no estando habituado a escuchar chácharas tontas de nosotras, las mujeres. —Pero la dejaremos tranquila de momento. Siento el error.
Giré para irme, pero el capitán se quedó ahí, confundido. Dejándome con pocas opciones, agarré su brazo y lo guié, una maniobra que no aprecié en absoluto.
—¿Eso es todo? —preguntó.
—Eso es todo.
—¿Qué fue eso?
—Nada. Estaba equivocada.
—La reconociste, así que claramente…
—No, no estoy segura de lo que pasó. Esa no era la chica.
—¿Qué chica?
—La chica que podría o no estar perdida.
—¿Qué te hace pensar que hay una mujer perdida? ¿Alguien llenó un reporte?
—Fue un aviso anónimo. Alguien debe estar gastando una broma.
—¿Siempre vas a los extremos por avisos anónimos?
—No. Algunas veces. —No estaba intentando atraparme. Él sospechaba algo; sólo que no tenía ni idea de qué. Era algo que obtenía a menudo—. En su momento pareció legítimo.
Una vez que lo metí en el elevador solté la manga de su chaqueta. —Lo siento —dije, alisándola.
Dio un paso en la dirección opuesta y miró hacia adelante cuando me habló. —Resuelves casos, Davidson. Un montón. Quiero saber cómo.
Mierda. Esto no terminaría bien para nadie. —Sabe, es realmente cosa del tío Bob. Es genial en su trabajo.
—Sé que lo es, y sin embargo no puedo dejar de preguntarme cómo de bueno sería si no te tuviera a su disposición. —Entonces se giró hacia mí—. ¿O es él el que está a tu disposición?
Las puertas del elevador se abrieron. —Probablemente debería estar ofendida, capitán. Mi tío es un fantástico detective. Me ha ayudado muchísimo a través de los años.
—Estoy seguro de que lo ha hecho. Le rascas la espalda; él rasca la tuya.
Retrocedí, saliendo del elevador. —Tengo alergias cutáneas. Me da picazón. —Antes de que él pudiera preguntar algo más, prácticamente corrí hacia las puertas de cristal del hospital.
Al minuto de montarme en Misery llamé a Ubie. —Encontré a nuestra chica perdida, pero también la encontró tu capitán.
—¿Qué? —preguntó, alarmado—. ¿El capitán Eckert estaba ahí? ¿Vio el cuerpo? ¿Llamó a un equipo?
—No exactamente. No hay cuerpo. Ella está viva. ¡Es un milagro!
Dejó salir un largo suspiro, y lo pude ver restregándose la cara con los dedos. —Charley, me dijiste que ella había ido hacia ti.
—Lo hizo. Créeme, tío Bob. Estoy tan perdida como tú. Pero tenemos que lidiar con tu capitán. Está actuando raro, como si supiera algo, o piensa que sabe algo. No estoy segura de qué decir a su alrededor. Quiere saber cómo estoy resolviendo tantos casos.
—Maldición. ¿Dijo eso?
—Sí, y básicamente sabe que te he estado ayudando a ti y a papá desde que tengo cinco años. ¡Fue y lo investigó! ¿Cómo es eso posible?
—No tengo ni idea, calabacita. Pero todo el mundo sabe que me ayudas con los casos, de ahí la posición de consultora. Demonios, él la aprobó.
—Seh, pero ahora está poniéndose curioso. Está excavando. Definitivamente no tenía que haber resuelto un asesinato, un niño perdido, un robo a un banco y un caso de un asesino en serie todo en un día. Llamó demasiada atención. Voy a tener que distanciar mis casos mejor. Resolverlos a intervalos regulares.
—Eso podría ser una buena idea.
Probé otras tres voces camino a donde Rocket, y aunque nunca había considerado a Bela Lugosi[8] particularmente espeluznante, que me dijera que doblara a la derecha y tomara una izquierda me hizo pensar que me estaba guiando hacia mi muerte. Especialmente porque el tipo había muerto antes de que yo naciera, y dudaba que por ese entonces tuvieran navegación. Cualquiera de estas voces estaban hechas por imitadores o Bela realmente era inmortal. Al final decidí quedarme con Ozzy. Puede que me perdiera por completo por no entender nada, pero al menos era entretenido.
Estaba entusiasmada por ver a Rocket. Rocket, una versión gigante del Soldado de Infantería de Pillsbury, era un savant[9] difunto que sabía cada nombre de cada persona que alguna vez había vivido y fallecido en la Tierra, y era una gran fuente. Yo podía darle un nombre y él podía decirme dónde se posicionaba esa persona en el orden cósmico de las cosas. Viva. Muerta. No muerta todavía pero en camino a estarlo. Pero intentar obtener alguna otra información de Rocket era como sacar dientes con una pinza de para las cejas.
El manicomio abandonado donde vivía Rocket era propiedad de los Bandits, un club de motoristas cuyos líderes eran ahora buscados, y andaban prófugos por un atraco a un banco. Uno de esos líderes, un granuja desaliñado que se hacía llamar Donovan, tenía un lugar especial en mi corazón. De hecho, todos ellos lo tenían, pero Donovan y yo compartíamos algo especial. Afortunadamente, no era herpes. Nuestra relación nunca llegó tan lejos, pero era un caballero. Me di cuenta de cuánto lo extrañaba cuando pasé por su casa junto al manicomio. Bueno, habría pasado por su casa si esta todavía estuviera ahí.
Frené haciendo chillar las gomas en un lote vacío. Donde había estado el cuartel general de los Bandits —también conocido como la casa de Donovan— ahora había solo un solitario árbol que había estado en su patio trasero, y un parche baldío de tierra donde alguna vez se había levantado la casa. Incluso el garaje añadido se había evaporado, junto con las herramientas y las partes de motocicletas que había ahí dentro. Podía jurar que ahí era donde lo había dejado. Donovan estaría enojado cuando regresara. Si es que alguna vez lo hacía.
Por suerte, el manicomio aun seguía ahí, pero mi llave de la puerta principal, que nunca había tenido oportunidad de usar, no me haría ningún bien. En lugar de la vieja cerca que rodeaba el manicomio ahora había una cerca nueva, brillante y centelleando bajo el sol, y rodeaba la cuadra completa, no sólo el manicomio. Normalmente esto no sería la gran cosa. Podría escalar la reja y colarme dentro por una ventana en la parte trasera que llevaba al sótano del hospital abandonado en caso de que hubieran cambiado las cerraduras. Pero esta nueva cerca, con sus cuidadosamente instalados postes y tejido estrecho, terminaba con alambres afilados. ¡Alambres afilados! ¿Quién hacía eso?
Me senté en Misery a contemplar mis probabilidades de pasar el alambre y salir ilesa. Lo había visto en una película. Todo lo que necesitaba era un uniforme de una prisión, un par de guantes y un par de sábanas atadas por las puntas.
Manejé hacia adelante hasta poder ver la nueva señal, parecida a un cartel, frente al manicomio. Solo se leía “propiedad privada” en grandes letras azules y negras. Bajo eso ponía “propiedad de industrias C&R. entrada terminantemente prohibida”.
Sonaba ominoso. ¿Cómo se suponía que llegaría ahora a Rocket? Solo tenía que regresar esta noche e intentar encontrar un modo de entrar.
Por suerte oscurecería pronto. Podía comer algo y hacer un plan. Mientras me dirigía por ese camino, la súper mega desventaja de un gran negocio comprando esta tierra me golpeó. Rocket. Si derribaban el manicomio, ¿a dónde iría él? ¿A dónde iría su hermana? Lo invitaría a vivir conmigo, pero él tenía la costumbre de tallar nombres en las paredes. Las mías eran secas. No durarían mucho, y al casero le daría un soberano patatús.
Saqué el teléfono y llamé a Ubie. No tener a Cookie a mi disposición estaba resultando ser un gran dolor en el culo. No habría más clases para ella.
—¿Ese tipo intentó matarte otra vez?
—No.
—Entonces aún es sábado y no he terminado mi partido todavía.
—Necesito que revises algo por mí. ¿Puedes averiguar quién compró un edificio en el centro?
—¿No tienes una asistenta para estas cosas?
—La tengo, pero la envié a una clase de armas escondidas.
—¿Por qué? —preguntó, alarmándose—. ¿Alguien la está acosando?
—¿Además de mí?
—¿Cuándo regresa?
—Esta noche, pero mañana también tiene clases.
—Bueno, todos estaremos más seguros por eso.
—¿Puedes averiguar a quién pertenece Industrias C&R? Compraron el viejo manicomio abandonado del centro.
—¿Esa cosa vieja? ¿Qué harán con él?
—No lo sé. Estaba esperando que su sobredimensionada señal lo dijera, pero solo pone “propiedad privada”, y grita un montón de amenazas en mayúsculas, las cuales planeo ignorar por completo más tarde. Necesito averiguar si lo van a derribar, construir apartamentos, crear un jardín de arena, o qué.
Después de un largo suspiro, dijo: —De acuerdo, pondré a alguien a ello. Pero sabes, el Departamento de Policía de Albuquerque no fue creado para averiguarte cosas.
—¿En serio? Eso es raro.
Antes de que se volviera demasiado pesado le colgué y eché un último vistazo al manicomio. Entonces se formó un plan. No necesitaba un uniforme de prisión —por desgracia, ya que estaba esperando por esa visita. Yo estaba fuera, tenía acceso a cosas que esos tipos de la película no tenían. Por supuesto que tendría que regresar por la noche, pero cayendo esta, me reuniría con Rocket. Con suerte saldría viva de ahí. Con la banda de fantasmas felices ahí dentro, el resultado era cuestionable. Especialmente desde que la hermanita del oficial Taft, Tarta de Fresa, se había unido a la banda. De cualquier modo, tomé nota mental de meterme el pelo en una gorra antes de entrar.
Recibí otro mensaje de texto de Cookie de camino a casa.
Casi en casa. Aprendí un montón
Bien, me alegro. Si tenía que estar sin ella dos días por nada, Noni, el instructor, recibiría un tirón de orejas.
Me paré frente a mi puerta, y por primera vez en varios días no había una nota en ella. Miré hacia la puerta de Reyes. ¿Eso era todo? ¿Ya estaba cansado de mí?
No era de extrañarse.
Con extrema cautela, abrí la puerta despacio, sin saber qué esperar realmente. ¿La difunta todavía estaría aquí? Encontré rápidamente que la respuesta a eso sería un rotundo sí. Y sí. Donde había dejado a probablemente nueve o diez mujeres, ahora mi apartamento estaba poblado con al menos veinte rubias sucias en varios estados de trauma. Me detuve justo en el umbral y miré cómo las mujeres se arrastraban por mi alfombra, se escabullían por las paredes, y se colgaban de mi techo como una araña. Una estaba acurrucada en una esquina donde dos muros se unían al techo. Era la misma mujer de esta mañana. No se había movido.
Mientras la persona promedio pasaría por esta carnicería completamente ignorante —sólo con unos pocos escalofríos, tal vez—, yo no podía atravesar a los difuntos. Para mí eran sólidos como cualquier otro ser del planeta. Así que terminé maniobrando alrededor de mis huéspedes, intentando no pisar dedos o pulgares. Era un camino interesante. Si alguien me viera, pensaría que había bebido demasiadas margaritas.
Después de finalmente llegar al desayunador, dejé la bolsa y salté el mostrador para llegar a la cocina. El Sr. Café estaba esperando por su saludo habitual, y no podía decepcionarlo sólo porque habíamos sido invadidos. Entonces se me ocurrió un plan. Parecía estar llena de planes últimamente. Tal vez era mi nueva perspectiva sobre la vida. No invites a cierta muerte sin un plan de respaldo. Tal vez podría planear otras cosas, como una fiesta de boda para Cookie y el tío Bob. O un bar mitzvah.
Mientras el Sr. Café gorjeaba y chisporroteaba, invoqué a Angel con el poder de mi mente de ángel de la muerte. De acuerdo, solo pensé en él y algo así como que desee que estuviera a mi lado.
Yyyyy… ¡Puf!
—¿Qué carajo, pendeja? ¿No te dije que no hicieras más eso?
Hice un gesto hacia las mujeres rodéándonos. —¿Puedes hablar con ellas?
—¿Qué te parezco, el susurrador de fantasmas? Están locas. Tendría más suerte hablando con el chihuahua de mi primo Alfonso. Al menos, Tía Juana sabe español.
—¿El chihuahua de tu primo se llama Tía Juana? —Cuando encogió los hombros afirmando, dije—: Sólo inténtalo. Si alguien les puede hablar, ese eres tú.
—¿Y eso por qué?
—Porque estás muerto. Eres uno de ellos. Puedes hacer esto.
—Por menos de quinientos dólares al mes no, no puedo.
—¿En serio?
—Es un mundo cruel, mijita. Y mi mamá necesita un auto nuevo.
—Esto está tan mal.
—Necesito por lo menos —contó con los dedos— setecientos cincuenta dólares mensuales o no arriesgaré mi vida por el culo de nadie. Ni siquiera el tuyo. —Se inclinó para echar un vistazo—. Tan bien como está.
—¿Setecientos cincuenta dólares al mes? —dije, gorjeando y farfullando como el Sr. C. Pero en el fondo consideré cuánto me costaría un detective real (uno vivo), y no serían $750 por mes. Pero bueno, no podría usar ninguna de sus investigaciones en la corte. No podría entregarle al DPA ni una mierda de evidencia. Así que eso tenía que tomarse en consideración. Aun así, me había salvado la vida un par de veces. Eso tenía que valer algo—. Es un negociador duro, Sr. Garza.
—Maldición. —Sacudió la cabeza—. Habrías aceptado algo mayor, ¿cierto?
Le guiñé un ojo. —Nunca se sabe. Pero, ¿qué pasa la próxima vez que tu mamá venga demandando respuestas? Entonces, ¿qué?
Se recostó contra la encimera y pasó los dedos por la horrenda moldura cromada. —No lo sé. Creo que se creyó todo eso del tío abuelo.
Llevé la mano a su fría mejilla, pasando el pulgar por la pelusa sobre su labio superior. —No, mijito, no se lo creyó.
Angel y yo habíamos estado juntos por más de diez años, desde que lo había encontrado en una escuela abandonada, asustado y solo. Significaba mucho para mí.
Por desgracia, había muerto a mitad de la pubertad, y sus hormonas eran lo peor. Se acercó y puso las manos sobre la meseta, una a cada lado, bloqueándome. Rodé los ojos, pero él sólo cerró la distancia entre nosotros y recorrió mi mandíbula con su boca, sin besarla, como si estuviera absorbiendo el calor, probando la textura.
—Podríamos hacer que esto funcionara, ¿sabes?
—Te patearé la entrepierna.
—Podría darte una noche que no olvidarías jamás.
—Porque te estarás retorciendo en agonía y yo me estaré riendo despiadadamente. Será inolvidable.
—Ya sabes lo que dicen. Una vez que te mueres…
—Reyes vive al lado.
Y eso fue todo. Se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho. —Te dije que no dejaras entrar a ese pendejo en tu vida. Todos vamos a pagar por esto.
—¿Qué sabes al respecto?
—Bueno, eso es prácticamente todo. Todos vamos a pagar si ustedes dos están juntos.
—Eso me han dicho, pero si es todo lo que tienen, entonces pueden pudrirse.
—Está mal. Es contra natural —recriminó mientras me bebía el café y pasaba sobre la mujer que estaba en el arco de mi cocina—. Ustedes dos no pueden estar juntos. Es como la leche y los pretzels.
—Mira, Romeo, llegamos a un acuerdo sobre el pago, así que, ¿les puedes hablar a estas mujeres o no?
—Ya lo intenté. No van a hablar.
Apreté los labios en un mohín de regaño. —Podrías haber mencionado eso.
—No lo entiendes. Están aquí contigo ahora. Solo estar a tu alrededor las sanará. Es como si tomaras al sol y lo encogieras al tamaño de un balón de baloncesto. Seguiría siendo el sol. Seguiría brillando y toda esa mierda, y quemaría como el infierno. Seguiría siendo tranquilizador. Sanador. Eso eres tú. Tu luz. Es tranquilizadora como la mierda de mentol esa que mi mamá usa para frotarse el pecho. Tu presencia es como un bálsamo.
—Siempre pensé que mi presencia era más bien irritante. Ya sabes, como un diluyente de pintura. O napalm.[10]