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Traducidopor Elle

Corregido por CrisCras

 

Pregúntame por la vida después de la muerte.

(Camiseta vista a menudo en Charley Davidson, un ángel de la muerte de moral cuestionable)

 

El tipo muerto al final del bar siguió intentando comprarme un trago. Vaya cosa. Nadie más echaba una segunda mirada y yo estaba vestida de punta en blanco. O, como mínimo, en un ochenta por ciento[1]. Pero la parte realmente perturbadora de mi noche era que mi objetivo, un tal Sr. Marvin Tidwell, corredor de bolsa rubio y sospechoso de adulterio, rechazó de plano el trago que intenté comprarle.

¡Lo rechazó!

Me sentí violada.

Me senté en el bar, bebiendo un margarita, lamentándome del triste giro que había tomado mi vida, especialmente esta noche. Este caso no iba como lo había planeado. Tal vez yo no era el tipo de Marv. Ha pasado antes. Pero yo rezumaba interés. Llevaba maquillaje. Y tenía escote. Aún con todo eso, esta investigación estaba afincada entre las grietas del ninguna y parte. Al menos podía decirle a mi clienta, más conocida como la Sra. de Marvin Tidwell, que al parecer su esposo no la engañaba. Al menos no al azar. El hecho de que él podría estar encontrándose con alguien en particular me mantuvo pegada a mi asiento.

—¿Vi-vienes aquí a menudo?

Miré al tipo muerto. Finalmente había reunido el coraje para aproximarse y tuve una mejor perspectiva. Me lo imaginé como el enano de la camada. Llevaba unas gafas redondas y una andrajosa gorra de béisbol que se asentaba al revés sobre su lodoso cabello marrón. A eso, agrégale una camisa azul desvaída y unos vaqueros anchos ripeados, y podría haber sido un patinador, un fanático de la informática o un fabricante ilegal de alcohol.

La causa de su muerte no era evidente de inmediato; no había puñaladas ni orificios. Tampoco le faltaban miembros ni tenía marcas de neumáticos cruzándole la cara. Ni siquiera lucía como un drogadicto, así que no había manera en que pudiera decir por qué había muerto a tan temprana edad. Tomando en consideración que sus rasgos de bebé lo harían lucir más joven de lo que probablemente había sido, estimé que rondaba mi edad cuando falleció.

Se quedó esperando una respuesta. Pensé que “¿Vienes aquí a menudo?” era una pregunta retórica, pero estaba bien. Sin querer que me vieran hablando sola en un sitio lleno de gente, respondí levantando un hombro en un movimiento desganado.

Por desgracia sí lo hacía, venir a este sitio a menudo. Este era el bar de mi padre, y aunque nunca arreglaba las cosas aquí por temor a que alguien a quien conociera estropeara mi tapadera, resultaba que este era precisamente el mismo bar que el Sr. Tidwell frecuentaba. Como mínimo, si las cosas llegaban a los extremos, tendría algún respaldo; conocía a todos los clientes habituales y a los empleados.

El Tipo Muerto echó un vistazo hacia la cocina, pareciendo nervioso, antes de volver a enfocarse en mí. También miré hacia el mismo lado y vi una puerta.

—E-eres muy brillante —dijo, atrayendo mi atención hacia él.

Tartamudeaba. Pocas cosas eran más adorables que un hombre adulto con rasgos de chico y un tartamudeo. Revolví mi margarita y puse una sonrisa falsa. No podía hablar con él en un sitio lleno de gente que respiraba, especialmente cuando una de ellas se llamaba Jessica Guinn, para mayor inri. No había visto su flameante cabello rojo desde el instituto, pero ahí se encontraba sentada, un par de lugares después de mí, rodeada por un grupo de famosillos parlanchines que parecían tan falsos como las tetas de Jessica. Pero eso podía ser culpa de mi amargura asomando su fea cabeza.

Por desgracia, mi falsa sonrisa sólo animó al Tipo Muerto. —L-lo eres. Eres como el s-sol reflejándose en los cromos del parachoques de un Chevy delcin-cincuenta y siete.

Abrió los dedos en el aire para demostrarlo y perdí el corazón. Maldición. Era como todos esos cachorritos perdidos que intenté salvar infructuosamente cuando era niña porque tenía una malvada madrastra que creía que todos los perros eran rabiosos e intentarían atacar su yugular. Algo que no tenía nada que ver con mi deseo de llevarlos a casa.

—Seh —dije en voz baja, intentando hacer mi mejor imitación de ventriloquía—, gracias.

—S-soy D-Duff —dijo.

—Charley. —Mantuve las manos enroscadas en mi bebida en caso de que él decidiera que necesitábamos estrecharlas. No muchas cosas lucían tan raras para el mundo de los vivos como una mujer adulta sacudiendo el aire. ¿Conoces a esos chicos que tienen amigos imaginarios? Bueno, yo era una de ellos. Sólo que no era una niña y mis amigos no eran invisibles. Al menos no para mí, y podía verlos porque había nacido como un ángel de la muerte, que no era tan malo como sonaba. Básicamente era un portal al cielo, y cuando alguien estaba atrapado en la Tierra, eligiendo no cruzar de inmediato después de morir, podían cruzar al otro lado a través de mí. Yo era una enorme luz para bichos, sólo que lo que atraía ya estaba muerto.

Tiré de mi suéter extra ajustado. —¿Soy yo o hacer calor aquí dentro?

Sus ojos azules se dirigieron hacia la cocina de nuevo. —C-caliente, más bien. A-así que, n-no pude evitar notar que i-intentaste comprarle un trago a ese tipo de ahí.

Dejé que mi sonrisa falsa desapareciera. La liberé como a un ave capturada. Si regresaba a mí, era mía; si no, nunca lo fue. —¿Y?

—Le estás la-ladrando al árbol equivocado con ese.

Sorprendida, bajé mi trago —el que me había comprado yo misma— y me incliné un poco más cerca. —¿Es gay?

Duff resopló. —N-no. Pero ha pasado mucho tiempo aquí últimamente. Le g-gustan las mujeres un poquito… an-anchas.

—Amigo, ¿qué más puta puedo parecer? —Indiqué mi atuendo con un movimiento de la mano.

—N-no, quiero decir, tú eres un p-poquito… —Dejó que su vista me recorriera—… es-estrecha.

Jadee. —¿Parezco anal?

Inspiró profundamente y lo intentó nuevamente. —É-el sólo coquetea con mujeres que son m-más sustanciales que tú.

Oh, eso no fue ofensivo para nada. —Soy profunda. He leído a Proust. No, espera, ese era Pooh. Winnie-the-Pooh. Mi error.

Movió su inexistente peso, se aclaró la garganta y lo intentó una vez más. —Más vo-voluptuosas.

—Tengo curvas —dije, apretando la mandíbula—. ¿Me has visto el trasero?

—¡Pesadas! —soltó.

—Peso… ¡Oh! Te refieres a mujeres más grandes.

—E-exacto, mientras que yo, por otro lado…

Las palabras de Duff se desvanecieron en el fondo como música de elevador. Así que a Marv le gustaban las mujeres grandes. Un nuevo plan se formó en la parte más oscura y corrupta de Bárbara, mi cerebro.

Cookie, conocida también como mi recepcionista durante las horas de negocios y mi mejor amiga veinticuatro horas, los siete días de la semana, era perfecta. Era grande y estaba a cargo. O bueno, grande y algo mandona. Tomé mi teléfono y la llamé.

—Mejor que esto sea algo bueno —dijo.

—Lo es. Necesito tu asistencia.

—Estoy viendo la primera temporada de Prison Break.

—Cookie, eres mi asistente. Necesito asistencia. Con un caso. ¿Sabes de esas cosas que tomamos para ganar dinero?

Prison. Break. Es sobre estos hermanos que…

—Sé lo que es Prison Break.

—Entonces, ¿alguna vez has visto a estos chicos? Si lo hubieras hecho, no esperarías que los abandonara en su momento de necesidad. Creo que hay una escena de ducha próximamente.

—¿Estos chicos firman tu cheque?

—No, pero técnicamente tú tampoco.

Maldición, tenía razón. Era mucho más fácil que ella misma falsificara mi nombre.

—Necesito que vengas a coquetear con mi objetivo.

—Oh, de acuerdo. Eso puedo hacerlo.

Genial. La palabra con C siempre funcionaba con ella. Le informé de todo y le conté cuál era el asunto con Tidwell, entonces le ordené que se apresurara.

—Y vístete sexy —dije antes de colgarle, pero me arrepentí de la parte sexy al instante. La última vez que le dije a Cookie que se vistiera así para una muy necesitada noche de chicas por el pueblo, se había puesto un corsé de encaje, medias de red y una boa emplumada. Parecía una dominatrix. Yo no había vuelto a ser la misma.

—A-así que, ¿viene? —preguntó Duff.

—Probablemente. Está mirando a chicos sexys en televisión. Todo depende de si su hija está ahí o no. De todos modos, debería estar aquí pronto.

Él asintió.

Mientras me sentaba a esperar a mi mejor amiga, tomé nota de todas las mujeres en el bar esa noche. Calamity era una suerte de sitio donde los policías solían pasar el rato. Las mujeres ciertamente venían, sólo que no en manada. Pero este lugar estaba atestado y había bulla, y al menos el 75 por ciento de los clientes eran mujeres. Eso era raro.

Había estado viniendo al bar durante años, más bien porque mi papá era el dueño, pero parcialmente porque mi oficina de investigadora se hallaba en el segundo piso, y en todo este tiempo nunca había visto el sitio tan desproporcionado en favor de la mística femenina, excepto esa vez en que le hablé a papá sobre traer un revue[2]. Había accedido por dos razones. Primera: le había hecho ojitos. Segunda: él pensaba que un revuemasculine era un tipo que venía, probaba la comida y luego escribía una crítica en el periódico. Puede que yo haya o no influenciado esa línea de pensamiento. Papá se lo podría haber tomado mejor si yo hubiera tenido más de dieciocho cuando se lo sugerí. Quiso saber a cuántos revues masculinos había ido.

“¿Contando este?” aparentemente no era la respuesta apropiada.

Alguien puso un plato de comida delante de mí.

—Cortesía del chef.

Miré a Teri, la mejor cantinera de mi papá. Ella sabía que yo trabajaba en un caso de infidelidad, y probablemente adivinó que estaba atascada, de ahí la comida de consuelo. El aroma celestial me golpeó tan rápido que tuve que esforzarme para no babear.

—Gracias. —Tomé una tajada del plato y hundí los dientes en la mejor quesadilla de pollo que había probado nunca—. Vaya —dije, aspirando aire frío mientras masticaba—, Sammy se pasó esta vez.

—¿Qué? —dijo sobre la multitud.

Le hice una seña con la mano y seguí comiendo, dejando que mis ojos rodaran en éxtasis. He estado disfrutando de los mejunjes de Sammy durante años, y mientras que estos eran de esos que te hacían la boca agua de lo buenos que estaban, este estaba increíble. Tomé partes iguales de guacamole, salsa y crema agria en la siguiente mordida, y luego me sumergí en otro viaje al paraíso.

Duff me observó comer mientras se hallaba metido entre la parte trasera de mi banqueta y el tipo de al lado. Su mitad izquierda estaba metida en la derecha de Duff. El tipo miró hacia arriba, buscando el conducto del aire, se giró hacia la izquierda, luego a la derecha, entonces… tres… dos… uno…

Se estremeció y se alejó.

Pasaba cada vez. Los muertos eran fríos, y cuando los vivos se paraban dentro de uno, los pelos de sus nucas se erizaban, poniéndoles la piel de gallina, y un estremecimiento les recorría la columna vertebral.

Pero Duff no le prestaba atención al tipo. Mientras pretendía centrar su atención en mí, mantenía un ojo avizor en la puerta de la cocina, echando vistazos cada pocos segundos, mordiéndose una uña. Tal vez la puerta de la cocina era realmente un portal al cielo, y si él lo atravesaba, cruzaría al otro lado. No, espera.

Mientras me sentaba ahí, atiborrándome, comencé a cuestionarme algo. Había chequeado la página de Friendbook de la Sra. Tidwell cuando había investigado al Sr. Tidwell buscando fotos suyas. Me gustaba tomar todas las precauciones cuando me aproximaba a un objetivo y asegurarme de reconocerlo cuando fuera necesario. Había tomado al tipo equivocado una vez. Había terminado mal.

Pesqué el móvil de mis vaqueros otra vez, encontré el perfil de la Sra. Tidwell, y pinché en el historial de fotos. Seguro, cuando se habían casado hace poco más de un año, la Sra. Tidwell había sido mucho más pesada. Claramente había perdido mucho peso, y mantenía una bitácora en su página sobre el progreso, perdiendo cuarenta y cinco kilos el año pasado. Mientras vitoreaba su dedicación, comencé a preguntarme si el Sr.Tidwell compartía mi entusiasmo o si le gustaba más su esposa como era antes.

La sola idea me derribó. La mayoría de los tipos se descarriaban cuando sus esposas ganaban peso. Tidwell parecía estar descarriándose en el sentido opuesto. Tal vez se sentía amenazado por su nueva apariencia. Ella era una bomba.

Entré en pánico cuando Tidwell se levantó para marcharse. Dejó un par de billetes en la barra, se movió hacia la puerta, y me di cuenta de que esta noche sería un desastre total. En realidad esperaba una oportunidad de hacer dinero y poner este caso a descansar. Con mi optimismo pendiendo de un hilo, comencé a replantearme mi horario intentando arreglar un segundo intento cuando Tidwell se detuvo. Su mirada se hallaba fija en la puerta principal. Miré más allá de él y casi jadeé ante la imagen de la zorra de cabello negro como ala de cuervo que acababa de entrar. Al momento en que nuestros ojos se encontraron, Barry White comenzó a sonar a través de uno de los altavoces, las luces se atenuaron, y un aura sensual y humeante rodeó a la recién llegada.

¿Coincidencia? No lo creo.

Entra: Cookie Kowalski. Leal, robusta y de la talla exacta. Cookie caminó hacia mí, su expresión era una mezcla de curiosidad y vacilación. De seguro que no estaba preocupada por que la metiera en problemas.

Y estaba vestida para matar.

Llevaba un pantalón oscuro con una levita larga y brillante, y una bufanda plateada abierta que revelaban sus voluptuosos atributos.

—¡Tú, mujer descarada! —dije cuando se sentó a mi lado en la barra.

Me sonrió y se acercó a mí. —¿Así está bien?

La miré otra vez. —Es fantástico. Y definitivamente funcionó.

Tidwell se sentó de vuelta en su mesa, el interés evidente en cada movimiento que hizo. Lo señalé con la menor indicación de cabeza. Cookie escaneó rápidamente el sitio y dejó que su vista descansara brevemente en Tidwell antes de enfocarse en mí nuevamente.

Pero ella aún no estaba convencida. —Así que, si fueras un hombre, ¿yo te gustaría?

—Querida, si fuera un hombre, sería gay.

—Seh, yo también. Así que, ¿qué hago?

—Sólo dale un segundo. Él probablemente…

—Al hombre de la mesa detrás le gustaría invitarte a un trago, cariño —dijo Teri. Alzó las cejas esperando una respuesta. La sobriedad claramente vino tarde en su vida, pero era lo que mi padre llamaría una mujer atractiva, con largo cabello oscuro y llamativos ojos color avellana. Aun así, había visto demasiadas reuniones ilícitas, complicados rollos, y polvos de una noche como para estar impresionada. La experiencia la había endurecido.

Yo podía ser dura. Si practicara. Si pusiera todo mi empeño.

—Oh —dijo Cookie, atrapada con la guardia baja—, tomaré un whisky cortado.

Teri le guiñó un ojo y comenzó a practicar su magia.

—¿Un whisky cortado? —le pregunté a Cook.

—Tu a-amiga parece nerviosa —dijo Duff, y estuve de acuerdo con él.

Cookie miró hacia adelante como si se estuviera enfrentando a un pelotón de fusilamiento. —Coraje líquido —dijo—. Pareció una buena idea en su momento.

—Eso fue lo que dijeron sobre la energía nuclear en la Isla de las Tres Millas.

Me miró con horror.

Luché contra una sonrisa y metí un pequeño micrófono en los pliegues de su bufanda, pretendiendo ajustarla. —Mira, todo lo que tienes que hacer es abrir una línea de comunicación. Seré capaz de escuchar todo lo que diga. —Di un golpecito en mi oreja para indicarle el auricular que llevaba—. Sólo mira a ver cómo de lejos quiere llevar la cosa. Por desgracia, comprarte un trago no prueba infidelidad.

Su palidez se volvió de un ligero tono verde. —¿Tengo que acostarme con él?

—¿Qué? No. Sólo, ya sabes, mira a ver si quiere tener sexo contigo.

—¿Tengo que besarlo?

Oh, vaya. Nunca me había dado cuenta de lo inexperta que era Cookie en esto de las investigaciones extramaritales; era más del tipo de chica tras bambalinas. Sólo imaginé que ella sabría qué hacer.

Teri puso el trago delante de Cookie, que lo agarró y tomó un gran sorbo.

—No hagas nada que te haga sentir incómoda —le dije mientras se daba otro trago—. Sólo intenta que te lo proponga. Ahora, voltea y salúdalo, déjale saber que estás interesada.

Antes de que pudiera darle más indicaciones, hizo justamente eso. Se giró hacia él con la espalda rígida y saludó.

La mesa de cabezas huecas de Jessica estalló en risas. Cerré los ojos, molesta, y dije apretando los dientes—: Quise decir que levantaras el vaso.

—¿Qué? —preguntó a través de unos dientes igualmente apretados—. Dijiste que lo saludara. —Comenzó a entrar en pánico. Podía sentirlo irradiando de ella en oleadas—. Pensé que tal vez había estado en el ejército.

—Está bien, sólo cálmate.

—¿Calmarme? —Se giró de vuelta—. Tú cálmate. Yo estoy completamente calmada. Soy como agua profunda que es profunda y tranquila.

Enrosqué una mano en su brazo y lo apreté para obligarla a que me diera la espalda. Aspiró profundamente y lo dejó salir despacio, obligándose a calmarse.

—Mejor —dije, dándole otro minuto para recuperarse—. Bien, si no te ha tomado por una loca, ve ahí y entabla conversación.

—¿Qué? ¿Yo? ¿Qué?

—Cook, puedes hacer esto. Es justo como el instituto, sólo que sin los efectos traumáticos del fallo.

—Claro. El instituto. —Reunió su coraje, se levantó de la silla, y se acercó a su mesa.

Y se transformó; se volvió confiada, una verdadera ama de su propio destino. Casi me reí por el triunfo mientras daba otro mordisco y escuchaba.

—A-así que, ¿le estás ten-tendiendo una trampa? —preguntó Duff.

Me limpié la boca y luego revisé la grabadora en mi bolsillo para asegurarme de que estaba encendida. Apestaría pasar por todo este trabajo y terminar sin pruebas.

—No tanto engañando como derribándolo por completo. Es él el que anda por los clubes con la intención de engañar a su esposa. Sólo le estamos dando a él la oportunidad, y a su esposa la prueba que necesita para seguir adelante.

No fue sino hasta que escuché a Jessica reírse que me di cuenta de que le hablaba a Duff abiertamente.

—Ahí está otra vez —dijo ella lo suficientemente alto para que la escuchara—. ¿Qué les dije? Fenómeno total.

Las chicas plásticas estallaron en risas de nuevo, pero podía escuchar el agudo cacareo de Jessica sobre los demás. Era lo que me enloquecía cuando éramos amigas. Ella tenía una risa nasal y penetrante que me recordaba a la escena del apuñalamiento de Psicosis. Pero puede que sólo fueran ilusiones mías.

Había cometido el error de ser honesta con ella cuando estábamos en primer año. Parecía que había aceptado el hecho de que yo podía ver fantasmas, pero una vez que le dije exactamente lo que era, que era el ángel de la muerte y que los muertos podían cruzar a través de mí, nuestra amistad se rompió como una casa de cristal, mientras los pedazos llovían sobre mí. Dejó sus buenas y profundas cicatrices. Si hubiera sabido que nuestra amistad era tan frágil; si hubiera sabido que podía ser cortada con una simple verdad, no me habría lanzado a ella con tanta fuerza.

Después de eso, nada fue igual. Le contó a la escuela entera lo que le había dicho. Lo que yo era. Por suerte nadie, incluyéndose, creyó eso. Pero la traición corría profunda. Dolida y vengativa, fui detrás —y logré— del chico de sus sueños, una estrella del baloncesto de último año llamado Freddy James. Como es natural, eso no hizo nada por reconciliar nuestra amistad. Su odio venenoso se multiplicó por diez después de que comencé a salir con Freddy, pero de pronto no me interesó. Había descubierto a los chicos en un nivel completamente nuevo.

Mi hermana, Gemma, supo el momento en que pasó. Acusó a Freddy de robar mi virginidad. Pero decir que Freddy James me robó la virginidad sería como decir que Hiroshima nos robó una bomba nuclear. El robo ni siquiera encajaba en la ecuación.

Mientras Jessica y sus amigas reían al otro lado, las ignoré, sabiendo que la ignorancia mordería más que lo que pudiera decir. Jessica odiaba ser ignorada y funcionó. Mi desinterés pareció comérsela viva. La textura abrasiva de la ira y el odio rastrillaron mi piel como uñas afiladas. La chica tenía problemas.

—Siento eso del saludo —le dijo Cookie a Tidwell.

Él le hizo un gesto para que se sentara. —Para nada. Me pareció encantador.

A pesar de todo, Tidwell era un hombre apuesto y se expresaba bien. Ahora tenía que preocuparme por otro posible resultado que venía aparejado con esto: ¿caería Cookie víctima de su encanto?

—Soy Anastasia —le dijo, e intenté no gemir en voz alta. Normalmente los nombres de guerra estaban bien en un trabajo, pero nos encontrábamos en el bar de mi papá, conocíamos a la mitad de la gente aquí, lo cual se hizo obvio cuando alguien la llamó.

—¡Hola, Cookie! —dijo un oficial de policía que no trabajaba mientras entraba y tomaba asiento en el bar—. Luces bien, cariño.

Cookie parpadeó, sorprendida, luego sonrió y le dijo a Tidwell—: Pero todo el mundo me llama Cookie.

Una salvación casi excelente.

—Soy Doug.

Ups, evidencia incriminatorio número uno. Pareciera que a Marv también le gustaban los nombres de guerra. Me giré para poder verlos en mi periferia y los observé estrecharse las manos. Cook murmuró algo sobre que era agradable conocerlo. Él dijo que se sentía igual. Y tomé otro bocado de quesadilla, luchando contra la urgencia de gemir en éxtasis. Sammy definitivamente se había superado a sí mismo.

Aun así, tenía que superarlo. Tenía un trabajo que hacer, maldición.

Me giré hacia ellos, mi expresión era de completo aburrimiento, y tomé algunas fotos con mi móvil. Los teléfonos hacían que la vigilancia cercana fuera tan sencilla. Pretendí estar enviando un mensaje de texto mientras enfocaba a mi objetivo. Cuando Tidwell se inclinó hacia adelante y puso una mano sobre la de Cookie, casi me mareé. No era una foto para premio, pero se le acercaba bastante.

Pero entonces noté algo, una oscuridad en su mirada que no había visto antes. Mientras más miraba a Tidwell, menos me gustaba. Casi todo lo que salía de su boca era una mentira, pero había más para mi desasosiego que sólo su engaño. Me recordaba a uno de esos tipos que enamoraba a la chica, se casaba con ella después de un tórrido romance, y luego la mataba para cobrar el dinero del seguro. Él era demasiado elegante. Demasiado personal con las preguntas. Tendría que investigar un poco más en lo que al Sr. Marv Tidwell se refería.

—¿Qué es eso? —preguntó Tidwell. Su voz se endureció, y la emoción que salió de él me sorprendió.

—¿Esto? —preguntó Cookie, mucho menos segura.

Vio el micrófono que yo había escondido en los pliegues de su bufanda. Maldita quesadilla. Antes de que pudiera levantarme, él se inclinó, lo arrancó y la arrastró en el proceso.

—¿Qué es esto? —demandó, agitándolo frente a su cara antes de arrugarlo en su puño.

Me apresuré hacia ellos. La investigadora en mí continuó tomando fotos para mayor seguridad. Estarían borrosas, pero tomaría lo que pudiera. Cookie parecía conmocionada. No porque la hubieran atrapado, estaba segura, pero sí por la reacción de él. Yo también hubiera estado conmocionada; fue de admirador encantador a toro rabioso en cuestión de segundos.

Su rostro enrojeció y sus labios se curvaron en un gruñido vicioso. —¿Esto es un juego? ¿Valerie está detrás de esto?

Valerie Tidwell era la esposa de Marvin, y mi cliente, y claramente él sospechaba que ella sospechaba de sus actividades extracurriculares. El bar entero se quejó en silencio mientras me apuraba, vadeando mesas y sillas, tomando instantáneas al mismo tiempo, preguntándome por qué demonios Cookie escarbaba en su bolso. No me pregunté por mucho tiempo. Justo cuando llegué a ella, sacó un arma, y todo en lo que pude pensar fue jodida santa mierda.

—¡Cookie! —dije, deslizándome hacia ella.

Pero antes de poder hacer algo, Tidwell se echó sobre la mesa y atrapó la muñeca de Cookie. La lanzó contra mí y los tres comenzamos a tropezar por el piso en el momento exacto en que un crujido agudo partió el aire.