11

Traducido por *~ Vero ~*

Corregido por Itxi

 

Para ahorrar tiempo, vamos a suponer que lo sé todo.

(Camiseta)

 

Cookie llamó mientras me dirigía a la oficina.

—¿Vas a saltarte las clases? —pregunté—. No puedes dejar que un incidente humillante…

—No voy a saltármelas. Tenemos descanso.

—Oh. Lo siento —dije, comiendo algunos Twizzlers que encontré en mi asiento trasero. Estaban un poco quebradizos, pero tenía dientes fuertes—. Para que lo sepas, creo que me he enamorado de la persona que decidió vender Twizzlers en una bolsa de un kilo. ¿A qué genio loco se le ocurrió esa idea?

—¿Cierto? Así que, ¿qué descubriste de la Chica Zombie?

—Ella no está muerta en absoluto. Te lo explicaré más tarde. Es un poco extraño.

—Esto viene del ángel de la muerte. Sólo quería hacerte saber que Noni nos dijo que un equipo de construcción encontró lo que se ve como una fosa común en un rancho en el sur de Nuevo México. Han descubierto los restos de tres cuerpos por lo que él sabe. Todos femeninos. Y, Charley, las tres son rubias.

Me senté de nuevo, sintiendo como el aire acababa de ser expulsado mí. —Eso explicaría muchas cosas. No estoy segura de por qué el descubrimiento de la tumba las haría correr hacia mí, pero tuvo que ser el catalizador de alguna manera. Tal vez no les gustó tener a otros en su propio terreno. ¿Crees que los fantasmas tienen guerras territoriales?

—Creo que los fantasmas tienen todo tipo de angustia reprimida. Entonces, ¿Noni está casado?

—¡Cookie! —dije, fingiendo estar horrorizada—. Céntrate en las palabras de tu instructor, no en su trasero.

—¿Has visto su trasero?

Gemí interiormente e hice una nota mental para conseguirle a Cookie alguien con quien acostarse. —Vuelve a clase, y gracias por esto. Llamaré al tío Bob y le preguntaré lo que sabe.

—No hay problema. Pero, en serio, ¿lo está?

—¿Todavía me odias con cada fibra de tu ser?

Ella vaciló, luego concedió. —No, creo que no.

—Sí, está casado y su esposa es una tiradora campeona.

—Maldita sea. Otro que se desliza a través de mis dedos.

—No voy a tocar eso. —Colgué con una risita y le llamé.

—Hola, calabacita —dijo.

—¿No pensaste en mencionar la fosa común?

—¿Qué fosa común? ¿Cómo te enteraste de eso? La encontraron el viernes por la tarde. Esto se mantendría en silencio por el momento.

—Por casualidad no le contaste a Noni Bachicha, ¿verdad?

—Hijo de… quizá lo hice. Tomamos un par de cervezas en su casa ayer por la noche.

—Te emborrachó para recibir información y te derrumbaste como una mina de sal inestable.

—Gracias por lo visual.

—No hay de qué. ¿Fosa común?

—Estoy en el bar a punto de salir hacia allí, no es que nosotros tengamos jurisdicción ni nada, pero hemos unido fuerzas con el Estado de Maine, el FBI y la policía local para tener esto bajo control. Me ofrecí para asignar un grupo de trabajo de la APD para ayudar con los esfuerzos.

—Eso explica tu trabajo el domingo.

—Sí.

—Con resaca.

—¿Cómo es que siempre lo sabes?

—Porque siempre suenas como si tuvieras un resfriado.

—Se trata de un viaje de tres horas, si estás interesada.

—Me interesa —dije, intentando no parecer desesperada.

—¿Por qué no te encuentras conmigo aquí?

Me dirigí a Calamity y aparqué en mi lugar de siempre. Había un cartel que decía “no estacionar: los infractores sufrirán varias enfermedades exóticas para las cuales no hay cura”. Parecía ser el truco. A mi casero no le gustaban especialmente mis tácticas, pero todo el mundo era mucho más feliz cuando tenía una plaza de aparcamiento. Caminé hacia el bar y me metí por la puerta trasera.

El lugar se encontraba lleno. En un domingo. En el almuerzo. En un domingo. Y una vez más, las mujeres parecían ser las principales entusiastas.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó tío Bob cuando me acerqué a la mesa que había tomado. No lo podía creer. Jessica estaba allí de nuevo. ¿Qué demonios? ¿Se había mudado aquí?

Demacrada por ver a Nicolette comer su burrito de desayuno, dije—: Tomaré mi desayuno habitual.

—Lo tienes, calabacita. —Hizo un gesto a nuestra camarera. Era nueva, así que no sabía su nombre. Debido a eso, me vi obligada a llamarla Sylvia—. Ella va a tomar huevos rancheros, y yo un burrito de carne adobada cubierto de salsa.

—Entonces, vamos al sitio real, ¿no? —pregunté mientras Sylvia escribía nuestro pedido.

—Sí, y sé cómo eres con los cadáveres.

Sylvia hizo una pausa y luego continuó, fingiendo no oírnos.

—¿Cómo soy con los cadáveres? —pregunté.

—Quisquillosa.

—Oh, está bien. —Podía manejar muertos. Cadáveres no tanto.

—Me sorprende que te ocupes de las personas fallecidas durante todo el día, todos los días, pero te lanzan un cadáver y te conviertes en una chica.

—Soy una chica —dije, completamente ofendida—. Y me he enterado de que un montón de hombres prefieren comer gusanos fritos que encontrarse cara a cara con un cadáver.

—Está bien, lo siento. Eso fue sexista.

Mejor que lo lamente. —Entonces, ¿qué pasa con este nuevo cocinero, Sylvia?

—Um, es Clair.

Eso era decepcionante. Ahora sabía su nombre, pero siempre sería Sylvia para mí. —Eso es muy malo. ¿Y el chico nuevo?

Ella sonrió y agachó la cabeza tímidamente. Si no lo supiera mejor, diría que Sylvia estaba un poco enamorada de él. O de ella. De cualquier manera. –Él es un muy buen cocinero.

Era él. Y ella tenía razón. —De acuerdo, bien, gracias. —Eso fue tan útil como una tetera de chocolate.

Se dirigió al puesto de órdenes cuando un hombre grande en extrema necesidad de terapia de control de ira irrumpió en el lugar con fuego en los ojos. La agarró del cuello de la camisa, y ella estaba demasiado asustada como para hacer algo al respecto. Pobrecilla.

—¿Es que nadie sabe que este es un lugar de reunión de malditos policías? —pregunté en voz alta—. ¿Por qué hacen esto? —Me levanté corriendo de un salto y mostré mi licencia de Investigador Privado—. Policía —le dije, haciéndome pasar ilegalmente por un oficial en un cuarto lleno de oficiales fuera de servicio, pero nadie más salía al rescate de Sylvia. Miré a tío Bob. Cruzó los brazos sobre el pecho y se echó hacia atrás para ver el espectáculo.

—¿Cuál parece ser el problema? —continué.

—Este hombre es el problema. Mira esto. —Puso un teléfono en mi cara con una imagen. Luego la desplazó para mí.

Me tomó un momento centrarme, pero sólo un microsegundo reconocer al hombre en las imágenes. Reyes. Una tras otra, fotos de Reyes pasaban delante de mí. ¿Qué demonios?

—Este es el teléfono de mi esposa —dijo, con la voz chillando hasta que toda la habitación se calló y un calor familiar subió a mi alrededor.

Uh—oh.

—Quiero hablar con ese imbécil de inmediato.

Vi cómo Reyes se acerba a nuestro lado con el delantal de Sammy y limpiándose las manos en un trapo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Pero él no tenía que responder. De repente todo tenía sentido. Las mujeres. El calor. La comida. —¿Tú eres el nuevo cocinero? —pregunté, asombrada.

—Tú —dijo el hombre con inteligencia cuestionable. —Mi mujer viene aquí todos los días para comer por tu culpa. ¡Y ella toma fotos! —Sacudió el teléfono hacia Reyes, pero él no tenía ninguna intención de reconocer las acusaciones del tipo. Mantuvo una expresión impasible, negándose a mirar el teléfono, hasta que pensé que el hombre iba a explotar.

Decidí intervenir. —¡Oh, Dios mío! —le dije a Reyes, mis ojos irradiando acusaciones contra él—. ¿Ella te tomó una foto? ¿Qué clase de juego estás jugando? Está bajo arresto, señor.

Su boca se ladeó y un hoyuelo apareció en una de sus mejillas mientras tomaba su muñeca y tiraba de él contra la pared. O, bueno, lo empujé contra ella. Lo sostuve contra la fría madera con una mano y lo registré con la otra. Despacio. Acariciando deliberadamente partes de él que no tenía derecho a acariciar en público. Pasé la mano por encima de sus nalgas, acaricié primero un bolsillo trasero, luego el otro. Entonces deslicé mi mano por debajo del delantal e hice lo mismo con los bolsillos delanteros. Se tensó cuando mis dedos rozaron su entrepierna. Sintiendo el calor que lo rodeaba intensificarse, pasé mis manos por sus muslos, adelante y atrás, luego hacia arriba sobre el estómago y las costillas. No tenía ni idea de que el cacheo pudiera ser tan divertido. Por suerte, estábamos parcialmente ocultos por un árbol artificial.

Aunque no lo hacía para poner a nadie celoso, las miradas letales provenientes de la mitad de las mujeres en el lugar me dijeron que no se divertían tanto como yo. O Reyes. Por lo menos él tenía sentido del humor. Y no le importaba que lo toqueteara en público. Lo acogió con satisfacción, si la mirada sensual en sus ojos era una indicación.

El hombre dio un paso atrás, sin saber qué pensar. Esa era mi arma secreta. Confundirlos y mantenerlos adivinando el tiempo suficiente para huir.

Saqué la herramienta más poderosa que tenía en mi arsenal. —Si te resistes —le dije al oído a Reyes—, me veré obligado a usar mi táser contigo.

Miró lo que tenía en mi mano. —Eso es un teléfono.

—Tengo una aplicación. Probablemente experimentarás daño en los nervios. Pérdida de memoria leve.

Su sonrisa se ensanchó. Estiró la mano hacia atrás, se apoderó del cinturón y tiró de mis caderas contra las suyas.

Finalmente decidiendo unirse, el tío Bob se acercó, su andar sin apresurarse, con expresión aburrida. —¿Cuál es el problema?

Levanté una mano. —Tengo esto, Detective.

Justo en ese momento recibí otro mensaje de texto de Cookie.

Al parecer, mi conocimiento de la situación es una mierda.

Oh, Dios mío. Ocupada manoseando a mi hombre. Le envié un mensaje de vuelta.

Al parecer, también lo hace su sincronización.

Miré de nuevo a Reyes. —¿Ha aprendido la lección, señor?

Pude sentir una ola de turbulencia de celos a mi alrededor como un viento caliente. Después de todo, él era la razón por la que el lugar se encontraba lleno de mujeres. Si las miradas mataran, yo habría estado retorciéndome de dolor, bien en mi camino a la otra vida, agarrándome la garganta y luchando por aire con un ojo un poco más grande que el otro.

Otra mujer dijo—: No puedes detener a Reyes porque este animal con cara de culo esté obsesionado con él. —¿Ellas sabían hasta su nombre? Siempre era la última en enterarme.

—Oh, está bien —dije, dejándolo ir. —Ella tiene razón.

Reyes se inclinó hacia mí. —No, no lo hace.

El hombre decidió tomar su vida en sus propias manos y agarrar mi brazo. —¿Crees que esto es gracioso?

—¿Es una pregunta con trampa?

Pero me di cuenta de que Reyes se había callado. Se acercó y me sacó de las garras del hombre. —No quieres hacer eso.

—Mire, señor —dije, ahora tratando de apaciguar a dos hombres furiosos—. Esto es claramente una conversación que necesita tener con su esposa. Y para que lo sepa, la mitad de las personas en este lugar son policías.

Sorprendido, se giró para escanear el área.

Pero Reyes todavía hervía. Se acercó aún más al hombre para que tan sólo nosotros pudiéramos oírlo. —Yo no soy policía. Y acabo de salir de la cárcel por matar a un hombre. Si quiere salir a la calle, puedo explicarle exactamente cómo lo hice.

El color desapareció de su rostro.

—Zimmerman —dijo tío Bob, llamando a uno de los policías uniformados—, ¿por qué no llevas a este caballero afuera y lo convences de que lo que acaba de hacer estuvo mal?

—Pero estoy comiendo —dijo Zimmerman. Cuando tío Bob le lanzó una de sus miradas de muerte, Zimmerman maldijo. Ahora estaba enojado e iba a desquitarse con el tipo. Esperaba que le pusiera una multa. Una que requiriera servicio de la comunidad o clases de manejo de la ira.

—Gracias, tío Bob.

—Tuve que detenerte. Creo que la mitad de las mujeres aquí planeaban tu muerte.

—Probablemente tienes razón. —Me volví hacia Reyes y tomé su brazo con el mío para dirigirlo a la cocina—. Está bien, estoy bien. No hay daño, no hay falta. Y mírate. No puedo creer que estés tomando el lugar de Sammy.

Se sacudió para deshacerse de su ira. —Almorzaba. Tu padre necesitaba un cocinero. Me ofrecí.

—Espera, ¿tu no... rompiste la pierna de Sammy?

Después de recompensarme con una risa suave y profunda, dijo—: No, estoy bastante seguro de que Sammy rompió la pierna de Sammy.

—¿Te das cuenta de que tienes un club de fans? —Indiqué la habitación con una inclinación de cabeza.

—Sí, eso tiende a suceder.

—Debe ser una perra —dije, burlándome de él.

—No viniste anoche.

—Cierto, um, tenía que hacer un poco de papeleo.

—Te das cuenta de que no me puedes mentir, ¿verdad?

—Lo sé. No estoy mintiendo tanto como estirando la verdad. —Estábamos parados. Me apoyé en la barra.

Reyes miró más allá de mí. —Tu tío nos está mirando.

—Él hace eso. Estamos tomando el almuerzo, después saldremos a una escena del crimen en el sur.

—Bueno, si tienes que ir. No estoy seguro de lo que voy a hacer con todas estas mujeres alrededor.

Los celos se dispararon dentro de mí tan rápido y tan fuerte, que Reyes contuvo el aliento, el aire silbando a través de sus dientes. Cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás, dejando que mi emoción rodara sobre él.

Me mordí el labio, avergonzada. —¿Estás disfrutando de esto?

—No —dijo, jadeando—. Un poco. Es como ser golpeado con un centenar de hojas de afeitar a la vez, cada una dejando un pequeño corte a medida que pasa.

—Ouch. Eso suena horriblemente desagradable.

Bajó la cabeza, me miró por debajo de sus pestañas. —Algún día te darás cuenta de que no soy como los otros chicos.

—En realidad, me di cuenta de eso hace un tiempo.

—Nada ni nadie me interesa, además de ti. Pero, ¿qué pasa con la pelirroja?

Mi estómago se encogió ante el pensamiento de que se diera cuenta del pelo rojo de Jessica. Aspiró otra bocanada entrecortada de aire.

—Lo siento —dije, tratando de detener mi repentina racha de celos—. Fuimos amigas en la escuela secundaria. No terminó bien.

El reconocimiento de su rostro me sorprendió. —¿Es ella? —preguntó, con una expresión de endurecimiento.

—¿Ella? ¿Sabes de ella?

Me miró, considerando y preguntándose cuánto debía decir. —Pude sentir tus emociones incluso en aquel entonces. Ni siquiera sabía que eras real, pero pude sentir todo lo que pasó mientras crecías. Tu madrastra era una fuente constante de dolor. Consideré romper su cuello varias veces.

Horrorizada, le dije—: Me alegro de que no lo hicieras.

—Yo no. Pero esa. —Miró a Jessica de nuevo. —Nunca he sentido tanto dolor proveniente de ti. Tal devastación absoluta.

Crucé los brazos sobre mi pecho. —Genial. No me gustaría que no fueras consciente de lo crédula soy. Con qué facilidad puedo ser engañada.

Sus rasgos se suavizaron y levantó la barbilla. —Confiabas en ella. Creíste que podrías decirle cualquier cosa. Eso no te hace crédula.

Me burlé. —Niños, ¿verdad? Y, además, tengo a Cookie ahora.

—¿Quieres que le corte la espalda?

—¿A Cookie? —Cuando sólo me sonrió con paciencia, negué con la cabeza a pesar de que su oferta era mucho más tentadora de lo que podía haber imaginado. Por extraño que parezca, no odiaba a Jessica. Odiaba lo que hizo, en lo que se había convertido, pero odiaba más el hecho de que aún hoy en día, quería su amistad. Su aceptación. Su aprobación. Era como una versión pelirroja de mi madrastra, y yo buscaba siempre ese amor incondicional que me había sido negado. Sonaba patético.

Excepto que con Jessica, lo había tenido. Por un rato, de todos modos. Ella era como el sol. Nos reíamos y llorábamos juntas. Nos abrazábamos y veíamos películas de terror. Hicimos crepes y pizza, y bebimos Kool-Aid en copas de vino. Y nos contamos nuestros secretos más profundos y mejor guardados. Así que una noche, en una fiesta de pijamas, después de que compartió su creencia de que una vez vio el fantasma de su abuela en su pasillo, también compartí algo con ella. Le dije que podía ver fantasmas. Pareció fascinada. Intrigada. Así que continué.

En ese entonces no sabía que, de hecho, era el ángel de la muerte, pero le hablé acerca de mis habilidades. Cómo ayudaba a mi padre y a mi tío con casos al hablar con las víctimas. Cómo los difuntos podían cruzar a través de mí, si querían, un hecho que sobresaltaba incluso a mi propia mente maleable.

Fui demasiado lejos. La asusté.

No, la perdí.

Parecía asustada al principio, luego asqueada. Rebeló que podía ser tan estúpida como para creer que tenía superpoderes. Su reacción me sorprendió mucho, no discutí cuando llamó a sus padres en medio de la noche para que vinieran a buscarla. Cuando se negó a responder a mis llamadas durante el resto del fin de semana. Cuando nos cruzamos la semana siguiente en la escuela para sólo tacharme como una aspirante a bruja loca. Como una sacrílega y santurrona. Ni siquiera sabía lo que significaba santurrona en ese momento. Si lo hubiera hecho, hubiera sabido dónde estaba plantado el verdadero destinatario de tal acusación. A océanos de distancia de mí. En un abrir y cerrar de ojos, nuestra amistad terminó.

La segunda mitad de mi primer año fue la cosa más difícil por la que pasé alguna vez. El único punto brillante que recordaba era Reyes. Conocí a Reyes. Cierto, estaba siendo golpeado hasta quedar inconsciente en ese momento, pero aun así fue un momento crucial para mí. Me acordé de la primera vez que lo toqué. Se dobló, aferrándose a un contenedor de basura en busca de ayuda, jadeando secamente y tosiendo sangre. Sus músculos se contraían con dolor, un cable alrededor de sus brazos, y vi las líneas suaves y nítidas de sus tatuajes. Un poco más alto, con grueso pelo oscuro enroscado sobre una oreja.

Gemma estaba conmigo. Levantó la cámara alrededor de su cuello para iluminar nuestro entorno, y Reyes, entrecerrando los ojos contra la luz, levantó una sucia mano para protegerse los ojos. Y eran impresionantes. Un magnífico marrón, profundo y rico, con motas de oro y verde brillando en la luz. Sangre roja oscura surcada un lado de su cara. Robó mi corazón y lo deseé desde ese momento.

—¿Dónde está tu cabeza? —preguntó Reyes.

En respuesta, le solté—: Lo siento. ¿Dónde estábamos? Cierto, no hay corte de columna vertebral para usted, señor.

—¿Estás segura? Me está mirando fijamente —susurró en otro aliento. Maldita sea. Tenía que conseguir tener esa mierda bajo control.

—¿Qué quieres para el almuerzo? —preguntó.

—Pedí fuera del menú, en realidad. Sammy siempre me hacía huevos rancheros cuando lo pedía. Eran geniales. No hay presión.

Arqueó una ceja. —¿Cómo te gustan los huevos?

Lo intenté. Realmente lo hice. Pero miré a su entrepierna y salió de todos modos. —¿Fertilizados?

Una sonrisa malvada apareció en su rostro. —Saldrá enseguida, señora. —Inclinó un sombrero invisible y se dirigió a la cocina.

— Y si ese hombre vuelve para matarte, no lo mates en respuesta.

—No puedo hacer ninguna promesa.

—Lo digo en serio, Reyes —le dije.

Me guiñó un ojo justo antes de que la puerta se cerrara detrás de él.

Cinco minutos después de sentarme con el tío Bob, Reyes trajo nuestra comida personalmente. El ambiente se calmó en un susurro, y varias mujeres en verdad levantaron sus celulares para tomar fotos de él. Esto era ridículo. Esto era más que ridículo.

Por supuesto, era una especie de famoso. Había estado diez años en prisión por un crimen que no cometió. Todo el mundo quería su historia. Le rogaban por una entrevista. Y una vez que el público tuvo una imagen de Reyes siendo liberado y escoltado hasta un coche que esperaba fuera de la corte, ese mismo público clamaba por saber más de él. Así que, en cierto modo, era una celebridad.

Pero aun así, ¿Jessica?

—Detective —le dijo Reyes a tío Bob mientras dejaba su plato.

—Farrow, es bueno verte salir. Trabajar.

—¿Quiere decir que es bueno verme convertido en un miembro productivo de la sociedad?

Hice una mueca. Lo había enviado a la cárcel hace muchos años, pero en su defensa, la trampa de Earl Walker era casi perfecta. La evidencia era demasiado abrumadora a pesar del instinto de tío Bob, que le decía que Reyes no lo hizo.

La boca del tío Bob se estrechó en una sonrisa forzada. —Esto no está envenenado, ¿verdad?

Sin apartar los ojos de tío Bob, Reyes tomó su tenedor, cortó el burrito, cogió un bocado y me lo ofreció. Luego su mirada, todavía sensual y electrizante, se quedó en la mía. Abrí la boca y envolví mis labios alrededor de su ofrenda, y después cerré los párpados y gemí.

—Delicioso. —Cuando lo miré, sus rasgos se habían oscurecido. Me vio comer, su mirada oscura, con la mandíbula dura. Tragué saliva, y luego dije—: Eres muy bueno en eso.

—Lo sé. —Dejó el tenedor y asintió para despedirse antes de regresar a la cocina. Todos los ojos puestos en su culo, entre ellos los míos.

—Entonces —dijo tío Bob—, ustedes dos parecen llevarse bien.

—Ni siquiera pienses en ello —dije, mirando la puerta por la que Reyes acababa de pasar.

—¿Qué?

—Juzgar con quien salgo. —Entonces lo miré—. Como si tú fueras mejor con la basura que llevas a casa.

—Charley —dijo, ofendido.

Pero sólo lo estaba preparando, ablandándolo para mi próxima declaración. Me incliné hacia él y dije—: Sé que te gusta, tío Bob. Sólo invítala a salir.

—¿Quién? —preguntó, de repente fascinado con su burrito.

—Sabes quién.

Dio un mordisco y asintió. —Esto está increíble.

Esa era mi señal. Abrí los ojos con horror, me agarré la garganta, e hice mi mejor imitación de la escena de la muerte de una actriz de cine mudo. —No, él… él no pudo haberlo hecho —dije. Me atraganté con las palabras entre jadeos—. Está… está envenenado.

—Bueno, voy a invitarla a salir.

—¿En serio? —pregunté, enderezándome—. ¿Cuándo?

Tomó otro bocado. —Pronto. Come. Tenemos que salir de aquí.

Lo suficientemente bueno por ahora. Podría atormentarlo hasta que siguiera adelante con su promesa. Cookie no iba a esperar por siempre. Era hermosa, aunque cuestionable en muchos aspectos, como coordinadamente, pero eso la hacía más interesante en mi libro. El cual era un best-seller llamado Libro de Charley. Eso me dio una idea.

—Oye —dije, cortando un bocado y apuñalándolo sin piedad—, debería escribir un libro.

—¿Sobre mí? —preguntó.

—Quiero que sea interesante, tío Bob. Se trataría de lo que se siente al ver gente muerta.

—Creo que ya se ha hecho. También hay una película.

Maldita sea. Siempre tarde al juego. Deslicé el tenedor en mi boca y sonreí mientras mis papilas gustativas rompían en un creciente coro de "Estoy tan emocionada”. Dios mío, ese hombre era talentoso.

 

 

Me fui sin decirle adiós a Reyes. El lugar se hallaba repleto. No quería molestarlo. Todavía no podía creer que trabajaba para mi padre. Seguía asimilando ese pedacito de noticia cuando tío Bob interrumpió mis pensamientos.

—Por cierto, han sido veinticuatro horas —dijo mientras nos dirigimos hacia la I-25.

Sabía que iba a preguntar sobre el pirómano. —Iba a encargarme de esa pequeña situación esta tarde, pero ya que insististe en que viniera al lugar del crimen contigo…

—No insistí. Y en este momento, el caso del incendio supera a este. Estos cuerpos no van a ir ninguna parte. Podemos dar la vuelta ahora mismo y cerrar el caso. —Giró un dedo índice en el aire.

—No sé a ciencia cierta si podemos. Te lo prometo, tío Bob, te lo haré saber en el momento en que esté segura.

—Charley, si esta persona es inocente, vamos a averiguarlo.

—No siempre funciona de esa manera, y lo sabes. —Odiaba echarle en cara el caso de Reyes, pero esto era importante. Tenía que estar segura.

Se puso rígido pero no discutió. —Al menos, necesito saber de quién sospechas. ¿Y si te pasa algo entre ahora y entonces?

—¿Qué podría pasar? —Cuando su expresión fue inexpresiva, me encogí de hombros—. Está bien. Le enviaré un mensaje con quién creo que es a Cookie con instrucciones explícitas de no decírtelo a menos que ocurra algo grave. Al igual que si tengo una reacción alérgica mortal a tu colonia barata.

No le gustaba, pero asintió. —Ahora, si no te importa.

—Caray. Bueno. —Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Cookie.

—Y mi colonia no es barata.

Solté un bufido y escribí.

Kim Millar. Guarda este nombre y no se lo des al tío Bob a menos que yo muera en algún momento del día siguiente, o dos siguientes. O si entro en shock anafiláctico y el pronóstico se ve mal. Rogará. Sé fuerte.

No confiaba en el hombre. Estaría molestando a Cookie a la primera oportunidad que tuviera, y lo sabía.

Y haz una nota para comprarle al tío Bob una botella de Acqua di Gio.

Bueno. ¿Hay algo que deba saber?

Sí, su gusto en colonias es una mierda.

Empecé a poner mi teléfono en mi bolso cuando Ozzy gritó, su acento tan espeso, que sólo estaba medio segura de lo que dijo. —¿A dónde demonios están yendo?

Tío Bob saltó. Debo haber encendido mi GPS.

—Tienes que encontrar el camino alrededor. Estás en el medio de ninguna maldita parte.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó tío Bob, casi desviándose de la carretera.

—Lo siento, es Ozzy. —Agarré el teléfono y bajé el volumen—. Él es tan exigente. —Toqué un par de botones para desactivar la aplicación, a continuación, puse el teléfono en mi oreja—. Tortita de mantequilla dulce, Ozzy, tienes que dejar de llamarme. ¡Eres un hombre casado! —Fingí colgar, luego rodé los ojos—. Estrellas de rock.

Tío Bob parpadeó y miró al frente, no sabía qué pensar, un momento que atesoraría por siempre. O mientras mi trastorno por déficit de atención me lo permitiera.