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Traducido por Luna West
Corregido por Alessa Masllentyle
Quien quiera que esté a cargo de asegurarse de que yo no cometa estupideces, está despedido.
(Camiseta)
Llevé a Quentin al convento, saludé a todas las hermanas, jugué un rápido juego de Yahtzee, conseguí que patearan mi trasero y luego me dirigí de regreso a la casa de Rocket con una nueva herramienta sobre mi asiento trasero. Si no podía trepar la cerca, entonces iba a atravesarla.
Usar las pinzas para cortar metal fue mucho más difícil de lo que pensé que sería. Y eran muy pesadas y voluminosas. ¿Qué diablos? Parecía tan fácil en las películas. Cómo podar un arbusto de azalea. Pero esto era trabajo. Debí haber comprado guantes. Mis manos eran tan pequeñas y débiles.
Después de finalmente hacer una abertura lo suficientemente grande para que pudiera atravesarla, obligué a mi cabeza a entrar primero y noté que dejé algunos mechones de cabello y toneladas de muestras de ADN en los bordes filosos de alambre que acababa de cortar. Esto no iba como lo planeé. Finalmente, metí mi cuerpo a través de la valla, comparando la desagradable experiencia con mi nacimiento, y encontré la ventana del sótano que siempre mantenía sin llave. Quería usar la llave que tenía, pero todas las cerraduras fueron cambiadas. Quien quiera que fuera Industrias C&R, pagarían un alto precio por mi sangre perdida.
Saqué una linterna y bajé las escaleras de cuestionable durabilidad.
Tarta de Fresa apareció con el resplandor de mi luz. Fresa, alias Becky Taft, alias la pequeña hermanita de David Taft que murió cuando él tenía once, era una bola de fuego de nueve años que bien podría enseñarle al papá de Reyes una o dos cosas en lo que a mí respecta. La llamé Tarta de Fresa porque aún usaba la pijama de Tarta de Fresa de cuando falleció. Puso sus manos hechas puños en sus caderas, su largo cabello rubio y enredado cayendo por su espalda. Siempre pensé que si realmente me gustaran los niños, ella podría haberme agradado. Probablemente no, pero era un pensamiento.
—Hola, calabaza —dije—. ¿Dónde está Rocket?
—Escondiéndose.
—Dios, ama ese juego.
—No, está escondiéndose de ti. Tiene que mostrarte algo. —Me miró acusadoramente.
Intenté no reírme. —¿Mostrarme qué?
—Alguien en la pared. Teme que te enojes con él.
—¿En serio? Bueno, ahora tengo curiosidad. —Entonces, lo pensé por un momento. ¿Qué pasa si era mi nombre?, ¿y si las tijeras para alambre caen y yo accidentalmente corto mi propia garganta y me desangro hasta morirme sin siquiera saberlo? Eso sería un asco.
—¿Puedo cepillarte el cabello? —preguntó mientras seguía el camino, dando saltos por el lugar. Niños. No puedes vivir con ellos. Pero tampoco puedes comértelos.
Entonces, comprendí lo que preguntó. —¡No! —grité antes de frenar la oleada de miedo que se apoderó de mí, para luego decir con una amable voz—: No, calabaza, quizás la próxima vez.
Pero ya era demasiado tarde. Ella se detuvo, cruzó sus pequeños brazos sobre su diminuto pecho y gimió como un cachorro. Mierda. Eso era todo lo que yo necesitaba. Que TF comenzara a seguirme, atormentándome porque herí sus sentimientos. —Bien, puedes cepillar mi cabello cuando encontremos a Rocket. Pero sin tijeras. Sé lo que le hiciste a tus muñecas.
Jadeó, completamente horrorizada. —Fue sólo a las muñecas malas.
Oh, sí, estaba completamente cuerda.
Encontramos a Rocket en una de las habitaciones del pabellón médico. La cual era, como mucho, la habitación más espeluznante de todas.
—Hola, amigo Rocket —dije para relajarlo. Él se sentó en un rincón, acurrucado en una bola. Parecía que obligaba a muchas personas a colocarse en posición fetal últimamente. Me arrodillé junto a él y puse una gentil mano en su hombro—. ¿Qué pasa?
Sacudió su cabeza y se acurrucó aún más. Nunca lo había visto así.
—Sí, ¿qué pasa? —dijo Fresa justo antes de pincharlo con un palo.
Él le dio un manotazo a la vara.
—¡Fresa! —dije—. No pinches a Rocket. Por el amor de Dios. ¿Dónde está tu hermana?
La hermana de Rocket era conocida por el nombre de Blue Bell. No tenía idea de por qué. La conocí una sola vez. Una pequeña cosita angelical con el cabello corto hasta las orejas y overoles.
Fresa se encogió de hombros y lo pinchó de nuevo.
Le arrebaté la varita. —Pensé que querías cepillar mi cabello.
—¡Oh, sí!, ¡quiero! —Salió al pasillo, sólo podía suponer que fue a conseguir un cepillo.
—De acuerdo, amigo Rocket, ¿qué te está preocupando? —Cuando sacudió su cabeza, comencé a tentarlo—. Te traeré un refresco la próxima vez.
Se mordió el labio inferior.
—Uno de uva.
—¿Con una sombrilla? —preguntó.
La última vez que lo soborné con un refresco, le puse una pequeña sombrilla arriba, una sobra de una noche Hawaiana en Calamity.
—Con una sombrilla —prometí.
Se removió hasta que estuvo sentando con la espalda contra la pared, sus brazos cruzados sobre las rodillas dobladas. —Bien, pero vas a cabrearte.
TF apareció con un cepillo que había encontrado en Dios sabrá dónde.
—Siéntate en tu trasero —ordenó—, y quédate quieta. Tengo un montón de trabajo frente a mí.
Me senté y le fruncí el ceño mientras ella tiraba de mi liga. —No hay nada malo con mi cabello.
—Lo sé —dijo, de repente a la defensiva—. No es realmente feo. Es simplemente soso.
Bueno, eso lo aclaraba todo. La próxima vez que fuera a la peluquería, me gustaría decirles lo que Fresa pensaba de mi cabello. Quizás podrían explicarme por qué era soso.
Le di la espalda y la dejé tomar mi cabello entre sus dedos. Pasó el cepillo a través de él, comenzando por mi cuero cabelludo y deslizándolo hasta las puntas. Esperaba no tener varios mechones menos para cuando terminara.
Siempre estaba un poco impresionada con lo que Fresa podía hacer. No todos los difuntos podían mover objetos, mucho menos llevarlos consigo y utilizarlos. Creo que la razón por la cual podía hacerlo era porque nadie le había dicho lo contrario y recordar que los muertos no pueden hacerlo nunca se le ocurrió a ella.
Después de otro buen raspado de mis raíces, noté una diminuta mano saliendo de la pared detrás de Rocket. Era Blue. Se aferraba al brazo de su hermano porque tenía miedo de mí o estaba asustada por él.
—Rocket, ¿por qué crees que voy a cabrearme contigo?
—Porque…
—¿Alguna vez me he cabreado contigo?
—No, señorita Charlotte, pero una vez te molestaste.
—Bien, intentaré no cabrearme. —Para ese momento, mi cuero cabelludo estaba en llamas. Fresas cepillaba, arrancaba y tiraba de mi cuero hasta que me desangrara—. ¿Qué va mal?
—Voy a tener que mostrártelo, señorita Charlotte.
Blue tiró de su brazo, tratando de jalar de él a través de la pared.
—Está bien, Blue. Va a traernos un refresco de uva con una sombrilla.
Rocket señaló detrás de mi cabeza. Cuando me volví para mirar, Fresa tomó un puñado de mi cabello y lo jaloneó.
—¡Ay! —Agarré mi cabello y lo tiré fuera de su alcance—. Mierda, Fresa.
—Te moviste —dijo, mirándome como si yo fuera una idiota.
Finalmente, conseguí un buen vistazo del cepillo en su mano. —¿De dónde sacaste esto? —Era de una extraña forma rodeado con cerdas sucias por todos lados, hasta el mango de plástico roto.
—Del armario de suministros.
Sólo había un tipo de cepillo que yo supiera que tenía cerdas en todos los sentidos.
—Oh. Dios. Mío. —Salté y le grité—: ¡Eso es un cepillo de baño!
Levantó sus pequeños hombros. —Bien.
—¡Fresa! Eso es asqueroso. —Froté mi cabello, intentando limpiarlo. Quizás tenía algo de Lyson en Misery. O quizás algún desinfectante de manos.
—Como sea —dijo, y tuve que recordarme a mí misma que ella murió en algún momento de los noventa, en el apogeo de la revolución de como sea. Su vocabulario era tan diferente del de Rocket, quien murió en los cincuenta.
Finalmente, me calmé lo suficiente como para mirar a donde Rocket señalaba. Me acerqué a la pared, tragándome las arcadas. Nunca me recuperaría de esto. Traté de encontrar el nombre que señalaba, pero como siempre, el nombre fue arañado en la superficie de la pared. Era difícil saber dónde terminaba un nombre y donde comenzaba otro.
—Un poco más —dijo, señalando más allá de mí.
Di otro paso más cerca y vi un espacio despejado con un nombre apartado de los demás. Vi una W y una O. Me acerqué un poco más hasta que pude leer el último nombre de los demás. Farrow. Vacilé, me zambullí en tranquilo estado de negación, luego di otro paso. Alexander. Me detuve. Mis pulmones se contrajeron mientras estaba de pie allí. Mis ojos siguieron letra a letra hasta que se concentraron en el primer nombre. El único nombre que yo conocía por más de una década. El nombre que significaba muchas cosas para mí.
Hermoso.
Salvaje.
Peligroso.
Indomable.
—¿Estás molesta, señorita Charlotte?
El nombre se volvió borroso, pero lo repetí en mi mente una y otra vez. Dejé que los sonidos acariciaran mi boca, se deslizaran sobre mi lengua, saliendo a través de mis labios. Reyes. Reyes. Reyes.
—¿Estás enojada?
Blue ya había a travesado la pared. Podía verla por el rabillo del ojo. Tiró del brazo de Rocket, intentando jalarlo hacia la pared con ella.
—No entiendo —dije, totalmente incrédula—. Lo acabo de ver. —Me giré hacia él, la ira corriendo a través de mí como un reguero de pólvora—. No está muerto, acabo de verlo.
Los ojos de Rocket se agrandaron mientras me miraba. Se impulsó a ponerse de pie.
—Charley —dijo Fresa, su tono de regaño—, tienes que detenerte. Estás asustando a Blue.
—No está muerto —le dije a Rocket.
—Todavía no —sacudió la cabeza—, aún no, señorita Charlotte.
Estuve frente a él otra vez, tenía el cuello sucio de su camisa envuelta en mi puño antes de pensar lo que hacía. Para asegurarme de que no desaparecería como era tan aficionado a hacer. —¿Cuándo? —pregunté, sabiendo exactamente cuál sería su respuesta.
Intentó hablar, su boca abriéndose y cerrándose como un pez, lo había asustado.
Lo atraje más cerca hasta que nuestras narices se tocaron. —¿Cuándo? —repetí.
—No cuando. No cómo. Sólo quien. N-no se rompen las reglas.
Tranquilicé mi voz, pronunciando cada sílaba con cuidado para que comprendiera cada palabra que salía de mi boca. —Voy a desgarrar a tu hermana en dos.
—Días —dijo Rocket mientras una lágrima caía sobre sus pestañas. Temblaba incontrolablemente—. Él sólo tiene un par de días.
—¿Por qué?, ¿qué pasará? —Cuando vaciló, me agaché y sin apartar los ojos de él curvé mis dedos alrededor del overol de su hermana. Ella no peleó. Mantuvo sus brazos envueltos alrededor de la pierna de su hermano. Pero mi punto ya quedó claro.
—Va a enfermarse —dijo, sus párpados revoloteando mientras salía del mundo real y se asomaba al mundo sobrenatural—. Pero no será real. Esto no es humano. No tendrás otra opción.
—¿Qué? ¿cómo que no tengo otra opción?
—Tú… tú tendrás que matarlo. No será tu culpa.
¿Por qué yo mataría a Reyes? No lo haría. Punto. Pero está claro que algo iba a ponerme en ese camino. —¿Cómo lo detengo? —pregunté, las palabras silbando entre mis dientes.
Él regresó a mí, su mirada aguda y clara. —No, señorita Charlotte. Eso rompe las reglas. —Cuando bajé mi cabeza para mirarlo por debajo de mis pestañas, agregó—: No se rompen las reglas.
—Charley, voy a decírselo a mi hermano —dijo Fresa. Ella estaba de pie a mi lado, las manos en las caderas, una mirada cómica en su rostro.
—¿Se pueden romper? —le pregunté.
—Sí, pero no querrás romper las reglas. Algo malo podría ocurrir.
—Eso está bien para mí.
Lo empujé contra la pared, incapaz de controlar la furia que se había apoderado de mí, y salí. Regresando a la puerta trasera, entré en Misery, jadeando por aire, mis mejillas húmedas de la emoción y pesar. ¿Qué había hecho?
Limpié furiosamente mis mejillas, salí del lugar de Rocket con mil preguntas más de las que tenía cuando entré. No podía perderlo. No podía perder a Reyes. Y no tenía absolutamente ninguna intención de matarlo, por lo menos eso estaba resuelto. Sin embargo, ¿qué podría justificar una acción tan extrema?
No estaba segura de poder hacerle frente a la gran cantidad de mujeres en mi departamento en este momento. Había perdido el control. Con Rocket. El alma más dulce que había conocido jamás. Amenacé a su hermana pequeña, una niña de cinco años que se escondía en los rincones oscuros y se acurrucaba en las sombras para evitar a personas como yo. Para amenazarla se necesitaban bolas. Debería sentirme orgullosa de mí misma, intimidando a un hombre con problemas mentales y una niña de cinco años.
Y de acuerdo con Rocket, estaba a punto de perder al único hombre que he amado.
El mejor lugar para mí, el único lugar donde yo podría aclarar mis pensamientos y encontrar las respuestas que aún necesitaba, estaba en mi oficina, así que me dirigí hacia allí.
Entré para encontrar el restaurante y bar lleno de clientes. De nuevo. No era horriblemente inusual para un sábado por la noche, pero al igual que los últimos días, la habitación estaba a reventar de mujeres, y había muchos más policías fuera de servicio de lo normal. Sin duda, el aumento repentino de la presencia femenina atraía a los cazadores. El oficial Taft estaba allí, el hermano mayor de Fresa, y la última cosa que quería decirle era que acababa de amenzarar a las dos personas más queridas que jamás han existido justo en frente de su hermana pequeña. Fresa podría merecer eso y mucho más, pero mi comportamiento era inexcusable. Y peor aún, no tenía idea de qué se apoderó de mí. Me volví furiosa en un segundo.
Intentando esquivar a Taft, caminé junto a una mesa con un rostro familiar. Jessica estaba allí. Otra vez. ¿Qué demonios? Era demasiado tarde para cambiar mi ruta ahora. Ella sabría que intentaba evitarla. No tenía más remedio que caminar por su mesa.
Jessica me vio y sonrió mientras me apresuraba a caminar. Era el día equivocado para intentar joder conmigo. Me detuve a medio caminar y me acerqué hasta que estuvimos cara a cara.
—Oh, hola, Jess —dije, plasmando una enorme sonrisa y espolvoreándola con tanta azúcar falsa en mi voz que tenía que cambiar mi nombre a Splenda.
Parpadeó sorprendida, luego me miró con suficiente desagrado como para querer darle una tremenda bofetada, pero me contuve. —¿Qué quieres? —preguntó, sus amigas se rieron en el momento justo. Era inspirador, en realidad.
—Sólo estaba preocupada por ti, por la clamidia y herpes que tenías cuando estabas en la preparatoria. Quería asegurarme que has estado practicando sexo seguro.
Su mandíbula se abrió lo suficiente para que sus amigas notaran que no estaba mintiendo. Fue increíble su reacción, confirmándole a todos lo que acababa de decir. Tendría que enviarle una tarjeta de agradecimiento después.
—¿Estás bien? —pregunté cuando su rostro se volvió de un encantador tono escarlata.
—No tengo herpes —dijo con los dientes apretados. Su mirada saltó entre sus amigas con timidez—. Y sé por qué estás aquí. Deberías darte por vencida.
Bien, ese era un contraataque. ¿Por qué estaba yo aquí? Oh, correcto. —Trabajo aquí. Mi papá es el dueño de este bar. Mi oficina está justo arriba. —Señalé el balcón que daba al restaurante—. ¿Por qué estás tú aquí?
Se burló. —Claro que no sabes el por qué.
Maldición. Me devolvía el golpe de nuevo. ¿De qué diablos me perdía? Recorrí la habitación buscando pistas, algo que un investigador privado notaría.
Nada. Pero no podía dejar que ella lo supiera.
—Bien, espero que esto haya sido divertido. Mantengan su ropa puesta, damas. —Sonreí y me despedí con mi mano mientras me alejaba con tanta dignidad como me era posible. Odiaba estar fuera de lugar. Estar fuera de lugar era como ser el único niño en el patio del recreo sin un videojuego.
Subí las escaleras de dos en dos y cerré la puerta de mi oficina detrás de mí, mi mente se tambaleaba en lo que acababa de hacer. No sobre Jessica, si no sobre Rocket y Blue. Me senté detrás de mi escritorio, aún temblando, y cubrí mi cara con las manos, intentando tranquilizarme.
¿Cómo podía arreglar esto?, ¿cómo podía arreglar mi relación con Rocket y Blue? Acababa de conocer a Blue, y ahora me veía como una abusadora, un monstruo. ¿Y porque demonios estaba Jess aquí, de todos modos? Eso me irritaba. Y comportarme tan inmadura me irritaba al extremo.
Encendí mi computadora y comprobé la cafetera. Sólo había suficiente para una taza, así que la puse en el microondas, añadí todos los acompañamientos, y luego me puse a trabajar. Necesitaba respuestas. En primer lugar, ¿quién era el dueño de ese edificio? Si no fuera sábado por la noche, podría ir al juzgado y averiguarlo, pero quizás podría encontrar algo en línea al respecto. Hice búsqueda tras búsqueda. Nada, aunque si encontré un par de sitios muy interesantes que hablaban de cuán embrujado estaba el manicomio. Había testimonios de cómo la gente había visto una luz brillando en sus cámaras o encontraron un objeto en un lugar diferente de donde lo habían dejado. Si que ellos supieran.
Mi principal preocupación era, ¿qué pasaría con Rocket si la empresa que compró el asilo decidiera demolerlo?, ¿a dónde iría Rocket? Mis paredes no tenían tanta capacidad para el uso que Rocket les daba y todos sus conocimientos. Debía averiguar cuáles serían sus planes. Si la demolición se encontraba en el futuro previsible de Rocket, yo tendría que encontrar un lugar a donde trasladarlo. Pero resolvería ese problema cuando llegue a él.
Cuando no se me ocurrió nada, me senté allí, bebiendo café y preguntándome sobre todo. Nicolette la no muerta. Las mujeres de mi departamento. El hecho de que Kim Millar fue muy probablemente una pirómana y el hecho adicional de que Reyes Farrow no sería muy feliz cuando hablara con su hermana. Tenía que haber otra manera.
En el fondo de mi mente, otro hecho ardía y picaba. Tratar de preocuparme por otras cosas además del hecho de que Reyes tenía unos cuantos días de vida era como intentar no mirar el enorme elefante en la habitación. Él podría morir. Estaba destinado a morir. Inhalé profundamente y tomé una decisión. Cuando llegara el momento, haría lo que fuera para evitar que eso sucediera. No moriría. No por mi decisión.
Ya que no había nada que pudiera hacer por Reyes justo ahora, sin tener idea de a quien podría preguntarle sobre mis dudas, me concentré en Kim. Su situación era la única que tenía la oportunidad de mejorar entre mis problemas. ¿Pero cómo?
Después de dos horas completas de miseria, salí de mi oficina a través de la puerta principal y tomé la escalera exterior. Conociendo mi suerte, Jessica y sus amigas aún seguirían allí. En onda. Exactamente donde yo no estaba. Tampoco estaba en un buen estado de ánimo para que me recordaran ese hecho.
Caminé alrededor del bar hacia mi edificio de apartamento detrás de él y subí penosamente los dos tramos de escalera. El muerto Duff se me adelantó casi al llegar. Sus gafas redondas y gorra de béisbol hacia atrás me hicieron sonreír a pesar de todo.
—Hola, C-Charley.
—Hola. ¿Cómo esta PP? —pregunté, inquiriendo acerca de la caniche psicótica de la señora Allen, Pince Phillip.
Frunció el ceño, luego se contuvo. —PP está bien. Él no es el p-problema.
—¿En serio?, ¿quién es?
—Es la Sra. Allen. No estoy seguro de que esté muy estable.
—¿Eso crees? Cree que su caniche es de la realeza. En serio, ¿qué tan estable puede estar?
—Eso es cierto. Decidí m-mudarme.
La nota adhesiva en mi puerta decía: ¿Lista para el segundo round? Tiré de mi labio inferior entre mis dientes, quité la nota y la acerqué a mi boca. Después de un rápido vistazo a la puerta de Reyes, dije—: Eso suena lógico.
—Podría vivir aquí —dijo, señalando al apartamento de Cookie.
—Oh. —Eso me sorprendió—. Bueno, está bien, pero sólo si espías a Cook por mí.
—¿Cook?, ¿Cookie?, ¿tú a-amiga de la otra noche?
—La misma. He estado preocupada por ella. ¿Qué sabes tú sobre la moda de mujeres?
—No mucho, pero s-supongo que podría espiarla. A menos, tú sabes, a menos que tengas una habitación libre o a-algo.
Oh, Dios mío. ¿Estaba pidiéndome mudarse conmigo? Imaginar que el primer chico que quiere mudarse conmigo estaba muerto. —En realidad, estoy llena por ahora. —Abrí la puerta e hice un ademán para demostrarle cuán lleno estaba. Él hizo una mueca al ver la horda. Me sentí agradecida de que se estuvieran quedando en mi apartamento y no corriendo por las verdes praderas de Dios. Nunca sería capaz de reunirlas a todas.
Y había más que antes. Tal vez debería quedarme con Cookie, también.
No, yo necesitaba dejar de huir e intentar conseguir algo de información de éstas mujeres. Sin duda, una de ellas, de la docena de mujeres, podría decirme qué estaba pasando. Estaba fuera de lugar, incluso en mi propia casa.
—H-he visto eso. Q-quizás sólo saldré a pasear por un rato.
—Oye, ¿podrías hablar con ellas? —pregunté—. ¿Averiguar lo que está pasando?
Pero su mirada seguía sobre el Sr. Wong. Sus cejas se fruncieron un microsegundo antes de que la comprensión se asentara.
—Um, n-no. No c-creo p-poder.
No puede evitar notar que su tartamudez empeoró.
—¿Lo conoces? —pregunté, sorprendida.
—¿Q-qué?, ¿él? N-no. N-no tengo idea de q-quién es e-este.
Lo retuve del brazo. —Duff, ¿quién es él?
—Tengo que i-rme.
¿Estaba asustado?, ¿sorprendido?
—Duff, espera. —Se me cayó el bolso y me agaché para recogerlo.
Pero él se fue. Se desvaneció. Muy a mi pesar.
Entré en mi apartamento, cerré la puerta detrás de mí, y saludé al Sr. Wong. —Bien, señor, ¿quién eres realmente?
No se movió. Nunca se movía. ¿Pero de dónde podría conocerlo Duff? El Sr. Wong no salía mucho.
Pensé en pagarle a mi lindo vecino con una visita. A Reyes, no a Cookie. Cookie también era linda, a su manera especial. Pero saber sobre Kim y lo que tenía que hacer no era algo que quisiera decirle. ¿Y qué iba a morir pronto? Me gustaría encontrar una manera de romper las reglas, lo que sea que significaran, cuando llegara el momento, pero hasta entonces tener a Reyes tan cerca era maravilloso.
Parecía que compartiría la cama con una hermosa mujer asiática. Ella se sentó en el rincón más apartado de la habitación. Sus pies sobre el suelo. Sus palmas en su regazo. Su mirada distante. Parecía malo intentar dormir un poco con todas estas mujeres meditando por allí, pero no sabía qué hacer con ellas. Me arrodillé y miré debajo de la cama. La duendecilla aún seguía allí. Sus enormes ojos azules mirándome fijamente, y noté que era la única que hacía contacto visual conmigo. Que me miraba.
De todas las mujeres, era la más joven. Me parecía extraño que un asesino en serie matara a una niña en medio de mujeres adultas. Tal vez fue un accidente. O quizás comenzaba a matarlas más y más jóvenes a su paso. No había nada revelador.
—Hola, cariño —dije.
Ella se echó hacia atrás, sus movimientos precavidos, sus extremidades trabajaban como un insecto estando en un espacio pequeño.
—Dulce sueños.
Finalmente me recosté, mi mente corriendo con los acontecimientos del día, y coloqué mi mano contra la pared que separaba el apartamento de Reyes y mío. Nuestros dormitorios. Su calor, quemándome y relajándome al mismo tiempo, subió por mi brazo y se esparció a través de todo mi cuerpo. Dormí con un solo pensamiento en mi cabeza: Reyes Farrow.
—Quiero que sepas que estoy perdiéndome un maratón de Supernatural —dijo Cookie la siguiente mañana cuando llegó a tomar café.
—Es por un bien mayor, Cook. Cuatro de cada cinco expertos concuerdan: la seguridad nacional es más importante que unos tíos buenorros.
—¿Has visto siquiera a los chicos Winchester? La existencia de Sammy y Dean prueba que hay un Dios, y que es una mujer.
Me reí a carcajadas. Pero tenía un buen punto.
—Es cierto —dijo, arqueando una descarada ceja—, lo leí en un poster.
—Entonces, debe ser verdad. ¿Qué harás en clase hoy?
—Vamos a ir al campo de tiro esta mañana, luego regresaremos al salón de clases. Tenías razón, Noni es grandioso. Y tiene historias geniales.
Sentí que debía advertirla. —Vas a estar en terreno peligroso esta tarde. Sólo piensa en sus preguntas y responde honestamente. Noni se rehusó a aprobar a dos estudiantes antes porque estaban un poco… emocionados. Creo que tú estarás bien.
—Volvamos al terreno peligroso. ¿Qué va a preguntar?
—Te pedirá que seas honesta contigo misma. Hablará sobre cosas como el arrepentimiento. Si alguna vez jalas el gatillo, si llegas a matar a alguien, ¿cómo crees que vas a sentirte después?
—No lo sé. Nunca he pensado en eso. Las probabilidades de que eso ocurra son casi nulas.
—Es bastante simple, en realidad. Si tienes que disparar tu arma para proteger a alguien que amas, no te arrepentirás. Pero si disparas para protegerte a ti misma, tan loco como suene, probablemente sentirás mucha culpa.
—¿Por qué me sentiría culpable por protegerme?
—Es algo de nuestra psique o nuestra genética. No lo sé, creo que hay un cromosoma en nuestro ADN que nos impide utilizar la violencia para protegernos a nosotros mismos si tenemos otra elección. Tristemente, como los humanos solemos hacer, siempre dudamos de nosotros mismos. Como resultado, terminamos sintiéndonos mal por matar al tipo que planeaba matarnos con un hacha. —Me encogí de hombros—. Creo que estarás bien con eso.
—¿Sigues invadida?
—Sí. ¿Cómo lo adivinaste?
—Hace mucho frío aquí.
—Lo siento. Los muertos son tan descorteces.
Amber asomó su cabeza por la puerta. —¿Puede venir Quentin?
—¡No! —dijimos ambas a la vez.
—¿Por qué? No tiene que regresar a la escuela hasta noche.
Cookie puso su expresión de madre. —Nada de chicos en el apartamento cuando no estoy allí, Amber.
Ella rodó sus ojos como sólo una chica de doce años puede hacer y cerró la puerta.
—Así que, ¿qué señas hizo anoche?
—Créeme, no quieres saberlo.
Se encogió de hombros. —¿Así de mal?
—Peor. Sólo digamos que debemos hablar con ella sobre la píldora pronto.
—Guau.
—Es eso o necesitamos investigar a su maestra de segundo grado por prostitución. Espera, ¿cómo sabe que él no tiene escuela hasta la noche?
—Aparentemente, están texteando.
—Oh. —Difícilmente podía culpar a Quentin, pero él tenía dieciséis y Amber doce. Cierto, ella era alta, de aspecto exótico aún a su edad, pero seguía teniendo doce. Yo tenía que ser cuidadosa. Ofrecería un par de amenazas de muerte a tiempo en caso de que él decidiera pasar el asunto a algo más que mensajes—. Supongo que está bien mientras todo lo que hagan comience con T al inicio y no con la letra S.