Tu cerebro

Katey, una estudiante de último curso de bachillerato, estaba aterrorizada mientras le hacían un lavado de estómago en la sala de urgencias del hospital de su distrito tras una noche de borrachera. Se retorcía de dolor por culpa de los vómitos que le provocaban los eméticos y seguía borracha después de los siete chupitos de tequila y los cuatro vasos de vino que había consumido aquella noche en la celebración del final de verano. Al menos ésa era la versión de sus padres basándose en lo que les habían contado los amigos de Katey. Por su parte, Katey no podía recordar gran cosa de lo que había ocurrido.

Finalmente se supo que Katey había llevado la bebida a la fiesta, la había compartido con sus compañeras de clases y hasta había convencido a la anfitriona de la celebración –la hija del director de su colegio– para que se sumase a la parranda alcohólica. Katey fue expulsada del colegio la semana siguiente, la misma semana que vino conmigo a hacer su primera sesión de terapia. Hablando más extensamente sobre lo que había pasado, me contó que había decidido «pasarlo bien» en la fiesta, aunque fuera en la casa del director de su colegio.

Katey sabía lo «desatinado» que sonaba aquello.

«¿En qué pensabas antes de la fiesta?», le pregunté. Ella puso cara de avergonzada y retiró la mirada mientras una sonrisa incipiente se dibujaba en su cara. «¿Qué pensaste que podría ocurrir después de la fiesta cuando las reglas del colegio establecen una “tolerancia cero” con el alcohol en los actos que tengan que ver con el centro?» Katey me miró con los ojos muy abiertos y clavados en los míos, la sonrisa cada vez más ancha, sugiriendo que tal vez su nerviosismo iba en aumento o que toda aquella situación le divertía mucho.

«Bueno… –empezó a decir con una sonrisa que ahora le cruzaba toda la cara–. Sí que lo pensé. -Hizo una pausa, miró por la habitación como si pudiera haber alguien escuchando, y luego siguió hablando conmigo–. Supongo que sabía lo que podía pasar, pero la idea de agarrarme una buena cogorza en la casa del director me parecía demasiado divertida para dejarla pasar.» Los ojos le brillaban con una chispa de felicidad.

El hecho de que Katey admitiera que había «previsto» lo que podía pasar en la fiesta, incluso sabiendo las posibles consecuencias, se corresponde con estudios recientes que revelan que por lo general los adolescentes son conscientes de los riesgos de comportamientos potencialmente peligrosos. De jóvenes no solemos ser totalmente ajenos a las consecuencias negativas de nuestros actos. Por el contrario, a pesar de que estas consecuencias negativas –los contras– son perfectamente conocidas, ponemos mayor énfasis en los aspectos positivos –los pros– de una experiencia: la emoción, la experiencia compartida, la diversión, la excitación de romper las reglas. Ese énfasis en lo positivo, como sabemos ahora, es resultado de los cambios en la estructura y la función cerebral durante el período de la adolescencia.

Dopamina, decisiones y la búsqueda de gratificación

Esta visión de Katey en la que destacaba lo positivo era en realidad una consecuencia natural de la necesidad de gratificación amplificada por el cerebro adolescente. El cerebro es un conjunto de células que se comunican con otras mediante unos productos químicos que se conocen como neurotransmisores. Durante la adolescencia se da un aumento de la actividad de los circuitos neurológicos que utilizan la dopamina, un neurotransmisor capital para que sintamos la necesidad de gratificación. Empezando en los primeros años de la adolescencia y alcanzando su pico más alto en los años centrales de ésta, el aumento en la liberación de la dopamina provoca que los adolescentes se sientan atraídos por las experiencias emocionantes y las sensaciones estimulantes. Las investigaciones sugieren incluso que el nivel habitual de dopamina es más bajo, pero que su liberación en respuesta a la experiencia es mayor, lo que puede explicar por qué los quinceañeros declaran con frecuencia sentirse «aburridos» cuando no están envueltos en actividades nuevas o estimulantes. Esta liberación natural de dopamina acentuada puede dar a los adolescentes una poderosa sensación de estar vivo cuando se lanzan a la aventura. Además, puede animarlos a fijarse solamente en la gratificación positiva, que saben con seguridad que los espera, mientras no prestan atención ni valoran los riesgos y desventajas posibles.

Este aumento en la necesidad de gratificación se manifiesta durante la adolescencia de tres maneras significativas. Una es sencillamente un aumento de la impulsividad, por la que se pasa a la acción sin una reflexión previa. En otras palabras, el impulso inspira la acción sin ninguna pausa intermedia. Hacer una pausa nos permite pensar en otras opciones más allá del impulso al que nos empuja la dopamina que empapa nuestro cerebro. Convencer a ese impulso para que se enfríe requiere tiempo y esfuerzo, así que resulta más fácil no intentarlo. Dicho esto, al tener una necesidad de gratificación más fuerte y exigente que nunca cuando somos adolescentes, tomarse el tiempo necesario para el proceso –para la reflexión y el autoconocimiento– resulta muy importante. Si cualquier idea se vuelca inmediatamente en la acción sin reflexión, estamos viviendo nuestra vida solo con pedales de acelerador y sin frenos. Esto puede ser muy agobiante para los adolescentes y para los adultos que se ocupan de ellos.

La buena noticia es que estos impulsos pueden contenerse si ciertas fibras de la parte más alta del cerebro se esfuerzan para crear un espacio mental entre el impulso y la acción. Es precisamente durante la adolescencia cuando estas fibras reguladoras empiezan a crecer para contrarrestar el «ímpetu» excesivo del sistema gratificante de la dopamina. El resultado es una disminución de la impulsividad. A veces se llama a esto «control cognitivo» y es un mecanismo fundamental para disminuir el peligro y reducir los riesgos cuando llegamos a la adolescencia. Como vamos a ver en breve, hay formas de estimular el crecimiento de estas fibras reguladoras que facilitan la pausa, y pueden desarrollarse a cualquier edad.

Una segunda manera en la que nos afecta el aumento de liberación de dopamina durante la adolescencia es el aumento de nuestra susceptibilidad a la adicción. Todos los comportamientos y sustancias adictivas suponen la liberación de dopamina. Cuando somos jóvenes no solo nos sentimos más inclinados a experimentar con nuevas experiencias, también somos más susceptibles a responder con una intensa liberación de dopamina que para algunos puede formar parte de un ciclo adictivo. Una droga, el alcohol por ejemplo, puede provocar la liberación de dopamina y tal vez nos sintamos inducidos a beber cerveza, vino o bebidas alcohólicas fuertes. Cuando el alcohol desaparece, la dopamina se desploma. Entonces nos vemos empujados a consumir más de la sustancia que estimuló nuestros circuitos de dopamina. Hay estudios que afirman que algunos alimentos con altos niveles glucémicos –como los alimentos procesados, o incluso los hidratos de carbono simples como las patatas o el pan, que producen una subida rápida de azúcar en la sangre– también pueden provocar una subida rápida de los niveles de dopamina y de la actividad en los circuitos del cerebro que regulan la gratificación. Lamentablemente, en Estados Unidos dicha adicción a los alimentos muy altos en calorías y escaso valor nutricional se considera la responsable de una peligrosa epidemia de obesidad en los adolescentes, una crisis médica creada y reforzada por el hecho de que nuestra sociedad nos provee de este tipo de comida adictiva. Como con cualquier adicción, continuamos practicando este comportamiento a pesar de conocer su impacto negativo en nuestra salud. Ése es el poder que tienen los centros de gratificación de la dopamina.

Un tercer tipo de conducta modelada por el impulso acrecentado de los mecanismos de gratificación en la adolescencia es lo que llamamos hiperracionalidad. Es nuestra manera de pensar en términos literales y concretos. Cuando examinamos solamente los hechos de una situación y no vemos el panorama en su totalidad, pasamos por alto el entorno o el contexto en el que ocurren estos hechos. Con este pensamiento literal, de adolescentes podemos poner mayor énfasis en los beneficios calculados de una acción que en los riesgos potenciales de la misma. Los estudios revelan que los jóvenes son con frecuencia muy conscientes de los riesgos, y en ocasiones incluso sobrevaloran la posibilidad de que pase algo malo; sencillamente damos más valor a los emocionantes beneficios posibles de estos actos.

Lo que ocurre en el pensamiento hiperracional no es una falta de cálculo o de reflexión como pasa en la impulsividad, y no es cuestión de ser sencillamente adicto a una conducta particular o a algo que consumimos. Por el contrario, este proceso cognitivo viene de una valoración cerebral que le concede mucho más peso al resultado positivo y mucho menos a las posibles consecuencias negativas. Con peso me refiero a que los centros de evaluación del cerebro minusvaloran la importancia de un resultado negativo y al mismo tiempo amplifican la importancia que dan a los resultados positivos. Las básculas que utilizan los adolescentes para pesar sus opciones están manipuladas en favor de los resultados positivos. Los pros pesan mucho más que los contras, y, sencillamente, los riesgos parece que merecen la pena.

La báscula inclinada hacia lo positivo se puede activar especialmente cuando los quinceañeros tratan con otros como ellos o creen que sus amigos observan sus acciones de alguna manera. El contexto social y emocional que experimentamos en la adolescencia establece el escenario de cómo va a procesar la información nuestro cerebro. Si bien esto es válido para cualquier persona a cualquier edad, la influencia de los iguales es especialmente fuerte en la adolescencia.

En otras palabras, en la situación de Katey su cerebro se centró en las imágenes gratificantes de la emoción, en la esencia de la búsqueda de sensaciones, y desechó las posibles partes negativas. El contenido emocional de sus acciones está entretejido con la habilidad para planearlo y calculó hiperracionalmente que aquello era algo que tenía más pros. La conducta de Katey no fue impulsiva, planeó aquella velada desde mucho tiempo antes de manera hiperracional.

A medida que recorremos los años de la adolescencia nos desplazamos del pensamiento literal de la hiperracionalidad a unas consideraciones más amplias que llamamos «pensamiento esencial». Con el pensamiento esencial consideramos el contexto más amplio de una decisión y utilizamos la intuición para apuntar a valores positivos que nos importan en vez de centrarnos principalmente en la gratificación de la liberación de dopamina inmediata.

Como puedes ver, la cosa no es tan simple como decir que los adolescentes son impulsivos y ya está. Y no es tan sencillo como decir: «Ah, las hormonas desatadas», como se dice a veces. Los estudios sugieren que los comportamientos de riesgo en la adolescencia tienen menos que ver con los desequilibrios hormonales que con los cambios en el mecanismo de gratificación de la dopamina del cerebro combinados con la arquitectura cortical que secunda la toma de decisiones hiperracional creando el desequilibrio hacia lo positivo que predomina en los años de juventud.

Cuando tu circuito de dopamina sube de nivel es como cuando subes el volumen de un amplificador. Una liberación de dopamina amplificada nos lleva a la gratificación y la satisfacción. El volumen se sube haciendo que nuestra atención se dirija hacia los pros y poniendo en peligro de desechar los contras durante esos años.

La hiperracionalidad queda ilustrada en el ejemplo extremo de la ruleta rusa, un juego que se juega con una sola bala en las seis recámaras de la pistola. Tienes cinco posibilidades entre seis de hacerte con los seis millones de dólares que te ofrecen si ganas. Eso significa que, en su totalidad, si cientos de personas juegan a este juego, entonces la media más probable, ganando estadísticamente cinco veces de cada seis, es cinco quintas partes de seis millones, lo que arroja un total de cinco millones. ¡A por ellos! El problema, naturalmente, es que si eres el sexto, estás muerto. Y para esa persona de cada seis existe un cien por cien de seguridad de que su vida se haya acabado. El reto está claro. Es cierto que «es muy probable» que ganes millones de dólares. Si tus circuitos cerebrales se centran en ese resultado positivo, en los pros, y minimiza la menor oportunidad de riesgo, los contras, te embarcarás en la actividad. «¿Por qué no?» Sí, parece que las matemáticas se han vuelto locas. Pero para no lanzarse a este cálculo de probabilidades, la trampa del «lo más probable es que pase, así que lo voy a hacer» hace falta un instinto visceral, esa intuición que es la base del pensamiento esencial que te saca de los cálculos hiperracionales. Con el desarrollo y el crecimiento del cerebro surge el instinto visceral y percibimos la sensación de que la ruleta rusa no está bien.

Paradójicamente, la intuición desempeña un papel muy importante en la toma de buenas decisiones. Esto se debe a que nuestras intuiciones, instinto visceral o corazonadas, tienden a centrarse en los valores positivos, como el beneficio de seguir en el colegio, conducir a la velocidad permitida o mantenerse en forma. Muchos adolescentes pueden ser demasiado racionales y necesitan incorporar un aporte no racional a través del instinto visceral intuitivo e impulsos del corazón, sentimientos que les permiten centrarse en los valores positivos opuestos a las gratificaciones míticas que, en realidad, están a menudo fuera de todo alcance. Aprender a vivir la vida desde este punto de vista no consiste en reprimir impulsos como conducir deprisa o comer comida basura, sino más bien en proponerse objetivos positivos que significan algo para nosotros intuitivamente. La conducta de Katey no fue impulsiva y no fue intuitiva ni orientada a lo esencial. Fue hiperracional y provocada por la dopamina. Necesitaba trabajar para estar más atenta a lo que podían decirle sus instintos viscerales y su corazón sobre las posibles desventajas de un comportamiento temerario.

Familia, amigos y coqueteos

Otro factor importante que contribuyó a que Katey tomara esa decisión fue lo mucho que le preocupaba cómo iban a reaccionar sus amigas si conseguía sacar adelante aquella temeridad ante las narices del director del colegio, ¡y nada menos que con su propia hija! Aquí vemos otro aspecto del cerebro adolescente. Además de la chispa emocional y del impulso hacia la búsqueda de la gratificación por la novedad, también forma parte de la esencia de la adolescencia una intensa implicación social con los iguales. Desgraciadamente, los comportamientos de riesgo se acrecientan de manera significativa muy a menudo con la compañía de los iguales, como han demostrado experimentos que han medido las reacciones de los adolescentes cuando conducían en un simulador de coche, solos o con sus amigos.

Benji, un amigo de mi hijo que ahora tiene veintitantos años, cuenta una anécdota de cuando vivía en el sur de España con su familia a los trece años. Media docena de chicos de la misma edad estaban correteando por los acantilados próximos a la preciosa ciudad costera en la que vivían. Uno de los chicos del pueblo decidió saltar al mar desde los quince metros de altura que tenía aproximadamente la caída. Luego, uno a uno, la dinámica del grupo fue arrastrando a todos ellos a saltar. Cuando Benji saltó debía de estar unos metros más alto que los demás, según me dijo, o tal vez se debiera a que a ninguno de los chicos de la localidad se acordó de decirle que, como al parecer ellos sabían, había que doblar las piernas nada más entrar en el agua. Él entró con las piernas estiradas, se precipitó hasta el fondo y se estrelló contra una roca oculta bajo la superficie, fracturándose gravemente la pierna derecha. Braceó hasta la superficie bajo el shock de la dolorosa lesión, y ya estaba perdiendo el conocimiento cuando le rescataron dos de los chicos y le llevaron a la ciudad, donde pasó hospitalizado la mayor parte del tiempo de vacaciones de verano que le quedaba en España. Si aquellos chicos no hubieran estado en el agua, Benji no habría podido contarme la historia.

Le pregunté a Benji si creía que habría saltado de haber estado solo. «¿Estás loco? –me dijo–. De ninguna manera.»

El proceso colectivo que se produce al estar con nuestros amigos, o incluso al imaginar el impacto en ellos, como en el momento de planificación de la aventura de Katey, aumenta el impulso de la gratificación, el impulso de la novedad y el impulso a asumir riesgos. Y todo ello reduce la capacidad para sopesar los riesgos potenciales. O sea que, cuando somos jóvenes, es mucho más probable que nos impliquemos en comportamientos que, en la mayoría de los casos, pueden salir bien, pero que si no salen bien pueden tener consecuencias graves y a veces irreversibles. Las conductas de Benji y de Katey no fueron impulsivas. Ambos tuvieron tiempo más que suficiente para ver lo que podía pasar y cambiar de opinión. Sus decisiones fueron una combinación de deseo de recompensa, influencia de los compañeros y pensamiento hiperracional y no esencial. Así es la naturaleza de los comportamientos de riesgo que emergen del cerebro adolescente.

O sea, que los dos caminos anchos que conducen a las conductas de riesgo en la adolescencia son la hiperracionalidad, el minimizar los contras de una acción y la impulsividad, o, sencillamente, perder los papeles, como veremos más tarde. Katey, como suele suceder en la mayoría de los casos, no mostraba la menor inclinación a ser impulsiva. Y tampoco Benji. En el caso de Katey eso fue lo que volvía locos a sus padres cuando la fueron a recoger. Katey no es impulsiva, ¿por qué entonces ese acto aparentemente impulsivo?

La hiperracionalidad combinada con una subida en su deseo de dopamina fue la causa. Y a veces entran en juego otros factores, tales como una incipiente dependencia de la dopamina, que no se limitan solo a la adolescencia pero que también pueden influir en estos comportamientos, como ya veremos en la cuarta parte con Katey y los adolescentes en general con respecto al uso y abuso de las drogas.

El propósito de la adolescencia

En los últimos años, algunos sorprendentes descubrimientos de estudios sobre la representación del cerebro han revelado cambios en la estructura y la función de éste durante la adolescencia. Como ya hemos visto, las interpretaciones de esos estudios dan lugar a una explicación que no tiene nada que ver con la antigua teoría de las hormonas desatadas del cerebro juvenil. Una visión defendida muy a menudo por los medios pero no del todo acertada es que el centro de control principal del cerebro, la corteza prefrontal situado en la parte delantera del lóbulo frontal, no acaba de madurar hasta el final de la adolescencia. Esta «inmadurez» de la corteza prefrontal del cerebro «explica la conducta inmadura de los jóvenes». Y esta idea también explica por qué las compañías de alquiler de coches, por lo general, no prestan sus servicios a menores de veinticinco años. Pero esta simple justificación, aunque fácil de entender, no es muy consistente confrontada con los descubrimientos de la investigación y olvida un problema esencial.

En vez de ver el desarrollo cerebral en la etapa de la adolescencia como un simple proceso de maduración, de dejar atrás formas de pensar anticuadas o poco prácticas y hacer la transición a la madurez adulta, en realidad es más acertado y más útil verlo como una parte vital y necesaria de nuestra vida individual y colectiva. La adolescencia no es una fase que no queda más remedio que superar, es una fase de la vida que hay que desarrollar bien. Este útil mensaje nuevo e importante, inspirado por las ciencias emergentes, sugiere que los cambios que se dan en el cerebro adolescente no son solamente una cuestión de «madurez» contra «inmadurez», sino más bien son cambios de importancia vital producidos por el desarrollo que permite que surjan ciertas habilidades nuevas. Estas habilidades nuevas, como ya hemos comentado, son cruciales tanto para el individuo como para la especie.

¿Por qué tendría que importarnos esto, tanto si estamos en la adolescencia como si tenemos ya veintitantos años, o más? Es importante porque si vemos el período de la adolescencia como un tiempo por el que tenemos que pasar como podamos, un tiempo que hay que aguantar, dejaremos de dar algunos pasos muy importantes para optimizar la esencia de la adolescencia. Cuando vemos nuestra chispa emocional, nuestra implicación social, nuestra búsqueda de la novedad y nuestras exploraciones creativas como aspectos básicos, positivos y esenciales de lo que son los adolescentes –y de lo que pueden llegar a ser de adultos si cultivan bien estas cualidades– este período se convierte en un tiempo de gran importancia al que no se debería solo sobrevivir, sino reforzar.

Sí, permanecer abierto al «trabajo» de los adolescentes supone ciertos retos. Las importantes oportunidades de expansión y desarrollo de esta fase pueden estar asociadas a tensión para los jóvenes y para los padres que los quieren. Por ejemplo, el alejamiento de la familia que los adolescentes tienden a experimentar puede considerarse como un proceso necesario que los anime a irse de casa. Este valor para independizarse lo crean los circuitos de gratificación del cerebro, que son cada vez más activos para buscar la novedad incluso enfrentándose a lo desconocido para aventurarse al mundo exterior. Después de todo, lo que nos resulta familiar puede ser seguro y predecible, mientras que lo desconocido puede ser impredecible y estar lleno de supuestos peligros. Un punto de vista histórico para nosotros como mamíferos sociales es que si los adolescentes en la antigüedad no se iban de casa y se alejaban de los miembros de la familia más cercanos, nuestra especie tenía grandes posibilidades de endogamia y nuestra genética habría sufrido. Y en una visión más amplia de la historia de la humanidad, que los adolescentes se vayan y exploren un mundo mayor favorece que la familia humana sea más adaptable generación tras generación. Nuestra vida individual y colectiva depende de este alejamiento de los adolescentes.

Por muy duro que sea para los padres la preocupación por los comportamientos potencialmente peligrosos de sus hijos, el sesgo del pensamiento hiperracional ayuda a los adolescentes a aceptar riesgos que necesitan experimentar si quieren abandonar el nido y explorar el mundo. Como hemos visto, la necesidad de tener cada vez más contactos sociales y asociarnos con iguales que están también embarcados en ese viaje para adentrarse en el mundo desconocido puede proporcionarnos seguridad. Una sensibilidad acrecentada hacia nuestros propios estados emocionales ahora exaltados y a la influencia de nuestros iguales –la chispa emocional y la implicación social– son también fundamentales en esta travesía. Buscar la novedad y crear nuevas maneras de hacer las cosas también ayuda a nuestra especie a adaptarse a un mundo en constante cambio. Si el cerebro es a lo largo de toda la vida un «work in progress», como sugieren los estudios más recientes, entonces el trabajo que se hace durante la adolescencia es mucho más que un simple proceso de transición de la inmadurez a la madurez. La esencia de la adolescencia enriquece nuestro viaje vital para que abracemos la vida con plenitud.

Lo que estamos descubriendo es que durante la adolescencia hay una serie crucial de cambios cerebrales que crean nuevos poderes, nuevas posibilidades y nuevos propósitos y alimentan la mente y las relaciones del adolescente como no existían del mismo modo en su infancia. Estas capacidades positivas están muchas veces ocultas a nuestra percepción; sin embargo, se pueden descubrir y utilizar con mayor efectividad y más sensatamente cuando sabemos cómo encontrarlas y cómo cultivarlas. Podemos usar la ciencia más avanzada para sacar todo el partido del período vital de la adolescencia. Es una inversión de futuro para todos los implicados.

El desarrollo del propio cuerpo del adolescente, con alteraciones en la fisiología, las hormonas, los órganos sexuales y los cambios estructurales del cerebro, también puede contribuir a nuestra comprensión de la adolescencia como un período importante de transformación. Las emociones variables revolucionan el cómo nos sentimos por dentro de jóvenes, y hacen más complejos los modos de procesar la información y nuestras ideas sobre nosotros mismos y los demás, creando incluso enormes cambios de desarrollo y transiciones en la percepción interior de quiénes somos y de lo que podemos llegar a ser. Así es como se mueve y evoluciona el sentido de la identidad en la adolescencia.

Desde dentro, estos cambios pueden resultar abrumadores, y podemos incluso perder el rumbo, llegando a pensar en ocasiones que la vida es «demasiado» para poder con ella. Desde fuera, muchas veces estos cambios hacen que parezcamos perdidos y «fuera de control». Los años de la adolescencia, un tiempo lleno de retos que pueden fortalecer nuestra personalidad, pueden ser realmente difíciles. Pero lo mejor que se puede decir es que, con un mayor autoanálisis de nuestra vida emocional y social, y con una mejor comprensión de la estructura y del funcionamiento del cerebro, los efectos poderosamente positivos de los cambios complejos que se dan durante la adolescencia se pueden aprovechar con el enfoque y el entendimiento adecuado.

Tomar decisiones

A lo largo de la adolescencia las diferentes zonas del cerebro establecen conexiones en un proceso que hemos llamado de «integración». Una consecuencia de la integración en el crecimiento de fibras de control cognitivo que finalmente lo que hacen es disminuir la impulsividad. Como resultado, los adolescentes ganan cada vez más espacio en la mente para hacer una pausa y considerar otras opciones de respuesta además del impulso inicial. Otra consecuencia de este crecimiento de la integración es que agudiza el pensamiento esencial, de manera que el adolescente es capaz de confiar más y más en la intuición para ver la situación con más perspectiva y tomar, por consiguiente, decisiones más sabias.

Vamos a ver en el ejemplo anterior del accidente de coche de qué manera habría podido ayudar al joven a tomar una decisión mejor una mayor atención al desarrollo del pensamiento esencial, decisión que habría salvado una vida. Si el joven o sus padres hubieran sido capaces de reconocer su gusto por la velocidad como un resultado natural de la búsqueda de gratificación, ese impulso podría haber sido canalizado en un sentido creativo. Hay muchas alternativas, entre las que están tomar parte en actividades deportivas en las que la competición, la velocidad y la fuerza son una parte primordial –carreras de coches, correr, el ciclismo, el esquí–, actividades arriesgadas y aventureras que no ponen en peligro a inocentes espectadores. Por ejemplo, cuando mi hijo tenía menos de quince años pasábamos horas los fines de semana haciendo carreras en monopatines por el aparcamiento de varios pisos de la universidad en la que trabajo. Cada vez que llegábamos abajo, cogíamos el ascensor hasta la planta superior y empezábamos el descenso de nuevo. Llevar puesto el casco y guantes de protección para prevenir los arañazos en el cemento cuando tomábamos aquellas curvas tan cerradas ayudaba a minimizar los daños a nuestro cuerpo; daños que yo parecía sufrir mucho más que él. Sentir la atracción del peligro no tiene nada de malo, la cuestión es cómo manejar esos impulsos reduciendo al mínimo el peligro para uno mismo y para los demás. La idea en este caso es respetar el gusto por la velocidad y por otras actividades de riesgo producido por el deseo de la dopamina, pero canalizar el impulso de manera útil. Si de las partes positivas de esos impulsos pudiéramos extraer la experiencia y a partir de ella descubrir enfoques constructivos para abordarlos, las consecuencias trágicas como la muerte de mi profesor se podrían evitar. No solo seguiría vivo Bill, sino que aquel joven no tendría que vivir con el peso de la responsabilidad del accidente.

Desgraciadamente, en vez de enfrentar con su hijo un problema que pudiera ser peligroso, sus padres tal vez recompensaron sin pensar sus comportamientos de riesgo anteriores con un coche nuevo. Así que, ¿por qué no iba a volver a intentar algo peligroso? Ése es el mecanismo por el que un comportamiento de riesgo, al no tener consecuencias negativas, puede reforzarse y que se repita una y otra vez. Muchos de nosotros conocemos otros ejemplos de conductas temerarias en adolescentes que han quedado sin respuesta: conducir un coche sin carné y perder la posibilidad de obtenerlo después; lanzarse a tener relaciones sexuales sin protección arriesgándose al contagio de una enfermedad o a un embarazo; probar combinaciones de drogas ilegales sin conocer sus posibles efectos letales; o hacerse un tatuaje en un sitio con pocas garantías y exponerse a contraer la hepatitis. Existen otros riesgos menores, como no dormir el tiempo suficiente la noche anterior a un examen solo por quedarse charlando con los amigos por teléfono hasta altas horas de la noche, o enredarse en los medios sociales y colgar un comentario insultante sobre otra persona o una foto de uno mismo borracho que más tarde puede ver la persona encargada de las admisiones en la universidad. En todas estas situaciones, el adolescente está viendo los pros y quitando importancia a los riesgos. Ése es el sesgo positivo de la mente adolescente.

Respetar los cambios importantes y necesarios del cerebro y de la mente del adolescente y no desatenderlos es crucial tanto para los jóvenes como para sus padres. Cuando aceptamos esos cambios necesarios, cuando ofrecemos a los jóvenes el apoyo y la orientación que necesitan en vez de limitarnos a echarnos las manos a la cabeza y pensar que nos enfrentamos a un «cerebro inmaduro que lo que necesita es crecer» o a «hormonas desatadas que hay que refrenar», ayudamos a los adolescentes para que desarrollen nuevas capacidades vitales que pueden utilizar para llevar vidas más felices y más saludables.

El pensamiento esencial emerge con la experiencia y también con un desarrollo programado del cerebro. En otras palabras, el ritmo del desarrollo del cerebro lo marcan tanto la activación neuronal inducida por la experiencia como la información genérica. La experiencia da forma a las conexiones del cerebro mismo aun cuando no afecte al ritmo general de dicha maduración. Y los estudios sugieren que el pensamiento esencial surge con el crecimiento de la integración en nuestro cerebro cuando somos adolescentes. La cadencia puede estar determinada en parte por la genética, pero nosotros podemos decidir el grado de desarrollo de la integración en nuestro cerebro. La experiencia conforma nuestro desarrollo durante la adolescencia y durante el resto de nuestra vida. Y puede suscitar una mayor integración en el cerebro al conectar más sus diferentes zonas para que puedan trabajar de manera coordinada. O sea, que cómo organicemos nuestra vida y los contextos en los que vivimos, lo que hacemos y con quiénes nos relacionamos, puede condicionar no solo la forma de activar el cerebro, sino también cómo éste va a desarrollar los circuitos integrados. Por esta razón, tener un conocimiento básico del cerebro puede ser útil para nuestra vida, ya que puede facilitar el crecimiento de la integración cerebral de maneras que nos sean útiles ahora y en el futuro.

Decir «No hagas eso» no sirve de nada. El poder de resaltar lo positivo.

El pensamiento esencial emana del instinto visceral y del sentido de la honestidad de un valor positivo, de plantearse un objetivo más que de reprimir algo. O sea que, en vez de intentar controlar un impulso mediante la represión, los adultos que conviven con adolescentes y los adolescentes mismos deberían centrarse en dar relevancia a un factor positivo. Tomar la decisión de no hacerse un tatuaje en un lugar desconocido porque te preocupa tu salud es diferente a pensar: «No lo voy a hacer porque mi madre me ha dicho que no lo haga». Por el contrario, el pensamiento hiperracional valora el impulso y experimenta la atracción de la gratificación, y da importancia a la emoción positiva, el chorro de adrenalina de la búsqueda de sensaciones y el vértigo que supone hacerse un tatuaje con los amigos. Y de paso tampoco viene mal pensar que estás rompiendo las normas de tus padres.

Los esfuerzos que hacen los defensores de la salud pública, dirigidos a reducir el consumo de cigarrillos en los jóvenes, son un claro ejemplo de cómo recurrir a la fuerza emergente de los adolescentes en términos de pensamiento esencial puede ayudar a reforzar los comportamientos saludables. Como ya hemos visto, el período de la adolescencia es un momento de gran vulnerabilidad ante la adicción de sustancias variadas, incluyendo el tabaco. No se trata solo de que los jóvenes fumen más, también es cuestión de que el cerebro del adolescente en proceso de cambio está más susceptible a la adicción debido en parte a una respuesta potenciada a la dopamina. Es más probable que los futuros fumadores empiecen a fumar en estos años de la primera adolescencia. Lo mismo se puede decir de la adicción a las drogas. La estrategia más efectiva para que los adolescentes rechacen el tabaco no consiste en ofrecerles información médica o intentar asustarlos con imágenes de cementerios, dos tácticas que no obtuvieron ningún resultado en reducir el número de jóvenes que empezaban a fumar o para impedir que siguieran fumando. La estrategia que funcionó fue informarlos de cómo los adultos que poseían las compañías de cigarrillos les lavaban el cerebro para que fumaran y así quedarse con su dinero. En vez de intentar que los jóvenes dijeran no al tabaco porque un adulto los asustaba para que lo dejaran, esta estrategia se centraba en el valor positivo de ser fuerte frente a los adultos manipuladores que querían hacerse ricos a su costa. Cuando los defensores de la salud pública reconocieron cómo funcionaba la mente del adolescente, el tanto por ciento de fumadores adolescentes bajó. Decirles sencillamente «No lo hagas» no era suficiente. Orientarlos hacia un valor positivo, como no permitir que nadie –especialmente un adulto– les lave el cerebro, dio resultado.

Conocer estos cambios comprensibles y basados en la genética que se producen en el cerebro adolescente puede ayudar a los adultos a secundar las necesidades que sienten los jóvenes de separarse del statu quo de los adultos y su exploración de nuevas posibilidades. Alentar la reflexión sobre los valores y apoyar el instinto visceral, no limitarse a reprimir los impulsos, es la diferencia entre rechazar un deseo irresistible y asumir un valor y una convicción reflexionada.

Integrar tu cerebro

En muchos sentidos, la forma en que decidamos hacer las cosas en nuestra vida revela quiénes somos en ese momento. Cuando comprendemos cómo cambia nuestro cerebro durante la adolescencia, podemos entender también los cambios que se producen en el proceso de toma de decisiones. Durante este período el cerebro cambia en dos direcciones. Una es que reduce el número de células básicas, las neuronas, y sus conexiones, las sinapsis. La reducción de neuronas y sinapsis se llama «poda neuronal» y parece estar controlada genéticamente, determinada por la experiencia e intensificada por el estrés. ¿Cómo podemos soportar la pérdida de neuronas? Durante la infancia hay una superproducción de neuronas y de sus conexiones sinápticas. El florecimiento de nuestra población neuronal empieza en el útero y se prolonga hasta el período prepubertal, hasta los once años más o menos en las chicas y hasta los doce y medio en los chicos. Parte de la poda comienza temprano, cuando aprendemos y desarrollamos habilidades, pero la desaparición de un número considerable de neuronas y de sus conexiones alcanza su apogeo durante el período de fuerte remodelación de la adolescencia. En esta fase eliminamos las conexiones que nos sobran, conservando las que hemos estado usando y descartando aquellas que al parecer no necesitamos ya.

La experiencia determina qué circuitos neuronales –las neuronas y sus conexiones sinápticas– deben ser eliminados. O sea, que si quieres tener habilidades musicales será mejor que empieces a desarrollarlas pronto, antes del final de la adolescencia. Si quieres ser un atleta olímpico ganador de medallas de oro, mejor será que empieces en ese campo antes de que empiece la adolescencia. Y aunque las proezas deportivas no sean tu objetivo, es importante recordar que tu cerebro responderá según hayas dirigido tu atención en tus actividades. La atención dirige la energía y la información a través de circuitos específicos y los activa. Cuanto más utilices un circuito, más fuerte se hará. Cuanto menos lo utilices, más probable será que acabe podado durante la adolescencia.

Cómo centres la atención a lo largo de la vida, y especialmente durante la fase de la adolescencia, desempeña un papel importante en cómo será el crecimiento de tu cerebro. La atención mantiene y fortalece las conexiones existentes y, como vamos a ver, ayuda a crear nuevas conexiones y a hacer que sean más efectivas. Las secciones de herramientas de mindsight tratan, sobre todo, de cómo centrar la atención de tu mente para integrar las conexiones cerebrales.

La segunda dirección en la que se transforma el cerebro durante este período es que aparece la «mielina», una envoltura que recubre las membranas entre las neuronas interconectadas. Esta envoltura de mielina facilita el paso del flujo eléctrico, las «activaciones neuronales», entre las neuronas conectadas que quedan, para permitir que fluya una información más rápida y mejor sincronizada. Cuando este flujo es rápido y coordinado, facilita un proceso más efectivo y eficiente. Cuando aprendemos habilidades específicas y adquirimos conocimientos, creamos nuevas conexiones y hasta neuronas nuevas. Una vez que hemos establecido esos nuevos enlaces sinápticos, podemos recubrirlos con mielina para que el circuito sea más rápido, más coordinado y más efectivo.

Estos dos cambios fundamentales –la poda y la mielinización– ayudan al cerebro adolescente a estar más integrado. La integración, la conexión entre las diferentes zonas, crea más coordinación en el cerebro.

A medida que la poda y la mielinización crean integración en el cerebro, desarrollamos el pensamiento esencial.

Estas conexiones más precisas y eficientes en el cerebro promueven juicios y discernimientos más sensatos no basándose en los pequeños detalles aislados de un contexto mayor, sino en la esencia general que contempla toda la situación al completo. Utilizamos la intuición para encaminar nuestras decisiones con la vista puesta en los valores positivos, respetando lo que nos importa. Eso es el pensamiento esencial, una de las múltiples cosas que crea el aumento de la integración en el cerebro durante los años de la adolescencia.

Como veremos, esas formas tan específicas de cambio en la arquitectura del cerebro nos permiten en la adolescencia empezar a utilizar el juicio basado en el pensamiento esencial, que está determinado por la experiencia y la intuición en vez de confiar en la búsqueda de gratificación y los cálculos literales de nuestros años anteriores.

Plantéatelo así: con todas las conexiones neuronales de la infancia tan numerosas, nuestra mente estaba llena de cantidad de detalles. Eso es lo que necesitábamos de niños para empaparnos de datos y cifras en el colegio. Con la adolescencia aumenta nuestra búsqueda de la gratificación, las reacciones emocionales y la sensibilidad a la actividad social. Esta combinación significa que seguimos teniendo miles de detalles en nuestra mente antes de la poda neuronal, y la emoción intensa unida a una creciente preocupación por la aceptación de nuestros iguales nos empujarán, bien a una conducta impulsiva, o a la toma de decisiones hiperracional impulsada por la busca de la gratificación que se basa principalmente en cálculos literales. La ventaja de este período de funcionamiento es el sesgo positivo que necesitamos adoptar para asumir los riegos que exige prepararnos para explorar el mundo a esa edad. Desde el punto de vista de la toma de decisiones, el proceso es algo así: los detalles sin perspectiva toman las riendas a la hora de evaluar las probabilidades y la pistola de la ruleta rusa se dispara. Las probabilidades están a favor de que todo salga bien. Pero a veces sale mal. Piensa en algunas de las cosas que tal vez probaras en tus años jóvenes, o que estás probando ahora. Cuando piensas en los riesgos a los que te enfrentabas, puede que incluso hagas un gesto de incredulidad al pensar que realmente hiciste esas cosas. Si tu pensamiento esencial y tu sabiduría intuitiva funcionan bien, reflexionarás acerca de aquellos tiempos y te preguntarás en qué demonios estabas pensando. Ahora te das cuenta.

Es fácil entender por qué los padres pueden llegar a preocuparse tanto por la tendencia de los adolescentes a buscar emociones fuertes. Que los accidentes con lesiones y la mortalidad se tripliquen en este período, por otro lado muy saludable, no está solo en la imaginación de los padres; es un hecho estadístico. Como adolescente puede resultarte difícil empatizar con lo que se enfrentan tus padres, pero en el panorama general esta comprensión puede ser útil no solo para ellos, sino también para ti. Si cambias impresiones con tus padres acerca de estos datos estadísticos y luego te planteas tus necesidades y proyectos individuales, todo el mundo se sentirá escuchado y se podrán crear medios más efectivos de llegar a una decisión.

Necesitamos aumentar la comunicación sobre estos asuntos, respetando los aspectos esenciales que son saludables y necesarios en nuestra adolescencia y aprender a canalizar esta fuerza de maneras más útiles. Conocer los circuitos específicos del cerebro que crean esta forma de funcionar más integrada puede ayudarnos a visualizar un enfoque más constructivo de cómo vivimos y de cómo tomamos nuestras decisiones de adolescentes y de adultos.

Un modelo «manual» del cerebro

La razón para conocer algunos detalles básicos del cerebro es sencilla. Cuando sabemos algo de las partes que componen nuestro cerebro podemos aprender a dirigir la atención de formas nuevas que ayuden a esas partes a funcionar de una manera más coordinada y equilibrada. Lo que sepamos acerca del cerebro nos puede ayudar a que éste crezca en el camino de la integración. Nada más y nada menos. Y es bastante útil.

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El cerebro en la palma de la mano. Este «modelo manual» representa las áreas principales del cerebro: la corteza cerebral en los dedos, el área límbica en el pulgar y el tronco del encéfalo en la palma. La médula espinal queda representada en la muñeca. Fuente: The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are, copyright © 2012 de Mind Your Brain. Reproducido con permiso.

Vamos a mirar el interior del cerebro no solo porque es lo que experimenta cambios cuando somos adolescentes, sino también porque conocerlo puede ayudarnos a optimizar las oportunidades que ofrece este período de la vida. Este conocimiento te puede ayudar a pensar, a sentir y a actuar de maneras que te ayudarán a tener una trayectoria vital mejor, a sentirte mejor y a ser la persona que quieres ser. No necesitamos una reproducción de plástico ni un enorme mapa del cerebro para esta exploración. Estamos a punto de conocer un modelo manual del cerebro que puedes llevar contigo a todas partes.

Si doblas el pulgar sobre la palma de la mano y luego cierras el resto de los dedos sobre el pulgar tendrás delante un modelo «manual» del cerebro. Haz la prueba ahora mismo y veamos cómo encajan las diferentes partes. En este modelo, la zona de las uñas, vueltas hacia ti, está justo detrás de la cara, y el envés de la mano es donde se encontraría la parte de atrás del cerebro, en la nuca.

La parte más alta del cerebro, representada por los dedos, está justo debajo del cuero cabelludo, dentro del cráneo. Es el córtex o corteza exterior del cerebro. Pensamos y reflexionamos, percibimos y recordamos, hacemos planes y tomamos decisiones con la corteza. La conciencia es el resultado, en parte, de lo que ocurre en la corteza, y de la misma manera la conciencia de uno mismo proviene de esta área cortical. Si levantas los dedos podrás ver que debajo está el pulgar, que representa el área límbica del cerebro, generadora de emociones. El área límbica se ocupa de muchas cosas, incluyendo lo que nos motiva, cómo centramos la atención y cómo recordamos las cosas. Levanta el pulgar y encontrarás en la palma la zona más profunda y antigua del cerebro, el tronco del encéfalo. Esta primitiva área se encarga, entre otras cosas, de mantenernos despiertos o dejarnos dormir. Y es la parte del cerebro que puede interactuar con la parte del pulgar, el área límbica, para crear estados de ánimo como estar enfadado o asustado. Puesto que el tronco del encéfalo y las áreas límbicas están debajo de la corteza, llamamos a todas ellas «áreas subcorticales». Levanta los dedos y vuelve a ponerlos encima del pulgar y la palma y verás cómo la corteza se asienta literalmente sobre estas dos áreas subcorticales.

Por su parte, el cerebro al completo se asienta sobre la médula espinal, que representa la muñeca. La información que aporta este tubo neuronal desde el interior de la columna vertebral, junto con las aportaciones neuronales del cuerpo y de otros órganos corporales como el corazón y los intestinos, permiten que los procesos de nuestros órganos, músculos y huesos influencien directamente las respuestas neuronales en el interior del cráneo, la actividad neuronal en las regiones subcorticales y corticales del cerebro. No está aquí representado el cerebelo, que se encuentra exactamente detrás del área límbica y desempeña un papel importante en el equilibrio de los movimientos corporales y equilibra también las interacciones entre nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Un grupo de neuronas, conocido como el cuerpo calloso, enlaza los lóbulos derecho e izquierdo del cerebro entre sí y coordina y equilibra sus actividades.

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Ésta es una ilustración del lado derecho del cerebro mirando hacia la izquierda. El tronco del encéfalo y el cerebelo son parte del «rombencéfalo» y regulan los procesos básicos como el ritmo cardíaco y los estados de alerta. Conectando los dos lóbulos del cerebro hay una banda de tejido llamado cuerpo calloso. La amígdala y el hipocampo, que son parte de la zona antigua de los mamíferos llamada área límbica, forman el «mesencéfalo» o cerebro medio y participan en funciones como el equilibrio emocional y los procesos de la memoria. La corteza, también conocida como «lóbulo frontal», hace representaciones o imágenes de las cosas. La parte delantera de la corteza es la corteza prefrontal, que coordina y equilibra las funciones de muchas áreas al conectar la información de la corteza, el área límbica, el tronco del encéfalo y las interacciones corporales y sociales. La ínsula es un circuito que conecta los procesos corporales al área prefrontal para obtener conciencia de uno mismo. Fuente: The Developing Mind, segunda edición, copyright © 2012 de Mind Your Brain.

La corteza nos ayuda a ser conscientes de nuestra vida, a pensar las cosas con claridad, a evaluar una situación y a racionalizarla, a recordar otros acontecimientos y a pararnos a reflexionar acerca de lo que está pasando. Son un montón de funciones importantes y por eso a la corteza, en particular a la zona frontal, se la llama el «área ejecutiva». Es el centro de control principal que coordina y equilibra todo el cerebro y el cuerpo entero.

La parte delantera de la corteza, el lóbulo frontal, se desarrolla enormemente durante los primeros años de la infancia y sigue creciendo en los años siguientes de la niñez. Cuando empieza la adolescencia se dan cambios aún más drásticos en la región frontal. La razón por la que esta zona es tan importante es que interviene en la conexión de las diferentes áreas neuronales entre sí. De esta forma, la corteza tiene un papel integrador al coordinar y compensar gran parte de lo que pasa por el cerebro y hasta por el sistema nervioso, que recorre la totalidad del cuerpo.

Como veremos, las zonas frontales de la corteza también conectan nuestras reacciones neuronales con la actividad de otros sistemas nerviosos, con otros cerebros de otras personas. De esta forma, el área frontal intervine a la hora de organizar nuestros procesos mentales internos como el pensamiento y la toma de decisiones, pero también en los procesos sociales como la empatía y el comportamiento moral. O sea, que cuando hablamos de los cambios en el cerebro adolescente vemos que muchos de esos importantes cambios implican niveles mayores de integración que tienen lugar sobre todo en la corteza. Esta creciente integración cortical posibilita que habilidades tan diversas como el control cognitivo, la regulación emocional, el pensamiento esencial, el autoentendimiento y las funciones sociales cambien o surjan a lo largo de la adolescencia.

Uno de los núcleos centrales que conectan los nodos de las extensas redes de circuitos cognitivos, emocionales y sociales formando un todo funcional está en el área frontal de la corteza. Una red contiene muchos componentes diferentes, o nodos, y un núcleo es el punto de la red que conecta esos diferentes nodos entre ellos. Un nodo en el sistema nervioso, por ejemplo, puede ser una agrupación de neuronas en el área límbica o en la corteza. Un importante núcleo del sistema nervioso que conecta varios nodos está exactamente detrás de la frente. Debido a que se encuentra en la parte delantera de las áreas frontales se le llama «corteza prefrontal». Fíjate en que en el modelo de la mano esta región prefrontal integradora, localizada en la punta de tus dedos, la zona prefrontal (uñas), conecta la corteza a las áreas subcorticales límbicas (pulgar) y al tronco del encéfalo (palma). Además, esta área prefrontal conecta las aportaciones del propio cuerpo y del de otras personas. La zona prefrontal coordina y equilibra la energía y la información de la corteza, del área límbica, del tronco del encéfalo y del mundo social. Es esta labor de integración, al coordinar y equilibrar muchas aportaciones diferenciadas, la que hace que el crecimiento de la corteza prefrontal sea tan primordial para nuestra comprensión del cambio que se produce en nosotros y que nos convierte en adolescentes más integrados.

La adolescencia como puerta de entrada a la exploración creativa

En pocas palabras: el objetivo principal del desarrollo cerebral es llegar a ser más integrado. Esto significa que las áreas se especializan más y luego se interconectan unas con otras de formas más efectivas. Eso es lo que consiguen la poda neuronal de las conexiones y la mielinización de las que quedan: una diferenciación de zonas especializadas y su posterior vinculación. El resultado de dicho proceso es tener un procesamiento de la información más eficiente y especializado. Esto es consecuente con nuestras teorías acerca del pensamiento basado en lo esencial, que revisa todos los detalles para encontrar la evaluación más sensata de una situación. ¿Cuáles son las formas básicas en las que se puede dar dicha transformación del pensamiento? ¿Cuáles son las unidades básicas de la estructura cerebral que favorecen estos cambios reconstructivos e integradores en la adolescencia?

Como ya hemos visto, tanto nuestros genes como nuestras experiencias contribuyen a que se formen las conexiones sinápticas y a que se interconecten las diferentes partes de la red en circuitos. Esto significa que los cambios del cerebro se deben parcialmente a la información genética que hemos heredado y en parte a las experiencias en las que nos involucramos. Los torrentes de energía de la experiencia fluyen por determinadas neuronas que refuerzan las conexiones que existen entre ellas. Es importante conocer el funcionamiento de nuestras conexiones neuronales porque ellas definen cómo sentimos, pensamos, razonamos y tomamos decisiones.

Dado que la poda neuronal y la mielinización reestructuran las redes del cerebro, se le suele llamar «remodelación». Los cambios de remodelación en las áreas integradoras frontales de la corteza son responsables de los descubrimientos que hacemos en la adolescencia al empezar a ser conscientes de nosotros mismos y a pensar en la vida en términos conceptuales y abstractos. Nuestra renovada mente adolescente empieza a explorar consciente y creativamente los significados más profundos de la vida, de la amistad, de los padres, del colegio, de todo. También la habilidad para reflexionar sobre nuestra propia personalidad surge en estos años. Mientras que los genes determinan en parte el ritmo de estos cambios, la experiencia –aquello en lo que pensamos, lo que charlamos con los amigos, cómo pasamos el rato– nos ayudará a ampliar esta nueva manera de pensar en el mundo. Por ejemplo, puede que algunos jóvenes no se detengan en pensamientos reflexivos de este tipo o en conversaciones con sus amigos o con su familia. En este caso, su experiencia interpersonal para cultivar la conciencia de sí mismos puede que no se desarrolle tan bien.

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Aquello en lo que centramos la atención y las actividades a las que dedicamos tiempo estimulan directamente el crecimiento de las partes del cerebro que se ocupan de estas funciones.

En vez de la manera de pensar concreta y el aprendizaje basado en los hechos que domina en los niños durante los años de la escuela elemental, la curva de aprendizaje cuando somos jóvenes implica una mayor atención a conceptos más complejos. Nuestra experiencia literal de conocimiento de la vida explota en nuevas visiones de lo que es real, visiones que durante la infancia es posible que ni siquiera se hayan cruzado por nuestro pensamiento. Por eso la adolescencia es un período tan asombroso. El crecimiento de los lóbulos frontales nos permite experimentar la habilidad humana de saber sobre el saber: de reflexionar acerca de cómo pensamos, cómo sentimos, por qué hacemos lo que hacemos y cómo podríamos hacer las cosas de diferente manera. Como decía Dorothy en El mago de Oz, «Ya no estamos en Kansas».

Recuerdo que cuando yo era quinceañero esta nueva conciencia me resultaba abrumadora. Pasé de sonreír un montón durante la infancia a ser más gruñón, más retraído, más confuso y pensativo. Cuando cumplí los trece años mi padre me preguntaba por qué ya no sonreía tanto y yo no sabía qué responderle. Unos años más tarde vi la película Harold y Maude con unos amigos y no podía dejar de pensar en la letra de la canción clásica de Cat Stevens «If Your Want to Sing Out, Sing Out»: «Bien, si quieres cantar, canta. Y si quieres ser libre, sé libre». Había millones de cosas que yo podía ser, decía la canción, y podía hacer cualquier cosa que quisiera, podía hacer que las cosas se hicieran realidad. La cantaba en la cabeza, una y otra vez; me sonaba por dentro como una grabación sin fin. Cuando oigo la canción ahora, ya adulto, me doy cuenta de que aquella letra reflejaba la esencia del viaje al interior de aquellos años de juventud. Es una canción que habla de maduración, de dejar que los adultos pasen a un plano posterior mientras, como adolescentes, creamos un mundo nuevo.

Esta aparición de la mente adolescente es nuestro derecho natural como seres humanos.

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Nuestra especie se llama Homo sapiens sapiens. Sapiens significa «que piensa» o «sabio». Con ese doble conocimiento no solo somos los que saben, sino los que sabemos que sabemos. Y ese saber que sabemos aparece por primera vez en la adolescencia. Las exploraciones creativas y conscientes del pensamiento conceptual y el razonamiento abstracto permiten al cerebro enfocar viejos problemas con puntos de vista nuevos. Una persona de quince años no es simplemente una de diez con cinco años más de experiencia. El desarrollo cerebral significa que, como adolescentes, podemos pensar de manera conceptual y abstracta cosas que el niño de diez años ni siquiera puede imaginar. Una característica de esta exploración puede ser el pensamiento divergente, una forma de abordar los problemas de forma creativa «pensando de forma poco convencional». Podemos abordar los problemas de formas nuevas y podemos abordar la comprensión de nosotros mismos de maneras nuevas que antes no eran posibles. Esta exploración creativa lleva emparejada formas de percibir, de razonar y de resolver problemas con capacidades abstractas, estrategias de pensamiento y habilidades reflexivas que nos permiten enfrentar los retos de la vida de formas más innovadoras.

Los cambios en nuestra manera de pensar y la ampliación de nuestra conciencia se dan a causa de la remodelación del cerebro y son un aspecto saludable de la adolescencia. La reconstrucción de la corteza favorece que el pensamiento conceptual y las exploraciones creativas surjan y prosperen.

Con este aumento de la capacidad de conciencia estamos entrando en un método potencialmente nuevo para entender el mundo y cómo encajamos nosotros en él. En lugar del viejo esquema que se limita a repetir el conocimiento anterior recibido de los padres cuando somos niños en edad de ir a la escuela elemental, de adolescentes el cerebro nos permite una forma nueva de pensar que puede enfrentarse a la manera antigua de hacer las cosas. Este nuevo pensamiento conceptual nos permite incluso ver que la vieja manera de hacer las cosas que nos han inculcado en el cerebro solo es un punto de vista y ahora podemos descubrir otras maneras de abordar las cosas que pueden ser igual de buenas o incluso mejores.

La fuerza de la mente adolescente nace de esos cambios cerebrales que nos permiten resolver problemas de maneras nuevas e innovadoras. Podríamos incluso decir que esto es también la labor principal y el propósito de este período: la esencia de la adolescencia.

Como hemos visto, muchas formas revolucionarias de interpretar y concebir nuestro mundo –en la música, en el arte y en la reciente creación de la era digital que nos ha tocado vivir– nacen durante el período emocionalmente vibrante, socialmente intenso y sediento de novedades de la adolescencia. La adolescencia es una edad de oro para la innovación porque es durante esta etapa de crecimiento y cambio cuando las variaciones del cerebro en desarrollo en los centros de la gratificación y en la corteza estimulan el pensamiento creativo y empujan a los adolescentes a explorar el mundo con otras perspectivas.

O sea, que el pensamiento abstracto y conceptual, el aumento de la necesidad de gratificación y de la búsqueda de la novedad son las tres fuentes del potencial y la pasión por el pensamiento creativo. Estas capacidades necesitan combinarse con el estudio disciplinado, naturalmente, para lograr que el conocimiento dé forma a la innovación.

Sí, estos años pueden ser difíciles de superar porque además de la innovación, también incluyen el riesgo y la rebeldía, como ya hemos visto. La impulsividad y el pensamiento hiperracional nos incitan a conducir demasiado rápido, a asumir riesgos innecesarios y a ponernos en peligro a nosotros mismos y a otros. Saltamos al mar desde acantilados y nos hacemos daño. Pero hay un territorio medio, un espacio en el que respetar la necesidad de novedades y la creación de nuevas experiencias. Si nosotros como adultos nos retraemos drásticamente de estos cambios naturales y rechazamos a los adolescentes como ellos nos rechazan, el resultado puede ser un bloqueo total de toda comunicación entre generaciones.

Es necesario un incremento de la comprensión empática y de la comunicación respetuosa para crear integración entre las generaciones.

Del mismo modo que cuando los elefantes jóvenes pierden a los machos adultos de la manada se vuelven locos y destructivos sin la presencia de los adultos, el aislamiento total de los adolescentes humanos de la comunidad de adultos puede tener como consecuencia un alejamiento poco recomendable. Los productos tecnológicos –coches, drogas sintéticas, armas, Internet– complican todavía más las cosas. Por eso, tanto los adultos como los adolescentes tienen que tener presente una importante lección: que un adolescente se aleje no es lo mismo que que se cierre por completo. Si ambas partes del abismo generacional se entendieran mutuamente más a conciencia, tal vez esos importantes años de innovación y transición se pudieran recorrer mejor, ayudando a los adolescentes a convertirse en personas que tienen el potencial y la fuerza de ser.

Nuestro reto, en pocas palabras, es ver la fuerza y el potencial del cerebro adolescente y la emergente mente juvenil como ventajas en vez de como dificultades.

Establecer una colaboración entre generaciones

Mientras cursaba sus estudios secundarios, mi hijo de catorce años y los compañeros con los que tenía un conjunto musical decidieron un día subir a tope el volumen de los amplificadores en la sala de ensayo de música para ver hasta dónde llegaba el «muro de sonido» que podían hacer con sus instrumentos tocándolos al mismo tiempo por el mismo canal. En el piso de arriba estaban las oficinas de administración del colegio. No hace falta decir que las ventanas del edificio casi saltaron hechas añicos y fueron razón suficiente para que el director del centro vertiera sobre mi hijo y sus amigos severas consecuencias. Una de ellas fue prohibirles que utilizaran la sala de ensayos durante tres meses. Y el resultado fue que aquellos adolescentes, al no poder sacar su energía creativa a través de la música en el colegio, empezaron hacer cosas todavía más tremendas. Así empezó el círculo de enfrentamientos entre los adolescentes y los adultos. En una reunión sugerí a los administradores que, como los adultos de dentro del círculo, intentaran ver el bucle sin salida de respuestas de unos y otros y consideraran el incidente de los amplificadores a todo volumen como el experimento de busca de novedad y exploración que realmente intentaba ser.

Afortunadamente, una de las administradoras recordaba una experiencia vivida por uno de sus hermanos con una sucesión de acontecimientos similar. Ella sugirió que se probara un enfoque diferente. La junta del colegio llamó a los componentes de la banda, les hablaron de los efectos negativos de sus actos y les devolvieron el privilegio de utilizar la sala de ensayos y les dijeron que podían mantener el privilegio si no violaban ninguna de las reglas básicas del centro. Todos los comportamientos «problemáticos» de los chicos desaparecieron durante los cinco años siguientes.

La clave de esta solución creativa fue respetar el impulso natural de la adolescencia por la innovación y la creación de formas nuevas de hacer las cosas. Respetar no significa que no se pongan límites. Significa reconocer la intención que hay detrás de los actos. La adolescencia es sobre todo experimentación. Si los adultos se cierran a esto, la pasión por la novedad quedará coartada, los jóvenes se verán desilusionados y desconectados, y no beneficiará a nadie. Agradecí mucho que los miembros de aquella junta pudieran pensar de manera creativa y participativa, al recurrir a la esencia de su propio «quinceañero interior», para llegar a un plan efectivo y psicológicamente adecuado para el desarrollo y la conducta. Entendieron que la catarata iba a seguir fluyendo, así que utilizaron las habilidades de adultos para canalizar su curso. Fue una situación en la que todos salíamos ganando. Y la banda llegó a escribir y a interpretar algunas canciones realmente buenas.

Algunas veces los adultos vemos el impulso que sienten los adolescentes hacia la experimentación para crear novedad solo como un cambio negativo, solo como un problema, como una señal de que los jóvenes están «locos». Como adulto y como padre comprendo la idea que hay detrás de este sentimiento. Pero perpetuar la opinión de que estos impulsos naturales y saludables hacia la novedad solo significan que los jóvenes «han perdido la cabeza» no es un mensaje práctico para nadie. Cuando somos adolescentes nos desplazamos de nuestra mente antigua a una nueva y nuestra mente adolescente está llena de fuerza positiva y de potencial para la creatividad. Y esa fuerza es algo que todos tenemos que respetar. La clave para el adolescente y para el adulto es sintonizar con ese potencial y contribuir a cultivar esa fuerza.

Vulnerabilidad y oportunidad

La adolescencia puede contemplarse como un período de transformación en el que los individuos pasan de estar abiertos a todo (en la infancia) a convertirse en un experto en algunas cosas (en la madurez). Hemos visto que uno de los aspectos de esta remodelación es la poda, o la desaparición de las conexiones del cerebro que no necesitamos. La poda en general puede conducir a cambios importantes en nuestro funcionamiento cuando somos jóvenes, y a veces puede desvelar problemas potenciales. Por eso una serie de complicaciones en la salud mental, como problemas de ánimo entre las que se cuentan la depresión y el desorden bipolar, o dificultades del pensamiento, como la esquizofrenia, es más probable que aparezcan en la adolescencia que en la infancia. La poda, combinada con los cambios hormonales y las alteraciones de tipo genético, define nuestra actividad neuronal y el crecimiento sináptico y produce un cambio drástico en el funcionamiento del cerebro durante los años de la juventud.

Si se presenta alguna vulnerabilidad en la formación del cerebro durante la infancia, la adolescencia puede desvelar esas diferencias en el cerebro al ir eliminando el número de neuronas y sus conexiones, existentes pero insuficientes. Dicha vulnerabilidad puede deberse a un amplio abanico de causas, desde la genética hasta la exposición a tóxicos o a experiencias adversas tales como el mal trato o el abandono. Esta visión desarrollista propone que la vulnerabilidad que se da en el período de la adolescencia a causa de la poda de los circuitos infantiles que pueden haber estado «en peligro» lleva a la aparición de estas deficiencias. La reactivación de los genes durante la adolescencia, que definen el crecimiento de las neuronas y cómo van a interactuar con otras, también puede influir en la vulnerabilidad del cerebro adolescente. Aunque se produzca la poda cerebral normal, lo que quede puede ser insuficiente para conseguir un estado de ánimo estable o para que el pensamiento esté en sintonía con la realidad. Si el nivel de estrés es alto, el proceso de poda puede llegar a ser incluso más intenso y pueden reducirse en número o efectividad más de esos circuitos en peligro. El resultado es la aparición de la vulnerabilidad oculta durante la poda de la adolescencia. El crecimiento integrador del cerebro no transcurrirá de manera óptima y, dependiendo de qué circuitos se vean afectados, la coordinación y el equilibrio del cerebro pueden resultar perjudicados.

Durante los últimos años de bachillerato y los de universidad pueden manifestarse por primera vez desequilibrios psiquiátricos importantes, como la depresión, el desorden bipolar o la esquizofrenia, incluso en individuos que funcionan bien en todo lo demás. Cuando el estado de ánimo o el pensamiento se vuelven disfuncionales, invadidos por la rigidez y el caos que interrumpen el funcionamiento adaptativo durante largos períodos de tiempo, es posible que el adolescente no esté simplemente experimentando las inevitables emociones intensas de la adolescencia, sino algo más. Quizá sea sencillamente una etapa de integración dañada durante la remodelación del cerebro lo que le lleve temporalmente a la rigidez y al caos mencionados, y un desarrollo ulterior pueda corregir esta dificultad. Pero a veces, la aparición de problemas serios de comportamiento es señal de un desorden que puede estar aflorando y que necesita evaluación y tratamiento, como un desorden del estado de ánimo, del pensamiento o de ansiedad con comportamientos obsesivo-compulsivos o brotes de pánico. Puesto que algunas de estas alteraciones psiquiátricas van acompañadas de ideas e impulsos de suicidio, buscar ayuda para entender la importancia de estos cambios en ti, en tu amigo o en tu hijo puede ser de extrema importancia. Yo mismo tengo un amigo cuya hija desarrolló una de esas condiciones emocionales en la universidad, y en su residencia nadie la animó a buscar ayuda. Se limitaban a llamarla «chalada» y la aislaron sin hacer nada por ayudarla, hasta que fue demasiado tarde.

Naturalmente, con una integración dañada en el cerebro, la mente no puede ser ni tan flexible ni tan resistente. A veces esa falta de integración puede responder a la terapia con un psicólogo, a veces también puede requerir medicación, pero siempre tiene que empezar por una mente abierta y una buena evaluación. El que la mente de una persona deje de funcionar correctamente puede resultar muy angustioso para esa persona y para los que la rodean. Y el estrés de tener una mente turbulenta puede crear por sí misma más estrés. En este caso, la remodelación ha sacado a la luz una vulnerabilidad oculta y la disfunción resultante de la integración incorrecta puede provocar su propia intensificación del proceso de poda. Por eso buscar ayuda puede ser muy importante, para reducir el estrés y evitar una poda excesiva. La clave que se está explorando ahora en la investigación es cómo este proceso de poda, intensificado por el estrés, puede producir formas erróneas de funcionamiento de las conexiones cerebrales.

Está claro que las intervenciones tempranas para crear una experiencia vital estable en el individuo y reducir el estrés son esenciales para secundar un crecimiento saludable del cerebro durante este período de cambio y desarrollo. Que una vulnerabilidad genética termine siempre en un desorden psiquiátrico no es una hipótesis que se cumpla indefectiblemente. La realidad es mucho más compleja. Ni siquiera los gemelos idénticos que comparten la misma constitución genética tiene el cien por cien de probabilidades de desarrollar el mismo desorden. La experiencia desempeña un papel básico en el desarrollo del cerebro, incluso frente a la genética y a otros factores de riesgo. Podemos echar un vistazo a los genes y a otras importantes variables como algunos de los múltiples factores que contribuyen a la visión general del crecimiento del cerebro. Los genes pueden influir en algunos aspectos del crecimiento neuronal, pero hay un conjunto mucho mayor de factores que la sola genética que contribuyen a nuestro bienestar. La evolución de la mente, sentirse apoyado por las relaciones, tener una sensación de pertenecer a un grupo más grande son cosas que influyen en cómo adquiere y mantiene el cerebro su desarrollo integrador, que está en la raíz de nuestro camino hacia la salud.

Durante la adolescencia, la poda cerebral y la mielinización, y la remodelación que estas crean, tienen lugar primordialmente en las áreas corticales. Aunque la corteza prefrontal es una de esas zonas, es importante no olvidar que esta zona más delantera de la corteza frontal no es que sea superespecial por sí misma; será más exacto decir que el área prefrontal y las zonas relacionadas son importantes porque coordinan y equilibran otras zonas del cerebro. En este sentido, podemos decir que la corteza prefrontal es integradora porque conecta áreas diferenciadas entre ellas. Esta integración permite que «el todo sea mayor que la suma de sus partes». Con esta integración adquirimos funciones más complejas y útiles. Como ya hemos visto, ejemplos de esto son la conciencia de uno mismo, la empatía, el equilibrio emocional y la flexibilidad.

Dado que el área prefrontal sirve de núcleo maestro integrador, lo que algunos podrían llamar el centro de control principal o el área ejecutiva, la renovación de instalación eléctrica durante la adolescencia facilita una forma de integración más extensa que se adquiere en la transición de la infancia a la madurez. Como ya hemos señalado anteriormente, este núcleo es tanto para las redes de circuitos del interior del cerebro y el cuerpo en general como para las redes de los cerebros interconectados en lo que llamamos relaciones. Vemos así que la integración de nuestras redes internas y nuestras redes interpersonales condicionan la experiencia de nuestra mente. La mente está alojada dentro de nosotros y ensamblada entre nosotros. Nuestra mente está dentro de nosotros y entre nosotros.

El cerebro remodelado y «las idas de olla»

Bajo la influencia activa de varias drogas, incluyendo el alcohol, nuestra mente puede dejar de funcionar correctamente porque el área prefrontal no puede seguir llevando a cabo su coordinación y equilibrio de los torrentes de información desde el interior de nuestro cuerpo y del mundo exterior. Si bien es cierto que las diferentes drogas pueden impedir el funcionamiento integrador del cerebro en un momento puntual y el consumo crónico de las mismas puede distorsionar la coordinación y el equilibrio de nuestra vida a largo plazo, también podemos tener tendencia a perder la integración de otras maneras aparte del consumo de drogas. A veces, sencillamente «se nos va la olla» y las fibras integradoras prefrontales del cerebro dejan de coordinar todo el sistema. Puesto que el área prefrontal se encuentra en estado de reconstrucción durante la adolescencia, en ocasiones puede ser especialmente susceptible de perder temporalmente su funcionamiento integrador de conectar zonas separadas entre sí.

Incluso cuando nos estamos desarrollando correctamente, a veces durante este período de remodelación la capacidad de la región prefrontal para cumplir su labor de coordinación y equilibrio de su papel integrador puede no funcionar de manera óptima. La remodelación del cerebro es una parte necesaria de su desarrollo y crea integración a lo largo de los años de la adolescencia. Esta remodelación supone varias fases, con los varones y las hembras experimentando la poda cerebral y la mielinización de diferentes áreas en momentos diferentes. Y la remodelación supone un consumo de energía. Pero, a pesar de que las trayectorias difieren entre los géneros, el punto en el que acaba el proceso de remodelación es en realidad muy parecido para todos.

El cerebro funciona sujeto a una dependencia del estado, lo que significa que cuando está en estado de calma, ciertas funciones integradoras pueden llevarse a cabo correcta y eficientemente. Pero en otras situaciones esas mismas funciones tal vez no resulten tan bien. Para muchos de nosotros, en medio de la adolescencia, cuando estamos lejos de nuestros iguales y nuestras emociones están equilibradas, podemos ser tan eficientes como los adultos. Pero bajo unas circunstancias que incrementen la emoción o en presencia de semejantes, la razón puede verse menoscabada. El contexto en el que nos encontramos y el estado emocional de nuestra mente influyen directamente en nuestra sensibilidad para perder ciertas funciones. Esto se puede interpretar como ser «demasiado emocional» o «demasiado influenciable por los compañeros», pero otro punto de vista es que nuestra sensibilidad emocional y el interés por los semejantes son adaptables. Esto no es inmadurez, sino un paso necesario en el desarrollo humano. Tenemos que escuchar a los que son como nosotros con el fin de formar parte de ese grupo de supervivencia que es vital cuando abandonamos el hogar familiar.

Desde el punto de vista de la familia, la sensibilidad emocional y la influencia social incrementadas pueden ser perjudiciales para la vida en el hogar. Un caso extremo de esta situación es cuando nos alteramos de verdad y «se nos va la olla» o «perdemos la chaveta». Dicho estado de falta de integración le puede sobrevenir repentinamente a cualquiera, pero en los primeros años de la adolescencia tenemos una tendencia especial a esto en determinadas circunstancias, como cuando los padres nos interrumpen sabiendo que estamos ocupados o cuando una amiga no llama a pesar de haber dicho que lo haría.

Si vuelves a hacer el modelo manual del cerebro y levantas de golpe los dedos verás una manera anatómica de simbolizar cómo perdemos el papel integrador de la corteza prefrontal. Sin la influencia calmante de esa zona cortical los estallidos repentinos de lava límbica y los arranques de reactividad –las primitivas reacciones de lucha, huida, paralización y desmayo– pueden aparecer de repente, muchas veces sin previo aviso para nadie. Éstas son nuestras reacciones subcorticales inmediatas, primitivas, ante la amenaza. Puesto que la corteza es un centro de conciencia, las áreas más bajas del cerebro pueden activarse sin que nuestra mente consciente sepa lo que se está organizando en lo más profundo del cerebro. Y entonces, ¡pum! Se disparan una serie de reacciones que ni siquiera sabíamos que se estaban cociendo dentro de nosotros. ¿Te resulta familiar? A mí me pasaba mucho cuando era un quinceañero. Y sin lugar a dudas también nos puede pasar cuando somos adultos. Es en esos momentos, cuando una corteza prefrontal vulnerable no está en plenas facultades para monitorizar y gobernar el mundo subcortical cuando pueden desatarse dichas reacciones desproporcionadas. Si no hemos dormido bien, no hemos comido, nos sentimos agobiados o sentimos cierta agitación emocional interior, la influencia sedante de la corteza prefrontal tal vez no funcione del todo bien y «se nos puede ir la olla». Seamos adolescentes o adultos, esto forma parte de ser humano.

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Ahora bien, cuando se trata de quinceañeros, esta «ida de olla» se atribuye muchas veces a que es un «adolescente desquiciado». Pero pongámonos de acuerdo en no llamar a esto locura; llamémoslo lo que es: remodelación y cambios de integración. En un edificio que se está rehabilitando, muchas veces la fontanería o la instalación eléctrica que antes funcionaban quedan temporalmente fuera de servicio. No por eso diremos que es un edificio mal hecho; es sencillamente un proyecto de reconstrucción. La remodelación tiene inconvenientes inevitables, desde luego. Durante un breve período, o en ratos aislados, las instalaciones del edificio quedan inutilizadas. Sin electricidad en uso, sin cañerías o sin poder utilizar la escalera. Son cambios temporales en algo que funciona bien. La buena noticia es que la remodelación es un proceso cuyo objetivo es crear y mejorar el funcionamiento de todo. La rehabilitación es necesaria para adaptar la estructura de nuestros cimientos neuronales y ajustarlos a las nuevas necesidades, y la remodelación en la adolescencia es necesaria para adaptar nuestra familia humana a las nuevas necesidades de un mundo en transformación. Se crean niveles de integración nuevos y se establecen y refuerzan nuevas capacidades. La remodelación construye una integración nueva.

Dicho esto, a veces la remodelación trae consigo formas complicadas de pensar, de sentir y de interactuar que son inseparables del transcurso de este proceso neuronal.

En particular, la reconstrucción de la zona de la corteza prefrontal significa que muchas de las funciones que esta área frontal del cerebro facilita mediante su labor integradora –el equilibrio de las emociones, los planes de futuro, tener percepción y empatía– queden relegadas a un segundo plano con mayor facilidad por las emociones intensas y la influencia de los semejantes. Pueden estar más frágiles, más susceptibles a alterarse, de lo que estarán en los años venideros. De hecho, uno de mis amigos, que tiene un hijo unos años más joven que el mío, me dijo en una ocasión que se produjo un cambio como de la noche al día cuando pasó de los diecinueve a los veinte años. Mi amigo me contó que, una vez que su hijo acabó su primer curso en la universidad, «pareció haber vuelto al mundo de la interacción humana normal». ¿Qué quería decir con esto? El equilibrio de emociones de su hijo parecía haber desaparecido, no tenía planes para el futuro, no parecía ser capaz de practicar la visión interior de sí mismo –o la empatía por los demás–, al menos para el padre de aquel muchacho. ¿Qué podemos sacar en limpio de esta experiencia común?

Cuando comprendes que el área prefrontal es necesaria para que se pongan en marcha cada una de estas funciones, entonces puedes comprender por qué se nota una diferencia tan grande en el cambio hacia una adaptación tras unos intensos períodos de remodelación: lo más probable es que la fase de remodelación se esté estabilizando y el área prefrontal pueda hacer su labor.

¿Qué es esto exactamente? Esta área coordina y equilibra el cerebro al completo con el cuerpo en su totalidad e incluso las redes internas con el mundo social. Sí, esta zona que se encuentra justo detrás de la frente conecta todas las partes del cerebro entre sí dentro del cráneo y vincula dichas funciones con lo que pasa en el cuerpo (señales del corazón, los intestinos, los músculos). Luego, esas señales conectadas se entrelazan con la aportación de otras personas. La vinculación de todas estas partes diferentes es mucha integración. Por eso, cuando somos adolescentes, tenemos que darle tiempo al tiempo, y como adultos es necesario que le concedamos un respeto a la remodelación por la que están pasando los adolescentes. Esto no significa que no haya nada que hacer, significa que hacemos ajustes para el hecho de que la mente del adolescente está determinada a ratos por una zona de obras.

La adolescencia favorece la integración en el cerebro

Echa una mirada a tu «modelo manual» del cerebro. Pon el área límbica-pulgar encima de la zona del tronco del encéfalo-palma de la mano. Ésas son las partes más profundas del cerebro, las que generan las emociones, las reacciones y el deseo de gratificación, entre otras cosas. Ahora pon el resto de los dedos encima del pulgar y mira las dos uñas de en medio. Ésa es el área prefrontal. Fíjate en que cuando levantas los dedos-corteza y los vuelves a bajar, esta zona prefrontal-uñas está en contacto con la corteza; se asienta encima del área límbica-pulgar y también conecta directamente con el tronco del encéfalo-palma. Además, todas las señales del propio cuerpo –de los músculos y los huesos, de los intestinos y del corazón– llegan también a esa zona prefrontal. Y por si eso no fuera suficiente, dicha área prefrontal también hace mapas de lo que está pasando dentro del sistema nervioso de otras personas. ¡Exacto! El área prefrontal traza mapas del mundo social. Y es esta área prefrontal la que nuestros mapas mindsight del tú por la empatía y del nosotros para la moral, además del mapa del yo para la visión interior.

Ahora vamos a repasar esto con la imagen del modelo manual en la cabeza. El área prefrontal coordina y equilibra cinco zonas separadas de información. Son las siguientes. La corteza. El área límbica. El tronco del encéfalo. El cuerpo propiamente dicho. Y el mundo social. Cuando estas fuentes de información independientes están conectadas y fluyen juntas, decimos que hay «integración». Y la integración es lo que crea las funciones básicas del autoconocimiento, la reflexión, la planificación, la toma de decisiones, la empatía y hasta la moralidad (pensar en un bien social más amplio).

Cuando el área prefrontal archiva un nuevo estado que está siendo remodelado, estas importantes funciones se vuelven más fiables y fuertes. A partir de ese momento la integración puede darse más consistentemente y de manera más segura. El cerebro, el cuerpo y el mundo social se entrelazan en un todo gracias a la corteza prefrontal. Conocer cómo tiene lugar esa remodelación prefrontal nos puede ayudar en la adolescencia y en la edad adulta no solo a entender mejor lo que sucede en el interior del cerebro, sino a hacer algo constructivo al respecto, como pronto veremos. De hecho, las prácticas mindsight que vamos a ir viendo a lo largo del libro pueden contribuir al crecimiento de las áreas integradoras del cerebro. Sí, resulta que podemos favorecer el crecimiento de las fibras integradoras del cerebro de la corteza prefrontal. Las interacciones positivas con otros y la reflexión personal son dos de las formas de aumentar la integración prefrontal. Eso es: ¡tú puedes crear esas fibras si decides aprender a hacerlo!

La parte inferior del cerebro emocional

¿Sabías que al mismo tiempo que se producen estos cambios prefrontales, las áreas más profundas del cerebro que se encuentran debajo de la corteza (el límbico-pulgar y el tallo-palma en el modelo manual) son más activas en los adolescentes que en los niños o en los adultos? Esto significa que las emociones pueden surgir con mayor rapidez e intensidad sin la influencia sedante de la corteza prefrontal. El área prefrontal puede enviar circuitos relajantes, llamadas «fibras inhibitorias», a esas zonas más profundas para calmar su actividad.

Escáneres cerebrales confirman que cuando se muestra a los adolescentes una fotografía de una cara neutra se activa una zona primordial del área límbica, la amígdala, mientras que en los adultos la misma fotografía simplemente activa la corteza prefrontal, el área del razonamiento. Para los quinceañeros el resultado puede ser una sensación de convicción interna de que hasta la respuesta neutra de otra persona está repleta de hostilidad y no puede fiarse de ella. Una mirada inexpresiva o un topetazo en el pasillo se pueden interpretar como intencionales y el adolescente puede responder con un comentario hiriente, aunque la mirada o el golpe hayan sido completamente inocentes. Conocer estos descubrimientos científicos me ayudó como padre a entender la reacciones, a menudo intensas, de mis adolescentes ante manifestaciones mías que, desde mi punto de vista, eran bastante neutrales pero que ellos vivieron como agresivas.

La información llega a la amígdala a través de dos rutas. Una es la ruta lenta, en la que la corteza superior tamiza la información obtenida, razona, reflexiona y después informa a la amígdala de una manera calmada y racional. Hay una segunda ruta, en la que se esquiva la corteza y los torrentes de percepción de entrada se envían directamente a la amígdala sin más. Es la ruta más rápida. Los estudios sobre los adolescentes señalan que, incluso en condiciones de calma, la ruta rápida de activación de la amígdala se da con más frecuencia y mayor predisposición en jóvenes que en adultos; la ruta lenta es más transitada por los adultos. Esto significa es que las emociones intensas de una respuesta inmediata de la amígdala pueden surgir incluso cuando no hay nada que cause el mal funcionamiento de la corteza , como cuando «se nos va la olla» en un estado de agitación caótica o en un estado de rigidez bloqueante. En la adolescencia es más probable que tengamos más respuestas emocionales inmediatas que no están filtradas por el razonamiento cortical. Tal es el funcionamiento de la ruta rápida. En parte, eso es lo que queremos decir cuando hablamos de que la adolescencia en una etapa de mayor intensidad emocional, de chispa emocional más fuerte. La ruta rápida a la amígdala se activa con más facilidad durante este período que antes, o que en el futuro.

Todos nosotros, tanto de adolescentes como de adultos, cuando las emociones intensas se disparan en nuestra mente necesitamos aprender a distinguirlas y a tratar con ellas. Como solía decir Fred Rogers en televisión, los sentimientos, si se pueden nombrar, se puede tratar con ellos. Como hemos visto en la herramienta de mindsight número 1, podemos utilizar la idea de «nombrar para dominar». Aprender a tratar con las emociones significa ser consciente de ellas y modificarlas desde nuestro interior para poder pensar con claridad. A veces podemos nombrarlas para dominarlas y ayudar así al equilibrio de la intensidad emocional de nuestro cerebro poniendo en palabras lo que sentimos. Decir el nombre de la emoción en nuestra mente nos puede ser de gran ayuda. ¡Incluso hay estudios del cerebro que muestran cómo este proceso de atribuir nombres puede activar la corteza prefrontal y calmar la amígdala del sistema límbico! Aprender a manejar las emociones en la adolescencia es un elemento importante para conquistar la independencia de nuestros padres y ser más fuertes ante la vida. En las secciones de herramientas de mindsight exploraremos las múltiples estrategias útiles para equilibrar las emociones que pueden favorecer nuestro crecimiento en este sentido durante la adolescencia y más adelante.

Preparado para la aventura y la conexión

Cuando comparamos nuestra propia etapa de la adolescencia con la transición equivalente en otros animales, descubrimos algunos paralelismos asombrosos. En Zoobiquity, un libro sobre el tema de lo mucho que tenemos en común con nuestros primos animales, Barbara Natterson-Horowitz y Kathryn Bowers escriben: «Es muy probable que un umbral similar de riesgo reducido –en realidad, un placer nuevo en la aceptación del riesgo– sea el que impulse a las crías de pájaro a salir del nido; a las hienas a separarse de las guaridas comunales; a los delfines, los elefantes, los caballos y las nutrias a formar grupos de jóvenes; y a los adolescentes humanos a agruparse en centros comerciales y residencias universitarias. Como hemos visto, tener un cerebro que nos haga sentir menos el miedo nos posibilita y tal vez estimula a afrontar amenazas y competidores que son cruciales para nuestra seguridad y éxito. La biología del temor reducido, un mayor interés por la novedad y la impulsividad sirve a un propósito en todas las especies. De hecho, podría ser que la única cosa más peligrosa que asumir riesgos en la adolescencia sea no hacerlo».

Ciertamente el proceso natural de alejamiento del nido está lleno de peligros. El riesgo de no enfrentarse a los riesgos al que se refieren Natterson-Horowitz y Bowers consiste en que el individuo no se atreva a dar los pasos necesarios para abandonar el nido y que, debido a este estancamiento, nuestra especie no sobreviva. El riesgo insufla nueva vida en las formas anquilosadas de hacer las cosas. Podemos comprobar que en lo más profundo de nuestra estructura cerebral tal vez sintamos la necesidad acuciante de vivir comportamientos de riesgo como si fuera una cuestión de vida o muerte. Y para nuestra especie en su totalidad, realmente son una cuestión de supervivencia. El cerebro adolescente adopta un sesgo positivo, enfatizando los pros y, en la mayor parte de los casos, quitándoles importancia a los contras con el objetivo de preservar la familia humana.

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Asimismo, puede movernos la intención de conectar con nuestros iguales, que también se están adentrando en el mundo, porque en los grupos podemos encontrar la seguridad de pertenecer a una comunidad. Más ojos que vigilan a los depredadores, más camaradas a los que unirse en el viaje compartido lejos de casa, más compañeros con los que conectar para crear ese mundo nuevo tan necesario para la supervivencia de nuestra especie.

Una vez tuve un paciente que llegó a mi consulta con la cintura de los pantalones por debajo del trasero. Estaba muy de moda hace unos años (puede que todavía lo esté) y me sorprendió mucho. No pude aguantarme las ganas de preguntarle al respecto. Así que, con curiosidad pero creo yo que también con bastante respeto, le pregunté: «¿Por qué llevas los pantalones así, por debajo de las nalgas?». Nunca olvidaré su franca respuesta: «Tengo que llevar los pantalones así para poder ser como todos los demás que intentan ser diferentes. Intento ser como todos los que no quieren ser iguales a todos los demás». Exacto.

Esto nos ayuda a entender la situación. Los jóvenes consideran a menudo que se necesitan entre ellos mucho más de lo que necesitan a los adultos. Los adolescentes son nuestro futuro y gracias a su valor y a sus experimentos, en ocasiones estrafalarios pero creativos, «por no ser como todos los demás» nuestra especie se ha ido adaptando. Si tenemos que sobrevivir en este frágil y maravilloso planeta, vamos a necesitar toda la ingenuidad de la mente de los adolescentes rebeldes para encontrar soluciones a los graves problemas que nuestra generación y las anteriores generaciones de adultos hemos creado en el mundo.

Como padre, he intentado tomarme en serio estas lecciones de la ciencia acerca de la adolescencia. Respiro profundamente e intento recordarme a mí mismo lo mejor que puedo que sus conductas de alejamiento no solo están contenidas en sus cerebros, sino en todo nuestro ADN. Su alejamiento de ahora es nuestro alejamiento de entonces, cuando éramos adolescentes. Teniendo en mente esta condición humana, el reto es, como mínimo, encontrar la manera de ayudar a los adolescentes a transitar esos años sin hacer daño a los demás ni a ellos mismos. Éste puede ser un objetivo básico: Por lo menos, no hacer daño. Después de eso, todo lo demás será la guinda del pastel. Aunque, por supuesto, ése puede ser el punto de partida y albergar expectativas mucho mayores. Otro objetivo importante es mantener las vías de comunicación tan abiertas como sea posible. Esta perspectiva establece un marco de actuación que puede contribuir a que las situaciones más complicadas sean un poco más manejables y a hacer esta etapa un tiempo de colaboración lo mejor posible entre generaciones.