La esencia de la adolescencia

La adolescencia es un período de la vida tan desconcertante como maravilloso. Comprendido más o menos entre los doce y los veinticuatro años (¡sí, hasta la mitad de la década de los veinte!), la adolescencia se considera en todas las culturas como una etapa de grandes retos tanto para los adolescentes como para los adultos que los rodean. Debido al reto que puede suponer para todas las personas involucradas en el proceso, espero ofrecer apoyo a los dos lados de la frontera generacional. Si eres un adolescente y estás leyendo mi libro, tengo la esperanza de que te ayude a recorrer el camino del viaje personal a veces doloroso, y otras veces emocionante, que es la adolescencia. Si eres padre o madre, profesor, consejero, entrenador deportivo o tutor que trabaja con adolescentes, mi esperanza es que estas exploraciones ayuden no solo a sobrevivir al adolescente que tienes a tu lado, sino a crecer en este período increíblemente formativo de la vida.

Quiero decir desde el principio que existen montones de mitos creados alrededor de la adolescencia que ahora la ciencia nos demuestra de manera clara que sencillamente no son ciertos. Y lo que es aún peor que ser falsos, estas creencias equivocadas pueden complicar la vida de los adolescentes y los adultos por igual.

Uno de los mitos más frecuentes referidos a la adolescencia es que las hormonas disparadas de los jóvenes hacen que éstos «se vuelvan locos» o «se les vaya la cabeza». Eso es sencillamente falso. Las hormonas sí aumentan durante esa fase, pero no son las hormonas las que determinan lo que pasa en la adolescencia. Ahora sabemos que lo que experimentan los adolescentes es, sobre todo, el resultado de cambios en el desarrollo del cerebro. Saber algo acerca de estos cambios puede ayudar a que la vida fluya con mayor facilidad para ti como adolescente y para vosotros como adultos con adolescentes en vuestro mundo.

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Otro mito es que la adolescencia no es más que un período de inmadurez y que los jóvenes solo necesitan «madurar». Con una visión tan restringida de la situación, no es de extrañar que se vea la adolescencia como algo que todos tenemos que aguantar, sobrevivir como se pueda y dejar detrás con tan pocas cicatrices de guerra como sea posible. Sí, ser adolescente puede ser difícil de entender y aterrador, y muchas cosas de este período son nuevas y a menudo impactantes. Y para los adultos, lo que hacen los adolescentes puede parecer extraño y hasta incomprensible. Creedme, como padre de dos adolescentes, lo sé. La idea de que la adolescencia es una fase que todos tenemos que soportar es muy restrictiva. Por el contrario, los adolescentes no tienen que limitarse a sobrevivir a la adolescencia; pueden desarrollarse gracias a este importante período de su vida. ¿Qué quiero decir con esto? Una idea básica de la que hablaremos es que, en aspectos muy claves, la «labor» de la adolescencia –poner a prueba los límites, la pasión por explorar lo desconocido y excitante– puede establecer un escenario para el desarrollo de rasgos básicos del carácter que capacitarán a los adolescentes para una magnífica vida llena de aventuras y objetivos.

El tercer mito es creer que el crecimiento durante la adolescencia requiere pasar de la dependencia de los adultos a una total independencia de ellos. Aunque es cierto que existe un impulso natural y necesario hacia la independencia de los adultos que nos criaron, los adolescentes se siguen beneficiando de la relación con los adultos. El cambio sano hacia la madurez se hace a través de la interdependencia, no de un aislamiento total en plan «hazlo tú mismo». La naturaleza de los lazos que mantienen los adolescentes con sus padres como figuras de apego cambia, y los amigos cobran mayor importancia en este período. En última instancia, aprendemos a cambiar de necesitar el cariño de otros durante la infancia, a alejarnos de nuestros padres y apoyarnos más en nuestros iguales durante la adolescencia, para acabar dando cariño y recibiendo ayuda de otros. Eso es interdependencia. En este libro exploraremos la naturaleza de esos afectos y cómo nuestra necesidad de relaciones cercanas continúa a lo largo de toda la vida.

Cuando conseguimos superar los mitos somos capaces de ver las verdades que enmascaran, y así la vida de los adolescentes, y la de los adultos que los rodean, mejoran de manera considerable.

Desgraciadamente, lo que los demás creen de nosotros puede definir cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos comportamos. Esto es particularmente así en lo referente a los quinceañeros y a cómo «encajan» las actitudes negativas más frecuentes que proyectan muchos de los adultos (tanto si es directa como indirectamente): que los adolescentes son «descontrolados», «perezosos» o «descentrados». Hay estudios que muestran que cuando a los profesores se les dijo que determinados estudiantes tenían una «inteligencia limitada», estos alumnos dieron peores resultados que otros sobre los que no se había dado una información similar a los profesores. Pero cuando a los profesores se les dijo que esos mismos estudiantes tenían habilidades excepcionales, éstos mostraron una mejora notable en las notas de sus exámenes. Los adolescentes que reciben mensajes negativos sobre quiénes son y lo que se espera de ellos pueden rebajarse hasta ese nivel en vez de desarrollar su potencial auténtico. Como escribió Johann Wolfgang von Goethe, «Trata a las personas como si fueran lo que tendrían que ser y las ayudarás a convertirse en lo que son capaces de ser». La adolescencia no es un período de «locura» o de «inmadurez». Es un tiempo esencial de intensidad emocional, implicación social y creatividad. Ésta es la esencia de lo que «tendríamos» que ser, de lo que somos capaces de ser, y de lo que necesitamos como individuos y como familia humana.

Tormenta cerebral está estructurada de la siguiente manera: la primera parte examina la esencia de la adolescencia y de qué manera entender la importancia de sus dimensiones puede crear vitalidad en el momento actual y durante el resto de la vida. La segunda parte explora la forma en que crece el cerebro durante la adolescencia de manera que podamos sacar todo el partido a las oportunidades que este período de la vida nos ofrece. La tercera parte explora cómo las relaciones dan forma a nuestro sentido de la identidad y lo que podemos hacer para crear conexiones más fuertes con los demás y con nosotros mismos. En la cuarta parte nos sumergimos en los caminos por los que podemos llevar a cabo los cambios y retos de la adolescencia mediante estar presentes, ser receptivos a lo que está pasando de manera que podamos ser totalmente conscientes de los aspectos internos e interpersonales de esas experiencias. A medida que vayamos avanzando también proporcionaré pasos prácticos en las secciones de herramientas de mindsight, que ofrecen medios comprobados científicamente para fortalecer el cerebro y nuestras relaciones.

Dado que todos aprendemos con mayor efectividad de diferentes maneras, puede que, después de leer la primera parte, decidáis abordar este libro con el enfoque que sea mejor para cada uno. Si prefieres aprender mezclando conceptos y hechos con ciencia y relatos, tal vez lo mejor sea leer el libro seguido de principio a fin. Si, por el contrario, aprendes mejor haciendo, mediante la práctica real, entonces las cuatro secciones de herramientas de mindsight serán un punto práctico para empezar; puedes explorar la ciencia y las historias después. He escrito este libro de tal forma que si quieres zambullirte en un tema concreto, puedes hacerlo leyendo primero esa parte: sobre relaciones sería la tercera parte, mientras que para el cerebro sería la segunda parte. Si aprendes mejor mediante las exposiciones basadas en relatos, podrías leer primero la cuarta parte y dejar los capítulos anteriores y las prácticas para más tarde. Mézclalo y descubre qué es lo que mejor funciona para ti. Los capítulos y las secciones de herramientas encajan como un todo; tú decides cómo seleccionarlos de forma que se ajusten a tus necesidades.

Este libro trata de la comprensión y el cuidado de las características esenciales de la adolescencia para aportar toda la salud y la felicidad posible al mundo, independientemente de la edad en la que nos encontremos.

Los beneficios y los retos de la adolescencia

Las características esenciales de la adolescencia surgen a causa de unos cambios saludables y naturales en el cerebro. Puesto que el cerebro influye tanto en nuestra mente como en nuestras relaciones, conocer el cerebro puede ayudarnos en nuestra experiencia interna y con nuestras conexiones sociales. A lo largo de este viaje mostraré cómo este conocimiento, y aprender los pasos para fortalecer el cerebro de manera práctica, puede ayudarnos a construir una mente más resistente y unas relaciones más gratificantes con los demás.

Durante los años de la adolescencia, nuestra mente cambia en la forma de recordar, pensar, razonar, centrar la atención, tomar decisiones y relacionarse con los otros. Desde los doce años hasta los veinticuatro, aproximadamente, se da una explosión de crecimiento y maduración como no ha habido otra en nuestra vida. Comprender la naturaleza de estos cambios puede ayudarnos a crear una trayectoria vital más positiva y productiva.

Soy padre de dos adolescentes. También trabajo como médico psiquiatra con niños, adolescentes y adultos, ayudando a chavales, quinceañeros, adultos, parejas y familias a comprender esta emocionante etapa de la vida. Además de trabajar como psicoterapeuta, también doy clases de salud mental. Lo que me ha sorprendido en cada una de estas actividades es que no existe ningún libro disponible que refuerce la idea de que el período vital de la adolescencia es, en realidad, el que acumula más poder para el valor y la creatividad. Cuando alcanzamos la adolescencia la vida está en plena ebullición. Y no deberían evitarse esos cambios o pasar por ellos como por una simple fase que hay que superar, sino que deberían estimularse. Tormenta cerebral nació de la necesidad de centrarse en la esencia positiva de esta etapa de la vida para los adolescentes y para los adultos.

Aun cuando los años de la juventud puedan parecer difíciles, los cambios en el cerebro que facilitan esa extraordinaria aparición de la mente adolescente pueden crear cualidades en nosotros que nos ayuden no solo durante la adolescencia, si los aplicamos con sabiduría, sino una vez que entremos en la madurez y vivamos como adultos de plena condición. Cómo gobernemos los años de la adolescencia tiene un impacto directo en cómo viviremos el resto de nuestra vida. Esas cualidades creativas también pueden ayudar de manera más general, ofreciendo nuevas percepciones e innovaciones que emergen naturalmente de la reacción contra el statu quo y de la energía de los años de juventud.

Para cada forma nueva de pensar, sentir y actuar con su potencial positivo, existe también un posible lado negativo. Pero hay una manera de aprender a sacar todo el partido de las importantes cualidades positivas de la mente juvenil durante la adolescencia y de utilizarlas bien en los años de madurez que vendrán después.

Los cambios cerebrales que se dan durante los primeros años de la juventud establecen durante la adolescencia cuatro cualidades en nuestra mente: búsqueda de novedades, implicación social, aumento de la intensidad emocional y experimentación creativa. Se dan cambios en los circuitos fundamentales del cerebro que hacen que el período de la adolescencia sea diferente al de la infancia. Estos cambios afectan a la forma en que los jóvenes buscan la gratificación en probar cosas nuevas, conectar con sus iguales de manera diferente, sentir emociones más intensas y rechazar los modos establecidos de hacer las cosas para crear nuevas formas de estar en el mundo. Cada uno de estos cambios es necesario para crear las importantes transformaciones que ocurren en nuestra forma de pensar, sentir, interactuar y tomar decisiones durante la adolescencia. Sí, estos cambios positivos también tienen posibilidades negativas. Veamos cómo cada una de estas cuatro características del crecimiento del cerebro adolescente tiene tanto ventajas como desventajas, y cómo llenan nuestra vida de beneficios pero también de riesgos.

1. La búsqueda de novedades surge de un creciente impulso de necesidad de gratificación en los circuitos del cerebro adolescente que crea la motivación interior de probar algo nuevo y experimentar la vida más plenamente, estableciendo un mayor compromiso con la vida. Desventajas: la búsqueda de sensaciones y la aceptación del riesgo que conceden más importancia a las emociones y se la quitan al riesgo tienen como resultado comportamientos peligrosos y los daños consiguientes. La impulsividad puede convertir una idea en acción sin tiempo para reflexionar en las consecuencias. Ventajas: estar abierto al cambio y vivir apasionadamente se acrecientan, a medida que la investigación de la novedad se agudiza hasta convertirse en fascinación por la vida y en un deseo de inventar nuevas formas de hacer las cosas y de vivir con interés por la aventura.

2. La implicación social mejora la conexión entre iguales y crea nuevas amistades. Desventajas: los jóvenes aislados de los adultos y rodeados solamente de otros como ellos tienen comportamientos de riesgo cada vez mayor, y el rechazo total de los adultos y del conocimiento y el razonamiento de éstos aumenta dicho riesgo. Ventajas: el impulso de conexión social lleva a la creación de relaciones de apoyo que, según prueban las investigaciones, son el mejor indicador de bienestar, longevidad y felicidad a lo largo de toda la vida.

3. El aumento de la intensidad emocional confiere a la vida una mayor vitalidad. Desventajas: la emoción intensa puede tomar las riendas y provocar impulsividad, cambios de humor y una reactividad excesiva, a veces poco aconsejable. Ventajas: la vida vivida con intensidad emocional puede estar llena de energía y de un sentido del impulso vital que confiera exuberancia y entusiasmo por sentirse vivo en el planeta.

4. La exploración creativa con un sentido ampliado de la conciencia. El nuevo pensamiento conceptual y el razonamiento abstracto del adolescente permiten cuestionarse el statu quo, enfocar los problemas con estrategias «fuera de lo establecido», la creación de nuevas ideas y la aplicación de innovaciones. Desventajas: la búsqueda del significado de la vida durante los años de la adolescencia puede conducir a una crisis de identidad, la vulnerabilidad a la presión de los iguales y a la falta de dirección y propósito. Ventajas: si la mente consigue mantener el pensamiento, la imaginación y la percepción del mundo de formas nuevas dentro de la conciencia, de la exploración creativa del espectro de experiencias que son posibles, se puede minimizar la sensación de estar en un bache que a veces puede impregnar la vida adulta y es posible cultivar una experiencia de «lo ordinario vivido como algo extraordinario». ¡Una estrategia que no está nada mal para vivir una vida plena!

Si por un lado tenemos que podemos barajar en nuestro interior una tormenta cerebral con cantidad de ideas nuevas que podemos compartir en colaboración durante las exploraciones creativas y la búsqueda de novedades de la adolescencia, también es posible que entremos en otro tipo de tormenta cerebral al perder la coordinación y el equilibrio y que nuestras emociones actúen como un tsunami, inundándonos de sentimientos. Es entonces cuando nos sentimos invadidos no solo de excitación mental, sino también de confusión mental. La adolescencia implica ambos tipos de tormenta de ideas.

En resumen, los cambios cerebrales de la adolescencia ofrecen al mismo tiempo riesgos y oportunidades. Cómo naveguemos por las aguas de la adolescencia –como individuos jóvenes en proceso de cambio o como adultos que caminan a su lado– puede ayudar a guiar el barco de nuestra vida a lugares traicioneros o a emocionantes aventuras. La decisión es nuestra.

Mantener el poder y el propósito de la mente adolescente en la edad adulta

En mi trabajo oigo muy a menudo quejarse a adultos de que su vida se encuentra en un bache. Se sienten «estancados» o «vacíos», han perdido el impulso de buscar la novedad y están invadidos por el aburrimiento que supone hacer las mismas cosas una y otra vez. También consideran que su vida está dominada por la falta de conectividad social; se sienten aislados y solos. Y para muchos la vida ha perdido su intensidad emocional, todo les parece sin brillo, incluso aburrido. Este tedio puede llevar a la apatía y hasta a la depresión y la desesperación. Parece que nada importa; parece que nada resulta vivo y vitalista. Cuando los adultos dejan de usar su capacidad para la exploración creativa, su forma de razonar y enfocar los problemas de la vida se convierte sencillamente en una repetición de rutinas conocidas y la imaginación sale volando por la ventana. La vida puede volverse, bueno, carente de vida. Cuando los adultos pierden el poder creativo de la mente adolescente su vida puede perder vitalidad y parecerles carente de sentido.

El juego y la alegría que surgen de la creación de nuevas combinaciones de cosas son esenciales para que nuestras existencias sigan llenas de vitalidad. Si uno sale con jóvenes oirá con frecuencia risas y carcajadas incontrolables. Y algunas veces lo que oirá es un montón de llanto. O sea que la intensidad emocional puede traer alegría, pero también lágrimas, sin lugar a dudas. Si uno sale por ahí con adultos lo que oirá principalmente serán charlas serias. Sí, la vida es algo serio. Pero podemos aportar alegría y humor a la vida que llevamos. Necesitamos vivir con humor y entusiasmo no a pesar de los problemas que hay en el mundo, sino a causa de ellos.

Sin embargo, cuando los adultos pierden las cuatro características diferenciadoras de la adolescencia, cuando dejan de cultivar el interés por buscar la novedad, la implicación social, la intensidad emocional y la exploración creativa, la vida puede volverse aburrida, aislada, plana y rutinaria. ¿Quién elegiría de manera voluntaria llevar una vida así? Es probable que nadie. Pero pasa constantemente. Al parecer los adultos tenemos tendencia a navegar con el piloto automático. ¿Por qué? Vérselas con las circunstancias de la vida a enfrentarse a las preocupaciones de este mundo puede ser difícil. A veces resulta más sencillo dar por cerrados esos aspectos esenciales de una vida plena que llegan con la adolescencia y, en cambio, intentar seguir en «modo supervivencia» desarrollando una rutina en la que podemos confiar que funcionará. Pero perder la vitalidad solo puede hacer la vida más dura, y también puede llevar a no mantener el cerebro tan fuerte como podía serlo a medida que nos hacemos mayores.

Por eso sugiero que lo que les pasa a los adolescentes, que es al mismo tiempo un reto y un don, es en realidad lo que los adultos necesitan a fin de mantener la vitalidad en su existencia. He aquí otro mito. La gente tiende a dar por sentado que el cerebro deja de crecer después de la infancia. Pero eso no es cierto. El cerebro no crece y cambia solo durante la infancia y la adolescencia, sino que sigue creciendo a lo largo de toda la vida. Lo que te planteo es que las cuatro características de la adolescencia son exactamente las que necesitamos para no solo vivir una vida activa cuando somos adolescentes, sino también para que nuestro cerebro siga creciendo a lo largo de nuestra existencia.

A continuación, una manera de recordar esta «esencia» de los cambios cerebrales en la adolescencia. Me encantan los acrónimos, para gran regocijo de algunos de mis estudiantes y desesperación de otros. De manera que, si este acrónimo te resulta útil, genial. Es el que sigue: la esencia de los cambios cerebrales del adolescente que son la esencia de formas sanas de vivir a lo largo de toda la existencia forman la misma palabra esencia (en inglés essence):

ES: Chispa emocional (Emotional Spark); que respeta esas importantes sensaciones internas que son más intensas durante la adolescencia pero sirven para crear sentido y vitalidad a lo largo de toda nuestra vida.

SE: Implicación social (Social Engagement); las importantes conexiones que establecemos con otros que dan apoyo a nuestro trayecto en la vida con relaciones significativas y gratificantes para las dos partes.

N: Novedad; cómo buscamos y creamos nuevas experiencias que nos atrapan por completo, estimulando nuestros sentidos, emociones, pensamientos y cuerpo de formas nuevas y desafiantes.

CE: Exploración creativa (Creative Exploration); el pensamiento conceptual, el razonamiento abstracto y la conciencia desarrollada que crean un marco para ver el mundo a través de una óptica nueva.

Ésa es la esencia de una buena vida durante la adolescencia y durante los años de la edad adulta: chispa emocional-implicación social-novedad-exploración creativa. Adol-ESCENCIA. O: la adolescencia es Adult-ESENCIA.

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Me pregunto si la tensión que veo en los padres como reacción ante los adolescentes no será en algunas ocasiones una profunda añoranza por esas mismas características que ellos pueden haber perdido. No tener la chispa emocional puede hacer que la exuberancia de un joven parezca amenazadora. No estar socialmente activo puede hacer que un adulto se sienta aislado al compararse con la vida social de un joven. ¿Cuántos amigos nuevos hacemos con treinta, cuarenta o cincuenta años? Ese enorme deseo de conocer cosas nuevas en la vida de un adolescente puede hacer que la rutina cotidiana de un adulto parezca aburrida. Y la exploración creativa que empuja a los jóvenes a todo tipo de formas nuevas de pensar y actuar puede hacer que la vida del adulto, con su monotonía y previsibilidad, le parezca en ocasiones demasiado controlada y restringida.

Tal vez si los adultos pudieran recuperar algo de esa esencia vital el abismo entre las generaciones se estrecharía. Lo que quiero decir con esto es que a veces lo que vemos en otros nos puede recordar lo que echamos de menos en nosotros mismos, y este recordatorio nos produce frustración, desilusión, rabia y tristeza. Como terapeuta, soy testigo de esto con demasiada frecuencia cuando, por ejemplo, los padres no pueden soportar algunos aspectos de la personalidad de sus hijos porque les recuerda algo de su propia vida que los irrita. Si paramos un instante y nos damos cuenta de que seguimos aprendiendo toda la vida, veremos que la fuerte reacción emocional ante un joven, por ejemplo, puede venirnos bien para recordarnos que exploremos nuestra propia vida interior y no nos limitemos a reaccionar hacia el exterior.

Los adultos tenemos cosas que aprender de la adolescencia como etapa por la que hemos pasado, y de los adolescentes como personas que están pasando por ese período de desarrollo en ese momento. Los adolescentes nos pueden recordar lo que tenemos derecho a experimentar en nuestra vida. De igual manera, como adolescentes, tenemos cosas que aprender de los adultos, ya que éstos comparten con nosotros sus experiencias mientras favorecen nuestra evolución hacia la independencia.

Aprender a usar el poder de la mente adolescente puede ayudarnos a tener una experiencia positiva surgida de este período de cambio intenso. Si se manejan bien, estos cambios cerebrales pueden llevar a resultados positivos más adelante. Aferrarse al poder esencial de la mente joven hasta los últimos años de la adolescencia y más allá, hasta los años de madurez, puede capacitarnos para que continuemos un aprendizaje a lo largo de toda la vida y que reconozcamos el importante y revitalizante sentido de la aventura, la vitalidad y el valor que trae consigo la adolescencia. ¡Aprender a utilizar el poder del incipiente pensamiento juvenil es tan importante para nosotros cuando somos adolescentes como cuando somos adultos!

La adolescencia desde dentro

Vamos a explorar la esencia de la adolescencia con un enfoque «desde dentro». Lo que significa esto es que comprender los mecanismos internos propios y de otros, nos puede ayudar a entender el comportamiento exterior propio y ajeno. La comprensión desde dentro puede ayudarnos a crear la vida que queremos y no limitarnos a aceptar lo que se nos ha dado. Para abordar este enfoque desde dentro estudiaremos cómo el cerebro, la conciencia de uno mismo y la relación con los demás ayudan a crear la experiencia de quiénes somos –cómo ayudan a formar nuestra mente– para poder estar mejor equipados para esta etapa de la vida.

También conoceremos ideas científicas interesantes y relevantes, y descubriremos cómo aplicar la ciencia de manera productiva. Este libro está escrito de modo que parezca una conversación entre tú, lector, y yo, autor. Espero que al leerlo tengas la sensación de que estamos charlando de verdad, juntos, en persona, acerca de este importante período de la vida.

Es un placer invitarte a que te unas a mí en esta exploración como si fuera una conversación para compartir la experiencia, para reflexionar en lo que está pasando en tu propia vida. Actualmente hay dos adolescentes en mi vida personal, una de veintipocos y otra de diecimuchos, y todos los días se me brinda la ocasión de comprobar las oportunidades y retos de ser el progenitor de dos individuos que atraviesan esa etapa de su vida. Y ser su padre también me trae recuerdos y pensamientos de mis años de adolescencia. A la largo del libro compartiré contigo algunas de estas reflexiones desde dentro que sean directamente significativas para los temas en los que nos vayamos centrando.

Para ti como adolescente, estas cuestiones pueden animarte a pensar acerca de tu vida actual. Si tú que estás leyendo esto eres un adulto, puede que te veas reflejado en lo que está pasando ahora y en lo que pasó en tu adolescencia. La experiencia leída –lo mismo que mi experiencia escrita– tiene la intención de ser una invitación a que nos impliquemos activamente en una conversación el uno con el otro y que reflexiones sobre tus propias experiencias conmigo. Tal vez te resulte útil llevar un diario personal en el que dejar constancia de tus pensamientos, una actividad que puede hacer que te sientas bien, además de que ha demostrado ser de gran ayuda en la capacidad para entender las cosas.

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Si estás buscando un viaje de descubrimientos donde lo que aprendas y lo que reflexiones pueda ayudarte a atravesar los años de la adolescencia y aprovechar el poder creativo de esta etapa y aferrarte a su esencia con más sabiduría, perspicacia y comprensión, has venido al lugar preciso.

Nunca dejamos de descubrir quiénes somos o qué es lo que tiene significado en la vida. Nuestra mente se renueva continuamente de maneras que pueden facilitar una vida sana y exuberante a medida que crecemos y nos desarrollamos. O sea que esto es realmente una investigación, no una simple acumulación de datos y cifras, algo más que un puñado de opiniones y reglas acerca de lo que deberías hacer. Y tanto si eres un adolescente como si eres un adulto, esta exploración puede favorecer que tu mente crezca de manera provechosa. Puesto que se trata de una conversación, eso quiere decir que nos haremos preguntas, preguntas básicas que nos esforzaremos para poder contestar. El hecho es que no conocemos las respuestas definitivas de muchas de esas preguntas sobre el cerebro y la mente, pero hacérselas es buscar las respuestas, son pasos esenciales que debemos dar.

Mis hijos me preguntan por qué me gusta tanto enseñar, y yo les digo que es porque siempre aprendo de las experiencias educativas de otras personas. Creo firmemente que es importante adoptar esta actitud: saber que aprendemos durante toda nuestra vida. Alcanzar a comprender de dónde viene otra persona durante su etapa de desarrollo ayuda a todos a llevarlo con éxito y a seguir creciendo.

Durante la infancia, muchas veces se considera a los padres como modelos de comportamiento únicos y definitivos. En realidad, la adolescencia es el momento en que empezamos a ver a nuestros padres como personas reales, no héroes, que tienen también sus fallos y sus limitaciones. Tal vez ver a los padres de esta manera nos ayude a dejarlos y a salir al mundo. Como dijo Mark Twain en una ocasión: «Cuando yo era un chico de catorce años, mi padre era tan ignorante que apenas podía soportar estar a su lado. Pero cuando cumplí los veintiuno, me quedé asombrado de todo lo que había aprendido el viejo en siete años».

Naturalmente, alejarse de lo establecido es un elemento fundamental para dar lugar a experiencias novedosas. Y la búsqueda de lo nuevo es gratificante en sí misma. La adolescencia es también un período lleno de ideas nuevas. En muchos sentidos, buscar novedades es gratificante porque llena las experiencias, los comportamientos, las percepciones, los pensamientos, las ideas, las intenciones y las creencias con espíritu de aventura.

Este afán de novedad es un poder creativo que puede aprovecharse para beneficio de todos, a condición de que veamos esta inclinación hacia las cosas nuevas y la independencia de manera positiva. Por otro lado, si los adultos luchan contra estos rasgos fundamentales de la adolescencia, es como si lucharan contra el empuje natural de una catarata. La fuerza de la adolescencia encontrará la manera de manifestarse en las acciones externas y en los procesos mentales interiores. No se puede detener una catarata, pero sí se puede aprender a encauzar su caudal y a aprovechar su fuerza.

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La buena noticia es que el estado de desarrollo de la adolescencia no tiene por qué vivirse como una guerra entre generaciones. Si los adultos intentan detener el fluir de la adolescencia, es probable que la comunicación, tan importante en las relaciones, resulte contaminada por la tensión y la falta de respeto. Puede aflorar distanciamiento, secretismo, aislamiento y muchas otras respuestas sociales negativas y dolorosas. La clave está en que el adolescente y el adulto que una vez fue adolescente reconozcan esos importantes cambios cerebrales y aprendan a defenderse a lo largo de esos años constructivamente y en colaboración, a fin de mantener la comunicación abierta entre ellos, para optimizar la vida de todos y evitar comportamientos de riesgo que acaben en finales trágicos. El reto no es sencillo, pero debería al menos dejarse claro.

Éste es el equilibrio que tenemos que buscar, tanto para los adolescentes como para los adultos: hacer que la energía dirigida hacia la independencia, la búsqueda de gratificación y la pasión por lo nuevo tengan resultados positivos en la vida.

El cerebro es nuestro activador –nuestro centro de control– y la buena noticia es que cuando entendemos el cerebro, podemos controlar sus poderosos impulsos para tomar decisiones positivas y hacer cambios constructivos en nuestra vida. Comprender cómo conecta el cerebro sus diferentes circuitos, cómo se integra en el desarrollo, es un método útil para ver de qué modo podemos ayudar a impulsar el funcionamiento óptimo de nuestra vida durante la adolescencia y después de ésta. Esta integración altera las conexiones de las diferentes áreas del cerebro, y también entre las personas, que pueden ayudarnos a entender y optimizar los importantes cambios de la adolescencia.

Éste es un valioso hallazgo de la ciencia: los pasos necesarios para hacer nuestro cerebro más integrado y para fortalecerlo se pueden aprender. Se puede aprender a mejorar las formas en que funciona la mente y construir un cerebro más sano y unas relaciones más gratificantes. Éstas son las ideas básicas que exploraremos en las páginas siguientes. A través de los relatos y la ciencia conocerás esos importantes aspectos de tu vida, y se te ofrecerán prácticas para crear más integración en ello. Y si aprendes estas cosas, podrás mejorar el resto de tu vida. En serio.

Riesgo y recompensa

Mientras que la mayoría de los aspectos mesurables de nuestra vida tales como la fuerza física, la función inmunológica, la resistencia al frío y al calor y la velocidad y la fuerza de nuestras reacciones mejoran durante la adolescencia, estamos expuestos a sufrir heridas graves y a la muerte tres veces más durante esta etapa que en la infancia, o que en la vida adulta. Este aumento del riesgo no es fortuito; los científicos creen que se deriva de los cambios innatos que experimenta el cerebro durante este período.

La cuestión es si podemos superar la experimentación de cosas nuevas mientras, además, minimizamos el peligro de daño permanente. Ése es el tema, y ése es uno de los retos que afrontaremos en las páginas siguientes.

Justo antes del primer cumpleaños de mi hijo, él y yo íbamos paseando por la calle donde estaba nuestro piso recogiendo piedras para lanzarlas luego (uno de sus pasatiempos favoritos por aquel entonces), cuando me fijé en una fila de coches atascados en la que solía ser una calle bastante tranquila. Cuando regresé a casa me enteré por unos vecinos que habían estado atrapados en el tráfico y que había habido un accidente terrible a un kilómetro de nuestra casa.

Aquella noche me quedé horrorizado al saber lo que había pasado.

Mi profesor favorito durante los estudios de psiquiatría salía de su garaje con su mujer a última hora de la tarde, dispuesto a disfrutar de una cena de viernes y una película. Llamaré a mi profesor Bill. (Como en todas las historias reales que vas a leer aquí, he cambiado los nombres y los rasgos identificativos de las personas que protagonizan estos relatos verídicos para preservar su intimidad y proteger la confidencialidad de todos los implicados. Salvo, por supuesto, los detalles que se refieren a mí y a los miembros de mi familia.) Su mujer me contó más tarde que cuando Bill y ella salían a disfrutar de la velada estaban encantados con la idea de salir juntos. Bill condujo hasta el cruce de la calle residencial, miró a ambos lados y, cuando vio la vía despejada, cruzó con cuidado los carriles en dirección oeste para tomar los que iban hacia el este y dirigirse al restaurante, un trayecto que él y su mujer habían estado haciendo durante casi cincuenta años. Pero esta vez fue diferente. En el corto espacio de tiempo que tardó en cruzar los carriles apareció de repente un coche en dirección este y se lanzó contra ellos. Antes de que pudieran reaccionar chocó contra su coche de frente, lo partió por la mitad y Bill murió al instante. Asombrosamente, la mujer de Bill y el conductor del coche descontrolado resultaron ilesos, al menos en el aspecto físico.

El conductor era un joven de diecinueve años con un coche deportivo totalmente nuevo. Dos meses antes, después de estrellarse contra un árbol, había sido arrestado por exceso de velocidad en aquella misma avenida llena de curvas. Sus padres sustituyeron el deportivo siniestrado por uno nuevo. La mujer de Bill me contó que los investigadores del caso estimaron más tarde que el joven iba conduciendo como mínimo a ciento cincuenta kilómetros por hora. Recreé el camino del coche de aquel chico una y otra vez en mi cabeza, intentando comprender aquel accidente sin sentido. A aquella velocidad y con aquellas curvas, Bill no habría podido ver el coche acercarse de ninguna manera antes de cruzar los carriles para incorporarse a los otros, y el conductor adolescente que se acercaba a aquella velocidad era imposible que viera el coche de Bill hasta que fue demasiado tarde.

Hice todo lo que pude para ayudar a la familia, los amigos y los colegas de Bill con las honras fúnebres de la universidad y de las instituciones clínicas en las que Bill había enseñado durante tantos años. Recordé lo que me había aportado como experto en desarrollo y en la mente: que nuestras experiencias en los primeros años definen quiénes somos, dan forma a aquello en lo que nos convertimos; que una gran parte de nuestro comportamiento está movido por procesos mentales de los que no somos conscientes. Apenas unas semanas antes de su trágica muerte, Bill y yo nos habíamos reunido para hablar de unas investigaciones que yo había empezado a hacer acerca del apego y la memoria. «¡Es fascinante! –me dijo Bill–. ¡Cuéntame más!». Era un profesor increíblemente alentador, alguien que escuchaba con toda atención lo que me estaba pasando por dentro, secundaba mis intereses, me animaba a alimentar mis pasiones. Y en aquella reunión así se lo dije. «Gracias, Dan. Pero ya sabes que yo ahora pienso en ti más como un igual, un colega.» Se lo agradecí y me sentí honrado de estar conectado con él, de cualquier modo que quisiera definir nuestra relación. Me pregunté si toda una vida de entrega a explorar por qué la gente hace lo que hace podría ayudarnos a comprender aquel accidente temerario y fatal.

Cuando empecé a investigar los hechos del período de la adolescencia me sorprendió descubrir que, a pesar de que los jóvenes están en mejor forma física y más sanos que los niños o los adultos, lo cierto es que forman el mayor grupo con causas de muerte evitables. Con «evitables» quiero decir que los comportamientos peligrosos o de riesgo provocan daños permanentes o desenlaces fatales. Entre los accidentes, el consumo de drogas, heridas de arma, suicidios y asesinatos, el período entre los doce y los veinticuatro años es la etapa más peligrosa de nuestra vida. La muerte de Bill encaja en unas estadísticas bien establecidas. La realidad es que muchos adolescentes –como ese chico de diecinueve años– actúan de maneras tan extremas que ponen en peligro la vida y la integridad, arriesgando su vida y la de otros de forma irreversible.

¿Por qué se dan esos comportamientos de riesgo que ponen a prueba los límites y buscan sensaciones? Al tener a mi hijo de un año conmigo en el momento de la muerte de Bill, me pregunté si habría algo que yo podía hacer como padre para evitar que participara en tales prácticas destructivas. Si eso era posible, quería descubrir cómo y compartirlo con mis pacientes y la colectividad dedicada a la salud mental de manera que tragedias como la que acabó con la vida de Bill pudieran evitarse.

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En la adolescencia se ponen a prueba los límites constantemente, lo que puede ser peligroso y acabar en catástrofe; pero esta tendencia al desafío también puede ser una parte notablemente positiva y esencial para nuestra vida. El reto es buscar y descubrir formas de poner a prueba los límites de la vida sin necesidad de conducir a ciento cincuenta kilómetros por hora por una vía transitada y matar a alguien al hacerlo. En particular para los varones, que parecen tener una necesidad biológica de jugar con el peligro en una especie de «maduración» como hombres jóvenes, de forzar los límites y afrontar riesgos para demostrar que pueden salir vivos, tiene que haber algún rito de iniciación culturalmente acreditado que podamos reinventar que no incluyan un arma de dos toneladas a todo gas por las carreteras dejando víctimas inocentes a su paso. Cuando una gacela adolescente corre cerca de un guepardo para inspeccionar a su posible depredador, arriesga su propia vida, no la de sus compañeros de manada, adolescentes o adultos. Como seres humanos modernos que comparten con otros mamíferos el impulso de experimentar el peligro, los coches y el alcohol convierten los accidentes en la primera causa de muerte en esta etapa de la vida, por lo demás sana.

En los veinte años que han pasado desde la muerte de Bill, los trágicos tiroteos en las escuelas y los actos públicos de violencia de los que hemos sido testigos han sido protagonizados con frecuencia por varones en la adolescencia. En el mundo actual existe una creciente desconexión y tenemos que hacer algo para ayudar a los jóvenes a entender estos comportamientos destructivos y reducir la posibilidad de que ocurran.

En vez de preguntarse simplemente qué está pasando, sería mucho más productivo explorar la naturaleza de la adolescencia con individuos de edades entre los doce y los veinticuatro años y con los adultos que los rodean de manera que tal vez, solo tal vez, las posibilidades de que se den estos actos destructivos disminuyan, aunque sea en un número menor, pero personalmente significativo. Creo que a Bill le alegraría saber que comprender los procesos adolescentes que llevaron a su trágica muerte puede ayudar a evitar tragedias como la suya en el futuro.

El alejamiento

En términos generales, el alejamiento del adolescente de todo lo que es conocido, seguro y familiar es una moneda de dos caras. Sí, ese alejamiento de los adolescentes respecto a los adultos parece estar incluido en nuestros genes. Es lo que nos empuja a conducir a una velocidad de vértigo por una vía pública. Está en el lado destructivo de la moneda de la adolescencia, un lado que deberíamos intentar controlar para que el adolescente pueda crecer bien y desplegar las alas, pero al tiempo minimizar el daño que se pueda hacer a sí mismo y a otros.

No obstante, también hay un lado positivo que puede utilizarse.

Con conciencia, el poder de la mente adolescente puede usarse en su propio bien y en el de otros. Este lado constructivo es el que ha aportado tantas innovaciones que han transformado nuestro mundo moderno en arte, tecnología y música. Esta etapa entre los doce y los veinticuatro años más o menos es un período con un gran potencial y de gran poder constructivo. El alejamiento de las maneras tradicionales de hacer las cosas y de pensar la realidad puede dar lugar a formas de pensamiento originales que permiten que surjan formas nuevas y creativas de hacerlas.

Con todos los problemas a los que se enfrenta nuestro mundo hoy en día –la crisis energética, los cambios en el medio ambiente, la sobrepoblación, la guerra, la pobreza y las dificultades de acceso a comida, agua y aire sanos– nunca antes se había necesitado con tanta urgencia maneras de pensar que vayan más allá de nuestras estrategias habituales para crear medios innovadores de vida sostenible en nuestro valioso planeta. Lo que estoy sugiriendo es que el poder de la mente adolescente tiene la chispa de emoción y el empuje social necesarios, la fuerza justa para explorar soluciones nuevas ante las formas antiguas de hacer las cosas que podrían salvar la vida en la Tierra.

La clave es cómo descubrir esos aspectos positivos ocultos de la adolescencia y trabajar juntos, adolescentes y adultos, para conseguir que funcionen a nuestro favor en vez de contra nosotros.

Incluso aunque no nos traguemos la idea de que los adolescentes pueden salvar el mundo, al menos la ciencia para entender el cerebro puede ayudarnos a explicar cómo podemos convencer a un joven a que llame a casa o vuelva a la una de la mañana en vez de a las tres. Tal vez estemos más abiertos a la idea de que la ciencia muestra cómo la misma esencia de la adolescencia puede ayudar a los individuos a estar más sanos y más felices. Pero, además, lo cierto es que estas características esenciales también pueden mejorar el planeta.

Déjame que diga en este punto que si tú, adolescente, empiezas a comprender lo que hay de ciencia detrás de los cambios que experimenta tu cerebro durante estos años, tu adolescencia y tu edad adulta serán mejores. Y si los adultos pueden mejorar la percepción de estos mismos aspectos fundamentales de la mente adolescente, también ellos disfrutarán de una vida más sana y feliz. Tenemos mucho que aprender de la mente adolescente que surge en estos años y acerca de cómo podemos aprovecharnos de su esencia a lo largo de toda nuestra vida. Tanto si eres un quinceañero como un adolescente adulto, o un adulto que intenta comprender a los adolescentes que hay en tu vida en este momento o te preguntas qué ocurrió cuando viviste esta etapa, estas características esenciales son una parte importante del desarrollo de la historia personal de cada individuo.

Los ritmos de la pubertad, la sexualidad y la adolescencia

En la adolescencia humana se dan dos cambios generalizados. Uno es que, con la llegada de la adolescencia, empezamos a experimentar cambios en el cuerpo y en nuestras emociones. El segundo es que nos alejamos de nuestros padres, tratando más a los que son como nosotros e intentando hacer las cosas de manera diferente.

Con la pubertad nuestros órganos sexuales se desarrollan y producen cambios hormonales y en las características sexuales secundarias, como los pechos en las chicas y el vello facial en los chicos. Tras la pubertad, para muchos de nosotros empiezan a emerger los impulsos de la sexualidad. Nos empezamos a sentir atraídos por otros de maneras nuevas que pueden ser intensas, maravillosas y aterradoras al mismo tiempo. La pubertad y la maduración sexual marcan a menudo la llegada de la adolescencia. Para algunos individuos, los cambios cerebrales de la adolescencia pueden darse incluso antes de la pubertad, en casos, por ejemplo, de una maduración sexual lenta.

Cuando quiera que llegue la pubertad, la sexualidad recién adquirida da lugar a la fertilidad, la capacidad de reproducirse. Hace cien años, el tiempo que pasaba entre la aparición de la adolescencia y la aceptación de las responsabilidades adultas de trabajo y tener y criar hijos era muy corta; de un par de años. En aquellos días, las chicas llegaban a la pubertad a los quince o dieciséis años y apenas un par de años más tarde las jóvenes creaban un nuevo hogar familiar. Lo que ha cambiado es que ahora hay un tiempo más largo entre la pubertad y el «fin de la adolescencia», una transición que no tiene un punto final claro. En muchas culturas modernas, el tiempo hasta que se forma una familia y se busca un trabajo puede ser de una o dos décadas. Con la actual llegada de la pubertad a una edad más temprana que nunca –en las chicas, muchas veces antes de los diez años– y el retraso del momento de establecer una casa y asumir otras responsabilidades de adulto, ahora la adolescencia se ha alargado mucho.

Aunque el alejamiento de los adultos es universal, algo que puede ser bastante característico de la vida moderna es el creciente número de adolescentes que responden a estos impulsos, excluyendo por completo a los adultos de sus vidas. Tanto para los adolescentes como para los adultos mantener abiertas las líneas de comunicación es el principio más básico para navegar bien por estos años.

En todas las culturas del mundo, los años que se encuentran entre la infancia y la madurez se consideran un período diferente de la vida. Es interesante observar que los científicos han señalado que también en el reino animal existe esta etapa definida: perros y guepardos, loros y pinzones, todos viven la adolescencia como un estadio diferenciado de la vida. Entonces, es posible que este período de la adolescencia sea algo codificado en nuestro material genético; que esté en nuestros genes.

Si seguimos haciendo las cosas igual que las hacían las generaciones anteriores, estaríamos utilizando las mismas estrategias del viejo mundo que tal vez no funcionen en un entorno nuevo creado por un mundo en cambio constante. Al distanciarnos de los adultos y frecuentar más a los que son como nosotros durante la adolescencia, podemos encontrar formas nuevas de movernos en el mundo y crear nuevas estrategias para vivir. Ante la realidad «adáptate o muere» de la evolución, los adolescentes son nuestra fuerza de adaptación.

Sin embargo, a veces los adultos olvidan su propia adolescencia y se acomodan en el statu quo, al encontrarse más cómodos con las cosas como son. Mientras que esa sensación de familiaridad en un mundo de responsabilidades agobiantes del adulto es comprensible, como ya hemos visto, también puede ser el motivo de que las relaciones entre adultos y adolescentes estén en ocasiones llenas de tensión. Los adultos quieren que las cosas sigan como están; los adolescentes sienten el impulso de crear un mundo nuevo. Esto es una parte de lo que puede dar lugar a motivos de fricción grave, a veces destructiva, que puede hacer daño a todos, adolescentes y adultos por igual.

Analizaremos con todo detalle cómo nuestras relaciones conforman nuestra identidad al desplazarnos de las importantes relaciones de apego con nuestros padres a las relaciones que empezamos a cultivar más con nuestros iguales en la adolescencia. A medida que nos distanciamos de los adultos durante estos años, empezamos a socializar mucho más con los que son como nosotros. La asociación con nuestros iguales durante este tiempo es vital para la supervivencia. Cuando estamos «dejando el nido» cuantos más seamos, mejor, ya que entre todos nos ayudamos a enfrentarnos a este nuevo mundo. El aumento de interacción social también ayuda a colaborar con nuestros afines, con los que estableceremos un mundo totalmente nuevo.

A lo largo de toda la historia de la humanidad hemos permanecido juntos formando comunidades, con los adolescentes investigando y conquistando su independencia mientras siguen manteniendo interacciones importantes e instructivas con sus mayores. En el mundo actual esos hilos de conectividad se están debilitando, y algunas veces se cortan del todo con consecuencias negativas como el aislamiento y la enajenación. Estamos hechos para vivir en comunidad, tenemos que vivir en contacto con otros. O sea que, si el alejamiento de los adultos lleva a un joven al aislamiento, incluso de su grupo de iguales, la desconexión resultante puede desorientarle mucho. Recuerda: que los adolescentes se distancien de los demás es natural; que se cierren totalmente no es bueno (ni tampoco natural) para nadie. Un mensaje a tener en cuenta es que resulta de vital importancia mantener abiertas las líneas de conexión y comunicación, y recordar que todos –adolescentes y adultos– necesitamos ser miembros de una comunidad conectada.

Tensión y angustia de nuestra adolescencia prolongada

Recientemente me reuní con un grupo de adolescentes mayores y de adultos jóvenes y mayores para hacer una puesta en común de algunos enfoques nuevos sobre educación e Internet. Con el fin de animar la conversación nos centramos en cómo fueron nuestros años de juventud e hicimos un ejercicio de grupo para elegir la palabra que mejor definía la sensación de aquellos años. Éstas son las palabras que aquellas personas trasladaron al grupo: aislado, enloquecido, confuso, un desastre, solo, aterrado, salvaje, fuera de control, perdido, buscando y asustado.

Yo por mi parte elegí la palabra desconectado, que es como me sentía, e inmediatamente pensé si la palabra no sería demasiado abstracta, demasiado intelectual, demasiado desconectada también ella de mi experiencia emocional y de la suya. Esta duda, como veremos más tarde, puede que forme parte de nuestro temperamento, como es mi caso. Pero los años de adolescencia también están repletos por naturaleza de una sensación de incertidumbre. ¿Por qué? Porque es una etapa de gran transición. Pasamos de la relativa seguridad y familiaridad del nido hogareño a un período temporal –que puede durar décadas– en el que no se tiene un auténtico hogar base. Ahí ya tenemos dos motivos para la tensión: perder lo familiar y seguro, y entrar en lo desconocido y peligroso. Uno nunca sabe lo que puede acecharnos en el mundo fuera del nido del hogar, ¿verdad?

La adolescencia es difícil porque exige enfrentarse a todas esas novedades. Puede ser desorientadora, desasosegante, desconcertante y desesperante. Podemos sentirnos desconectados, desencantados y desanimados. A lo mejor tú puedes añadir algunas palabras más que describan esta situación «des-lo que sea», como una sensación de que has desaparecido o te estás viniendo abajo. Éstos son los aspectos más desagradables de la transición entre la dependencia y el hogar-nido de la infancia a los años de aventura que nos esperan en el mundo exterior antes de la interdependencia más estable de la vida adulta.

Una de las fuentes no ya de bienestar sino de supervivencia básica es identificarse más con los iguales que con los padres, conectar con otros adolescentes y distanciarse de los adultos. Siendo parte de un grupo de adolescentes, uno consigue estar acompañado en este trayecto de transición, además de la seguridad que da sentir que somos muchos: los depredadores se sienten intimidados por los grupos numerosos y uno se puede perder entre la masa. Ésa es una de las razones por las que, no para todos, pero sí para muchos quinceañeros encajar en un grupo es tan importante; es una reminiscencia evolutiva de la vida o la muerte. Uno se puede sentir reconfortado al pertenecer a un grupo, más fuerte siendo parte de éste e incluso más creativo dentro de la inteligencia colectiva del mismo.

Mientras que la colaboración puede ser sin duda una fuente de inteligencia colectiva, también puede animarte a saltar desde un acantilado o a conducir demasiado rápido. Y probablemente es por eso por lo que se sigue manteniendo cierto grado de conexión permanente con los adultos y sus puntos de vista más maduros en las culturas tradicionales, y hasta entre nuestros primos los animales. Sin la presencia de los adultos, los adolescentes pueden enloquecer literalmente.

En muchas culturas el período de adolescencia está marcado por un rito de paso culturalmente aceptado. Para los chicos, a menudo incluye una parte de peligro y de enfrentamiento a un riesgo real, y el éxito en la prueba concluye con una ceremonia que recibe al joven en el mundo de responsabilidades de los adultos. Para las chicas la adolescencia es una etapa de reconocimiento de la fertilidad, de la capacidad de traer hijos al mundo y cuidar de ellos, de manera que las chicas son aceptadas en la comunidad como nuevas integrantes listas para convertirse en una parte de la generación adulta. Estos ritos de paso son el reconocimiento formal de una transición importante en la vida.

En la cultura moderna, muchas veces los ritos de paso han desaparecido o su importancia ha quedado minimizada. Parece que hemos perdido muchas de nuestras maneras colectivas y comúnmente aceptadas de asumir riesgos y de reconocer la transición de la infancia a la madurez. Los adolescentes humanos –incluso los adolescentes de muchas especies animales– se van de casa y se alejan de aquellos con los que están relacionados genéticamente. Algunos argumentan que los beneficios biológicos de esta migración geográfica consisten en hacer menos probable la mezcla de genes similares entre parientes. Desde el punto de vista del grupo humano, se hace necesaria una separación clara entre la dependencia del niño y la responsabilidad del adulto.

Sin embargo, con la falta de puestos de trabajo y una gran incertidumbre sobre la participación en la sociedad contemporánea, el período de la adolescencia puede llegar a prolongarse todavía más en muchos sentidos. Dado que las prácticas de la cultura moderna no ofrecen relaciones de transición con adultos que no sean familiares que los ayuden a reconocer y aceptar el período de la adolescencia, nos encontramos con algunos retos importantes como adolescentes de la época moderna. Tal vez esto sea algo que haya que plantearse cambiar en la futura evolución de nuestras prácticas culturales.

Con esta perspectiva, quizá podamos crear colectivamente un rito de paso cultural, una manera de que los adolescentes conecten con los nuevos adultos que puedan ofrecerles su apoyo en las experiencias que los enfrenten a riesgos y creen novedad minimizando el peligro pero optimizando la esencia de la adolescencia. Y con cierta intervención de los adultos, la implicación social durante esta etapa tan importante puede facilitar que surjan el impulso de búsqueda de la novedad y las exploraciones creativas. La clave está en cómo podemos trabajar todos juntos, todas las generaciones, para respetar esta esencia de la adolescencia, para descubrir y cultivar los poderes ocultos y el propósito de la mente adolescente.

Transiciones de la adolescencia y la importancia de nuestras relaciones

Al mismo tiempo que me embarco en esta conversación contigo, también abandono estas transiciones en mi propia vida. Todo lo que tiene de carga, pero también toda su belleza, me asaltaron recientemente la mañana que mi hija se disponía a dejarnos para ir a la universidad. Quiero compartir esta experiencia contigo porque creo que te verás identificado con ella, tanto si eres un adolescente como si eres padre y has pasado ya por estos cambios.

El sol se levanta lentamente un día brumoso en esta ciudad desértica junto al mar. Los Ángeles es la ciudad en la que crecí y donde mi mujer y yo hemos criado a nuestros dos hijos, que ahora tienen veintidós y dieciocho años. Hay ropa doblada y amontonada a lo largo de las paredes del pasillo fuera de la habitación de mi hija. Esta mañana me he levantado temprano, incapaz de seguir en la cama, salto de la cama y salgo al rellano que durante dieciocho años nos ha comunicado con su habitación.

Mi hija nació cuatro años y medio después de su hermano, cuya habitación, vacía desde que se trasladó a la universidad, se convirtió hace mucho en el almacén de cajas de cosas que hay que seleccionar y guardar en su armario como recuerdos de los años que ya pertenecen al pasado. En los últimos meses de repente han pasado un montón de cosas en nuestra familia.

El reciente fallecimiento de mi padre, la primera muerte de un familiar cercano desde hace décadas, marca el despliegue de las generaciones con una finalidad que subraya el fluir de esta vida que llamamos ser humano. La vida está en cambio constante, avanzando continuamente en el tiempo, sin importar lo mucho que podamos desear que las cosas se queden sencillamente como están. En nuestra casa, hoy es el último día antes de que nuestra hija recoja toda esa ropa apilada, la guarde en cajas y maletas, las meta en el coche de su hermano y se marche a la universidad.

Están pasando tantas cosas al mismo tiempo que me parece que no soy capaz de asimilarlo y aceptarlo todo. Pienso en un querido amigo de la familia, un poeta irlandés llamado John O’Donohue, que murió repentinamente con cincuenta y dos años recién cumplidos. John era un consumado escritor y filósofo de gran perspicacia que dejó libros maravillosos sobre la vida y el amor. En una entrevista que concedió poco antes de su muerte le preguntaron si todavía había algo que le preocupara, algo que no hubiera podido superar. John contestó que, escribiera lo que escribiese, tenía la agobiante sensación de que el tiempo era como arena fina que no podía retener: por muy fuerte que intentara cerrar las manos, se le escapaba entre los dedos.

Y así es como yo me siento ahora. Pasan tantas cosas, tanta vida, tanta muerte y tantos cambios, y haga lo que haga no puedo retener nada de esto. Las cosas siguen fluyendo, siempre adelante.

Ser consciente, despertar al fugaz instante de todo, sentir su peso, percibir lo inevitable de estas mareas de vida, de este fluir del nacimiento, infancia, adolescencia, paso a la madurez, transición, enfermedad, muerte. Ser consciente de nuestra mutua dependencia, de nuestro desarrollo individual desde los primeros días hasta la madurez –cuando quiera que sea que eso suceda– a una vida llena de descubrimientos, conexiones, crecimiento y, más tarde, disolución. Cuando John y yo enseñábamos juntos, él siempre se reía y decía que «el nivel de dolor está descendiendo» y que «el nivel de alegría sube rápidamente» cada vez que nos saludábamos después de un tiempo separados. El amor llena esos momentos de risa y luz incluso ante la transitoriedad de nuestro ser.

Empecé a lidiar con algunas de estas ideas sobre la vida y la muerte cuando era quinceañero, intentando comprender cómo éramos capaces de vivir la vida despreocupadamente conociendo la gravedad de su final. Las calles de esta ciudad fueron mis patios de recreo, donde montaba en bici durante horas, mientras reflexionaba en este brutal viaje y en que debíamos ser muy conscientes de la realidad de lo que significa estar despierto, ser humano. Volví aquí después de un tiempo fuera para completar mis estudios, y regresé a estas calles y a esta ciudad costera con su orilla orlada de arena donde las olas del mar han sido mis compañeras todos estos años pasados.

Nuestros hijos han recorrido esos mismos caminos de arena, siendo sus pasos tan ligeros y efímeros como lo fueron los míos décadas antes. Las olas borran nuestros pasos en la vida, las mareas suben y bajan con el ciclo de nuestros días. Sus alegrías infantiles, y sus penas, tan vivas y tan reales para ellos como lo fueron para mí entonces, como lo son para cada uno de nosotros ahora. No importa qué edad tengamos, estamos juntos en este viaje de la vida.

Siento el peso del tiempo aquí y ahora. ¿Es la tristeza por la partida de mi hija? ¿La tristeza por la muerte de mi padre? ¿Es una cierta sensación de impotencia ante la incertidumbre de todo, sabiendo que lo único cierto en la vida es el mismo cambio? Yo tampoco puedo sujetar la arena en las manos, no puedo impedir que el tiempo siga siempre adelante. Ahora estoy aquí sentado, invadido por estas sensaciones.

Miro la ropa de mi hija y veo también con los ojos de la memoria los juguetes de bebé tirados por este mismo pasillo. Siento el ritmo de la música que solíamos poner juntos en sus años de párvulos, cuando me tomaba los miércoles libres en el trabajo para ir a recogerla al colegio y nos pasábamos las tardes bailando. Dábamos vueltas siguiendo el ritmo, sus pies bailando en el aire, mis dedos agarrándose a la alfombra para girarla una y otra vez. «¡Más… más… más!», gritaba, y dábamos más y más vueltas, derrumbándonos por fin en el sofá, agotados, felices, riendo juntos.

También veo a una emocionada niña de jardín de infancia que agarraba su jersey y se llevaba los zapatos a la planta baja, se ataba los cordones descuidadamente y recogía su tartera con la comida antes de salir corriendo por la puerta principal. Si me lo permitían las citas con los pacientes, al final del día volvía a casa corriendo antes de que llegara para ver aquella energía desatada y la emoción con la que contaba los acontecimientos de la jornada. Volvía al trabajo, donde veía en terapia a personas cuyo apego a los padres estaba a menudo marcado por los conflictos. Trabajábamos para intentar entender sus vidas, sus historias, sus problemas. Y yo también trabajaba para comprender mi propia historia, para abarcar la profunda importancia de nuestra relación.

¿Cómo encontrar el equilibrio entre las decisiones personales de nuestros adolescentes y nuestras normativas paternas, nuestras preocupaciones? Mi mujer y yo consideramos nuestra estrategia parental como estructurada pero con atribuciones. ¿Cómo podemos apoyar a nuestros adolescentes mientras que los ayudamos a encontrar sus propias voces? ¿Y cómo podemos al mismo tiempo establecer los límites y precauciones que nos han enseñado los años de vida?

La ciencia llama a esto «parenting democrático», un enfoque positivo que está basado en el afecto, el establecimiento de límites y el respeto a la autonomía en fases adecuadas para cada edad. Esta postura es también el enfoque equilibrado para un apego seguro: dar apoyo mientras se favorece también la independencia. De hecho, en eso consiste el apego, en esta forma de proporcionar un refugio seguro al mismo tiempo que se facilita la exploración. Se trata de aunar la seguridad en casa con la seguridad ante el mundo. Hicimos todo lo que pudimos para proporcionar los elementos básicos del afecto: dejamos que nuestros hijos fueran vistos, estuvieran protegidos, tuvieran tranquilidad y se sintieran seguros. Y sobre estos cimientos de un apego seguro es como los adolescentes pueden más tarde navegar por los turbulentos rápidos de este tumultuoso viaje con las mejores perspectivas de equilibrio y agilidad.

Desde aquellos lejanos días de la infancia de nuestro hijo, tras la muerte del profesor Bill a manos de aquel joven sediento de velocidad, siempre me ha estado rondando por la cabeza la idea de que facilitar un vínculo afectivo seguro sería lo mejor que, como padres, podíamos hacer para crear en nuestros hijos la clase de conciencia subjetiva capaz de minimizar las conductas destructivas evitables como ésa. Difícil de crear cuando se tiene una vida ocupada, pero crucial. A medida que cada uno de nuestros hijos alcanzaba su propia adolescencia, la seguridad de la infancia parecía desaparecer, al menos superficialmente, para verse reemplazada por tensión emocional, reactividad fulminante y cierto grado de falta de respeto e indiferencia. Cuando algunos estudios hicieron público que muchos adolescentes experimentan más angustia y estados emocionales negativos, comprendimos la situación por la que pasaban nuestros hijos en aquellos primeros años de la adolescencia. Como me dijo una vez un joven estudiante acerca de lo que había aprendido de su propia adolescencia, tenemos que recordar que los quinceañeros están cambiando mucho y unas veces son de una manera, con un tipo de identidad, con sentimientos fuertes e intensos, y a veces pueden ser de otra manera, sin expresar sentimientos y sin relacionarse con casi nadie. «Hay que dejarlos ser como son en cada momento, no quienes tú crees que debieran de ser», fue su sabio consejo.

Afortunadamente, los terremotos emocionales y de identidad de esos primeros años dan paso en muchos adolescentes a un estado más estable al superar los años de educación secundaria obligatoria.

El bachillerato es el terreno de pruebas definitivo para estos actos de equilibrio de las relaciones, las pruebas de apego a nosotros y los nuevos vínculos afectivos con los amigos. La labor de criar adolescentes supone un reto emocional cuando uno se enfrenta a la decisión de hablar o no hablar, de reprimir o consentir, de mantenerse firme en momentos de incertidumbre, de ofrecer consuelo cuando las cosas no van bien. Para los padres, formar parte de una red de relaciones que les ofrezcan apoyo parece esencial para encontrar el espacio de reflexión en el que superar la adolescencia. Si pensamos que, en nuestro pasado más lejano, se criaba a los hijos de manera colectiva y que los familiares cercanos, o los amigos, o las personas designadas para ello y los individuos de confianza de la tribu cuidaban de nuestra descendencia, nos damos cuenta de hasta qué punto aislarse como padres, o como familia, es realmente muy poco natural. En lo que se refiere a la vida del adolescente en el poblado, durante ese momento en que él o ella están revelándose contra los padres, había otros adultos en la tribu a los que el joven podía acudir en busca de seguridad y contacto. Pero cuando el único adulto es tu padre, la única posibilidad en la adolescencia es volcarse totalmente en otros adolescentes.

A medida que vamos avanzando en el desarrollo, nuestra necesidad de apego no acaba al desembocar nuestra infancia en la adolescencia; transferimos esa necesidad de contactos alentadores con otros a los amigos y las parejas. Necesitamos que nuestros amigos nos vean, que se conviertan en importantes figuras afectivas en nuestra vida; necesitamos estar protegidos por ellos; necesitamos que nos tranquilicen; necesitamos sentirnos seguros con ellos. Mi mujer es mi figura de apego seguro y yo soy la suya. En momentos de estrés buscamos consuelo el uno en el otro e interiorizamos la presencia del otro para lograr una sensación de seguridad a lo largo de todo el día.

Los últimos tres años de adolescencia de nuestra hija han sido una prueba de paciencia para ella y para nosotros. Lo mismo que con el desarrollo de su hermano, este período medio de la adolescencia da la sensación de ser una preparación para el alejamiento físico y la separación emocional. Desde los quince a los dieciocho años, nuestra hija, como otros adolescentes en esta etapa, ha pasado de considerar los momentos de decisión en la vida como conflictos en los que buscar la claridad a sentirlos como momentos para expresar su identidad. Ella, y nosotros, ha pasado de lanzarnos miradas de desprecio y de un intenso enfrentamiento emocional por temas como la ropa que lleva, hasta a qué hora puede salir y qué películas puede ver y con quién, a encontrar un mutuo espacio de respeto en el que nosotros podemos decir las cosas que nos preocupan y ella contarnos lo que necesita, lo que quiere y lo que piensa respecto a estas decisiones cotidianas y a opciones vitales más importantes.

Tardamos algún tiempo, pero después de muchos conflictos con lágrimas por las dos partes, aprendimos que expresando lo que pasaba dentro de nuestra cabeza –lo que cada uno de nosotros sentía, pensaba, esperaba, cómo veíamos las cosas y lo que estábamos oyendo– podíamos prestar una atención profunda a la vida interior del otro y a las intenciones que había detrás de lo que a menudo no habían sido más que actos de afirmación, cuando no directamente declaraciones de guerra. Eso es reflexión, eso es una conversación reflexiva. Con esos diálogos reflexivos entre nosotros la experiencia de aquellos años habría sido muy diferente.

La ropa de nuestra hija está meticulosamente doblada junto a la pared del pasillo; ya ha hecho sus planes para las próximas veinticuatro horas antes de que su hermano la lleve en el coche abarrotado a la universidad, y consiste básicamente en pasar el rato con sus amigas; y yo estoy aquí, con los pies firmemente plantados en el suelo, los ojos fijos en su puerta, el corazón desbordado de admiración por ella, por cómo ha crecido y la persona en la que se ha convertido. Está lista para marcharse. Pero como muchos padres en este momento, no estoy seguro de que yo esté preparado para verla marchar.

Como padres solo podemos hacer lo mejor que sepamos. Es útil pensar que a veces, al menos en más de una tercera parte de nosotros, existe una labor activa e intencionada de reflexión y relación con el fin de pasar de una trayectoria de inseguridad a una vida presente de seguridad. Esta presencia consciente por nuestra parte puede ayudar a aportar integración a la vida de nuestros hijos, a aportarles seguridad cuando se alejen y se adentren en la adolescencia, de manera que se lleven de nosotros las mejores intenciones y los mejores contactos que podamos ofrecer. Ése es un regalo que podemos dar a nuestros hijos, y que también podemos darnos a nosotros mismos.

La intención, todo el esfuerzo para vivir, aprender y amar desde dentro, que los padres cultivan en sus vidas familiares proporcionarán sin duda las experiencias formativas que ayudarán a nuestros hijos a salir adelante mientras viven bien su adolescencia y a retener su esencia cuando entren en los años de madurez. Si eres un adolescente que está preparándose para irse de casa o estás ya viviendo independiente, espero que sepas que existe la posibilidad de tener un hogar seguro al que volver en cualquier momento que lo desees, o que descubras el modo de crear uno que te servirá de hogar base en el futuro. Este enfoque desde dentro es de lo que trata este libro: crear una base de seguridad que nos capacite como familias para convertir los cambios y los retos de la etapa de la adolescencia en fuerzas de las que echar mano juntos mientras navegamos en esta singladura que es nuestra vida.