No me gusta el Arte Moderno (5 Octubre)
–Deja veo si entendí. Tuviste la oportunidad de estar con ella. La desnudaste, la comenzaste a besar y en medio de ese momento, reflexionaste que no era correcto y le dijiste que se vistiera. Entonces, ella invitó a alguien más a su cuarto, tú bajaste a buscarla y viste como él salía de ahí después de estar media hora esperando. No sabía que además de conquistador eras masoquista.
–Ese resumen suena peor de lo que esperaba.
El pastel de zanahoria era el último que estaba en la mesa y habían decidido dividirlo en dos.
–No debería preocuparte como suene. ¿Cómo te sientes al respecto?
–Como un completo idiota. No tuve sexo con ella, y me siento más culpable que si lo hubiera tenido. No debí de haberla invitado a caminar estando bebido, sabía que era un peligro.
–¿Para quién era un peligro? Ella sabía qué era lo que quería contigo. ¿Tú desconocías lo que querías con ella o solo te lo dices intentando negar que también deseas llegar a ese punto?
–¿Me vas a cobrar la terapia, o estamos
hablando como amigos?
–Lo siento. No puedo evitar ser terapeuta a veces.
Dejó su café de lado y tomó una de las manos de David cálidamente, como una madre lo haría con sus hijos.
–No tiene absolutamente nada de malo enamorarse de alguien en tu oficina, pero tienes que saber las consecuencias de ello y aceptarlas.
–No tengo diecisiete para que me lo
digas.
–Entonces deja atrás tu pasado y concéntrate en el presente.
David miraba su café molesto y angustiado. Desde que había pasado la convención, Clarissa no había querido tener momentos a solas con él salvo de estricto trabajo. Era entendible y sin embargo no le parecía del todo justo. Había tomado esa decisión porque buscaba protegerla a ella y a su trabajo.
–Es que ese no es el único problema. No sé qué relación tenga con el chico que te comenté.
–¿Con el chico que se acostó?
–Justo ese. – dijo tratando de no parecer amargado
–No creo que tengan nada.
–Le envío flores esta semana. Primero rosas y después gerberas, sus
favoritas.
–David, se iba a ir a la cama contigo. No le contestó cuando tuvo oportunidad y quería que regresaras a la cama con ella. Mas ciego no puedes ser.
–¿Fui un estúpido verdad?
–Más bien masoquista. Y sí, un poco estúpido, pero la cuestión es qué vas a hacer ahora.
–Quisiera poder explicarle que la única razón por la cual me frené es porque no quiero un proceso legal como el que tuvo Joaquín.
–Esa es una situación totalmente
diferente.
–Lo demandaron por acoso sexual.
–Él pedía que se acostarán para aumentarles el sueldo.
–Nunca se demostró nada. El juraba que era mentira.
–¿Tú le creíste?
David se quedó callado unos segundos.
–David. Él se acostaba para abusar de su poder. Tú sientes deseos por alguien porque te atrae física e intelectualmente. Ellas eran varias, tú solo quieres acostarte con una persona. El único pecado que esta chica cometió fue ser tu asistente y trabajar en el mismo lugar que tú.
Tomó nuevamente de su café. Ya se habían acabado la jarra que les habían dejado a un costado. Deberían de pedir más si la conversación seguiría.
–¿Si trabajara en otro lugar saldrías con
ella?
Una mueca de tristeza y resignación cruzó su rostro.
–Sin dudarlo.
–¿Qué tan serio es lo de este muchacho?
–No estoy seguro. Ella no parece contestarle.
–Entonces no te preocupes por él. Tu tarea por esta sesión de terapia será reestablecer la relación que tenías con ella.
El rostro de David tenía una sonrisa sarcástica e hiriente. No tuvo que decir nada, con la mirada dio a entender lo que su cabeza estaba pensando.
–Nunca dije que iba a ser fácil. – Janice dejó la taza en la mesa del café y volteó con la mirada tan seria como le era posible – David, eres mi mejor amigo, te quiero y lo sabes. Pero tienes que aprender que no puedes negar cuando alguien te atrae, que no tiene nada de malo enamorarte, que si vas a dar un paso con alguien no puedes regresarte a la mitad. Y menos cuando es una chica que tiene curiosidad de lo que has tenido con otras mujeres. No digo que seas un patán, pero si me dejaras semidesnuda, con ganas de más cuando yo te di puerta abierta a que me hicieras lo que quisieras, te colgaba de cierto lugar para que nunca más pudieras hacerlo conmigo o con nadie.
Su sonrisa fue mucho más sincera, aunque no dejaba de estar preocupado.
–Le pegaste en el orgullo, no puedes esperar que sea sencillo. Pero puedo decirte que, si conocía, aunque sea un poco de tus gustos en la cama y no salió huyendo ni ha dicho nada, es porque hay algo ahí.
–Bien doctora corazón. Seguiré su sabio consejo.
–Me parece muy bien. Y David – espero a que terminara de pedirle más café al mesero
– espero me cuentes más detalles cuando por fin lo logres.