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En los dos meses que siguieron no sucedió
nada de particular, cosa bastante sorprendente. Ya era licenciado
en atracos, un delincuente curtido, familiarizado con las armas y
la violencia, pero seguía siendo el mismo. Igual que todo lo que me
rodeaba: la cárcel y el túnel, el apartamento y Marián; todo era
exactamente igual que antes.
Salvo que mis dificultades financieras
estaban solucionadas. Había ido consumiendo los tres mil que me
había enviado mi madre simulando que daba un golpe de vez en cuando
para justificar el dinero que gastaba, pero aquella suma no podía
durar eternamente. Sobre todo ahora que tenía un apartamento y
novia.
Con esta nueva situación, con nueve mil más
en el fondo común, podía perfectamente apañarme hasta que me
llegara la libertad condicional al cabo de un par de años.
Sí, nueve mil. Esperábamos un botín de
ciento cincuenta mil entre los dos bancos, pero sólo conseguimos
robar en uno. Por suerte, nuestro golpe a medias había sido mejor
de lo previsto. Del Fiduciary Federal nos llevamos setenta y tres
mil dólares en cajas de cartón, que repartidos por igual entre
ocho, hacían nueve mil ciento doce dólares por barba.
No estaba mal para un trabajito
nocturno.
Es una manera de verlo, como decían mis
compañeros. Una filfa, teniendo en cuenta que nos exponíamos a
cadena perpetua, pensaba yo. Era evidente que no asumía la actitud
propia del delincuente.
Pero lo habíamos conseguido, y, por lo que
se vio, sin ulteriores problemas. Marián ni imaginaba que yo
estuviese implicado en el atraco, el golpe más espectacular de la
crónica local, y yo no vi motivo para apesadumbrarla con semejante
noticia. En cuanto a Joe, Billy y los demás, ahora que el atraco se
había consumado, estaban tan tranquilos y afables como caballos
bien cuidados. Y muy gandules.
Pero incluso con esta súbita fortuna, casi
ninguno salía apenas, con lo que aumentaban mis posibilidades de
hacerlo, aunque el regresar cada día a desayunar y cenar empezaba a
molestarme.
Llegó marzo y abril. El tiempo mejoró.
Marián y yo salíamos en el Volkswagen y Max se echó otra novia muy
simpática llamada Della.
De vez en cuando salíamos los cuatro. Estaba
contento y satisfecho, y ya no gastaba bromas, había engordado un
poco con aquella vida tranquila. Pero de repente, el veintisiete de
abril, el loco de los mensajes volvió a atacar.