44

En los dos meses que siguieron no sucedió nada de particular, cosa bastante sorprendente. Ya era licenciado en atracos, un delincuente curtido, familiarizado con las armas y la violencia, pero seguía siendo el mismo. Igual que todo lo que me rodeaba: la cárcel y el túnel, el apartamento y Marián; todo era exactamente igual que antes.
Salvo que mis dificultades financieras estaban solucionadas. Había ido consumiendo los tres mil que me había enviado mi madre simulando que daba un golpe de vez en cuando para justificar el dinero que gastaba, pero aquella suma no podía durar eternamente. Sobre todo ahora que tenía un apartamento y novia.
Con esta nueva situación, con nueve mil más en el fondo común, podía perfectamente apañarme hasta que me llegara la libertad condicional al cabo de un par de años.
Sí, nueve mil. Esperábamos un botín de ciento cincuenta mil entre los dos bancos, pero sólo conseguimos robar en uno. Por suerte, nuestro golpe a medias había sido mejor de lo previsto. Del Fiduciary Federal nos llevamos setenta y tres mil dólares en cajas de cartón, que repartidos por igual entre ocho, hacían nueve mil ciento doce dólares por barba.
No estaba mal para un trabajito nocturno.
Es una manera de verlo, como decían mis compañeros. Una filfa, teniendo en cuenta que nos exponíamos a cadena perpetua, pensaba yo. Era evidente que no asumía la actitud propia del delincuente.
Pero lo habíamos conseguido, y, por lo que se vio, sin ulteriores problemas. Marián ni imaginaba que yo estuviese implicado en el atraco, el golpe más espectacular de la crónica local, y yo no vi motivo para apesadumbrarla con semejante noticia. En cuanto a Joe, Billy y los demás, ahora que el atraco se había consumado, estaban tan tranquilos y afables como caballos bien cuidados. Y muy gandules.
Pero incluso con esta súbita fortuna, casi ninguno salía apenas, con lo que aumentaban mis posibilidades de hacerlo, aunque el regresar cada día a desayunar y cenar empezaba a molestarme.
Llegó marzo y abril. El tiempo mejoró. Marián y yo salíamos en el Volkswagen y Max se echó otra novia muy simpática llamada Della.
De vez en cuando salíamos los cuatro. Estaba contento y satisfecho, y ya no gastaba bromas, había engordado un poco con aquella vida tranquila. Pero de repente, el veintisiete de abril, el loco de los mensajes volvió a atacar.