EPILOGO
Ned Buntline asintió lentamente, con un movimiento de cabeza.
—Es una formidable historia —admitió—. Pero no me gusta su final.
Dos lágrimas resbalaron por las mejillas de Fay Conway, al terminar su relato. Asintió ella con tristeza, moviendo su cabeza.
—Sí, imagino que le habrá fascinado. Pero, como usted dice, tendrá un fin poco grato para todos. Nadie puede salvar ya el cuello de Zane, señor Buntline... Están empeñados en ello demasiadas personas: el juez Miller, para que se cumpla su sentencia; Norton, como venganza personal; el pueblo de Red Lodge, como escarmiento ante los forajidos; el delegado del Gobierno, Abner Busby, para que se vengue la muerte de su compañero Stuart Harper...
Buntline, ceñudo, afirmó repetidas veces.
—Es una fea situación la de su amado Zane —admitió—. Y lo que no sé, es cómo evitar que lo inevitable suceda...
Fay le miró tristemente, sin hacer comentario alguno. En realidad, parecía una mujer que había perdido ya toda su esperanza, en vísperas de la ejecución de Zane Wolff, el hombre por el que ella lo sacrificara todo...
* * *
—Quisiera poder hacer alago por usted, Wolff..., pero es imposible ya. Se lo aseguro.
—Gracias, juez Miller —suspiró el preso, mirando al magistrado a través de los barrotes de la celda. Luego, contempló tras el juez, al sheriff Norton y al delegado del Gobierno, Abner Busby, presentes en la visita—. Cuando menos, es confortante que quien me envía a la horca, trata de consolarme en estos momentos.
—Es diferente, Zane —habló el juez— He sido informado de la entrega de unos fondos robados, al alguacil de Bearcreek. Eso le enaltece, así como los testimonios de algunos testigos que afirman que usted evitó derramamientos de sangre cuando Garrick asaltó Bancos y factorías comerciales. Pero nada de eso le exime de su culpa en el doble crimen de Red Lodge... y por eso pagará únicamente.
—Es suficiente, ¿no cree? —sonrió tristemente Wolff. Luego, señaló a Bill Norton y habló con sequedad—: Por cierto, juez ¿Puede ser juzgado por crueldad y homicidio un sheriff?
—Claro que es posible, siempre que alguien le acuse y demuestre su acusación —afirmó Miller, sorprendido—. ¿Por qué pregunta eso?
—Juez, yo acuso formalmente al sheriff Norton por la tortura y asesinato del esposo de Fay Conway, tiempo atrás. Ella será testigo. Creo que hay alguien más que puede prestar declaración en el caso.
—¿Se ha vuelto loco? —palideció Norton, mirándole con asombro—. ¿Qué es lo que dice?
—Usted sabe que es la verdad, Norton. Juez, le ruego que, al menos, se haga justicia en ese caso, ya que en el mío no habrá tal, por ser yo inocente.
—No tema. Así se hará —se volvió Miller hacia Norton y avisó a un alguacil de Red Lodge, anunciando solemne—: En nombre de la ley, arresten al sheriff Bill Norton, acusado de abuso de autoridad, crueldades y homicidio. Si eso se prueba, no sólo perderá definitivamente su placa, sino también la vida, Norton...
Salieron todos del corredor de celdas. Sólo se quedó allí Zane Wolff, ante el delegado del Gobierno para Montana, Abner Busby. Ambos hombres se miraron.
—Bien, Wolff —dijo Busby—. Va a ser ahorcado por la muerte de mi colega y compañero, Harper...
—Lo sé. El y el alguacil Perkins fueron las víctimas del suceso. Yo no les maté, pero supongo que no servirá de nada que se lo diga, Busby.
—De nada —rió el delegado del Gobierno—. Porque ya sé yo que fue así.
—¿Qué? —Wolff le miró, sorprendido—, ¿Qué usted... lo sabe?
—Exactamente, Wolff. Lo sé muy bien. Usted no es culpable.
—¿Quién se lo pudo decir, entonces?
—Fue... la propia realidad de los hechos —rió el hombre federal agudamente—, ¿No lo entiende aún, Wolff? Yo lo hice todo. Soy el hombre desconocido a quien ha estado buscando tan afanosamente...
—¿Qué?
—Me buscó por todas partes, sin imaginar que fuese yo, un agente del Gobierno federal. Y, sin embargo, yo alquilé a Losfield, a todos los que trabajaban para él... Yo hice asaltar el Banco, hice matar a Perkins, a mi compañero Harper... En realidad, SOLO HARPER DEBÍA MORIR. Y planeé ese juego. ¿Sabe por qué, Wolff?
—Dios, ¿cómo puedo saberlo? —jadeó el joven condenado, mirando con horror a su interlocutor, en la soledad del pasillo y de las rejas.
—Mis negocios... Mi sociedad secreta para enriquecerme, expoliando territorios con apariencias de legalidad... Yo falsifico títulos de propiedad antigua, registros del Gobierno y todo eso, para quedarme con las mejores tierras y expulsar a sus ocupantes... Harper descubrió mi negocio e iba a denunciarme antes las autoridades federales. Se lo dijo a Perkins, el alguacil... y tuve que matar a los dos, siempre fingiendo un atraco... y buscando un culpable idóneo: usted, Wolff...
—¿Por qué me dice todo esto ahora? —susurró Wolff, aturdido—. ¿Por qué, Busby, maldito sea?
—Porque me gusta que se lleve a la tumba la verdad que tanto buscó... y me maldiga al morir —soltó una carcajada—. Será divertido, después de cuanto he tenido que luchar para que usted no descubriera mi identidad real, mis motivos...
—Lástima... musitó Wolff—. Lástima que se salga con la suya al fin...
En ese momento, se abrió la puerta del fondo del corredor. Y sonó una voz áspera:
—No, Wolff. No se saldrá con la suya.
—¿Qué? —se revolvió, horrorizado, el agente del Gobierno, clavando sus desorbitados ojos en la puerta—. ¿Qué significa...?
El Marshall local y el juez Miller avanzaban hacia él, resueltamente. Iba armado el primero y le seguían dos alguaciles.
—No intente resistir, Busby —avisó el juez—. Está arrestado.
—Pero ¿por qué? —aulló el hombre del Gobierno—. ¿Se han vuelto locos? ¿De qué me acusan?
—Asesinato y atraco. Y abuso de su cargo, y expolios ilegales... —rió el juez vivamente—. ¿Sabe, amigo Busby? Afuera hay un hombre de Bearcreek que, espontáneamente, aunque bajo el consejo del señor Buntline, se ha presentado a declarar... El actuó en el atraco al Banco de Nichols, en esas muertes... Lo hizo a sueldo de Brad Losfield... y sirviéndole a usted. El llegó a averiguarlo. Calló, por no comprometerse..., pero no quiere ver ahorcado a un inocente... y terminó confesando. Lo siento, Busby. Al fin, la verdad resplandece...
Y era cierto. La verdad resplandecía.
—¡Zane! —gritó Fay, entrando impetuosa en el corredor, y lanzándose hacia la celda—. ¡Zane, lo logramos! ¡Se supo la verdad, al fin! —Abrid esa puerta —ordenó el juez Miller—. Ese hombre, Zane Wolff... está libre. Ya era hora de que esto sucediera... Zane salió de la celda. Y cayó en brazos de Fay, que estalló en sollozos, mientras sus bocas se unían, en un final gozoso...
FIN