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—¡Ni un movimiento, o sois hombres muertos!

—¿Qué...? —jadeó Morgan Bradley, palideciendo. Y se puso en pie de un salto, dejando su partida de naipes con su hermano Derek—. ¿Qué significa...?

Intentó esgrimir un arma. Rápidamente, el rifle de Zane Wolff, cayó sobre su mano y muñeca, haciéndole soltar con aullido el potente “Springfield”. Mientras tanto, las armas de Burke y de Garrick se fijaban en su hermano Derek, dispuestas a hacer fuego si él les obligaba a ello.

Derek iba a obligarles. Era tan duro de pelar como su hermano. Y, mientras éste parecía anonadado con la acción imprevisible de Bill Norton, el sheriff, a quien creían unido a ellos en aquella velada dentro del Banco, el más joven de los Bradley intentó usar su arma.

Sin duda la hubiera usado, haciendo restallar una detonación delatora en plena noche. Pero también Zane, con una pasmosa celeridad de movimientos y de reflejos intuitivos, cayó sobre él, situando sus dedos entre los de Derek y el gatillo del rifle.

Al mismo tiempo, dejando caer su propia arma, Zane extrajo un cuchillo de entre sus ropas y lo apoyó con celeridad en el cuello del joven Bradley.

—No seas loco —silabeó—. No intentes nada más o será peor. No queremos ruidos. Nada que provoque la alarma, ¿entendido?

—Sheriff... ¡Sheriff Norton!... —masculló Derek, palideciendo intensamente—. ¿Usted? ¿También usted se mezcla en esto... a favor de unos forajidos? ¿Qué significa esto? Ellos... ellos dijeron que eran alguaciles a su servicio... ¿Qué farsa es esta, por todos los diablos?

—Ninguna farsa, muchachos —avisó Garrick con una risotada—. Se trata, simplemente, de que al fin los famosos hermanos Bradley van a tener que dejarse quitar un puñado de dólares que pertenecen a los consorcios mineros. Esos pobres trabajadores de las minas se quedarán unos días sin cobrar, pero luego les enviarán nuevas nóminas, y santas pascuas. No perderá nadie, salvo el Consorcio. Y ésos pueden perder cientos de miles sin que se den cuenta siquiera. De modo que esto no es casi un delito, sino un acto justiciero para llenar un poco nuestros exhaustos bolsillos...

Hubo una risa de Burke. Afuera, Reed esperaba con los caballos. Los Bradley, mortalmente lívidos, esperaban lo peor, sabiendo que no había remedio posible. Habían sido burlados por aquel en quien más confiaron, y eso les tenía destrozados virtualmente.

—Cielo, usted... —gimió Morgan, mirando a Zane con acritud—. ¿Cómo es posible que... que se ponga al lado semejante gentuza? No sé siquiera si es, realmente, el sheriff Norton, que ha dicho ser. Aunque no lo fuese, tiene de honrado. Y, sin embargo...

—Hermano, ¿vamos a dejar que se lleven ese dinero tan fácilmente? —protestó Deker, con voz ronca y rostro crispado, viendo cómo Garrick iba hacia la caja fuerte.

—Me temo que no hay nada que hacer, ya habiendo sido burlados por él —Morgan señaló hacia Zane—, Lo siento, Derek. No queda sino conformarse...

—¡Yo no me conformo! —rugió con voz potente el más joven de ambos hermanos, famosos en todo el Oeste por su labor en la defensa de los fondos custodiados por Wells & Fargo o por la Unión Pacífico—. ¡No permitiré que esto suceda!...

Y saltó, decidido a todo, sobre Garrick y sobre Burke, despreciando absolutamente la amenaza latente del cuchillo de Zane Wolff.

Rápido, Burke giró sobre sí mismo, y disparó su arma contra el más joven de los hermanos Bradley.

El estampido retumbó en la noche ásperamente, quebrando toda la callada estrategia que hasta entonces presidiera el plan de Zane Wolff para desvalijar sin violencia el Banco minero de Rainbow...

 

* * *

 

El disparo pudo haber provocado la muerte a bocajarro de Derek Bradley, el guardián de las nóminas. Su hermano gritó roncamente, asustado por lo que parecía inevitable, cuando el esbirro de Garrick apretó el gatillo…

Pero una vez más, la sorprendente agilidad y visión del peligro de Zane, evitó lo peor. Una vez más, sus reflejos salvaron una vida. En esta ocasión, no la suya propia, como al ser agredido por Fay Conway en la cantina, sino la de Bradley, a quien libró de la bala asesina por verdadero milagro.

Para ello, tuvo que dar un empellón formidable a Derek Bradley, y al mismo tiempo disparar su pierna de forma elástica, hacia Burke, apenas éste giró sobre sí mismo, con el instinto homicida claramente impreso en su innoble rostro.

El estampido y la salida de la bala, no pudo ser evitado. Nadie lo hubiera logrado. Pero el arma subió en su trayectoria, y, por ende, la bala, al mismo tiempo que el joven Bradley caía atrás, haciendo todavía más difícil que el proyectil pudiera rozarle siquiera.

—¡Maldito! —rugió Garrick—, ¡Ese disparo conmoverá a toda la población!

Burke, furioso, se revolvió hacia el hombre que le había impedido disparar sobre el vigilante, y sin pensarlo dos veces, trató de hacer su segundo disparo dominado por la ira.

Esta vez, contra el propio Zane.

Este, sin pensarlo una sola décima de segundo, apretó el gatillo de su propia arma, recuperada con inverosímil celeridad. Ya no importaba disparo más o menos, tras el primer estampido que rompía todos los planes minuciosamente elaborados para actuar con sigilo y sin provocar alarma en Rainbow.

Y anticipándose a la acción agresiva de Chris Burke, le alcanzó con el proyectil en plena mano armada, justo a tiempo.

El revólver escapó de los dedos repentinamente astillados y sangrantes de Burke, quien exhaló un aullido de animal herido, y se contempló, con ojos desorbitados por el horror, la mano derecha inútil, alcanzada por el proyectil de Zane, y convertida en una piltrafa de allí en adelante, con los huesos de sus dedos colgando inútiles, entre goterones de sangre.

—¿Qué pretendes? —rugió Garrick, furioso con Zane, mientras los Bradley se limitaban a contemplar la escena, sorprendidos y sin atreverse a nuevas intentonas por salir de aquella situación, ya que el rifle de Garrick les encañonaba certeramente, y también el arma humeante de Zane Wolff—. ¿Es que te has vuelto loco, maldito seas? ¡Has herido a Burke, le has inutilizado la mano!

—El iba a hacer algo peor conmigo —jadeó Wolff, tenso—. Vamos, si queréis aún ese dinero, no perdáis más tiempo, malditos seáis todos. Dentro de poco, esto va a ser un enjambre de ciudadanos dispuestos a cortarnos toda posible retirada. Tú, Burke, da gracias de que sólo hayas perdido algunos dedos de tu mano derecha. Debía haberte volado el cráneo, hijo de perra.

Garrick se apresuró a correr a la caja fuerte, que abrió con rapidez, ya que no era de combinación, y retiró de allí, en un saca, unos cuantos fajos de billetes. Afuera, sonó un silbido estridente, y tres disparos al aire, en rápida sucesión.

—¡Es la señal de Reed! —masculló abruptamente Garrick, volviéndose muy pálido—. ¡Hay peligro!

—Lo raro es que no lo hubiese, con la estupidez de ese bastardo —y señaló a Burke, lleno de ira.

—¡Vamos, vamos! ¡No hay tiempo para recoger más dinero, malditos sean todos! —farfulló Budd Garrick, echando a correr con lo que hasta entonces tomara de la caja.

Asintió Zane quien, rápido, se revolvió hacia los Bradley y descargó dos secos culatazos tras su oreja. Ambos hermanos, como fulminados por un rayo, cayeron al suelo. Los tres hombres abandonaron las oficinas del Banco. Burke sangraba como un toro por su mano herida, pese a envolverse en un pañuelo, lívido de dolor y de ira.

—¡De prisa! —susurró Reed, en exterior—. ¡Mirad allá!

Ya lo hacía Zane, ceñudo. Era mala cosa. Un grupo de hombres armados acudía al Banco, por si era precisa su presencia. Les descubrieron, a la leve claridad que se filtraba por la ventana del establecimiento bancario, además de la luz  rojiza que proyectaban dos antorchas que ellos llevaban, y hubo algunos disparos. Las balas silbaron cerca de los cuatro hombres levantando esquirlas de ladrillo de la fachada del Banco minero.

—¡A los caballo! —ordenó Garrick, rotundo—. ¡Pudo haber sido un golpe sencillo, y ahora todo se ha complicado! ¡Hay que salir pronto de aquí, o esto será un avispero!

En ese momento, cuando todos ellos subían a sus monturas, una pareja surgió por una esquina. Era un hombre fornido y canoso, rifle en mano, junto a una mujer también armada de carabina. Él fue quien grito al verles:

—¡Eh, es un atraco! ¡Hay que evitar que escapen! Alzó su rifle para herirles. Reed disparó, veloz. Herido el hombre rodó por la calzada, chorreando sangre por su hombro y brazo derechos, inutilizados. Zane que advirtiera la intención del rufián al disparar, no evitó ese disparo. Pero procuró anticiparse a cualquier otro dirigido a la valerosa mujer que alzaba su carabina hacia ellos, siendo él quien oprimiera esta vez el gatillo del revólver.

Su certero disparo se llevó por delante el arma de la mujer, sin herirla. Rápidamente, ya en sus sillas, al emprender el trote inicial para salir de aquella repentina colmena peligrosa que era Rainbow, Garrick tuvo una idea y la puso en práctica sin la menor vacilación:

—¡Esa mujer! ¡Puede sernos un rehén muy útil si nos vemos en peligro de ser cazados! ¡La gente del pueblo no querrá sacrificar a una ciudadana suya, a cambio de nuestro pellejo!

Y sin vacilar, al cruzar a caballo ante la desarmada mujer, sin que pudiera Zane Wolff evitar esa acción, el firme brazo de Garrick aferró a la dama y, pese al forcejeo furioso de ésta, con ayuda de Zachary Reed, logró alzarla hasta la silla. La golpeó, dejándola inconsciente, para reducir su resistencia, y emprendieron furioso galope en la noche, perseguidos por las estrías llameantes de los disparos de sus adversarios.

 

* * *

 

Mantuvo su mirada escudriñadora en la distancia. Luego, se volvió con un resoplido.

—Nada —dijo Budd Garrick—. Estamos a salvo. Esos tipos desistieron de seguimos por más tiempo. Hemos logrado burlarlos.

—Y ahora nos encontramos con un rehén completamente inútil —señaló Zane.

Luego, contempló a la mujer que, poco a poco, volvía en sí, mirándoles entre asustada y agresiva.

Era Fay Conway, la cantinera.

—¿Qué significa esto? —preguntó ella con voz sorda—, ¿Por qué me trajeron con ustedes? ¿Qué pretenden de mí? Por si acaso, les advierto que nadie va a pagar rescate por mí...

—Era sólo un rehén, por si éramos alcanzados —dijo calmosamente Zane—. Ahora ya no la necesitamos. Aunque personalmente, yo no la hubiera capturado, señora Conway.

—¡Usted! —ella abrió ampliamente sus ojos—. De modo que el sheriff implacable, se convierte en forajido, en salteador y raptor...

—No diga tonterías —refunfuño Garrick—, El no es Bill Norton, ¿no lo ha comprendido aún?

¿Cómo? —Fay miró asombrada al bandido. Luego a Zane, con un pestañeo—. ¿Es eso cierto? Usted dijo...

—Yo dije que era Bill Norton, si. Y dije que era sheriff. Uso la placa de tal, pero eso es todo, señora. No podía decírselo así en la cantina, cuando pretendió matarme. Lo cierto es que sólo suplanto su identidad. Mi nombre es Zane. Zane Wolff.

—De modo que no es el sheriff Norton, el asesino de Ross... Y yo traté de matarle...

—Como ve, no soy mucho mejor —rió entre dientes Zane—. Acabamos de asaltar el Banco minero. Estamos fuera de la ley.

—Si la ley es Bill Norton, yo también deseo estar fuera de la ley —sentenció Fay, mirándole aún con asombro. Luego, estudió de reojo a los otros, con inquietud evidente—. Pero ¿cómo ha podido usted mezclarse con esos hombres? Ellos parecen muy distintos a usted...

—Lo siento —se encogió de hombros Zane—, Cosas de la vida, señora. Uno, a veces, no puede elegir su destino.

—Todos podemos elegir ese destino —señaló ella enérgicamente—, No me disgusta que sea usted Zane Wolff y no Bill Norton. Al contrario. Ahora comprendo por qué, pese a todo, llegué a sentir cierta simpatía por usted, mi agresión y me horroricé de mi misma por ello. Pero asaltar el Banco, dejar sin nóminas a esa pobre gente...

—Ya basta —cortó Garrick, con voz dura, acercándose a ellos—. Dejen la charla para otro día, señora. Usted va a ser ahora más un estorbo que otra cosa en nuestro camino. No traemos sino cuatro caballos, y no podemos dejarla en el desierto sin cabalgadura. Perecería sin remedio. Lo cierto es que no sé qué hacer con usted.

—Ha sido tu genial idea, Garrick —acusó ásperamente Zane—, Resuélvela tú ahora.

—¡Calla de una maldita vez, Wolff! —se enfureció el bandolero—. Tú también has cometido tus faltas. Burke está malherido, no podrá empuñar jamás una pistola con su mano derecha...

—Que use la zurda —rió entre dientes Zane acremente.

—Ese hecho fue un error, Zane. Pude haberte matado por él.

—Haberlo intentado —le desafío Wolff—. Estaba preparado por sí lo hacías, Budd.

—Creí que estabas a nuestro lado, Zane. No me gustan las traiciones.

—Ni a mí me gusta Burke. Es un cerdo. Te dije que no permitiría aquello que repugnara a mi conciencia. Iba a matar a Derek Bradley cuando evité su disparo.

—¿Y qué tienes tú que decir sobre una muerte más o menos, Zane? —se engalló Garrick—. ¡Tú mismo eres culpable de un doble homicidio! ¡Nada menos que la muerte de un alguacil... y de un representante del Gobierno, en Red Lodge!

—Basta —cortó Wolff con acritud—. Eso es lo que dijeron el fiscal y el juez.

— Y un puñado de testigos, ¿no? Y también el Jurado... — dijo sarcásticamente Garrick.

—Yo digo que es mentira. Lo dije siempre. No maté a nadie. Es mi palabra lo que cuenta para mí, Budd.

—Oh, claro. Ningún asesino admite ser culpable —se burló el rufián.

—¿Vas a dejar ese asunto, maldito seas? —se irritó Zane, mirando con frialdad a su compañero de peripecias—. Vale más que hablemos del dinero obtenido. Y de su reparto.

—Vaya, veo que eso no eres tan escrupuloso... Sólo obtuve siete mil quinientos dólares a causa de las prisas. Me quedo dos mil quinientos. Y los otros cinco mil, a repartir entre vosotros tres. Creo que, para ser yo el jefe de este grupo, resulta un reparto justo...

—No está mala —convino fríamente Zane—. Mil seiscientos sesenta y seis dólares con sesenta y seis centavos.

Eres rápido haciendo cuentas, ¿eh? —refunfuñó Garrick, alejándose—. Ahora tendrás tu dinero. Y procura no fiarte demasiado de Burke. Te odia ferozmente, Zane. Y dejaría que te matase, lo juro, sino fuera porque te necesitaré para otros golpes futuros, más productivos que éste.

Zane le siguió con la mirada, sin decir nada. Fay Conway le miró con expresión grave.

—¿De veras se siente a gusto con esa gentuza? —indagó en un murmullo.

—No. Pero debo ir con ellos. Me salvaron de las garras de la ley. Les prometí ayuda.

—Ya se la ha dado. Usted no parece igual que ellos, ni  mucho menos, haya hecho lo que haya hecho.

—Es muy amable, señora Conway —sonrió Wolff pensativo—. Ya le oyó a él: me acusan de doble asesinato. Y también de asaltar un Banco y robar una fuerte suma de dinero.

—También le oí a usted. Dijo que no es culpable.

—¿A quién va a creer?

—A usted.

—Me condenaron por eso —dijo Zane, mirándola sorprendido—. Iba a ser ajusticiado cuando esos rufianes me salvaron, abatiendo a Bill Norton.

—¿Mataron realmente a Bill Norton? —brillaron los ojos de Fay vivamente.

—Eso parece. Cuando menos, se quedó inerte, herido a balazos, pero he pensado sobre todo ello, y creo que nadie fue a comprobar si estaba realmente muerto.

—De todos modos, hay otros sheriffs y marshalls —suspiró ella—. Si sigue esta vida, terminarán dándole caza de nuevo.

Y esta vez, nada ni nadie le salvará. ¿Cree que vale la pena correr el riesgo de terminar en la horca?

—¿Por qué se preocupa por mi? Ni siquiera puede estar segura de que yo sea inocente, como digo. Garrick no deja de tener razón: ningún criminal acepta ser culpable.

—Yo quiero creer en usted. Y creo en usted.

—¿Por qué?

—No lo sé —se turbó ella. Le miró fijamente—. Quizá porque ya una vez me dijo la verdad, y yo no quise creerle. Fue cuando me dijo que no le había hecho daño a mi esposo. Era cierto, aunque no podía decirme que no era Bill Norton... Ahora, viendo su actitud tratando de leer en sus ojos... No, no puedo pensar que sea un asesino.

—Gracias, señora Conway. Su fe en mí me halaga, realmente. Quisiera poder responder a su confianza en alguna forma. Pero ni siquiera puedo liberarla con garantías. En eso tuvo razón ese granuja: lo cierto es que no tenemos un caballo para dejarla volver a Rainbow. Y llevarla con nosotros va ser un auténtico problema. De todos modos, no podemos hacer otra cosa, al menos hasta llegar a una población donde dejarla.

—¿Cree que ellos me dejarán en alguna parte donde pueda señalarles, acusándoles de salteadores, Wolff? —señaló a Garrick y Reed, que atendían a Burke en la curación de su mano herida y ensangrentada.

—No lo sé —Zane frunció el ceño, preocupado—. Tal vez teman eso...

—¿Y usted no?

—No, señora Conway —negó Zane—. En absoluto. Y si así fuese, aceptaré el riesgo. Pero usted no debe correr peligro alguno.

—Ellos son tres. Y de peor calaña que usted. Pueden decidir, incluso... eliminarme. O hacerme suya. Temo que no podría defender mi dignidad de mujer frente a tales sujetos...

—Mientras yo lleve un arma y disponga libremente de mi persona, nadie la tocará a usted, esté bien segura de eso —afirmó rotundamente Zane—. Aunque tenga que matar a los tres.

—Zane, ¿por qué no me lleva con usted, hasta que sea posible liberarme? —pidió ella—. Podría cabalgar en su propia silla, a su lado...

—Será un honor llevarla conmigo, señora.

—Y, por favor, no me llame así. Fay es mi nombre —puso una mano sobre el brazo de él, con repentina espontaneidad—. Si hemos de ser amigos, llámeme como mis amigos me llaman. —Gracias... Fay —sonrió él—. Así lo haré.

 

* * *

 

—¿Qué lugar es ese, Zane?

—Bighom RiverTown —dijo él escuetamente—, sin dejar de cabalgar junto a Garrick, con Fay Conway en su misma cabalgadura, a espaldas suyas. Los brazos de la joven, rodeando su cintura, eran un grato y suave dogal. —Es más importante que Rainbow, pero no demasiado. Diría que tiene unos mil doscientos habitantes en total.

—Está demasiado cerca de las rutas habituales hacia Red Lodge y Virginia City —señaló ceñudo Garrick—, No me gusta. ¿Por qué nos trajiste hasta aquí, Zane?

—Por dos razones: la primera, porque Wells & Fargo tiene en Bighom River Town una factoría con oficinas de facturación de carga especial... como valores, nóminas oficiales y cosas así.

—¿Qué? —los ojos de Garrick brillaron, codiciosos con repentino jubilo.

—Y la segunda: que aquí tengo algo por resolver personalmente.

—¿Eh, qué quieres decir con eso? —se alarmó el rufián. No me gusta que te metas en esas cosas yendo con nosotros, Zane. Puede costarte un disgusto... y a nosotros contigo.

—Escucha, Garrick: dije que te ayudaría, a cambio de mi libertad, y seguiré haciéndolo tal y como lo prometí, siempre que no se derrame sangre. Querías esa ayuda, y la tienes. Te voy a mostrar los sitios donde puedes obtener dinero fácil y con cierta seguridad, mientras no haya errores como el que cometió el bastardo de Burke —los ojos de éste fulguraron con odio incontenible, pero calló, humillado, cuando Zane le miró desafiante—. Pero a cambio de todo ello, exijo mi derecho a zanjar algunas cuestiones personales, relacionadas con los hechos que pudieron llevarme a la horca.

—Ah, vamos, entiendo: tratas de vengarte de alguien, ¿no es eso? —rió Garrick, entre dientes.

—Si, algo parecido —admitió secamente Zane Wolff—, Tal como voy ahora, con este cabello teñido y más corto, sin mi bigote y mi barbita de antes, y con estas ropas que adquirí en Copper Creek, al poco de unimos los cuatro, va a ser difícil que me reconozcan de momento ni siquiera los que mejor me conocen. En eso confío. Y eso es lo que espero, para empezar a resolver ciertas cuestiones personales. Primero aquí, en Bighom River Town... y luego en otros sitios...

No añadió más, para explicar sus enigmáticas palabras. Sólo comentó, dirigiéndose más tarde a la joven compañera de viaje:

—Y usted, Fay podrá quedarse en esa población, para regresar luego a su Rainbow natal, a su cantina, su guitarra... y su vida de siempre.

Ella no comentó nada limitándose a asentir, con un movimiento de cabeza.