Capítulo XVI
OBERMAYER dio un paso atrás y estalló en una ruidosa carcajada.
Creímos que se había vuelto loco porque en realidad jamás lo habíamos visto no ya carcajearse de aquel modo, sino ni siquiera reír. A lo sumo, lo que algunas veces hacía era dilatar los labios en tina incipiente sonrisa que parecía regulada por un mecanismo. Pero nada más.
Se sentó sofocado por aquella "descarga" de energía, según la opinión que de esto se tenía en Bértida, y, cuando al fin pudo respirar con normalidad, nos preguntó:
—¿Ustedes están en su sano juicio? ¡Devolverles a la normalidad! Ja…, ja…, ja… ¿Qué normalidad? ¿Les falta alguna pierna, algún brazo? ¿Tienen algún ojo de menos, la nariz torcida o una oreja rota? ¿Qué les falta? ¿No respiran bien? ¿No tienen apetito? ¿No se pueden amar? ¡Oh, debe de ser eso!
—¡Basta de bromas, profesor!
—¡Si no bromeo! ¿Es eso? ¿No se pueden amar? ¡Si es esto no tengo la culpa, amigos míos! El amor viene y se va. No se sabe cómo vierte y cómo se va tampoco… Es como la luz del día… ¿Saben porque unas veces alumbra y otras no, eh?
—Porque le hacemos sombra nosotros—repuse un poco picado, saliendo por los fueros de mis escasos conocimientos.
—¡Pues eso mismo, querido amigo, eso mismo! Todo en la vida está lleno de sombras, y el amor como la vida también pasa por esos estados. ¡Luz y sombra!
Se levantó y se acercó.
—¿No será eso? —murmuró con paternal ternura.
—No profesor —dije un poco en ridículo, pues todo mi arranque de los primeros momentos había desaparecido—. Tal vez…, verá usted… Se da el caso de que nuestros familiares y amigos se lamentan de que hayamos dejado de ser lo que antes éramos…
—¿Dice sus familiares y amigos?
—Sí, claro…
—¿Y cómo eran ustedes antes?
—Pues… normales —contestó Elsa.
—¿Qué clase de normalidad? No lo entiendo.
—Que antes hablábamos y escribíamos al derecho y ahora todo eso lo hacemos al revés.
—¿Al revés?
—¡Naturalmente! Además se da el caso de que nuestros órganos han sufrido también una sensible alteración, va que mientras las personas de aquí los tienen alojados en la parte que les corresponde, nosotros los tenemos en un lugar completamente opuesto.
—¿Quieren explicarme cuál es el lugar que les corresponde?
—Sí, claro, no hay duda ninguna.
—Sería curioso —dijo Obermayer, volviendo a sentarse—que las ¡(leas políticas se correspondiesen con la situación de los órganos en el caso de que la humanidad estuviese dividida en hombres con el corazón en el lado derecho y hombres con el corazón en el lado izquierdo… ¡Derechistas e izquierdistas! Me parece que en ese caso tendrían una lógica las ideas…
Se levantó y se acercó a la ventana.
Se veía que ya no era preciso usar de más disimulos con nosotros.
Estaba desenmascarado.
—Bien —dijo, acercándose a Elsa—: ponga usted su mano aquí —añadió, señalando a la parte izquierda del pecho.
Mi amiga extendió su mano y vi que el profesor la retiraba con una expresión de asombro.
—¿Se convence usted? Miré a ambos estupefacto.
—No quiero que tenga usted la menor duda…—me dijo—. Haga la prueba…
Hice lo que él me decía y mi asombro no tuvo límites.
—Pero…, pero esto…, esto… no puede ser—balbucí y me coloqué a su derecha para comprobar si mis lados diestro y siniestro se correspondían con los suyos—. ¿Entonces…?
—Entonces, queridos amigos, está saliendo todo lo que les dije en un principio: que este planeta es como un espejo en el que se refleja todo lo que acontece en la verdadera Tierra que buscan ustedes.
—Pues… el derecho para unos y para el Izquierdo otros.
—Cítenme alguno concretamente.
—El corazón, por ejemplo.
—¿Qué les pasa a sus corazones?
—Que no están en su sitio corriente.
—¡Oh, entonces es que han perdido el sosiego! Y no es que no se amen, sino todo lo contrario. Están ustedes demasiado enamorados… Cuando el corazón no está donde debe, es que tampoco la cabeza está en su sitio…
—Profesor: no es eso —murmuró Elsa—. No nos ha comprendido bien… Si le decimos chic nuestros corazones no están en su sitio, es para darle a entender que se encuentran desplazados.
—¿Ah, sí? —Claro.
—¿Dónde tiene el suyo? —Aquí, en el izquierdo.
—¿Y dónde querría usted tenerlo? —En el lado derecho.
—¿Quién le dijo eso? —Mis padres.
—¿Sus padres lo tuvieron alguna vez en el lado derecho?
Elsa se quedó un poco confusa.
—No, lo tenían en el lado izquierdo.
—¿Y cómo es que ahora lo tienen en el lado derecho?
—No es que lo tengan en el lado derecho, sino que su lado derecho viene a ser su lado izquierdo —intervine, creyendo que iba a aclarar las cosas.
—¡Lado derecho…, lado izquierdo! Un lado derecho no puede ser al mismo tiempo un lado izquierdo. Me parece que son ustedes los que se están burlando de mí… ¿Quién les ha metido esas cosas en la cabeza?
Entonces le expliqué lo que había sucedido con mi tío y el reverendo Jeremías Chaftels y después con los padres de Elsa.
—Bien —dijo él—: para ellos ustedes tienen los órganos cambiados, ¿no es eso?
—Sí, en efecto —afirmó.
—¿Y ellos para ustedes no los tienen también cambiados?
—Ciertamente. Aunque si nosotros, que éramos tres, somos diferentes al resto de la humanidad, habrá que convenir en que los normales no somos nosotros, sino los demás hombres, incluso usted…
—¿Qué quiere decir?
—Que usted es, el autor de todas estas anomalías. Anomalías en el cerebro por los defectos del lenguaje, y anomalías en el cuerpo por la inversión de nuestros órganos.
—En este caso y según ustedes —continuó—, yo ocuparía el lado "diestro" como los demás hombres de aquí y ustedes el "siniestro", ¿no es eso?
—¡Exactamente!
—Es decir: según lo que ustedes piensan ole mí, yo les he puesto del revés, quedando yo del derecho.
—En efecto.
—Entonces debo tener mi corazón en un lugar opuesto al de ustedes, y como el corazón los demás órganos…
—¡No es Posible! —exclamó Elsa.
—No, no es posible —repetí.
—¿Por qué?
—Porque aquí —repuse —nos hemos encontrado con nuestros familiares y amigos… He visto a mi tío y al cura de mi pueblo, he hablado con ellos, y no pude dudar de que eran ellos mismos.
—Y yo—dijo Elsa —he visto a mis padres y a mi hermano, mis padres un poco más viejos y mi hermano más crecido, es verdad. Pero eran ellos: de eso no tengo la menor duda.
—¡Error!
—¡No hay error posible! ¡Eran ellos! —Sí, sí. ¡Eran ellos! —afirmé.
—Pues eran y no eran —dijo Obermayer—. Si efectivamente lo fueran no habría lugar a esa confusión del idioma ni a esa otra de los lados derechos e izquierdos.
—¿Pero cómo vamos a dudar—dije—de que los ladres de Elsa no fuesen sus padres y no fuese mi tío el tío que yo tuve toda la vida?
—Ya les he dicho que esto es una copia exacta del otro planeta y, por consiguiente, hasta las personas pueden estar repetidas, es decir, que las de "allá" tengan un doble aquí…
—En ese caso —repuse como si tratase de atraparlo en un cepo —.En ese caso, ¿cómo es que ni Elsa ni yo encontramos aquí a los dobles nuestros?
Hice esta objeción completamente seguro de que era irrefutable, más Obermayer opuso a esto una teoría desconcertante.
—No le extrañe —dijo—. Usted tiene su doble aquí como lo tiene su amiga, pero ni usted ni ella los podrán encontrar jamás… He dicho antes que este planeta era como un espejo en el que se copiaba el otro planeta, mas no es ésta la imagen exacta. Porque dos cosas que se copian son dos cosas que se imitan, y aquí no ocurre esto a no ser que esas mismas cosas estén unas enfrente de las otras. Si tina de ellas se desplaza fuera de sus límites, es decir, fuera del marco en que se encuentra, la otra hace igual desplazamiento, y no por ello se han de encontrar ninguna de las dos… Supongamos un espejo enfrente de otro espejo y en uno de los cuales hubiese un determinado número de moscas que ocupasen los puntos a y b, pero de manera que estas moscas no se copiasen en su punto de apoyo, sino sólo en el espejo de enfrente. Entonces, cuando la mosca del punto a levantase el vuelo se vería hacer lo mismo a su imagen reflejada en el espejo frontero. Supongamos también que esa misma mosca se dirige del punto a en que se encuentra al punto b que se halla enfrente, y demos por supuesto que al marchar en direcciones convergentes no se encontrase la mosca con su imagen, sino que una y otra se cruzasen en el aire continuando el vuelo. Es evidente que ambas llevarían direcciones completamente opuestas y que toda In quo hiciese la mosca al apoyar sus patas en el punto b del espejo lo haría también su imagen en el otro punto b del otro espejo. Es decir: ni tina ni otra se encontrarían en un punto coincidente… Algo de esto es lo que lea pasa. Ustedes buscan aquí sus dobles, pero éstos en el presente momento están haciendo "allá" lo mismo que aquí están haciendo ustedes Antes les hablé de una manera hipotética del cruce de la mosca en el aire con su imagen. Pues algo semejante les ha ocurrido a ustedes con sus dobles… Después se encontraron aquí con familiares y amigos, los mismos amigos y familiares que tenían los otros que ahora están con los que "allá" tienen ustedes… Es algo confuso, lo comprendo, pero no tiene otra explicación.
—Según eso, en estos momentos en la verdadera Tierra están teniendo lugar los mismos acontecimientos que se han producido aquí…
—En realidad: no sabemos cuál de las dos es la verdadera, sí ésta o aquélla.
—Pero usted puso como ejemplo los dos espejos…
—Aunque no un espejo. En este caso mencionar dos espejos es como no mencionar ninguno. Me han servido nada más que como motivo de comparación… En realidad se trata de copias…, de imitaciones. Y en cuanto a eso de que si allá se están efectuando los mismos acontecimientos que se han producido aquí, no hay por qué dudarlo.
—Entonces habrá también un profesor Obermayer…
—¡Claro que sí!
—… y todos ellos habrán pasado por las mismas vicisitudes que nosotros.
—Evidentemente.
—¿Y cómo explica —preguntó Elsa —la procedencia de ese otro automático? ¿De Bértida, quizá? —No de Bértida, sino de otro mundo llamado también Bértida.
—Es decir: el espejo de la Tierra se extiende a los demás cuerpos celestes, ¿no es así?
—Ya he dicho en otra ocasión que el Universo es una esfera en la que una mitad es copia fiel de la otra mitad, o lo que es igual: la mitad del Universo tiene un sosias…
—Pero hay algo—dijo Elsa, a quien aquellas revelaciones habían dejado tan sorprendida como a mí —que no puedo admitir sin sentirme llena de confusiones… por ejemplo; el tiempo. Vernos tornado como medida la hora y nuestros cálculos, con arreglo a —esta medida durante el vuelo desde que salimos de Bértida, no alcanzan más que a la mitad del año; y en esta mitad podemos incluir también el tiempo que hace que no veía a mi familia… Ahora bien: si lo que ocurre aquí es copia exacta de lo que ocurre "allá", ¿cómo es que los dobles de mis padres han envejecido y el doble de mi hermano es mucho mayor que el que yo dejé cuando abandoné la Tierra? Porque una de las cosas que más me llenaron de sorpresa fue el cambio, de mi hermano, cómo si yo dejara de verlo hace años…
—¿En qué año cree que deben estar los habitantes de esta Tierra?
—En el mismo que lo está la otra —repuse yo.
—No cabe duda, pero ¿cuál?
—No sé… Más si no hace apenas un año que estamos ausentes de "allá"…
—El tiempo ha pasado —murmuró Elsa—. Tuvieron que haber pasado años… Y, sin embargo, a mí no me cabe en la cabeza… Cuando me separé de mi familia era el año mil novecientos cincuenta y cuatro…
—Pues ahora fíjense en el calendario, en las fechas de los periódicos. Aquí tienen ustedes uno.
Era el Semit Eht y la numeración del año 6.691 que leídos de derecha a izquierda resultaban ser el The Times y el 1.966 ¡Doce años! Doce años que nos separaban del tiempo en que habíamos estado en la Tierra, doce años convertidos, en nosotros, en medio año todavía no completo…