Capítulo XIII

LA noticia de nuestra extraña anomalía orgánica fue divulgada por toda la prensa y durante muchos días no se habló de otra cosa.

Los más famosos médicos solicitaron nuestra presencia en los hospitales y en las clínicas, y por espacio de un par de meses no hicimos otra cosa que someternos a sus curiosas observaciones, desnudándonos, vistiéndonos y volviendo a sacarnos la ropa y volvérnosla a poner.

Al principio aceptamos de buen grado la creencia de que podíamos volver a nuestro primer estado, pero luego, viendo que no pasábamos de ser considerados como meros fenómenos, decidimos renunciar a aquellas exhibiciones.

L'Osservattore Romano se ocupó en esto con bastante extensión, diciendo que la ciencia parecía más interesada en lo que hace de nuestro caso una reliquia teratológica que en poner los medios para devolvernos a la normalidad haciéndonos criaturas dignas de Dios y de los hombres.

Desgraciadamente esto era cierto. Para los médicos constituíamos un espectáculo muy divertido.

Habíamos hecho un relato al New York Times por el que nos dieron cuarenta mil dólares y que, al ser publicado, produjo sensación en todo el mundo.

Todos los periódicos se ocuparon en estas declaraciones en un tono alarmante.

"Hasta la fecha —escribía el Herald Tribune —sólo sabíamos de las inhumanas deformaciones a que era sometido el hombre en el país soviético; mas ahora vemos que hay todavía quién supera en monstruosidad al genio del mal que sopla de Oriente. Si la humanidad no toma sus medidas, ¿cuál será el porvenir del mundo?" Y terminaba: "Aunque a decir verdad no sabemos que haya medidas que puedan defendernos de ese terrible enemigo que, a la hora menos pensada, puede caer sobre nosotros con efectos más aniquiladores que todas las bombas H."

La Asociación de Veteranos de Guerra de la Unión celebró una asamblea imponente en el Waldorf Astoria, de Nueva York, y pidió al Gobierno que reforzase su vigilancia a todo lo largo del país con objeto de prevenir a la población sobre un posible aterrizaje en masa de platillos volantes, pues si bien ya habían sido vistos en otras ocasiones, sin que al parecer tomaran tierra, ahora con lo ocurrido en Río de Janeiro y Londres había que estar prevenidos.

La alarma cundió de tal manera que la gente no hacía más que escrutar el cielo, atravesado día y noche por aviones de las fuerzas aéreas.

Poco después los periódicos empezaron a publicar noticias de los diferentes puntos del Globo.

En Guatemala unos campesinos, que volvían de su trabajo, vieron de repente a un grupo de hombres que relucían al sol, desplegados a orillas de la selva y con unos platillos volantes en las inmediaciones. Otra noticia de África del Sur daba cuenta también de que cuatro de estos extraños aparatos habían sido vistos aterrizar a la orilla de un río y que de su interior salieron unas figuras metálicas que se internaron en el bosque.

La noticia más curiosa venía del Brasil, del Estado de Minas Geraes, donde el matrimonio Temístocles de Deus Santos y Gloria de Santabaya, al que acompañaba una amiga, Rolinda Migues, que regresaban de Pirapora a Paracatú, se encontraron en la carretera con media docena de estos aparatos puestos en fila y con sus ocupantes sentados en la cuneta.

Según Temístocles eran unos hombres rubios, pequeños y fuertes, que hablaban can acento alemán. Su esposa, Gloria de Santabaya, aseguraba que eran morenos, delgados y altos y que parecían hablar italiano; y a Rolinda Migues le pareció que llevaban el pelo largo y que parecían mujeres, aunque su voz era bastante recia. Para esta última, su manera de hablar le recordaba a los argentinos.

Se mostraron con ellos muy amables y les invitaron a continuar el camino, haciéndoles al marchar como (loe les echaban la bendición.

Esto dio lugar a comentarios muy diversos y un periódico humorístico hizo a su costa un artículo de mucha risa.

Pocos días después las emisoras dieron una noticia sensacional que inmediatamente fue divulgada por los periódicos de la cadena Scrip Howard, añadiendo más detalles en sucesivas ediciones.

Según esta noticia, en las calles de Londres habían aparecido dos autómatas, imitación de los que tripulaban el aparato del sabio "Reyamrebo".

Se trataba del anunció de una casa comercial, cuya idea sorprendió a la población como si fueran los autómatas verdaderos.

Se creyó que esta idea había tenido enseguida imitadores, porque al día siguiente no se vieron dos sino cuatro autómatas que recorrían las calles de la ciudad, unos anunciando la marca de un coche y los otros sin anunciar nada.

De pronto la B.B.C. dio la voz de alarma, previniendo a la gente contra dos de aquellos hombres mecánicos, que no eran ni mucho menos lo que se suponía, sino los autómatas del profesor Reyamrebo, que habían huido del "platillo volante" que se hallaba custodiado desde el día del aterrizaje.

El pánico fue general y las calles quedaron desiertas, pues el tránsito tuvo que ser interrumpido a causa de los destrozos y víctimas que estos dos autómatas ocasionaron entre los coches, tranvías y todo lo que encontraban por delante.

"La situación en la capital londinense —decía otra noticia —recuerda a los (lías de la última guerra mundial, Nadie se atreve a salir a la calle, porque lo; monstruos huidos del aparato son dueños de la ciudad. Los bomberos han fracasado en sus esfuerzos por reducirlos y también las tropas del ejército, pues los tanques utilizados contra ellos han sido destruidos. Estos hombres mecánicos lanzan unos rayos invisibles de dos clases: unos que desintegran el metal más duro y otros que producen el sueño…"

Conforme se iban recibiendo estas noticias nos fuimos afirmando cada vez más en la idea de que Obermayer ni había sido secuestrado por Simpson ni por los agentes de la "S.S.R.U.", sino que continuaba en Londres y que aquello era obra suya.

—¿Pero qué ha pasado para que el profesor haya hecho esa barbaridad?

—¡Debe estar loco! —dijo Elsa.

Nos encontrábamos en Nueva York con los preparativos de nuestra boda, que debería celebrarse de allí a tres días en San Francisco, y para la cual ya tenía Elsa el consentimiento de sus padres.

Aquel día al regresar al hotel encontramos entre la copiosa correspondencia que recibíamos a diario un cablegrama de Oom, dirigido a Elsa reclamando su presencia en Londres urgentemente.

El cablegrama venía con la dirección de San Francisco y los padres de Elsa se lo habían remitido por avión a Nueva York.

—¿Qué le habrá pasado a esa mujer? Debe estar en un grave apuro —sugirió pensativa mi amiga.

No contesté. El cablegrama aquel me había puesto de mal humor.

—¿Qué crees debemos hacer?

—¡No sé, no sé! ¿No podíamos esperar a celebrar primero nuestra boda?

—¡Hombre: se trata de un caso urgente!

—Sí: un caso urgente, ¡Pero también lo nuestro es urgente!

—Lo nuestro puede esperar.

—¡Esperar! ¡Esperar! ¡Si desde que nos conocemos no estamos haciendo otra cosa!

—Como tú quieras… Sin embargo, esa mujer necesita mi ayuda.

Maldije la hora en que había conocido a Oom, el invento de la telegrafía sin hilos y los correos aéreos.

—El correo aéreo no tiene culpa —dijo Elsa—, porque el cablegrama nos lo hubieran entregado al llegar a San Francisco… Después, al regreso… Así también traemos con nosotros a Oom.

No hubo más remedio que ceder.

Estaba visto que a nuestro matrimonio no le había llegado su hora todavía. Y acaso no le llegase nunca.