Capítulo VIII
SATISFICE su curiosidad del mejor modo posible, y al terminar se produjo entre nosotros este diálogo estremecedor, a través de papeles escritos "¿Por qué escribes con la mano izquierda si antes lo hacías con la derecha?" —[tic la primera pregunta.
"Yo escribo con la mano derecha."
"No es verdad. Ésa es tu mano izquierda." "Perdone, reverendo: mi mano derecha es ésta. El que escribe con la mano izquierda es usted." Se me quedó mirando un poco amoscado.
Mi tío, que también se quedara a cenar y asistía en silencio a nuestro coloquio, dijo algo. Debió preguntarle al reverendo.
—¿Qué dice?
El reverendo debió contestarle.
—Tu sobrino se está burlando de mí. Le pregunto por qué escribe con la mano izquierda y me contesta que el que escribe con la mano izquierda soy yo. ¡Como si no supiese dónde tengo la mano derecha!
Y volvió a escribirme.
"Mi mano derecha es ésta" —y extendió la mano izquierda.
"Pues la mía es ésta" —y levanté la mano derecha.
Volvió a mirarme, esta vez con curiosidad.
—¿Qué dice? —preguntaron las dos mujeres. Les expliqué lo que pasaba un poco inquieto. También ellas levantaron la mano derecha.
"Pero, hijo mío—escribió el reverendo—, tú y tus amigos estáis en un error"
Se levantó y paseó, llevándose la mano al cuello una y otra vez como si se asfixiase, lo cual era signo en él de viva agitación.
Confieso que también me sentía muy agitado. Mi tío dirigió al reverendo unas cuantas palabras a las que él, sin dejar de andar, le contestó con monosílabos.
De repente se volvió a nosotros, se inclinó sobre la mesa y escribió.
"A ver si nos entendemos… No quiero creer que me estés tomando el pelo. ¡Mi corazón está aquí!" Irguióse y señaló el lado derecho del pecho.
Sentí un sudor frío.
Se acercó a mí, me apartó la chaqueta y puso su mano en el sitio que, según él, debía de estar el corazón, o sea el derecho. Luego pasó a ponerla en el izquierdo y la retiró, mirándome con una expresión de asombro.
—¡Es imposible! —debió decir.
Elsa y Oom, que seguían expectantes el mudo diálogo me preguntaron:
—¿Que dice?
—Se sorprende de que tengamos el corazón en el lado izquierdo. ¡Esto es horrible!
—¿Horrible? ¿Y entonces dónde deberíamos de tenerlo?
—Según él en el lado derecho, que es para ellos el lado izquierdo.
El reverendo salió y volvió al poco rato con el roquete y la estola y un libro en la mano.
Abrió éste y lo fue leyendo sobre nuestras cabezas, haciendo, al terminar el signo de la cruz. Después escribió.
"Podéis acostaros. Es muy tarde."
Una vieja criada acompañó a mis amigas a un dormitorio.
Mi tío y yo nos levantamos.
El reverendo vino con nosotros hasta la puerta. Allí me estrechó contra su pecho con un abrazo tan fuerte que parecía una despedida.
No recuerdo haber pasado una noche tan angustiosa.
La habitación era la misma que yo había usado unos meses atrás, es decir: lo que yo creía que eran unos meses.
Allí en la pared estaba colgado el retrato de mi madre, y en un rincón, unos zapatos cubiertos de polvo que yo había desechado por inservibles. Me desnudé, apagué la luz y me acosté.