Capítulo XXII
POR el aparato transmisor del automóvil dio aviso a Londres y un par de horas después nos recogieron a todos otros dos coche de la policía.
Simpson y su acompañante fueron encerrados en la prisión de Hastings.
Pero los periódicos no concedieron mayor importancia a este episodio. Ni los periódicos m la policía: estaba la nación demasiado ocupada con sucesos de mayor importancia, como los temporales de agua que azotaban la mayor parte del país, con catástrofes semejantes a las que se habían producido últimamente en Estados Unidos y en Europa, lo que había dado lugar a un estado de alarma y de psicosis colectiva indescriptible.
Nadie dudaba ya de que todo aquello era obra de la "S.S.R.U." y la opinión general censuraba al Gobierno por no adoptar de una vez una actitud enérgica, incluso lanzándose a un ataque por sorpresa contra tan cobarde agresor antes de que fuese demasiado tarde.
El Gobierno llevaba tres días reunido en consejo y por otra parte era incesante el movimiento diplomático en el Foreign Office a donde habían sido llamados urgentemente los embajadores en la "S.S.R.U.", China y la India.
En Estados Unidos ocurría otro tanto.
Noticias aún no confirmadas aseguraban que los rusos habían concentrado una gran flota submarina en el océano Glacial Ártico y que otra gran flota de aviones supersónicos se estaba concentrando a toda prisa en el casquete polar.
Una mañana estábamos hojeando los periódicos cuando llegó corriendo Obermayer.
—¡La guerra es inevitable! —exclamó—. Puede ser cuestión de horas o de minutos. No creo que tarde más.
—¡Debo ir a reunirme con mis padres! —pidió Elsa.
—Ya no hay tiempo. Además han sido suspendidas las líneas aéreas de viajeros.
—¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?
—¡Huir! No queda otra solución. Pero tampoco esto es posible por ahora. El automático ha sido incautado por el Gobierno y ya no nos pertenece… He querido recuperarlo… El ministro de Defensa se opone. Me ha pedido que me ponga a su disposición para el caso de tener que emplearlo como arma de combate… He estado todo el día de ayer con el Gobierno… Pretenden la construcción de varios miles de autómatas, si yo les doy la fórmula de los nuestros…
—¿Y usted puede hacerlo? —preguntó anhelante Elsa.
Obermayer nos miró un momento en silencio y luego prosiguió:
—NO, no puedo… Les he dicho que no puedo —después, bajando la voz, añadió—: Y además no debo…
—¿Por qué?
—Porque no quiero intervenir en las disputas de unos hombres que no son los de la Tierra.
—¡Pero, profesor! —exclamé impaciente—, todo lo que haga en favor de estos hombres es como si lo hiciera en favor de los otros ¿No están ocurriendo aquí y "allá" a la vez las mismas cosas?
—¡Evidentemente! —afirmó Elsa—. ¡A estas horas, "allá", en la Tierra que usted dice, se está produciendo idéntica situación! Si no ayuda al mundo libre y éste resulta destruido, en la verdadera Tierra ocurrirá lo mismo. ¿Y qué encontraremos en ella cuando lleguemos?
Aquel argumento era de mucha fuerza para no tomarlo en consideración.
Por ello Obermayer bajó la cabeza.
—A no ser —dije para darle más ímpetu a nuestras razones—, a no ser que esa teoría de la semejanza resulte una historia inventada por usted…
—¡Su suposición es estúpida, señor!
—¡Pues entonces hágalo, profesor! ¡Quién sabe si el destino le ha elegido para salvar a la civilización occidental!
—Nadie puede salvar a una civilización… El destino de toda cultura es envejecer y morir.
—¡No se trata do, la civilización solamente! ¡Es la vida de la humanidad!
—Para ustedes la humanidad es la civilización occidental: la otra humanidad no cuenta… No, no puedo hundir a esa parte de la humanidad para salvar a la otra.
Elsa fijó su mirada en los ojos del profesor. Tenía las mejillas pálidas.
—¡Sin embargo, si yo se lo pido…!
Obermayer murmuró como un sonámbulo.
—Bien: pero les hago responsables de lo que ocurra después.
El profesor se puso enseguida a las órdenes del Gobierno, o, por mejor decir, fue éste el que se puso a las órdenes del profesor en su deseo de llevar a cabo, con la mayor celeridad, aquel importante plan de fabricación de "máquinas de asesinar".
No lo volvimos a ver hasta pasados tres días, pese a que entre tanto sobrevino con apocalíptica violencia el estallido de la tan temida guerra mundial número tres.