66

A Charlie lo recibió en el aeropuerto LAX un chófer que llevaba un cartel con su nombre escrito en él. De hecho, la mejor parte del viaje fue entrar en la limusina, una novedad para Charlie. Esperaba que sus compañeros de viaje en clase turista pudieran verlo en ese momento. Él con sus Levi’s, botas, camiseta y chaqueta de cuero negro. Ellos con sus trajes de ejecutivos. Sabía que parecía un traficante de drogas o un músico de rock, y se lo habían hecho pasar mal en el SFO, obligándole a poner las manos contra la pared mientras los policías del pequeño aeropuerto registraban su equipaje y lo cacheaban. Se les pasó la bolsita de marihuana que llevaba en el bolsillo de la cadera, debajo de su pañuelo sucio.

—Soy Charles Monel —le dijo al chófer, que era un chico joven, delgado, con gafas muy oscuras y piel pálida.

El chófer abrió la puerta de atrás y Charlie le sonrió.

—Gracias —dijo, y se golpeó la cabeza al subirse.

La secretaria de voz dulce de Bill Ratto había enviado a Charlie billetes de avión y le había preguntado qué hotel prefería. Charlie no sabía nada de los hoteles de Los Ángeles, y la secretaria lo puso en el Beverly Wilshire. Durante todo el camino hasta allí, circulando sobre todo por calles secundarias y evitando autovías, el chófer habló de sus propias ambiciones en Hollywood.

—Yo no soy como la mayoría de los chóferes —dijo—. Son todos escritores o actores. Yo voy a producir. —Explicó que en Hollywood sólo el hombre que controlaba el talonario de cheques tenía poder creativo—. Todo el mundo tiene que lamerle el culo al productor —dijo el chófer. Sus ojos se encontraron con los de Charlie en el espejo—. ¿Puedo darle un consejo? —le preguntó a Charlie.

—Claro.

—No se frote los ojos. Sólo lo empeora.

Charlie se detuvo.

—¿Qué demonios es eso?

—Partículas en suspensión —dijo el chófer.

La habitación de Charlie en el Wilshire era bonita, pero nada especial. De algún modo, había esperado lujo. Había una lucecita roja parpadeante en su teléfono. El mensaje era de Bill, pidiéndole que llamara enseguida.

—¡Charlie! ¿Qué te parece el sur de California?

A Charlie no se le ocurrió ninguna respuesta, y Bill tampoco la esperaba.

—Tengo que hacer un par de cosas por aquí, luego podemos almorzar en la planta baja del hotel.

Charlie encontró el restaurante El Padilla en la parte trasera del hotel. Dio su nombre al camarero de uniforme, que lo llevó a un banco. La sala estaba ocupada en tres cuartas partes de su capacidad, y era un hervidero. Charlie sintió una especie de excitación nerviosa que no tenía nada que ver con su reunión. ¿Y si entraba una estrella? Quien entró fue Bill Ratto, que se sentó a su lado y le dijo al camarero que les trajera menús y un teléfono. Así que había que cumplir con todos los clichés. Bill llevaba traje y corbata y se había guardado en el bolsillo del pecho las gafas de sol, de las que asomaba una varilla insolente. La camisa era blanca; la corbata, de seda, pero aún así tenía aspecto de Hollywood. Por el bronceado, tal vez. Bill tenía la cara más delgada y había perdido pelo. Ya no parecía un búho, más bien un halcón. Un halcón de dibujos animados.

Se volvió hacia Charlie y le tendió la mano.

—Te presentaré a mi socio —dijo—. Pero mientras, cuéntame: ¿cómo estás? Se te ve muy bien, con un poco más de peso, pero bien. ¿Cómo está tu mujer?

—Jaime está bien —dijo Charlie.

No había venido porque su relato se había convertido en algo más largo. «No dejes que te enreden con ninguna actriz», le había dicho y le había dado un buen beso. Kira quería una camiseta de Hollywood.

El camarero enchufó el teléfono y, con una sonrisa de disculpa, Bill cogió el aparato y se puso a hablar en voz baja. Charlie cogió el menú, tratando de no escuchar. Cuando dejó el menú, otro hombre se estaba acercando hacia ellos con una sonrisa radiante. Era muy apuesto según el estilo de Hollywood, de cabello oscuro y vestido con pantalones vaqueros y una camisa azul sin cuello. Estrechó la mano de Charlie.

—Tú debes de ser Charles Monel —dijo—. Soy Bud Fishkin.

El apretón de manos de Fishkin era firme y seco. Fishkin se deslizó en el reservado y pidió un menú y un teléfono. De repente, Charlie estaba rodeado de productores con teléfonos que murmuraban en los aparatos mientras él trataba de no sentirse avergonzado. Pero, por supuesto, nadie los estaba mirando y nadie se reía. Charlie empezó a escuchar las conversaciones con discreción. Ratto estaba hablando con su secretaria, repasando las llamadas telefónicas que se habían recibido desde que había salido de su oficina. Fishkin estaba hablando con su agente. Charlie tuvo ganas de llamar al camarero y pedirle su propio teléfono, así podría llamar a Jaime y decirle que se estaba perdiendo un almuerzo muy gracioso.

—Bill me dijo que estuviste en Corea —dijo Bud Fishkin con voz cordial después de colgar—. Debo decir que tienes pinta.

—Tenemos una idea para la película —comenzó Ratto—, pero primero me gustaría explicarte algunas cosas. ¿Recuerdas tu libro?

Charlie sonrió.

—Sí.

—Bueno, no exactamente así, pero con ese espíritu. Las novelas son gruesas. Las películas son planas. Queremos aplanar tu novela, pero conservar la misma intensidad, el mismo sabor. Por eso nos gustaría que trabajaras con nosotros en el guion. Si quieres. Si no te molesta demasiado.

—Las novelas son violadas y asesinadas en Hollywood —dijo Fishkin con una sonrisa amable—. Muchas veces el escritor del libro es demasiado protector. Puede que tú no seas así porque el libro nunca se publicó. Así que no tienes nada que olvidar, nada que defender.

—Ya veo —dijo Charlie—. Queréis que os ayude con la violación y el asesinato.

Fishkin rio.

—Puedes ser el primero.

Tanto Charlie como Ratto rieron.

—¿Qué gano yo? —preguntó Charlie, secándose los ojos con una gran servilleta roja.

—Espera un momento, espera un momento, me tomo en serio esa pregunta —dijo Fishkin—. ¿Qué ganas tú? En primer lugar, tu novela ahora verá la luz del día, aunque bajo una forma algo distinta. Esto debería o podría ser una gran satisfacción creativa, y todas esas chorradas. Y luego está el dinero. Puede haber un montón de dinero en una película, un dinero en el que ni siquiera piensas, derechos residuales, ventas al exterior, series de televisión, suma y sigue. Y si te labras un nombre como guionista, puedes hacerte muy rico. Y puedes conseguir un mayor control.

—Eso es importante —dijo Ratto—, porque con este primer guion no tendrás mucho control. Eso hay que ganárselo.

—Tienes que aprender el oficio —dijo Fishkin con una sonrisa.

—¿Cuál es la trama de mi película? —preguntó Charlie.

El camarero se acercó, y Charlie se dio cuenta de que ninguno de los otros hombres pidió nada para beber, excepto café. Charlie hizo lo mismo. No iba a emborracharse y dejar que se aprovecharan.

Después de que el camarero se fuera, Fishkin y Ratto cruzaron una mirada, como diciendo: «¿Tú o yo?».

—Déjame a mí —dijo entonces Ratto—. La película es sobre ti, Charlie. Un héroe de guerra que es capturado por los chinos y luego tiene que sobrevivir en el campo de prisioneros, a pesar de que tiene tuberculosis. Es una cuestión de supervivencia.

—Se trata de vencer al mal —dijo Fishkin.

—No es muy parecido a mi libro —dijo Charlie.

Fishkin levantó una ceja.

—¿En serio? Describe tu novela en una sola frase. La frase que verías más tarde en TV Guide.

Charlie pensó un momento y luego dijo reflexivamente:

—Un montón de capullos atrapados en una guerra.

—¡Me encanta! —exclamó Fishkin.

Los viernes en Enrico's
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