Capítulo 1
Jake salió se la peluquería con la sensación de estar desnudo, después de haberse cortado el pelo casi al rape. Se detuvo en la polvorienta acera, sacó un papel del bolsillo, donde tenía anotada una lista de cosas, y tachó una más. Había ido a la floristería, al banco, a la peluquería... Le quedaba ir a la ferretería, al supermercado ya...
-Hola, Jake.
Levantó la vista y sonrió.
_Hola, Trilla Dean.
_Vas a ir al baile del domingo?
-Cariño, ya sabes cómo nos llevamos el baile y yo.
Si fuera a ese baile, acabaría por lesionar a la mitad de las mujeres de New Hope.
-No exageres, no bailas tan mal.
-No, soy pésimo, y tú lo sabes tan bien como yo.
Trilla Dean soltó una risita.
-Te reservaré un baile dijo-, por si a última hora decides ir.
-De acuerdo dijo Jake sonriendo y sacudiendo la cabeza.
Trilla Dean Moyers era de su edad. Debía haber engordado unos veinte kilos desde que salía con ella y acababan todas las noches en la parte trasera de su camioneta, pero con aquellos ojos azules y su dulce sonrisa, no parecía tener más de veinte.
Jake sacó otra lista, la lista de la compra de Pete.
-Dos docenas de huevos -leyó con dificultad.
Pete tenía una letra muy enrevesada.
-Hola, Jake.
Jake volvió a levantar la vista para ver a una pelirroja con dos niños colgados de su falda. Pobre Connie, otra vez embarazada, pensó.
-Hola, Connie, ¿cómo está Mick?
-Está mejor, pero sigue muy enfadado por lo de la Harley. Te habrás enterado de que quedó hecha chatarra. Ven a vemos algún día, ¿de acuerdo?
-De acuerdo -dijo Jake, con la sincera intención de hacerlo.
Connie era otra de sus antiguas compañeras de clase. También con ella había salido en alguna ocasión en los tiempos del instituto.
Jake se disponía a guardarse las dos listas en el bolsillo y a dirigirse a la ferretería cuando vio un Cadillac descapotable de color melocotón aparcar al otro lado de la calle. Se apoyó en la pared de ladrillos, calentada por el sol, para ver a la conductora. Ésta abrió la puerta, sacó las piernas Y salió del coche. Tenía un cuerpo diseñado para elevar la temperatura ambiente unos diez grados. Se inclinó para recoger el bolso, y Jake tuvo que quitarse el sombrero y limpiarse el sudor de la frente. Alguien tendría que decirle a aquella chica, pensaba, que a las mujeres como ella no se les debía permitir llevar vaqueros ajustados. Y menos cuando llevaban sandalias rosas de tacón alto.
Pero, afortunadamente, nadie se lo había dicho.
Jake flexionó los hombros, disfrutando de la sensación de calor en sus doloridos músculos. No le gustaban las ciudades, y menos la ciudad de New Hope, Texas. Pero, a nadie le amarga un dulce, pensaba, y atisbar por un instante su fantasía favorita, hacía que el viaje mereciera la pena. Uno de aquellos días iba a perder los nervios y...
Vaya. La rubia se disponía a ir a una de las tiendas que había al otro lado de la calle.
«Bueno, ya que estoy aquí...»
Se apartó de la pared, se metió los papeles en el bolsillo, se ajustó el sombrero Stetson y cruzó la calle, sin apartar los ojos del encantador trasero de la rubia.
Jake solía olvidar los nombres con facilidad, incluso podía olvidar una cara. Qué demonios, hasta llegaba a olvidarse de la suya en alguna de sus infrecuentes juergas. Algo que jamás olvidaba, sin embargo, era un buen trasero. Y ya había visto aquél en particular en demasiadas ocasiones, sin haber visto la cara de su dueña.
La primera vez fue el día de la subasta de la horrible mansión del viejo Barringer, junto con todo su mobiliario y objetos. Habían asistido personas de todos los estados circundantes.
Normalmente, Jake no habría sentido interés por un acontecimiento semejante, pero aquel hombre tenía una yegua magnífica, así que le pareció buena idea probar suerte en la subasta y allí estaba ella, de pie, a un lado, de brazos cruzados y con la cabeza erguida, como si pensara que estaba por encima del resto de buitres que trataba de hacerse con las pertenencias del viejo zorro.
Jake consigui6 la yegua, pero cuando concluyó el papeleo, la mujer se había marchado. Desde entoncés, la había visto media docena de veces y siempre a distancia, en ocasiones andando, pero la mayoría de las veces, paseándose en aquel lujoso Cadillac descapotable. Imaginaba que lo había comprado en la subasta del viejo H. T. Barrington.
Jake prefería verla caminar, porque andaba de un modo que debía poner en marcha todos los sismógrafos al oeste del Mississippi.
A Jake siempre le habían gustado las mujeres un poco salvajes, ligeramente vulgares y estrictamente poco duraderas. Suponía que aquella podía responder a las dos primeras categorías, por el pelo, el tipo de maquillaje, los pantalones ajustados y la media tonelada de chatarra que llevaba por joyas.
En cuanto a la duración, lo mismo le daba que fueran veinte minutos que un año. Demonios, ni siquiera su matrimonio había resistido un año, aunque sus efectos habían durado mucho más tiempo.
La mujer estaba hablando con el dueño de la tienda. Jake abrió la puerta y sonó una campanilla, anunciando su entrada. El cartel que había sobre la puerta decía Boutique infantil y las estanterías estaban llenas de ropa y adornos de colores pastel. Jake se sintió tan fuera de lugar como un elefante en una cacharrería.
Por otro lado, afuera hacía tanto calor como para derretir el asfalto, y el aire acondicionado de la tienda funcionaba a la perfección, de modo que pensó que lo mejor sería aguantar como fuera allí dentro.
Sintiéndose fuera de su elemento, Jake se metió en uno de los apartados, ocupado por cochecitos de niño y juguetes de plástico que colgaban del techo. Desde donde estaba, podía ver a la rubia de espaldas
y a la hija del viejo Harper, Faith, la dueña de la tienda, de frente. Se había topado con Faith una o dos veces y le parecía una buena chica.
Aunque a Jake no le interesaban mucho las buenas chicas.
Las dos mujeres estaban enfrascadas en una conversación y Jake no quería interrumpir sin antes hacerse una idea de la situación, de modo que esperó el momento oportuno de intervenir. No se sentía bien merodeando en una tienda de ropa de niño, pero una de las cosas que había aprendido en sus días de rodeos era que resolver una situación difícil era cuestión de tiempo. .
Otra cosa que había aprendido era que él no siempre tenía la paciencia suficiente el año pasado, o fue el año anterior cuando repartiste tanto dinero en Shacktown? -preguntaba Faith, mientras Jake escuchaba sin dejar de mirar los artículos de la tienda. Pensó en acercarse al mostrador como por casualidad e introducirse en la conversación. Lo único que necesitaba era una introducción, una excusa. A partir de ahí podría apañárselas.
-¿Y tú cómo lo sabes? -dijo la rubia-. Se suponía que era un secreto.
-Pero cariño, aquel día toda la ciudad se enteró antes de la horade cierre del banco. Decían que mandaste al viejo Joe Sakett a Shacktown y que le diste un montón de sobres llenos de dinero.
-Oh, por Dios, Faith, no estaban llenos de dinero.
Ése fue el año que cumplí veintisiete años y no podía mandarle veintisiete dólares a cada familia, quiero decir que es muy poco dinero, me gasto más en la manicura.
«Bonito vestido premamá», pensó Jake.
'-¿Y qué hiciste? ¿Regalar veintisiete dólares y cincuenta céntimos? Sólo a ti se te ocurriría algo así.
La rubia se encogió de hombros. Unos bonitos hombros, según comprobó Jake.
-Añadí un cero. Bueno, ahora... ¿podemos olvidarnos del tema para que pueda contarte...?
-Oh, Dios mío, Priss, no me digas. ¿Doscientos setenta dólares en todos los buzones de Shacktown?
A propósito, poner cosas en los buzones de la gente ¿no va contra una ley federal?
-No lo sé. De todas formas nadie se quejó.
"Priss, se llama Priss. Qué gracia, no tiene pinta de llamarse Priss», pensó Jake, tenía más aspecto de llamarse Dolly o Wynona.
-Pero, Faith, lo que quería decirte era... oh, a propósito, necesito una docena de esos ositos de peluche que cuelgan de una cuerda. Es para mi fiesta de cumpleaños. Y no pienso ponerlos en ningún buzón, así que no me mires así.
«¿Una docena de ositos de peluche?»
Así que iba a celebrar su fiesta de cumpleaños.
A Jake se le ocurrían varias formas de ayudarla a celebrarlo; en ninguna de ellas tenían cabida unos ositos de peluche.
-De todas formas -continuó Priss-, no sé si me van a dejar colgarlos. Supongo que tendrán el techo del hospital lleno de adornos.
«¿Hospital?»
Faith puso los brazos en jarras. Llevaba un vestido de verano corto. A Jake le había costado algunos minutos darse cuenta de que era una embarazada muy guapa.
-Priss -dijo Faith-, ese hospital funciona gracias a las donaciones de tu padre. Si hay alguien que pueda celebrar algo en él, ésa eres tú.
-Yo no contaría con ello. Nunca se me ha dado bien utilizar mis influencias.
Jake se aclaró la garganta. Tenía ganas de hacer notar su presencia, pero al mismo tiempo tenía la ligera sensación de comportarse como un caradura por ser testigo de aquella conversación. Pero antes de que pudiera pensar en marcharse, la hija de Harper lo vio, esbozó una sonrisa atenta y profesional y se dirigió a él.
Jake fingió hojear un libro.
-Señor Spencer, ¿puedo ayudarle en algo?
-¿A quién? ¿A mí? Pues... no, gracias. Sólo estoy mirando. Uno de mis empleados va a tener un niño, bueno, su mujer, claro, pero... -dijo Jake y se encogió de hombros, como diciendo «sólo soy un hombre, no puedo evitar sentirme estúpido en un lugar como éste».
Se dirigió a la puerta y en el camino, golpeó una pila de conejos de peluche. Evitó que tres cayeran al suelo y, con manos temblorosas trató de reponerlos todos en su lugar. La hija de Harper volvió al mostrador diciendo:
-Cuando se decida, dígamelo, ¿de acuerdo? -Sí, se lo diré.
Jake estaba a medio camino de la puerta, lleno de rubor, cuando oyó decir a la rubia en voz baja: _Quién es ése?
-¿No lo conoces? Yo creía que en esta ciudad todo el mundo conocía a Jake Spencer.
«Eso pensaba yo», pensó Jake algo sorprendido.
Hubo un tiempo en el que era conocido en todas partes
No hacía mucho tiempo que viviera en Shacktown con su madre, desempeñando trabajos extraños, jugando al billar y buscando problemas. En el colegio, estuvo varios cursos por delante de Faith, y, por supuesto, de la rubia, pero eso no debía suponer un impedimento para que ellas hubieran oído hablar del chico que era el sueño de todas las alumnas del instituto y la peor pesadilla de sus padres. Si la rubia no le recordaba era porque no era de la ciudad.
Cuando murió su madre, Jake se introdujo en el circuito de rodeos, para alivio de todos aquellos padres preocupados por sus hijas. Había terminado por casarse, pero su mujer había gastado hasta el último céntimo que él ganara y lo había abandonado yaciendo en la cama de un hospital en Tulsa, con las dos piernas escayoladas.
Jake estaba junto a la puerta de la tienda cuando cometió el error de echar un último vistazo a la rubia. La mujer estaba examinando unos muñecos de peluche que había en una estantería. La primera vez que oyó la expresión «poesía en movimiento», pensó en un caballo pura sangre, en aquellos momentos se dio cuenta de que tenía una aplicación mucho mejor.
La rubia llevaba un jersey de cuello alto rosa de punto ajustado a su cuerpo y dando forma a sus pechos redondeados. Jake maldijo en silencio, preguntándose por qué no podía acercarse a ella y pedirle que saliera con él. ¿y si le decía que sí? y allí mismo decidió que antes de que terminara el verano, de un modo o de otro se las arreglaría para quitarle aquellos pantalones ajustados y llevársela a la cama. Y, siendo un muchacho generoso como era, se aseguraría de que disfrutara tanto como él de cada minuto que pasaran juntos.
-Bueno -dijo la rubia con un inconfundible acento de Texas-, de todas formas, he decidido que lo que este año quiero para mi cumpleaños es un niño.
¿Un niño? ¿Decía en público, sin el menor rubor, que quería tener un niño? «¿Pero es que soy invisible o qué?», se preguntó Jake.
Faith quiso decir algo, pero Priss se lo impidió.
-Oh, ya sé lo que vas a decir, que lleva nueve meses, pero, Faith, piensa .un poco, tú vas a dar a luz en noviembre, si yo me doy prisa, podría tener en mío en abril. Nuestros niños pueden crecer juntos. ¿No sería maravilloso?
-Priss, ¿has... quién...?
-Nadie, tonta, y no, no lo he pensado, pero he pensado en ir al banco de esperma.
Con una mano en el picaporte, Jake se dio la vuelta, banco de qué?
-Priscilla Joan, ¡no! ¿Por qué quieres hacer una cosa así? -dijo Faith, y era, exactamente, lo que Jake se estaba preguntando. Había oído hablar del banco de esperma de New Hope hacía cinco años, sabía quién lo había donado a la ciudad para el bien de las generaciones futuras de habitantes de New Hope, y al oído se fue de juerga durante cinco días seguidos.
-…sola en el piso de Willow Creek -decía la rubia-, así que pensé, ¿por qué no? Es como si todas las mujeres de la ciudad se estuvieran quedando embarazadas. No había visto tantos modelos premamá en toda mi vida. Así que pensé, ¿por qué no yo? ¿Por qué no puedo tener un hijo si quiero uno?
Faith apretó el brazo de Priscilla Joan con más fuerza de la que Jake le hubiera supuesto y empujó a la rubia hasta una silla de color blanco.
-iSiéntate! Ahora me vas a escuchar a mí, Prissy. Que no se te ocurra hacer una tontería sólo porque Eddie se fue para casarse con Grace Hudgins.
Priss-Prissy-Priscilla se encogió de hombros otra vez. A Jake, que empezaba a estar tan fascinado por la mente de la rubia como por su cuerpo, se le ocurrió que podía haber dado lecciones de danza a una bailarina árabe.
-Oh, él. De todas formas no me gustaba tanto. Jake pensó que la expresión de Faith era de duda y de compasión al mismo tiempo, lo que le hizo preguntarse quién sería el tal Eddie.
Pero, fuera quien fuese, en aquellos momentos no tenía importancia.
Con estudiada indiferencia, y como por casualidad, Jake se dio la vuelta para examinar unos muñequitos que había cerca de la puerta. Desde allí tenía una visión perfecta del perfil de la rubia, <<venga, decídete, imbécil. Acércate a ella y consigue que quede contigo», se decía.
La rubia tenía la frente amplia de la que nacía una cabellera rubia que a Jake lé recordaba un pajar donde no le importaría yacer con ella. Tenía los ojos marrones, tal vez demasiado oscuros para una rubia natural, pero, qué diablos. Tenía la nariz pequeña con algunas pecas, pero era una nariz preciosa, y eso que Jake nunca se había fijado en las narices de la gente.
En cuanto al resto de su cuerpo... Con la mirada siguió la ruta que descendía desde su boca. Los senos redondos, los vaqueros ajustados, que parecían haber encogido un par de tallas...
Le sorprendía estarse comportando como un chiquillo de quince años en lugar de como un viejo vaquero de treinta y cinco.
-Esta mañana he cometido el error de pararme a comprar algunos libros, pero me olvidaba de que los jueves está la señorita Agnes -dijo la rubia-. Sinceramente, Faith, esa mujer tiene la lengua muy larga. Parece muy dulce, con su pelo blanco y sus vestidos de seda pero ¿sabes lo que me ha dicho? Me ha dicho que yo no estaba hecha para ser madre.
Jake, fijándose una vez más en sus caderas, "estaba de acuerdo con aquella afirmación. Sería una pena que aquel cuerpo se estropeara. .
-Priss, tienes que haberla entendido mal. La señorita Agnes es una buena persona, sólo un poco...
-La he entendido perfectamente! Sus palabras exactas fueron que lo mejor que podía hacer era comprarme una muñeca, así, cuando me cansara de ella, podía dejarla tirada sin preocuparme por nada. ¿Qué te parece?
Faith volvió a mirar en dirección a Jake, y él, sonrojándose bajo una piel curtida y morena, fingió gran interés por un pañuelo con un estampado de mariposas. Aunque la tienda estuviera en llamas, no se habría ido.
-Oh, Priss, ya conoces a la señorita Agnes, ladra mucho pero no muerde.
-Le dije que era mi dinero y mi decisión, y lo que es más, mi cumpleaños, y si decido tener un niño, nadie me lo va a impedir, y mucho menos una cotilla que extenderá el rumor por toda la ciudad antes de que yo salga del banco de esperma.
-iPriss, no me digas que le has dicho eso!
-Bueno, la última parte no, pero me dieron ganas.
-Tengo que admitir que la señorita Agnes tiene razón en una cosa -dijo Faith con suavidad-. Tener un niño sin un marido no es un asunto como para tomárselo a broma, y yo lo sé muy bien.
De repente, parte de la alegría que transmitían las dos amigas pareció desvanecerse. El propio Jake tenía sus propios recuerdos respecto a aquel comentario. El día que se enteró de la existencia del banco de esperma, decidió que Tex Baker, el rico bastardo que lo fundó, debía ser la persona más hipócrita del mundo.
-Oh, ya lo sé -dijo Priss-. Mira, Faith, sé que, probablemente no fuiste al banco de esperma... por lo menos eso es lo que se dice.
Faith se aclaró la garganta. «Cariño», pensó Jake, «tienes menos tacto que un cactus». La rubia prosiguió.
-Pero si alguna vez quieres decirle a alguien quién es el padre, sabes que yo seré más callada que una tumba, porque a mí no me gustan los cotilleos.
Jake cerró los ojos con incredulidad.
-y si te hace falta ayuda en la tienda cuando llegue momento, sabes que puedes contar conmigo.
-Gracias, me acordaré. Beth estará en el colegio, así que seguramente me hará falta.
Jake se sintió culpable. No había entrado en aquel lugar para espiar una conversación privada. Sólo quería ver bien a aquella rubia, eso era todo. Pero, por lo visto, sus botas no querían llevarle en dirección a la puerta.
-y, Prissy, no te lo tomes a mal, pero la señorita Agnes tiene razón. Hacer un curso de diseño de jardines es una cosa, y seguramente puedes hacerlo muy bien, pero tener un niño es algo muy distinto.
-Oh, por el amor de Dios, Faith, yo creía que al menos tú lo entenderías.
-Priss, lo entiendo, pero...
-¡No, no lo entiendes! Eres como todo el mundo en este pueblo apestoso! Crees que no soy capaz de hacer nada! Crees que sólo porque mi padre es el dueño de... .
En aquel momento, Priscilla, que llevaba, sentada todo aquel tiempo, se levantó, y Jake pudo verla bien por primera vez. Era una mujer g\iapísima. Tenía lágrimas en los ojos y estaba furiosa, pero al mismo tiempo daba la sensación de estar desamparada.
Jake quería, desesperadamente, estrecharla entre sus brazos y consolarla. Estaba sinceramente avergonzado de haber escuchado aquella conversación, sólo porque pPetendía encontrar el modo de abordar a aquella mujer. Tenía la sensación de que nunca había caído tan bajo, pero lo cierto era que nunca había pPetendido ser un caballero.
Con la precipitación de salir de allí sin que las mujeres se dieran cuenta, le dio con una bota a un exhibidor moviéndolo lo justo para que Priss se tropezara con él en su precipitada salida.
Evitó que se diera de bruces contra el suelo, pero al hacerlo, chocó de frente contra ella y, allí mismo, entre una familia de osos polares de peluche, la estrechó entre sus brazos y contempló los ojos más grandes y profundos que nunca había visto.
-Le ruego me perdone, señora... señorita Prisa -dijo, tan avergonzado como si le hubieran sorprendido espiando por una ventana. Aspiró el olor de aquella mujer. Olía a algo parecido a maíz recién cortado, pero mucho más dulce. Se apretó contra ella involuntariamente, apreciando cada curva de su cuerpo, antes de considerar que estaban en un lugar público y a plena luz del día.
Faith se acercó a ellos precipitadamente.
-Priss, ¿estás bien?
-¿Hum?
-¿Que si... os conocéis? ¿Priss? Jake?
Una sonrisa cálida iluminó los ojos grises de Jake.
-Creo que se puede decir que nos hemos tropezado una vez o dos -dijo.
La señorita Priscilla Joan, que vivía en Willow Creek y estudiaba diseño de jardines, parpadeaba cuando Jake volvió a dirigirle su atención. y Jake perdió al instante el hilo de sus pensamientos, si es que alguna vez lo había tenido, al ver aquel rostro suave y hermoso.
-Creo que le he manchado el sombrero de maquillaje -dijo Priscilla disculpándose-. Espero que no sea muy caro. Si me dice su talla, le compraré uno.
O puedo darle el dinero.
Era el sombrero favorito de Jake. Lo había comprado después de su primer gran negocio con la venta de caballos, le había costado ciento cincuenta dólares y, después de llevarlo muchos años, estaba como nuevo.
.-¿Dinero por esto? Bah, no se preocupe -dijo-, sólo me lo pongo cuando tengo que ir al establo.
Priscilla dejó escapar un largo suspiro y Jake retrocedió, apartándose de ella lo justo para que no se diera cuenta de lo mucho que aquel contacto lo estaba afectando. Era muy embarazoso para un hombre de su edad no tener mayor control sobre su cuerpo.
-Bueno, si está tan seguro -dijo Priscill<!y pasó el dorso de una mano por los ojos, estropeando su maquillaje todavía más. Luego levantó la mano y raspó con la uña el ala del sombrero de Jake, que había cuidado de no doblar durante tantos años-. He oído que la tónica era buena para quitar las manchas... o puede que sea el alka-seltzer... tónica? ¿Alka-seltzer?
A Jake le parecía que aquella mujer decía cosas que no tenían sentido, pero ¿a quién le importaba? Con la melena enredada en el cuello tenía un aspecto muy desarreglado, pero era un aspecto que a Jake le gustaba mucho. Le habría ofrecido cinco mil dólares por irse a su casa con él y permitir que celebrara con ella su cumpleaños, sólo que no sabía cómo introducir el tema sin brusquedad.
Trató de encontrar algo más inteligente que decir, algo que la impresionara, algo que le demostrara lo honorable y educado que era. Pero se limitó a permanecer en silencio y a acompañarla a su descapotable y sostener la puerta de su coche mientras se despedía de ella tocando el ala de su estropeado sombrero.
Priscilla sonrió. Tenía la clase de sonrisa que podría detener una locomotora, incluso a pesar de tener dos dientes manchados de carmín.
Un cliente se acercó y Faith, que había permanecido en la puerta de la tienda, se dio la vuelta, lanzó una última mirada de preocupación, y, de mala gana, volvió a entrar. Jake trató de pensar en algún modo de prolongar aquel momento y entonces decidió que tal vez lo mejor sería no hacerla. Priscilla parecía muy preocupada por tener niños y cosas así, y él era un hombre que valoraba la libertad por encima de todo.
Con pesar, observó cómo apoyaba su hermoso trasero en el asiento de cuero. Luego le saludó agitando la mano en el aire y se dio cuenta de que llevaba tres anillos, aunque ninguno en el anular de su mano izquierda.
y Eddie, fuera quien fuese, la había dejado para casarse con otra. Probablemente, pensó Jake, sería un imbécil, si no no era posible que abandonara a una mujer como aquélla.
Se quedó mirando cómo se alejaba el Cadillac y pensó en lo que había averiguado. Se llamaba Priscilla Joan. Tenía mucho dinero y estaba estudiando diseño de jardines, le gustaban los muñecos de peluche, pero no tenía niños.
¡y estaba pensando en acudir a un maldito banco de esperma!
Pues que fuera, se dijo. Era una mujer rara, aun que su rareza era muy especial. Tenía la impresión de que debía ser una de esas mujeres a las que cuesta mucho mantener. Ya había conocido a una de ellas y había tardado años. en recobrarse. Algunas lecciones se aprenden del modo más duro. Y otras no se aprenden nunca.
Frustrado y algo deprimido, fatal combinación, se dirigió al aparcamiento que había detrás de la ferPetería, donde había dejado su camioneta. Unos minutos después se dirigía hacia el norte, seguro de tres cosas: uno, las mujeres están locas, y la rubia lo estaba algo más que la mayoría; dos, un hombre está fuera de su elemento en una boutique; y tres, por muy peligroso que fuera, tarde o temprano, la mujer de los vaqueros ajustados y el polo rosa iba a acabar en su cama, con maquillaje o sin él, eso poco importaba.
A los treinta y cinco años, Jake Spencer se conocía bien a sí mismo. No le quedaban ilusiones y muy pocos ideales. Lo que tenía era una buena y sólida reputación de ser un honesto tratante de caballos, un modesto rancho a unos kilómetros al norte de New Rope y una considerable alergia a la alta sociedad.
Tenía un objetivo a corto plazo y uno a largo plazo. El objetivo a corto plazo se refería a la rubia, y le daba la impresión de que el comienzo había sido bueno. Su objetivo a largo plazo era fácil. Cuando tuviera cuarenta años, la edad de su padre cuando le había echado de casa, iba a ser más rico y más duro de lo que el viejo había sido en su vida.
Para conseguir ambas cosas, disponía del tiempo necesario.
Era el mismo hombre. Priss se había cruzado con él varias veces, pero nunca lo bastante de cerca para. verlo bien. Era la clase de hombre en el que una mujer casi se veía obligada a fijarse. Delgado, larguirucho, ancho de hombros y con una mirada que despertaba toda clase de pensamientos maliciosos. Incluso antes de hablar con él, sentía cierta excitación cada vez que lo veía.
Pero sólo era un pendenciero. Su padre se revolvería en su tumba si supiera que tenía tales pensamientos sobre un hombre que no era más que un provocador. .
Pero había aprendido muchas cosas. Sabía, gracias a esa experiencia, por qué nunca se había excitado mucho con Eddie Turner, a pesar de que habían salido durante meses y le había dejado besarla y desabrocharle la blusa.
Tropezarse con aquel vaquero había sido el acontecimiento culminante en un, de otro modo, aburrido día de cumpleaños. Al menos, aquella vez, pensó con una sonrisa, nadie podría acusarla, como el año anterior, de tratar de hacer amigos por medio de la organización de una barbacoa en la que invitó a media ciudad. Nadie fue, sin embargo, exceptuando a Faith y a su madre, hasta que Sue Ellen apareció con un puñado de hombres que había recogido en un café. Algo realmente encantador por su parte, ya que aquello restaba clientes a su propio bar. .
Priss terminó regalando las tartas y parte de la comida al departamento de bomberos voluntarios, pero la carne llevaba tanto tiempo bajo el ardiente sol de julio que muchos bomberos se pusieron enfermos. La noticia se publicó al día siguiente en los periódicos, con una fotografía suya luciendo aquel vestido blanco bastante estropeado que había estrenado el día de su puesta de largo en Dallas con dieciocho años.
Después de aquello, tardó semanas en volver a aparecer por la ciudad, muerta de vergüenza.
Pero ni siquiera 'la barbacoa fue tan desastrosa como la fiesta que dio su madre para celebrar su décimo segundo cumpleaños. Nora Barrington invitó a seis niños y seis niñas, hijos e hijas de los ciudadanos más prominentes de la ciudad. Acudieron cuatro. Las dos niñas se pasaron la tarde hablando entre ellas y cuchicheando, mientras los chicos tiraban comida y los sombreros de papel a la piscina sin dejar de hacer comentarios maliciosos sobre los senos de "las niñas, que comenzaban a crecer.
Pero lo peor fue escuchar el comentario de Rosalie, el ama de llaves, diciéndole a la cocinera que el precioso reloj Cartier que sus padres le habían regalado, lo había elegido y envuelto la secretaria de su madre.
-y la señora ni siquiera se ha molestado en verlo antes de dárselo a la niña -decía el ama de llaves-.
Te digo una cosa, Ethel, esa pobre niña me recuerda a los cachorros abandonados en las cunetas, esperando que llegue alguien y los adopte. Que Dios ayude a la criatura si algún hombre poco recomendable se acerca a ella y le da una palmadita en la cabeza, porque desde ese momento se le caerá la baba por él.
Furiosa y avergonzada, Priss tiró su reloj nuevo por el water, estropeando ambos, el reloj y el inodoro. Como castigo, sus padres la dejaron en casa cuando se fueron a Europa tres días después. No la habían llevado consigo en ninguno de sus anteriores viajes, pero aquella vez se lo habían prometido.
Pero tenía veintinueve años y no doce.
Rosalie seguía siendo su ama, de llaves, a pesar de que sus padres habían muerto. Ya que nunca había llegado a convivir con ellos, no llegó a guardarles un luto muy riguroso. Era adulta y debía dejar de soñar. Era quien era y si no le gustaba a la gente, mala suerte, aunque lo cierto era que ella intentaba ser amable con todo el mundo. Incluido el hombre con el que había tropezado en la tienda de Faith.
Le había parecido mucho más guapo de cerca.
Y además, la había mirado de un modo... como si fuera un gran helado de nata y fresa...
El cielo se cubrió de nubes negras y una tormenta se cernió sobre la parte oeste de la ciudad. Priss trató de recordar si en la terraza había dejado algo que la lluvia pudiera estropear, pero no podía concentrarse, su mente estaba ocupada pensando en lo que había sentido al lado de Jake Spencer. Había sido tan caballeroso...
Bueno, en realidad no había sido caballeroso. Era demasiado duro como para ser caballeroso. Olía a caballo, heno, colonia y sudor. Sonrió mientras se dirigía a la tienda de cosméticos para comprar laca de uñas, preguntándose si Jake Spencer sabía lo atractivo que era el honesto olor a sudor frente a las rebuscadas colonias que utilizaban tantos hombres.
Pasó en la tienda de cosméticos casi quince minutos. La señorita Ethel buscaba un elixir bucal y Prisa la ayudó a comparar los precios. Finalmente, de vuelta en el coche y en dirección al sur, por Oak Street, puso la radio y sintonizó una emisora en la que sólo emitían música country, sú favorita. Clint Black cantaba la historia de un amor desolado y se le ocurrió pensar que el vaquero con quien se había tropezado en la tienda de Faith era una versión más alta, mayor 'y más dura de Clint Black. Tenía su misma sonrisa torcida y maliciosa.
Se preguntó si el vaquero sabría cantar Y se preguntó, también, si él sentiría la misma electricidad estática que ella sintió. Aunque probablemente sólo se debiera a la tormenta que se avecinaba sobre la ciudad.
Pero no le importaría conocerlo mejor, aunque lo cierto era que era poco probable que tuviera la oportunidad de hacerlo. Tenía el aspecto de ir al restaurante de Sue Ellen o al Little Joe's Café, que más parecía un saloon. Sue Ellen tenía mejor comida, excepto por el chile, pero Joe tenía mesa de billar.
Priss solía comer en Antonio' s cuando se quedaba a comer en la ciudad, lo que probablemente significaba que no volvería a toparse con el vaquero, por que los vaqueros no tenían por costumbre ir a Antonio's.
Antes de dirigirse a su casa, Priss se detuvo en el hospital para dejar los juguetes que había comprado en la boutique de Faith, porque si iba después de cenar, como solía hacer, para leer cuentos a los niños, se encontraría dormido a alguno Juguetes y cuentos, probablemente era demasiado para un sólo día, pensó. Había aprendido mucho sobre los niños en el año y medio que llevaba trabajando como voluntaria en el ala infantil del hospital.
Al abandonar el hospital se dirigió al supermercado para comprar comida congelada, su alimento durante los días que Rosalie se había tomado para visitar a su hermana.
Finalmente, llegó a Willow Creek Road. El aire olía como si alguien estuviera quemando rastrojos, probablemente, aprovechando la inminente lluvia.
La tormenta estaba cada vez más cerca y ya veía los rayos y oía truenos. Era la culminación adecuada para 'Un día 8-e cumpleaños que había empezado mal desde el momento en que se había roto una uña buscando un tubo de dentífrico en una caja.
Se sentía un poco triste, un poco abatida, pero se dijo que su cumpleaños todavía no había terminado. Todavía le quedaba la noche y los niños. Tal vez al año siguiente le estuviera leyendo un cuento a su propio hijo, aunque no lo entendiera.
Vio que un coche de bomberos venía en dirección contraria y como el camino era estrecho se apartó hacia la cuneta, a pesar de que el camión no llevaba la sirena en funcionamiento. Tal vez la quema de rastrojos se le había ido a alguien de las manos y se estaba quemando algún campo.
Jake estaba a medio camino de su casa, pensando en un negocio que tenía que hacer en Dallas y en la rubia cuando oyó una voz por la radio que utilizaban los rancheros locales para comunicarse entre sí.
-El fuego de Willow Creek está bajo control –decía.
¿Willow Creek? .
-New Hope, diríjase a una casa ardiendo en la esquina de Matlock y Guntrum. Billy, diríg_te hacia allí con el camión cisterna. SouthFork va a mandar...
Hubo algunos comentarios más, pero Jake había dejado de escuchar. Giró en redondo y se dirigió de vuelta a la ciudad sin pensar en Petemoss y el resto del equipo, que esperaban el cemento y los alambres que él llevaba para ellos en la parte de atrás de la camioneta y que necesitaban para construir los cimientos de la extensión del establo.