Capítulo X
El próximo campeón

Yo tengo la camiseta argentina tatuada en la piel, con el 10 en la espalda y la cinta de capitán en el brazo izquierdo. Que no se vea no quiere decir que no se sienta, que no la sienta. Por eso, que hayan pasado treinta años sin volver a ser campeones del mundo me duele mucho. Me lastima el alma. Me habría encantado que la Selección hubiera ganado otro Mundial, conmigo o sin mí.

¿Cómo voy a festejar no haber dado otra vuelta olímpica con esa camiseta? ¿A quién se le puede ocurrir eso?

Hubo uno que escribió, antes del Mundial de Sudáfrica, en 2010, que yo no quería que la Selección, ¡que mi Selección!, saliera campeona del mundo ahí, para que Messi no levantara la Copa, para que Lio no me superara… Pero ¡cabrón!, si salíamos campeones en Sudáfrica, yo iba a tener otro título más ¡y como entrenador! O sea que, para superarme, si es que yo tenía miedo de eso, siempre según este tipo, Messi iba a tener que ser entrenador después, llegar a la Selección, dirigir en un Mundial y ser campeón. Mirá vos, cómo no iba a querer yo ser campeón en 2010. Yo le puedo decir al que escribió eso que nunca va a saber lo que es defender una camiseta nacional. Y que nunca va a estar corriendo en una cancha o sentado en un banco, poniéndole el pecho a la situación.

El talento no se mancha

Para que quede clarito: yo hubiera querido llegar a este año, 2016, con siete estrellitas más arriba del escudo. Pero no, carajo, tenemos dos, nada más. Y para mí es una puñalada en el corazón.

Se puede explicar, sí, porque todo se explica, pero el dolor es el mismo. Es el mismo. Podría empezar por decir que a los alemanes les dejás una gota de sangre y te vacunan. ¡Te vacunan! Y tres veces, cuatro veces en estos últimos treinta años los tipos se nos cruzaron en el camino y no nos dejaron levantar esa Copa del Mundo que yo levanté por última vez hace tanto tiempo. Si voy de una punta a la otra de la historia, de 1986 a 2014, podría decir que aquella Selección era más fuerte de la cabeza, que llegó a la final en su mejor momento, que fue creciendo a medida que pasaban los partidos y que en la final los alemanes podían asustarnos un poquito, como nos asustaron, pero nosotros nos sentíamos imbatibles.

En Brasil, yo vi a una Argentina cansada, desde el primer partido hasta el último. Creo que hubo cuatro o cinco jugadores que mantuvieron la estabilidad como para decir «Somos Argentina», pero nada más. No doy nombres, pero por supuesto Messi y Mascherano estaban entre ellos, entre los que más pusieron el pecho. Pero los demás, los demás estaban muy cansados. Se había vuelto muy monótono el juego. Si no atacaba Messi, no te levantabas de la silla. Y, ya en la final, cuando Alemania tampoco tenía la fuerza para llegar —porque no la tenía—, la Argentina dependía mucho de Lio, que justo no tuvo su mejor partido. Y lo pudo ganar igual, lo pudo ganar igual… Pero le dejamos una gota de sangre a los alemanes y Götze nos vacunó.

Estuve de acuerdo con la frase que tiró Mascherano, en un momento, y me sirve de nuevo ahora, por los treinta años que han pasado sin festejar: él dijo que se había cansado de comer mierda. Y yo también.

Ese Mundial, el de Brasil, fue muy especial para mí. Hice un programa que amé hacer, como De Zurda, con Víctor Hugo Morales, y todas las noches me daba el gusto de recibir a una figura, de opinar. Por supuesto, a la FIFA no le gusta que se opine de la FIFA cuando no es a favor. Y a la AFA tampoco. Encima, me quisieron ensuciar de la peor manera, cuando me trataron de mufa. Los Grondona me trataron de mufa. Entonces les escribí una carta. Para que supieran, todos, lo que sentía. Y para que supieran, también, que no iba a aflojar.

El día que jugué mi partido de despedida, dije que la pelota no se mancha. Hoy lo sigo pensando, no por haber dejado de jugar fútbol, dejé de ser un futbolista. Los muchachos que salen a la cancha representando al seleccionado argentino no son once desconocidos para mí, al contrario, son mis amigos, mis hermanos. Quienes me conocen bien lo saben y, por mi país, por mi familia y amigos, doy la vida, jamás les desearía una desgracia.

Hay que ser muy perverso para afirmarlo. Di, doy y daré la vida por el seleccionado argentino, dentro y fuera de la cancha. Tobillos hinchados, uñas descarnadas, lágrimas de alegría y tristeza deportiva, son los trofeos que alzo en mis brazos.

Porque el talento no se mancha, la magia de un tipo como Lionel Messi es indiscutible, y no es producto de una mufa o suerte, porque si hablamos de suerte, yo soy un tipo afortunado. Siento el cariño de la gente todos los días. Los mismos que me quisieron como jugador me siguen queriendo, lo veo en cada foto, cada firma, cada cancha donde se corea mi nombre, en cada carta que llega a De Zurda y cada abrazo que recibo en el planeta.

Estamos construyendo una nueva América Latina, al revés de los poderes que manipulan el mundo. Ellos no nos borran la sonrisa del rostro, ellos no nos quitan la alegría de celebrar un Mundial que está siendo hermoso, y en que la buena suerte de nuestro pueblo no es producto del azar.

La pelota no se mancha, aunque algunos se la quieran comer.

Yo, que les gané a los alemanes en la cancha, también caí con ellos en estos treinta años. Primero, como jugador. Después, como técnico.

En Italia, Grondona regaló la Copa

A Italia 90 llegué impecable, mejor que a México 86. Físicamente. Y futbolísticamente también. Tenía 29 años. Los últimos diez partidos del Napoli los había ganado yo. A México también llegué después de jugar grandes partidos con el Napoli, pero cuatro años después tenía ya dos scudettos sobre el lomo. ¡Dos scudettos con el Napoli! Y repetí la experiencia con Dal Monte, con Signorini, y volaba más alto que cuatro años antes. Me acuerdo de que teníamos una cinta de correr, ahí en Trigoria, y le hacíamos echar humo. ¡Cómo estaba, por Dios!

Pero así como al Mundial había llegado bárbaro, a la final del ’90 llegamos muertos. Yo, desgarrado. Sí, jugué la final desgarrado. Esto no lo había contado nunca. Además de la maldita uña del dedo gordo y del tobillo como una pelota, además de eso. Y de la carga extra de haber dejado afuera a los tanos, claro. Trigoria había dejado de ser el paraíso y se había convertido en el infierno mismo. Más de medio plantel estaba hecho pelota, sin Caniggia, amonestado en la semifinal contra Italia por una boludez. Y encima, Grondona regaló esa Copa. La regaló. Me lo dijo a mí, en la ducha, viejo, y lo voy a seguir diciendo. No me lo contó nadie.

Fue el día previo, cuando fuimos a hacer el reconocimiento al estadio Olímpico. Estábamos en las duchas y se me acercó Grondona…

—Ya estamos hechos, Diego. Llegamos a la final…

—¿¡Qué!? ¿De qué me está hablando, Julio?

—Que ya está, hicimos todo lo posible. Mirá dónde llegamos. Y vos estás desgarrado, encima… Estamos hechos.

—Pero ¿qué le pasa, Julio? ¿Usted no la quiere ganar?

—Lógico que la quiero ganar, pero haber llegado hasta acá ya es un mérito, ¿no? Estamos hechos, Diego.

—¡Hechos, las pelotas! Mañana tenemos una final y nosotros la queremos ganar. ¿Qué? ¿No me diga que usted vendió la final?

Así, juro que fue así el diálogo, chuick, chuick, lo juro por doña Tota y por Don Diego. Y juro que jugué desgarrado contra Alemania, en el posterior. Ni siquiera infiltrarme pudieron, con un desgarro no se podía hacer nada.

Bilardo me dijo:

—Te pongo en el segundo tiempo.

—Me pone en el segundo tiempo y antes lo cago a trompadas.

Creo que les arruinamos un negocio, ¡un negocio grande! Ya estaban hechas hasta las banderitas, mitad italianas y mitad alemanas, para la final que todos querían. Pero los dejamos fuori de la Copa y les cagamos muchos milliardi, seguro. Les sacamos la final ya vendida por Matarrese.

Rotos como estábamos, esa Alemania no era ni fue más que nosotros. Lo tenían a Matthäus, es cierto, que era mucho más jugador que cuatro años antes y ya no me hacía marca personal a mí, como en México… Manejaba el equipo.

Rotos como estábamos, nos tuvieron que meter la mano en el bolsillo para ganarnos. A ver: el penal no es ni foul, no es ni foul en la mitad de la cancha. Pero Codesal —que después lo admite el tipo, porque no es que sigue diciendo «Fue penal y se acabó»— lo cobra y después le dan un puesto en México como el capo de los árbitros. Claro, a través de los años vos te vas dando cuenta de que favor con favor se paga. Y que por ese gesto que tuvo de hacer campeón a Alemania hoy sigue ahí, y sigue firme. Esas son las cosas que yo no quiero más para la FIFA. No las quiero más.

En Italia 90, Dalma ya entendía bastante todo lo que pasaba. Bastante. Dalmita hablaba italiano a la perfección. Pero como pasó en México 86, yo no quería que nada ni nadie me sacara de mi objetivo. Por eso, aunque estuvieran en Italia, no iban a la cancha. Lo miraban con Claudia por televisión, desde casa. Se ponían unas camisetas de la Selección que les quedaban tan largas que parecían un camisón y se instalaban firmes frente al televisor. Dalma, cuando me veía jugando, me gritaba «¡Diego / Diego!». Era la única vez que me llamaba así, siempre para ellas fui «Papá». Sobre todo Dalma, que es más tranquila. Salvo cuando aparecí en casa después de perder la final contra Italia.

Yo le había prometido la Copa del Mundo y, cuando le di la medalla de plata, me la tiró por la cabeza. Juro que, en ese momento, lloré más que todo lo que lloré en el mismo estadio. ¿Cómo explicarle que sentía que me la habían robado? ¿Para qué? No festejé aquella medalla de plata, jamás. No quise darle la mano a Havelange, tampoco. Hasta el día de hoy me acuerdo de lo mal que me sentí en ese momento al no poder traerle la Copa del Mundo. No me perdono haberle fallado.

Por qué no volvimos a ser campeones

Después viví el duelo con los alemanes como técnico, también. En 2010, se me manca, se me resbala Otamendi y cabecea Müller, que ya lo teníamos recontra estudiado. Había cuatro marcas previstas, que eran Khedira, Klose, Mertezacker y Müller. Y Müller siempre iba al primer palo… Cuando se resbala Otamendi, y la mete Müller, arrancamos perdiendo uno a cero desde el vestuario. Y ya no lo pudimos dar vuelta…

Yo vuelvo a repetir que metería el mismo sistema táctico y el mismo equipo. Porque me hablan de otro mediocampista, de uno más, pero ¿a quién sacaba de los delanteros? Si yo sacaba a un delantero, se me venían los defensores alemanes. Y se lo discuto a cualquier técnico. Hubo muchos que me criticaron porque puse al Gringo Heinze y a Otamendi de laterales. Si hubiera tenido a Roberto Carlos y Dani Alves, los hubiera puesto, pero no los tenía, no los tenía el fútbol argentino. Ojo, yo me echo la culpa a mí mismo del 4 a 0. Pero no les puedo echar la culpa ni a Otamendi ni al Gringo Heinze. En el diario del lunes, claro, salió que Maradona pasó con más pena que gloria por la dirección técnica de la Selección argentina. Para mí, hicimos un trabajo espectacular.

Y dijeron, también, que Messi no había sido para mí en Sudáfrica 2010 lo que yo había sido para Bilardo en México 86. ¿Saben qué? Soy el primero que está en contra de eso. El primero.

Yo creo que Messi jugó un Mundial excelente. A todos los arqueros que enfrentamos los hizo figuras y los hizo… ¡millonarios! Todos se vendieron después de jugar los partidos de sus vidas y lucirse contra Lio. Que no me vengan a hablar de que Messi jugó una copa mala, por favor. El menos indicado para ser señalado por aquella derrota se llama Lio Messi. Para mí, fue el mejor de la Argentina.

Y volverá a serlo, en otro Mundial, en el futuro. Pero ya voy a volver sobre él. Antes, quiero seguir repasando por qué no fuimos campeones durante todo este tiempo, en qué fallamos.

La maldita efedrina

En Estados Unidos 94, si nosotros seguíamos jugando como veníamos jugando, sin que me sacaran a mí, íbamos a ser campeones, no tengo ninguna duda. Porque le habíamos agarrado la mano con el Coco Basile en el ataque, que era tremendo, y en el retroceso, que ahí podíamos quedar expuestos por los nombres que poníamos en cancha. Si vos leés Simeone-Redondo, Maradona-Balbo, Caniggia-Batistuta, lo primero que preguntás es «¿Y quién carajo marcaba?». Y la respuesta es que la pelota la teníamos siempre nosotros. Era un equipazo.

Y sí, sí me sentí perseguido en aquel Mundial. Yo ya me sentí perseguido después de haberles dicho a los dirigentes que ellos tomaban champagne y comían caviar mientras nosotros nos matábamos adentro de la cancha. Desde que dije eso por primera vez, me sentí perseguido. Pero sigo diciendo lo mismo a propósito de aquello: la verdad, la única verdad del Mundial ’94, es que se equivoca Daniel Cerrini, pero lo asumo yo, esa es la única verdad… Nadie me había prometido nada, como se dijo por ahí, que la FIFA me había dejado el camino libre para hacer lo que quisiera y después me engañaron con el control antidoping. ¡No, eso es una mentira enorme!

Lo único que le pedí a Grondona, después, cuando todo pasó, fue que tuvieran en cuenta que no había intentado sacar ventajas, que me dejaran seguir, que me dejaran terminar mi último Mundial. Que hicieran lo mismo que habían hecho con el español Calderé en México, por favor se lo pedí… No hubo forma: me dieron un año y medio por la cabeza, un año y medio por tomar —sin saberlo— efedrina, lo mismo que toman los beisbolistas, los basquetbolistas, los jugadores de fútbol americano en Estados Unidos, justo ahí donde estábamos… Y lo peor es que yo ni me había enterado de que usé efedrina: yo jugué con mi alma, con mi corazón. Todo el mundo futbolístico sabía que para correr no hacía falta la efedrina, ¡todo el mundo!

Yo llegué al Mundial limpio como nunca, como nunca… Porque sabía que era la última oportunidad de decirles a mis hijas: «Soy un jugador de fútbol, y si ustedes no me vieron, me van a ver acá». Por eso, por eso y no por otra cosa, no por alguna gilada que se dijo por ahí, grité el gol contra Grecia como lo grité. ¡No necesitaba droga para tomarme revancha y para gritarle al mundo mi felicidad! Y por eso lloré, y voy a seguir llorando: porque éramos campeones mundiales y nos quitaron el sueño.

Me acuerdo como si fuera hoy, y se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas, cuando se me acercó Marcos Franchi con una cara que parecía que se había muerto alguien. Yo me estaba cagando de risa, para variar, con el Vasco Goycochea y su mujer, Ana Laura. Con la Claudia, con mi viejo… Me dijo que tenía una mala noticia y yo no sabía ni por dónde venía. ¡Me había preparado tanto para ese Mundial, tanto! Era mi regreso, era mi revancha. No terminó de decirme que mi control antidoping contra Nigeria había dado positivo… «Ma, nos vamos del Mundial», le dije a la Claudia, cuando Marcos todavía no había ni terminado la frase. Él quería explicarme que los dirigentes estaban trabajando con el tema, que lo estaban tratando bien. Yo no le creí nada desde el arranque. Nada. Es el día de hoy que no les creo nada. Es el día de hoy que me dan ganas de agarrar todos los papeles, todas las pruebas, llamar al doctor Peidró, que era el único que la tenía clara, y volver a abrir la investigación.

Pero en ese momento no creía en nada ni en nadie. Era el fin del mundo. Por eso, me fui a la habitación, me encerré, empecé a pegarles piñas a las paredes, gritando y llorando, gritando y llorando… Ufff, me imaginaba todo lo que se me venía encima, todo. Pero más me imaginaba cómo les iba a pegar la noticia a mis compañeros. Estábamos en Boston, felices, y teníamos que viajar hasta Dallas, para el partido contra los búlgaros. Era una tortura pensar en las horas que se venían. Me acuerdo cuando llegué a Dallas; todos los medios ahí, toda la gente… Una ilusión tremenda. Y yo tapándome con anteojos negros porque había llorado como un loco, y una cara de orto que no tenía nada que ver con el capitán del equipo que mejor había jugado hasta ahí en el Mundial. Es que yo sabía todo y casi nadie sabía nada. Fue una tortura, una tortura.

Juro que lo vuelvo a contar y se me vuelve a hacer un nudo en la garganta, como cuando hablé después, en aquella nota que pasaron por televisión mientras mis compañeros cantaban el himno. Aquella vez que dije: «Me cortaron las piernas». Porque eso sentía, que me las habían cortado. Y que Grondona, por ejemplo, podía haber hecho más por mí. Arrancó bien, pero después me dejó. Deluca estaba también. ¡Mirá vos, Eduardo Deluca, que hoy está procesado! «Deluca, por mis hijas…», le pedí. No me dieron bola, nadie me dio bola. Y tenían argumentos para defenderme… ¡No había tomado cocaína, carajo, no era reincidente de nada! Y tampoco había tomado nada que me ayudara a correr más.

No me siento ni más ni menos culpable que entonces. Siento que alguien cometió un error y que ese error se podía explicar. Faltaba más de medio Mundial, pero estábamos tan bien, las sensaciones eran tan buenas, que antes de aquel partido contra Bulgaria y después de haberles ganado a Grecia y a Nigeria ya podía sentirme en la final. No sé, estábamos lejos todavía, pero siento que nunca estuvimos tan cerca de volver a ser campeones, y eso que hubo dos finales en estos treinta años, la del ’90 y la de 2014. Digo que estábamos cerca por la forma en la que jugábamos.

Después vino Francia, en el ’98, cuando yo ya me había retirado. La primera vez que me tocó ver un Mundial desde afuera, en serio. Durísimo. Ese equipo de Passarella era un buen equipo, con personalidad, pero pasó que una jugada, en un Mundial, te puede cambiar todo. Estuve aquella tarde en Marsella, contra Holanda. Un pelotazo larguísimo para Bergkamp, que si hubiese sido otro jugador no la agarra; pero nos tocó Bergkamp, acompañaron Ayala y Chamot, Bergkamp la bajó con la punta de los dedos y le definió a Roa. Yo creo que ahí se hizo un buen Mundial.

A Japón, en 2002, los jugadores llegaron saturados. Con todo el respeto que me merece Bielsa —por todo lo que me contó el Gringo Heinze, por el trabajo que sé que hace, por los entrenamientos, porque me parece un técnico espectacular—, me parece que ahí la pifió. Adelantó los tiempos de entrenamiento. Argentina jugaba rápido, más a querer matar los partidos que a tener la pelota… Y así nos fue. Éramos los máximos favoritos y nos fuimos muy rápido, como Francia, igual que en Francia.

En Alemania 2006 nos tenemos que quedar en una jugada fundamental, que es cuando sale el Pato Abbondanzieri para que entre otro arquero, Franco. Creo que ahí es donde le erra el técnico. «No salís», tendría que haberle dicho Pekerman. «No salís». Porque en cualquier momento le metíamos a Messi y les ganábamos el partido. Lo explico: Ballack tenía las medias en los tobillos, Alemania venía de esfuerzos grandes, tenían mucha presión y ya no podían… No le iban a patear al arco. Abbondanzieri sabrá por qué salió y, bueno, tampoco se le puede echar la culpa a él por una copa no ganada, no se le puede echar la culpa a un arquero. Pero fue una jugada fundamental. Estaba para campeón ese equipo. Si pasaba esos cuartos de final, ya no frenaba más.

¿Maradona o Messi? ¡Maradona y Messi!

Muchos me preguntan si el Messi del 2006 fue el Maradona de España 82 y, sí puede ser. Pero ahí ya caeríamos en que el Messi de 2010 tendría que haber sido el Maradona de México 86 y no estoy tan de acuerdo. Los Mundiales son todos distintos, totalmente. Los Mundiales se ganan concentrados y con espíritu de equipo.

Por eso yo no respondo a la pregunta «¿Maradona o Messi?». En todo caso, respondo «Maradona y Messi». Cada uno tiene su lugar de gloria con la camiseta número 10; yo me divertí mucho, gocé mucho. Y no tengo por qué sentir envidia por Lio, que ahora la tiene. Así como digo que Riquelme fue el mejor número 10 que tuvo Boca, la Selección argentina tuvo y tiene los número 10 que saben llevar la camiseta.

Messi, hoy, puede ir y levantar la Copa del Mundo en Rusia. Lo único que le diría es que se prepare él solo. Como hice yo con el profesor Dal Monte, antes de México, que se prepare él solito para el Mundial de Rusia. Porque con el Barcelona está sobrado, está más que hecho, no tiene ningún problema, ya ganó todo lo que tenía que ganar y puede decir, como yo le dije al Napoli: «Los quiero mucho, ya les di un montón, pero ahora mi prioridad es la Selección». Y así puede ir y levantar la Copa en Rusia. Es fundamental que él se prepare mental y físicamente para su última oportunidad. No tiene que empezar ya. No. Pero cuatro o cinco meses antes, sí.

Y lo entiendo cuando dice que cambiaría sus cinco Balones de Oro por un Mundial. Es sincero. Y tiene razón: los cinco Balones de Oro de Messi no creo que lleguen al peso que tiene la Copa del Mundo.

No hablo por envidia. Gané un solo Balón de Oro, es cierto. Y honorífico. Me lo entregaron en 1995, cuando ya había vuelto a la Argentina, a jugar en Boca, y los organizadores, tanto la FIFA como la revista France Football, decidieron cambiar la reglamentación, hacerla más universal, más global, más… en serio. Hasta ahí, tenías que ser europeo para ganar el Balón de Oro. Igual, dos argentinos se habían metido, porque habían jugado en selecciones de allá. Dos grandes, Alfredo Di Stéfano, en el ’57 y en el ’59, y Enrique Omar Sívori, en el ’61. A mí nunca se me ocurrió jugar para otra selección que no fuera la Argentina y menos nacionalizarme, pero un par hubiera ganado, ¿no?

Pienso, hago el jueguito. ¿Cuándo lo hubiera ganado? Y… Desde el ’83 para adelante, varias veces.

¿En el ’83 se lo dieron al frío de Platini? Hice cosas buenas en el Barcelona, me había recuperado de la hepatitis y todavía no se me había cruzado el Vasco Goikoetxea. Le podría haber ganado yo, uno. Anotá el primero.

¿En el ’84 otra vez al francés? Ponele que no, porque me fui del Barcelona ese año, en medio del quilombo y después de la fractura. Sigo con uno, está bien.

¿En el ’85, otra vez a él? Eeehhh, ¿qué pasa, viejo, lo había comprado? Está bien, sigo con uno.

¿En el ’86, Belanov, ¡Igor Belanov!? ¿¡En el ’86!? Bueno, ahí no hay dudas, ¿no? El año del Mundial, con la Selección argentina, por si no se acuerdan. Sumo. Dos Balones de Oro.

¿En el ’87, Gullit? ¿Y yo, papá? ¡Campeón con el Napoli! Había que salir campeón con el Napoli, eh, y después de ser campeón del mundo. Tres. Tercer Balón de Oro.

¿En el ’88, Marco van Basten? Está bien, ganó la Euro. Pero fue un gran año mío ese. Cuarto. Cuatro Balones de Oro.

¿En el ’89, otra vez Van Basten? Ganamos la UEFA con el Napoli. Podría haber sido mi quinto, ya.

¿En el ’90, mi amigo Matthäus? Es cierto, nos ganó el Mundial con Alemania. Pero yo gané el scudetto con el Napoli y fuimos subcampeones del mundo. Sexto Balón de Oro.

¿En el ’91, el francés Jean-Pierre Papin? Ya les costaba encontrar europeos, ¿eh?

No digo todo esto para faltarle el respeto a Messi. Ni mucho menos. Es más, hablé de Messi cuando nadie hablaba. En 2005, me preguntaron por él.

«Messi es distinto. Tiene una marcha más. Es guapo, es… no porque los demás no lo sean, ¿eh?, pero nosotros nos pasamos tanto tiempo buscando un Maradona que por ahí los frenamos a los pibes. Ojo, frenamos a pibes que nos llenaron los ojos y nos llenaron el corazón, pero que tocaron un techo. Siento que Messi no tiene techo todavía, ¿entendés? Yo siento que Messi es el distinto que estábamos esperando», contesté. Buscá, buscá, está en los archivos.

Ojo, Messi todavía no era Messi en esa época. Ahora hablan todos, ahora es fácil. Pero yo ya le veía algo distinto. El trato con la pelota era distinto, la velocidad con la que llegaba para encarar a los europeos era distinta. No se detenía, no se detiene. Por eso yo digo que a él le gusta mucho más el arco que a mí. Yo me detenía más en el juego, más en crear que en hacer goles. Supongo que él también, pero a mí me gustaba hacerlo goleador al número 9. Yo tenía más visión del campo; él tiene más visión del arco.

Creo que dentro de unos años estaremos hablando de un Lio todavía más completo. Tal vez con menos gol, pero seguramente con más juego. Si bien hay un techo que marcó, porque no se puede hacer tres goles por partido todos los partidos, pero va a ser un jugador más completo. Porque los años te van restando velocidad, pero te van sumando experiencia para evitar fricciones innecesarias. Ya lo pensás más. Tirás paredes cuando hay que tirar: hoy tira setenta paredes por partido; por ahí en el futuro tire treinta y sea un jugador más completo, que baje a buscar la pelota a la mitad de la cancha, que patee tiros libres, que cambie de frente.

Yo hoy veo que a los tiros libres de Lio todavía no les temen. A mí me temían. Había lugares de la cancha donde los arqueros decían «la voy a buscar adentro». Pero en los mano a mano, Lio sí que les encontró la vuelta a los arqueros: tiene el tiempo y la velocidad mental como para jugársela a un costado, para enganchársela o para tirársela por arriba, que lo hace como nadie.

Somos distintos, de eso no cabe duda. Seguro. Y eso tiene mucho que ver con la personalidad. Él se toma las cosas con mucha más tranquilidad que yo. En eso, Lio, mentalmente, para tomar decisiones, va en cámara lenta. Yo, para tomar decisiones, era un rayo. Hablo de la personalidad. Ojo, lo digo porque lo conocí como pibe y lo conocí como jugador. Quizá la diferencia que hay es que él toma las decisiones mucho más rápido dentro de la cancha que afuera. Afuera hace lo que se le canta también, ¿eh?, pero está claro que tiene una vida más tranquila que la mía.

Yo tuve que armarme mi equipo, mientras Lio encontró un Barcelona superpoderoso. Pero, ojo, él no tiene la culpa de eso, al contrario. Él se sumó a ese equipo y marca diferencias.

No creo que Messi pueda hacer lo mismo que hice yo en el Napoli. Pero no por falta de talento. Por personalidad. Pero sí estoy seguro de que se divierte jugando al fútbol tanto como me divertía yo. También somos distintos en la rebeldía. Yo era rebelde adentro y afuera de la cancha. Siempre digo, y lo sostengo, que me hice más daño a mí mismo que a los demás. Pero hice lo que sentía. Lio no es rebelde afuera de la cancha, pero se hace respetar.

Por ejemplo, le vino muy bien la capitanía. Y quiero recordar que esa capitanía no se la dieron ni Sabella ni Bilardo; se la di primero yo. Se la di porque veía que se enojaba cuando no se la daban en los entrenamientos. Esa es su rebeldía: hacerles ver a sus compañeros que lo tienen que buscar a él. Yo creo que es como un líder de la Play. En la concentración, juegan treinta partidos y el que gana 16-14 es el mejor. En la cancha, Lio es un jugador de Play y los compañeros entienden que se la tienen que dar a él para que resuelva las cosas. No lo veo como un líder que pedía sentarse con Grondona como lo hacía yo, porque no está en su forma de ser. A pelearse con uno como Grondona irá otro, pero él sabrá todo. Pero sí lo veo, como lo vi, mostrando su rabia en la cancha. Eso sí: no creo que le guste ganar tanto como a mí. No creo…

Las comparaciones que se hacen me parecen pelotudas. Porque las hacen los anti Maradona o los anti Messi. Y entonces a él le dicen que es un catalán que no sabe el Himno y a mí que soy un drogón. Yo me quedo con la comparación que hizo Arrigo Sacchi, un tipo al que quiero mucho, que fue mi gran rival como entrenador del Milan en mis años del Napoli, pero entiende todo.

El tipo escribió en La Gazzetta dello Sport:

Maradona y Messi crean espectáculo, verlos es una alegría también para los adversarios. Maradona fue el intérprete único del fútbol de hace veinte o treinta años. El juego se confiaba más a la habilidad de una individualidad que a una idea de base y a entrenamientos colectivos. De la nada, podía inventar siempre cualquier cosa. Podía jugar en cualquier equipo y volverlo especial. Messi es hijo de nuestros tiempos, ama el fútbol y lo interpreta con profesionalidad y entusiasmo. Su enorme talento es menos instintivo y más cultivado por años de una escuela futbolística. Él se conecta magistralmente con el propio equipo y dentro de esa espléndida orquesta emite acordes extraordinarios. Messi saca ventajas de la sinergia con el equipo para sacar ventajas. Maradona era más autónomo y autosuficiente. Lionel, a diferencia de Diego, no tiene contraindicaciones, pero quizá no tenga todavía su personalidad. Messi es más respetuoso de las reglas, más profesional y menos showman. Pero los dos, cada uno a su manera, aman el fútbol. Marcarán una época y dejarán una señal indeleble en lo más grande de la historia del fútbol.

De acuerdo, en todo. Somos distintos entre nosotros y distintos a los demás. Alejandro Dolina, un grande de la radio al que quiero mucho, mucho, dijo una vez algo que me llegó. Le estaban haciendo una nota en televisión y hablaba maravillas de Messi. Maravillas. Bueno, las maravillas que Messi se merece. Media hora hablando de Messi. Y de golpe, Alejandro Fantino, que era el que lo estaba entrevistando, le preguntó.

—¿Y Maradona?

—Ah, no, bueno, Maradona es otra cosa… Mirá: lo bueno de Messi es que lleva años jugando, años. Para darme cuenta que es el mejor del mundo, lo tengo que ver un año entero. A Diego, en cambio, me bastaba verlo en una sola jugada.

Me encantó. Muy futbolero, Dolina. Eso sí, mejor hablando que jugando, eh, porque una vez hicimos un picado juntos, en Punta del Este, y todavía está tratando de parar la pelota.

Para levantar de nuevo una Copa del Mundo

Antes del Mundial de Brasil, dije que Messi no necesitaba ganarlo para ser el mejor jugador del mundo. Ya lo era, y lo sigue siendo. No tiene nada que ver, no confundamos gordura con hinchazón. Ganar el Mundial hubiera sido bárbaro para la Argentina, hubiera sido bárbaro para los hinchas y hubiera sido bárbaro para Lio. Pero un Mundial más o menos no le va a quitar ni uno solo de los méritos que hizo hasta ahora para estar donde está. Y está con los mejores de los mejores. Que son los que todos dicen. Di Stéfano, Pelé, Cruyff, me ponen a mí… Y él. Tres argentinos. ¡Tres argentinos! Eso es lo que tenemos que tener en cuenta.

Cada uno marcó su época, cada uno marcó su época peléandoles el trono a los otros. Algunos, como Messi, en un mano a mano con Cristiano. En nuestra época había mucha variedad para ser el mejor. Nosotros éramos muchos más para competir. Rummenigge, Zico, Platini. Había mucha más variedad para pasar, para llegar a ser el mejor.

Y yo, de distintas épocas, agregaría a otros tipos. A Rivelino, por supuesto, que fue mi ídolo. Un crack, me encantó sentarme con él en De Zurda, en el Mundial. A Rummenigge, a Romario, a Ronaldo, a Ronaldinho, a Del Piero, a Rivaldo, a Totti.

Reconozco que en muchos casos me pueden el corazón. Me pueden. Los quiero. Algunos me llegan más afectivamente, tengo debilidad por ellos.

Así como con Pelé la cuestión es distinta, más extrafutbolística. Yo a Pelé casi no lo vi jugar, pero el hecho de volcarse hacia los dirigentes y dejar de lado los jugadores de fútbol es una guachada de parte de él. Que no le voy a perdonar nunca y que lo diferencia mucho de mí. Él tiene que saber que lo hicieron grandes sus compañeros; no hubo ningún dirigente que le haya hecho un pase, que lo haya hecho grande a Pelé. Y él se olvidó de eso.

Pero todo eso es historia, y la verdad es que también quiero hablar para adelante. ¿Qué tenemos que hacer para volver a ser campeones del mundo?, me pregunto.

Y me respondo. Para ser campeones del mundo de nuevo, primero y principal tenemos que hacer una AFA seria. Terminar con los amiguismos. Y terminar de decir eso de que este tipo, porque ganó, tiene que estar. Que esté el que ganó, sí, pero que ganó trabajando. Ganó porque tenía un proyecto. Y en la AFA, hoy, no hay proyecto; no existen los proyectos.

Yo les diría a los que comandan la AFA ahora que ya no es más la AFA. Que la destruyeron. Que ya es cualquier cosa. Si 38 más 38 suman 75, entonces estamos muy mal, ¡estamos muy mal! Lo que pasó en las elecciones dio la vuelta al mundo y fue un papelón.

Estamos peleando por el poder y por la guita, en vez de pensar cómo hay que hacer para levantar de nuevo una Copa del Mundo.

Y eso me da mucha bronca. Aparte, nosotros, como país, tenemos que volver a recuperar nuestras raíces. Nuestras raíces dicen que antes los equipos chicos se bancaban con los equipos grandes. Y hoy ves los partidos por televisión, ves esas tribunas sin hinchas visitantes, y parece un partido de solteros contra casados, de entrecasa. De esas cosas hablo cuando hablo de bancar. La competencia interna bajó mucho el nivel, en juego y en presentación.

Y tengo que decir que todo lo que pasa en la AFA y también en la FIFA es pura y exclusivamente grondoniado. Blatter y Platini, con Grondona, están todos juntos en la misma mierda. Y no tengo dudas de que, si no se hubiera muerto, el primero al que se hubiera llevado la Interpol habría sido a Grondona. El primer detenido por Interpol se habría llamado Julio Humberto Grondona. Que eso no le quepa la menor duda a nadie.

Blatter fue lo que fue por Grondona. Y en estos últimos treinta años sin salir campeones del mundo con los grandes ellos nos arreglaban con los Juveniles, ganando con Juveniles. Fueron treinta años, muchachos. ¡Treinta años! Durante toda la época que estuvo Grondona en FIFA no ganamos una Copa del Mundo.

Ahora ya no está. Y hay que hacer todo de nuevo. Todo.

El seleccionador de la mayor tiene que llevar su staff hasta el Sub 15. Basta con eso de que uno juegue con línea de 3 y los otros jueguen con línea de 4. Basta de experimentar. Basta.

Haría como hicieron los alemanes. Un plan que arranque en los pibes y que suba. Empezar a trabajar con los chicos. No puede ser que lleguen a primera y no sepan pegarle a la pelota. No puede ser. No puede ser que no salgan marcadores de punta, enganches. No puede ser. Sería un buen comienzo.

O como los ingleses hicieron con los hooligans, por el tema de la violencia. Los hooligans iban y rompían todo en todos lados. No te podías sentar al lado de otro con otra camiseta porque te pegaban con una cerveza en la cabeza. Y hoy es un deleite ver un partido de la Premier, como lo hago yo cada vez que viajo, o por televisión, desde Dubai. Un deleite.

El fútbol argentino tiene un estilo

Yo no digo que haya que copiar a nadie. Pero hay que mirar lo bueno de cada cosa y hacer lo que mejor se adapte al fútbol argentino y lo que el fútbol argentino necesite.

Y claro que el fútbol argentino tiene un estilo. Y ese estilo hay que recuperarlo. Yo lo defino así: menottista. Quiero decir que nosotros, cuando realmente empezamos a competir con las grandes potencias, fue cuando el Flaco Menotti se puso a trabajar en serio con los jugadores en el ’74, antes del Mundial ’78. La Selección nacional como prioridad número 1. Y que los jugadores de fútbol crezcan y se desarrollen en casa.

Yo fui intransferible, sí. A mí alguna vez me declararon intransferible. Y me hicieron enojar, pero tenían razón. Hoy, si yo lo dejo a Benjamín, mi nieto, tengo a veinticinco empresarios en la puerta de la casa de mi hija para llevárselo o para comprarle el pase. ¡Basta! ¡Seamos serios! Hoy, un jugador como Calleri tiene que pasar por Termas de Río Hondo para venderlo al Inter, que después lo presta al Bologna y termina en el San Pablo. Están de joda, ¿qué quieren inventar? El agua caliente ya está inventada, muchachos.

Para todo eso hay que trabajar desde abajo. Lo que tenemos que hacer es alinearnos y ponernos de acuerdo en un proyecto serio de inferiores, de esas inferiores que se perdieron o se están perdiendo. Sobre todas las cosas, no podemos dejar ir a los chicos antes de los 16 o 17 años. Hay jugadores argentinos a los que quieren nacionalizar porque no jugaron nunca en la Selección argentina. Claro, si se los llevan a los 12 años. No tienen el sentimiento. Al menos, que tengan ya un recuerdo de la camiseta argentina.

Eso es lo mínimo. Y pediría otra cláusula: jugador que tiene representante antes de los 17 años, no puede jugar en su selección, no puede. Los padres tienen que criar a los hijos, no los hijos a los padres.

Por eso, no vayamos a buscar a un salvador. Ni en la familia en particular ni en el fútbol en general. No hagamos eso. Y es mi última respuesta, mi última propuesta. Porque, para cerrar, les dejo una pregunta que nos tenemos que hacer todos si queremos un fútbol argentino mejor, otro campeón del mundo, si no queremos que pasen otros treinta años sin levantar la Copa. La pregunta, hecha desde el corazón, es: Y después de Messi, ¿qué?