Vínculos y agradecimientos

Vínculos y agradecimientos

Cuando existe un fuerte vínculo emocional entre el escenario donde se desarrolla el caso de investigación y el autor la nómina de agradecimientos se torna inagotable, por eso me gustaría pedir disculpas de antemano a todos y todas aquellas que, aun contando con mi agradecimiento y mi estima, no aparecen en estas líneas. Mi nacimiento, mi infancia y mi primera juventud transcurrieron dentro de las coordenadas de la provincia de Teruel, a vueltas entre la capital y el Bajo Aragón. En este sentido, los alemanes tienen un concepto para designar al lugar donde uno nace, crece, aprende su lengua, tiene a su familia, establece sus primeros vínculos emocionales y lleva a cabo su transición a la vida adulta: la Heimat, una palabra cuya raíz es Heim, que podemos traducir como hogar. Se trata de un concepto que no existe dentro de la lengua castellana, no al menos con ese potencial trascendente y espiritual que tiene en la cultura alemana. Para mí eso es y será siempre Teruel, mi tierra, un lugar que siempre tengo presente en cada paso de mi vida, por muy lejos que haya estado de él, hasta el punto que cada regreso produce dentro de mí una sensación de confort y un pequeño vuelco en el corazón. No por nada, el proceso que ha llevado a la culminación de esta obra, doloroso por muchos motivos pero estimulante al mismo tiempo, ha hecho que ya no contemple del mismo modo el territorio que tantas veces he recorrido a pie o en coche. Más bien al contrario, comprender una parte tan significativa de los sustratos de experiencias humanas que atesora en su seno, introducirme en la historia de la que es escenario, ver el sufrimiento que lo ha moldeado me hacen recorrer sus caminos y contemplar sus paisajes con una emoción renovada y nunca antes sentida.

Mis primeras palabras van para gente del Mas de las Matas, pueblo donde pasé los primeros cinco años de mi vida. Quiero agradecer a los hermanos Lucas, Ignacio y Nicolás Pina Cortés, así como a sus padres, Milagros Cortés y Mariano Pina. El simple hecho de haberos conocido y haber podido compartir con vosotros tantos momentos es un privilegio que llevo en el corazón como un tesoro. A pesar de todo lo ocurrido quiero dar las gracias a mi familia materna de Calanda, mis primos Guillermo y José Carlos Leal Lorenz, que fue como un hermano mayor para mí, y mis tíos Guillermo Leal y María Pilar Lorenz Gazulla, a la que siempre he sentido como una segunda madre. Su casa fue un refugio para mi familia durante muchos años, y me quedo con todo lo bueno de aquellos días. Tampoco puedo dejar de mencionar a algunos de mis amigos del barrio de San León en Teruel, los cuales me marcaron de uno u otro modo durante los años de la infancia y la adolescencia. Julio y Pepe Cuenca, Daniel Platero, Luis Adalid, Francisco Arauz, Javier Edo o David Contamina son algunos de ellos. Por supuesto, también quiero tener un recuerdo especial con mis compañeros y compañeras de curso durante los años de educación primaria y secundaria en Las Atarazanas y el Segundo de Chomón, con algunos y algunas de las cuales aún mantengo el contacto. Sin embargo, quiero destacar aquí por diversas razones a Clara Aguilar Pérez, a Alba Hernández Lahuerta, a María Soler Muñoz, a Enrique Corella Escriche. Ya en los años de bachillerato mi agradecimiento a Juan Gimeno y a Juan José Conejero Royuela, por su amistad, recientemente renovada.

Los seis años que pasé en el IES Segundo de Chomón fueron un momento crucial de mi vida, a buen seguro por coincidir con una adolescencia tortuosa y con momentos difíciles para mi familia. Sin lugar a dudas, estoy en deuda con todo el profesorado que además de impartirme sus conocimientos me ayudó en aquel tránsito a la edad adulta donde se entremezclan los recuerdos más amargos y más alegres. No puedo dejar de destacar a Juan Pedro Vivancos, que siempre se batía el cobre por sus alumnos y alumnas más allá del ámbito de las Ciencias Naturales; a Aurora Hernández, que me ayudó a mantener viva mi pasión por la literatura, algo que me ha sido tan útil durante años; a Rafael Esteban, que además de un maestro fue y sigue siendo un amigo por el que conservo un vivo aprecio; por supuesto mi agradecimiento especial para Milagros Montaner, sin duda mi primera maestra y la persona que acabó de forjar mi entusiasmo por el oficio que hoy tengo el honor de compartir con ella.

No solo fueron aquellos profesores quienes me enseñaron a ser persona, sino también los amigos de mi cuadrilla, que son la familia que me escogió y a la que escogí hace ya más de una década. Nuestras puntuales diferencias constituyen una nimiedad al lado del patrimonio de experiencias que he tenido el placer de compartir con ellos a lo largo de estos años de juventud, donde siempre he podido contar con ellos en los momentos difíciles. El simple hecho de citar sus nombres no hace justicia al amor incondicional que siento por sus personas y a todo lo que he recibido de ellos: Jorge Valero, Luis Torrijo, Paco Escusa, Rodrigo Fabre, Pablo Domingo, Pablo Latorre, Rafael Valero, Guillermo Izquierdo, Alejandro Lou, Julio Domingo, Guillermo Chapa, Daniel Ariño, Pablo Pe, Christian Jesús Hernández, Pablo Pérez, Luis Gimeno y Juan López. A pesar de todas las pruebas que cada uno hemos superado, nos hemos mantenido unidos durante todos estos años. Por eso, pasado el tiempo, cuando miremos atrás veremos que una de las mejores cosas que nos ha pasado en la vida ha sido conocernos. No me olvido de la gente de NAS, que también forman parte ya de mi vida y amistades: David Esteban, Fernando Murciano, Guadalupe Caulín, Javier Tena, David Navarro y Francisco Andreu.

También he dejado muchos amigos y amigas en Cataluña durante los seis años en que he vivido allí. Con todos ellos he compartido grandes momentos, cures y delirios varios que siempre tendré en el recuerdo, sobre todo por lo mucho que descubrí sobre mí mismo tras su irrupción en mi vida. Así pues, mi agradecimiento y admiración a Joel Sans, María Ferrerons, Marta Raventós, Marta Jové, Carles Mendicuti, Laura Venegas, Jaume Ramón, Jordi Pujol (el bueno, el de verdad), Marcel Martínez, Dídac Gallego, Carlis, Roger Espluga, Marc González, Ferran Elizalde y Txus López, con el cual me unieron para siempre los momentos inolvidables que vivimos este último verano en el Puerto de Sagunto y en los Jardins de Vivers de Valencia. A mi paso por Cataluña también me encontré casi por sorpresa con una segunda familia, que siempre ha cuidado de mí y me ha dado todo lo que tenía. Vayan por delante pues mi cariño y mi respeto por Josefa Orús, Araceli Cañiz, Agustí Castillo pare y Agustí Castillo fill, con los cuales he compartido las mesas de domingo durante años y, de vez en cuando, el mejor resort de vacaciones en el que he estado nunca: su casa de Fraga, en esa porosa frontera que une y separa las dos tierras que llevo en el corazón.

En el ámbito laboral, donde también hay cabida para las amistades, hay muchas personas que de una u otra forma me han hecho llegar su calor y su cariño a lo largo de unos meses que han sido difíciles, desde la defensa de mi tesis doctoral en junio de 2017 hasta la conclusión de este libro. Aquí va mi recuerdo y agradecimiento para María Gajate, Daniel Aquillué, Cristian Ferrer, Nacho Tébar, Adriana Cases, Pili Mera, Ángel Alcalde, Laura González, César Rina, Alberto Cañas, Claudio Hernández, Alfonso Iglesias, Mercedes Peñalba, Alfonso Bermúdez, Matteo Tomasoni, Lovro Kralj, Antonio César Moreno, Stephanie Wright, Bárbara Caletti y Samuel Fury Daly. Desde aquí hago fuerza por todos y todas ellas para que salgamos airosos de estos años difíciles para nuestro oficio, para que podamos seguir dedicándonos a nuestra pasión devolviéndole a la sociedad parte de la inversión que ha realizado en nosotros. Mi recuerdo también para mis amigos Daniel Canales, José Manuel Lafoz y Alex de Valles Cardero. También, maestros y amigos, tengo que agradecer las palabras, los consejos y el apoyo de Xosé Manoel Núñez Seixas, Miguel Ángel Ruiz Carnicer, Jeff Rutherford, Maxi Fuentes, Luca Baldissara, John Horne, Alan Kramer, Manuel Chust, Carlos Navajas, Miguel Ángel del Arco, Francisco Cobo, Jesús Gascón, Fernando Molina, Óscar Jané, Pedro Rújula, José Luis Ledesma, Antonio José Rodríguez, Mario Lafuente y Zira Box. Un recuerdo especial y toda mi gratitud a José Luis Martín Ramos, a Ferran Gallego y a Paco Morente, que me han acompañado y dado su confianza en estos últimos años de crecimiento intelectual. Su labor en el proyecto de investigación Culturas políticas, movilización y violencia en España. 1930-1950 (HAR2014-53498-P) del MINECO ha sido fundamental para realización de esta obra.

Por supuesto tienen un lugar especial en estos agradecimientos mis maestros, compañeros y amigos del GCF, Javier Rodrigo y Miguel Alonso, cuya amistad ha sido un sostén emocional cotidiano y fundamental en los últimos meses. Las risas que compartimos en nuestras diatribas son siempre impagables, y nuestros escasos pero intensos encuentros siempre son un soplo de aire fresco. A Miguel tengo que agradecerle por encima de todo su lealtad incondicional, su apoyo constante en los momentos más difíciles y el mucho trabajo que me correspondía y con el que ha tenido que cargar injustamente en los diferentes proyectos que hemos compartido y que compartimos. A pesar de tener que sacar adelante su propia investigación, siempre ha estado ahí para recibir algunas llamadas angustiadas nacidas de la soledad que me ha impuesto la vida en estos últimos tiempos, y siempre ha sabido devolverme el ánimo y la pasión por el oficio. Por si fuera poco aún ha tenido tiempo para leer algunos fragmentos de este libro, que se ha beneficiado de sus consejos. Una de las iniciativas que compartimos es la Revista Universitaria de Historia Militar, donde trabajamos codo con codo con otro buen amigo, maestro y compañero como es Fran Leira Castiñeira, cuya investigación fue en su día una suerte de faro que me indicó el camino a seguir. Este trabajo está en deuda con su luz y con la inspiración que despertó en mí su valioso trabajo sobre el ejército sublevado y sus combatientes. Espero de todo corazón que sigamos juntos muchos años.

En lo que se refiere al proceso que ha acompañado a la preparación del libro han sido varias las personas que me han ayudado aportándome indicaciones puntuales, ya fuera contactando directamente con ellas o por mediación de mi padre. Quiero destacar a Eloy Cutanda y a José Luis Castán, este último secretario del CECAL, así como también a los amigos de la Asociación Pozos de Caudé, Paco Sánchez y Miguel Ángel Soriano, entre muchos otros que tanto han hecho por sacar a la luz el pasado oculto de nuestra tierra. También a los archiveros y archiveras del Centro Documental de la Memoria Histórica, por su ejemplar quehacer a pesar de las múltiples dificultades que cada día imponen los recortes económicos sobre su silenciosa labor. Por último, aunque no menos importante, quiero agradecer la ayuda desinteresada de Ricardo Hernández e Isabel Urueña que pusieron a mi disposición documentación pública e inédita de valor.

Estoy en deuda con Klaus Schmider, por su apoyo en estos meses difíciles. Desde la defensa de mi tesis doctoral, en cuyo tribunal participó poniendo a mi disposición sus conocimientos sobre la Segunda Guerra Mundial, la relación profesional y la amistad que hemos forjado ha sido importante para mí. La lectura que hizo de este manuscrito me ha aportado valiosos consejos y anotaciones que han contribuido a su mejora y que serán muy importantes de cara a mis futuros proyectos centrados en los estudios de la guerra. Por supuesto, la responsabilidad por los errores y desatinos que puedan contener estas páginas me competen a mí en exclusiva.

A Assumpta Castillo, mi compañera, con quien comparto el más hermoso de los proyectos que he emprendido en lo que llevo de vida, uno de comprensión, amor y convivencia. Mi mayor alegría en todos estos meses ha sido saber que el destino le ha devuelto parte de lo que le debía en forma de oportunidad para demostrar su enorme valía y potencial. Si no le dedico este libro en su primera página es porque creo que vendrán más, y porque en justicia tendría que hacerlo cada vez que escribiera algo. Ella ha leído todo el borrador de esta obra, me ha aportado sus consejos y me ha ayudado con su corrección, además de haberse dedicado plenamente a mí en la última semana de redacción, si bien soy el único responsable de cualquier error que pueda contener. Junto a ella tengo que referirme a mi familia de sangre, mi hermano Alejandro y mis padres, Mari Carmen y Antonio. A estos no solo les debo el haberme apoyado en todo desde mi más tierna infancia, sino también el haber estado en guardia ante las dificultades que han envuelto la gestación de esta obra. De hecho, a mi padre le debo el haber sido entusiasta puente sobre el territorio, brindándome su ayuda para contactar con algunos de los testimonios de época que tienen cabida en esta página y reuniendo algunas de las informaciones que aparecen en el libro. También Baldufa y Bullanga, que me han acompañado cada día y en casi cada paso durante los últimos años, y que han aliviado cada momento de soledad y angustia en los meses de redacción de esta obra con sus juegos, sus peleas y sus mimos.

Por supuesto, mi más sincero agradecimiento va dirigido a mi amigo y editor, Félix Gil, por su comprensión, su confianza y su apoyo en todo momento. Sin su entusiasmo y determinación no habrían sido posibles ni las páginas de este libro ni muchas otras que ya constituyen aportaciones netas en los debates y el florecimiento de los estudios de la guerra en el mundo hispanohablante. Personas como él al frente de iniciativas y cargos de responsabilidad en la producción y difusión del conocimiento y la cultura siempre serán garantía de éxito.

Quiero dedicar unas últimas palabras de homenaje a nuestros pueblos y a su milenaria civilización rural, que aún hoy y desde hace casi doscientos años siguen resistiendo a duras penas los embates de la modernidad. Las comarcas turolenses congregan centenares de ejemplos. En su radical modernidad, fueron la guerra civil del 36-39 primero y el franquismo después los que comportaron el principio del fin para no pocos de ellos, después de haber desgarrado su tejido social y económico de forma irreparable y de haber empujado a sus gentes a la miseria material y espiritual, al ostracismo en sus propios pueblos y al exilio en el mundo urbano. Sin embargo, el proceso venía de lejos, con sus hitos en las guerras carlistas y las desamortizaciones, especialmente la de Madoz. A lo largo de estas páginas aparecen las voces de algunos y algunas de los últimos y más egregios representantes de ese mundo que hoy parece condenado a la extinción, a los cuales quiero añadir la del historiador turolense Pompeyo García Sánchez, por su apasionada investigación y su ejemplar curiosidad, que me ha servido como estímulo y fuente para este libro. Mi más sincero agradecimiento a todos y todas ellas. Este libro es, sobre todo y ante todo, un reconocimiento a su lucha silenciosa. Así pues, como decían unos ilustres paisanos: «Que muera la muerte y que viva Teruel».