Capítulo 10
Gabe se despertó poco a poco. Sintiendo cómo entraba el sol a través de la ventana. Hacía calor y estaba cubierto de sudor, pero, por extraño que pudiera parecer, no se sentía mal. Más bien al contrario, sentía un abrumador bienestar. Se sentía feliz. ¿Cuánto tiempo hacía que no se despertaba con aquella sensación?
Rodó a un lado y se topó con un bulto en forma de mujer.
Se quedó helado.
Era su casa, su cama, su mejor amiga.
Oh, no.
Había hecho el amor con Charlotte, varias veces en realidad.
Se había prometido no tocarla y... pero aquello no era una buena noticia. Hacer el amor con su mejor amiga podía dar pie a una relación condenada al fracaso. Sabía muy bien lo que estaba en juego y a pesar de ello se había portado como la mayoría de los hombres: había antepuesto el cuerpo a la cordura.
De haber sabido que aquello iba a ocurrir, se habría encerrado en casa, desconectando el teléfono y se habría sentado en el salón con las luces apagadas para no dar señales de vida.
Cerró los ojos y lo invadieron las imágenes de la noche previa.
Saltó de la cama, y se dirigió a la ducha. El agua calmó su cuerpo, pero, por el contrario, despejó su mente.
Charlotte no era una cita de sábado por la noche, se dijo, era, posiblemente, la mujer más importante de su vida y no podía utilizarla de aquella manera.
«Pero quizás no la estuvieras utilizando».
Ah, la voz de la conciencia, siempre tan servicial. Como siempre sus consejos de nada servían, porque él no quería una relación con cualquiera y mucho menos con la única mujer cuya amistad quería mantener por el resto de su vida. Si mantenía una relación con ella acabaría por perderla, la situación era tan simple como eso.
«Muy bien, estropéalo todo, adelante, haz lo que quieras, te dejo que tú solito lo eches todo a perder».
Ya era hora de que la conciencia lo dejase solo, se dijo. Salió de la ducha y comenzó a secarse. Se miró fugazmente en el espejo. Su mirada estaba llena de furia. Lo cierto era que estaba peor de lo que pensaba. No dejaba de discutir consigo mismo.
Se vistió y se acercó al dormitorio. Charlotte seguía durmiendo. Al verla, no vio lo que veía siempre en todas sus relaciones. Al verla supo que con ella no se vería sumergido en una escalada de reproches, de celos, de pequeños dramas. Sabía que jamás se harían daño el uno al otro.
Mientras siguieran siendo amigos.
Pero, él la conocía y sabía que quería casarse, enamorarse perdidamente. Y lo merecía, pero no con él. No con él porque no quería perderla. No con él porque sabía que tarde o temprano él acabaría por darse cuenta de que había algo en ella que no podía soportar y ella acabaría por cansarse de sus juegos, de su humor y él querría entonces volver a su antigua vida, a la que ahora llevaba.
Y no quería hacerle algo así a Charlotte, al menos no intencionadamente. No quería que ella se hiciera ilusiones porque no quería decepcionarla y porque no quería perderla. Por nada del mundo quería perder a la amiga que tanto necesitaba. Y la necesitaba desesperadamente, Dios, hasta qué punto la necesitaba.
«Control de daños. Para esto antes de que sea peor».
Buscó un trozo de papel y un lápiz y apuntó:
Charlotte, nos vemos a las siete en Hennesy ‘s. Gabe.
Suspirando, la dejó en la mesilla y luego, porque no podía evitarlo, la besó en la frente antes de marcharse. «Después de esta noche ya no podré tocarla nunca más», se dijo. «Pero tienes que parar esto antes de sea demasiado tarde».
—¿Qué te ocurre? —le espetó. Wanda nada más entrar.
Charlotte se detuvo, con una sonrisa de sorpresa.
—¿A qué te refieres?
—Estás cantando y tú nunca cantas.
Ryan se acercó.
—Y te he visto bailar en el pasillo. Sí, dinos qué es lo que pasa.
—Nada, que estoy contenta —dijo Charlotte, abrazando la carpeta de los dibujos—. ¿Está prohibido o qué?
—Estás más que contenta —dijo Wanda con cierta severidad, estudiándola como si fuera un microbio en un microscopio—. Estás resplandeciente.
Ryan escrutó su rostro, luego se detuvo, abriendo mucho los ojos.
—Oh, no.
—Oh, no, qué.
—Has ganado, ¿no? —dijo Ryan riéndose—. ¡Espera a que Gabe se entere!
Charlotte reprimió una sonrisa. Wanda chascó los dedos.
—Eso es. Ya me parecía a mí que había reconocido esa mirada, solo que nunca la había visto en Charlotte.
—Miau —dijo Ryan, mirando a Wanda, sonriendo—. Púlete esas uñas, tigresa. Bueno, Charlotte, ¿quién es el afortunado?
—¿Cómo? Me parece que no es asunto vuestro —replicó Charlotte, dirigiéndose a la oficina. Ryan y Wanda la pisaron los talones.
—Oh, vamos, Charlotte. ¿Cómo esperas que me olvide de un cotilleo de tal calibre? ¡La pandilla tiene derecho a saberlo!
—Sí, Charlotte —insistió Wanda—. No puedes guardarte el secreto.
—¿Derecho a saberlo? La libertad de cotilleo no figura en la constitución, me parece —dijo Charlotte, tratando de mostrarse severa, aunque en realidad estaba tan contenta que poco podían afectarle los comentarios—. Mi vida sexual es cosa mía y solo otra persona conoce los detalles y eso solo porque la cosa no sería nada divertida si no los conociera —bromeó.
Ryan se deshizo en carcajadas. Wanda resopló, escandalizada.
—Al menos, podrías decirme qué tal fue —insistió Ryan.
—¿Qué tal fue? —dijo Charlotte. Por mucho que lo intentó, se le aceleró el pulso y se le iluminó la sonrisa que esbozaba desde que se levantó—. Increíble, maravilloso, estratosférico —dijo, satisfecha, y se dirigió a su puesto de trabajo.
Gabe se sentaba en una de las altas mesas redondas de Hennesy's. Era el punto álgido de la hora más feliz del día y había muchos hombres y mujeres riendo, flirteando y haciendo cola en la barra para pedir algo de comer y un margarita. Él, por su parte, mecía su pinta de cerveza. Consultó el reloj. Charlotte llegaría en cualquier momento. El resto de los chicos de la pandilla llamaban a Hennesy's «El bar de los corazones rotos» porque era un sitio muy elegido para las rupturas. Era el lugar perfecto para ello: público y bullicioso en él era difícil ocasionar una escena. Lo había elegido por hábito y también por cobardía. No estaba seguro de cómo se tomaría
Charlotte la noticia de que la noche anterior había sido un error en toda regla, una decisión equivocada a la que les habían abocado sus cuerpos. En realidad, ni siquiera él sabía cómo tomárselo.
Antes se pondría una pistola en la sien que hacerle daño a Charlotte, pero romper en aquel momento era el único modo de prevenir males mayores.
«Por supuesto, estás asumiendo que anoche fue tan importante para ella como para ti».
Sí, claro, por supuesto, le dijo a la voz de su conciencia, a la que ya empezaba a echar de menos.
Dio un largo trago de cerveza. Claro que había significado para ella tanto como para él. Nadie habría salido inmune de aquella noche. Bastaba con recordar la noche pasada para que se le acelerase el pulso. Había estado con más mujeres de las que podía recordar, pero ninguna de sus experiencias había sido tan intensa.
Sin embargo, ella merecía algo más que una simple experiencia. Se frotó la cara. ¿Por qué demonios se había acostado con ella? Ella era su pequeña Charlie, su mejor amiga, su colega, alguien con quien jugaba al póker o al rugby, alguien con quien podías contar para arreglar el coche. Era la amiga perfecta, no la clase de mujer de la que uno se enamora, ¿o sí?
Levantó la vista, y se le hizo un nudo en la garganta.
Estaba en la puerta, buscándolo con la mirada. Parecía recién salida de una revista, o mejor aún, de la pasarela de Milán. Llevaba un vestido negro con aquellos pequeños tirantes que a él lo volvían loco.
Llevaba zapatos de tacón alto y avanzó hacia él contoneándose, seguida de las miradas de todos los hombres del lugar.
—Hola, Charlotte —dijo, con voz grave.
—Hola —respondió ella con una voz igualmente grave, y se acercó a besarlo.
Gabe quiso aceptar el beso, pero se contuvo y le puso la mejilla.
—¿Y eso? ¿Están los chicos aquí o qué?
Gabe se limpió el rastro del pintalabios.
—No, o por lo menos yo no los he visto.
Charlotte sonrió.
—Llevo todo el día pensando en ti. A propósito, gracias por dejarme dormir esta mañana, si llegas a despertarme, no sé cómo habría aguantado todo el día trabajando.
Oír que su cobardía era interpretada como un gesto de consideración provocó en él un escalofrío de dolor.
—Charlotte, tenemos que hablar —dijo, tras un profundo suspiro.
Ella se quedó inmóvil. Gabe recordó un documental de naturaleza en el que una gacela se quedaba inmóvil al oler un león.
—¿Por? —dijo ella, bebiendo un sorbo de su cerveza.
Gabe asintió, con un profundo y doloroso suspiro.
—Sobre anoche.
Ella asintió lentamente.
—¿Qué ocurre con anoche?
—Anoche fue... increíble —no quería decirlo, pero era la verdad y ella merecía oírla.
Los ojos de Charlotte se iluminaron.
—Dime.
—Pero no creo que fuera muy buena idea —dijo él y vio que los ojos de Charlotte se dilataban. Prosiguió, como si la prisa disminuyera el efecto del golpe—. Eres mi mejor amiga, ángel. No quiero hacerte daño, pero nos conocemos hace demasiado tiempo como para mentirte ahora. Lo que tú quieres es que alguien se enamore de ti. Quieres casarte y te lo mereces. Mereces algo más que una relación pasajera conmigo.
Charlotte parpadeó. Sintió el mismo dolor que si le hubiera dado un puñetazo.
—¿Ángel? —dijo Gabe después de una larga pausa—. Vamos, háblame. Podemos hablar, ¿no?
Ella seguía mirándolo, moviendo la cabeza. Sin poder decir una palabra, comenzó a temblar y agachó la cabeza, apoyándola en los brazos.
Estaba llorando. Oh, Dios, era un canalla, un auténtico canalla. Estiró la mano y le acarició el sedoso cabello.
—Oh, Charlotte, lo siento mucho.
Ella alzó la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Y fue entonces cuando él se quedó de piedra.
Se estaba riendo.
—Oh, Gabe, por el amor de Dios. Eres un idiota —dijo ella entre risas.
—No te entiendo.
—Pues deberías —dijo ella entre sonrisas—. Podrías ser un poco más perspicaz.
En aquel momento fue él el que sintió lo mismo que si ella le hubiera dado un puñetazo.
—¿De qué estás hablando, Charlotte?
—¿Es qué últimamente no te has fijado en mí? —dijo ella, se levantó, dio una vuelta sobre sí misma y captó la atención de todos los hombres del bar—. Por primera vez en mi vida me siento guapa, deseable. Ha sido un proceso largo, pero ahora que ha llegado a su fin, cariño, no hay manera de pararlo. Una negativa por tu parte no lo va a echar a perder.
Gabe le acarició la mejilla, sin poder evitarlo.
—Claro que no, jamás lo he pensado.
Charlotte se apartó de él.
—Lo que estoy intentando decirte es que ahora soy mayorcita, que ya no soy la pequeña Charlotte a la que tenías que proteger. Sí crees que puedes mantener una relación conmigo, muy bien, pero no sigas con eso de la «protección» porque no pienso tolerarlo.
—Pero si yo no...
Gabe se interrumpió, en cierto modo sí estaba intentando protegerla. Estaba intentando protegerlos a los dos, ¿qué había de malo en ello?
—Pero estamos de acuerdo en una cosa. Me alegro de que lo hayas dicho antes de seguir adelante. Ninguno de los dos queremos hacer un drama de esto.
—Bueno, me alegro de que no te sientas herida —dijo Gabe, confuso.
—Bueno, entonces, ¿hemos terminado con este asunto? —dijo ella, y agarró el bolso—. Tengo que irme.
—¿Por qué? ¿Has quedado?
—No te ofendas, Gabe, pero aparte de ti, tengo mi propia vida, ¿sabes? Y aunque te parezca raro, te diré que al parecer sí tengo la oportunidad de casarme y tener un marido y unos hijos maravillosos. Y en cierto modo, todo es gracias a ti —dijo y se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Ya me pagarás esos mil dólares. Bueno, adiós, ya nos veremos.
—¿Cuándo?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. Mi vida social es muy errática —dijo, y dio media vuelta.
—¿Charlotte?
—¿Qué?
—Sabes que te quiero, ¿verdad?
¿Veía el dolor en su rostro o solo lo imaginaba? El rostro de Charlotte no era ya más que una máscara indescifrable.
—Claro que lo sé, Gabe. Pero no estás enamorado de mí y los dos lo sabemos. Quién sabe, quizás nos haga falta un poco de espacio. Sí, creo que será mejor que no me llames durante un tiempo.
Gabe observó cómo se alejaba, observada por la mayoría de los hombres presentes, contoneándose, probablemente sonriendo. Él, por su parte, solo podía pensar dos cosas.
Era tan hermosa que le dolía el corazón solo de verla.
Jamás volvería a verla.