Capítulo 1

—Voy a matarlo, voy a matarlo —se decía Charlotte entre dientes mientras pisaba el acelerador a tope, lo cual no resultaba nada fácil con los zapatos de tacón alto que llevaba—. Tengo que contenerme y no vomitar durante la boda, y luego lo mataré.

Los neumáticos chirriaron al entrar en el aparcamiento de la iglesia de Santa María. Había tomado la curva demasiado deprisa. Sacudió la cabeza. La resaca le taladraba las sienes como una perforadora mecánica.

De todos los días posibles para tener resaca aquel era el peor.

Se detuvo en seco y tiró del freno de mano. Se miró un instante en el espejo retrovisor e hizo una mueca de desagrado al comprobar la palidez verdosa de su cara.

—Voy a matarlo, voy a matarlo —repitió.

Salió del coche gruñendo, maldiciendo al no poder ir todo lo rápido que quisiera para no estropear su vestido rosa palo de dama de honor, y cerró de un portazo. El ruido resonó en su cabeza como si la tuviera hueca. Apenas bebía y antes de aquel día solo había tenido resaca una vez en su vida. Ya no la recordaba, pero desde luego no podía ser tan mala como aquella., Nada podía ser tan malo como aquello.

—Vaya, ya era hora —oyó que le decían en voz alta desde la escalinata de la iglesia—. Te estábamos esperando.

Se había equivocado. Sí, podía haber algo peor.

—Voy a matarte —susurró.

Gabe Donofrio sonrió maliciosamente desde la escalinata. Estaba muy guapo, como siempre en realidad, se dijo Charlotte con disgusto. En el moreno que su piel lucía esplendorosamente durante todo el año no había el menor rastro de la noche pasada. Sus ojos grises no estaban turbios, sino relucientes de malvado humor. Su pelo oscuro y su brillante sonrisa podrían lucir en la portada de una revista. En realidad, tenía el aspecto de haber pasado la velada con un libro entre las manos y bebiendo un vaso de leche templada. Aunque, como ella sabía perfectamente, la noche había sido bien distinta. ¡Había pasado la noche asegurándose de que tuviera exactamente el aspecto horrible que tenía aquella mañana!

—Vaya, vaya, vaya —dijo Gabe mirándola a los ojos y acercándose a ella para tomarla del brazo—, conque tenemos resaca, ¿no?

—Cállate, la culpa es tuya —dijo Charlotte, aferrándose a la barandilla metálica de las escaleras como si fuera su tabla de salvación—. A propósito, ¿por qué demonios te empeñaste en llevarme a la despedida de soltero de Brad?

—¿Es que tenías un plan alternativo? Si te hubieras quedado en casa de mi madre acompañando a mi hermana, la novia, y a su fiel escudera, Dana, te habrías vuelto loca —dijo Gabe—. Porque ahora que Bella se casa y solo quedas tú, ya supondrás que no te van a dejar en paz hasta que te emparejes.

Charlotte sabía que Gabe tenía toda la razón. Por otra parte, al dolor de cabeza comenzaba a sumársele cierto malestar de estómago.

—Ya, así que pensaste que la mejor manera de preparar a la pobre Charlotte para el acoso que va a empezar a sufrir a partir de mañana era... ¡Claro! Llevarla a ver cómo una bailarina de tres al cuarto enseñaba el trasero en la playa a altas horas de la noche.

—La verdad es que lo de la bailarina era secundario, lo que más me importaba era meterte diez tequilas en el cuerpo para subirte un poco la moral —dijo Gabe con una sonrisa—. Oh, vamos, Charlie, nadie te puso una pistola en el pecho para obligarte a beber.

—No, ¡pero hiciste una apuesta conmigo! —dijo Charlotte, conminándole con un dedo—. Apostaste conmigo el sueldo de una semana a que no podía aguantar tu ritmo, y, claro, yo me vi en la obligación de mantener bien alto el pabellón femenino.

—¿El pabellón femenino? Ah, ya comprendo —dijo Gabe, echándose a reír—. Llevamos así desde que teníamos ocho años. Desde entonces jamás has dicho que no a una apuesta mía, y déjame añadir, que tampoco has ganado nunca.

—Cállate —murmuró Charlotte— o voy a acabar por vomitar sobre tu traje de Armani.

—A lo mejor quedaba bien con la decoración —dijo Gabe, entrando ya en la iglesia—. Creo que Bella ha metido en este sitio todas las gardenias de California. La verdad, no sé cómo una mujer tan excesivamente femenina como ella puede tener una amiga tan simpática, tan normal como tú.

Charlotte se detuvo en seco en la pequeña entrada de la iglesia. El penetrante aroma de las flores resultaba mortal en su estado. En efecto, aquella resaca la estaba matando.

—Oh, Dios —suspiró, tambaleándose.

Gabe se percató de la situación.

—Ánimo, preciosa —dijo, abandonando su maliciosa sonrisa por vez primera—. Tranquila, no va a pasar nada —dijo, con afecto sincero y reconfortante.

Charlotte venció sus ganas de dar media vuelta y salir a tomar aire fresco.

—¿Qué tal está Bella? —preguntó, más con ánimo de distraer la mente de su maltratado estómago que por otra cosa.

Gabe se encogió de hombros.

—Como recién salida de una fábrica de sedas.

—Si su vestido es la mitad de incómodo que el mío, la compadezco.

—Va a casarse, eso basta para compadecerla —dijo Gabe, y miró a Charlotte, aún preocupado—. ¿Estás mejor?

—No mucho —dijo ella, suspirando—. Pero tendré que apañármelas. Aunque me conformo con no vomitar sobre nadie y evitar la maldita pregunta.

Gabe sonrió.

—Te refieres al inevitable «¿Y tú cuándo te casas, Charlotte, querida?» —dijo, parodiando una voz femenina, ridícula y nasal.

—Exactamente —dijo Charlotte, tratando de olvidar aquella cuestión, que resultaba dolorosa incluso cuando se aludía a ella como motivo de mofa. Era como si llevara toda la vida respondiendo a preguntas como aquella: «¿Cuándo vas a encontrar un chico que te guste, Charlotte?» «¿Por qué no haces como las otras chicas, Charlotte?» «¿Cómo vas a encontrar a un hombre con esas ideas, Charlotte?»

Estaba soltera porque quería estarlo, se dijo una vez más. Había dicho aquellas palabras tan a menudo que casi le parecía que las llevaba impresas en la frente.

—Sabes muy bien que te evitarías ese tipo de preguntas si no siguieras aceptando ser dama de honor de una y otra vez. ¿Cuántas veces lo has sido ya? ¿Tres con esta?

—Cuatro —corrigió Charlotte, tratando de mantenerse erguida.

—Ah, sí. Pues, ya sabes, después de ser dama de honor cuatro veces y conociendo a mi familia, prepárate a resistir una batería de preguntas. Además, te conozco y sé que no te van estas cosas.

—Ya, pero se trata de Bella, Gabe —dijo Charlotte—. Podría haber rechazado las otras bodas, pero no las de Dana y tu hermana... Tenía que aceptar. Tu familia es mi familia —dijo, mirando la puerta que daba paso a la nave de la iglesia—, sobre todo desde que murió mi padre.

—Lo sé —dijo Gabe, y sonrió—. Supongo que lo sé desde que mi madre te preguntó cuándo ibas a darle un nieto.

Charlotte volvió a sentir aquel pinchazo, aunque aquella vez fue algo distinto. No se trataba exactamente de frustración, sino, quizás, de envidia.

—El caso es que por mis amigos sería capaz de hacer cualquier cosa, ya lo sabes. Por ejemplo, la única razón de que a estas alturas no te haya matado es que eres mi mejor amigo —dijo, mirando a Gabe con una débil sonrisa—. Pero, te lo advierto, si vuelves a ponerme en un brete como el de anoche, no soy responsable de mis actos.

—Claro, claro. Nunca más —dijo Gabe, asintiendo con solemnidad, y sin poder contener una sonrisa.

Al entrar en la iglesia, Charlotte se percató de los diez pares de ojos que se fijaron en ella: las inquisitivas miradas de todas las tías de Gabe, fijas en ella, que inmediatamente dieron paso a sonrisas cómplices y calculadoras.

—Supongo que no querrás apostar una cena a que no eres capaz de evitar a mis tías antes del banquete —susurró Gabe, muy divertido con la situación—. Mientras esperábamos he dejado caer la idea de que tal vez estuvieras interesada en escuchar sus consejos sobre el tema «Caza de hombres».

—Que sean dos cenas —dijo Charlotte entre dientes— y recuérdame que te mate cuando termine todo esto.

—¡Estoy buscando a Charlotte! —gritó Gabe para hacerse oír sobre la música y el tumulto de las parejas que se deslizaban por la pista de baile—. Ha desaparecido en cuanto nos hemos hecho las fotos. ¿La has visto?

—¡No! —le contestó su amigo Ryan, mirando a su vez a la pandilla de amigos con la que se encontraba. Todos negaron con un gesto—. Si la ves, dile que esta noche tenemos partida en casa de Mike.

Gabe asintió.

—Si hay algo que pueda sacarla de su escondite es una buena partida de póker —dijo Gabe, y prosiguió su búsqueda.

Ponía tanto empeño en sacar a Charlotte del humor sombrío que aquellos días la dominaba y en encontrarle alguna distracción que le evitara la «fatídica pregunta» que había olvidado que también él era objeto de aquella pregunta... y no por parte de sus tías. Llevaba más de una hora buscando a su amiga y probablemente también, evitando la atención de alguna pretendiente más insistente de lo normal.

Sintió que alguien le ponía la mano en el hombro.

—Hola, hermanito.

Se dio la vuelta. Se trataba del novio, y suspiró con alivio.

—Eh, Brad. Bueno, ¿qué tal se siente uno después de casarse con mi hermana?

Brad sonrió. Sus ojos brillaban como dos faros en la noche.

—Más feliz que en toda mi vida.

—Eso dices ahora —dijo Gabe con una sonrisa de oreja a oreja, dándole a su cuñado un amistoso empujón.

—En serio, cuando encuentras a la persona adecuada, no hay nada parecido... nada.

—Está bien, te creo —dijo Gabe, algo incómodo por aquella declaración que parecía tan sincera—. Me da la impresión de que estoy rodeado de mujeres a la busca de la persona adecuada. Las bodas tienen un extraño efecto sobre las mujeres. Creo que si le preguntara a cualquiera de las solteras de esta habitación si se viene a Las Vegas a casarse conmigo, me respondería que sí sin pestañear —dijo, mirando a su alrededor—. ¡Y ni siquiera me conocen!

—Por eso se irían contigo.

Gabe oyó la voz de Charlotte a sus espaldas. —Eh... —dijo, volviéndose.

Pero Charlotte se alejaba, perdiéndose hacia el fondo de la sala. Antes de que pudiera seguirla, Brad volvió a hablarle.

—¿Era Charlotte? —preguntó—. ¿Sabes? Esta mañana, cuando la he visto entrar en la iglesia, apenas la he reconocido. Puede que fueran los rizos... no recuerdo la última vez que la vi con un vestido.

—La resaca tampoco ayudaba mucho —añadió Gabe, tratando en vano de ver hacia dónde se dirigía su amiga—. Anoche la arrastré a tu fiesta y me aposté una cena a que no podía beber tanto como yo.

Brad frunció el ceño.

—¿Llevaste a una mujer a mi despedida de soltero?

—No, llevé a Charlotte. Hay una ligera diferencia —al ver que no convencía a Brad, Gabe se encogió de hombros—. Nos sentamos en un rincón, Brad. Además, siempre ha sido de la pandilla y tampoco estuvimos en un antro de perversión, ¿no?

—Es la base del asunto, Gabe, ya lo sabes «Nada de mujeres»—dijo Gabe, sacudiendo la cabeza—. Y Charlotte no está nada mal, cuando quiere. Ya sabes que es bastante guapa, al menos cuando no está planeando tu asesinato.

—Ya se le pasará, puede que le lleve algún tiempo, pero se le pasará. Demonios, la mitad de las veces sus bromas son peores que las mías —dijo Gabe, y se echó a reír—. ¿Sabes lo que hizo la semana pasada?

—Hola, Gabe.

Ambos hombres dieron media vuelta. Se trataba de una rubia oxigenada, que miraba a Gabe desde unos preciosos ojos azules. El tono de su voz parecía algo fingido, quizás intranquilo.

—Llevas toda la noche dando vueltas. Te estás perdiendo una fiesta estupenda. ¿Quieres bailar?

Gabe suspiró.

—Lo siento, pero estoy buscando a alguien. Puede que más tarde —«o dentro de veinte años».

—¿Seguro? —dijo la rubia, con una sonrisa encantadora—. ¿Y no puede esperar un poco ese alguien?

Gabe volvió a suspirar. «Charlotte, ¿dónde demonios te metes?»

—Lo siento, de verdad.

—Como quieras —dijo la rubia, y se alejó, dándole su espléndida espalda desnuda.

—¿Estás loco? —dijo Brad—. ¡Era una preciosidad!

—Llevaba «busco marido» grabado en la frente, y yo ya no juego a eso, se acabó —dijo Gabe, encogiéndose de hombros.

—Oh, vamos. Solo quería bailar, ya encontrarás a Charlotte...

—Deja que te diga algo —dijo Gabe, poniéndose muy serio—. Cuando era más joven tuve algunas relaciones serias, en cierta ocasión estuve a punto de casarme, y todas acabaron en desastre.

—Vaya —dijo Brad—, pero qué tiene eso...

—Y solo mis amigos pudieron sacarme del abismo —prosiguió Gabe—. Luego decidí no volver a comprometerme, ¿por qué iba a hacerlo? Salgo con mis amigos cuando quiero, tengo un empleo por el que muchos hombres matarían y tengo una mujer que es mi mejor amiga que me conoce mejor que yo mismo y que si la necesito está ahí las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Las mujeres vienen y van...

—En tu casa con demasiada frecuencia —dijo Brad.

—Pero los amigos son para siempre —dijo Gabe, sonriendo—. Llevo la vida perfecta.

Brad se echó a reír.

—Tengo que admitir que suena muy atractivo. Pero tiene un pequeño problema.

—Lo sé —dijo Gabe—. Pero ya se le pasará. Charlotte no puede permanecer enfadada por mucho tiempo. En cuanto se encuentre mejor, se le pasará.

—El problema —prosiguió Brad— es que un día de estos te vas a enamorar y tu perfecta vida va a pasar á mejor vida.

—Imposible —dijo Gabe, y volvió a ver a Charlotte, que estaba charlando con otras mujeres a un lado de la pista de baile—. Todo está bajo control.

Antes de poder acercarse a Charlotte, las mujeres que estaban con ella se aproximaron.

—Oh, me parece maravilloso —le dijo una de ellas.

—¿El qué? —preguntó él.

—Que quieras adoptar un niño. Pero para eso tendrás que casarte, ¿no?

Rodeado de rutilantes y jóvenes bellezas, se fijó en el rincón del que provenían. Charlotte le sonreía de oreja a oreja.

—Ya veo —dijo Brad—, es evidente que lo tienes todo bajo control.

Charlotte habría disfrutado mucho más de su venganza si Bella y Dana no la hubieran localizado. De mala gana, como una prisionera, subió con ellas a la habitación que los Donofrio habían alquilado en el hotel donde se_ celebraba la boda. Se las había arreglado para evitar a las tías de Gabe, pero con aquellas dos no había escapatoria posible.

—Te lo digo en serio, Charlotte —dijo Bella—, este libro puede resolver todos tus problemas.

—¿Por qué os empeñáis en torturarme? —gruñó Charlotte, dejándose caer en la cama—. He venido a pesar de que tenía la cara más verde que una espinaca y con la cabeza a punto de explotar. Si incluso me he vestido de rosa, ¡por favor! ¿Y ahora qué queréis, mi sangre?

—Solo queremos verte feliz... y que leas un pequeño libro —dijo Bella, quitándose el velo de novia—. No dejes que se vaya —dijo Bella, abriendo un cajón del que sacó una minúscula pieza de encaje blanco tengo que ponerme el regalo sorpresa para Brad.

—No te preocupes —dijo Dana, sin dejar de mirar a Charlotte.

Ésta suspiró. No tenía escapatoria.

Dana puso el libro sobre la cama. Charlotte le dio la vuelta y leyó el título: Guía para dejar de ser la señorita Negativa y convertirse en la señora Adecuada en un año. Volvió a gruñir, enterrando el rostro en la almohada.

—Es una broma, ¿verdad?

—A mí me ha servido —dijo Dana, tirando de Charlotte para que se incorporara—. Y a Bella también, y no se puede poner en duda la realidad. Mira lo feliz que está Bella, ¿es que tú no quieres ser feliz?

—Bella se ha casado con el último hombre bueno de la tierra —dijo Charlotte, sin levantar la vista—. ¿Por qué cuando tus amigas se casan siempre insisten en que lo hagas tú también?

—Tienes veintiocho años, Charlotte —adujo Dana—. ¿No oyes el tic tac? Es tu reloj biológico.

—Se le ha acabado la cuerda.

—De eso nada —dijo Dana, tocando la barbilla de su amiga para obligarla a mirarla—. Llevas demasiado tiempo sin salir con nadie. Desde que saliste de la universidad, no has hecho otra cosa que dedicarte en cuerpo y alma a esa empresa de diseño y frecuentar a esos tipos. No sé cuántas veces te he visto con sudadera y unos vaqueros gastados.

—Todo el mundo se pone ropa cómoda para trabajar —argumentó Charlotte, que comenzaba a impacientarse. ¡Con cualquier otra ropa tengo un aspecto de lo más estúpido!

Dana alzó los ojos al cielo.

—Hay mucha ropa cómoda y al mismo tiempo muy femenina. Por mucho que te quejes, los vestidos te sientan muy bien. Como esos rizos.

—Dana, incluso tú sabes que para salvar mi vida no basta con que me rice el pelo. Además, así parece que me han electrocutado.

Dana resopló. También ella comenzaba a impacientarse.

—No es verdad y lo sabes. A ti te pasa algo, y me vas a decir qué es.

Charlotte se quedó sentada durante un largo minuto, en silencio. Era cierto, algo la molestaba desde el momento de llegar a la iglesia y encontrarse con Gabe y oír sus palabras: cuatro bodas como dama de honor.

Siempre la dama de honor.

Se fijó de nuevo en el libro: La señorita Negativa...

—Es que no veo dónde están las ventajas, eso es todo —mintió—. Sé que solo he tenido una relación importante, pero fue una experiencia muy convincente, créeme. Ahora disfruto de la vida. Tengo un buen trabajo y muchos amigos. Por favor, ¿no podemos hablar de esto en otro momento?

Antes de que Dana pudiera responder, Gabe se asomó por la puerta.

—¡Eh, que el coche está esperando! ¿Dónde está la novia?

—Cambiándose —respondió Dana, molesta por la interrupción.

—¡Santo Dios! —dijo Gabe, entrando en la habitación—. ¿Por qué las mujeres tardan tanto en vestirse? Yo nunca tardo en desvestirlas.

—Y se trata de la opinión de un experto —dijo Charlotte, bajando de la cama.

—Tú y yo tenemos que hablar —dijo Gabe.

Ella sonrió.

—Eso será después de que me pagues la apuesta.

—Gabe, no estás ayudando nada —se quejó Dana—. Estábamos hablando de cosas importantes antes de que tú metieras las narices donde no te llaman.

—¿De qué estabais hablando?

—De su futuro —dijo Dana señalando a Charlotte y luego el libro que estaba sobre la cama—. La estás distrayendo, ¿por qué no esperas abajo?

—¿Distrayéndola de qué? —preguntó Gabe, y se detuvo al ver el libro—. Oh, no. No de eso.

—¿No de qué? —preguntó Charlotte, que no se había percatado del gesto de Dana.

—¡No me digas que vas a leer eso!

Charlotte siguió la dirección de sus ojos y al ver que se refería al libro, echó mano de él. Gabe, sin embargo, se sentó sobre la cama agarrando el libro al mismo tiempo.

—Déjame ver... —dijo, tirando de él. —De eso nada.

—¡Ya estoy lista! —anunció Bella saliendo del cuarto de baño, solo para contemplar con horror cómo su hermano y su amiga se debatían sobre la cama de matrimonio—. ¿Qué está pasando aquí?

Aprovechando que Gabe se había distraído momentáneamente con la interrupción, Charlotte hizo un último esfuerzo por hacerse con el libro y tiró con todas sus fuerzas. Y en efecto se lo quitó, pero a costa de perder el equilibrio y caer de espaldas en el suelo.

—¡Lo tengo! —exclamo triunfalmente, y luego se frotó la cabeza, se había dado un buen coscorrón—. ¡Ay! Bella suspiró.

—¡Cuándo vais a crecer!

—Nunca —replicó Gabe—. Me parece que nos vamos a estar tirando los trastos a la cabeza hasta en el asilo. Ven aquí, ángel mío, que te ayudo a levantarte.

Con gran facilidad así, lo hizo, y Charlotte se levantó del suelo al instante, situación que Gabe aprovechó para quitarle el libro definitivamente.

—Traidor...

—La guía. ¡Dios de mi alma! —bufó Gabe. Hojeó el libro y leyó algún pasaje—: «Sé consciente de tu poder, pero no seas arrogante. Eres una mujer, sé una mujer» —repitió, ignorando la mirada asesina de las tres mujeres—. ¿Y qué ibas a ser? ¿Un hámster?

—Dámelo —le exigió Charlotte, arrebatándole el libro de las manos.

—Pero tú no querrás ser la señora Adecuada en un año, ¿verdad? —dijo Gabe con seguridad, luego frunció el ceño—. ¿O sí? '

—Por supuesto que no —replicó Charlotte por instinto, y se interrumpió. En realidad no se trataba de querer sino de ser consciente que ella no podía ser la tal señora Adecuada. Pero aun así, ¿lo quería o no?

Sí, susurraba una vocecita en su interior, para su sorpresa. Al cabo de un año o de una década, pero sí, quería, deseaba ser la adecuada señora de alguien. Y quería encontrar a un señor adecuado para ella.

—Puede que crea que no es eso lo que quiere, pero no tiene experiencia bastante para saberlo —dijo Dana, con convicción—. Y tiene mucho a su favor. Si quisiera, sería una auténtica rompecorazones.

—Con un poco de tiempo y otro poco de esfuerzo —añadió Bella, cruzándose de brazos—, dudo que tarde un año en encontrar a un hombre que se enamore de ella hasta el punto de pedirla en matrimonio.

Charlotte sintió un súbito ataque de pánico.

—Un hombre maravilloso, seguro —sentenció Dana con entusiasmo.

—Lo tendría a sus pies en un mes —dijo Bella.

—Bueno, bueno, no empecemos a volvernos locos —intervino Charlotte. No le gustaba lo más mínimo el cariz que estaba adquiriendo la conversación. a ——Y en cuestión de meses la pediría en matrimonio, si ella lo quiere de verdad —dijo Dana, asintiendo—. ¡En tres meses, te lo garantizo!

Gabe negó con la cabeza, rodeando a Charlotte por los hombros.

—¿Por qué la presionáis? Es mi mejor amiga y la conozco mejor que nadie. Y no podéis decirme que va a leer ese estúpido libro, va a ir a la peluquería y, de la noche a la mañana, se va a convertir en una esposa. Es ridículo.

Charlotte estaba a punto de protestar, pero no con esas palabras.

—No es que yo tenga interés en...

—Ni siquiera pertenece al mismo planeta de las mujeres que leen esa guía de lo que sea —prosiguió Gabe—. Quiero decir, hay mujeres que se toman la búsqueda de un marido casi como una actividad profesional. Esas, mujeres sí saben qué hacer, tienen el aspecto adecuado, adoptan la actitud correcta y llegan a convertir a los hombres en marionetas a sus expensas —dijo, y miró a Charlotte—. Los dos sabemos que tú no eres de esa clase de mujeres, Charlie.

Las tres mujeres se lo quedaron mirando fijamente durante unos largos instantes. Charlotte fue la primera en recobrarse.

—Gracias —dijo, con la voz helada y apartándose de él—. Quieres que ponga también la otra mejilla y así me puedes golpear con otro de esos asquerosos cumplidos tuyos.

—¿Cómo? Oh, vamos, ángel —dijo Gabe, apartándole el flequillo de la frente—. Estamos hablando de una proposición de matrimonio en tres meses. Volvamos a la realidad.

—No digo que sea eso lo que quiero —argumentó Charlotte, tratando de mantener la dignidad—, pero si de verdad quisiera conseguir al señor Adecuado, podría hacerlo. Lo único que pasa es que me gusta mi vida tal como está.

—¿De verdad? —dijo Gabe, con un brillo en los ojos. Charlotte mantuvo su mirada—. ¿De verdad crees lo que dices?

Charlotte sintió un estremecimiento de rabia.

—Ponme a prueba.

—No, gracias. Si vamos a apostar, me gustaría por lo menos tener una pequeña posibilidad de perder, si no, no hay aliciente.

A Charlotte comenzó a hervirle la sangre. Ella sabía muy bien que no era ninguna seductora, pero oírselo decir a Gabe era una cuestión enteramente distinta.

—De acuerdo, te apuesto diez dólares a que puedo hacerlo—, era una estupidez, pero su orgullo la empujaba a aceptar el reto. Ella era soltera por elección propia, ¿cómo se atrevía Gabe a dudar de ello?

—¿Diez dólares? ¿En serio? —dijo Gabe, abriendo mucho los ojos. El maldito de él parecía divertirse mucho—. Oh, vamos, no estamos apostando sobre quién va a ganar la liga, o quién es capaz de beber más.

El corazón de Charlotte latía cada vez más deprisa. Lo único que deseaba en aquellos momentos era borrar aquella estúpida sonrisa de la cara de Gabe. Las palabras salieron de su boca antes de pensar en ellas.

—Cien dólares, Casanova. Y me pondré cosas que hasta a ti te van a sonrojar.

—Solo por eso merecería la pena apostar. Algunas veces tengo la impresión de que naciste en sudadera —dijo Gabe, sonriendo maliciosamente—. Cien dólares sigue siendo una apuesta infantil, ángel. Hazlo en dos meses y podemos empezar a hablar.

—Dos meses —accedió Charlotte, con la voz tensa y doscientos dólares.

La sonrisa de Gabe, por fin, comenzaba a congelarse.

—Oh, vamos, Charlie, creo que estamos yendo demasiado lejos.

Aquel tono paternalista sólo consiguió encenderla todavía más.

—Quinientos.

Gabe había dejado de sonreír. Al contrario, más bien parecía preocupado.

—Esto es ridículo. No pienso seguir...

—Mil dólares.

Dana estaba perpleja, Bella boquiabierta.

—Mil dólares a que consigo que me pidan en matrimonio en dos meses —repitió Charlotte, mirando fijamente a Gabe, como si no hubiera nadie más en la habitación. Ella cerraba los puños—. Mil dólares, ya lo has oído.

Gabe mantuvo la mirada, pero estaba estupefacto.

—Solo si lo consigues en un mes.

Esperaba que ella rechazara aquella estúpida apuesta.

—Hecho —dijo Charlotte sin vacilar.

—Oh, vamos, Charlie, ¿has perdido la cabeza?

—¿Y tú? ¿Has perdido el gusto por el juego?

Se miraron a los ojos durante un largo y tenso minuto. Luego, Gabe esbozó una amplia y brillante sonrisa.

—Te has echado un farol.., y te he pillado —dijo, con ánimo de batalla, y extendió la mano—. Me encantará cobrarme esta apuesta.

Charlotte estrechó su mano, sellando la apuesta. Gabe la miró durante un instante más, luego se separó.

—De acuerdo. Bajo y les digo que vais a tardar un poco —le dijo a Bella—. Estoy seguro de que queréis quedaros unos minutos para urdir un plan de batalla. Pero me temo que de poco va a servir, dentro de un mes espero cobrar la apuesta.

Miró a Charlotte con una sonrisa maliciosa y desapareció.

—Oh, Dios mío —respiró Bella—, ¡no puedo creerlo!

—Lo hecho, hecho está —dijo Dana, asintiendo con aprobación—. Solo tenemos un mes. Lo primero, una expedición de compras. No, espera, mi peluquero, y puede que una limpieza de...

—Una limpieza de nada, hay que transformarte de la cabeza a los pies —dijo Bella, buscando una tarjeta en su bolso—. Dentro de dos semanas vuelvo de Hawái, vosotras ocupaos de la ropa y del maquillaje, yo idearé el plan estratégico.

—Mil dólares —repitió Dana, mirando a Charlotte sin ocultar su admiración—. Increíble. Charlotte apretó los dientes.

—Nunca he perdido una apuesta con Gabe sin antes luchar hasta la muerte. Y ahora, dejadme sola —ordenó—, tengo que estudiar —dijo, recogiendo el libro.